HELMUL KAISER PROVECHO PROPIO, BIEN COMÚN Y SOLIDARIDAD. HACIA LA FUNDAMENTACIÓN ANTROPOLÓGICA DE LA ECONOMÍA. Tanto en la economía social de mercado como en teoría económica, el modelo básico que se utiliza para explicar el comportamiento humano es el individualismo metodológico, que define el hombre como un ser individual que calcula racionalmente el propio interés. Se trata, pues, de un modelo montado exclusivamente sobre el interés propio, deforma que, incluso cuando atiende al bien común, es porque éste redunda, a la postre, en interés propio. El autor del artículo que presentamos afirma que este supuesto antropológico requiere una revisión afondo, si es que queremos encontrar soluciones a los problemas que nos acucian, como la injusticia social y la destrucción de nuestro entorno. Si entre el modelo liberal, que construye la economía sobre los pilares del interés individual y la libertad absoluta de mercado, y el modelo finiquitado del socialismo real, que iguala por debajo y oprime la libertad, hay que encontrar una tercera vía, es necesario que el individualismo metodológico como modelo dominante y el interés propio como disposición antropológica cedan el primer puesto a la premisa antropológica de la solidaridad como principio constitutivo de la persona humana. Este artículo muestra hasta qué punto es esto posible, además de indispensable para una ética teológica de la economía. El artículo de L. González-Carvajal, que sigue a continuación, constituye una aplicación práctica del principio de la solidaridad al tema de la conciencia fiscal. Eigennutz, Gemeinwohl, Solidarift - Zur antropologischen Grundlegung der Wirtschaft, Zeitschrift für Evangelische Ethik 37 (1993) 189-204 Planteamientos La economía es determinante en la vida humana individual y social. Por esto la ética no puede permanecer indiferente ante el hecho de que la economía esté organizada de acuerdo con el principio del provecho propio o el del bien común. En el actual debate sobre los fundamentos de la ética, el binomio "provecho propio (egoísmo)-bien común (bienestar de todos)" juega un papel preponderante. Esta alternativa plantea cuatro cuestiones. 1. ¿Qué importancia tienen en la economía el provecho propio y el bien común y cuál es la relación entre ambos? Con esto queda planteada también la pregunta sobre el valor y la función del mercado: ¿es el mercado la medida de todas las cosas en economía? Esta pregunta no viene como llovida del cielo, sino que mantiene toda su apremiante actualidad por los cambios políticos y económicos operados en Europa. El "socialismo real" ha fracasado y la economía capitalista se presenta como superior. Pero en ésta subsiste la tensión entre bien común y provecho individual. Pues la concepción de una economía orientada al bien común y a la defensa de los débiles no se ha venido abajo con ese socialismo de cuartel y ha de ser renovada para la economía capitalista. 2. ¿Cuáles son los fundamentos antropológicos del mercado? Esta pregunta implica una reflexión sobre las concepciones del orden político. Los procesos económicos, aunque a primera vista tengan un objetivo neutral - la producción de bienes-, poseen siempre una HELMUL KAISER moralidad específica. Cuestiones, al parecer, objetivas - "cuánto, cuándo, para quién hay que producir"- plantean problemas de justicia. Acaso la economía ha ya sido presentada como un sistema relativamente autónomo, que tiene la pretensión de estar regido por leyes puramente económicas, exentas de moralidad. A pesar de esto, yo defiendo que los principios antropológicos básicos determinan, en gran medida, las concepciones de orden político y, al mismo tiempo, muestran dónde se centra el interés de los agentes sociales. ¡Tan importante resulta el debate sobre los fundamentos morales y antropológicos de la economía para su comprensión y su interpretación ética! 3. ¿Una "nueva" perspectiva? En el debate actual se aborda la relación entre provecho propio y bien común. Se señala que esa relación está marcada por la tensión y se reclama una integración entre los dos términos. Acepto los puntos de vista de este debate. Pero voy más lejos y propongo un cambio de paradigmas en la fundamentación antropológica que, de entrada, formulo como "humanización en solidaridad". Esta "nueva" perspectiva empalma con la corriente teórica del "comunitarismo". Este, como crítica que es del liberalismo económico, no se basa metodológicamente en el individualismo, sino en los presupuestos intersubjetivos de la socialización. Esta línea teórica no tiene nada que ver con las concepciones colectivistas, en las que la libertad está subordinada a la colectividad. Todos conocemos las consecuencias inhumanas y bárbaras del principio "el bienestar colectivo por encima del provecho propio", que fue el lema del "nacionalsocialismo" y del "socialismo real". 