M Democracia La escuela, comunidad participativa Josep M. Puig Rovira democracia y educación, escuela autoritaria, escuela democrática, escuela participativa, historia de la educación, tendencias educativas Los conceptos de libertad e igualdad que garantizan la participación de la ciudadanía, así como la búsqueda de un conocimiento que impulse el progreso social y económico, han estado presentes en las políticas educativas desde la Ilustración, aunque los ideales democráticos se han expresado de múltiples maneras. Aquí se destacan algunas de las ideas, propuestas y realizaciones que tratan de garantizar la autonomía y participación de todos los sectores de la comunidad educativa. Democracia y educación La tendencia educativa que hemos denominado «escuela como comunidad participativa» agrupa un conjunto de ideas y realizaciones preocupadas por crear formas escolares que preparen para la convivencia democrática y que permitan el ejercicio real de la autonomía y la participación. Ta- J. Dewy. Una reflexión a fondo sobre las relaciones entre democracia y educación. 28 Cuadernos de Pedagogía / N.0 253 /Diciembre les experiencias reflejan, y a la vez impulsan, la democracia. La «escuela como comunidad participativa» es la expresión de una voluntad cultural y política propia de los regímenes democráticos. Estamos ante un reflejo escolar de la democracia política. La escuela debe ser un espacio social regido por criterios de participación inspirados en la misma filosofía que nutre los sistemas democráticos. Aunque esto no signifique que las formas de participación escolar tengan que ser idénticas a las formas propias de la democracia política. Los vínculos entre educación y democracia se han entendido también en otro sentido. Los ideales democráticos inspiran sin duda prácticas educativas democráticas, pero se espera que estas realizaciones educativas contribuyan decisivamente a impulsar proyectos de transformación social. La escuela ha de preparar a sus alumnos y alumnas para que sean capaces de asumir en el futuro las ideas y hábitos democráticos. De esta manera, la escuela será un instrumento para reproducir, consolidar y optimizar la democracia. Esta primera y elemental aproximación a la escuela democrática oculta algunos debates fundamentales sobre la relación entre la democracia y la escuela. En primer lugar, la escuela debe preparar para la democracia o debe ser democrática. Es decir, la escuela debe dispensar una preparación cultural y cívica para el ejercicio de la participación en la edad adulta, o bien debe ser ya un espacio de participación real del alumnado y del conjunto de la comunidad escolar. Por otra parte, la democracia escolar debe establecer una participación mediada o regulada por un especialista, que en la escuela se encarna en la figura del educador, al estilo de la democracia representativa del mundo político. O, por el contrario, se trata de abrir cauces a la participación directa e inmediata de toda la comunidad escolar y en especial de sus alumnos y alumnas, al estilo de la democracia participativa o radical. Finalmente, y suponiendo que eficacia y participación sean TENDENCIAS EDUCATIVAS ACTUALES A. Makarenko. Sus experiencias nos descubren las posibilidades y contradicciones del proceso educativo de la colectividad. dos conceptos incompatibles, se trata de primar una gestión eficaz de los centros o de impulsar una gestión participativa. Estas y sin duda otras controversias han influido decisivamente en la imagen y el desarrollo de la escuela democrática que vamos a trazar a continuación. Con todos los matices que se considere oportuno introducir a partir de estas y otras controversias, los autores más representativos de la tendencia que aquí nos ocupa han partido de la idea de que la escuela reflejará e impulsará la democracia en la medida que en su interior se lleven a cabo prácticas democráticas. Es decir, si por encima de todo es un espacio de autonomía y participación. Si enseña a participar participando, o si enseña autonomía dejando decidir reflexivamente. Por lo tanto, y en primer lugar, una escuela democrática será aquella que sepa organizarse de modo que estimule la participación de todos