"La revolución española" de León Trotsky, en Público

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"La revolución española" de León Trotsky, en Público
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Reseñas
"La revolución española" de
León Trotsky, en Público
- solo en la web -
Fecha de publicación en línea: Martes 17 de mayo de 2011
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Público sigue con su Biblioteca de la República. Ya ha publicado a Azaña, a Nin, a Max Aub, y hay una próxima
entrega con esta recopilación de León Trotsky que editó primero que nadie Ruedo Ibérico en Paris como parte de un
proyecto de Obras en el que trabajaron Juan Andrade, Fernando Claudín, el "alma mater" de la editorial Pepe
Martínez, y en el colaboró gente como José Álvarez Junco. Se publicaron varios volúmenes, pero después Trotsky
comenzó a ser publicado pródigamente en el interior por editoriales como Fontamara, Akal, Júcar, y en concreto
esta selección, tuvo numerosas versiones.
Trotsky conocía mucho mejor Alemania, Francia e incluso Gran Bretaña; no sabía gran cosa de la crisis española
que veía muy en semejanza con la experiencia rusa, además, por la coyuntura, dicha crisis le quedó muy lejos, y el
resultado fue francamente desigual, potente y brillante en muchas ocasiones, pero en otros, el águila voló a la altura
de una gallina, aforismo que Lenin aplicaba a Rosa Luxemburgo y que se podía haber repetido también con éste y
con Trotsky.
El caso es que la recopilación estará en los kioscos, y muchos lectores y lectoras tendrán una ocasión única de
acceder a un libro que demuestra el interés que el teórico de "la revolución permanente" concedió al Reino de las
Españas durante los años treinta; una gran importancia al proceso revolucionario que, de hecho, culminaría y
cerraría trágicamente el ciclo de revoluciones iniciado en el Octubre ruso.
La crisis de la dictadura de Primo de Rivera —cuyo poder «se desinfló»— y el advenimiento de la IIª
República ponen en actualidad, para Trotsky, «las tareas democrático-burguesas» específicas que tiene el país por
resolver. Estas tareas, que son las que las masas empiezan a exigir en el trabajo y en las calles, no podrán ser
resueltas por los burgueses republicanos: "No puede esperarse de ellos, escribe en 1931, ni la expropiación de las
grandes propiedades de los hacendados, ni la liquidación de la situación privilegiada de la Iglesia católica, ni la
depuración radical de los establos de Augias de la burocracia civil y militar".
En su opinión, le corresponde a la clase obrera española arrastrar al campesinado y al conjunto de los oprimidos y
llevar a fin la revolución democrática. Esto sólo lo podrá hacer sí instaura una dictadura de clase y comienza al
mismo tiempo el camino del socialismo. Entiende que el proceso revolucionario español es más profundo que el
ruso, ya que en España concurría un nivel de organización y de cultura superior en las masas y porque el ascenso
del fascismo y la incapacidad de la burguesía republicana está evidenciando aún más radicalmente, sí cabe, los
antagonismos de clase. La cuestión de las cuestiones radica, a su juicio, en saber sí a este nivel de conciencia le va
a corresponder una dirección revolucionaria representativa y capacitada.
Dentro de esta documentación se puede registrar como Trotsky va analizando el desarrollo de la conciencia
revolucionaria del movimiento obrero español, cuya tradición "radical" se remontaba a la Iª Internacional y la crisis
social de la Iª República. Cuando conoce que frente a la dictadura, han sido los estudiantes los que más se han
movido, ve en ello un fenómeno típico que preludia la irrupción del movimiento obrero. En las primeras
movilizaciones huelguísticas distingue un primer «período del despertar de las masas, de su movilización, de su
entrada en la lucha».
Después del ascenso de Hitler y de la victoria radical-cedista, este despertar se hace ostensible. Trotsky también
criticó duramente a las diferentes formaciones obreras existentes. Los socialistas aplazan la revolución proletaria
para un futuro indeterminado y ahora apoyan a los republicanos en sus medidas contra las masas. El partido
comunista estaba arruinado por su ultraizquierdismo, que le llevó a querer enfrentarse contra la República, a la que
apenas sí distinguió de una mera prolongación de la dictadura: los mejores elementos del partido estaban fuera de
él, entre ellos, Maurín y la misma Oposición en la que Trotsky tenía grandes esperanzas.
Sin duda los mejores militantes del proletariado español estaban en la CNT. Para Trotsky, esta confederación había
podido seleccionar lo mejor de la clase obrera aunque, desgraciadamente, esto significaba que estaba orientada por
el «cretinismo antiparlamentario» de los anarquistas que «niegan la política hasta el momento en que los toma por el
cuello; entonces le hacen lugar a la política de la clase enemiga».
