Cuándo se desarrolla la mente simbólica Alicia García Bergua Lo que distingue la mente humana de la del resto de los mamíferos es su capacidad de utilizar una gran cantidad de representaciones simbólicas de la realidad. El lenguaje humano es la consecuencia directa de esta mente simbólica; sin embargo éste no explica por sí mismo cómo surge en cada individuo y de qué manera. La simbolización o el hecho de convertir en símbolo o representación lo que conocemos de la realidad, ha sido esencial para la supervivencia y evolución de la especie humana; sin esta capacidad sería imposible proyectar nuestras acciones en el tiempo y en el espacio, y transmitir los conocimientos de generación a generación. Sin la capacidad de representación y simbolización, no podríamos interpretar las huellas fósiles del pasado, no podríamos imaginar, por ejemplo, algo como un dinosaurio. Esto último lo señala Judy S. DeLoache especialista en desarrollo cognitivo temprano y particularmente en pensamiento simbólico, de la Universidad de Virginia. En la edición especial dedicada al desarrollo infantil de Scientific American Reports, de 2008, en su artículo ?Mindful of Symbols? describe toda una serie de experimentos que ella realizó para ver el surgimiento de la mente simbólica en niños muy pequeños. Pocos años antes había quedado intrigada al escuchar historias que sugerían que los niños muy pequeños no apreciaban el carácter dual o referencial de las fotos o de los dibujos. Había oído por ejemplo de un niñito que se trataba de poner un zapato reproducido en un papel, o de otro que trataba de sacar una fruta de la foto en la que estaba retratada. Con ayuda de la antropóloga Alma Gottlieb de la Universidad de Illinois mostraron a un grupo de bebés de la aldea Beng de Costa de Marfil (que estaban sentados con sus mamás en el piso, mientras las cabras y los pollos andaban alrededor, otros niños de la aldea jugaban y otras gentes del pueblo trabajaban y conversaban) una serie de imágenes de libros y en video que nunca habían visto antes. Como los de cualquier otra parte del mundo, los bebés exploraron las imágenes. Su confusión parecía ser más conceptual que perceptual, pues a la hora de elegir entre la imagen y el objeto real, ellos preferían el objeto real. Sin embargo no parecían comprender completamente la naturaleza de las imágenes y en qué se diferenciaban de las cosas, y entonces ponían, por ejemplo, sus labios sobre el chupón de la mamila de una imagen. La misma confusión ocurrió cuando Pierroutsakos y su colega Georgine L. Troseth de la Universidad Vanderbilt, pusieron a unos bebés ante las imágenes de un videojuego en la pantalla de un televisor. Si las imágenes eran reales y en tercera dimensión, los bebés de nueve meses se acercaban a la pantalla a explorarlas manualmente, si eran dibujos a línea, no se acercaban. Alrededor de los 18 meses los bebés empiezan a apreciar que una foto representa algo real y en vez de manipularla como objeto le ponen un nombre o preguntan por ella. En 2004 Melissa A. Preissler, ahora en la Universidad de Edimburgo en Escocia, y Susan Carey de la Universidad de Harvard, dieron una muy buena muestra de esto. Utilizaron un dibujo a línea de una batidora para enseñarles a bebés de 18 a 24 meses el nombre del objeto. La mayoría de los bebés supuso que el nombre era del dibujo y no del objeto. Es decir, interpretaron la representación como un objeto real. Judy S. DeLoache piensa que algo que contribuye a que los bebés dejen de explorar manualmente las fotografías, es una creciente inhibición o refrenamiento de los impulsos. Durante los primeros años de vida los niños son cada vez más capaces de refrenar sus impulsos. Este cambio general en el comportamiento está sustentado por cambios en la corteza frontal. A la vez, las interacciones con las fotografías familiares y de su entorno, ayudan también a los niños a interactuar con ellos contemplativamente o a partir de una conversación. No obstante, le toma varios años a nuestro cerebro entender completamente la naturaleza de las fotos como representaciones. Las fotografías no son la única fuente de confusión para los niños muy pequeños, durante muchos años DeLoache y sus colegas habían observado los intentos de niños muy pequeños de meterse a la cama de las muñecas o de sentarse en una silla de juguete. Como estas conductas no se mencionaban en los textos científicos, DeLoache y su equipo decidieron estudiarlas. Pusieron a unos bebés de entre 18 y 30 meses a jugar con un carrito, un tobogán y una silla a su medida, de manera que los bebés pudieran utilizarlos subiéndose o sentándose. Después los llevaron a otro cuarto donde los objetos estaban hechos a una escala mucho más pequeña. Casi la mitad de los niños intentó llevar a cabo las mismas acciones que con los objetos a su medida. Algunos se trataban de sentar en la sillita, otros de subir las escaleritas del tobogán o de entrar en el carrito. La mayoría de los niños no reaccionó de manera especial ante los intentos fallidos, probablemente porque su vida diaria