los implicados: que reconozca como interlocutores válidos a todos sus miembros. Todos han de ser tenidos en cuenta en tanto que participantes en un diálogo que tomará sin lugar a dudas formas distintas, pero que no excluirá a ninguno de los miembros de la comunidad. En segundo lugar, las experiencias escolares democráticas suponen la participación de los miembros de la comunidad en las diversas tareas que allí se llevan a cabo. La participación no es un principio formal, sino el ejercicio de una tarea en alguno de los ámbitos de acción de la escuela. Cabe destacar al menos los siguientes ámbitos: la participación en la gestión del centro; la participación en la elaboración y aplicación de proyectos, planes y programaciones docentes; y la participación en el trabajo escolar y en la regulación de la convivencia en el grupo-clase y en el conjunto del centro. En tercer lugar, las experiencias escolares democráticas suponen que la comunidad escolar es capaz de poner en marcha instancias de participación adaptadas a cada uno de los ámbitos de acción de un centro. Entre nosotros tienen ya una cierta tradición los consejos escolares, los claustros, las asambleas de clase o las actividades de tutoría, aunque no deberíamos considerar estas vías como las únicas oportunidades de participación. En cuarto y último lugar, la participación en la comunidad escolar es un fin en sí misma, ya que tal hecho expresa valores democráticos. Pero, a la vez, es el mejor medio para alcanzar otros fines propios de la tarea educativa. Las experiencias escolares de participación y autonomía son también un medio para lograr el pleno desarrollo de la personalidad en el interior de una sociedad justa, libre y solidaria. Ambigüedades y fracasos de la escuela democrática Hoy sería de una ingenuidad y un desconocimiento enorme dejar aquí la caracterización de la escuela democrática. Sin duda se han proclamado con insistencia los criterios organizativos y las finalidades que acabamos de exponer, pero en la actualidad sabemos que la escuela tiene una cara, cada vez menos oculta, que niega justo aquello que públicamente afirma. Podemos decir, a partir de las aportaciones de múltiples autores, que la escueta democrática es una realidad profundamente contradictoria. Respecto a lo que aquí nos ocupa, la escuela defiende la participación y la autonomía, y a la vez se comporta de modo autoritario y heterónomo (Fernández Enguita, 1993; M.Á. Santos Guerra, 1995). Pero A.S. Neill. En su Escuela de «Summerhill» se concede libertad casi absoluta al alumnado. Diciembre / N.0 253 / Cuadernos de Pedagogía 29 M F. Giner de los Ríos y M.B. Cossio, miembros de la Institución Libre de Enseñanza, uno de los primeros intentos de democratización escolar en España. veamos, aunque sea muy rápidamente, algunas de las principales contradicciones que se viven en la escuela: • La escuela, institución igualitaria que, sin embargo, reproduce la desigualdad social. La sociología ha mostrado cómo la escuela, pese a su discurso y a sus prácticas igualitaristas, en realidad está facilitando el éxito de tan sólo una parte de la población. • La escuela, institución respetuosa con las diferencias y garante de la tolerancia que, sin embargo, inocula actitudes discriminatorias. La escuela defiende la libre expresión de las diferencias en un marco de valores como la libertad, la igualdad y la tolerancia, pero a menudo transmite de modo implícito u oculto actitudes sexistas, racistas, xenófobas y competitivas. • La escuela, institución que proclama la necesidad de un aprendizaje crítico y creativo, pero que, sin embargo, usa medios verbales y memorísticos. Junto a la defensa de criterios de aprendizaje como la actividad, la crítica o la creatividad, la escuela ha acaparado también infinidad de denuncias sobre el carácter jerárquico, pasivo, repetitivo y alejado de la realidad del aprendizaje que propicia. • La escuela, Institución democrática que, sin embargo, está atravesada por hábitos autoritarios que limitan la participación y la autonomía. Como ya hemos apuntado, la escuela ha querido ser una institución democrática, aunque el autoritarismo haya sido un modo corriente de operar. Resulta imposible