Su obsesión era la siguiente: la revolución necesitaba, primero, un nuevo partido, segundo un partido, y tercero un
partido. Para llevarla a buen puerto, los comunistas auténticos tenían que luchar por conquistar a las masas para
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desplazar la influencia de socialistas y anarquistas, dentro de la perspectiva del frente único. En un principio, de
acuerdo con su línea de reformar la Internacional, Trotsky llama a la Oposición española a ganar la mayoría en un
partido comunista único. Después del giro efectuado tras la derrota del proletariado alemán, surgirán los problemas
con Andreu Nin y Juan Andrade en torno a la táctica de la construcción de dicho partido. Como ya hemos indicado,
el ascenso fascista en Europa influye decisivamente. Las fuerzas de la reacción se preparan. La burguesía apoya
con una mano a la CEDA (y a los "radicales", muy ligados a casos de corrupción como en Francia), que desde el
poder hablan de la instauración de una dictadura corporativa comandada por su « jefe» Gil Robles. Con la otra
empieza a mover los hilos de la conspiración militar fascista de acuerdo con el Duce. El partido azañista demuestra
su debilidad al no contar con el decidido apoyo socialista. En las nacionalidades, los partidos nacionalistas de masas
-ERC y PNV- no se muestran capaces de encauzar el movimiento semiinsurreccional de 1934. Los socialistas están
divididos entre una derecha socialdemócrata clásica (Prieto) y una izquierda que repite en gran me¬dida el léxico de
Lenin y Trotsky. La CNT sufre de otra manera su división entre los «trentistas» y los «faístas»...
La carta de Trotsky del Frente Único y la de Stalin del Frente Popular ocuparán durante dos años una gran
importancia. Se trata de dos estrategias opuestas, pero, cada una a su manera, sumamente coherentes.
A pesar de su debilidad —no obstante, contaba en 1932, al menos, con cerca de 2.000 militantes, una cifra
aproximada a la del PCE—, la Izquierda Comunista, contaba con una cierta influencia, que se tras¬lucía muy
vivamente entre los «caballeristas» como Araquistain y, sobre todo, entre las Juventudes Socialistas dirigidas por
Santiago Carrillo que llamaban a los trotskistas para «bolchevizar» el PSOE.
Para Trotsky, la mejor manera de construir en poco tiempo un partido para la revolución española empezaba por el
trabajo fraccional en el seno del socialismo, argumentaba a su favor diversas razones.
El PSOE sufría una poderosa radicalización por abajo y se situaba, de hecho, a la izquierda del estalinismo. Todavía
sobrevivían en su interior ciertas tradiciones democráticas a las que el PCE era ya completamente ajeno. Las
mismas Juventudes que calificaba a los "trotskistas" de ser «los mejores revolucionarios y mejores teóricos de
España» , para empujar a la enorme masa de seguidores de Largo Caballero hacia posiciones netamente
revolucionarias, la mano izquierda de caballero, Luis Araquistain habla en términos elogiosos de Trotsky y se
plantea la creación de una nueva Internacional . De acuerdo con él estaban Nin y pocos más. La mayoría de la
Izquierda Comunista se orientó hacia la unificación con el partido de Maurín sobre la base de un programa que
sintetizaba el de ambas organizaciones.
Cuando el abismo social que situaba a la burguesía y al proletariado en lugares opuestos, la desprestigiada
coalición republicano-socialista fue revitalizada con la fórmula del Frente Popular auspiciada por Stalin. Sobre los
cimientos programáticos del azañismo (principio de autoridad, no a la entrega de la tierra a los campesinos, interés
nacional, no al control obrero ni a la nacionalización de la Banca, una república democrática y «no dirigida por
motivos sociales», Sociedad de Naciones, o sea legalidad democrática liberal, y no propuestas de transformación
social como se podía esperar), se firma en enero de 1936 un pacto que comprende a la «sombra democrática de la
burguesía» ya los partidos obreros, entre ellos el POUM. Para Trotsky se trata de algo imperdonable: ¿cómo podía
el POUM conciliar sus críticas al Frente Popular hechas en la víspera, con su firma vergonzante de este pacto?... La
respuesta del firmante del acuerdo, Juan Andrade, había que encontrarla en el fracaso de la huelga general de 1934
que había llenado las cárceles de militantes presos, y por cuya amnistía la clase obrera estaba dispuesta a dejar en
segundo término sus reivindicaciones, incluso en esta ocasión, la élite anarquista de la CNT no llamó esta vez a la
abstención. En este punto, Trotsky padecía de una notable falta de información.
