[4] Entre los modernos hombres de ciencia de Italia, a más del profesor Rossi, que es consumado geólogo, y del profesor Rossetti, astrónomo, de quienes ya ha hablado a sus lectores La Opinión Nacional, cuéntase un escritor de importancia ya reconocida, por más que algunas de las teorías que mantiene, a pesar de ser teorías materialistas, sean meras elaboraciones metafísicas, e hipótesis osadas no comprobables con hechos. Pero busca con afán y con sinceridad la verdad, y se ha consagrado generosamente al estudio de los problemas de la Naturaleza, y merece el renombre que goza. Se llama Tito Vignoli. Entre sus obras, distínguese La doctrina racional del progreso, y la que acaba de publicar que se llama El mito y la ciencia. En La doctrina racional del progreso desarrolló Vignoli la que le parece ser la ley del progreso humano, el cual, en su origen e impulso, fuera de lo que de sobrehumano pueda tener en sí mismo el hombre, no necesita para su desarrollo de ninguna influencia sobrenatural. Otra es la materia que estudia en El mito y la ciencia,en cuyo libro trata de investigar el origen de la vida en su doble manifestación racional y animal, cuyo origen de dobles manifestaciones mantiene el italiano que arranca de una base común de materia que se produce y transforma conforme a la teoría de la evolución, que mantiene que cada ser se cambia por su propia fuerza en otro ser superior de su misma especie, cuyos cambios, partiendo de cuerpecillos infinitesimales vivos, vienen a rematar en la producción del ser humano. ¡Ni que mucho que eso fuera cierto! El misterio siempre queda el mismo. El misterio no está en el modo con que se desarrolla la vida, sino en la esencia de la vida. Mientras más pequeño es su germen, más grande aparece su Creador. No hay ofensa al Creador en suponer que hizo el mundo de uno u otro modo, o que desarrolla la vida por uno u otro procedimiento. Cuando los hombres discuten sobre esto, contradicen las opiniones de otros hombres. La palabra de Dios es la naturaleza, y la naturaleza no ha favorecido todavía a hombre alguno con la plena revelación de su misterio. ¡Que aparecen paralelamente y a un tiempo mismo en los seres vivos la vida espiritual y la material! No ha llegado a demostrar eso aún la Historia Natural, ni a sospecharlo siquiera, aunque eso ha de ser lo cuerdo, porque todo ser vivo aunque imperfecto, está dotado de una suma visible, mayor o menor, de vida espiritual! Pero aunque eso demostrase, estaría demostrado a lo sumo que las dos manifestaciones de la vida, la espiritual y la material, aparecen a la vez y se desarrollan paralelamente en los seres vivos. Mas ¿qué demuestra en eso que el espíritu sea una mera secreción de la materia, como quieren los materialistas? Valdría tanto como afirmar que la materia es una mera obra del espíritu. Tan metafísico son los que por ignorancia, o soberbia espiritual, niegan la importancia indiscutible del elemento material en nuestra vida, y la dependencia de la materia a que está sujeto el espíritu,como aquellos que, por ignorancia también, y también por espiritual soberbia, niegan la importancia visible del espíritu en la vida del hombre, y la dependencia del espíritu a que la materia está también sujeta!—Se nos han salido involuntariamente de la pluma esas reflexiones al dar cuenta del libro nuevo de Vignoli. He aquí lo que dice del libro una buena revista extranjera. “Vignoli es partidario acérrimo de la teoría monística en toda su amplitud. Ha construido su libro sin valerse en ningún punto de él de la doctrina que reconoce al hombre dotado de una doble vida, corporal y espiritual. Más darwinista que Darwin mismo, no se inquieta por ese animal intermediario, por ese ‘eslabón perdido’, en la cadena que une a Shakespeare y Newton, a los hombres más extraordinarios de la Tierra, a los hombres casi divinos, con su humilde antecesor, el ascidiano. Vignoli cree que la vida animal no es más que una extensión transformada, una nueva combinación mejorada, de las fuerzas puramente mecánicas de la naturaleza, y que la vida racional, o espiritual, cuyos nombres confunde en uno mismo, no es más que la extensión transformada, y un estado nuevo, de la vida puramente animal, llevada a más altas manifestaciones por la simple fuerza de cambios continuos e infinitesimalmente pequeños, verificados a través de las inmedibles estaciones de la formación de la Tierra”.—Que cada grano de materia traiga en sí un grano de espíritu, quiere decir que lo trae, mas no que la materia produjo el espíritu: quiere decir que coexisten, no que un elemento de este ser compuesto creó el otro elemento. ¡Y ese sí es el magnífico fenómeno repetido en todas las obras de la naturaleza: la coexistencia, la interdependencia, la interrelación de la materia y el espíritu! Continúa la revista extranjera: “Vignoli mantiene que es inconcebible una ciencia del Universo, que no admite la existencia de fuerzas eternas e inmanentes, fuerzas que residen en el Universo mismo, y que trabajan para la realización de fines necesarios, con arreglo a la conservación y correlación de la energía que poseen las fuerzas desde su principio.” Y ¡siempre queda en pie la verdad inconmovible! Todos los trabajos, los beneméritos y colosales trabajos de la ciencia; que encadenan la atención, benefician la vida, fortifican la mente, y nos enorgullecen de nosotros mismos,se reducen a averiguar la disposición de las fuerzas de la naturaleza, y la manera de su desarrollo. ¡Pero eso es el anhelo del espíritu humano! El hombre quiere saber lo que nadie ha de decirle: la esencia de la fuerza! Quiere penetrar lo que el sumo dolor o la vida humana, aparentemente pueril, le ofusca a veces: el objeto de la vida! Eso le importa más que la disposición de las fuerzas de la vida. Las ciencias aumentan la capacidad de juzgar que posee el hombre, y le nutren de datos seguros; pero a la postre el problema nunca estará resuelto; sucederá solo que estará mejor planteado el problema. El hombre no puede ser Dios, puesto que es hombre. Hay que reconocer lo inescrutable del misterio, y obrar bien, puesto que eso produce positivo gozo, y deja al hombre como purificado y crecido. Se magnifica el virtuoso. La Opinión Nacional, Caracas, 15 de junio de 1882