4. Racionalidad económica y racionalidad ética. A la "racionalidad económica" se le aplican expresiones como éstas: fijación en los valores materiales; predominio del cálculo de ventajas y desventajas; indiferencia frente a los daños que la propia actuación ocasiona en la sociedad y en el medio ambiente; atrofia progresiva del sentido cívico y de la acción colectiva; una antropología centrada en el más crudo interés individual. Cierto que hay quien dice que a la ciencia económica actual no se le puede hacer el reproche global de "reduccionismo antropológico". Pero también lo es que existe una gran dependencia respecto a las exigencias del "homo oeconomicus". Por esto la "racionalidad ética" ha de introducir en el modelo de comportamiento económico y en la antropología correspondiente las motivaciones altruísticas y morales. Esto puede saldarse con un "enriquecimiento" o "diferenciación" (ciencia económica como teoría de la conducta humana). Pero también puede traducirse en cambio paradigmático en la fundamentación antropológica (ética económica teológica). Así, como tipos ideales, cabe distinguir las siguientes "racionalidades": a) racionalidad económica (corriente principal): limitación antropológica. b) racionalidad económica de reflexión ética (corrientes teóricas específicas): propuestas de diferenc iación y enriquecimiento c) racionalidad ética de crítica de los fundamentos (ética económica teológica, comunitarismo): modificación de los presupuestos antropológicos; solidaridad frente al individualismo metodológico. Mis reflexiones responden al proyecto de una racionalidad ética de crítica de los fundamentos, que no excluye las racionalidades a) y b), sino que las acepta. HELMUL KAISER Relación entre provecho propio y bien común ¿Qué relación tienen provecho propio y bien común en la economía social de mercado? ¿Cuál es su puesto desde el punto de vista teórico? Nadie como Adam Smith, padre de la economía de mercado, para orientarnos en esta cuestión. 1. El interés propio éticamente legítimo y su integración ética en la simpatía, en el pensamiento de Adam Smith (1723-1790). Adam Smith, desde 1742 profesor de filosofía moral en Glasgow, definía el interés propio como "el motivo decisivo y el móvil principal para la creación de bienestar en un país". Para él, en general, el hombre está más interesado en lo que le atañe a él directamente. No hay que precipitarse en interpretar ese interés propio como puro egoísmo. Pues existe en su concepción una clara "referencia al nosotros", implicada en la realidad social de la división del trabajo. Pese a que el motivo no es la bene volencia sino el provecho, hay en esa división del trabajo una dependencia mutua. Si el otro me ayuda es porque consigue de mí lo que necesita. Es bien posible que en los grupos primarios - familia, amigos, vecinos- se actúe de acuerdo con otra escala de va lores, como el amor y la solidaridad. Pero en las relaciones complejas y anónimas de mercado sólo el principio del interés propio consigue el objetivo de satisfacer las necesidades económicas. De la división del trabajo se sigue la necesidad de un intercambio mutuo, que, en interés propio, ha de estar regido por la justicia conmutativa. Por consiguiente, para Adam Smith, el principio del interés propio no está únicamente en función del provecho o la ganancia propia, egoístamente considerada. En el intercamb io hay más bien una ventaja recíproca. Sí que el interés propio se toma como punto de partida ético. Pero se relaciona siempre con el provecho del otro. Y por esto se puede hablar de una relación altruística del interés propio. Adam Smith piensa que, para cualquier persona "razonable", esa relación altruísta ha de resultar evidente. Pero sabe muy bien que esa idea fundamental en la praxis económica concreta puede esfumarse, con lo que el interés propio acaba en egoísmo puro y duro. De ahí que necesite un "soporte moral" o una integración institucional. Este pensamiento lo desarrolla A. Smith en su obra "Teoría de los sentimientos éticos" (1759). La "simpatía racional" es, para él, el primer correctivo que ha de impedir que el legítimo interés propio desemboque en egoísmo a costa de los demás. Esa simpatía predispone moralmente a la relación do ut des (te doy para que me des), típica del intercambio. La sociedad civil no se construye sobre el desinterés y el amor al prójimo. El hombre no actúa ni por altruismo ni por egoísmo, sino por el provecho propio, integrado por la simpatía. Esa integración, a nivel antropológico, de interés propio y simpatía implica, en el orden político, el rechazo del Estado gendarme, que mantiene como fuerzas del orden al ejército y la policía, y deja el resto a la iniciativa privada. Los requisitos para que el provecho propio conduzca al bien común son la simpatía, las normas éticas y legales y una competencia leal. Es cierto que A. Smith recurre a menudo al concepto de "mano invisible" -en la prosecución de su interés propio el individuo logra un objetivo que no entraba en sus planes-, que evoca una sociedad que, por razón de su "armonía preestablecida", en el fondo, está privada de su capacidad humana configuradora y con esto, indirectamente, proporciona la fundamentación filosófico-teológica al " laisser- faire". Pese al nexo entre el concepto de "interés propio" y el de "mano invisible", que excluye en sí una reflexión HELMUL KAISER ética, puede y debe seguir afirmándose la orientación social del interés propio y la integración ética del provecho individual en el pensamiento de A. Smith. Así, el provecho propio y el bien común están en tensión permanente y, para su integración, necesitan de condiciones apropiadas en el orden político. 