Wallerstein Y qué vendrá después del Desarrollismo y la

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¿Y qué vendrá después del Desarrollismo y la Globalización?
por Immanuel Wallerstein
Discurso de apertura de la conferencia, Desafíos del desarrollo para el siglo XXI,
Cornell University, 1o. de Octubre, 2004.
Título
original
del
discurso:
"After
Developmentalism
and
Globalization,
What?"
Traducción de Alberto Loza Nehmad
[email protected]
Vivimos, sin lugar a dudas, un momento decisivo de cambio a nivel mundial. En momentos en que
la política local no puede ser más parroquial, ahora que la "izquierda" y la "derecha" parroquiales
insisten en vivir en su propia versión del siglo XX, las palabras de Immanuel Wallerstein (1930)
resultan de gran ayuda. Wallerstein, sentado ante un gran globo terráqueo, nos muestra su
versión del panorama mundial de los últimos cinco siglos y las posibilidades que en el XXI se
abren en todas las esquinas del orbe: "La lucha no se centra en si estamos o no a favor del
capitalismo como sistema mundial. La lucha se centra en qué lo debería reemplazar, dada la
implosión del presente sistema mundial".
En 1900, como parte de las preparaciones para la Exposición Universal de París, el Ministerio
Francés de las Colonias le pidió a Camille Guy, director de su servicio geográfico, que produjera un
libro titulado Les colonies françaises: la mise en valeur de notre domaine coloniale[1] [Las colonias
francesas: la puesta en valor de nuestro dominio colonial]. Una traducción literal de la mise en
valeur es "la puesta en valor". El diccionario, sin embargo, traduce "mise en valeur" como
"desarrollo" ["development", en inglés].[2] En esos años, cuando se hablaba de los fenómenos
económicos de las colonias, se prefería esa expresión antes que la perfectamente aceptable
palabra francesa "développment". Ahora bien, si con el fin de enterarse mejor del significado de la
expresión "mettre en valeur", se dirige uno a Les Usuels de Robert: Dictionnaire des Expressions
et Locutions figurées (1979), se encuentra la explicación de que esta expresión es usada como
una metáfora que significa "explotar, extraer beneficios de algo".
Immanuel Wallerstein
Durante la era colonial, esa fue básicamente la visión que el mundo paneuropeo tenía del
desarrollo económico para el resto del mundo. El desarrollo era un conjunto de acciones concretas
efectuadas por los europeos para explotar los recursos del mundo no europeo y extraer beneficios
de él. Este punto de vista asumía varios supuestos: los no europeos no eran capaces, e incluso
quizá no estaban dispuestos a "desarrollar" sus recursos sin la activa intrusión del mundo
paneuropeo; ese desarrollo, sin embargo, representaba una ventaja moral y material para el
mundo. Explotar los recursos de esos países era, por tanto, un deber moral y político para los
paneuropeos. Consiguientemente, no había nada malo en el hecho de que, como recompensa, los
paneuropeos que explotaban esos recursos, extrajeran ganancias de ellos, puesto que un beneficio
secundario iría hacia las personas cuyos recursos estaban siendo explotados de ese modo.
Por supuesto esta lógica omitía por completo la discusión acerca de los costos humanos que esta
explotación significaba para las poblaciones locales. El cálculo convencional asumía que estos
costos eran, como lo diríamos usando los eufemismos actuales, el necesario e inevitable "daño
colateral" de la "misión civilizadora" de Europa.
El tono de la discusión comenzó a cambiar después de 1945, principalmente como resultado de la
fuerza de los sentimientos y movimientos anticoloniales en Asia y África, y del surgimiento de un
nuevo sentido de autoafirmación colectiva en Latinoamérica. En ese momento, "desarrollo" vino a
ser usado como una palabra clave que significaba la creencia de que los países del Hemisferio Sur
podían "desarrollarse" a sí mismos, en oposición a "ser desarrollados" por el Norte. A los países
del Sur, decía el nuevo supuesto, les bastaba únicamente con adoptar las políticas apropiadas
para, algún día, en algún momento del futuro, poder ser tan tecnológicamente modernos y ricos
como los países del Norte.
En algún momento del período que siguió a 1945, los intelectuales latinoamericanos empezaron a
llamar "desarrollismo" a esta nueva ideología. La ideología del desarrollismo asumió diversas
formas. La Unión Soviética la llamó la instauración del "socialismo", noción que a su vez se definió
como la última etapa previa al "comunismo". Estados Unidos la llamaba "desarrollo económico".
Para los ideólogos del Sur ambos términos con frecuencia eran intercambiables. En medio de este
consenso mundial, todos los estados del Norte (Estados Unidos, Unión Soviética y sus satélites de
Europa Oriental, los poderes coloniales europeos en tránsito a convertirse en ex coloniales, y los
1
países nórdicos además de Canadá) comenzaron a ofrecer "ayuda" y consejos concernientes a
este desarrollo favorecido por todos. La Comisión Económica para América Latina (CEPAL)
desarrolló un nuevo lenguaje sobre las relaciones "centro-periferia", usado principalmente para
justificar un programa de "industrialización por sustitución de importaciones". Los intelectuales
latinoamericanos más radicales (y otros), desarrollaron un lenguaje acerca de la "dependencia",
contra la cual, decían ellos, era necesario luchar, para superarla con el fin de que los países
dependientes estuvieran listos para desarrollarse.
