GLOBALIZATION AND GLOBAL CRISIS FROM A LATIN AMERICAN PERSPECTIVE I. INTRODUCCIÓN Actualmente estamos impactados y atravesados por procesos globales, de una magnitud sin precedentes. Enfrentamos problemas que afectan sin excepción a la humanidad entera: el crecimiento poblacional descontrolado; la urbanización desordenada, producto de migraciones internas en gran escala; las falencias en la producción y la distribución de alimentos; el impacto de las innovaciones tecnológicas en la reducción de los puestos de trabajo; la acumulación de residuos contaminantes, el agotamiento previsible de los recursos no renovables, en particular los combustibles fósiles, el recalentamiento global del planeta; la expansión de los circuitos comerciales anómalos, como el narcotráfico, el tráfico de armas y de animales silvestres, el lavado de dinero; la inseguridad; el terrorismo; entre muchos otros. Una característica común a todos estos problemas es que ninguno puede ser resuelto, o siquiera encarado, por algún Estado (por importante y poderoso que sea) en forma aislada. Solamente estrategias compartidas e integradas tienen alguna posibilidad de éxito frente a éstas grandes cuestiones. Por otra parte, como enfoque positivo, nuestro mundo se caracteriza (y cada vez más) por un incremento vertiginoso de los intercambios, tanto de capitales, bienes y servicios, así como de información, ideas, tecnologías y pautas culturales. Es como si el mundo se achicara a las dimensiones de la “aldea global” de la que habla Mc Luhan, acercando a los pueblos y disminuyendo la gravitación de las fronteras políticas y culturales. Hay una palabra que en los umbrales de este nuevo siglo se ha convertido en clave paradigmática de la situación en ciernes: GLOBALIZACIÓN.1 Por lo tanto, para comenzar a clarificar a qué alude y qué involucra el “proceso de globalización”, podemos argumentar que mucho de lo que se conoce con esta designación, ha sido de hecho, una tendencia recurrente del capitalismo mundial desde los inicios de los tiempos modernos. La novedad de la llamada “revolución de la información” es impresionante, “pero la novedad del ferrocarril y el telégrafo, el automóvil, la radio y el teléfono”, impresionaron igualmente en su día. Incluso, la denominada “virtualización de la actividad económica” no es tan nueva como puede aparecer a simple vista: “los cables submarinos del telégrafo desde la década de 1860 en adelante, conectaron los mercados intercontinentales, hicieron posible el comercio cotidiano y la formación de precios a través de miles de millas. Una innovación que podría calificarse de mayor, que el advenimiento actual del comercio electrónico: Chicago, Londres, Melbourne y Manchester, pudieron ser, mediante este mecanismo, conectadas en tiempo real, es decir, a un mismo tiempo”. Por lo cual, esto explica que ya han existido procesos a los cuales se han calificado de “globales”, lo realmente innovador en la actualidad, es: “las características que asume este proceso”, y es lo que analizaremos a continuación. Este fenómeno de la Globalización está “caracterizado en lo económico por la creciente movilidad del capital financiero, el traslado veloz del capital físico, el auge de los intercambios de mercaderías, la difusión mundial de pautas de consumo, la integración internacional de la producción de bienes y servicios, todo ello motorizado por los avances tecnológicos, la aceleración 1 ARNOLETTO, Eduardo J., con la colaboración de PLEBANI PAUTASSI, Ana y DÍAZ, Ana Carolina (2004). Globalización, Regionalización y Situación Nacional Argentina. Datos y claves para comprender mejor la realidad que vivimos. Versión inédita, utilizada como apunte de cátedra en la asignatura Geografía de los Recursos de la carrera de Licenciatura en Administración de Empresas de la Universidad Católica de Córdoba. 1 de las comunicaciones y el avance del mundo virtual, con repercusiones sociales tales como la creciente segmentación de grupos y comunidades y la necesidad de diferenciación.”2 II. GLOBALIZACIÓN, UNA “PALABRA - ÍDOLO” Mària i Serrano3, nos dice que la globalización se ha convertido en una palabra – ídolo ya que responde en parte a la verdad de un fenómeno y de un proceso, pero es también un arma que esgrimen algunos para mantener o prolongar situaciones injustas; es la excusa perfecta de algunos pensadores, hombres de negocios o políticos para volver a situaciones de capitalismo feroz; y es la de algunos gobiernos, tanto de países ricos como pobres, para ocultar errores de política interior y exterior, e incluso su propia incompetencia. A tal punto, que “hay que aclarar que en los países del Tercer Mundo este concepto (“globalización”) ha sustituido al de “dependencia” y actualmente ha de pagar como causa de todo problema y de todo mal” (Müller, 1999). De ahí que viene tan a cuento la cita que nos trae de R. M. Solow (Nobel de Economía): “¡Ah, sí, la globalización! Es una maravillosa excusa para muchas cosas”. Aclarado lo anterior, podemos decir con Aldo Ferrer4 que la globalización no es un hecho nuevo, pero adquiere ahora dimensiones distintas y más complejas que en el pasado.5 Y es por ello que conviene advertir dos esferas de la globalización, la real y la virtual. La primera corresponde al crecimiento del comercio mundial que se concentra actualmente en los bienes de mayor valor agregado y contenido tecnológico. Al mismo tiempo, segmentos importantes de la producción mundial se realizan dentro de las matrices de las corporaciones transnacionales y sus filiales en el resto del mundo. Hoy en día, el comercio y las inversiones privadas directas han adquirido un mayor peso en la actividad económica de los países. Esta globalización real refleja los cambios en la tecnología, la acumulación de capital, y la aptitud de las economías nacionales para generar ventajas competitivas. Este es un proceso de larga data que incluso podríamos remontar, salvando las distancias, a la antigüedad clásica donde desde una perspectiva filosófica, ya estamos en presencia de los primeros sistemas regionales globalizados, haciendo referencia concretamente, a los ejes de dominación ético-cultural griego, y militar-legal romano. Este proceso se acelera a partir de la difusión de la revolución industrial en el siglo XIX y adquiere nuevo impulso en la mitad del XX, particularmente luego de que el sistema monetario internacional soportara las tensiones y ajustes producidos por el abandono por parte de los Estados Unidos de la convertibilidad del dólar en oro en 1971. Posteriormente, asistimos a un nuevo impulso globalizador a finales de la década del 80, cuando el desmoronamiento de la URSS, y con ello, el de la mayor parte de los denominados “socialismos reales”, implicó en la práctica la victoria política del capitalismo. Esto último, como corolario y cierre del tríptico que para el siglo XX “corto” propone Hobsbawn6. Volviendo ahora a las palabras de Aldo Ferrer, diremos que la globalización virtual abarca, por un lado, los extraordinarios avances en el procesamiento y transmisión de información, y por el otro, la esfera financiera de la que cabe acotar que, tal cual la conocemos ahora, es un fenómeno 2 Magíster Eduardo J. Arnoletto, “Un Análisis Politológico de la Problemática Social Actual”, junio de 1998. MÀRIA I SERRANO, Joseph F. (2003) La Globalización. Cristianisme i Justicia. Cuaderno 103. Barcelona, Fundació Lluís Espinal. En SPECCHIA, Nelson G. y MORELLO, Gustavo eds. Crisis, Rupturas y Tendencias. Lecturas Críticas de la Globalización en la Óptica de Cristianisme i Justicia. Editorial Universidad Católica de Córdoba, Córdoba. 4 FERRER, Aldo (1998). Reflexiones sobre la Globalización. En BARRETO, Vicente et. al. Estudos em Homenagem a Helio Jaguaribe (2000). Paz e Terra, Saõ Paulo. 5 FERRER, Aldo (1996). Historia de la Globalización. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. Citada en FERRER, Aldo Op. cit. 6 HOBSBAWN, Eric (1998). Reflexiones para Historiar las Ideas Políticas. Centro de Estudios de Política Comparada, México. 3 2 eminentemente contemporáneo. En el pasado, continúa Ferrer, las finanzas internacionales promovieron y acompañaron, no sin sobresaltos pasajeros y algunos extraordinarios episodios especulativos, el crecimiento de la economía mundial. En la actualidad, la globalización financiera se ha convertido en un fenómeno en gran medida autónomo y de una dimensión y escala desconocidos hasta tiempos muy recientes. Las manifestaciones más espectaculares de la globalización se registran precisamente en esta esfera virtual. Es decir, en la difusión de información e imágenes a escala planetaria, y en los mercados financieros. De hecho, el concepto mismo de globalización fue utilizado por primera vez por un mega grupo internacional dedicado al negocio financiero, la tarjeta MasterCard, la que lanzó un producto al que denominó “tarjeta global”. En efecto, nunca antes existieron redes de transmisión y procesamiento de datos en tiempo real de la magnitud e ínfimos costos observables en la actualidad. Tampoco existió en el pasado un mercado financiero de escala semejante y en el cual predominan los movimientos de capitales de corto plazo. Es así que la globalización virtual y real interactúan para generar la visión de un mundo sin fronteras, la llamada ficción globalizadora. La intermediación mediática contagia el plano real transmitiendo modas, pautas culturales y patrones de consumo. A su vez, el comercio y las corporaciones transnacionales difunden los bienes y servicios promovidos por la intermediación mediática. La desregulación financiera, por su parte, condiciona el manejo de políticas de los estados, genera efectos riqueza que estimulan o deprimen el gasto, perturba las paridades, y los equilibrios macroeconómicos e influyen en los niveles de producción y empleo. Ahora bien, dicho todo lo anterior, es necesario asirse de un concepto de globalización que nos permita, al menos, manifestar desde qué perspectiva abordamos este conjunto de fenómenos convergentes al que llamamos globalización. También aquí viene en nuestro auxilio Mària i Serrano, quien nos dice: “globalización significa el proceso de interconexión