“Pero, siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad” MAQUIAVELO, El príncipe. 1. Sobre el texto: sitúa al autor en su momento histórico, señala el tema/problema del texto, indica sus ideas principales, muestra las relaciones entre ellas y explícalas. (2,5) El momento histórico del texto es 1513, cuando Maquiavelo ha sido expulsado de la corte florentina y escribe esta obra para convencer a Lorenzo de Médicis de la utilidad de sus servicios, a pesar de haber trabajado anteriormente para sus enemigos. En este tiempo de formación de los Estados-nación, las repúblicas independientes italianas se veían continuamente acosadas por las grandes potencias, y su mejor arma era la inteligencia política, cuyo mejor fruto es el autor de este texto. El tema del texto es la necesaria amoralidad del gobernante en sus actos de gobierno, que debe buscar ante todo el resultado, con los medios que sean necesarios, porque en la política impera el estado de naturaleza. Esto lo presenta el autor como una idea extraída de la observación directa. En cuanto a las ideas, Maquiavelo comienza criticando el planteamiento utópico en la política, en la primera frase del texto, pues cree de poca utilidad estudiar la dinámica del poder político, como es su propósito, desde un punto de vista puramente teórico, partiendo de un modelo de Estado inexistente. Por el contrario, nuestro autor propone partir de los hechos, y ese es el planteamiento de la obra a la que pertenece este fragmento, que se propone describir cómo funcionan los Estados y de qué manera se adquiere, se mantiene y se pierde el poder político. Cree Maquiavelo que eso es más útil que prescribir cómo debe ser un Estado. La política, como todas las ciencias, debe partir de la experiencia. Y como todas ellas, debe limitarse a su objeto de estudio. Por eso opina Maquiavelo que la política debe describir el funcionamiento del Estado remitiéndose nada más que a los hechos. Nuestro autor rompe con la tradicional unión griega entre ética y política, o con el planteamiento medieval que subordina la política a la religión. Se le ha señalado como el iniciador del proceso secularizador en nuestra cultura, debido a que quiere separarla no sólo de la ética, sino también de la religión. A veces incluso se ha comparado a Maquiavelo con Galileo, por la independencia que para su disciplina exige este filósofo, o con Leonardo, por su atención a la experiencia. La calificación de positivismo político a su pensamiento expresa claramente la actualidad del mismo. La preservación del poder, como indica el texto, depende de que se esté pendiente de cómo son los hombres y cómo viven, no de cómo deberían ser y cómo deberían vivir. Por eso, El Príncipe de Maquiavelo es la antiutopía del Renacimiento, porque prescinde del plano ideal y se centra pragmáticamente en lo empírico. Vivimos entre hombres reales y de ahí la idea del texto que afirma que quien se fije en lo bueno se labrará su ruina, porque la mayoría no lo hace. Si la conducta real de los hombres está alejada de una ética ideal, quien quiera sobrevivir entre ellos deberá prescindir de la bondad ética. Y quien más hábilmente deberá comportarse sin referencia a la ética será el gobernante. Maquiavelo previene aquí al destinatario de su obra (Lorenzo de Médicis) de que su conducta, aunque a veces debe parecerlo, no debe estar pendiente de la ética nunca, sino de la realidad humana en la que se desenvuelve. El príncipe debe aprender a ser bueno o malo en función de sus intereses, que son para él la única guía. Maquiavelo tiene como modelo seguramente a su admirado César Borgia, hábil militar y gobernante que nunca tuvo escrúpulos de ningún tipo para sacar adelante sus objetivos. Por la novedad de sus planteamientos, podemos decir que Maquiavelo es uno de los teóricos más notables del Renacimiento, y que con ellos abre el camino de la modernidad. La polémica en la obra de Maquiavelo consiste en la legitimidad de la razón de Estado, concepto perfilado por él y que consiste en que el gobernante debe buscar siempre el interés de su Estado, si es necesario cometiendo actos éticamente reprobables, pero sabiendo ocultarlos hábilmente. Al gobernante le interesa el bien del Estado porque será su propio bien, he ahí la conjunción entre el poder egoísta y el interés público que continuamente superpone Maquiavelo, y que es el lugar común de las discusiones sobre su interpretación. El gobernante deberá incluso utilizar alguna religión para mantener la cohesión social, independientemente de su valor de verdad o de su carga ética. De ahí la frase “El fin justicia los medios”, que nunca dijo Maquiavelo, pero que cuadra bien con su pensamiento. Las críticas habituales al florentino consisten en reprobar la inmoralidad de las acciones motivadas por la razón de Estado, y proponer una política que esté basada en algún tipo de ética, ya sea la cristiana (como hacían sus críticos renacentistas o modernos) o basada en un consenso social (como dicen sus críticos actuales). El caso es que para Maquiavelo cualquiera de esas éticas podría ser válida si se convierte en un instrumento al servicio del poder, en lugar de condicionarlo, porque él se mueve en un nihilismo ético que algunos emparentan con Nietzsche. Además de la Razón de Estado, otro concepto maquiavélico que vemos reflejado en el texto (la capacidad a la que se refiere en la última frase) y que muestra el carácter innovador de su pensamiento es la “virtú” que el príncipe debe tener, y que consiste en ese cinismo pragmático que sabe usar la ética, la religión, cualquier ideología o la propia apariencia para, a la vez, mantener y fortalecer el propio poder político y fortalecer al estado gobernado. No es que la virtud maquiavélica sea puramente egoísta, como hemos indicado, porque para él el beneficio del gobernante pasa necesariamente por el fortalecimiento del Estado, cosa que según él beneficiaría a todos. De esta manera, tenemos el planteamiento paradójico de que el gobernante maquiavélico debe ser una persona a la que todo el mundo censure éticamente (porque miente, incumple acuerdos, finge bondades, traiciona…), pero a la vez se alegre de que lleve los asuntos públicos con esa sagacidad (virtú), porque en asuntos de política, como indica en el texto, todo aquel que quiera comportarse como una buena persona labrará su ruina (y con ella la de su Estado). Recordemos que Maquiavelo está describiendo el funcionamiento real de los Estados eficientes de su tiempo, que él conocía de primera mano por sus años de trabajo como diplomático en la corte florentina. Ese funcionamiento es el que recomienda en esta obra para el príncipe que logre unificar Italia, expulsar de ella a los extranjeros, y convertirla en una potencia de la talla de la Francia o España de aquella época, como él quería.