Luz de Alvear. Una introducción a su obra pictórica

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Luz de Alvear. Una introducción a su obra pictórica
Galina Tomirdiaro
Quisiera presentar a los participantes de la conferencia de hispanistas a Luz de Alvear,
pintora española del siglo XX que, desgraciadamente, no es conocida en nuestro país ni
siquiera por los especialistas en Arte, a pesar del renombre de Luz en España y en el
extranjero. Sus cuadros adornan muchos museos y colecciones particulares de España y otros
países.
Conocí a Luz de Alvear durante mi segundo viaje a España. Nos presentaron unos
amigos madrileños comunes. Fue en 1981, en la exposición del Gernika de Pablo Picasso,
con motivo del retorno del cuadro a España. La exposición se celebró en el Salón del Buen
Retiro, una sala grande de un edificio que antes fue iglesia. Además de la sala central, con su
lujoso gran techo cubierto de pinturas de Luca Giordano, la exposición estaba compuesta por
dos galerías paralelas, con bocetos del Gernika y referencias documentales al bombardeo de
la pequeña villa vasca. Mientras paseaba por las galerías y analizaba los esbozos, yo expliqué,
improvisadamente, los cambiantes medios expresivos, la naturaleza de las imágenes del
cuadro, los distintos métodos elegidos por el pintor para conferir mayor expresividad al
cuadro. Mis explicaciones suscitaron el interés de Luz. No olvidemos que por aquel entonces
los ciudadanos de nuestro país que visitaban España eran cosa insólita y probablemente
resultase curioso para ella conocer qué piensa y cómo explica los cuadros un crítico de arte de
Rusia. De aquel primer contacto con Luz me llevé la impresión de que era una persona de una
gran sabiduría, serena y benevolente, una persona que sabía escuchar. Son rasgos que
realmente caracterizan su carácter, como tuve oportunidad de convencerme posteriormente,
cuando nos conocimos mejor.
Nos volvimos a ver posteriormente, tras una pausa, en 1988. Visitamos, de nuevo, a
nuestros amigos comunes en Madrid, estuvimos en exposiciones y museos e intercambiamos
impresiones, alegrándonos de que coincidiesen nuestros gustos y apreciaciones. Recuerdo
especialmente la casa de Luz, su taller: un apartamento en una casa vieja, muy espaciosa, en
el centro de Madrid, muy cerca del Museo del Prado, cuyas ventanas dan al magnífico parque
del Buen Retiro, coto de caza de reyes en la época del gran Velázquez y Felipe IV (una de las
calles de los alrededores lleva el nombre del monarca). En este lugar, en esa casa, en su taller,
son muchas las cosas que contribuyen a crear un ambiente especial, caracterizado por un aura
espiritual, singular.
Pero lo principal son los cuadros. Muchísimos cuadros. Cada vez, durante cada visita,
después de un encantador obsequio, preparado cuidadosa e ingeniosamente por ella misma,
nos sumergíamos en la contemplación de sus cuadros. No lo puedo calificar de otra manera.
Durante horas y horas examinábamos sus obras. Luz me presentaba, una tras otra, sus lienzos,
que extraía de no sé qué cuartos. Cada cuadro incitaba a un examen más y más atento. En una
ocasión, despidiéndose, me regaló un pequeño lienzo, de recuerdo. He querido traer hoy esta
naturaleza muerta a nuestra conferencia para que los participantes en la misma puedan no
sólo oír hablar de los cuadros de Luz de Albear, sino contemplarlos y formarse una opinión
propia sobre ellos.
Luz me había comentado en España que deseaba visitar nuestro país, visitar nuestros
museos. Nuestro último encuentro fue en nuestro país, Rusia, hace tres años, cuando por
invitación particular Luz vino a San Petersburgo. Visitamos Peterhof y el Hermitage. A
menudo, se detenía para observar, silenciosa y concentrada, alguna de las piezas de la
exposición. Después me diría que muchas amigas suyas le envidiaban por haber podido
visitar Rusia.
Ahora mantenemos correspondencia y Luz me manda regularmente los libritos
dedicados a sus exposiciones, libritos que dedica con palabras como "Para mi querida amiga
Gala con mis mejores recuerdos. Luz".