financiera, económica, política, social y cultural posibilitada por las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC), que relaciona a determinadas personas y organizaciones gubernamentales, o no, creando dinámicas complejas de relación y de exclusión”; es decir que, continúa la cita: “existen personas y grupos más o menos globalizados y no podemos afirmar que estar globalizado sea (a priori) bueno o malo”. Desde esta visión, es sencillo comprender por qué “globalización” no es lo mismo que “internacionalización”, ya que en la actualidad se establecen relaciones entre personas y organizaciones de diversos países al margen de los Estados – Nación; ni tampoco es sinónimo de “mundialización”, ya que esto implicaría que ha llegado a todos los ciudadanos del mundo, cosa que, según nuestra perspectiva, evidentemente no ha sucedido. Si partimos de esta base, está muy claro el por qué para abordar un fenómeno tan complejo e intrincado, corresponde intentar una análisis que tome en cuenta no sólo las ya clásicas variables económicas y políticas, sino también, y ahora más que nunca, las dimensiones de lo social y lo cultural. Y esto es precisamente lo que procuraremos llevar a cabo en el desarrollo que sigue, intentando resumir los cambios que hoy caracterizan al mundo, y poniendo en evidencia las distintas crisis que exalta el fenómeno de la globalización, tal cual se materializa en nuestros días, tomando a la palabra crisis en su significación oriental, la noción clásica de crisis que los chinos señalan gráficamente con dos signos: uno que significa peligro, y el otro que denota la oportunidad. Así ambas dimensiones, amenazas más oportunidades, y no sólo una de ellas, configuran el nuevo panorama del mundo. III. CRISIS Y GLOBALIZACIÓN 3 Para algunos autores, la globalización puede ser considerada como la segunda gran revolución capitalista7, la que alcanzó su plenitud cuando el Capitalismo, tras la caída del muro del Berlín (1989) y el colapso de la URSS (1991) quedó prácticamente como único sistema económico vigente en la mayor parte del mundo, y planteó, en un contexto caracterizado por la participación de casi todos los Estados en la dinámica globalizadora y la revolución tecnológica de la información, un esquema de interdependencia asimétrica e imbricación de las economías, sobre todo en el sector financiero. Lo anterior implicó una total libertad de circulación de los flujos financieros, en la búsqueda de la conquista de mercados, y no de personas ni de territorios; ahora se trata de controlar y poseer fuentes de riqueza. Pasando por alto, en reiteradas ocasiones, los derechos preexistentes y la diversidad de los regímenes, y llevando a un total replanteo de conceptos tales como Estado – Nación, soberanía, independencia, fronteras, democracia y ciudadanía. Dado que excede a los objetivos del presente trabajo, no agotaremos aquí todas las aristas de la problemática que se desencadena de lo dicho, pero sí se intentará resumir algunas de las que se consideran fundamentales. 3.1.- Dimensión económico-financiera y política de la globalización: Globalización, economía de mercado y especulación financiera Globalización y crisis son cuestiones inseparables8, cada episodio (México, Lejano Oriente, Rusia, etc., e incluso la actual crisis originada en los Estados Unidos) no es más que un punto de inflexión de una larga crisis mundial que comenzó a principios de la década de los años 70s, basada en la sobreproducción de bienes y de capitales. La caída de la demanda y del consumo, por la concentración de la riqueza, condujo a una situación de “stagflation” (recesión con inflación) y en definitiva a una tendencia descendente en el largo plazo del crecimiento de la economía mundial. En la visión de Beinstein, las relaciones asimétricas entre centro y periferia, la evolución de las economías occidentales, el rápido y abrumador crecimiento de los “negocios ilegales”, son todos aspectos parciales y relacionados de una crisis mundial única, caracterizada por: la desaceleración a largo plazo del crecimiento económico mundial, en especial de la economía productora de bienes y servicios directos; la tecnología como arma que acelera la concentración empresaria, reduce los costos laborales y deteriora los términos del intercambio; la expansión del comercio mundial, sobre todo de las exportaciones de los países centrales; y la expansión del gasto público, clave explicativa del desarrollo posterior de los mercados financieros. Se abrió así el camino a esa “hipertrofia financiera” que hoy domina la economía mundial, y se expresa en el desmesurado crecimiento del negocio bursátil y de sus “productos derivados”, que ha llevado a una “financiarización” de las empresas, como resultado lógico (en la lógica financiera) de la caída de la tasa de ganancia industrial, que hizo desplazar al capital hacia las finanzas. De hecho, la economía financiera (la especulación con papeles) es 50 veces más grande que la economía real (producción de bienes y servicios). 7 ARNOLETTO, Eduardo J. y PLEBANI PAUTASSI, Ana (2000). Globalización, Regionalización y Situación Nacional Argentina. Editorial Triunfar, Córdoba. 8 BEINSTEIN, Jorge. “La larga crisis de la economía global”. Citado por Jozami, A. En “Explicación alternativa de la coyuntura mundial”. Le Monde Diplomatique, mayo de 2000. Citado en ARNOLETTO, Eduardo J., con la colaboración de PLEBANI PAUTASSI, Ana y DÍAZ, Ana Carolina. Op. cit. 4 Una muestra la tenemos en los datos que siguen, en 1995 se movieron en el mercado de capitales 1,5 billones de dólares cada día, cuando los pagos del comercio internacional sólo necesitaron diariamente 10.000 millones de dólares9. Es así que los capitales corrieron a una velocidad 150 veces superior a lo que necesita la economía real. Ese proceso de “empapelamiento” del mundo encontró cierto límite en 1990, cuando los países más grandes del mundo se autoimpusieron topes a sus deficit fiscales. Allí comenzó la fase de los “mercados emergentes”, en la que los capitales excedentes se trasladaron a la periferia para obtener una rentabilidad rápida y extraordinaria por vía de las privatizaciones, las capitalizaciones bursátiles y los títulos públicos. Esa burbuja financiera estalló en la crisis de 1997, a la que Beinstein interpreta como el comienzo de una nueva etapa de esta larga crisis que muestra a la globalización en su realidad de fondo, caracterizada por la desaceleración productiva de bienes y servicios primarios y el parasitismo financiero sin frenos. A esta perspectiva se adiciona la de Ferrer10, quien sostiene que: “las autoridades monetarias son prácticamente impotentes para controlar los ataques especulativos y reducir la volatilidad de los mercados. Pero el problema no es inherente a la naturaleza de los mercados. Es el resultado de la decisión política de los países centrales de desregular la actividad financiera y de permitir el libre movimiento de los capitales especulativos”. Globalización y libre cambio El Libre Cambio ha sido presentado como uno de los principales “artículos de fe” de la ideología neoliberal, clave del crecimiento económico y del desarrollo para todos los pueblos. Ahora bien, en la práctica, el libre cambio, entendido como apertura de la economía al libre acceso de productos importados, es más bien una medida que los países fuertes imponen a los débiles, sin ninguna reciprocidad. Los países desarrollados dedican anualmente miles de millones de dólares a la protección de su agricultura y otros tantos a la de su industria. Ese intervensionismo estatal, de astronómicas subvenciones, es sólo uno de los elementos de la maquinaria proteccionista, que incluye sistemas de espionaje industrial y el fomento de acuerdos entre grupos oficialmente competidores, para conquistar mercados extranjeros11. Podemos decir entonces con Ferrer,12 que la globalización está enmarcada en un sistema de reglas establecido por los centros de poder mundial. Los países desarrollados protegen sus mercados en productos que consideran sensibles, como lo son los agrícolas, textiles y el acero. Por lo tanto, la globalización es selectiva y abarca esferas en donde predominan los intereses de los países más poderosos, muchas veces representados en la acción de las organizaciones económicas y financieras multilaterales (Organización Mundial de Comercio, Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial), en cuyo seno estos países tienen una influencia decisiva. 9 LAFONTAINE, O. y MÜLLER, Ch. (1998). No hay que tener miedo a la globalización. Biblioteca Nueva, Madrid, pág. 74. Citado en MÀRIA I SERRANO Op. cit. 10 FERRER, A. Op. cit.. 11 STIGLITZ, J. (2002). El Malestar en la Globalización. Editorial Taurus, Buenos Aires, Novena reimpresión enero de 2003. 