La terminología puede haber diferido, pero todos estaban de acuerdo en algo, que el desarrollo era
ciertamente posible, pero solo a condición de... Por ello cuando las Naciones Unidas declararon
que el decenio de 1970 sería la "década del desarrollo", el tema y el objetivo virtualmente ya
parecían una devoción. No obstante, como sabemos, los años setenta resultaron siendo una muy
mala década para la mayoría de los países del Sur. Fue la década de dos incrementos sucesivos en
el precio del petróleo, instituidos por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y
la década de la "estanflación"[3] en el Norte. La consiguiente alza en el costo de las importaciones
en los países del Sur sumada a una drástica declinación en el valor de sus exportaciones debido a
la estanflación mundial, crearon agudas dificultades en la balanza de pagos para virtualmente
todos estos países (incluyendo a los del llamado bloque socialista), con la sola excepción de
aquellos que eran exportadores de petróleo.
Los estados exportadores de petróleo adquirieron increíblemente grandes superávits, gran parte
de los cuales fue depositada en los bancos de Estados Unidos y Alemania, quienes en
consecuencia se vieron en la necesidad de encontrar un uso remunerativo para este capital extra.
Lo encontraron en préstamos a los estados que estaban con agudas dificultades en su balanza de
pagos. Estos préstamos, activamente promovidos por los mismos bancos, resolvieron ambos
problemas: encontraron una salida para el dinero en exceso en las cuentas de los bancos del Norte
y resolvieron los problemas de liquidez de los virtualmente insolventes estados del Sur. Sin
embargo, ay, los préstamos condujeron a acumulativos pagos por intereses que, hacia 1980,
habían conducido a incluso mayores dificultades de balanza de pagos en esos estados. Se supone
que los préstamos deben pagarse, lamentablemente. El mundo llegó así a descubrir súbitamente
la llamada crisis de la deuda: Polonia en 1980, México en 1982, y después todos los demás. Fue
bastante fácil encontrar al villano de la película. El dedo señaló al desarrollismo, tan
universalmente alabado tan solo una década atrás. La industrialización por sustitución de
importaciones pasó a ser percibida como un proteccionismo corrupto. Desarrollar el estado fue
deconstruido como alimentar a una hinchada burocracia. La ayuda financiera fue analizada como
dinero tirado por la ventana, si no por la alcantarilla. Además, las estructuras paraestatales, lejos
de constituir virtuosos esfuerzos de salir adelante por los propios medios, fueron denunciadas
como barreras que atenuaban los fructíferos logros empresariales. Se decidió que para ser
beneficiosos, los préstamos a los estados en problemas tenían la necesidad de protegerse
mediante la exigencia de que esos estados disminuyeran sus derrochadores gastos en asuntos
diferibles tales como salud y educación. Se proclamó, adicionalmente, que las empresas estatales
eran casi por definición ineficientes, y que deberían ser privatizadas lo más rápidamente posible,
dado que las empresas privadas volvían a ser, casi por definición, sensibles al "mercado" y por lo
tanto, máximamente eficientes. Por lo menos ese era el Consenso en Washington.
Las muletillas y las modas académicas son veleidosas y usualmente no duran sino una o dos
décadas. "Desarrollo" pasó de moda súbitamente. "Globalización" la sucedió. Los profesores
universitarios, los ejecutivos de fundaciones, los editores y columnistas de las páginas de opinión,
todos vieron la luz. Ciertamente, la óptica o, mejor dicho, los remedios, habían cambiado. Ahora,
la forma de avanzar no requería de actividades de sustitución de importaciones sino de aquellas
orientadas a la exportación. ¡Abajo no solo las industrias nacionalizadas sino también los controles
a las transferencias de capital! ¡Arriba los transparentes y libres flujos de capital! En lugar de
regímenes unipartidarios, estudiemos todos la gobernabilidad (una nueva palabra,
espléndidamente erudita y bastante inescrutable, si no vacía de significado). Sobre todo,
dirijámonos a la Meca cinco veces diarias y entonemos el Allahu Akbar NEA (Alá es Grande: No
Existe Alternativa). Los nuevos dogmas se enraizaron en la década de 1980 en medio de los
podridos restos de los sueños desarrollistas. Estos dogmas florecieron en los años noventa
rociados por la luz de una "nueva economía" en la que se suponía que Estados Unidos y el
Extremo Oriente dirigían al mundo hacia su gloria económica, pero -- oh tragedia -- el lustre
empezó a mancharse. La crisis monetaria en Asia Oriental y Suroriental de 1997 (que se extendió
a Rusia y Brasil), el deslizamiento hacia abajo de la Organización Mundial del Comercio, de Seattle
a Cancún, el debilitamiento de Davos y el espectacular surgimiento de Porto Alegre, al-Qaeda y el
ataque a las Torres Gemelas, seguidos por el fiasco de Bush en Iraq y la actual crisis de la cuenta
corriente en los Estados Unidos, todo esto y más lleva a uno a sospechar que la globalización en
tanto retórica puede estar siguiendo rápidamente el camino del desarrollismo. Por eso nuestra
pregunta: ¿y qué vendrá después del Desarrollismo y la Globalización?