quedarse con una caracterización idealizada de la escuela: la escuela no es 30 Cuadernos de Pedagogía / N.0 253 /Diciembre una comunidad democrática perfecta. Pero tampoco sería correcto verla únicamente como un instrumento de reproducción de desigualdades, de creación de prejuicios y de convivencia autoritaria: la escuela no es una realidad de naturaleza perversa. La escuela es un teatro de luchas y puede ser un espacio de compromiso en favor de la democracia. El futuro de la escuela no está escrito en ninguna esencia intrínseca ni en ninguna ley social inexorable. El futuro dependerá del trabajo que sobre ella lleven a cabo los implicados: desde la Administración, a los alumnos y alumnas. La tendencia educativa que aquí estamos considerando, la «escuela como comunidad participativa», no tiene, pues, un carácter monolítico. Ciertamente está animada por valores como la participación y la autonomía, pero la entenderemos mejor si la imaginamos como un espacio de controversias donde se producen avances y retrocesos. Se trata de caracterizar una tendencia de largo recorrido que está sujeta, como toda realidad dialéctica, a oscilaciones y altibajos. Experiencias en torno al gobierno escolar Términos como autonomía, autogobierno, participación o autogestión son algunos de los más usados al referirse a la «escuela como comunidad participativa». No obstante, éstos no son los únicos conceptos que se han utilizado al hablar del gobierno de la escuela. Desde un horizonte democrático, se han considerado también conceptos como disciplina, castigo, autoridad, normas o control. Enfrentando y complementando las ideas que se expresan en ambos núcleos terminológicos, se ha ido perfilando lo que puede ser una escuela TENDENCIAS EDUCATIVAS ACTUALES participativa. Y de un modo todavía más concreto, lo que puede imaginarse como un clima de aula democrático. Se trata de determinar las características de un ambiente que permita a los educadores poner en manos del alumnado la organización de todas aquellas cuestiones que sea posible confiarles y, en cualquier caso, que permita abrir espacios de diálogo para tratar los temas que afectan al grupo-clase. Las experiencias de gobierno escolar democrático suponen, pues, la creación de canales de diálogo y de acción cooperativa de distinta naturaleza. Esas diferencias se plasman en las experiencias y momentos que han pautado la evolución de la escuela como comunidad democrática. La escuela autoritaria Iniciar un breve recorrido por entre las distintas experiencias de gobierno escolar democrático precisa necesariamente dibujar primero el fondo sobre el cual todas ellas se destacan. Nos referi- valores, induce temor al poder de los adultos, así como desconfianza y actitudes competitivas entre los alumnos. Entre nosotros, cuando esta escuela empezaba a perder de modo lento su preponderancia, fue nuevamente reforzada como resultado del régimen que se impuso tras la Guerra Civil. El carácter selectivo y autoritario de la escuela se completó con una fuerte tendencia a convertirla en instrumento ideológico. La Formación del Espíritu Nacional y la ideología nacional-católica en Religión fueron sus dos principales baluartes (véase, en este mismo número, "Escuela tradicional. Pasado y presente"). La escuela participativa Las primeras experiencias de democracia escolar se piensan y se llevan a cabo para enfrentarse a las tradiciones autoritarias y para impulsar en la escuela los criterios ¿ticos que supone la democracia política. El movimiento de la Escuela Nueva y los autores implicados en él, como por ejemplo J. Dewey o A. Ferrière, son los mejores representantes de esta etapa de democratización escolar. En todos los casos se parte de una confianza absoluta en la bondad de la democracia y en la posibilidad de imitar, a veces casi literalmente, su funcionamiento en la escuela. La experiencia de las repúblicas escolares, por una parte, o de las cooperativas y consejos de clase, por otra, fueron las realizaciones más representativas. Todas ellas tratan de aplicar el principio de actividad no sólo a los aprendizajes intelectuales, sino también al aprendizaje de la convivencia y la ciudadanía. Estas experiencias