12 FERRER, A. Op. cit. 5 La cuestión suscitada actualmente, fruto de la obsolescencia y alejamiento de los objetivos primordiales para los que fueron creados la mayoría de los organismos multilaterales es otro de los nodos centrales de esta crisis, pero su abordaje excede ampliamente el desarrollo de este trabajo. Baste con decir que “la globalización selectiva es el nuevo nombre del nacionalismo de los países avanzados e implica un desnivel en el campo de juego en el cual operan los diversos actores del sistema internacional”, en otras palabras, “los países centrales siguen inclinando el campo de juego en su favor”13. Globalización y cambios en el mundo del trabajo Mària i Serrano, siguiendo a Manuel Castells,14 nos dice que los cambios en el modo de producir del capitalismo han ocasionado la división de los trabajadores en dos categorías: los trabajadores auto-programables y los trabajadores genéricos. Los primeros son los que manejan las TIC y se adaptan a los cambios que estas imponen, generando así la parte más importante del valor añadido de los procesos y en consecuencia tornándose muy difíciles de sustituir. Se procura entonces su fidelización, y se los retribuye con salarios (u otros incentivos económicos) muy elevados. Por su parte, los trabajadores genéricos, realizan trabajos menos importantes y son prescindibles a nivel individual, si bien no como colectivo. Estos son los más afectados por el paro y la precariedad crónicos de las economías industriales. De esta manera, evidenciamos que la globalización ha dualizado el mercado de los trabajadores, y de hecho, ha atomizado también sus intereses. Ya que ha superpuesto dualidades a muchos niveles: “entre ocupados y parados, entre trabajadores temporales y fijos, entre trabajadores a tiempo completo y parcial, entre hombres y mujeres, entre trabajadores nativos e inmigrantes, entre legales y sumergidos, etc. El resultado ha sido el debilitamiento del poder de los trabajadores a la hora de reclamar su participación en la riqueza que los incrementos de productividad generan.” En definitiva, concluye este autor, los resultados palpables de la globalización en el mundo del trabajo han sido, pues, una cronificación del desempleo, un aumento de la precariedad laboral y social en los todos los países, aún en los más industrializados, y también un incremento en la desigualdad de los ingresos. Esto último, sobre todo afectando a los subcontinentes empobrecidos como es el caso de América Latina, en los que la brecha entre ricos y pobres se agranda abismalmente. Globalización y economía ilegal Una de las consecuencias más desagradables y menos conocidas del proceso de la globalización, es el crecimiento hasta niveles nunca vistos de la economía ilegal, en la que aparecen asociados las mafias internacionales, las empresas trasnacionales y los gobiernos nacionales15. Ocurren numerosos hechos delictivos, de gran significación económica, que involucran a empresarios y empresas, entidades financieras, políticos y gobiernos, y organizaciones mafiosas, que mediante una colusión de intereses aseguran el blanqueo y el reciclaje de las ganancias delictivas. 13 FERRER, A. Op. cit. CASTELLS, M. “Entender nuestro mundo”. Revista de Occidente 205, Madrid, mayo de 1998, pp.120-121. Citado en MÀRIA I SERRANO, J. Op. cit. 15 DE BRIE Y CASTELLS, “La criminalidad financiera”, Le Monde Diplomatique. Citado en ARNOLETTO, Eduardo J., con la colaboración de PLEBANI PAUTASSI, Ana y DÍAZ, Ana Carolina. Op. cit. 14 6 Hay muchos factores que actúan conjuntamente y que facilitan esa convergencia de intereses y acciones. Entre los principales cabe citar algunos a los que ya veníamos aludiendo: la completa liberalización de los movimientos de capital, que escapan prácticamente a todo control; el incremento en volumen y velocidad, y desmaterialización, de las transacciones financieras, gracias a la revolución tecnológica de las comunicaciones; la fiabilidad adquirida por las plazas administrativas de la criminalidad financiera: los llamados “paraísos fiscales”, no sólo en pequeñas islas del Caribe, sino también en renombradas sedes europeas, como Suiza y Luxemburgo, y hasta en países de nuestra sudamérica como es el caso de Uruguay. Los sectores de la actividad económica principalmente afectados por estas actividades ilegales son la producción de armamentos, el petróleo, las obras públicas, la aviación civil, el transporte aéreo, marítimo y ferroviario, las telecomunicaciones, los bancos, los seguros, las cajas de pensiones y jubilaciones, la industria química, muy especialmente en lo referente a la producción de narcóticos y remedios falsificados, entre otros. Las actividades tradicionales del crimen organizado han sido desde hace mucho tiempo el narcotráfico, la extorsión, el secuestro, el juego clandestino o aparentemente legalizado, el proxenetismo, el contrabando, las falsificaciones de monedas y documentos, y el tráfico de armas. Las nuevas actividades, o al menos en auge en los últimos tiempos, se refieren a la provisión de mano de obra clandestina, traslado de refugiados y emigrantes ilegales, pirateo informático, tráfico de especies protegidas y de órganos humanos, productos nucleares y desechos tóxicos. Las inversiones predilectas de esos fondos provenientes de la economía ilegal se refieren a inversiones de alto riesgo y alta rentabilidad en la especulación financiera, las nuevas tecnologías, los mercados emergentes y las inversiones inmobiliarias. También hay inversiones en acciones de empresas multinacionales y bancos internacionales. La relación con los dirigentes y los partidos políticos se refieren sobre todo a la prestación de ayuda financiera para la actividad política y el enriquecimiento personal, a cambio de dar la ilusión de una lucha permanente, gubernamental, policial y judicial, contra la criminalidad, pero sin perjudicar realmente el funcionamiento del sistema, como lo prueba el evidente fracaso de la ya larga lucha internacional contra el narcotráfico. Los paraísos fiscales son las bases de encubrimiento de la delincuencia financiera. Se trata de áreas sustraídas a la ley -en Argentina diríamos “zonas liberadas”- para procesar el dinero ilegal, mediante una sucesión de operaciones más o menos conocidas que incluyen la colocación o prelavado (transferencia de dinero desde el lugar de adquisición hasta las empresas financieras, ventilado en muchas cuentas); acumulación o mezcla (múltiples transferencias entre cuentas y subcuentas, idas y vueltas paralelas entre mercados, para impedir el rastreo de su origen); y la integración planificada de capitales blanqueados (son reagrupados en cuentas en bancos seleccionados, para su utilización legal). Los servicios financieros ofrecidos por esta combinación de paraísos fiscales y bancos de “buen” prestigio, abarcan el secreto bancario jurídicamente protegido, la ausencia de control de cambios, la libertad de contrato y de asociación, el anonimato de los accionistas, la exoneración fiscal, el libre acceso a todos los mercados, el enlace con redes bancarias y la protección contra investigaciones. Frente a este panorama, en varias ocasiones, no deja de llamar la atención la actitud de las grandes potencias y de la comunidad internacional; en general, las grandes plazas financieras trabajan con dinero proveniente de la economía ilegal, y se oponen a todo control de los 7 movimientos de capitales, por su parte, cuando esto favorece a sus intereses o al de sus empresas “nacionales” (“multinacionales de base nacional propia”), las grandes potencias y los organismos internacionales donde tienen peso decisivo, afirman no poder actuar sobre la base de numerosos e inverosímiles pretextos. Tal parece entonces, y de acuerdo con lo hasta aquí desarrollado, que “no puede esperarse una limpieza por parte de los gobiernos o de las organizaciones internacionales. Solo una presión social muy fuerte y muy consciente puede revertir esa situación”. Globalización y cambios en el rol del Estado-Nación Otro aspecto crítico, o cuanto menos novedoso, que se está produciendo en nuestros días, es la pérdida de autoridad económica de los Estados.16 Hasta ahora la actividad económica estaba “domesticada” por ellos, los que imponían las condiciones marco del mercado y se suponía que velaban por el bienestar general. Hoy la economía salta fronteras y los agentes estatales de política económica cuentan cada día con instrumentos más débiles para controlar las variables macroeconómicas básicas, para defender la libre competencia o para redistribuir rentas de los ricos a los pobres. Parte de esta problemática se encuentra desarrollada en un trabajo de David Held17, del cual se tomarán sólo algunas referencias a las “disyuntivas” que plantea en cuanto a la soberanía y autonomía estatales. En este sentido, es clara la limitación que al Estado como agente económico le imponen las nuevas reglas de juego, y con ellas la internacionalización de la producción y de las transacciones financieras, organizadas en gran parte por compañías multinacionales en rápida expansión; y el crecimiento del comercio a niveles sin precedentes, todo ello sobre el soporte que posibilitan los avances tecnológicos en la comunicación y el transporte. Además, Held avanza sobre otras “disyuntivas” del Estado-Nación, el cual no sólo se ve disminuido en sus capacidades de manejo de la economía, sino que también comparte su poder a la hora de tomar decisiones en el campo de lo estrictamente político, nos estamos refiriendo concretamente, al de la política y el derecho internacionales, y al de la defensa y seguridad nacional. En este apartado, el autor analiza cómo se han establecido nuevas formas de política multilateral y multinacional, y con ellas, nuevos modos de toma de decisiones colectivas que implican a gobiernos, organizaciones gubernamentales internacionales y una amplia variedad de grupos internacionales de presión y organizaciones no gubernamentales. A tal punto esto influye, que se ha “generado un alejamiento desde un sistema internacional de ‘alta política’ puramente centrado en el Estado hacia nuevas y originales formas de geogobierno”. Este autor advierte además, cuánto limita esta nueva realidad a la teoría política basada exclusivamente en la nación-estado, ya que se suscitan diversos problemas cuando las decisiones de “una mayoría”, o más concretamente de sus representantes no sólo afectan (o pueden afectar) a sus comunidades, sino también a los ciudadanos de otros países. Dejando a Held, y volviendo a Mària i Serrano18, vemos también como la globalización ha originado además un movimiento en dos direcciones: la regionalización y la revalorización de las unidades políticas subestatales. Efectivamente, determinados problemas globales se escapan de la dimensión Estado-Nación, lo que lleva a los Estados a asociarse a nivel regional (Unión Europea, 16 MÀRIA I SERRANO, J. Op. cit. Versión en español de David Held: “Democracy, the Nation-State and the Global System”. En HELD, D. (1996). Models of Democracy. Stanford University Press. Stanford, Ca., 2° edición pp. 335-360. 