Bendito el vientre que te ha engendrado (Carmen)

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“Bendito el vientre que te ha engendrado” (Carmen)
María Arca de la Alianza
El tema de nuestra enseñanza está dividido en dos partes: “Bendito el vientre que te ha
engendrado” es el grito pleno de admiración del pueblo que sigue a Jesús, haciendo referencia a su
madre.
Este vientre bendito y lleno de gracia, es el vientre de María; arca de la nueva alianza, tabernáculo
de la eterna gloria, como se canta en las letanías luteranas.
Para comprender el misterio de María, arca de la nueva alianza, hace falta hacer referencia a las
tradiciones del Antiguo Testamento. Esta asociación, está estrechamente ligada al concepto de
alianza del arca. De hecho, apenas se dio la alianza entre Dios y el pueblo de Israel en el monte
Sinaí, el Señor da esta orden: “Ellos me harán un santuario, y yo habitaré en medio de ellos”(Es
25,8).
Los israelitas, erigirán ahora la tienda de la Asamblea y en su interior, por orden del Señor,
colocarán el Arca de la Alianza, esta tenía la forma de un cofre rectangular, hecho de madera de
Acacia, revestido de oro puro, mide aproximadamente 112 cm. De longitud y 66 cm. De ancho y
alto (Es. 25,10).
Dentro de esta Arca eran custodiadas las dos Tablas de los mandamientos que Dios había dado a
Moisés, sobre el monte Sinaí. Estos servían como documento base que regulaba la alianza. (Es
25,26,31,18; Dt. 10,15). El Arca contenía también un vaso llenó de maná y el bastón de Arón.
De este modo el Arca se convierte en el signo perceptible de la presencia de Dios en medio de su
pueblo, garantía de su promesa y bendición: “estableceré mi casa con ustedes, Yo seré su Dios y
ustedes serán mi pueblo” (Lv. 26,11).
Para representar esta presencia de Dios en medio de su pueblo, el libro del Antiguo Testamento, a
menudo usa la imagen de la nube radiante (la shekináh – del verbo shekan – habitar. Con el uso de
este elemento figurativo – simbólico, ellos hablan de Dios que desciende a habitar sobre el monte
Sinaí (Es 24,16) en la Tienda de la Asamblea. (Es. 40, 34-35) y finalmente en el lugar santísimo del
Templo de Jerusalén (1Re 8, 10-12; Cor. 5,13). Aquí el Arca tiene una estancia definitiva, después
del establecimiento de Israel en Palestina.
Esta tradición sobre el Arca de la Alianza, encuentra una singular convergencia en María. Tomamos
ahora la Escritura del Nuevo Testamento en Apocalipsis 11,19 donde se muestran dos figuras
simbólicas en primer plano: El Arca y la mujer. “Se abre el Templo de Dios que está en los cielos y
aparece el Arca de su Alianza…”
Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y una
corona de doce estrellas sobre su cabeza; (Ap. 12,1-2)
Si para el antiguo pueblo el Arca de la Alianza, significaba el lugar de la presencia de Dios, así el
Nuevo Testamento nos revela que la verdadera Arca de la Alianza es una persona viva, real: la
Virgen María. María se convierte en el lugar de la presencia de la Palabra hecha Carne.
Ella es santa porque ha escuchado la Palabra de un modo tal, que la escucha de esta palabra, se
convierte en presencia de Dios en el mundo. En su seno, sombreado por el Espíritu Santo como la
antigua carpa (tienda) estaba cubierta por la nube de Dios, la Shekinah, Dios hizo un pacto
definitivo de amor con el hombre en el Hijo Jesús.
María acoge en sí misma a Aquel que es la nueva y eterna alianza, que culmina con el ofrecimiento
de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María.
En el Evangelio de Lucas 1, 39-56, en el episodio de la Visitación, describe esta arca viviente que es
María, la que dejando su casa de Nazareth, se pone en viaje a través de la montaña para llegar a
una ciudad de Judea y quedarse en la casa de Zacarías y de su prima Elizabeth que está
embarazada de seis meses.
María, entonces se pone en camino, más la traducción del griego dice: se levantó para partir; el
término griego “anastasa” es el más común para indicar la resurrección. Es un levantarse hacia lo
alto, para andar a la montaña, a Jerusalén.
