Perú: supervivencia o inviabilidad en el siglo XXI Oswaldo de Rivero* Si examinamos las estadísticas de Desarrollo Humano 2004, durante el período 1975-2002, es decir durante un cuarto de siglo, se comprueba que el Perú está entre los 67 países cuya renta promedio per cápita decreció. En dicho período, esta disminuyó -6% en el país, al mismo tiempo que la población creció en un promedio de 2%. El resultado de todo ello es la metástasis de la pobreza en la sociedad peruana. Hoy, el 52% de los peruanos —unos 14 millones— son pobres y viven con dos dólares diarios, y otro 14% —unos 4 millones doscientos mil— son extremadamente pobres y viven con un dólar diario. Además, la sociedad peruana, según el índice Gini de desigualdad social, está entre las once sociedades más desiguales del mundo. En el Perú, el 20% más acomodado de la sociedad recibe el 51% de los ingresos nacionales, mientras que el 20% más pobre recibe apenas el 4,4%. Con tan enormes índices de pobreza y exclusión social, el Perú no es en realidad una economía de mercado viable, de dimensión nacional, porque la mayoría de la población vive en el infierno de la pobreza, una pequeña clase media en el purgatorio de la supervivencia y solo un puñado en el paraíso de la sociedad de consumo y la gratificación instantánea. Esta situación no es privativa del Perú. En la actualidad hay más de cien países que no han logrado economías nacionales de mercado viables y que, a pesar de ello, son mal llamados ‘países en desarrollo’. La experiencia demuestra que esta inviabilidad para desarrollarse no llega, en todos los casos, a causar una crisis terminal del país subdesarrollado como pasa con las enfermedades mortales en los seres vivos. En efecto, estos países con síntomas de inviabilidad pueden, gracias a la ayuda internacional, al alza temporal de los precios de sus materias primas, a la reestructuración de su deuda externa, a las remesas de sus inmigrantes y hasta al narcotráfico, mantenerse por decenios en una situación de inviabilidad estabilizada, caracterizada por una secuencia de crisis económicas, ajustes y recuperaciones temporales, donde la única constante es el aumento de la pobreza y la emigración hacia el extranjero. Durante todo el siglo XX solamente dos pequeños países —Corea del Sur y Taiwán— y dos pequeñas ciudades-Estado —Hong Kong y Singapur— han logrado desarrollarse. La clave del éxito ha sido una gran transformación cultural orientada por nuevos valores y políticas de Estado que favorecieron la vocación por la ciencia, la investigación científica y la innovación tecnológica. Esta cultura científica es lo que hace la diferencia entre estos países asiáticos y el subdesarrollo actual del Perú y América Latina. Esta experiencia asiática nos debe hacer entender que el subdesarrollo no es un problema económico sino cultural. Que debemos dejar de lado el simplismo de una epistemología economicista que durante todo el siglo XX logró convencer a políticos y ciudadanos de que solo aplicando teorías y políticas económicas y financieras ‘correctas’ los países pobres podían comenzar a crear riqueza hasta converger con las sociedades de altos niveles de vida de las actuales 24 democracias capitalistas industrializadas. Tal enfoque no solo es simplista sino que ha probado ser falso. Nuestros países han experimentado en el siglo XX casi todos los modelos, desde estatistas hasta ultraliberales y siguen subdesarrollados porque las raíces profundas del subdesarrollo no son económicas sino más bien culturales. En efecto, los países son subdesarrollados porque son sociedades tradicionales con culturas acientíficas. Es decir, sociedades que no investigan, no descubren, no innovan, no inventan; que no tienen vocación por las ciencias naturales y exactas. En el Perú, la masa crítica de los universitarios peruanos se dedica a los estudios de Derecho, Contabilidad, Educación y Administración. Asimismo, en nuestro país, como en toda la América Latina, el discurso académico es histórico, jurídico, sociológico, económico, artístico y literario, y casi no existe discurso científico. Se