2
No nos mostremos tan amargos con las elaboraciones teóricas en retirada. Desde 1945 hasta hoy,
ciertamente, toda esta discusión ha sido un gran esfuerzo para tomar en serio la realidad de que
el sistema mundial no solamente está polarizado sino que se está polarizando, y que esta realidad
es moral y políticamente intolerable. Para los países que se encuentran abajo, no parecía haber
nada más urgente que figurarse el modo de mejorar su situación, antes que nada,
económicamente. Después de todo, bastaba con que esa gente viera una película para que se
enterara de que había otra gente y otros lugares en el mundo que se encontraban mejor, mucho
mejor de lo que ellos estaban. Los países de la cima, por su parte, se dieron cuenta, aunque fuera
limitadamente, de que las "densas masas ansiosas de respirar libres" representaban un peligro
permanente para el orden mundial y para la propia prosperidad de la cima, y de que
consiguientemente tenía que hacerse algo, como fuera, para echarle agua a la leña.
Entonces, los análisis intelectuales producto de las discusiones sobre el desarrollo y la
globalización así como los esfuerzos para promover las políticas que nacieron de esas discusiones,
fueron serios y respetables aunque, retrospectivamente vistos, estuvieron descaminados, y por
muchas razones. La primera pregunta que debemos plantear ahora es la siguiente: ¿será posible
para cualquier parte del mundo alcanzar -- algún día de un factible y no demasiado remoto futuro
-- el estándar de vida de, digamos, Dinamarca (incluidas, quizá, similares instituciones políticas y
culturales)? Si eso no es posible, la segunda pregunta es ¿será posible que el actual, sesgado y
altamente desigualitario sistema mundial pueda seguir existiendo más o menos tal como es en la
actualidad? Y si esto último tampoco es posible, la tercera pregunta es, ¿qué tipos de alternativas
se nos presentan a todos actualmente?
I
"¿será posible para cualquier parte del mundo alcanzar -- algún día de un factible y no
demasiado remoto futuro -- el estándar de vida de, digamos, Dinamarca (incluidas,
quizá, similares instituciones políticas y culturales)?"
No hay duda de que en Dinamarca (y la mayoría de los países de la OECD[4]) existe un estándar
de vida muy decente para una proporción importante de su población. La medida estándar de la
variación interna del ingreso, la curva Gini,[5] muestra cifras bastante bajas para la mayoría de
los países de la OECD y, de acuerdo a los estándares mundiales, cifras razonablemente buenas
para todos ellos.[6] Es cierto que hay mucha gente pobre en esos países aunque, en comparación
con casi cualquier país del Sur, mucha menos. De este modo, por supuesto, la gente de estos
países más pobres aspira a ser tan rica como la gente en Dinamarca. En los últimos años, la
prensa económica mundial ha estado llena de historias acerca de las extraordinarias tasas de
crecimiento en China (un país que hasta no hace mucho era considerado como uno de los más
pobres) así como de muchas especulaciones acerca de si esas tasas de crecimiento podrán
continuar en el futuro, y si lo hacen, hasta qué punto lo harán, transformando a China en un país
relativamente rico en términos de su Producto Nacional Bruto per cápita.
Dejemos de lado el hecho de que muchos, muchos otros países han exhibido extraordinarios
repuntes en su crecimiento por períodos de hasta 20-30 años, tasas altas que, sin embargo, se
extinguieron. Están, por ejemplo, los recientes casos de la Unión Soviética y Yugoslavia. Dejemos
también fuera de la ecuación a la larga lista de países cuyo PNB fue mejor en un distante pasado
que en el presente. Asumamos por un momento que el crecimiento económico de China continúe
sin problemas por otros veinte años y que su PNB per cápita se acerque, digamos, si no al de
Dinamarca por lo menos al de Portugal o incluso al de Italia. Imaginemos incluso que hasta el 50
por ciento de su población se beneficie significativamente de ese repunte en el crecimiento, lo
cual, por tanto, se reflejaría en sus ingresos reales.
En ese caso, ¿sería creíble que asumiéramos que, manteniendo todo lo demás constante, todos los
demás países permanecerían por lo menos donde hoy se encuentran en términos de su estándar
de vida? ¿De dónde vendría el valor excedente que permitiría al 50 por ciento de la población
China consumir al mismo nivel que el 50 por ciento de la población de Italia, mientras todo el
resto del mundo consume a un nivel por lo menos tan alto como el del presente? ¿Se supone que
todo esto vendrá de la llamada mayor productividad de la producción mundial (o de China)? Está
claro que los trabajadores calificados de Ohio y del valle del Ruhr no piensan así. Estos
trabajadores piensan que ellos serán quienes tendrían que pagar por eso, y que ellos ya lo están
haciendo mediante la reducción significativa de sus estándares de vida. ¿Están realmente tan
equivocados? ¿No es esto lo que ha estado sucediendo en la última década?
3
La primera prueba de que esto es así, es la historia entera de la economía mundial capitalista. En
los más de quinientos años de su existencia, la brecha entre la cima y la base, entre el centro y la
periferia, nunca se ha hecho menor, siempre ha crecido. ¿Qué hay en la situación actual que nos
debiera llevar a asumir que ese patrón no va a continuar? Por supuesto, no hay duda de que a lo
largo de estos quinientos años algunos países han mejorado su posición relativa en la distribución
de la riqueza en el sistema mundial. Así, podría afirmarse que en algún sentido estos países se
han "desarrollado", aunque también es cierto que otros países están en una posición inferior a la
de antes en los rankings de la riqueza relativa, y algunos de ellos lo están de modo espectacular.