suavizaron L. Kohlberg. Una aportación original sobre la escuela como comunidad justa. mos a la pedagogía tradicional y, de modo más preciso, a la escuela que defiende valores absolutos y se basa en instrumentos como el autoritarismo y la disciplina represiva. Tal escuela dice tener una imagen muy clara de cómo deben llegar a ser los seres humanos y de cómo imponer esa imagen. En orden a conseguirlo usará el castigo abundante e indiscriminado como medio para reparar cualquier trasgresión en que incurran los alumnos. O bien, de modo mucho más inteligente y sutil, creará unas condiciones espaciotemporales y de vigilancia para modelar las conductas y las mentes de manera que no haya lugar para la desviación. La consecuencia de este tipo de pedagogía es la creación de un ambiente escolar autoritario que desconoce la libertad y la autonomía de los escolares. Y, además, inocula ideas para legitimar tales enormemente el autoritarismo y la disciplina escolar, abrieron a los escolares espacios de libertad, participación y autonomía, aunque no pretendieron abolir la autoridad de los adultos ni un marco suficiente de normas y hábitos establecidos de convivencia escolar. En nuestro país hubo un importante grupo de autores que encabezó una renovación pedagógica de estas características Encarnan esta posición educadores como Giner de los Ríos, Joan Bardina, Rosa Sensat o Alexandre Galí, entre otros. De ningún modo puede decirse que en la actualidad su legado haya caído en el olvido. El ideal democrático bajo sospecha: vías radicales de transformación Bajo este epígrafe vamos a incluir un conjunto de tendencias pedagógicas muy dispares -la pedaDiciembre / N.0 253 / Cuadernos de Pedagogía 31 M S.C. Rogers (izquierda) y M. Lobrot (derecha), representates de la pedagogía no-directiva e institucional, respectivamente. gogía anarquista, marxista, psicoanalítico, no directiva, institucional y cooperativa-, que, en relación a la cuestión que nos ocupa, presentan algunas similitudes importantes. En primer lugar, estamos ante un intento de radicalizar la participación de los alumnos en la vida de las instituciones educativas. La mayoría de estas experiencias, aunque no todas, conceden una libertad casi absoluta a los alumnos y tienden a diluir por completo la autoridad de los educadores. Las propuestas psicoanalíticas de A.S. Neill, no-directivas de C.P. Rogers e institucionales de M. Lobrot cumplen en gran medida este criterio. Por su parte, la pedagogía marxista de A. Makarenko combina muy originalmente un elevado grado de participación con una notable presión de la colectividad y de los educadores. Asimismo, la Escuela Moderna de Freinet y el Movimiento de Cooperación Educativa Italiano, con autores como M. Lodi, conceden un elevado papel a sus alumnos, aunque no lleguen nunca a plantear situaciones de libertad absoluta (véase, en este mismo número, «Entorno. Del activismo a la investigación»). En segundo lugar, tal radicalización de la libertad se unió, en muchos casos, a una crítica de la democracia política por encubridora de injusticias y por represiva. Se han diluido las esperanzas en la democracia: la escuela debe preparar algo mejor. Las imágenes de la revolución comunista nutren muchos ideales educativos, pero la pretensión del psicoanálisis de instaurar una sociedad liberada impregnó otras tantas realizaciones escolares. Estamos ante una pedagogía que quiere contribuir a un cambio de la civilización, que vaya más allá de las formas democráticas imperantes. Finalmente, algunos autores señalan la existencia de procesos -ocultos que explican las limita32 Cuadernos de Pedagogía / N.0 253 /Diciembre ciones de la realidad personal, social y política. Sobre ellos convendría intervenir para liberar de verdad todas las posibilidades humanas y construir una vida más justa, más feliz y más participativa. La explotación y la lucha de clases, la represión del deseo o la burocratización de todos los órdenes de la vida son algunos de los obstáculos contra los cuales luchan las pedagogías radicales. Si siempre resulta difícil señalar todas o las mejores experiencias que en una determinada orientación se han producido en nuestro país, en este caso, la