2. La absolutización del provecho propio en la economía libre de mercado. El concepto de interés propio de A. Smith está orientado socialmente. Pero presenta también ambivalencias y vaguedades. A. Smith no fue ciertamente un optimista antropológico y su teoría del interés propio, como teoría de la moral, es deficitaria. Le falta, por ej., una teoría de la justicia. El concepto de simpatía viene, de algún modo, a llenar ese déficit. Por esto, aunque es comprensible, no es correcto que, para defender el principio del "laisser faire" en economía, se apele a A. Smith, como hace el liberalismo radical. Es así como el concepto de provecho e interés propio ha experimentado una absolutización y ha sido desvinculado de su perspectiva ética y social. Esto es lo que ocurrió en el desarrollo de la economía nacional, cuya dependencia de la praxis económica hay que tener siempre en cuenta. La moderna teoría del precio se constituyó como teoría subjetivista del valor. En ella el valor de un bien y su precio se determina exclusivamente en base a las estimaciones del provecho por parte del consumidor. El individualismo metodológico de que se habla en este contexto significa que las necesidades individuales son las que inducen la producción. Sobre la relación provecho propio-bien común es de interés, desde el punto de vista ético, lo que la teoría económica del individualismo metodológico afirma sobre el "homo oeconomicus". Este se deja guiar por el principio de la maximización del propio provecho y piensa únicamente en aumentar las ganancias. Por esto ha de estar siempre calculando y no puede comunicarse con su semejante. Diríase que ese homo oeconomicus es una caricatura, pero economistas de prestigio, como Bruno S. Frey, le exoneran del reproche de ser una caricatura que no haría justicia a la complejidad de la actividad humana. Pese a sus ampliaciones (por ej., la teoría del juego), la imagen del hombre de la teoría económica neoclásica viene determinada por un "cálculo hedonístico del provecho propio", cuya "utilidad subjetivamente esperada" se reduce a disponer de la mayor cantidad posible de bienes y servicios del mercado. ¿Cuáles son las premisas antropológicas de ese homo oeconomicus? Está ante todo la libertad. Sus preferencias determinan la producción y el conocido dicho "el cliente manda" expresa bien esa libertad. Existe además una afinidad entre el homo oeconomicus y los derechos a la libertad que la democracia garantiza al individuo. Para los que propugnan esa imagen del hombre, también el individualismo metodológico garantiza la libertad del individuo. El intercambio propio de la economía de mercado significaría un paso adelante hacia el paradigma de la libertad individual. Pero de esa imagen del hombre se elimina la dimensión social. Ya no se acepta que un auténtico egoísta coopera porque piensa sacar partido de esa cooperación. Mientras que, para A. Smith, la vinculación social con los otros es un "medio" necesario para que cada uno alcance sus propios fines, esa orientación no entra en los cálculos del homo oeconomicus. HELMUL KAISER Ese homo oeconomicus es, en gran medida, un tipo ideal. Pero no es una caricatura, sino el fundamento antropológico de la teoría económica. Consecuencias de orden político: se trata de un orden económico en el que hay que renunciar a toda innecesaria limitación de la libertad individual y económica. Y por esto, en determinados círculos económicos, se reclama una Nueva Política Económica (NPE) que aplique de nuevo esa imagen del hombre al pensamiento económico actual. La NPE exige la renuncia al intervencionismo del Estado, que interfiere en los mecanismos del mercado: privatización de la industria energética, correos, transportes públicos, instituciones financieras y educación. Esa NPE, que propugna la más absoluta libertad de contrato, implica que, por ej., los artículos de algunas Constituciones respecto a protección de las aguas, energía atómica, protección del medio ambiente, instituciones financieras, protección de los trabajadores o legislación sobre productos alimenticios sean calificados de "normas económicas policiales". Esa concepción representa una difamación del marco legal que pretende la consecución del bien común. En esa argumentación se llega a afirmar que ya el propio empresario sabe qué ha de hacer y qué no ha de hacer. Pues nadie como él conoce cómo funciona y deja de funcionar la economía y el mercado. Según la opinión de K. M. Meyer-Abich, ese modo de argumentar resulta justamente una hipocresía, cuando, por ej., se deplora la limitación en la elección de medios para combatir la destrucción del medio ambiente: son los empresarios los que se oponen a la aplicación de los medios efectivos en este ámbito. Es la producción de efectos negativos la que hace que nos planteemos la cuestión de una economía "social" de mercado. 