prefiere la letra que el logaritmo, la deducción que la inducción, la retórica que el experimento, la creencia antes que la duda científica. En estas sociedades tradicionales casi no existen debates ni publicaciones científicas. Son culturas en las que no 1 hay descubrimientos, invenciones e innovaciones y en consecuencia hace un siglo que mayormente producen y exportan lo mismo: materias primas y productos de baja tecnología. El Perú y otros países subdesarrollados pueden seguir ensayando modelos económicos, pero si no inician un profundo cambio cultural, una genuina revolución educativa y no logran que la curiosidad científica, la investigación, la experimentación y la innovación sean parte de la cultura de las nuevas generaciones, jamás podrán salir de la trampa del subdesarrollo. En otras palabras: no podrán zafarse de una producción y exportación primaria y manufacturera de bajo contenido tecnológico que es incapaz de generar recursos suficientes para satisfacer las necesidades de sus crecientes poblaciones urbanas. Tampoco podrán reducir su deuda, cada vez más onerosa, porque siempre tendrán que comprar el valioso progreso científicotecnológico que no saben producir. Una cultura acientífica es como un virus de no desarrollo que nos ancla, por cientos de años, en el pasado; que nos impide salir de la producción primaria y manufacturera de baja tecnología. Es una cultura que no se proyecta hacia el futuro y por lo tanto no atrae inversiones extranjeras modernas, ya que estas van solo a sociedades donde las empresas locales y los trabajadores están familiarizados con tecnologías modernas. Las culturas acientíficas viven más en el pasado que en el presente y no tienen idea del futuro. Una muestra de ello es la letanía de que el Perú es un país potencialmente rico porque está dotado de abundantes recursos naturales. Esto es totalmente falso, tanto en el presente como en el futuro. Actualmente Suiza, un pequeño país de 7 millones de habitantes, que no tiene ningún recurso natural pero que es una sociedad con cultura científica, exporta más valor que el Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay juntos; es decir, ¡más que todo el Mercosur! ¿Y qué es lo que tiene Suiza? Sencillamente recursos culturales inmateriales, conocimientos científicos y tecnológicos que se reflejan en el altísimo grado de precisión de sus manufacturas, en la constante innovación de su industria químico-farmacéutica y en la gran eficiencia de sus servicios financieros, de ingeniería, de consultoría, de turismo, mientras que el Mercosur sigue entrampado, mayormente, en productos y manufacturas de bajo contenido tecnológico y poco valor. En definitiva, la riqueza y la viabilidad de las naciones no dependen de los recursos naturales sino de los conocimientos científicos y tecnológicos. Basta con observar a los países petroleros de la Opep, que aunque exportan el recurso natural más valioso y estratégico de nuestra civilización, permanecen, después de cincuenta años, subdesarrollados. Es más, muchos como Arabia Saudita, Venezuela, Irak, Argelia, Irán, Indonesia, Nigeria y Ecuador, se han empobrecido. Al comenzar el tercer milenio, está claro que la humanidad se encamina hacia una sociedad planetaria dual, dividida entre una minoría de sociedades que vive del conocimiento acumulado de la ciencia y la tecnología, y una mayoría de sociedades acientíficas que se empobrecen porque solo viven de recursos naturales y de actividades industriales de muy bajo contenido tecnológico. Las primeras investigan, inventan, innovan, desmaterializan su producción; las segundas compran progreso científico-tecnológico, se endeudan y se precipitan en la inviabilidad económica. Hoy entrampadas en una exportación de bajo contenido tecnológico no competitiva, producto de una cultura acientífica, Lima y otras ciudades subdesarrolladas están creciendo a un ritmo de casi 150 mil habitantes anuales, llenas de desempleados y subempleados. Hoy cerca de 34 millones de jóvenes buscan empleo en las ciudades subdesarrolladas. En el año 2025 los habitantes pobres del mundo se