Ella no duda, no se detiene, va decidida a visitar a su prima, para darle ayuda, pero por sobre todo
para verificar, para ver con sus propios ojos, aquello que le había dicho el Señor a través del ángel.
Según la tradición la localidad a la cual se dirige María es Ain Karem, una ciudadela montañosa a 6
Km. De Jerusalén y lejos de Nazareth en unos 150 Km… ¡un viaje fatigoso, incómodo y peligroso en
aquellos tiempos y en aquel estado!
Los exégetas han notado que Lucas al narrar el episodio de la visitación de María a su prima
Elizabeth, se ha inspirado en el texto del Antiguo Testamento que nos describe el camino del Arca
de la Alianza hacia el Templo de Jerusalén (cf2. Sam 6, 1-13)
El arca en la cual habita Jahvé, es transportada a Jerusalén. Ella acompañó al pueblo de Israel en
el desierto y sucesivamente hasta custodiarse en los santuarios de Galgala, Sichen y Silo.
Llevada sobre un frente de guerra, fue capturada por los filisteos, hasta que el Rey David la
recuperó y después de la conquista de Jerusalén se levantó una tienda – santuario para acoger el
Arca del Señor.
El Arca, continuaba por su camino, a su paso, David lleno del Espíritu Santo, danza y salta de
alegría. Antes que el Arca llegue a Obed – Edom, en las montañas de Palestina, David, maravillado
y temeroso, exclama. “¿Cómo es posible que el Arca del Señor venga a mí?”
La comparación con la escena de la Visitación, es sorprendente. Las palabras son casi las mismas.
Aquí como allá se habla de las montañas de Palestina, ambos eventos se caracterizan por la
exultación, la intensa alegría y bendiciones.
Como David salta delante del Arca, Juan salta en el vientre de Elizabeth, delante de María; y la
palabra de saludo con las que Elizabeth acoge a María, son de cualquier modo las mismas con las
cuales David saluda el Arca: “¿Cómo es posible que la madre de Mi Señor, venga a mí?”
María es el lugar privilegiado de la Epifanía de Dios, en ella nos viene mostrado y ofrecido el
Salvador del mundo. Es aquella que ha recibido en su vientre virginal y santo a aquel que es
incontenible. (Cirilo de Alejandría), es el Arca de la Alianza, que en sí lleva al mismo Dios (Romano
il Melode). (esta bien eso porque es un nombre).
Ella es aquella Arca viviente que en el día de la Asunción, es introducida cerca a Dios Padre y a
Jesús en la gloria del cielo. El Papa Benedicto XVI, así habla de María el día de la Asunción, en un
pasaje de la Homilía del 15-08-2011: “Hoy la Iglesia canta el amor inmenso de Dios, por esta su
criatura: la escogida como verdadera “Arca de la Alianza, como Aquella que en el cielo comparte la
plenitud de la gloria y goza de la felicidad misma de Dios, al mismo tiempo nos invita también a
nosotros a convertirnos de manera modesta en “arca”, en la cual esté presente la Palabra de
Dios, que es transformada y vivificada por su presencia, lugar de la presencia de Dios, de manera
que los hombres, puedan encontrar en otro hombre, la cercanía de Dios y así vivir en comunión con
Dios y conocer la realidad del Cielo…”
Cómo nos es reconfortante, cómo nos da alegría saber que en el cielo, María nuestra Madre y
Señora, es la omnipotente por gracia, la que intercede por nosotros. María está en el cielo para
acoger nuestras peticiones humildes y confiadas, y así lograr que se cumplan.
Al mismo tiempo, María no es lejana ni inalcanzable para nosotros, continúa visitando la Tierra,
continúa visitándonos, llevándonos a Jesús y con Él el anuncio de paz, de felicidad y de salvación.
Sabemos que ella se ha presentado en muchas ocasiones en diversas partes del mundo, para dar a
los cristianos la confianza de ser guiados a Dios de un modo muy seguro.
Ella viene para socorrer en las debilidades, para sanar a los enfermos, para invitar a todos a la
conversión y a la oración incesante, así al final podremos alcanzarla en el cielo. Esta es nuestra
esperanza.
Ella viene en la humildad. (y en el ocultamiento o escondida o si no solo hasta el punto). Viene por
mí y por ti, hoy y ahora. Como madre tierna y providente, cuida de cada uno de nosotros y ora para
que ninguno se pierda, para que ninguno se aleje de la gracia de Dios.