Así, aunque nuestros datos estadísticos para los últimos 75-100 años sean, en el mejor de los
casos, incluso de una mínima calidad, tales estudios comparativos muestran en efecto una
constante distribución trimodal[7] de la riqueza en el sistema mundial, con unos pocos países
desplazándose de una categoría a otra.[8]
La segunda prueba es que los altos niveles de ganancia y, por tanto, la posibilidad de acumular
valor excedente, se correlaciona directamente con el grado relativo de monopolización de la
actividad productiva.[9] Lo que durante los aproximadamente últimos 50 años hemos estado
llamando desarrollo, es básicamente la capacidad de algunos países para construir empresas
productivas de un tipo considerado como de alta rentabilidad. En la medida en que ellos tienen
éxito en hacer esto, reducen por tanto el grado de monopolización de la producción en ese ramo
en particular, y consiguientemente reducen el grado de rentabilidad de tal producción. El patrón
histórico de las sucesivas llamadas industrias de vanguardia -- desde las textiles, siderúrgicas y
automotrices, hasta las electrónicas y las de tecnología computacional -- es una clara evidencia de
esto. Ahora mismo la industria farmacéutica estadounidense se encuentra librando una batalla de
resistencia contra tal declinación en su rentabilidad potencial. ¿Podrán Boeing y Airbus mantener
sus actuales niveles de ganancias en vista de la competencia impuesta por alguna supuesta
industria china de construcción de aviones dentro de veinte o treinta años?
Así, básicamente, una de dos: o los países emergentes, ahora denominados países de reciente
desarrollo, serán destruidos por algún proceso altamente destructivo -- guerra, plagas o guerras
civiles --, en cuyo caso los centros económicos de acumulación existentes permanecerán en la
cima, y la polarización será más aguda; o los emergentes países de reciente desarrollo serán
capaces de reproducir algunos de los más importantes procesos productivos de los centros
actuales. En este caso, o la polarización simplemente se invertirá (lo que es improbable) o la curva
se hará menos pronunciada. Aunque en este último caso, la capacidad de acumular valor
excedente en la economía mundial como un todo, disminuirá severamente, y la raison d'être
[razón de ser; en francés en el original] de una economía mundial capitalista, será socavada. En
ninguno de estos escenarios se da el caso de que todos los países se convierten en Dinamarca.
Si se ha venido generando un malhumor general con respecto al desarrollo económico y a los
beneficios de la globalización, esto se debe, yo argumentaría, a que la sensación de que nos
encontramos en un callejón sin salida ha empezado a difundirse entre cada vez más y más gente:
estudiosos, políticos y, sobre todo, los trabajadores comunes y corrientes. El optimismo de los
años cincuenta y sesenta, momentáneamente revivido en los noventa, no está más con nosotros.
Personalmente, no puedo ver ninguna manera en la cual podamos, en el marco de una economía
mundial capitalista, acercarnos a un igualamiento general de la distribución de la riqueza en el
mundo, e incluso menos aún a un igualamiento que permitiría a todos consumir al nivel del
consumidor danés modal. Digo esto tomando en cuenta todos los posibles avances tecnológicos
así como los incrementos en ese elusivo concepto, la productividad.
II
"Si eso no es posible [es decir, que todos los países logren un estándar de vida danés en
el marco del sistema mundial en que vivimos], la segunda pregunta es ¿será posible que
el actual, sesgado y altamente desigualitario sistema mundial pueda seguir existiendo
más o menos tal como es en la actualidad?"
Lo dudo, aunque por supuesto debemos ser cuidadosos al respecto puesto que a lo largo de los
dos siglos pasados, demasiadas veces se han hecho predicciones dramáticas acerca de los
cambios estructurales, y éstas han terminado por ser inexactas en el mediano plazo debido a que
algunos elementos cruciales fueron dejados de lado en el análisis.
La principal explicación para los supuestos cambios estructurales fundamentales ha sido la
insatisfacción de los explotados y oprimidos. A medida que las condiciones empeoraban, la gente
4
de abajo o cualquier otro gran grupo, estaban destinados -- así se sostenía -- a rebelarse.
Sucedería, entonces, lo que usualmente ha sido llamado una revolución. No voy a volver a discutir
los argumentos en pro y en contra, que sin duda son familiares para casi todos quienes hayan
estado estudiando seriamente la historia del sistema mundial moderno.
El siglo XX fue, entre otras cosas, el momento de una larga serie de levantamientos nacionales y
movimientos sociales que proclamaban intentos revolucionarios y que, de una u otra manera,
llegaron al poder. El clímax de esos movimientos se dio en el período 1945-1970, precisamente el
período de auge del desarrollismo, que en cierto sentido se convirtió en el credo de esos
movimientos. Sin embargo, también sabemos que en el período 1970-2000 se vio la caída del
poder de la mayoría de esos movimientos o, por lo menos, una revisión drástica de sus políticas.
Este último fue el periodo de auge de la globalización, cuya lógica fue aceptada de mala gana por
esos movimientos, aquellos que aún están en el poder o quienes ahora buscan desempeñar un
papel de oposición parlamentaria. Tuvimos así a la era del triunfalismo seguida por la era de la
desilusión.
Algunos de los cuadros de estos movimientos se ajustaron a lo que se creyó eran las nuevas
realidades y otros saltaron por la borda, ya fuera para ingresar a un pasivo retiro o para unirse
activamente al otrora enemigo. Durante la década de 1980 y hasta mediados de la de 1990, los
movimientos antisistema de todo el mundo pasaron por un mal momento. Hacia 1995, sin
embargo, el brillo momentáneo del neoliberalismo había comenzado a desgastarse y en todo el
mundo se procedió a una búsqueda de nuevas estrategias antisistema. La historia de Chiapas a
Porto Alegre, pasando por Seattle, ha sido la del surgimiento de un nuevo tipo de movimiento
mundial antisistema, en estos días llamado a veces, altermundialismo ["altermondialisme" en el
original. N. del t.]. El nombre que le doy es el espíritu de Porto Alegre y pienso que va a ser un
elemento importante en las luchas políticas mundiales de los siguientes 25-50 años. Habré de
regresar a esto en mi discusión sobre las alternativas reales del momento actual.