Durante nuestros encuentros he experimentado siempre una profunda simpatía por
Luz como persona admirable y me he interesado por su obra. Y examinando los catálogos de
sus exposiciones, reflexionando sobre las particularidades de su estilo he conseguido, creo,
acercarme a la comprensión de su expresividad y la hermosura de su pintura. No pretendiendo
hacer un análisis exhaustivo de la obra de Luz de Alvear sí quisiera, no obstante, analizar
algunos de los cuadros de su último período, que nos permiten comprender el estilo y carácter
de su arte.
Quisiera, antes de proseguir, decir unas palabras sobre la biografía de la pintora Luz
de Alvear que, creo, nos ayudarán a entender su vocación de pintora. Luz nació en Santander,
en el norte de España, cerca del mar, tan querido y tan pintado por ella. Como toda mujer,
prefiere no llamar la atención sobre el año de su nacimiento. Y aunque no hace ningún secreto
de ese hecho, porque todo esto tiene que ser escrito en el documento oficial de tramitación de
la invitación para visitar nuestro país, esos datos se han perdido. Y hoy día no puedo
publicarlos. Sigue siendo hermosa, esbelta y femenina.
Luz nació en España, pero pasó muchos años en Argentina, en Buenos Aires, ciudad
en la que residió su familia en los años 40. Su primer maestro fue su padre, el famoso
profesor y pintor Gerardo de Alvear. Por eso ella ha dedicado uno de sus libros "A mi padre
Gerardo de Alvear gran maestro, a quien debo cuanto sé en el Arte de la Pintura. Luz de
Alvear"1. Estas lecciones se prolongarían durante muchos años, desde 1942 y hasta la época
en que ella empezó a exponer. En 1945 participó en exposiciones colectivas. En 1948 tiene
lugar su primera exposición personal, en Buenos Aires.
Ya sus primeras obras (incluidas en sus catálogos), retratos y escenas de género,
permiten apreciar una formación clásica, muy sólida, una escuela magnífica en dibujo,
composición y color. Permiten confirmar, además, que sus palabras de agradecimiento
dirigidas a su padre y maestro no son simplemente una convención ni un mero homenaje a la
memoria del padre. Dos años más tarde, en 1950, Luz llega a Madrid, donde con entusiasmo
hace copias de los cuadros de Goya y Tintoretto. Trabaja también mucho con desnudos.
Más tarde visita París, con el objetivo fundamental de estudiar el arte de los
impresionistas y de los pintores contemporáneos. En sus cuadros de esa época no se percibe
ninguna imitación o copia de la pintura francesa. Simplemente, se puede sentir un nuevo
impulso creador en ella. Su pintura cambia, haciéndose más diáfana y generalizada.
Precisamente en estos años se puede ver cómo se forma su propio estilo individual. Sólo algo
más tarde, en los 60, conocerá Italia, la "patria de las artes": Luz visita Italia en dos
ocasiones, en los años 1965 y 1967.
A partir de ahí siguen años de trabajo ininterrumpido e infatigable. Muchas decenas
de cuadros para exposiciones, concursos y aniversarios. Como siempre, Luz de Alvear sigue
ahora trabajando con intensidad, y expone regularmente sus lienzos en muchos países.
Podemos encontrar su nombre en diferentes diccionarios de pintores contemporáneos, y su
biografía figura en muchas obras impresas dedicadas a las Bellas Artes. Muchas autoridades
en el ramo de la historia con gran respeto pronuncian su nombre, y los poetas le dedican sus
versos.
1
Luz de Alvear, Madrid, 1990, pág. 6
Quisiera detenerme con algo de detalle en uno de los cuadros que ha pintado en los
últimos diez años. De título muy tierno, La Nietita. El motivo del cuadro es muy sencillo: en
torno a una mesa, sobre la cual y junto a un plato con leche se ha instalado confortablemente
una gata encantadora, están el abuelo, la abuela y su nieta. En esta apacible escena, la
atención se centra en el abuelo. Se puede percibir la importancia de su personalidad. Su figura
orgullosa sorprende por su mirada, la postura de la cabeza, el perfil, en el que frente y nariz
componen una linea recta que recuerda a los dioses y a los héroes de las monedas antiguas.
