Capitalismo revolucionario - Observatorio de la Política China

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Capitalismo revolucionario: el ascenso económico de China
Autor: Miguel Ángel Hidalgo Martínez
Es Licenciado en Relaciones Internacionales por el Tecnológico de Monterrey, Campus
Monterrey, en México. Obtuvo la Maestría en Administración y Políticas Públicas en la
Universidad Qinghua, en Pekín, China. Actualmente es candidato a doctorado en el Centro de
Investigación sobre China de la Universidad de Tecnología, Sydney, en Australia. Es miembro
de la Asociación Americana de Geógrafos y de la Asociación Australiana de Estudios Chinos.
Resumen.
Actualmente, la economía de China es la segunda más grande del mundo y está en vías de pasar
a Estados Unidos para convertirse en la primera potencia mundial. El patrón de producción,
circulación y acumulación de capital en China es único en la historia no solamente en cuanto al
acelerado paso en que se ha expandido, sino también en la manera en que el aparato Partido –
Estado creado desde 1949 por Mao Tse Tung ha sido la pieza fundamental de la economía. Este
texto analizará la manera en que el Partido – Estado chino articula un proceso acelerado de
circulación del capital a través del control de la tierra y el capital financiero. El argumento que
subyace este análisis es la importancia de considerar la herencia revolucionaria del socialismo
científico maoísta como génesis de un “capitalismo revolucionario” que inició el líder reformista
Deng Xiaoping en 1978.
Introducción: el fin del Maoísmo y la reforma económica
El socialismo científico leninista fue adaptado al contexto histórico y social de China por Mao
Tse Tung. Desde 1949, cuando triunfó la revolución del Partido Comunista Chino, se comenzó a
instaurar un sistema totalitario del Partido – Estado que se amalgamó con una tradición dinástica
milenaria y una sociedad campesina jerárquica, en un contexto de recientes invasiones militares
extranjeras. La colectivización de la producción agrícola y la industrialización acelerada fueron
dos pilares de organización y producción económica sobre los cuales el Maoísmo fincó su
proyecto económico.
La extremada concentración del poder político en torno a Mao Tse Tung y la burocratización de
la producción provocaron catástrofes humanitarias que terminaron con la viabilidad del
socialismo científico Maoísta. Al mismo tiempo, una facción reformista dentro del Partido
Comunista Chino ganó espacios y legitimidad sobre el extremismo Maoísta, principalmente la
figura de Deng Xiaoping. Desde 1978, el nuevo liderazgo reformista del Partido Comunista
Chino comenzó a implementar reformas económicas de apertura y flexibilización de la
producción.
El período de reforma en China coincidió con la transformación de los sistemas de producción
globales hacia la subcontratación y exportación de capital, período definido como capitalismo
tardío (Harvey, 1989), régimen de acumulación flexible o capitalismo postindustrial (Jessop,
2000, 2002). En este contexto, frecuentemente se enfatiza en la importancia de la economía de
exportación de China, la paulatina privatización de los medios de producción después del
Maoísmo y la explotación de la mano de obra china por el capital trasnacional. Sin embargo, la
economía política china no está transitando hacia la consolidación del capital privado, la
desregulación y el retiro del aparato estatal de producción y acumulación.
La economía de China es dependiente de la inversión en capital fijo, particularmente
infraestructura urbana, que es principalmente realizada por empresas paraestatales; esta
estrategia de acumulación de capital se ha articulado desde la estructura institucional heredada
del Maoísmo y su cristalización está en las mega-metropolis que han emergido especialmente
desde la década de los 90s (Huang, 2008). Shanghai puede verse igual que Nueva York, pero son
producto de economías políticas diametralmente distintas. Al inicio de las reformas económicas,
la inversión en capital fijo (maquinaria e infraestructura) representaba 294% del producto interno
bruto (PIB) de China; en 2011 esta proporción se incrementó al 45,5%. El control del Partido
Comunista Chino de la circulación de la tierra, como factor de producción; y el capital financiero,
como motor de deuda para financiar construcción de infraestructura, ha hecho posible una
acelerada creación y acumulación de capital.