3. Provecho propio y bien común en la economía social de mercado como integración de "economía" y "política". La economía libre de mercado, que acabamos de exponer, no constituye sólo un modelo teórico, sino que actualmente se propaga, implicada como está en la absolutización de la libertad económica individual. La tensión entre provecho propio y bien común cede a favor de la tesis de que el bien común sale automáticamente de la maximización del provecho propio. Ese automatismo es insostenible tanto en teoría como en la práctica: el individualismo económico no puede explicar la dimensión social de la producción, y la excesiva producción de efectos negativos por parte de la actividad económica (enormes diferencias de ingresos, desnivel Norte-Sur y endeudamiento, nueva pobreza, destrucció n del medio ambiente, agotamiento irreversible de recursos, millones de parados) exige la inclusión consciente de la orientación social. Precisamente fueron economistas liberales, como W. Eucken, W. Rópke, A. MüllerArmack y L. Erhard, los que esbozaron la economía social de mercado como tercera vía entre el capitalismo del "laisser faire" y la economía planificada. Para esta tercera vía los solos mecanismos del mercado no bastan para garantizar una acción económica humana y objetivamente justa. El resultado de la economía social de mercado se basa en condiciones que los mecanismos de la propia economía de mercado no son capaces de crear. Esto significa que la competencia, gracias a la cual lo que el individuo consigue por el interés propio redunda en el bien común, no puede por sí misma fomentar una mentalidad comunitaria ni producir una solidaridad humana, en la que aquél que se debate en la necesidad se sepa sostenido por los demás. HELMUL KAISER Por esto, a la economía de mercado, hay que ponerle "al lado" un orden social, que no se ha de concebir como el taller de reparaciones de la economía, sino como elemento "constitutivo" del orden total. Y por esto también el marco ordenativo estatal apunta a la integración de la economía de mercado en una política económica orientada a la "regulación social consciente" del mercado. Dado que la economía social de mercado pretende explícitamente que al interés propio corresponda el bien común, hay que tener en cuenta que las funciones propias del mercado (proceso descentralizador de la toma de decisiones, soberanía de los consumidores, competencia, precios, beneficios, propiedad privada de los medios de producción) no pueden garantizar por sí mismos una actuación humana justa. Sólo el marco ordenativo político garantiza el bien común, de forma que la integración de interés propio y bien común influye positivamente en ambos sistemas: la economía y la política. El interés propio sigue siendo el fundamento antropológico para el sistema económico. Y el ordenamiento político, sobre la base antropológica del bien común, orienta la acción económica, de suerte que el interés propio no derive en egoísmo, sino que fomente el bien común. Con esto, la cuestión sobre la presencia mayor o menor del Estado y sobre si el mercado es la medida de todas las cosas revierte, en un sentido ético, en la cuestión sobre qué lugar ocupa en la escala de valores de la economía la justicia humana. Si la función propia de la economía de mercado, por sí misma, no genera la justicia humana y el bien común, la eliminación del orden social implica la absolutización del interés propio a costa del bien común. El éxito de la economía social de mercado se basa precisamente en condiciones que el mercado, por sí mismo, no produce, sino que las crea la política económica, cuando, por ej., prima el objetivo de la justicia sobre el mercado, que no tiene ese objetivo. Humanización en solidaridad Después de presentar los tres "modelos" de relación entre provecho propio y bien común, expondré el "cambio de paradigma" que he anunciado. Como fundamentación antropológica de la economía propongo la "humanización en solidaridad" frente al individualismo metodológico. 