A pesar de todo, no creo que una nueva versión de movimiento revolucionario sea el factor
fundamental en lo que veo como el colapso estructural de la economía capitalista mundial. Los
sistemas colapsan, principalmente, no debido a la rebelión desde abajo sino debido a las
debilidades de las clases dominantes y a su imposibilidad de mantener sus niveles de ganancia y
privilegio. Un empujón desde abajo puede ser posiblemente efectivo solo cuando el sistema
existente está debilitado en términos de su propia lógica interna.
La fuerza básica del capitalismo como sistema ha tenido una característica dual. Por un lado, ha
demostrado su capacidad para asegurar, contra todas las probabilidades, la interminable
acumulación de capital. Por otro lado, ha establecido estructuras políticas que han hecho posible
garantizar esa interminable acumulación sin que fuera destronado por las arrebatadas e
insatisfechas "clases peligrosas". En la actualidad, la debilidad básica del capitalismo como sistema
histórico consiste en que su éxito lo está conduciendo al fracaso (como Schumpeter nos enseñó,
esto sucede normalmente). Como consecuencia, actualmente, tanto la capacidad de garantizar
una interminable acumulación de capital como la de mantener las estructuras políticas que han
mantenido a raya a las clases peligrosas, están colapsando simultáneamente.
El éxito del capitalismo en asegurar la interminable acumulación de capital ha sido posible gracias
a su capacidad de evitar que los tres costos básicos de producción -- costo de la mano de obra,
costo de los insumos, impuestos -- suban demasiado rápidamente. Sin embargo, ha evitado esto
mediante mecanismos que se han ido agotando a sí mismos con el pasar del tiempo histórico.
Ahora, el sistema ha comenzado a llegar al punto en que estos costos son demasiado altos como
para hacer que la producción sea una fuente adecuada de acumulación de capital. Los estratos
capitalistas se han vuelto hacia la especulación financiera como un sustituto. La especulación
financiera, sin embargo, es intrínsecamente un mecanismo transitorio, puesto que depende de la
confianza, y ésta, en el mediano plazo, es socavada por la especulación misma. Permítanme
ilustrar cada uno de estos puntos.
Los costos de la mano de obra dependen de la permanente, interminable, lucha de clases. Los
trabajadores tienen a su favor la concentración de la producción (por razones de eficiencia) y, por
tanto, con el tiempo obtienen la capacidad de organizarse tanto en el lugar de trabajo como en el
terreno político, para ejercer presiones sobre los empleadores para que éstos les aumenten sus
remuneraciones. Por cierto, los empleadores siempre responden haciendo que un conjunto de
trabajadores se enfrenten a otro grupo, pero hay límites a esto dentro del marco de un solo país o
una sola área local, debido a que existen medios políticos por los que los trabajadores pueden
amparar (legal o culturalmente) sus ventajas.
5
Siempre que nos encontramos en la Fase A de un ciclo de Kondratieff,[10] los empleadores, en
vista de las militantes exigencias de los trabajadores, usualmente prefieren que las
remuneraciones aumenten en algo, dado que las huelgas les causan mayores daños inmediatos
que las concesiones. No obstante, apenas nos encontramos en la fase B de un ciclo de Kondratieff,
se hace imperativo, para un empleador que espera supervivir los malos tiempos, reducir el
paquete remunerativo, dado que existe una aguda competencia de precios. En este punto los
empleadores históricamente han recurrido a la reubicación, esto es, a la "fábrica fugitiva",
transfiriendo su producción a zonas que "históricamente" tienen menores tasas de remuneración
salarial. ¿Y qué historia es la que da cuenta de estas históricamente bajas tasas? La respuesta es
bastante simple: la existencia de una larga reserva de mano de obra rural, gente para quien el
empleo asalariado urbano, cualquiera sea su nivel remunerativo, representa un incremento neto
en ingreso real para el hogar. Así, a medida que de manera más o menos constante crecen las
remuneraciones en un área de la economía mundial, este crecimiento es compensado en términos
de la economía mundial como un todo, por la aparición de nuevas grupos de trabajadores que
aceptarán una menor remuneración por el mismo trabajo, manteniéndose, por supuesto,
constante la eficiencia.
El problema con esta solución al regularmente repetido problema de los propietarios/productores,
es que después de 25-50 años los trabajadores en esta nueva zona productiva son capaces de
compensar su inicial desconcierto ante lo urbano y su ignorancia política, y proceden a recorrer el
mismo camino de la lucha de clases que otros ya recorrieron previamente en otras áreas del
mundo. La zona en cuestión, por tanto, cesa de ser una zona de remuneraciones históricamente
bajas, o al menos deja de serlo en el mismo grado. Tarde o temprano, los empleadores deben, por
su propio interés, trasladarse nuevamente, reubicándose en otra nueva zona. Este desplazamiento
constante de las zonas de producción ha funcionado bastante bien durante siglos, pero tiene un
talón de Aquiles. En el mundo se están acabando las zonas donde reubicarse. A esto nos referimos
como la desruralización del mundo, cosa que viene ocurriendo rápidamente y a una tasa acelerada
desde 1945. La proporción de la población mundial que vive en las ciudades subió de 30 a 60 por
ciento entre 1950 y 2000.[11] Dentro de 25 años, a lo más, la economía mundial capitalista se
habrá quedado por entero sin esas zonas. Ya existen muy pocas, y con los modernos medios de
comunicación, el período en el que las nuevas zonas aprenden las lecciones de cómo organizarse
ha sido drásticamente reducido. Por ello, la capacidad de los empleadores para mantener el
control de las remuneraciones, ha sido drásticamente reducida.