18 MÀRIA I SERRANO, J. Op. cit. 17 8 NAFTA, MERCOSUR, etc.); pero por otro lado, la necesidad de identidad, de relaciones cercanas y de proximidad de los gobiernos respecto de los problemas de los ciudadanos, intenta satisfacerse a nivel subestatal (la España de las Autonomías, la Europa de las Regiones y de los Municipios, etc.). Más allá de toda la descripción y explicación de los múltiples factores que provocan esta tensión en el rol de los Estados, lo cierto es que caminan “hacia una nueva concepción del poder político en la que las relaciones entre municipios, entre regiones o entre Estados pueden variar en función de los intereses concretos que agrupen a los nuevos actores en cada momento. Esta configuración es lo que Manuel Castells denomina el Estado-red”19, y aunque otros autores prefieren hablar de estado transversal, todos están haciendo referencia a un mismo fenómeno de lo estatal. El problema que advierte Mària i Serrano, y que comparto, es que la variabilidad del Estado-red puede poner en peligro las conquistas históricas del Estado social y democrático de Derecho, que se concretó económicamente en el Estado del Bienestar. En definitiva, en estas condiciones, el poder escapa de los Estados y emergen nuevos poderes: los mercados internacionales, que con una lógica puramente financiera de maximización de las utilidades, absorben a los mercados nacionales y disminuyen el papel de las empresas locales y de los poderes públicos. Mientras las empresas no pueden oponerse a los designios de los capitales especulativos, muchos Estados periféricos se someten a las políticas económicas del FMI, el BM, o la OMC. 3.2.- Dimensión social y cultural de la globalización: Globalización y exclusión El proceso de globalización se expresa no sólo en los Mercados y en los Estados, sino también en las personas que los componen: se globalizan las consecuencias de la pobreza, las desigualdades sociales, el desempleo y las agresiones al ecosistema. De allí, que la supuesta “uniformidad universal”, producto de la globalización, de ningún modo implica el fin de las desigualdades (las perspectivas de un niño que nace en Guatemala o en Argentina son totalmente distintas del que nace en Estados Unidos o en Alemania). Esto se explica porque el reparto de la asistencia médica, de la oferta educativa, de las oportunidades de trabajo y de ascenso social, aún se mantienen muy dispares, y no sólo a escala internacional sino también dentro de un mismo país y aún de una misma ciudad. Y en este punto, nuestra América Latina, lleva todas las de perder. Si prestamos atención sólo al tema de la desigualdad, veremos que según un informe del Banco Mundial (BM)20 el 10% de las personas más ricas de América Latina recibe entre el 40% y el 47% de los ingresos totales generados por la región, mientras que al 20% más pobre sólo le toca entre el 2% y el 4%. Es decir, la riqueza está concentrada en muy pocas manos. Cifras como estas hace decir a los expertos del BM que la brecha entre ricos y pobres en la región es "enorme y extrema", sólo comparable con lo que ocurre en algunos países de África y algunos estados de la ex Unión Soviética. Lo que significa que la desigualdad en la región está en promedio 15 puntos porcentuales por encima de los países de Asia y 20 puntos sobre las naciones 19 CASTELLS, M. Op. cit. Grupo del Banco Mundial. “Desigualdad en América Latina y el Caribe: ¿ruptura con la historia?”. En http://web.worldbank.org/WBSITE/EXTERNAL/BANCOMUNDIAL/EXTSPPAISES/LACINSPANISHEXT/0,,content MDK:20406585~pagePK:146736~piPK:146830~theSitePK:489669,00.html Consulta del 14 de septiembre del 2008. 20 9 desarrolladas. Los datos muestran que la inequidad en el país menos desigual de la región (Uruguay) es superior respecto al país más desigual de Europa oriental y los países industrializados. La lista de los más desiguales está encabezada por Brasil, Chile y Guatemala, mientras que la de los más equitativos está liderada por Uruguay y Costa Rica. Brasil es el país latinoamericano con mayor desigualdad, esto inspiró a uno de sus más famosos politólogos, Elio Jaguaribe, a expresar que “el Brasil es un país que despegó, pero olvidó a su pueblo en el aeropuerto”. En este hermano país, el 10% de la población más rica recibe el 47,2% del ingreso total. Cifra que no extraña si pensamos nada más en el contraste de los edificios de Río de Janeiro y las "favelas" donde viven millones de personas en condiciones infrahumanas. El caso de Chile, segundo en la lista de los más desiguales, puede llegar a sorprender. Aunque la economía chilena es tomada como modelo en la región, no ha jugado bien el papel de redistribución de la riqueza. La décima parte de la población se queda con el 47% de los ingresos, lo cual acerca a este país al temible record brasileño. Según el mismo informe, otros países en donde la desigualdad llama la atención son Guatemala, donde el 10% de la población concentra el 46,8% de los ingresos, Colombia (46,5%), México (43,1%), Argentina (38,9%) y República Dominicana (38,6%). En la lista de los más equitativos, dijimos antes, están Uruguay (33,5%) y Costa Rica (34,8%), aunque el informe destaca que aún están muy por encima de los niveles de los países desarrollados como Estados Unidos, donde el 10% de la población concentra el 31% del ingreso total, e Italia, donde la diferencia se reduce al 27%. Si tomamos los países en su conjunto, en promedio, la desigualdad del ingreso ha tendido a empeorar en la región aunque las experiencias son variadas; algunos países con relativa igualdad, como Argentina, Uruguay y Venezuela, han experimentado aumentos en la desigualdad; el primero en forma drástica. Por el contrario, Brasil, históricamente el país con mayor desigualdad de la región, experimentó una leve pero significativa mejora, al igual que México, país que también parece haber mejorado un poco su situación. Aunque mejorar no implica resolver, y esto no alcanza a la hora de revertir la miserable vida a la que están condenados muchos de nuestros hermanos latinoamericanos. Ahora bien, hasta aquí nos hemos referido a la desigualdad medida entre los distintos países de la región, lo que oculta las fuertes diferencias que existen en el interior de cada uno de ellos. En la Argentina, un estudio mostró que mientras que el índice de desarrollo humano de la Capital Federal era aproximado al de Israel o Luxemburgo, el de la Provincia del Chaco, una de las más pobres del país, era similar al de Mongolia o Túnez. En Brasil los contrastes son aún mayores entre los niveles de vida de los poderosos estados del sur y las paupérrimas condiciones en que vive la mayoría de los habitantes nordestinos. Por ejemplo, estos últimos tienen una esperanza de vida casi 5 años menor que los habitantes del sur y su tasa de mortalidad infantil es tres veces más alta (88,2 26,7 por mil, respectivamente)21. Una de las consecuencias de esta desigualdad es que estamos asistiendo a la desaparición lisa y llana de una porción importante de nuestras sociedades, la clase media, pues en nuestra América Latina esta es más reducida que el promedio internacional. Este es un factor muy negativo para el desarrollo de nuestra región, ya que este segmento de la población cumple un rol económico 21 ARNOLETTO, Eduardo J. y PLEBANI PAUTASSI, Ana (2000). Op cit. 10 y político clave puesto que es fuente de capacidades productivas y de poder de compra, y actúa como elemento estabilizador del sistema político. En América Latina este grupo social captura en promedio 57 % del ingreso económico regional, lo que es inferior al promedio mundial, de 62%22. Y esto es así porque en las sociedades con estructuras sociales más concentradas las clases medias son más débiles y más inestables económicamente. Este punto es relevante cuando tenemos en cuenta que la experiencia histórica sugiere que las clases medias serían menos propensas a apoyar sistemas políticos populistas o autoritarios; sociedades con clases medias estables y consolidadas tienen democracias más estables. Otra externalidad negativa que suma la desigualdad es que en una economía global, donde el "capital humano" es un aspecto crucial para la competitividad, las desigualdades que implican, entre otras cosas, no desarrollar la capacidad y el conocimiento de los individuos hasta niveles óptimos, pueden en rigor frenar el ritmo del crecimiento económico y debilitar el efecto sobre la pobreza del crecimiento que sí se logra. En pocas palabras, podemos seguir creciendo…pero seguiremos siendo subdesarrollados. En ese sentido, David de Ferranti, Vicepresidente para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, quien junto con Guillermo Perry, Francisco H.G. Ferreira y Michael Walton, dirigieron al equipo que elaboró el informe del BM citado más arriba, dijeron que: "América Latina es altamente desigual en cuanto a ingresos y también en el acceso a servicios como educación, salud, agua y electricidad; (aquí) persisten además enormes disparidades en términos de participación, bienes y oportunidades. Esta situación frena el ritmo de la reducción de la pobreza y mina el proceso de desarrollo en sí".23 Lo que se traduce en una ampliación de la desigualdad también en términos de derechos políticos, pues la desigualdad económica y social crea, reproduce y amplía las brechas hacia adentro de las sociedades y entre cada uno de sus ciudadanos. Tal como en el antiguo período colonial, hoy también son los grupos de élite los que dan forma a las instituciones y las políticas públicas para favorecer en primer lugar sus propios intereses. Un ejemplo de ello es que los países de la zona no lograron niveles altos de alfabetismo si no hasta bien entrado el siglo XX. El bajo nivel de apoyo prestado a la educación primaria contrasta con el generoso financiamiento que recibieron las universidades, donde se educaban los hijos de los grupos dominantes. Por otra parte, un rasgo característico es la debilidad de las instituciones políticas de la región y, si bien la transición a regímenes democráticos vivida por muchos países ha impulsado importantes avances, los patrones de influencia siguen siendo altamente desiguales y aún existe una tradición de clientelismo y patronazgo, a pesar de las prácticas electorales a nivel nacional y local24. En vista de estos poco felices datos, uno podría preguntarse cuál es el origen de tamaño panorama. Según el informe del BM estos índices tienen orígenes históricos y se remontan al pasado colonial de la región, donde la relación entre los colonos europeos y la población subordinada dejó sus huellas. La creación de instituciones antes y después de la independencia -más que nada aquellas relacionadas con la administración del trabajo, el uso de la tierra y el control político- consolidaron y perpetuaron la influencia y la riqueza hasta nuestros días. 22 “La clase media y el proceso de desarrollo” publicado en la Serie Macroeconomía del Desarrollo Nº 65 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). 