1. visión de conjunto de las distintas opciones fundamentales: a) Adam Smith. Para él, el interés propio es el móvil de toda acción. La simpatía como disposición humana contribuye a que el interés propio no degenere en puro egoísmo. A nivel de sistema, el provecho propio se integra en el bien común mediante la normativa ética y la competencia. A. Smith parte del supuesto de que "en una economía moderna el producto global se presenta como el resultado no pretendido de innumerables acciones de un sinnúmero de personas". La desvinculación de los motivos de las acciones individuales y de sus resultados presupone la existencia de una regulación del sistema ("armonía preestablecida") que conduce al objetivo ético deseado (bien común). Esto significa: "Los motivos morales que los individuos tienen al actuar ya no son los decisivos en orden a la calidad moral de la economía, sino la moral incorporada en las regulaciones institucionales. Con esto la ética de las instituciones sustituye a la ética HELMUL KAISER individual. A. Smith toma prestado el concepto de "disposición natural" y apela al recurso deísta de la "mano invisible". b) Economía libre de mercado. En esa opción el interés propio se absolutiza. El homo oeconomicus persigue el provecho propio sin traba alguna y de ahí sale automáticamente el bien común. Las cuestiones de justicia no se plantean. El mercado es la medida de todas las cosas y el orden social no se concibe como un elemento constitutivo, sino como medidas de carácter policíaco. Hay que desterrar del mercado toda suerte de regulación. A nivel de mercado no sirven para nada ni los individuos que actúan moralmente ni tampoco una moral incorporada en la normativa institucional. Lo fundamental es el principio de la libertad, respaldado por la competencia. c) Economía social de mercado. Surge de la constatación de que no es el mercado el que genera la justicia social y el bien común, sino el marco del ordenamiento político, que tiene prioridad sobre el mercado y que establece las condiciones para la consecución del bien común. El provecho propio sigue siendo el fundamento antropológico de la economía, pero ésta se integra específicamente con el bien común mediante una política sistemática. Sólo referido a ese marco del ordenamiento político puede el mercado ser eficiente. Así, por ej., la teoría de la justicia de John Rawls, que considera justa la libertad económica sólo cuando la actividad económica, a largo plazo, acarrea ventajas precisamente a los que están en peor situación. La reflexión ética podría contentarse con estas distinciones y primar la economía social del mercado porque integra provecho propio y bien común. Y con todo, yo querría presentar una nueva perspectiva sobre el fundamento antropológico de la economía. 2. Humanización en solidaridad. Dentro de la teología hay unanimidad en el reconocimiento de la economía social de mercado. Pero la ética económica teológica ha de avanzar todavía, cambiando de una vez el punto de partida antropológico y abordando la cuestión del ordenamiento político desde una óptica humana caracterizada por el concepto de "humanización en solidaridad". Tres importantes "elementos teóricos" éticos nos ayudarán a plantear la cuestión. a) Identidad solidaria del individuo. El concepto de "humanización en solidaridad" representa el empalme entre elementos teóricos de la moderna teoría de la identidad y contenidos de la fe cristiana. La teoría de la identidad parte del supuesto de que la identidad del hombre se forma interaccionalmente y que la existencia humana se realiza sobre la base de la confianza. La humanización del hombre no está condicionada al interés propio, sino que, por el contrario, presupone la confianza y el reconocimiento mutuo. Las teorías de G. H. Mead y E. H. Erikson no dejan lugar a duda. Así no se fundamenta todavía el altruismo, pero sí se determina que la identidad del yo se forma interaccionalmente. Las relaciones de confianza, seguridad y reconocimiento mutuo están en la base de una identidad individual "sana". Esta comprensión psicosocial de la identidad puede "colmarse" cristológicamente remitiéndonos a la fe cristiana, que tiene su origen en la persona de Jesucristo. El, Jesús, haciéndose solidario con los hombres de su tiempo, hizo posible una experiencia de la identidad, abierta a la confianza, a la libertad y a la responsabilidad. En este sentido cabe hablar de una experiencia de identidad solidaria que tiene su base en la vida de Jesús. "Todo el interés de Jesús se centró en acoger a cada hombre sin reservas y HELMUL KAISER reconocerle su humanidad, aunque esto había de tener, al fin, consecuencias negativas para él: la muerte en cruz" (Plasch Spescha). Construida sobre base trinitaria, la ética teológica puede y debe tomar como punto de partida la encarnación solidaria y la experiencia de identidad solidaria, que mira al hombre desde la óptica de la solidaridad y no primariamente bajo la del interés propio, aunque tampoco la excluye. La unidad del amor de Dios, del prójimo y de sí mismo lo deja claro (Mt 22,36-40). Con esto se ha operado ya un cambio de paradigma. A la hora de fundamentar