En febrero de 1936, el pueblo que habían votado la coalición se sintió victorioso, e imprimió una orientación radical a
esta victoria. La burguesía y los terratenientes ya tenían en avanzado estado de gestación el pronunciamiento
contrarrevolucionario. Pero, a pesar de que esto era un secreto a voces, los dirigentes frentistas no movieron un solo
dedo para impedirlo: los gobernantes republicanos confiaban en poder encauzar al ejército contra la revolución. La
insurrección militar-fascista del 18 de julio tuvo su contrapunto en una revolución de obreros y campesinos, quienes
-traicionados por los gobernantes republicanos que se negaron a facilitarle armamento, a veces confiados en la
«palabra de honor» de republicanos de algunos mandos militares facciosos, sin más armas que las improvisadas y
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arrebatadas al enemigo— empezaron la guerra con una resonante victoria. La mayoría de las principales
capitales quedaron en manos de los comités antifascistas. Comenzó, como en la Comuna de París o en Octubre
—incluso más profundamente—, el derrocamiento del poder político, social e institucional anterior...
El poder republicano-liberal quedó en el aire. Pero nadie culminó esta revolución. Los anarquistas se dedicaron a
apoyarlo ya hacer la revolución en las colectividades, los estalinistas y los prietistas se dedicaron con todo su
empeño a devolver el poder al Frente Popular. Trotsky escribió entonces: "Renunciar a la conquista del poder es
dejárselo voluntariamente a quienes ya lo tienen, a los explotadores. El fondo de toda revolución ha consistido y
consiste en llevar a una nueva clase .al poder y darle así las posibilidades de realizar su programa (...). Rechazar la
conquista del poder, lanza inevitablemente a toda organización obrera en el pantano del reformismo y la convierte
en juguete de la burguesía; no puede ocurrir de otro modo, dada la estructura de la sociedad."
La alternativa para Trotsky -con la que básicamente el POUM estaba de acuerdo- no era entre fascismo y
democracia burguesa (que en realidad, sólo una minoría, una "sombra " de burgueses liberales defienden), sino
entre fascismo y socialismo (que empieza abordando y resolviendo las tareas democráticas). El grueso burguesía,
en su principal componente, ya había optado por el fascismo; el capital financiero ya se había comprometido con
Franco y el ejército, lo tenían claro desde el principio. Sin embargo, el movimiento obrero por sí mismo no se
planteaba en toda su conciencia que para defenderse necesitaba culminar con la conquista del poder la opción que
instintivamente le llevaba hacia el socialismo, un ideal por el que millares de personas habían estado trabajando
desde los tiempos del socialismo utópico, y sobre todo desde la Primera República. Sin embargo, a pesar de que la
representación burguesa quedó limitada al máximo, el afán de comunistas y socialistas era la reconstrucción del
poder republicano burgués con el pretexto de facilitar la colaboración de las democracias occidentales, las primeras
que ni siquiera cumplirán sus obligaciones como Estado en acciones tan obvias como la venta de armas adquiridas
legalmente por el gobierno de la República (y ya pagadas religiosamente, como en el caso de la Francia presidida
por León Blum).
En Cataluña, la Ezquerra de Luís Companys fue el elemento clave de esta reconstrucción. Y, sin embargo, para Nin,
conseller de Justicia, muy ingenuamente, en Cataluña ya estaba de hecho viviéndose la dictadura del proletariado.
Para Trotsky, por el contrario: "Nin ha transformado la fórmula leninista, prácticamente, en su negación; ha entrado
en un gobierno burgués que tenía por objetivo expoliar y ahogar todas las adquisiciones, todos los puntos de apoyo
de la naciente revolución socialista. El fondo de su pensamiento es más o menos éste: como ésta es una revolución
socialista «por esencia», nuestra entrada en el gobierno no puede menos que ayudarla (...). ¿Nin ha reconocido que
la revolución es socialista 'por esencia'? Sí, lo ha proclamado, pero sólo para justificar una política que minaba las
bases mismas de la revolución ".
Al igual que el POUM (y parte de la CNT) también arremete contra la tesis de «primero la guerra, luego la
revolución», una división que resultaba absolutamente extraña en la tradición revolucionaria: "En la guerra civil,
escribe, incomparablemente más que en una guerra común, la política domina la es¬trategia (...). Durante los tres
años de nuestra guerra civil, la superioridad del arte y de la técnica militar estaba, a menudo, del lado enemigo,
pero, al fin, lo que triunfó fue el programa bolchevique. El obrero sabía perfectamente por qué luchaba. El
campesino dudó largamente, pero cuando comparó, por experiencia, los dos regímenes, sostuvo finalmente el
campo bolchevique. En España, los estalinistas que han dirigido desde arriba el coro, han danzado la fórmula a la
que se ha adherido Largo Caballero: primero la victoria militar, y luego las reformas sociales. Al no ver en la realidad
diferencias radicales entre los dos programas, las masas trabajadoras, sobre todo los campesinos, caen en la
indiferencia. En estas condiciones, vencerá inevitablemente el fascismo, porque la ventaja puramente militar está a
su lado. Las reformas sociales audaces constituyen el arma más eficaz en la guerra civil y Ia condición fundamental
de la victoria sobre eI fascismo ".