dificultad es todavía mayor, dado que no contamos con un conocimiento histórico suficiente de muchas de las realizaciones que podrían enmarcarse en este epígrafe. Sin embargo, nos parecen destacables las experiencias y reflexiones de Joaquim Franch, en Cataluña; de E Fernández Cortés, en Orellana; o de J. Martín Luengo, en Frenegal de la Sierra y, actualmente, y junto con un equipo, en la «Escuela Libre Paideia», ambos en Extremadura. Ni ideal democrático ni esperanza de transformación: desencanto La mayoría de estas experiencias han dejado un rastro en la memoria pedagógica, pero su influencia puede decirse que casi ha desaparecido por completo del debate educativo actual. Se han señalado varias causas para explicar este hecho. Veamos algunas: el exceso de confianza en la posibilidad y la conveniencia de diluir el poder de los educadores, el exceso de politización en la reflexión y la práctica pedagógica, la caída de los ideales políticos que habían alentado las experiencias radicales, el pesimismo que a veces han provocado algunas sociologías críticas al no dejar resquicios para la esperanza y, sobre todo, la enorme presión eficacista, tecnológica y neoconservadora TENDENCIAS EDUCATIVAS ACTUALES que ha impregnando la gestión escolar y el conjunto del pensamiento educativo. Estos y otros factores han propiciado la crisis de la idea de autogobierno escolar. Puede decirse que ha dejado de ser un tema en la agenda educativa. Las experiencias de autogobierno nunca han sido representativas de lo que ocurría en la mayoría de las escuelas, pero en cambio su discusión había ablandado muchas realidades, obligado sin duda a flexibilizar posiciones y, al fin, quizás a mejorar lentamente la realidad escolar. La situación hoy es distinta: ni siquiera hay debate sobre esos temas. Se combina un laissez-faire pretendidamente democrático, un autoritarismo tradicional y ciertos rituales democráticos acompañados de escasas convicciones. De esa mezcla surge el desencanto que en relación a la participación viven tanto los profesores como los alumnos. Para renovar las vías de la participación escolar La crisis que en buena parte atrapó al ideal de la escuela democrática ha producido desencanto y ha dado impulso a las posiciones neoconservadoras, pero también está desencadenando nuevas re- flexiones y experiencias en orden a revitalizar la idea de autonomía y participación escolar. Entre estos intentos renovados por pensar qué debe ser una escuela democrática merece la pena citar las reflexiones de las pedagogías críticas (véase, en este mismo número, el artículo «Pedagogías críticas. Poder y conciencia»). Partiendo de un riguroso análisis del funcionamiento del sistema educativo y de las prácticas escolares, algunos de los autores más representativos de esta línea entienden la escuela como un espacio social que permita hacer oír la voz de todos los grupos y colectivos sociales, de modo que les sea posible traspasar los límites impuestos en busca de nuevas formas de identidad y de ciudadanía. Con matices distintos, podemos decir que se han expresado de este modo autores como H. Giroux, M.W Appel o P. Freire. Recientemente, apropiándose de otras tradiciones, en algunos claustros aparecen indicios de una renovada preocupación por la participación de los alumnos y alumnas. A menudo es una preocupación que se ha vuelto a plantear de la mano de la reflexión sobre la educación moral. La tesis es muy clara: además de un tratamiento sistemá- Diciembre / N.0 253 / Cuadernos de Pedagogía 33 M J. Franch. Una contribución importante sobre la teoría y la práctica de la autogestión escolar. descubrir valores que les sirvan para encarar mejor dichas controversias. Nos parece justo afirmar que, en la actualidad, estamos ante un lento y frágil incremento de la preocupación por temas que pueden dar nuevo contenido a la escuela en tanto que comunidad democrática. Eso parecen indicar las líneas que acabamos de presentar. Referencias bibliográficas Fernández Enguita, M. (1993): La profesión docente y la la comunidad escolar de un desencuentro, Madrid: Morata. Gil Villa, F. (1 995): La participación democrática en los centros de no universitarios, Madrid: CIDE. San