éticamente la economía, el punto de partida no es el hombre interesado, sino el solidario. A ese punto de partida se le achaca que es utópico y que no tiene nada que ver con la realidad. Lo primero sí es verdad. Pero la tarea de fundamentar éticamente consiste precisamente en no hacer un calco de la realidad, sino en convertirla en punto de arranque para ir más allá. El segundo reproche está en clara contradicción con la teoría de la identidad. Por consiguiente, la tesis de una ética de la economía orientada teológicamente dice así: una sociedad no puede construirse sobre el principio del propio interés, sino únicamente sobre la experiencia de la identidad solidaria del individuo. b) La ética del comunitarismo. La opción por la humanización en solidaridad nos invita a abordar el debate que se entabló en los EE.UU. a partir de 1982 con el nombre de "comunitarismo". No se trata del concepto neoconservador de comunidad, sino que más bien, por el peligro del individualismo de destruirse el hombre a sí mismo, se propugna la construcción intersubjetiva e interaccional de la sociedad. Los conceptos de "felicidad" y "bienestar", propios de una ética de lo bueno, son reasumidos y contrapuestos conscientemente a una ética de lo justo, que ha planteado primariamente cuestiones sobre la convivencia justa entre los hombres. El hecho de que la identidad humana se forma en interacción comunitaria está en consonancia con el modelo de una sociedad cuyo objetivo sea formar una comunidad solidaria. Solidaridad y comunidad representan, pues, las características primarias de la organización de la vida humana. Dado que sólo se es persona en el contexto de las relaciones sociales, que proporcionan seguridad, confianza, apertura, reconocimiento y libertad, el bienestar del individuo presupone siempre una comunidad solidaria. Y por esto la "concepción comunitariosolidaria" es el punto de partida de una ética de la sociedad, en la que luego habrá que responder a las cuestiones de la libertad y la justicia. c) Una ética de la koinonía. El cambio de paradigma del interés propio a la solidaridad, que propongo, no se remite únicamente a la moderna teoría de la identidad (psicología) y al comunitarismo (debate ético). Para fundamentar mi propuesta hay también una postura ética dentro de la ética teológica que casi ha caído en el olvido y que conscientemente asumo. Es la "ética de la koinonía" de Paul L. Lehman, que, en su obra "Ethics in a Christian Context" (1963), señala la koinonía (comunidad de los que creen en Jesús) como el contexto en el que cristianas y cristianos actúan. Este contexto viene determinado por una nueva manera de ser persona, que Jesús primero puso en práctica y que se caracteriza por el hecho de que los hombres se ganan a sí mismos mediante la entrega a los demás. El hombre "ético" puede regirse perfectamente por los principios de la justicia. Pero el hombre "maduro" llegará a su armonía interna en la relación mutua. Para P.L. Lehmann, la individualidad humana puede desarrollarse precisamente HELMUL KAISER en una comunidad basada en la madurez del amor. Esas ideas deben introducirse, como modelo ético, en el debate de la ética económica. d) Hacia la legitimación del interés propio. Existe el peligro de que sobre el concepto de solidaridad se monte el de comunidad, el cual a su vez sea aprovechado para un abuso antidemocrático. Por esto, en un tiempo en que la investigación de la socialización y la teoría de la comunicación constatan una "atrofia de las relaciones de comunidad", debe legitimarse también el interés propio en su "inserción" interaccional. Por esto mi enfoque en orden a la fundamentación solidario-comunicativa de la economía debe integrar la idea fundamental de la "ética humanística" de Erich Fromm, que considera el texto de Lv 19,18 "Ama a tu prójimo como a ti mismo" como una crítica a la exigencia de altruismo. Existe el peligro justificado de que las interpretaciones del egoísmo de los reformadores cuajen en una ideología del altruismo neurótico. Y por esto, desde una óptica psicoanalítica, piensa E. Fromm que los hombres no se ocupan demasiado, sino demasiado poco, de su propio interés y que, por consiguiente deberían interesarse más en sí mismos. Con esto, nuestra "humanización en solidaridad" interpone distancia con respecto a la exigencia de altruismo y a la altruista negación de sí mismo. Con este referente psicológico (teoría de la identidad), ético (comunitarismo) y teológico (ética de la koinonía), he desarrollado la "humanización en solidaridad" como fundamento para la construcción de la sociedad -¡sin olvidar el interés propio!