Grandes reformas, grandes dudas

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El País, Uruguay, enero 2014
FRANCISCO ROSENDE DESDE SANTIAGO DE CHILE
Grandes reformas, grandes dudas
En pocas semanas se materializará el cambio de mando en Chile, asumiendo por
segunda vez Michelle Bachelet la Presidencia de la República, tras su arrollador
triunfo en las elecciones de diciembre pasado.
Previamente, su coalición obtuvo un importante éxito en las elecciones
parlamentarias, al tiempo que la centro derecha registró los peores resultados en dos
décadas.
El Presidente Piñera dejará el gobierno con un destacable registro en materia
económica. Así, se estima que el PIB registró un crecimiento promedio de 5,4% en
sus cuatro años, al tiempo que el empleo creció significativamente, acumulándose un
incremento del orden de 950.000 personas en el cuatrienio. La inflación se mantuvo
bajo control, registrando un promedio de 2,9% en el período.
Dado los números expuestos resulta difícil explicar lo ocurrido en las elecciones
presidenciales y parlamentarias. En particular en las segundas, por cuanto se sabía
que el carisma personal de Michelle Bachelet iba a resultar un obstáculo muy difícil de
superar para cualquier candidato que la enfrentara.
Aun cuando excedería con mucho el espacio de esta columna cualquier intento de
elaboración de una hipótesis que explique la violenta disociación que se registró en
Chile entre los logros económicos del gobierno saliente y el apoyo político a su
coalición, intentaremos aventurar algunas ideas al respecto. Un antecedente
importante dentro del análisis es el ambiente que se generó en diversas latitudes tras
la crisis financiera norteamericana, el que para muchos analistas y políticos evidenció
las debilidades del sistema capitalista, las que requerían ser abordadas a través de
una presencia más activa del gobierno en la economía. Un segundo antecedente tiene
relación con los movimientos estudiantiles que irrumpieron con fuerza en Chile en el
año 2011. En una primera etapa, estos apuntaron a protestar por los altos costos de
financiamiento de la educación universitaria. Más tarde, estas movilizaciones
incorporaron elementos más ideológicos en sus demandas al reclamar la gratuidad de
la educación e incluso el cambio del modelo económico.
La combinación de los factores mencionados generó un importante cambio dentro de
la agenda de discusión política chilena. Así, poco después que arribara al palacio de
gobierno el primer presidente de centro derecha en décadas, la discusión pública
pasó a concentrarse en lo que para diversos líderes políticos eran signos de abusos y
excesos del modelo de economía de mercado. Mientras en Wall Street se levantaban
ácidas críticas hacia el actuar de los líderes de un sistema financiero que puso a la
economía mundial en jaque, en Chile -donde el sistema financiero apenas se inmutó
con dicha crisis- arreciaron las críticas sobre diferentes aspectos del funcionamiento
del mismo, los que eran vistos como poco transparentes y/o abusivos. Todo ello
dentro de un contexto que partía habitualmente reconociendo la fortaleza y
competitividad predominante en la industria bancaria. A través de diferentes
instrumentos, los organismos del gobierno buscaron lograr una mayor transparencia y
simplicidad en los contratos financieros, no obstante lo cual se han mantenido las
críticas sobre el sector que han planteado algunos gremios y sectores políticos.
En lo que se refiere a las manifestaciones estudiantiles, la interpretación
predominante entre los analistas fue que esta reflejaba una señal contundente del
desgaste del modelo de economía de mercado. Desde mi perspectiva una lectura
correcta del origen de éstas es exactamente lo contrario. En efecto, los estudiantes
reclamaron por los problemas de calidad e información adecuada que se visualizaban
en algunas universidades del sistema universitario no tradicional, por cuanto la
ecuación entre los costos y beneficios de la inversión que realizaban los estudiantes
aparecía muy desbalanceada, a la luz de sus dificultades de acceso al mercado
laboral, los costos incurridos y las utilidades de dichas universidades. Así, ellos debían
contraer créditos a tasas de mercado para financiar proyectos de alto riesgo, lo que no
parecía razonable. De este modo, las demandas de los estudiantes por mejorar los
estándares de calidad del sistema universitario y abaratar el costo de los créditos
refleja -a mi juicio- una intensa y generalizada demanda por participar de un sistema
económico que otorga un alto reconocimiento en el mercado -premio- al capital
humano de calidad y no necesariamente la búsqueda de un cambio de éste.
En la medida en que el gobierno pudo llevar a cabo medidas de reprogramación de
créditos universitarios y fortalecimiento del proceso de control de calidad sobre la
oferta de carreras universitarias, se observó una importante declinación en el nivel de
convocatoria y, consecuentemente, en el peso político de las manifestaciones
estudiantiles. No obstante ello, quedó instalada la idea que detrás de estos
movimientos hay una fuerza política latente, la que supera los marcos de los partidos
políticos, hipótesis que me parece debatible.
Pesado compromiso.
Al margen de su popularidad personal y carisma, Michelle Bachelet regresa al
gobierno con el pesado compromiso de lograr cambios importantes en el panorama
económico-social del país. Así, existe el compromiso de elevar la carga tributaria en 3
puntos del PIB con el propósito de avanzar a una "educación pública de calidad", lo
que incluiría la educación universitaria. También se han anunciados cambios en la
Constitución dirigidos a reformar el denominado "sistema binominal" que promueve la
creación de grandes coaliciones políticas. La tarea más difícil del nuevo gobierno será
satisfacer las altas expectativas que han manifestado sus seguidores, en un contexto
de crecimiento que permita conservar los equilibrios macroeconómicos.
Uno de los aspectos que ha provocado mayores controversias del Programa de
Bachelet tiene relación con el cambio del sistema tributario que acompaña el aumento
de la tasa de impuesto a las empresas, desde un 20 a un 25%. En efecto, para
muchos analistas los principales riesgos de la reforma propuesta se encuentran en el
cambio desde un sistema que grava las utilidades retiradas de las empresas a otro
que gravaría las utilidades devengadas y al mismo tiempo introduce un esquema de
depreciación acelerada. Uno de los principales efectos de dicha reforma sería un
sesgo a favor de las empresas que son intensivas en capital y en desmedro de las
que no lo son. El otro es la amenaza de un perjuicio a las pequeñas y medianas
empresas, a las que el cambio en la base del impuesto a las utilidades de las
empresas podría significarles un mayor costo del capital de trabajo. Desde luego,
muchas de estas controversias y dudas podrán disiparse en la medida que se
conozcan los detalles del proyecto de reforma tributaria, lo que debería ocurrir poco
después de asumir la nueva mandataria.
El gran desafío.
Donde no quedan dudas de los riesgos que enfrentará la economía chilena en los
próximos meses es en lo que se refiere a las expectativas de mayores ingresos que
han manifestado importantes grupos adherentes a la nueva coalición gobernante,
sectores que ya han advertido su disposición a dar inicio a un proceso de
movilizaciones callejeras en caso de no ser escuchadas sus demandas. En las últimas
décadas los economistas de diferentes gobiernos han logrado un destacado éxito en
convencer a los gobiernos de turno con respecto a la importancia de los equilibrios
macroeconómicos y, consecuentemente, de los límites que plantean las restricciones
de recursos a las políticas públicas. Ese será el gran desafío de los próximos años,
cuya resolución marcará -sin dudas- la trayectoria que registre la economía chilena a
mediano plazo.
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