El costo de los insumos depende del porcentaje de los insumos que el empleador deba pagar. En
la medida en que él pueda conseguir insumos gratis, sus costos permanecerán bajos. El principal
mecanismo por el cual durante siglos los empleadores han sido capaces de evitar pagar los
insumos es transfiriendo ese costo a otros. Esto se llama externalización de los costos. Los tres
costos principales que han sido externalizados son los de descontaminación, renovación de
materias primas e infraestructura.
La descontaminación es fácil de manejar al inicio. Uno arroja los desperdicios en algún lugar
público o desocupado. Estos costos son casi nada. Usualmente los costos no son inmediatos, sino
más bien resultan pospuestos. Las dificultades finales se convierten en problema del "público", ya
sea como individuos o colectivamente como gobiernos. La limpieza y descontaminación, cuando se
hacen, rara vez son pagadas por el usuario original. En los tiempos premodernos, los gobernantes
se trasladaban a otros castillos a medida que se les acababan los lugares donde verter sus
desperdicios. En la economía mundial capitalista, los productores hacen más o menos lo mismo. El
problema en este caso es idéntico al problema de las fábricas fugitivas y al del nivel de las
remuneraciones. Se nos están acabando los posibles vertederos. Además, el costo colectivo de la
contaminación nos ha alcanzado, o por lo menos estamos más conscientes de esto debido a los
avances científicos. Por tanto, el mundo busca descontaminar los desperdicios. A esto se
denomina preocupación por la ecología, y a medida que esta preocupación crece, la cuestión de
quién debe pagar sale al frente. Hay una creciente presión para hacer que el usuario de los
recursos que deja desechos tóxicos pague los costos de la descontaminación. Esto es denominado
internalización de los costos. En la medida que los gobiernos imponen esa internalización de
costos, los costos totales de producción crecen, a veces muy drásticamente.
El tema de la renovación de los recursos primarios es básicamente análogo. Si se talan los
bosques, ellos se pueden renovar vía procesos naturales, pero a menudo lentamente; y, a medida
que los bosques son talados más rápidamente (debido a la creciente producción mundial), se hace
más difícil que el proceso de renovación natural tenga lugar en un tiempo apropiado. En este caso,
también, a medida que las preocupaciones ecológicas se ponen al frente, tanto los gobiernos como
los actores sociales han ejercido presiones sobre los usuarios ya sea para que restrinjan su uso de
los recursos o para que inviertan en su renovación. Y en la medida en que los gobiernos imponen
la internalización de estos costos, los costos de producción se elevan.
6
Finalmente, lo mismo es cierto para la infraestructura. La infraestructura, casi por definición, es un
gasto en actividades costosas que no pueden atribuirse a un productor individual; por ejemplo, la
construcción de las autopistas por las que se transportan los bienes. Sin embargo, el hecho de que
esos costos no puedan ser considerados como los costos de un productor único no significa que
ellos no puedan ser considerados como los costos de una multitud de productores. Además, los
costos de esa infraestructura han crecido geométricamente. Efectivamente, se trata de bienes
públicos, pero el público puede ser especificado hasta cierto punto. Y, una vez más, en la medida
en que los gobiernos impongan incluso la internalización parcial de tales costos, los costos de
producción se elevarán.
El tercer costo básico de la producción es la tributación. Cualquier comparación del nivel total de
tributación en el mundo o en cualquier parte de éste, con el mundo de hace un siglo, revela que
actualmente todos están pagando mayores impuestos, cualesquiera sean las variaciones de esas
tasas. ¿Qué explica esto? Existen tres principales gastos para todos los gobiernos: los costos de la
seguridad colectiva (ejércitos, policía, etc.); los costos de toda clase de servicio de bienestar
público; y los costos de la administración (en primer lugar los costos de recolectar los impuestos).
¿Por qué estos costos gubernamentales han aumentado tanto?
Los costos de la seguridad se han elevado simplemente como resultado del avance tecnológico.
Los juguetes que usan las fuerzas de seguridad son, cada día y en todo sentido, más caros.
Después de todo, la seguridad es un juego en el que todas las partes siempre intentan tener más
que sus oponentes. Es como una subasta sin fin en la que las posturas se elevan siempre cada vez
más. Quizá si tuviéramos un holocausto nuclear generalizado y el mundo superviviente regresara
a los arcos y flechas, esos costos bajarían. En caso de cualquier otra posibilidad menor, no veo
que tengamos que esperar tal reducción.