No enseguida puede constatarse que obedece a un hábil procedimiento de la pintora: aunque
la cara del abuelo se muestra de perfil, la figura está pintada frontalmente. Esa manera
acentúa la fortaleza de la figura. El gesto sereno de la mano, que sostiene una pipa, hace que
aumente la mancha obscura de la silueta; la ensancha, intensificando la impresión de fuerza y
estabilidad de la figura. La imagen en el cuadro destaca por su grandeza, concurriendo en
todo ello varios hábiles procedimientos, muy bien encontrados por la pintora: la figura del
abuelo ocupa casí la mitad del cuadro, se perfila muy nítidamente en el interior claro,
remarcado por la silueta generalizada; los ritmos de las líneas verticales (es nítida la raya de la
camisa blanca, las faldas de su americana) aumentan y mantienen el gesto de la mano
levantada, mientras que el acorde solemne del blanco y el negro ultiman la impresión
perseguida de sensación de una figura sólida, solemne y soberbia de este hombre
sorprendente. No cabe duda de que la persona representada tiene los rasgos del héroe. Pero si
el varón domina en el cuadro y en la casa y puede defenderla si surgiese la necesidad, también
es relevante la figura de la mujer que se encuentra a su izquierda, un poco al fondo, tratada
con suavidad por el pincel. Su imagen se ajusta de forma clásica a la noción de "abuela", con
sus cabellos grises, las gafas, la cara marchita y el peinado característico de las ancianas. Está
sentada al otro lado de la mesa, con la cara dirigida al espectador y, posiblemente, observando
a la gata, que está aquí mismo, en la mesa, sobre una yacija especial junto al platito con
leche. Las lineas de su silueta, la silueta de una anciana caen rítmicamente, confiriendo
suavidad a su figura. Los contornos de su figura se inscriben en el esquema clasico de la
pirámide, pero su postura parece serena, natural y libre, gracias a la inclinación de la cabeza y
al movimiento, muy natural, de uno de sus hombros, algo alzado, contrastando con el otro,
inclinado. Quizás esta mujer es discreta, pero su papel es muy significativo en ese mundo.
Tampoco son fortuitos los diferentes matices del color verde predominantes en el tratamiento
de la anciana y en gran parte de la superficie del cuadro. Dominan todo el espacio. Los vemos
en la superficie de la mesa, en el entorno del lienzo, alrededor de la figura del abuelo y aun en
sus cabellos, su camisa (así nos lo no parece) "blanca", en la botella sobre la mesa y hasta en
los bucles de la pequeña. El color nos descubre la visión de una persona artífice de se mundo,
por el que, al mismo tiempo, vela. Es cariátide de ese mundo, por una parte, pero, al mismo
tiempo, ese mundo, sin ella, sucumbiría.
Finalmente, está el el personaje principal, que da nombre al cuadro, la nietita, la niña.
Su imagen cautiva inmediatamente. Sin zalamería, es poética y conmovedora. Es una pequeña
criatura que se aprieta a su abuelo. Ella es su joya y parte inalienable de su ser; no en vano su
figurita está tan próxima del abuelo, siendo inseparable de su representación. Nada de
sorprendente que el rostro de la niña esté frente a su corazón. Está muy bien captado y
pintado el movimiento de la cabeza de la nietita, la expresión de su cara, toda atención y
expectativa. La niña está callada, inmóvil: así son los niños cuando son felices. Pero al mismo
tiempo, junto a esa realidad y verdad de la vida, esta figura está pintada tan vacilante e
indeterminada, en tonos tan palpitantes, suaves del color azul que la cara de la chica con la
boca pintada ligeramente y con la nariz afilada, con la mirada pensativa parece, al mismo
tiempo la imagen de un extraterreste, dentro de una nave escafandra, procedente de otro
mundo; es la cara del habitante de los cielos, de un "ángel azul". Tonos delicados, azules y
verdes rodean a los tres personajes, creando una atmósfera de un mundo sorprendente de su
silencio, ternura y poesía. Este cuadro sostiene una armonía y un triunfo claro de la vida. Pero
no sólo este cuadro concreto.
Esperemos que nuestro espectador ruso comprenda y aprecie la obra de Luz de
Alvear, magnífica pintora contemporánea. De ser así, estoy convencida de ello, el espectador
ruso suscribiría la opinión de la crítica española, que califica el arte de esta maestra de la
pintura en los siguientes términos
...un lujo de color, una fiesta de luz, un canto a lo vivo 2.
2
Enrique Azcoabo , "Blanco y Negro", 1980
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