Norberto Liwski: cómo el Estado puede reducir la violencia

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Norberto Liwski: cómo el Estado puede reducir la violencia
El pediatra argentino Norberto Liwski ocupó la Vicepresidencia del Comité de los Derechos del
Niño de Naciones Unidas entre los años 2003 y 2007, y actualmente en su país preside la ONG
“Defensa de Niñas y Niños Internacional”. Sobre la violencia relacionada con niños, niñas y
adolescentes, Liwski plantea que es posible disminuirla asignando recursos públicos a
intervenciones locales articuladas y a políticas preventivas de largo plazo.
¿Han aumentado los delitos cometidos por adolescentes?
En América Latina participan menores de 18 años en no más del 5% de actividades delictivas. Y en
ningún país el porcentaje de adolescentes involucrados en homicidios supera el 1.5% del total de
esos delitos. Ha habido un pequeño aumento pero es muy inferior al percibido por la sociedad,
que tiende a ver a la adolescencia como una fuente de inseguridad ciudadana. Particularmente, a
la adolescencia de menores ingresos, la más excluida del sistema educativo, la que no ingresa a los
sistemas laborales organizados. Se le estigmatiza, se le demoniza y eso no hace más que alimentar
sus prácticas violentas.
Ante el temor que provocan los adolescentes que delinquen, se plantea juzgarlos como adultos.
Con el deseo de serenar el ánimo de alarma en la comunidad, muchas veces se plantean y/o se
sancionan iniciativas legislativas contrarias a los principios y disposiciones de la Convención sobre
los Derechos del Niño, como la disminución de la edad mínima penal, el endurecimiento de las
penas, la utilización más frecuente de la privación de la libertad, la reducción de las garantías
procesales. Este camino, probado ya en América Latina, no solo no modifica los escenarios sociales
que impulsan la violencia sino que, por el contrario, genera un efecto adverso.
La visión reduccionista y sin enfoque de derechos en las políticas públicas se expresa muchas veces
en un dato cuantitativo: la inversión en materia de Justicia Penal Juvenil tiende a crecer en mayor
medida que el presupuesto educativo.
¿Cómo debería intervenir el Estado?
La violencia en sus distintas manifestaciones tiene actores que localmente pueden intervenir
ocultándola o previniéndola. Dependiendo de qué opción asuman dichos actores locales, el Estado
debe organizar sus políticas y orientar sus recursos, buscando fomentar espacios donde el joven
sienta que encuentra la oportunidad de desarrollar sus talentos, comunicar lo que piensa, llevar a
cabo actividades culturales, deportivas, recreativas y aquellas que fortalecen su condición de
ciudadano.
La experiencia nos indica que las instituciones, si actúan aisladamente, no logran reducir los
niveles de violencia y caen, por eso, en una suerte de frustración. Hay que potenciar la capacidad
de las distintas instituciones locales dentro de una estrategia en la cual cada una cumple un rol,
pero a su vez articula sus actividades con otras y todas juntas trabajan sobre la misma población.
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Un ejemplo es lo que está ocurriendo en Argentina en el distrito de La Matanza, conocido por su
alta densidad demográfica y altos índices de pobreza. Ahí la violencia existe en las prácticas
familiares y en la comunidad, pero también se ha instalado de la mano del delito organizado
porque durante mucho tiempo hubo ausencia de políticas públicas. Alguien siempre ocupa ese
vacío y en este caso fue el delito organizado.
Ese proceso ha empezado a revertirse porque se presupuestaron medidas de prevención:
inversión en operadores de la calle, centros juveniles, nuevos espacios públicos para la recreación
y la actividad deportiva, programas alternativos a la escuela…
¿En un espacio local todas esas medidas coordinadas?
Coordinadas entre el municipio, la provincia y las organizaciones sociales.
Por otro lado, el gobierno argentino estableció la asignación universal por hijo. Es decir, entregó
asignaciones a determinadas familias a condición de que sus hijos vayan a la escuela y reciban
atención de salud. Con esto se ha logrado que en un año en la provincia de Buenos Aires se
incorporen a la escuela secundaria aproximadamente entre 60 y 70 mil nuevos adolescentes.
Además, una nueva ley de educación estableció que la escuela secundaria sea obligatoria y, a
efectos de dar debido cumplimiento a esa ley, se dio otra ley que fija el 6% del Producto Bruto
Interno como piso del presupuesto destinado a educación.
Por lo tanto, así como pongo énfasis en las experiencias en el ámbito local, también son necesarias
las políticas de Estado de largo plazo, cuya estrategia sea la integración de los sectores
adolescentes más desfavorecidos.
¿Se requiere más inversión pública o simplemente mejor inversión?
Hay que usar mejor los recursos, invertir coordinadamente, pero también invertir más. No se
puede pretender políticas de prevención en materia de violencia sin tomar decisiones muy
importantes respecto a la asignación de recursos.
Dentro de una estrategia de reducción de la violencia se deben adoptar medidas de orden político,
económico y financiero para atenuar las desigualdades porque en América Latina hay una simetría
entre desigualdad social y violencia. Cuando en una misma zona conviven, en condiciones
absolutamente contrapuestas, quienes tienen los niveles más altos y más bajos de ingreso, ese
estado de desigualdad juega un rol importante promoviendo situaciones de violencia.
¿Y qué papel juega la violencia familiar?
El castigo físico y la humillación psicológica al interior de la vida familiar son un estímulo que
genera en el adolescente conductas violentas. Es imprescindible que diferentes organismos
puedan hacer un diagnóstico temprano de la violencia y crear condiciones para reflexionar con los
padres acerca de los métodos que usan con sus hijos para ponerles límites o corregir su conducta.
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Se tiene que brindar capacitación, información y generar un estado de conciencia colectiva
contrario a la utilización de la violencia. El desafío de la política pública no es imponer culturas
ajenas, sino lograr que se comprenda que la práctica de los valores de la propia cultura no puede
ser contradictoria con el respeto a la dignidad y a los derechos humanos del niño. Este es un
cambio cultural de enorme importancia y ahí el papel que debe cumplir el Estado es fundamental.
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