Ella viene a nosotros trayéndonos al Hijo. Es el Arca, el tabernáculo viviente y santo que lleva en sí
al Santísimo. Yo misma puedo testimoniar como el Señor, a través de su Madre ha venido en mi
auxilio muchas veces, dándome signos. A propósito de esto, quiero contarles un sueño profético
que ocurrió hace cerca de 28 años atrás.
Estaba pasando un periodo de fuerte preocupación por mi hermana, en cinta de su primer hijo. Ella
estaba internada en el hospital en el octavo mes de embarazo, por una “diabetes gestacional”.
Puse toda la fe porque este niño naciese sano y me entregué a la Virgen María, pero estaba muy
agitada, porque el cuadro médico no prometía nada bueno.
Una noche tuve un sueño que me dejó una gran paz y una alegría interior, que me acompañó por
mucho tiempo y la certeza que el Señor había intervenido en esta situación difícil.
Soñé con una bellísima mujer que vino a mi casa, sabía en el Espíritu que esta mujer era la Virgen
María, no era como se la ve usualmente en imágenes sacras o en las reproducciones en general,
era como una criatura viva, real, muy cercana a nosotros, al mismo tiempo tenía en sí algo de
divino, sobrenatural que no puedo describir con palabras.
Su aspecto era de jovencita, de piel ámbar (15 a 16 años), bellísima, de una belleza humana
transfigurada; el rostro plasmado con una sonrisa amable, amorosa, fuertemente materna, llena
de dignidad y de gloria. Sus vestidos eran como aquellos que llevan las mujeres de hoy, pero
modesta, no estropeados.
Sobre la cabeza tenía un pañuelo claro, anudado como usan algunas mujeres de pueblo, en el
pasado. El cabello que sobresalía un poco fuera del pañuelo, era oscuro, igual que sus ojos.
Pero aquello que más me asombra era la expresión de su rostro fuertemente maternal y real, era el
aspecto físico de una mujer jovencísima y en avanzado estado de gestación.
En el sueño, yo estaba frente a ella que me sonreía amorosamente y con la mirada me invitaba a
acercarme más hasta tocarla. En el sueño en ese momento, inclinada, me abrazo a sus piernas. Al
mismo tiempo yo he apoyado mi rostro en su vientre y he adorado al Señor Jesús, presente en ella
y amándola como Madre de Dios.
Sentí que de aquel tabernáculo viviente fluía la potencia de una vida infinita, que colmaba todo
mi ser; espíritu, alma, cuerpo, llenándolo de paz.
Me desperté con una gran alegría en el corazón, y sabiendo que había recibido una gracia
inmensa. Estaba maravillada y recuerdo haber pronunciado las mismas palabras que Elizabeth:
“ ¡Cómo es posible la Virgen ha venido a mí!” ¡Era ella misma! Si la madre del Señor había venido a
mí, me había visitado junto con el Príncipe de la paz. Respecto a mi hermana, todo marchó bien
durante todo el embarazo y el parto, mi sobrino un joven de 26 años, nacido sano, a término, un
26 de agosto de 1984, por la intervención poderosa de la Madre de Dios.
Este sueño me ha hecho acercarme más al misterio de la Encarnación y a conocer y amar más la
persona de María encinta, María Arca de la Alianza. Si María es el Arca, yo debo de meterme en ella
para entrar en relación con Dios, para tener una relación personal, porque María es persona, en
ella está presente y viviente Jesús el Redentor, el Hombre-Dios.
Ella es el Templo de este Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, Tabernáculo del Santísimo Espíritu.
(Letanías).
No un Templo inanimado como aquellos de piedra, un templo vivo, santo, inmaculado, lleno de
gracia, sabemos según el anuncio del Ángel a Quien hospeda, a Quien vivifica en un nivel físico, y
Quien la vivifica a ella a nivel sobrenatural.
La maternidad de María no es sólo una tarea fisiológica; dar la carne al Verbo de Dios; es antes que
todo maternidad consciente, libre, meritoria, salvífica, este es el aspecto imitable de la
maternidad divina, según el deseo de Jesús.
Cuando ellos le anunciaron que la Madre y los hermanos estaban preguntando por Él, este les
responde: “Quienes hacen la voluntad de Dios, este es mi hermano, mi hermana, mi madre” (Mc.
