Liberalismo, constitución y democracia Ronald Dworkin

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Liberalismo, constitución y democracia
Ronald Dworkin
¿Qué es el liberalismo?, se pregunta el filósofo del Derecho, Ronald Dworkin.
Antes de la Guerra de Vietnam, existía un conjunto de causas que podían
identificarse con el programa o la ideología liberal: igualdad económica,
separación Iglesia-Estado, libertad de expresión, despenalización de ofensas
morales y a favor de un uso más agresivo del poder político central para alcanzar
todos estos objetivos.
Sin embargo, algo sucedió después de la Guerra que desdibujó las diferencias
significativas entre los liberales y los conservadores1. Dworkin intenta en este
ensayo volver a articular el programa coherente y unificado que, durante el
período conocido como el New Deal, defendió el liberalismo en los Estados
Unidos. Dworkin sostiene que el liberalismo es una moral política auténtica, que
defiende una determinada concepción de la igualdad: la “concepción liberal de la
igualdad”.
Asimismo, el autor apunta que el programa liberal se fue diluyendo por confundir
las posiciones derivadas con las constitutivas que debe tener toda moral o
ideología política. De esta forma, se entiende que no hubo un desencanto con la
teoría política liberal, sino que las circunstancias cambiaron y las estrategias para
llevar a cabo las posiciones políticas constitutivas no fueron eficientes.
Dworkin también se pregunta si hay algún principio que atraviese el núcleo de las
proposiciones liberales. La teoría democrática reconoce a la libertad y la igualdad
como los dos principios más importantes, sin embargo, éstos se encuentran en
permanente confrontación. De este modo, hay decisiones que favorecen la
igualdad y van en detrimento de la libertad, como hay decisiones que, como
consecuencia de defender la libertad, reducen la igualdad. Un buen gobierno es el
que sabe armonizar estos dos principios. Los liberales (y ésta es una cuestión
fundamental) tienden a favorecer más la igualdad y menos la libertad que los
conservadores.
Hay un punto de mayor sutileza que dibuja las diferencias entre liberales y
conservadores: la posición que debe tener el gobierno frente a sus ciudadanos.
1
Vale la pena mencionar que Dworkin hace alusión a los programas liberales y conservadores en el contexto
exclusivamente estadounidense aunque, como apunta en otros momentos del ensayo, puede ser una teoría
liberal universal.
Dworkin se pregunta: ¿qué quiere decir que el gobierno trate a sus ciudadanos
como iguales?
Para él la pregunta debe ser respondida de dos maneras distintas o con dos
teorías diferentes. La primera teoría sostiene que las decisiones políticas deben
ser independientes a la cuestión de qué le da mayor valor a una vida, ya que si
eligiera una de las opciones no estaría tratando con igualdad las elecciones de sus
ciudadanos. Desde la perspectiva de la segunda teoría, el gobierno (o el buen
gobierno) consiste en fomentar o en reconocer las buenas formas de vida; el trato
igualitario, en esta teoría, consiste en tratar a cada ciudadano como si desease
llevar a cabo la vida considerada como buena.
Dworkin sostiene que el liberalismo toma como suya la primera teoría que
responde a la pregunta de cómo debe tratar el gobierno a sus ciudadanos. Esta es
“la teoría liberal sobre la igualdad” que condena las diferencias provocadas por la
desigualdad de origen (la que enfrenta un hijo de un padre no exitoso contra el hijo
de un padre exitoso, por ejemplo). Estas son las diferencias que no están
relacionadas con preferencias frente a las cuales el Estado debe ser neutral; están
íntimamente vinculadas con la cuestión de la desigualdad social. Frente a estas
últimas diferencias, el Estado (liberal) no debe ser neutral. Su posición frente al
mercado debe ser la de un capitalismo redistributivo o la de un socialismo limitado
que justamente pueda corregir esas diferencias sociales.
Por otra parte se encuentra la democracia, la otra gran institución de la economía
política que debe defender el legislador liberal. La democracia “garantiza el
derecho de cada persona a ser respetada y cuidada”. Por ejemplo, para evitar
arbitrariedades en el ámbito penal (que el liberal sabe que muchas veces se dan
por los fiscales a la hora de decidir a quién van a perseguir y no necesariamente
por los legisladores), el legislador liberal debe construir un procedimiento procesal
que permita alcanzar cierta certeza en las decisiones tomadas por tribunales.
De este modo, el legislador liberal se decanta por el mercado y por la democracia
representativa, instituciones igualitarias que, sin embargo, producen
desigualdades, a menos que el legislador sea capaz de añadir esquemas que
robustezcan los derechos civiles que se encuentran en juego en ambas
instituciones.
En cambio, el conservador se distingue por considerar la segunda de las
concepciones de la igualdad aquella en la que el gobierno reconoce las buenas
formas de vida. El conservador, en este sentido, busca trasladar la virtud privada a
la pública.
Si el conservador tuviera que diseñar su propia sociedad y su propia constitución,
es altamente probable que elegiría, al igual que el liberal, a la democracia y al
mercado como las dos instituciones políticas fundamentales de esa sociedad. A
pesar de ello, la valoración que hace el conservador de estas instituciones es
radicalmente distinta a la que hace el liberal. El conservador, por ejemplo, no verá
ningún mérito genuino en la idea de redistribución, pues el mercado debe premiar
el talento.
Por otra parte, el conservador, en democracia, no aspira a excluir las preferencias
externas del proceso democrático por medio de un esquema de derechos civiles;
al contrario, el conservador se encuentra convencido que una de las ventajas o
beneficios de la democracia es que permite convertir en pública la virtud privada.
