[9] Se ha empezado a publicar en Filadelfia un periódico que merece ser conocido. Por de contado, se publica en inglés, pero su portada, que imita dibujos y tipos antiguos, nos toca de cerca a los que hablamos castellano, puesto que la O inicial de Our Continent (Nuestro Continente), título del periódico, encierra un barco que viene a toda vela, y es la Santa María, uno de los tres bajeles descubridores del Nuevo Mundo. A más de eso, la O inicial del título en la cubierta, distinta de la del título de la parte impresa, es un jeroglífico azteca. El nuevo periódico que luce muy buenos grabados, de esos pequeños que hacen tan bien en los Estados Unidos del Norte,donde no hacen bien los grabados grandes,es una especie de periódico panamericanista, puesto que alza bandera contra toda irrupción europea en la vida yankee cuya originalidad e influencia defiende,solo que este periódico tan reñido con la moda, y tan amigo de lo viejo y rudo cuáquero, habla de un merengue de manzanas en su sección de cocina, y publica versos de Oscar Wilde, el esteta inglés, en su primer número. Our Continent, escrito por muy notables hombres y damas de letras de los Estados Unidos, dedica una sección al modo de adornar una casa, desde el umbral hasta el terrado, que sería entre nosotros desde el zaguán hasta la mata de granado; otra al modo de dirigir una casa; otra al modo de dar de comer en ella; solo que como comida artística recomienda esta, americanísima: sopa de tomates, carne asada fría, ensalada de zanahorias, guisantes en lata, merengue de manzanas, y café hervido!—El director del periódico es un político de nota, que se ha hecho famoso por una novela en que defiende la supremacía de los Estados del Norte en los del Sur. Se llama Albion Tourgee. Hallamos lo que sigue en una revista científica: “El hecho de que el color no es nada más que una función del ojo no ha venido a demostrarse claramente sino en estos últimos diez años, aunque Schopenhauer, ese moderno pesimista alemán, ya tan célebre, lo anunció así teóricamente. Va a ejercer este descubrimiento marcada influencia en las teorías del arte.” En otra revista leemos: “Goethe adivinó mucho en la ciencia, por su maravillosa y bien gobernada imaginación. Fue él quien anunció, con esa visión poética que tiene de profecía, que solo los rayos azules del espectro tienen el poder de producir fosforescencia en cuerpos capaces de manifestarla: la ciencia exacta demuestra hoy certidumbre de aquella intuición poética.” Y puesto que de luz hablamos, diremos que el profesor Palmieri, que dirige el Observatorio del Vesubio, ha hallado en el examen espectral de la lava ardiente una línea que corresponde al helium, ese nuevo elemento descubierto en el examen espectral de la luz del sol, del cual no se sabía que hubiese reflejo correspondiente en los cuerpos luminosos de la tierra. Todo fortifica la creencia en la íntima dependencia y rigurosa analogía de las diversas creaciones de la naturaleza. Anda ahora recorriendo como en triunfo varias ciudades importantes de los Estados Unidos del Norte, un reverendo evangelista, que se dice santo, libre del peligro de pecar, y dotado de la facultad de hacer milagros. La muchedumbre llena los teatros y salas en que el reverendo Barnes predica el Evangelio, con ejemplos y lenguajes populares. Aplica a los conversos un aceite maravilloso, que les ha de curar todas sus enfermedades, lo cual creen ciegamente sus secuaces, que ya se cuentan por miles. No es menos original el modo con que predica que el respeto con que se le oye. Dice que desde hace cinco años vive en tal santidad, que ya el pecado no puede nada contra él. Dice que él es hijo de Dios, y fuerte contra el diablo, de quien nos viene todo mal; que ya ha convertido a veinte mil herejes, de los cuales, para llamarlos sus conversos, solo exige que se pongan de pie en el lugar en que predica, y digan en alta voz que “confiesan a Cristo.” Dice que con el óleo que aplica a la mejilla de los convertidos se curan reumatismos, dispepsias, tabardillos, bronquitis, neuralgias; y hay gran cantidad de buenas gentes que aseguran que han sido curadas por el Reverendo, el cual es persona vivaz y elocuente, cuya palabra abundosa llama la atención por lo clara, flexible y sarcástica, y cuyas extravagancias, coronadas con increíble éxito, hacen pensar a algunos que el reverendo está demente, aunque no dé prueba de ello en el modo con que satiriza a las sectas rivales, que a su vez se burlan de su cabellera larga y espesa, y su mirada cavernosa y luciente, pero que confiesan que el Reverendo dirige con tacto y con provecho sus negocios. Le llaman “el Evangelista de la Montaña.”—Un hombre semejante, de fisonomía dulce y voz seductora, apareció hace siete años entre los mexicanos en Durango, el cual se llevaba detrás de sí las poblaciones en masa, que iban cantando sus glorias, besando las huellas de sus pies, y contando sus curas milagrosas; a aquel hombre, que era una criatura del pueblo, de extraordinaria influencia personal, le llaman el “Jesús durangueño”. La Opinión Nacional. Caracas, 16 de marzo de 1882 [Mf. en CEM]