3,35) y María es la primera que ha escuchado la Palabra y la voluntad de Dios con su Fiat. (cf. Lc.
1,38).
Esta es el feliz designio de cada creyente, cada uno puede acoger y poner en práctica la Palabra de
Dios, que viene proclamada en la Misa, la podemos tomar de la Biblia, en la oración de la Iglesia,
en la profecía durante la oración comunitaria o través de la inspiración interior del Espíritu Santo.
De tal modo que si cada día vivimos la maternidad espiritual de María, merecemos que Jesús nos
considere hermano, hermana y madre. Y mucho más.
Después de recibir la Palabra de Dios en su mente y en su corazón, por medio de la fe, María lo
acoge encarnado en su seno virginal y conviven en dulce intimidad con Él, en su gestación maternal
del Hijo, en una simbiosis inefable de sangre y amor.
También nosotros después de escuchar la Palabra de Dios en nuestra mente y en nuestro corazón
por medio de la fe, lo podemos recibir encarnado en la Eucaristía, comunicando su vida, su
santidad, su gozo. “Quien come de mi carne y bebe de mi sangre, permanece en mí y yo en él”
(Jn.6,56).
¡Pero aún hay más, María nos dio a Jesús en Belén, luego se lo entrega a los pastores, luego a los
magos, en representación de toda la humanidad, judíos y gentiles!
Nosotros a través de nuestro anuncio, de nuestro apostolado, nuestra oración, podemos hacer
nacer a Jesús espiritualmente en los hermanos y en las hermanas. Pensemos en los hermanos y
hermanas que nos han engendrado y en aquellos que hemos engendrado nosotros a la fe en el Hijo
de Dios, ¡nosotros y ellos somos también todos santos, felices, bendecidos!. ¡Bendito el vientre que
te ha engendrado!
Cada forma de apostolado es también una imitación y una prolongación de la maternidad divina de
María, como el mismo Vaticano lo afirma: “Con el fin de su labor apostólica, la Iglesia mira con
toda razón a Aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen,
para nacer y crecer también en el corazón de todos los fieles por medio de la Iglesia “(LG. 65)
En este nuestro tiempo de tanta crisis; de la familia, de la sociedad, de la economía y
especialmente de valores y de fe, la Iglesia mirando a María, tiene necesidad de manifestar con
renovada fuerza su maternidad para transmitir la fe en el Señor, no dándola como un capital
consolidado, como una tradición que respetar, sino generándola con amor en el corazón de la
gente, para que ellos la guarden, la cuiden, la hagan crecer asì como ellos son.
Así también la Comunidad Jesús Resucitado como célula de la Iglesia, participa de esta su vocación
materna. En su seno venimos acogiendo y regenerando, contando con la experiencia de la
Paternidad de Dios y la Vida nueva en el Espíritu (Efusión).
La Comunidad Jesús Resucitado, es para mí el útero materno, el seno que me nutre, me cuida y me
hace crecer para ser después espiritualmente madre, “arca”, que lleva a Jesús a los hombres y a
las mujeres de nuestro tiempo hoy desorientados, afligidos, desesperados, enfermos en el cuerpo y
en el espíritu, que esperan un signo de salvación, un mensaje de esperanza, una noticia que los
llene de gozo y les dé un sentido a sus vidas.
El Señor nos llama a testimoniar y a movernos rápidamente como María.
No podemos perder tiempo, porque hoy más que nunca hay una necesidad urgente de andar a
evangelizar, a encontrarnos con las criaturas para proclamarles que el Reino de Dios está cerca,
está aquí y que el Salvador es uno solo: Jesucristo.
Y nosotros lo deseamos hacer según nuestra vocación y carisma. Él confirmará nuestras palabras
con signos y prodigios como nos lo ha prometido.
En este nuestro andar, nos ayuda la Virgen María, la primera mensajera del Evangelio, nos obtenga
del Señor por su intercesión, una nueva y potente unción de Su Espíritu y la alegría al alabarlo y
agradecerle por todas las maravillas que ha hecho y hará en nosotros y a través de nosotros en la
Comunidad, en la Iglesia, en el mundo. Y ahora junto a Ella, recitamos el Magníficat.
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha
mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por
mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros
padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en principio ahora y siempre por los siglos de
los siglos. Amén.
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