A pesar de que hay un consenso entre liberales y conservadores en optar por las
mismas instituciones políticas fundamentales, existe un disenso sobre las medidas
correctivas que deben ser empleadas para corregir las deficiencias de ambas
instituciones. El liberal buscará que el Estado sea neutral frente a las preferencias
individuales y activo frente a las desigualdades sociales, mientras que el
conservador preferirá que el Estado trate igual a sus ciudadanos en relación con el
modo de vida considerado como bueno o correcto.
Dworkin, al responder a la crítica de que el liberalismo es moralmente escéptico
sostiene que el liberalismo está a favor de que el gobierno trate como iguales a
sus ciudadanos, no porque no existan lo correcto y lo incorrecto, sino,
precisamente, porque “eso es lo correcto”.
Igualdad, democracia y constitución: nosotros, el pueblo, en los estrados
¿Es democrático el judicial review? Esta pregunta no solo se la formula Ronald
Dworkin, sino gran parte del mundo democrático occidental. Hay, por supuesto,
distintas y diversas respuestas a esta interrogante.
Hay quienes señalan que este tipo de control judicial es una falla del sistema
constitucional y también hay quienes creen que debe ser parte de un sistema
constitucional, aunque ello no tenga credenciales democráticas ostensibles.
Dworkin señala que todas las constituciones modernas tienen “disposiciones
estructurales” (podría traducirse en la parte orgánica del texto constitucional) y
“disposiciones restrictivas” (que pueden entenderse como fragmentos de la parte
dogmática). Las segundas suelen establecer límites explícitos al poder que tiene la
mayoría según las disposiciones estructurales. También son las segundas
disposiciones en las que piensan los académicos que critican las partes “no
democráticas” de una constitución. Parten de la idea de que las mismas
disposiciones estructurales sientan las bases para una democracia genuina, sin
necesidad de que haya restricciones a las mismas. De este modo, se infiere que
cualquier restricción que limite a las mayorías democráticas, no es democrática.
A lo largo de la historia estadounidense, han habido numerosas corrientes
ideológicas que han intentado dar una respuesta a la cuestión de la interpretación
judicial. Como ejemplo están el historicismo y el pasivismo. Sin embargo, para
Dworkin, John Hart Ely es quien ha dado una de las respuestas más plausibles al
problema de la democracia. Ely sostiene que las disposiciones restrictivas no
siempre son antidemocráticas e, incluso, en muchas ocasiones, vuelven una
constitución mucho más democrática que sin ellas (un ejemplo que da Ely de una
restricción que abona a la democracia es la prohibición a los parlamentos de
restringir o limitar la libertad de expresión ya que, sin ella, disminuye la calidad
democrática de un país).
A pesar del esfuerzo interesante de Ely de rescatar la calidad democrática de la
constitución estadounidense, Dworkin propone una respuesta distinta: que el
“problema de la calidad democrática es genuino e insoluble”.
El filósofo realiza una distinción entre la acción colectiva estadística y la acción
colectiva comunitaria. La acción colectiva es estadística cuando lo que el grupo
hace es una función de lo que los miembros individuales hacen por sí, es decir, sin
los individuos saber que estaban actuando como grupo. Cuando hay una acción
colectiva comunitaria quiere decir que los individuos asumen la existencia del
grupo por sí mismo.
Dworkin señala que el –eterno- conflicto entre democracia y constitución
dependerá de la concepción democrática que se elija: estadística o colectiva. Cree
que la mejor visión de la democracia es la que adopta la acción colectiva
comunitaria. En primer lugar, por ser “más atractiva” como opción de moralidad
política y, en segundo, porque esta visión ofrece una mejor descripción de las
comunidades políticas de Estados Unidos y Canadá.
La acción colectiva comunitaria no parte de una ontología que prefiere a la
comunidad sobre el individuo; tiene que ver, más bien, con una serie de actitudes
preferidas por los individuos de la comunidad. De este modo nace una nueva
unidad de responsabilidad: la comunidad, el grupo, la sociedad. Así, por ejemplo,
los músicos comparten la responsabilidad por lo que sucede en una orquesta, por
sus errores y sus aciertos.
La visión de la democracia comunitaria de Dworkin es muy similar a la conocida
como democracia sustancial, en oposición a la formal o procedimental. Parte de la
idea de que hay “principios políticos y morales que protegen a la democracia” y
que ésta no puede entenderse únicamente como una serie de reglas y
procedimientos que regulan las votaciones, el proceso parlamentario y la
promulgación de leyes. La democracia sustantiva exige un mayor compromiso con
ciertos principios e ideas, sin los cuales no puede hablarse de una democracia
verdadera.
En esta visión de la democracia hay una mayor cabida para la interpretación
judicial que tiene que decidir, en muchos casos, entre los principios de
participación e interés que suelen, al igual que la libertad y la igualdad, entrar en
constante choque (el autor pone el caso complejo del aborto para ejemplificar ese
choque).
La frase “nosotros, el pueblo”, no incluye solo a las mayorías, sino a todos los
ciudadanos de una comunidad. Es por ello que la democracia estadística puede
ignorar a todo un sector de la sociedad.
En una democracia comunitaria, todos los ciudadanos juegan un rol que les
permite incidir en las decisiones políticas de una comunidad a la vez que obliga a
los gobernantes a tomar en cuenta cada uno de los intereses de los ciudadanos
mismos. En una democracia comunitaria, la ley no solo es válida por el aspecto
formal, sino que también juega, con mucho mayor relevancia, el aspecto material
de la norma en cuestión.
En una democracia comunitaria, tal y como sugirió en principio Ely, las
disposiciones restrictivas no menoscaban la cuestión democrática, sino al
contrario, hacen a una democracia más democrática.
Recomendado por: Reyes Rodríguez Mondragón.
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