23 Grupo del Banco Mundial. Op. Cit. 24 Grupo del Banco Mundial. Ut supra. 11 Aunque en los últimos años se han registrado muchos cambios en la región, tanto políticos como económicos, las bases de esas instituciones han quedado entre nosotros. A tal punto que los países con mayor población indígena y/o descendiente de africanos, son hoy en día los más desiguales. En Brasil, por ejemplo, las mujeres y los hombres de ascendencia africana ganan alrededor del 45% de los sueldos de sus contrapartes blancos. De igual forma, y aquí también vale el caso brasilero, lo son aquellas naciones que alguna vez fueron formadas por grandes latifundios. Desde los distintos foros internacionales se propone aplicar medidas correctivas para reducir la desigualdad en la región. Entre ellas está el facilitar el acceso a la educación a las personas con menos recursos; así como también una distribución más equitativa de las tierras y de los derechos de propiedad; reformular los mercados financieros y de productos; una mayor apertura del mercado laboral (que proteja a los trabajadores y sea más flexible); y una mejora en el sistema de recaudación de impuestos. Sin embargo, podemos afirmar a priori que estas medidas encontrarán grandes obstáculos en su camino y, si es que los gobiernos en Latinoamérica deciden seguir estos consejos, seguramente pasarán varios años hasta que se empiecen a notar los cambios. Los dos principales obstáculos están probablemente en el área tributaria y en la redistribución de la tierra. El sector informal en América Latina es muy grande, lo que favorece la evasión fiscal y el trabajo en "negro", y esto hace muy difícil una mejora en la recaudación de impuestos. Habría que preguntarse por qué la gente no paga impuestos (cuáles son las verdaderas causas) o por qué el sector informal es tan grande, y aquí invariablemente recalamos en otro fenómeno no menos preocupante, la corrupción, problema que parece haber echado sólidas raíces en nuestro subcontinente. A estas alturas no podemos olvidar que si bien la redistribución de las riquezas puede contribuir a disminuir la desigualdad en la región, lo que debería realmente importar no es cuántos puntos porcentuales se redujo la brecha, sino cuántas personas más pueden cubrir sus necesidades básicas y estar listas para contribuir con su desarrollo personal al desarrollo del país y de la región en su conjunto. Reducir la desigualdad no es garantía suficiente para eliminar la pobreza. Para lograr que el recorte de la desigualdad también contribuya a reducir la pobreza hacen falta gobiernos más comprometidos, capaces de poner en práctica planes de acción y desarrollo, enfocados en el bienestar de la gente y no en el bolsillo de unos pocos. "El factor clave para reducir la desigualdad en América Latina es emprender una reforma institucional", dice Guillermo Perry -Economista en Jefe del BM para América Latina y el Caribe-, pues "para superar la desigualdad que socava los esfuerzos que hacen los pobres por salir de la pobreza, éstos necesitan ejercer mayor influencia en las instituciones políticas y sociales, lo que incluye a instituciones y servicios públicos, de salud y de educación. Para permitirles lograr esa influencia, las instituciones deben ser totalmente abiertas, transparentes, democráticas, participativas y fuertes”. Dicho de otra manera, la clave es empoderar a nuestra ciudadanía, tomar conciencia de que no somos objeto de las políticas públicas que emprende el Estado, sino dignos sujetos de derechos que deben ser tenidos en cuenta y escuchados a la hora de decidir sobre sus vidas. Y junto con esos gobiernos, una nueva generación de empresarios que antepongan a la ganancia de sus utilidades un sentido de compromiso con el bien común. En definitiva, cada uno de nosotros, como habitantes de esta región, nos debemos al menos una reflexión sobre este tema, pues mientras esto no ocurra, la pobreza y la desigualdad seguirán marcando el camino de nuestra América Latina. 12 Podríamos decir que en la práctica, la globalización al mismo tiempo que universaliza, margina; que concentra, excluye; aumentando las diferencias en los niveles de bienestar y de ingresos entre unos y otros. A tal punto, que podría afirmarse que desigualdad y exclusión, constituyen también rasgos dominantes de la globalización, generando sociedades que se están volviendo duales (o más bien dobles) en un nuevo sentido, no entre ricos y pobres, como antes, sino entre grupos integrados al sistema de producción y consumo (con una gran mayoría de receptores de salarios empobrecidos) por una parte, y los grupos sociales excluidos de dicho sistema, o que participan de el en forma precaria, ocasional o delictiva, por otra. Los avances tecnológicos que deberían generar mejores empleos y mayores salarios, dejando a las máquinas las tareas rutinarias insalubres y peligrosas, se han traducido en la práctica en crecientes tasas de desempleo, reducción de los puestos de trabajo y creación de nuevos puestos mal remunerados, concentración de la riqueza y del ingreso, eliminación de los beneficios sociales de los trabajadores y aumento de la carga de trabajo a quienes aún conservan el privilegio de no haberlo perdido en este acelerado proceso de ajuste y de reducción de los costos de producción. En este sentido, si bien la introducción de las TIC, el abaratamiento de los transportes y los cambios organizativos han permitido que las tasas de crecimiento de las economías en los años 80 superasen las cifras bajas de los años 70, esta recuperación ha ido acompañada de un incremento en la desigualdad y la pobreza extremas en toda la periferia del mundo. De hecho, y por ejemplo, la recuperación global coincide con la crisis de la deuda externa que marcó para gran parte de los países de nuestra región lo que dio en llamarse la “década perdida”, iniciando la era de las “reformas estructurales” de corte neoliberal. Según los datos del diario la Voz del Interior25 -y continuando con lo dicho más arriba-, emanados del informe Indicadores del Desarrollo Mundial 2004 del Banco Mundial, “el mayor problema de América Latina es la distribución”; y agrega, refiriéndose a los intentos de morigerar este flagelo, que virtualmente no se registró avance alguno. La proporción de pobres en la región en el 2001, incluyendo aquellos que viven con menos de 1 dólar y 2 dólares por día –10 por ciento y 25 por ciento, respectivamente- es casi igual a la de 1981, cuando los índices eran de 10 por ciento y 27 por ciento. Tal parece que al resto de los áreas sumergidas del planeta, no le ha ido mucho mejor, vaya como imagen de ello, que en julio del ’99, el Secretario General de la ONU, Kofi Annan anunciaba en Ginebra que el número de pobres en el mundo se había duplicado desde 197426. En la actualidad, hay que tener en cuenta que en el planeta hay 826 millones de personas subalimentadas y 2.800 millones que viven con menos de dos dólares por día y 1.200 millones con menos de uno. Que 1.000 millones no disponen de agua potable, que tres millones y medio mueren cada año por tomar agua contaminada y que hay 2.000 millones que no tienen acceso a la energía eléctrica. El 40% de las riquezas de la humanidad se concentra en las manos de 366 personas y 100 multimillonarios disponen de la riqueza de 1.500 millones. La esperanza de vida es de 97 años en Canadá y de 37 en Sierra Leona, y la alfabetización es del 99% en el primer caso y del 31% en el segundo27. 25 Agencias AP y EFE, “América Latina pierde contra la pobreza”, La Voz del Interior on line. Córdoba, bajado el 29 de abril del 2004. 26 VÁZQUEZ, L. “La ONU denuncia que el número de pobres se ha duplicado desde 1974”, El País, 6-VII-1999. Citado en MÀRIA I SERRANO, J. Op. cit. 27 Números escalofriantes, en Doctrina Social de la Iglesia. Una síntesis para todos, pág. 120. Citado en GRAGLIA, Emilio (2005). La Responsabilidad social de los “incluidos”. UCC. Cuadernos EXTM, Córdoba. 1era edición. 13 Pensemos que en América Latina hay 35 millones de campesinos sin tierra y que el 15% de los propietarios tienen en su poder el 75% de las mismas. Se gasta un millón de dólares por minuto en armas, mientras que cada minuto mueren 40 niños de hambre en el mundo. No hay 300 Kgs. de pan o arroz al año por cada hombre, pero hay 20 mil kilos de carga explosiva para cada uno. El mundo está en condiciones de producir alimentos para 13.000 millones de personas, pero la mitad de los 6.000 millones que lo habitan son pobres y hay 1.200 de hambrientos.28 Manuel Castells29 bautiza a las exclusiones a partir de una imagen cósmica: las llama agujeros negros del capitalismo informacional. Estas son áreas geográficas completas, grupos sociales enteros, e incluso determinados barrios de ciudades del Primer Mundo, de los cuales es imposible estadísticamente escapar al sufrimiento o la degradación progresiva de la condición humana, donde la única salida posible a esta situación vital, suele ser, la participación en redes de actividades ilegales. Estos agujeros negros tienen una fuerza de atracción importante, y tal parece que cada vez es mayor el número de gente que cae, o está en riesgo de caer en ellos, empujados por diversas circunstancias que diluyen sus seguridades económicas, sociales y culturales. En estas regiones la influencia de la cultura o economía global es, sobretodo, negativa, pues desbarata iniciativas de solidaridad económica y política al fomentar el individualismo; provocar reacciones fundamentalistas y en muchas ocasiones, empujar a las poblaciones a emigrar. El tiempo transcurrido desde que se profundizó el proceso de la globalización ha dejado en claro algunas de sus consecuencias más negativas, más allá de las vagas promesas de un crecimiento acelerado, abundancia de bienes y “derrame” de riquezas sobre las sociedades.30 Se trata más bien de una destrucción de lo colectivo; de