Adicionalmente, los costos del bienestar público han estado creciendo constantemente y nada los
está frenando, a pesar de todas las habladurías al respecto. Esos costos están subiendo por tres
razones. La primera es que las políticas de la economía capitalista mundial han empujado al
estrato superior a hacer concesiones a las clases peligrosas, quienes han estado exigiendo tres
cosas: educación, servicios de salud y garantías de un ingreso por toda la vida. Además, el nivel
de las exigencias ha estado creciendo permanentemente y éstas se han venido haciendo
geográficamente más extensivas. Además, la gente está viviendo más tiempo (en parte como
consecuencia precisamente de estas medidas de bienestar), y por tanto los costos colectivos se
han elevado debido al incremento en el número de los beneficiarios. La segunda razón es que los
avances en la tecnología de la educación y la salud han elevado los costos de la prestación de los
servicios a la par de los costos de la maquinaria y los sistemas apropiados (igual que en el caso de
los gastos en seguridad). Finalmente, los productores en cada uno de estos ramos han
aprovechado de la exigencia pública por servicios gubernamentales subsidiados para ellos poder
apropiarse de un mayor pedazo de la torta.
El bienestar, como dicen las quejas conservadoras, se ha convertido en un derecho, y es difícil ver
cómo cualquier gobierno podría supervivir a una reducción verdaderamente significativa de estos
gastos. No obstante, por supuesto, alguien debe pagar por esto y los productores finalmente
pagan, ya sea directamente o vía sus empleados, quienes exigen mayores remuneraciones
precisamente para pagar esos costos.
No tenemos buenos datos acerca del permanente incremento de todos estos costos, pero son
considerables. Por otro lado, no podemos tener un alza de los precios de venta de los bienes
mundiales para compensar el incremento de los costos de producción, precisamente debido a la
enorme expansión de la producción mundial, que ha reducido las múltiples monopolizaciones e
incrementado la competencia mundial. Así, el resultado final es que los costos de producción se
han elevado más rápidamente que los precios de venta de la producción, y esto significa una
disminución de las ganancias, que se traduce en dificultades para acumular capital vía producción.
Esta reducción en gran medida ya ha sido evidente por algunos treinta años, lo que explica la furia
especulativa que ha envuelto al mundo capitalista desde los años setenta, y que no muestra
signos de aflojarse. Pero las burbujas revientan. Los globos no pueden expandirse infinitamente.
Cierto, los capitalistas reaccionan colectivamente. En eso consiste la globalización: un enorme
intento político de disminuir el costo de las remuneraciones, de contrarrestar las exigencias para la
internalización de costos y, por supuesto, de reducir los niveles de la tributación. Como ha
sucedido en cada contraofensiva anterior dirigida a reducir los costos crecientes, ha tenido éxito
parcialmente, pero solo muy parcialmente. Incluso después de todas las reducciones hechas por
los regímenes más reaccionarios, los costos de producción en la primera década del siglo XXI son
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marcadamente más altos de lo que eran en 1945. Pienso en esto como el efecto trinquete: dos
pasos adelante y uno atrás dan cuenta de una curva que se eleva secularmente.
A medida que las estructuras económicas subyacentes de la economía mundial capitalista se han
estado moviendo en la dirección de una línea asíntota que hace que la acumulación del capital se
haga crecientemente difícil, también las estructuras políticas que han estado manteniendo bajo
control a las clases peligrosas se han visto en problemas.
El período del desarrollismo, 1945-1970, fue también el período del triunfo de los movimientos
antisistémicos históricos, que llegaron al poder de una u otra forma en casi todo lugar. Su
promesa más grande fue el sueño desarrollista. Cuando éste fracasó, el apoyo de sus seguidores
se desintegró. Esos movimientos, como quiera que se llamasen, comunistas, socialdemócratas o
movimientos de liberación nacional, cayeron del poder casi en todo sitio. El período de la
globalización, 1970-2000, fue un período de profunda desilusión con los movimientos
antisistémicos históricos. Estos cayeron en desgracia y no es probable que vuelvan a atraer la
profunda lealtad de las masas. Pueden obtener apoyo electoral, tan bien como los otros
movimientos, pero ya no son considerados dignos de la fe según la cual ellos representaban un
futuro dorado.
La declinación de estos movimientos -- la llamada Vieja Izquierda -- de hecho no es un punto a
favor del buen funcionamiento de la economía capitalista mundial. Aunque esos movimientos eran
antisistémicos en cuanto a sus metas, eran también disciplinadas estructuras que controlaban los
impulsos radicales espontáneos de sus seguidores. Movilizaban a sus seguidores para acciones
específicas, pero también los desmovilizaban, especialmente cuando esos movimientos estaban en
el gobierno, insistiendo en ver los beneficios de un futuro distante como opuestos a los
descontrolados disturbios del presente. El colapso de estos movimientos representa el colapso de
las constricciones impuestas sobre las clases peligrosas, las que de este modo vuelven a ser
nuevamente peligrosas. La creciente anarquía del siglo XXI es el claro reflejo de ese cambio.
La economía capitalista mundial es aún una estructura muy inestable. Nunca lo ha sido tanto. Es
muy vulnerable a las corrientes destructivas súbitas y veloces.
III
"Si esto no es posible... ¿qué tipos de alternativas se nos presentan a todos
actualmente?
Decir que el presente sistema mundial está en crisis estructural y que estaremos en transición a
otro sistema mundial durante los siguientes 25-50 años no es muy reconfortante para nadie en los
países del Sur. Ellos querrán saber qué sucede en el intermedio y qué pueden o deberían hacer
ahora mismo, si es posible, para mejorar la suerte de las poblaciones de esos países. La gente
tiende a vivir en el presente, como ciertamente debería hacerlo. Por otro lado, es importante saber
cuáles son las restricciones del presente con el fin de que nuestras acciones sean útiles al máximo,
en el sentido de que ellas hagan avanzar de manera significativa los objetivos que buscamos. Así,
déjenme indicar cuál pienso será el escenario en los siguientes 25-50 años, y qué implica éste
para el presente inmediato.