-, con lo que propongo conscientemente una "reducción" del individualismo metodológico de la teoría liberal de la economía. Una crítica del individualismo moderno resulta sospechosa de subordinar la libertad a la comunidad y de fundamentar con esto un orden social como el que hemos conocido con el socialismo real. En cambio, la "humanización en solidaridad" significa que la libertad, la individualidad y la identidad presuponen una concepción comunitaria de la sociedad. Una vez más: solidaridad en el contexto de la fe cristiana (= amor al prójimo) significa que el hombre nunca puede ser reducido a medio para un fin (= comunidad). 3. Estructuras de la humanización en solidaridad. A partir del momento en que se establece la humanización en solidaridad como fundamento de la sociedad y la economía, hay que tener en cuenta la tesis de Reinhold Niebuhr, el cual, ya en su obra "Moral Man and Immoral Society. A Study in Ethics and Politics" (1932) llegaba a la conclusión de que no puede haber amor en las estructuras. Para Niebuhr el amor, como entrega de sí mismo y solidaridad, sólo puede ser la moral de los pequeños grupos, pero no de un sistema. Pero no deja de ser interesante que Gerd Gerken, instructor de alta dirección, en su libro "Management for Love" (Dirección por amor) (1990) señala el amor como factor central para todos los procesos sociales y lo reconoce además como eficiente y rentable. Esto puede criticarse como una concepción funcional del amor (el amor es rentable) y una concepción individualista de la ética (una "nueva" conciencia lo cambia todo). Pero sus conclusiones dejan claro que la humanización en solidaridad, incluso en el ámbito de la economía, no es una idea imposible, sino que posee un cierto atractivo como idea que hace pensar, por más que las consideraciones de Gerken, muchos las releguen al desván espiritualístico o psicológico de la irracionalidad. La pregunta que, en definitiva, se nos plantea es, pues:¿hasta qué punto el cambio fundamental del punto de partida antropológico es efectivo para la configuración de la economía? Estas son las ideas maestras: HELMUL KAISER a) Prioridad de la solidaridad respecto al interés propio. Mientras la ética económica proponga el interés propio, incluso el éticamente integrado, como medida de la actividad económica, existe el peligro de que, al fin, se establezca el derecho del más fuerte y se justifique a los que han salido incólumes en la lucha por la existencia. La ética teológica de la economía reivindica la superación de este punto de partida metodológico a favor de una situación de salida "solidariocomunicativa". Esto no implica una devaluación ni de la libertad ni de un legítimo interés propio. Lo que sí se subraya conscientemente es la solidaridad y la necesidad de una configuración solidaria de la sociedad. Así se convierte la solidaridad en presupuesto de la libertad y de la realización del interés propio, compatible con el interés propio de los demás. b) Aplicación del principio de diferencia de J. Rawls. Conforme a la teoría de la justicia de J. Rawls, el principio de la diferencia exige el mejoramiento prioritario de los menos favorecidos. Esto se refiere a las personas y a la naturaleza. Esta exigencia responde a una situación radical, en la que cada uno cierra los ojos al interés propio y se mete en la piel del otro. En esa situación (estado originario) vale el principio de la imparcialidad, así como la regla de oro de hacer con el otro lo que uno desea para sí. En la teoría de Rawls es importante la invulnerabilidad de los derechos de la libertad y su traducción en el principio de diferencia, que puede proporcionar desventajas a los privilegiados. c) Comunidad ideal de comunicación como modelo. La comunidad ideal de comunicación propia de la humanización en solidaridad constituye el modelo para la configuración de las instituciones sociales. Las condiciones para el diálogo ideal son: participación de todos los interesados, dirección por consenso, igualdad de oportunidades, ausencia de coacción, información al alcance de todos, competencia argumentativa (los participantes han de ser capaces de argumentar razonablemente, estando abiertos para examinar imparcialmente los argumentos en contra y esforzándose por lograr un consenso). Las instituciones sociales reales (por ej. una empresa) han de contar con discrepancias prácticas, que, razonadas, son objeto de reflexión ética. d) Participación de todos. La actividad económica implica división de trabajo y cooperación. Cooperan los sujetos fundamentales de la economía: productores, consumidores y Estado. Entre los productores hay cooperación entre los que aportan el capital y los empresarios por u na parte y, por otra, los distintos niveles que constituyen el factor trabajo. Hay distintas formas estructurales de cooperación: o la cooperación se transforma en dependencia a una de las partes, que impone a la otra las condiciones de trabajo, o ambas partes establecen conjuntamente las condiciones de la actividad común y se esfuerzan por alcanzar un consenso. La "humanización en solidaridad" presupone la estructura de participación de "dirección por consenso". Hay que tener en cuenta que de hecho