una apropiación de lo público por el mercado y el interés privado; del dominio de los mercados financieros sobre las empresas productivas y los Estados. Según Ramonet, los impactos se han expresado hasta aquí en un creciente poder de los mercados financieros, y en un debilitamiento de los Estados, en ausencia de poderes internacionales de control y encauzamiento. Se ha producido una gran transferencia de las decisiones sobre inversión, empleo, salud, educación, cultura, protección del medio ambiente, desde el ámbito público nacional hacia el ámbito privado internacional. El panorama puede expresarse en tres palabras: “marginación, desigualdad y devastación”. Decimos entonces con Medellín Torres:31 “el ‘memorando’ de Nye plantea una paradoja: mientras que los países del primer mundo deben enfrentar un escenario de gobernabilidad en el que los problemas son globales, pero las políticas son locales, los países del tercer mundo deben enfrentar un escenario en el que las políticas son cada vez más globales, pero los problemas son locales”. Globalización y Nuevos Movimientos Sociales 28 GRAGLIA, Emilio. Ut supra. CASTELLS, M. (1997) La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura. Vol. 3: Fin de milenio. Alianza, Madrid, pp. 188-191. Citado en MÀRIA I SERRANO, J. Op. cit. 30 RAMONET, I. “Efectos de la globalización en los países en desarrollo”, Le Monde Diplomatique, Agosto de 2000. Citado en ARNOLETTO, Eduardo J., con la colaboración de PLEBANI PAUTASSI, Ana y DÍAZ, Ana Carolina Op. cit. 31 MEDELLÍN TORRES. Globalización y Gobernabilidad en América Latina: “El difícil camino de la gobernabilidad democrática”. IIG (Instituto Internacional de Gobernabilidad de Cataluña). Artículo incluido en el material de lectura de la Maestría en Gestión Política de la Facultad de Ciencia Política y RR. II. de la UCC. 29 14 Este panorama, que combina desigualdad extrema y marginación social, desguace de los Estados y de los servicios sociales, con vaciamiento de las democracias y destrucción del ambiente natural, está provocando un creciente y heterogéneo movimiento mundial de resistencia.32 A ello se suma, por parte de los ciudadanos, una desconfianza cada vez mayor respecto de los agentes políticos tradicionales: los partidos políticos y los sindicatos.33 De ahí que una buena parte de las inquietudes sociales se canaliza actualmente a través de los Nuevos Movimientos Sociales (NMS), los que poseen algunas características que los hacen particulares: a) Están preocupados por problemas concretos, pero generalmente de dimensión global (ecología, pacifismo, feminismo, derechos humanos, cooperación con el Tercer Mundo, asistencia al Cuarto Mundo, explotación infantil, etc.); b) Poseen organizaciones internas más democráticas y participativas que los agentes tradicionales, y utilizan las TIC para extender su influencia o hacer oír su voz; c) Actúan con dinámicas entre festivas y reivindicativas, que incorporan un alto grado de creatividad; d) A menudo saltan los “conductos diplomáticos oficiales” y pueden desembocar en situaciones de alta conflictividad; e) En un sentido, los NMS, actúan de forma análoga a las empresas multinacionales o a las redes de actividades ilegales: los tres agentes de la escena mundial establecen relaciones al margen de los Estados. Muchos movimientos y grupos, de diversas orientaciones políticas, y hasta sin ninguna, convergen en la búsqueda de nuevos planteos, sobre la base de unos pocos elementos comunes: la convicción de que el mundo debe cambiar o terminará en un desastre; y la idea de que el nuevo sistema debe crearse desde la democracia, la horizontalidad y la participación.34 La debilidad actual de estos movimientos está en las dificultades que experimentan para articular un programa común; pero hay regiones del mundo, en particular América Latina, donde la profundidad y gravedad de la crisis social y económica ha fortalecido a estos movimientos, a la vez que ha debilitado y desestabilizado a la mayoría de los gobiernos. Globalización y terror El terrorismo transnacional es posible por la amplia variedad de herramientas de comunicación producto de la globalización. Éste se nutre de la resistencia a la “injusta” globalización económica, nos dice Hoffmann35, y de una cultura occidental considerada como una amenaza para las culturas y religiones locales. Más oportuna todavía parece ser la apreciación de Mària i Serrano,36 cuando sostiene que el funcionamiento deficiente de las democracias liberales y el choque de la cultura occidental de mercado ha significado efectivamente para las idiosincrasias y formas de vida de muchos de los países subdesarrollados, la generación, o al menos la exacerbación de serios conflictos, en algunos casos preexistentes. De hecho, la globalización política no siempre ha tenido como correlato un aumento del bienestar. A lo anterior se adiciona que estos conflictos han sido culturalmente interpretados a partir de ideologías antioccidentales, configurándose como fundamentalismos que reaccionan a la 32 GAVETA, C.: “Crisis mundial y movimientos sociales”, Le Monde Diplomatique, agosto de 2002; y SEOANE, J. y TADDEI, E.: “Resistencias mundiales”. Clacso. Buenos Aires, 2001. Citado en ARNOLETTO, Eduardo J., con la colaboración de PLEBANI PAUTASSI, Ana y DÍAZ, Ana Carolina Op. cit. 33 MÀRIA I SERRANO, J. Op. cit. 34 GAVETA, C., y SEOANE, J. y TADDEI, E., Op. cit. 35 HOFFMANN, Stanley: “Choque de globalizaciones”, Foreign Affairs en Español, Otoño-invierno de 2002. 36 MÀRIA I SERRANO, J. Op. cit. 15 exclusión de los beneficios de la globalización “excluyendo a los que excluyen”. De este modo, utilizan las ideologías o religiones tradicionales que tienen a mano, para hacer lecturas de las mismas que convierten a Occidente en el enemigo a combatir. La fragilidad que confiere a las sociedades desarrolladas su organización compleja, especialmente en las grandes ciudades, es una ocasión para que grupos terroristas de raíz fundamentalista planteen serios problemas a la seguridad de dichas sociedades. En síntesis, los “capitalismos democráticos”37 occidentales se han impuesto sin diálogo ni voluntad de adaptación, y este “fundamentalismo occidental” ha desencadenado en muchas ocasiones, “fundamentalismos antioccidentales” en los países donde se ha impuesto. Es importante destacar, además, que si muchas veces la globalización facilita la violencia terrorista, la lucha contra esta guerra sin fronteras del modo en que se está haciendo, es potencialmente desastrosa, tanto para la globalización, cuanto para el desarrollo económico38 y más aún, para la humanidad entera. Baste con mencionar los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, y lo que ocurrió después con las “guerras preventivas”, para tener un botón de muestra de este paroxismo indigno. Globalización y multiculturalidad Como dice Held, “la influencia de la globalización en el ámbito de los medios de comunicación y la cultura es compleja e incierta.”39 Los problemas y desafíos medioambientales son, sin embargo, los más claros ejemplos de un cambio global en la actividad y la organización humanas, donde se ha producido un proceso de globalización cultural y política que se refleja en la aparición de nuevas redes culturales, científicas e intelectuales, nuevas iniciativas medioambientales con implicaciones transnacionales y nuevas instituciones y acuerdos como lo fue la Cumbre de la Tierra celebrada en Brasil en 1992. En ese sentido, se ha producido la aparición de una cultura global, que en buena parte es una mundialización de aspectos básicos de la cultura norteamericana actual, con su sesgo en el consumismo, y con mezcla generosa de ingredientes de otras culturas avanzadas. Esta es la cultura de los grupos que en los diversos países están más identificados con los procesos de la globalización, porque están insertos y han sido beneficiados, o al menos no directamente perjudicados, por el modelo aplicado. Simultáneamente, se ha dado un resurgimiento de las culturas locales, como reacción contra la globalización, como revalorización de lo propio. Este proceso toma formas muy diversas, desde la búsqueda casi romántica de las propias raíces culturales hasta el fundamentalismo militante y excluyente. Ahora bien, es importante señalar que, como dice Mària i Serrano,40 si bien en algunos casos el aterrizaje de la cultura global en los diversos países tiende a provocar una cierta diferenciación, es bastante discutible hasta qué punto esta diferenciación es realmente sustancial o si finalmente los productos globales constituyen una suerte de cultura de la indiferencia. En todo caso, es necesaria una adaptación activa de estos productos que los convierta en factores de humanización para las personas y los grupos humanos que los reciben. 37 Atilio Borón sostiene la inconsistencia y el sin sentido de hablar de “democracias capitalistas”, ya que lo uno y lo otro son categorías excluyentes. La democracia en su concepción primera implica igualdad, mientras que el capitalismo en su modo intrínseco de funcionamiento, supone necesariamente la exclusión. Esto nos lleva a que sólo podamos hablar, y en el mejor de los casos, de “capitalismos democráticos”, pero nunca de “democracias capitalistas”. BORÓN, A., Seminario: “Democracia en América Latina: estado de la situación”, UCC, Córdoba, septiembre de 2004. 