Trotsky hizo recaer sobre el estalinismo la principal responsabilidad de la derrota, ya que fue el más consecuente
adversario de la revolución en la «zona roja»: "Stalin, ciertamente, ha intentado transportar al suelo español los
procedimientos externos del bolchevismo político comisarios, células, GPU, etc. Pero había ya vaciado estas formas
de su contenido socialista. Había rechazado el programa bolchevique y, con él, los soviets, en tanto que formas
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necesarias para la iniciativa de las masas. Puso la técnica deI bolchevismo al servicio de la propiedad burguesa. En
su estrechez burocrática, imaginó que los comisarios, por sí mismos, podían asegurar la victoria. Pero los
comisarios de la propiedad privada no han podido ser capaces más que de asegurar la derrota (...). No faltaron ni el
heroísmo de las masas ni el coraje de los revolucionarios aislados. Pero las masas fueron abandonadas a sí mismas
y los revolucionarios al garete, sin programa, sin plan de acción. Los jefes militares se preocuparon más por el
aplastamiento de la revolución social que por las victorias militares. Los soldados perdieron confianza en sus
comandantes, las masas en los gobiernos; los campesinos quedaron descartados, los obreros se cansaron, Ias
derrotas se sucedieron, la desmoralización creció. No era difícil prever todo esto al comienzo de la guerra civil.
Proponiéndose como tarea la salvación del régimen capitalista, el Frente Popular estaba destinado a la derrota
militar. Poniendo cabeza abajo el bolchevismo, Stalin ha cumplido exitosamente el principal papel de sepulturero de
la revolución ".
Posteriormente, Trotsky se refirió constantemente a «las lecciones de la guerra y la revolución española» que, en
resumen, venían a ser las siguientes: la burguesía internacional ha hecho en España frente único contra la
revolución, los Hitler, Mussolini y Salazar ayudaron directamente a Franco, las «democracias occidentales» lo
hicieron indirectamente. La burguesía española jugó, con todas las consecuencias, la opción contrarrevolucionaria.
Sólo una pequeña representación de la burguesía liberal (su «sombra» compuesta por intelectuales y políticos) optó
por la «zona roja»; pero la burguesía, por sí misma, jamás hubiera podido jugar un papel hegemónico.
Fueron el estalinismo y el ala socialdemócrata del PSOE, quienes recompusieron el poder burgués (el gobierno, la
policía, la Iglesia, el orden, etc.) en zona roja, ahogando para ello la revolución. Los caballeristas sirvieron, como
representantes del gobierno, de puente entre la revolución inconclusa y la restauración republicana. Los anarquistas
se dedicaron de un lado a constituir colectividades que, al tiempo que resultaban creaciones proletarias, no se
oponían al poder "legítimo". Cuando el gobierno de Negrín se sintió seguro, mandó las tropas contra las
colectivizaciones como evoca el filme Tierra y Libertad, en una escena especialmente dramática.
Para Trotsky: "La revolución española muestra, una vez más, que es imposible defender la democracia contra las
masas populares de otra manera que no sea con los métodos de la reacción fascista. E inversamente, que es
imposible librar una batalla verdadera contra el fascismo, de otro modo que no sea con los métodos de la revolución
proletaria. Stalin ha luchado contra el trotsquismo (la revolución proletaria) destruyendo la democracia con medidas
bonapartistas y con la GPU. Esto refuta una vez más, y definitivamente, la vieja teoría menchevique de la que se ha
apropiado el Komintern, teoría que divide la revolución en dos capítulos históricos independientes, separados uno
del otro en el tiempo. La obra de los verdugos de Moscú confirma a su manera, la justeza de la teoría de la
revolución permanente ". Y la victoria militar-fascista demostró, por si hacía falta, que el dilema entre el socialismo o
la barbarie no pudo mostrar mayor vigencia.
Por lo demás, resulta evidente que la historia pasó muy lejos del horizonte previsto, y no sería hasta la segunda
mitad de los años sesenta que el nombre de "el gran negador" comenzaría a tener sentido para los sectores más
radicales de una nueva generación. La del 68...
Pepe Gutiérrez-Ávarez es miembro del Consejo Asesor de VIENTO SUR
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