existe un predominio de los intereses del capital sobre los del trabajo y una acumulación de poder económico por parte de las grandes empresas. Y por tanto, la comparación ética de la participación depende de que se abandone el principio (capitalista) que legitima el que las decisiones las tomen únicamente los que participan en el capital y que, por el contrario, sean todos los "interesados" los que toman parte en el proceso de toma de decisión. En consecuencia: la dirección de la empresa no ha de rendir cuentas sólo a los que, con su capital, participan en la empresa de crear riqueza, sino también a los que de una manera apropiada y cualifica da participan en el proceso de creación de riqueza. En el fondo, de lo que se trata es de convertir en estructural el ideal de unidad de todos los que, de una u otra forma, forman parte de la actividad de crear riqueza. HELMUL KAISER e) Solidaridad ecológica. Con sus formas de organización social y económica, el hombre está a punto de destruir las condiciones fundamentales de su vida natural y esto tanto local como globalmente y tanto ahora como en un futuro. El hombre solidario se preocupa porque esas condiciones mejoren, porque sin ellas no puede vivir. La solidaridad ecológica implica que el hombre ve su en-torno como su con-torno, con el que forma una comunidad de vida. Su destrucción significa su propia destrucción. Se requiere una "ecologización" de la economía. f) Competencia y solidaridad humana. En la economía social de mercado la competencia es un elemento fundamental y sirve de instrumento eficaz para tener a raya el poder económico, porque proporciona alternativas a los compradores y limita las posibilidades de salir perjudicado. Pero juntamente la competencia es despiadada y se convierte de hecho en una realidad social, en la que, a la manera darwinista, el más fuerte triunfa sobre el más débil (supervivencia de los mejores). En este sentido, la competencia difícilmente es compatible con el ideal de comunidad de comunicación. Por esto hay que establecer unas reglas de juego que transformen la competenc ia en un sistema de controles sociales, en el que conflicto y cooperación, rivalidad y simpatía sean compaginables. Además la competencia no es en sí misma un fin, sino que ha de servir al bien común. Sería falso pretender que el objetivo de la competencia tiene el mismo alcance que el de la solidaridad. En la competencia se trata de un leal unocontra-el-otro. En cambio, en la solidaridad de lo que se trata es de un recíproco unopor-el-otro. Es importante que las reglas de la competencia sean consensuadas, que se cumplan y que su incumplimiento sea sancionado. Conclusiones 1. En el pensamiento de A. Smith, como para la economía social de mercado, el interés propio sigue siendo la disposición primaria y dominante para la acción económica. En A. Smith el paso del interés propio al bien común presupone una imagen deísta del mundo - la mano invisible-. En cambio, en la economía social de mercado ese paso repercute en el orden político y es considerado conscientemente como una tarea a realizar políticamente. En la economía libre de mercado el bien común es el resultado automático de la libertad de la acción económica. Pero la experiencia demuestra que esto es una ficción socialdarwinística que no se ajusta a las exigencias de los derechos humanos. 2. En la econo mía social de mercado, como en la teoría económica, el modelo fundamental de comportamiento es el individualismo metodológico, que presupone el tipo de hombre individualístico y racional que calcula sus propios intereses. Si se quieren resolver los problemas pendientes, como la justicia o la ecología, habrá que hacer una revisión a fondo de esa premisa antropológica. Se puede afirmar que, con esa premisa, las amenazas a nuestras posibilidades de futuro resultarán irreversibles. Por esto es cuestión de subsumir el individualismo metodológico, como modelo dominante de comportamiento, y el interés propio, como disposición antropológica, en la premisa antropológica de la humanización solidaria. En ella se expresa, al mismo tiempo, la idea del primado de la ética. HELMUL KAISER 3. Una tarea importante de la ética teológica, como ciencia, y de la Iglesia, como comunidad que comparte la responsabilidad de la ética económica, consiste en contribuir con conocimiento técnico y profecía a que el cambio de paradigma del interés propio a la humanización solidaria sea una realidad en la economía. La ética teológica puede aportar a la psicología social sus argumentos y su imagen del hombre. El reproche que se nos hace de visionarios -"Nosotros tenemos la realidad de nuestro lado"- se reve la aquí no sólo como pura y simple duplicación de lo existente, sino también como imposibilidad ética, ya que, ante la enormidad de los problemas por resolver, no cabe ya aducir el realismo como base de la argumentación. Tradujo y condensó: MARIO SALA