El espacio: dinámicas de uso de la tierra
Las reformas económicas en China desmantelaron las comunas Maoístas y crearon un sistema de
producción agraria denominado “sistema de responsabilidad por hogar”. En este sistema, los
consejos de aldea otorgaban a cada hogar la responsabilidad de la producción en una porción de
tierra, con la posibilidad de extender la producción más allá de la cuota que debían reportar a las
oficinas burocráticas locales. Este excedente comenzó a circular, lo que redituó en ganancias
para los campesinos chinos, mismas que reinvirtieron en capital fijo y en el desarrollo de otros
sectores productivos, como los servicios (Huang, 2008).
Por otro lado, el gobierno central chino creó “zonas económicas especiales” en el sur de China
en donde realizó reformas experimentales en el cambio de uso de la tierra para atraer capital
extranjero (Cartier, 2002). La tierra que tenía denominación “rural” estaba bajo el control de los
hogares campesinos a través de los comités de aldeas; en cambio la tierra que era denominada
como “urbana” (con distintos usos, como el industrial, comercial, oficial, etc.) era propiedad de
los gobiernos locales en China.
La tierra no circula como bien de producción privado en la economía política contemporánea de
China, sino que los gobiernos locales rentan su derecho de uso, transacción que les deja
cuantiosas ganancias económicas. En otras palabras, en China no existe la propiedad privada de
la tierra. Esta dinámica ha creado una contradicción entre los gobiernos locales y los campesinos
chinos: al expandir los límites de la “tierra urbana”, los gobiernos locales expropian cuantiosas
proporciones de tierra a los comités de aldeas (Lin, 2009). En otras palabras, se separa a los
campesinos de los medios de producción para convertirlos en mano de obra, dinámica que
también mantiene los costos de producción bajos y, consecuentemente, aumenta el nivel de
explotación.
Los gobiernos locales colectan una renta elevada, al pagar indemnizaciones muy bajas a los
campesinos y después vender los derechos de uso de la tierra a precios más elevados. Otra
manera en la cual los gobiernos locales incrementan su renta es cediendo el uso de la tierra a las
numerosas empresas paraestatales que tienen bajo su control, las mismas que tienen un
monopolio de facto en la construcción de infraestructura urbana.
Las dinámicas de conversión del uso de la tierra son heterogéneas, de manera que no solamente
convierten a los campesinos en mano de obra, sino que también algunos de ellos se consolidan
como una clase capitalista y rentista. Algunos consejos de aldeas negocian con empresas
inmobiliarias (muchas veces de propiedad estatal) para establecer co-inversiones: el consejo de
aldea pone la tierra y la empresa inmobiliaria el capital financiero. Se emplea a otros campesinos
migrantes como mano de obra para construir un bien inmueble, que el consejo de aldea rentará y
del cual extraerá ganancias (Hsing, 2010).
El tiempo: control del sistema financiero
El capital financiero es el sistema nervioso de todo sistema de creación y acumulación de capital,
ya que controla los horizontes temporales de inversión y reinversión de la clase capitalista. La
economía política contemporánea de China ha basado su acelerada construcción de
infraestructura en el monopolio del sistema financiero, con la subyacente implicación de la
ausencia total de alguna reforma de apertura financiera (Walter y Fraser, 2011).
Al inicio de la reforma económica, los protagonistas financieros más dinámicos eran las
cooperativas financieras rurales y los bancos locales. Sin embargo, desde la década de los 90s, el
Partido Comunista Chino inició una reforma financiera en la cual gradualmente fue aboliendo las
cooperativas financieras rurales y concentrando el capital (principalmente los inmensos ahorros
de la población china, que en 2011 representaron 52.5% del PIB) en cuatro grandes bancos
paraestatales y tres bancos enfocados a financiar proyectos del gobierno central (Huang, 2008).
Los cuatro grandes bancos paraestatales otorgan trato preferencial para el financiamiento de los
proyectos de infraestructura de empresas paraestatales, principalmente a nivel local, y tienen
restricciones hacia el crédito a empresas extranjeras o al capital privado chino. Por ejemplo, en el
2011, China tenía una red de autopistas que cubría aproximadamente 84.900 kilómetros, que en
su mayoría fueron construidos por empresas paraestatales bajo el control de los gobiernos locales.