38 HOFFMANN, S. Op. cit. 39 HELD, D. Op. cit. 40 MÀRIA I SERRANO, J. Op. cit. 16 Por último, se están generando contraculturas en los grupos excluidos o marginados del proceso, las que probablemente seguirán chocando con la de los no excluidos en una peligrosa y conflictiva convivencia, en el mismo tiempo y espacio, de grupos con divergentes valores y sentidos de la vida. IV. VISIÓN SINTÉTICA DE LAS DIMENSIONES A TRAVÉS DE LAS QUE SE MANIFIESTA LA GLOBALIZACIÓN EN LA ACTUALIDAD De lo que hemos estado revisando hasta ahora, surge claramente que el acento está puesto en una de las dimensiones de la globalización, la económico-financiera, como rasgo característico de los tiempos que corren. De hecho, ésta es sin duda la porción de este fenómeno que más impacto ha tenido, y tiene, en la evolución de los acontecimientos. Para tener una comprensión más acabada y precisa de la significación que adquiere el despliegue de la ola actual de globalización e integración, no debemos olvidar -como se dijo- que nuestro análisis debe complementarse con otras visiones, la de las variables políticas, sociales y culturales. Lo anterior, sin alejarnos mucho del mismo planteo de fondo, es decir, siguiendo mayormente el enfoque del “altermundialismo”, esto es, desde una postura más bien crítica, en el sentido más constructivo que podamos atribuirle a esta palabra. Sumando entonces la visión política, la discusión que enmarca a la globalización estaría centrada en: “quien ejerce el poder en el orden mundial contemporáneo”, el Estado o el Mercado. Si lo ejercen los Estados, entonces cómo resuelven las asimetrías para no quedar atrapados en un sistema articulado por los intereses de las potencias dominantes? Una forma de paliar esas diferencias, es unirse en Bloques Regionales para tener “mayor fuerza de negociación”, “mayor masa crítica”. Si el poder no radica en el Estado, sino efectivamente en los Mercados, entonces de lo que se trata es de lograr que las democracias generen políticas amistosas para los mismos. Desde nuestro punto de vista, el poder no radica de manera excluyente ni en el Estado ni en el Mercado; sino que asume ciertos matices, aunque conservando como eje al Estado. Gran parte de lo que se conoce como “globalización”, surge del proceso de desregulación de las transacciones financieras y de la liberalización del comercio de bienes y servicios. No obstante, esto no escapa del todo al control de los actores de la sociedad civil y los Estados nacionales. La mayor parte de las transacciones económicas no se realizan en los Mercados Globales sino en los nacionales. Más del 80% de la producción mundial se destina a los mercados internos de los países. La gigantesca masa de recursos financieros que circula en las plazas globales, en una burbuja de transacciones en papeles, derivados y otros instrumentos que constituyen operaciones, no se desvinculan de la actividad real de la producción, inversión y comercio de los Estados. Alrededor del 95% de la acumulación de capital en el mundo, se financia con el ahorro interno de los países. Por lo cual, en el mundo real, los que compiten por el poder son países y sistemas de estados (como los bloques regionales), antes que firmas. Las corporaciones transnacionales son lo que son, por sus raíces en la realidad económica, social y política de sus países de origen. Es inconcebible la gravitación de las grandes empresas norteamericanas, alemanas, japonesas -o más cercanas a nuestra realidad-, las españolas y francesas, si se las desarraiga de la riqueza del tejido productivo y social de sus respectivos países y de las políticas públicas que las respaldan. 17 En las economías en desarrollo, el vínculo entre la acción del Estado y la competitividad de las empresas es todavía más evidente. En ellos, su atraso relativo impone políticas activas más vigorosas que las que prevalecen en las economías industriales maduras. En pocas palabras, la ampliación de los Mercados y las transferencias internacionales de recursos generan potencialmente formidables fuerzas de expansión de la producción, el empleo y el bienestar. No obstante, librados a sus propias fuerzas, los Mercados contribuyen a profundizar las diversidades existentes en el orden mundial y en el interior de los países. De allí la necesidad de que los Estados o Bloques Regionales operen como “reguladores”, para mitigar estas diferencias que provocan -llevadas al extremo-, estancamiento, pobreza y marginalidad. Por lo tanto, y más allá de la innegable crisis del Estado-nación como institución rectora de la organización social, seguimos pensando que el verdadero ejercicio del poder al más alto nivel aún lo ejercen “las estructuras orgánicas que conducen los procesos económicos, llámense ‘estados’ o ‘bloques regionales’ ”. Así las cosas, el fenómeno que se denomina comúnmente como globalización, sigue requiriendo de una acción de articulación de los espacios políticos. En ese sentido, dado que el Estado-nación parecería haber dejado de ser el tipo de comunidad política adecuada para afrontar muchas de las nuevas realidades y desafíos económicos de un mundo crecientemente interdependiente, es que se opera, en muchos casos, la adición de los mismos Estados en bloques regionales (Arnoletto et al, 2004). En este contexto, y en estrecha relación con las dimensión socio-cultural, los acuerdos de integración podrían incluso contribuir a reducir las diferencias que provoca la globalización entre los grandes centros de desarrollo y los estados que aparecen excluidos de los mismos. Ya que ni la dimensión mundial, ni la dimensión nacional parecerían adecuadas para la organización económica, política y social de nuestro tiempo. La primera por ser demasiado amplia y difícil de coordinar para provecho de todos, y la segunda por demasiado limitada para resolver los problemas de desarrollo tecnológico, de economías de escala, y de bienestar social. Así, el camino de la integración regional, de la acción conjunta, aparece como una alternativa válida para la supervivencia y el desarrollo; como una herramienta para el logro de un más adecuado funcionamiento del sistema, morigerando las grandes desigualdades y las interdependencias que ellas generan en el mundo actual. Ahora bien, dadas las recientes tensiones al interior de los bloques, más evidentes en nuestra América Latina, aunque también presentes en otros sistemas más avanzados, viene a colación dejar en claro que la integración no es una panacea cuya realización resuelve, como por arte de magia, todos los graves problemas a los que hoy nos enfrentamos. Es más, el propio camino de la acción coordinada de varios Estados es arduo y siempre salpicado de no pocas dificultades. Esto a su vez se explica por la diversidad existente entre los distintos procesos de integración implementados en países y áreas con enormes disparidades, que poseen niveles y objetivos muy distintos, que van desde esquemas avanzados de integración económica y de concertación política como el europeo; hasta formas de cooperación y de integración comercialistas y de ampliación de mercados, como los latinoamericanos, sin apuntar –hasta ahora– a la instrumentación de políticas comunitarias conducentes a la modificación de las causas estructurales generadoras del subdesarrollo, la dependencia y la inequidad. Pensemos por caso las complicadas gestiones de una Unión Europea que ha sumado en mayo del 2004 a diez naciones del este empobrecido, con un desarrollo relativo muy inferior al que ostentan los antiguos socios de ese bloque. O, más cerca nuestro, pongamos atención a los cambios que se suscitaron en el mapa de la integración latinoamericana con la incorporación de Venezuela 18 como socio pleno del MERCOSUR, la que junto con los dos grandes, Argentina y Brasil, se esfuerzan por concertar un acuerdo energético para todo el subcontinente. Lo anterior en el marco de múltiples dificultades, veamos por ejemplo lo que está sucediendo en el seno de nuestro bloque con los conflictos desatados entre Argentina y Uruguay por la radicación de las pasteras española y finlandesa en la localidad uruguaya de Fray Bentos, justo en frente de Gualeguaychú, comunidad situada en la margen argentina del Río Uruguay. Otro tanto ocurre entre Argentina y Brasil, toda vez que tuvieron que pactar un complejo sistema de salvaguardas (Mecanismo de Adaptación Competitiva) para que las industrias nacionales (sobre todo las argentinas) no sucumbieran ante la feroz competencia que se había desatado. Y no nos olvidemos de incluir aquí las desavenencias al interior de la Comunidad Andina cuando en abril de 2006 el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, anuncia el alejamiento unilateral de su país de la CAN, argumentando que la firma por parte de Colombia y Perú de un TLC (Tratado de Libre Comercio) con los EEUU decretó la “muerte del bloque regional”41, el que también está conformado por Bolivia y Ecuador. En el caso argentino, cabe resaltar, que la complementación entre el modelo de integración comercialista del MERCOSUR y el modelo neoliberal aplicados en los países de la subregión (concentrado en lo económico y excluyente en lo social), refuerza la doble “desciudadanización” de los sectores populares. Por un lado, la disminución de la ciudadanía política entendida como la escasa participación en el ejercicio del poder político a nivel regional. Y por otro, la pérdida de su ciudadanía social, es decir, la condición de sujeto portador de los derechos al trabajo, al bienestar económico y al goce de los servicios sociales. No obstante ello, la creación del Foro Consultivo Económico y Social del MERCOSUR (FCES) en 1994 -pese a su carácter básicamente consultivo-, puso en evidencia la inquietud de algunos representantes acerca de que sin la participación de diferentes sectores sociales, el proceso de integración se vería finalmente frustrado. Tal vez el mayor desafío para los países del Cono Sur a principios del nuevo milenio radique, principalmente, en conciliar la consolidación de la democracia política de la región con un desarrollo económico social sustentable y sostenible que los legitime; apuntalando al mismo tiempo el camino de la integración regional tendiente a propender a una mejor distribución de los costosbeneficios del proceso y, esencialmente, a mejorar la calidad de vida de nuestros pueblos. En síntesis, al analizar el proceso de Globalización bajo la lupa de estas visiones: Económico-financiera, Política, Social y Cultural, se ha evidenciado que lejos de disminuir la importancia de los Estados o sistemas de ellos, lo que ha ocurrido es una reasignación de sus roles y una readecuación de las funciones a desempeñar en el nuevo contexto en el que están inmersos. Por lo tanto, siguen ocupando un lugar esencial como conductores de los procesos económicos, políticos y sociales. Así, desde la dimensión financiera, constituyen uno de los ejes de esos procesos económicos; mientras que en el área política, surgen como los núcleos del ejercicio del poder para regular el comportamiento de las fuerzas del Mercado; y desde la visión social, son el marco de aplicación de las políticas públicas orientadas a corregir las consecuencias adversas de la Globalización. Siendo los Estados y los sistemas de bloques regionales, y no sólo los Mercados, actores fundamentales en el escenario mundial de la actualidad. 