Fabián Maroto, J.L. (1994): «La participación», Cuadernos de Pedagogía,,222, febrero. Santos Guerra, M.A. (1995): «Democracia escolar o el problema de la nieve frita», en Autores Varios: Volver a pensar la educación, vol. 1, Madrid: Morata, pp. 128-141. PARA SABER MÁS tico y, transversal de temas que implican valores, la mejor educación moral es aquella que permite reflexionar y actuar sobre la misma convivencia del grupo-clase. Por tanto, se trata de recuperar desde otra perspectiva la vieja idea de la autonomía y del autogobierno de los escolares. Reforzando esta posición, lentamente nos van llegando los trabajos de L. Kohlberg sobre la escuela como comunidad justa. En nuestro país, la gestión de los centros escolares y la inclusión transversal de temas de valor pueden considerarse intentos significativos de hacer una escuela democrática. Respecto a la primera cuestión, la participación en la gestión de los centros a través de los consejos escolares, se trata de un intento de incrementar la intervención de los ciudadanos en las instituciones escolares. La Ley Orgánica del Derecho a la Educación estableció el consejo escolar como instancia de control y gestión global del centro, formado por una representación de todos los estamentos de la comunidad escolar (Fernández Enguita, 1993; Gil Villa, 1995; y San Fabián Maroto, 1994). Por otra parte, la voluntad de asegurar un contenido que ayude a arraigar la democracia y sus hábitos se está llevando a cabo de modo privilegiado a través de los llamados temas transversales: la educación moral y cívica, la educación para la paz, la educación para la igualdad de oportunidades de ambos sexos, la educación ambiental, la educación para la salud, la educación sexual, la educación vial, la educación del consumidor y la educación intercultural. Estamos ante un conjunto de cuestiones que plantean conflictos de valor que nuestra sociedad tiene dificultades para resolver teórica y prácticamente. Se trata de que los alumnos debatan sobre estas cuestiones controvertidas que atraviesan la convivencia social y que al filo de tales debates puedan hacerse una opinión, contrastarla con la de sus compañeros y re34 Cuadernos de Pedagogía / N.0 253 /Diciembre Appel, M.W. (1996): El conocimiento oficial. La educación democrática en una era conservadora, Barcelona: Paidós. Bardina, J. (1989): El règim de llibertat dels escolars i altres escrits, Vic: Eumo. Carbonell, J. (1996): "El aprendizaje de la autogestión", Cuadernos de Pedagogía, 247, mayo. Cuadernos de Pedagogía (1996): «La ética de la anarquía», Cuadernos de Pedagogía, 247, mayo. Dewey, J. (1918): Las escuelas del mañana, Madrid: Librería de los sucesores de Hernando. - (1971): Democracia y educación, Buenos Aires: Losada. Fernández Cortés, F. (1977): Orellana, Asamblea en la escuela, Madrid: Zero. Ferrière, A. (1928): La libertad del niño en la escuela activa, Madrid: Francisco Beltrán. Franch, J. (1972): L'autogestó a l'escola, Barcelona: Nova Terra. Freinet, C. (1972): Por una escuela del pueblo, Barcelona: Fontanella. Freire, P. (1990): La naturaleza política de la educación, Barcelona: Paidós/MEC. Galí, A., y Herrera, J. (1979): Activitat i llibertat en educació, Barcelona: El Tremp. Giner de los Ríos, F. (1990): Ensayos, Madrid: Alianza. Giroux, H. (1990): Los profesores como intelectuales, Barcelona: Paidós/MEC. - (1992): Teoría y resistencia en educación, México: Siglo XXI. Lobrot, M. (1976): Pedagogía institucional, Buenos Aires: Humanitas. Lodi, M. (1973): El país errado, Barcelona: Laia. Makarenko, A.S. (1983): Poema pedagógico, Barcelona: Planeta. Martín Luengo, J. (1978): Frenegal de la Sierra. Una experiencia de escuela en libertad, Madrid: Campo Abierto. Neill, A.S. (1978): Summerhill, México: Fondo de Cultura Económica. Power, F.C.: Higgins, A., y Kohlberg, L. (1989): Lawrence Kolberg's Approach to Moral Education, Nueva York: Columbia University Press. Rogers, C.R. (1975): Libertad y creatividad en la educación, Barcelona: Paidós. Sensat, R. (1978): Vers una nova escola, Barcelona: Proa. * Josep M. Puig Rovira es profesor del Departamento de Teoría e Historia de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Barcelona.