La fluctuación de la tasa de interés determina el rumbo de las inversiones y la tasa de
recuperación de inversión en una formación capitalista. En el caso de China, la tasa de interés es
controlada por las autoridades monetarias del Partido Comunista Chino, que siempre oscila en
favor de las empresas paraestatales para demorar el pago de sus deudas y seguir inyectando
capital a la construcción de infraestructura (Shih, 2008). A pesar del crecimiento exponencial de
deuda que se ha acumulado en las balanzas contables de los bancos paraestatales chinos, no se ha
provocado hasta ahora un colapso financiero similar al que experimentó el sistema bancario
estadounidense en el 2008, principalmente porque los bancos chinos también cuentan con
numerosas reservas de liquidez financiera en forma de ahorros privados de la población china.
La acelerada construcción de infraestructura provocaría, teóricamente, dos tendencias de crisis
en un sistema capitalista: devaluación del capital en su forma de dinero a través de una inflación
por la acelerada circulación de la producción o depreciación del capital fijo y bancarrota del
sistema financiero por la falta de pagos. Actualmente, China podría enfrentar hipotéticamente el
segundo escenario, debido a la deuda de los bancos que se ha calculado aproximadamente en
150% del PIB y que ha incrementado desde la crisis financiera del 2008. Sin embargo, tampoco
existe la certeza de que eso sucederá, ya que durante la década de los 90s el sistema bancario
chino también acumuló una creciente deuda, que el Partido Comunista Chino decidió colocar en
instituciones financieras alternas para ir pagando paulatinamente y no arriesgar al sistema a una
sequía crediticia.
Conclusión: al ascenso paradójico de un “capitalismo revolucionario”
La reforma económica que el sistema Partido Comunista Chino – Estado inició en 1978 ha sido
analizada con particular entusiasmo por los detractores del neoliberalismo basado en el
“Consenso de Washington” como una alternativa de desarrollo económico que prioriza el papel
del gobierno como garante del bienestar público. Por otro lado, estudios de economía política
crítica han definido la transitoriedad a estados de libre mercado del sistema económico chino
como punto de partida para definir a China como un nuevo tipo de “estado capitalista”, que está
avocado paulatinamente a la privatización, la desregulación y a fungir como factor extra –
económico para la expansión del capital privado. Ambos análisis no consideran la historia
revolucionaria de China y al marxismo – leninismo – maoísmo como punto de partida para
analizar los cambios económicos y políticos que ha tenido China desde 1978 (Dirlik, 2012).
El “capitalismo revolucionario” del Partido Comunista Chino estructura la dimensión espacio –
temporal de creación y acumulación de capital en base a su sistema burocrático de gobiernos
locales y a la operatividad de sus empresas paraestatales. Teóricamente, el capitalismo siempre
tiende a la centralización y al aumento del control político para eliminar la disidencia. El
Maoísmo creó un sistema centralizado de producción y un control social totalitario, es decir,
cuando China inició sus reformas económicas ya tenía una estructura económica y política de un
capitalismo avanzado. Esta es la paradoja que se presenta como un reto teórico importante para
conceptualizar la naturaleza del estado chino y su relación con la economía. Por otro lado, China
comienza ya a exportar capital a manera de “inversiones para el desarrollo”, estando México
también dentro de estos programas. Esto sin duda cambia la conceptualización de la brecha
Norte – Sur y la geografía crítica del capitalismo.
Referencias
Carolyn, Cartier. (2002). Land Development, Regulation Theory and The Regional Economy.
Asian Geographer. No. 21. Pp. 33-52
Dirlik, Arif. (2012). The idea of a “Chinese model”: a critical discussion. China Informaton. No.
26. Pp. 277 – 302
Harvey, D. (1989). From managerialism to entrepreneurialism: The transformation in urban
governance in late capitalism, Geografiska Anneler, 71 (1), 3-17.
Huang, Y. (2008). Capitalism with Chinese characteristics. USA: Cambridge University Press.
Jessop, Bob. (2000). The Crisis of the National Spatio-Temporal Fix and the Tendential
Ecological Dominance of Globalizing Capitalism. International Journal of Urban and Regional
Research. Volumen 24.
Jessop, Bob. (2002). Liberalism, Neoliberalism and Urban Governance: a State Theoretical
Perspective. Antipode.
Lin, C.S. G. (2009). Developing China. Land, politics and social conditions. UK: Routledge.
Hsing, Y. (2010). The great urban transformation politics of land and property in China, USA:
Oxford University Press.
Shih, V. (2008). Factions and Finance in China. Elite Conflict and Inflation, USA: Cambridge
University Press.
Walter, C. & Fraser, H. (2011). Red capitalism. The fragile financial foundation of China’s
extraordinary rise. USA: John Wiley.
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