está llena de ellos. La interpretación de DeLoache y su equipo de estos errores de escala es que hay en la mente de los niños una disociación entre el uso de la información visual para planear una acción y el control de su ejecución. DeLoache y su equipo piensan que en la mitad de los niños se activó la memoria visual de la interacción con los objetos que no estaban a escala y con ella activaron el programa de la corteza motora para interactuar con los objetos a escala. En la otra mitad de los niños este programa motor no se activó, pues no interactuaron con los objetos a escala de la misma manera que con los que no estaban a escala. Esta disociación es consistente con las teorías que plantean que son distintas regiones del cerebro las que se ocupan del reconocimiento manual del objeto y las de la planeación de su uso, y las que se ocupan de la ejecución y el control de las acciones. Pero ahora se sabe que nuestra interacción con los objetos implica una integración simultánea de toda la información visual y motora que recibimos en la corteza parietofrontal y que esto da lugar a una respuesta veloz. Por ejemplo, ahora se sabe que para que nuestra mano pueda simplemente tomar una taza, necesita de un mecanismo capaz de traducir la información sensorial que recibe en la forma en que los dedos la agarrarán y esto en nuestro cerebro ocurre casi a la vez. Es probable que estos mecanismos cerebrales de integración de la información sensorial para efectuar una acción determinada se afinen con el aprendizaje, pero es muy probable que estén programados desde el principio, como sucede con el lenguaje. Los errores de escala implican sobre todo para DeLoache que los bebés no pueden mantener la distinción entre el símbolo y el referente; el problema se resuelve para los niños cuando la doble representación de un objeto desaparece. (Pero podría ser que el otro 50% de los bebés sí distinguieron el objeto a escala del original y por tanto esta última afirmación podría no ser correcta). En un experimento realizado por DeLoache, Rosengren y Kevin F. Millar en 1997, convencieron a un grupo de niños entre dos y tres años, con el consentimiento de sus padres, de que tenían un aparato que encogía los objetos. Utilizando esa mentirita esperaban saber si la necesidad de pensar en un objeto de dos maneras distintas era el problema que los niños tenían con las representaciones. Si el niño piensa que el objeto original se encogió con la máquina, entonces ya no tiene que establecer una relación entre el original y el encogido. Se les puso a los niños una gran tienda y después se les hizo salir del cuarto a esperar en otro que la máquina hiciera su trabajo; una vez colocada la tienda en miniatura, en lugar de la grande, se les pidió a los niños que fueran a ver la tienda original y ellos fueron con la que supuestamente se había encogido.(Este experimento puede parecer confuso para los niños porque al sustituir la tienda y pedirles ir a la original, no tienen más posibilidad de escoger la que ven, es decir, la original supuestamente encogida). Estos hallazgos tienen muchas aplicaciones, entre ellas el evitar el uso de los muñecos en niños muy pequeños para averiguar si alguien ha abusado de ellos. Hasta los 3 o 3 y medio años la mayoría de los niños son incapaces de relacionar las partes del cuerpo del muñeco con las de su cuerpo. Por otra parte, este hallazgo también tiene consecuencias en la enseñanza de la aritmética y la escritura. DeLoache y su equipo compararon con dos grupos de niños de entre 6 y 7 años, qué era más fácil a la hora de aprender a restar, si utilizar lápiz y papel o cubos. A los que utilizaron cubos les llevo tres veces más tiempo resolver las restas e incluso una niña les preguntó si no habían pensado en utilizar sólo lápiz y papel. Aunque si con lápiz y papel los pones a representar los números con dibujos, esto no aclararía del todos si los niños no están utilizando una mente en gran medida ya simbólica. Quizá en la postulación de estos experimentos hay un error conceptual por no pensar en que la mente está programada desde un principio para pensar simbólicamente, pues el aprendizaje del lenguaje se da gracias a ello, a que los niños pueden en algún momento predecir el orden gramatical que le da la dimensión simbólica a las palabras (Ver en Cienciorama La gramática es inherente al lenguaje humano). Estos experimentos aportan más bien a empezar a entender cómo se desarrolla la mente simbólica en contacto con el medio ambiente, hasta dar lugar a las matemáticas y a la poesía, por ejemplo. BibliografíaJudy S. DeLoache, ?Mindful of Symbols?, Scientific American Reports, Edición especial sobre desarrollo infantil, vol. 17, número 2, junio de 2007. Giacomo Rizzolatti y Corrado Sinigaglia, Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatía emocional, Editorial Paidós, 2006. Terrence W. Deacon, The Simbolic Species, W. W. Norton & Company, Nueva York, Londres, 1997. Steven Pinker, The Languange Instinct: How the Mind Creates Language, William Morrow, Nueva York, 1994.