41 Fuente Reuters, en MSN Latinoamérica Noticias, 28/04/06. http://newsbox.latam.msn.com/ 19 V. REFLEXIONES FINALES Luego de haber caracterizado a la globalización como un fenómeno altamente complejo, repleto de situaciones problemáticas y de posibles escenarios alternativos a futuro. Después de haber ensayado una conceptualización acorde a los planteos que se consideran más descriptivos, los que asumen una realidad protagonizada por globalizadores, frente a un gran número de globalizados. Luego también de identificar, al menos superficialmente, algunas de las áreas más candentes y discutidas de esta situación. Nos detenemos ahora para concluir que hay una serie de aspectos en los cuales la globalización es un hecho consumado, podría decirse, irrefutable. Aquí cuentan la espectacular expansión del mercado internacional de capitales y la apertura de fronteras sin precedente; lo que conlleva a la obligada redefinición del rol y las incumbencias del Estado nacional, tensionado en lo interno y externo por la irrupción de otros actores en la escena internacional. Entre ellos, las empresas transnacionales -cuyo crecimiento en tamaño, complejidad y poder las posiciona a algunas de ellas fuera del alcance de todo control-, las organizaciones multilaterales, gubernamentales o no, y la propia voluntad de formación de bloques de integración regional, que para atender necesidades y urgencias diferenciadas de las diversas regiones del mundo, constituyen los mismos Estados-nación. Fuera de lo anterior, existen otros ámbitos que todavía parecen resistir los embates de la pulsión globalizadora, aquí se destacan las notorias barreras impuestas a la circulación de la información sobre los sucesos mundiales, ya que si bien existen los circuitos tecnológicos necesarios, su manejo práctico está en manos de oligopolios informativos que proveen mensajes tendenciados, en el contexto de un pluralismo solo parcialmente admitido; también están presentes los obstáculos a la circulación de la tecnología, la que se produce con cierta fluidez en el ámbito interno de las empresas transnacionales pero no en el ámbito inter-empresas, donde la tecnología se intercambia como valor de mercado; y por último, el freno está puesto cuando de la circulación de las personas se trata, o dicho con mayor propiedad, la circulación de la mano de obra, la que está hoy mucho más restringida que en otros tiempos, cuando las grandes corrientes migratorias cambiaron el mapa demográfico del mundo. Dentro de este recorrido de metas alcanzadas y por alcanzar, hay dos puntos que en mi opinión revisten la mayor importancia. Por un lado, es a estas alturas bastante claro que, tengan o no en equilibrio sus agregados macroeconómicos, los países más afectados por las diversas crisis enunciadas, son indudablemente los emergentes, son éstos los que después de haber desregulado sus mercados financieros quedaron atrapados en un sistema global especulativo y volátil. En este sentido, la postura de los países centrales parece seguir siendo la tradicional: más ajuste estructural y reformas ortodoxas para resolver los problemas de los países deudores. Dicho esto, a mi entender surge como insoslayable que el éxito del ajuste con reactivación económica que estén dispuestos a intentar los países subdesarrollados, dependerá, ante todo, de la coherencia de esos mismos países para poner “la casa en orden” y privilegiar el interés nacional y de la sociedad por sobre el de la especulación financiera. Más allá de la erosión que las nuevas reglas de juego hayan podido causar en la tradicional definición de los Estados-nación, tal y como los conocíamos desde su origen histórico en la modernidad. Estimo que en ausencia –al menos por el momento- de alternativas que garanticen mejores resultados, es imprescindible resguardar para la específica incumbencia de estos estados, materias que resultan críticas a la hora de intentar una estrategia de desarrollo sostenible. En esta línea de pensamiento, Aldo Ferrer42 nos dice: “el desarrollo no puede delegarse en el liderazgo de 42 FERRER, A. Op. cit. 20 actores transnacionales ni en las fuerzas que operan en el orden global... (de hecho, el desarrollo)... sigue siendo un proceso de transformación de cada espacio nacional. (Y agrega) ... Nunca han sido más importantes que en la actualidad las especificidades nacionales y la calidad de las respuestas de cada país a los desafíos y oportunidades de la globalización. La experiencia histórica y la contemporánea es concluyente: sólo tienen éxito los países capaces de poner en ejecución una concepción propia y endógena del desarrollo y, sobre estas bases, integrarse al sistema mundial”. El otro punto que interesa destacar, y para ello se trae a colación nuevamente la visión que sobre estos temas tiene Mària i Serrano, es que parecen ser por lo menos tres las actitudes que pueden suscitarse frente a todo lo hasta aquí descripto. Una, es la del rechazo tajante a la globalización y sus implicancias, la que en parte han adoptado los fundamentalismos de las zonas excluidas de la globalización. La otra, es la de su aceptación incondicional, esta es la vía del llamado neoliberalismo. Y por último, la que consiste en aceptar los hechos tal como son, asumir que vivimos más interconectados y con más probabilidades de relación, pero que estas nuevas posibilidades suponen al mismo tiempo, y como dijimos al principio del análisis, riegos y oportunidades. Es por eso prioritario procurar la generación de vías alternativas para hacer frente a este fenómeno, teniendo en claro que es susceptible de ser “gobernado” o “civilizado”, de manera tal de configurarlo para que favorezca a todos. A este respecto, así como se tornan ineludibles las consecuencias negativas y trágicas de estos procesos, también estimo acertado subrayar que esta misma realidad posee un potencial considerable para fomentar el bienestar económico y las relaciones humanizadoras entre personas o entre grupos de ellas. La clave evidentemente está en la capacidad de construir estrategias que privilegien lo segundo, y contribuyan a morigerar la implacabilidad de lo primero. Esto dicho no sólo en términos de un interés filantrópico que podría hasta tener visos de utopía, sino también en términos de variables netamente económicas, dinero cantante y sonante, pues: ¿dónde sustentaremos nuestras economías de mercado si no hay quien consuma los frutos de sus mega producciones? Finalmente, y ahora sí para terminar, quisiera dar cierre a este trabajo citando a Hobsbawn43, pues allí encontramos una acertada síntesis que resume nuestra posición frente a la de aquellos que bien intencionados o no, hablaron del “fin de la historia”44. “La única generalización absolutamente segura sobre la historia...”, nos dice Hobsbawn, “...es que perdurará en tanto y en cuanto exista la raza humana”. Y mientras eso ocurra, las cosas siempre pueden cambiar... VI. FUENTES BIBLIOGRÁFICAS 1. ARNOLETTO, Eduardo J. y PLEBANI PAUTASSI, Ana (2000). Globalización, Regionalización y Situación Nacional Argentina. Editorial Triunfar, Córdoba. 2. ARNOLETTO, Eduardo J., con la colaboración de PLEBANI PAUTASSI, Ana y DÍAZ, Ana Carolina (2004). Globalización, Regionalización y Situación Nacional Argentina. Datos y claves para comprender mejor la realidad que vivimos. Versión inédita, utilizada como apunte de cátedra en la asignatura Geografía de los Recursos de la carrera de Licenciatura en Administración de Empresas de la Universidad Católica de Córdoba. 43 HOBSBAWN, E., Op. cit. FUKUYAMA, Francis, “The End of History”, in Foreign Affairs Agenda: The New Shape of World Politics, New York: Foreign Affairs, 1997, pp. 1-25. 44 21 3. Agencias AP y EFE, “América Latina pierde contra la pobreza”, La Voz del Interior on line. Córdoba, bajado el 29 de abril del 2004. 4. BEINSTEIN, Jorge. “La larga crisis de la economía global”. Citado por Jozami, A. En “Explicación alternativa de la coyuntura mundial”. Le Monde Diplomatique, mayo de 2000. Citado en ARNOLETTO, Eduardo J., con la colaboración de PLEBANI PAUTASSI, Ana y DÍAZ, Ana Carolina (2004). Globalización, Regionalización y Situación Nacional Argentina. Datos y claves para comprender mejor la realidad que vivimos. 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Editorial Universidad Católica de Córdoba, Córdoba. VII. RESEÑA BIOGRÁFICA Ana Carolina Díaz. Politóloga. Maestrando en Gestión Política con especialidad en Diseño y Gestión de Políticas Públicas (Universidad Católica de Córdoba -UCC- y Georgetown University). Profesora Adjunta: Introducción a la Ciencia Política y Relaciones Internacionales; Introducción a la Filosofía (Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales - UCC); Geografía de los Recursos (Facultad de Ciencias Económicas y de Administración - UCC); Diplomado en Gestión Pública y Asesoría Metodológica de Tesis de Magíster en Dirección de Empresas y Magíster en Administración de Servicios de Salud (Instituto de Ciencias de la Administración - UCC). Consejero Electo Titular del Consejo de Profesores de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UCC). Consejero Electo Titular del Departamento de Formación por el Área de Filosofía (UCC). Profesora Visitante Universidad Viadrina de Frankfurt (FFO-Alemania). Ex becaria Comisión Fulbright para el Seminario “Estados Unidos en el mundo global: política, cultura y movimientos sociales” dictado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por el Prof. Dr. Randall Bennett Woods (noviembre 2006). Ex Becaria del Gobierno alemán (DAAD) para el Seminario 24 “The Use and Abuse of Power” dictado en Frankfurt (O) por el Prof. Dr. Alexander Nuetzenadel (junio-julio 2008). [email protected] Universidad Católica de Córdoba: Obispo Trejo 323 - CP X5000IYG Córdoba – Argentina – Tel. +54 0351 4219000 www.ucc.edu.ar 25