concentrarán en cientos de ciudades con más de 5 millones y decenas de megalópolis que superarán fácilmente los 8 millones. Tal abundancia demográfica urbana unida a la mencionada miseria científico-tecnológica harán casi inevitable la inviabilidad económica nacional de muchos países. La urbanización en la pobreza plantea, además, otro serio problema cultural porque está orientada por patrones de consumo ecológicamente insustentables. Este modelo urbano insustentable, al que podríamos llamar ‘California’, consiste en una expansión citadina gargantuesca, que devora millones de toneladas de agua, alimentos y de energía fósil altamente contaminante. La ciudad se expande con la ideología de una célula cancerosa, succionando agua, eliminando tierras agrícolas, destruyendo su propio medio vital. 2 Los patrones culturales del modelo California están ya inoculados en México, Lima, Sao Paulo, Río, Bogotá, Lagos, Abidján, Dhaka. Karachi, Manila, Bangkok, Dakar, Nairobi y, se puede decir, en todas las ciudades y megalópolis pobres en expansión. Cientos de ciudades se extienden por el planeta siguiendo el insustentable modelo California, es decir, creando un enorme desequilibrio físico-social como resultado de la falta de acceso de la población urbana pobre a recursos vitales como el agua, los alimentos y la energía. Sin duda, este desequilibrio originará en el futuro grandes turbulencias sociopolíticas. Un reciente estudio del Pentágono considera que el desequilibrio físico-social urbano será una de las más graves amenazas a la estabilidad mundial. Todo parece indicar que para saber estratégicamente hacia dónde va el mundo, se necesita saber más de Ecología que de Economía. Sin embargo, este nuevo enfoque cultural es casi inexistente en las sociedades acientíficas subdesarrolladas que siguen prisioneras de creencias, predicciones y utopías económicas del siglo XX, todas ellas basadas en un crecimiento del PNB que utiliza la ecología como materia prima, y que denominan a esta barbarie insustentable ¡riqueza nacional! Con explosión demográfica urbana en la pobreza y sin seguridad alimentaría, energética e hídrica en las ciudades, las perspectivas de desarrollo se evaporan definitivamente. Sin agua no se podrá producir alimentos, ninguna educación podrá impartirse a niños subalimentados, ninguna fábrica podrá tener una elevada productividad con energía y agua caras. Ninguna familia podrá llevar una vida sana y activa con escasez y encarecimiento de los alimentos, la energía y el agua. La pobreza, el desempleo y las enfermedades se perpetuarán y el tejido social se desintegrará. El Perú está hoy entre los 45 países del mundo que tienen mayor desequilibrio físico-social, es decir, que combina una de las mayores tasas de crecimiento urbano con uno de los más bajos consumos per cápita del mundo de agua, alimentos y energía. Si no se elabora un plan estratégico para estabilizar y descentralizar a la población urbana peruana, antiecológicamente concentrada en los sedientos desiertos de la costa, dándole acceso seguro al agua, a los alimentos y a la energía, la inestabilidad sociopolítica de Perú seguirá en incremento. Para sobrevivir como Estado Nación en el siglo XXI se necesita una sociedad con vocación cultural científica, poner en marcha una gran revolución educativa orientada por las ciencias naturales y exactas, aumentar la inversión en investigación y desarrollo para exportar con mayor intensidad tecnológica y, a la vez, lograr un equilibrio físico-social para que la población urbana tenga seguridad hídrica, alimentaria y energética. En el siglo XXI no será más necesario observar el crecimiento del PNB para saber si un país es viable, sino más bien ver si la inversión en investigación y desarrollo científico aumenta, si el número de graduados en ciencias naturales y exactas se incrementa, si las exportaciones se modernizan con alto contenido tecnológico, si la clase media crece y, sobre todo, si la migración hacia otros países disminuye. ¿Está ocurriendo esto en el Perú? Nueva York, octubre de 2004 * Embajador del Perú ante la ONU. 3