El escenario de los siguientes 25-50 años presenta dos aspectos. Por un lado, el colapso de
nuestro existente sistema histórico es de lo más probable, por todas las razones que acabo de
presentar. Por otro lado, qué irá a reemplazar al sistema existente es completamente incierto e
inherentemente impredecible, aunque todos nosotros podremos poner nuestro aporte en ese
resultado incierto. Es inherentemente incierto porque siempre que estamos en una bifurcación
sistémica, no existe manera de saber anticipadamente cuál ramal del camino habremos de tomar
colectivamente. Este es el mensaje de las ciencias de la complejidad.[12]
Por otro lado, precisamente debido a que este es un periodo de transición donde el sistema
existente se encuentra lejos del equilibrio, con desenfrenadas y caóticas oscilaciones en todos sus
dominios, las presiones para retornar al equilibrio son extremadamente débiles. Esto significa que,
en efecto, estamos en el dominio del "libre albedrío" y, por lo tanto, nuestras acciones,
individuales y colectivas, tienen un directo y gran impacto sobre las opciones históricas que
enfrenta el mundo. En cierto sentido, para traducir esto en nuestras preocupaciones, podemos
decir que el objetivo del "desarrollo" que los países y los estudiosos han estado persiguiendo por
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casi cincuenta años serán mucho más alcanzables en los siguientes 25-50 años que lo que nunca
fueron hasta ahora. Por supuesto, no hay ninguna garantía, pues el resultado es incierto.
En el más extenso terreno geopolítico, existen al presente tres pugnas principales. Primero
tenemos la lucha triádica entre Estados Unidos, Europa Occidental, y Japón/Asia por convertirse
en el principal lugar de acumulación de capital en la economía capitalista mundial. En segundo
lugar tenemos la ya prolongada lucha entre el Norte y el Sur por la distribución de los excedentes
mundiales. Y tenemos la nueva lucha que se desenvuelve alrededor de la crisis estructural de la
economía capitalista mundial y que se centra en cuál de los dos posibles caminos seguirá el
mundo al completar la transición a un nuevo sistema.
Las primeras dos luchas son tradicionales y se enmarcan en el sistema mundial moderno. Los
contendientes de la llamada tríada son, en términos generales, competidores iguales en el intento
de reorganizar los sistemas de producción y financiamiento del sistema mundial. Como sucede en
todas esas luchas triádicas, existen presiones para reducir la tríada a una díada, lo que puede
ocurrir en más o menos una década. Por largo tiempo he sostenido que el par más probable
estaría conformado por Estados Unidos y Japón/Asia Oriental, contra Europa/Rusia,[13] aunque no
repetiré esa argumentación ahora pues considero que esa lucha es secundaria para el tema de la
superación de la polarización del sistema existente, es decir, para permitir lo que hemos llamado
"desarrollo" a lo largo y ancho del sistema mundial.
La segunda lucha, aquella entre el Norte y el Sur, ha sido por supuesto una preocupación central
en los temas del desarrollo a lo largo de los últimos cincuenta años. En realidad, la gran diferencia
entre la era del desarrollismo y la era de la globalización ha sido la fuerza relativa de los dos
bandos. Mientras en la primera era, el Sur parecía estar mejorando su posición, aunque fuera solo
ligeramente, el segundo período ha sido un triunfante contragolpe desde el Norte. Sin embargo,
este contragolpe ha llegado ahora a su término con el entrampamiento en la Organización Mundial
del Comercio y el desacuerdo entre los portavoces del Norte acerca de la sabiduría del Consenso
de Washington. Al respecto, pienso en las crecientemente abiertas disensiones entre personajes
como Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs y George Soros, entre muchos otros, y el notable
ablandamiento de las rigideces del Fondo Monetario Internacional en el período posterior al año
2000. No espero que en las siguientes décadas esta competición se resuelva en un sentido
definido.
Es la tercera pugna la que refleja la nueva situación, es decir, la crisis estructural con su
subsiguiente caos en el sistema mundial y la bifurcación que está ocurriendo. Esta es la separación
entre el espíritu de Davos y el espíritu de Porto Alegre, que ya mencioné. Yo debería explicar
cuáles pienso son los temas fundamentales al respecto. La lucha no se centra en si estamos o no a
favor del capitalismo como sistema mundial. La lucha se centra en qué lo debería reemplazar,
dada la implosión del presente sistema mundial. Las dos posibilidades de reemplazo no tienen
nombres reales ni esquemas detallados. Lo que está en cuestión es, esencialmente, si el sistema
reemplazante será jerárquico y polarizador (o sea, como el sistema presente o peor) o si será, por
el contrario, relativamente democrático e igualitario. Estas son opciones morales básicas, y estar
en uno de los dos bandos dictamina nuestras políticas.
Los perfiles de los actores políticos reales son todavía inciertos. El lado del espíritu de Davos está
dividido entre aquellos cuya visión del futuro incluye un incesante endurecimiento de sus
estrategias y de los procesos de construcción institucional y aquellos que insisten en que esa
visión crearía un sistema insostenible que no podría durar mucho. Al presente, es un campo muy
dividido. El lado del espíritu de Porto Alegre tiene otros problemas. Ellos constituyen meramente
una suelta alianza de variados movimientos de todo el mundo que, por lo menos hoy en día, se
reúnen en el marco del Foro Social Mundial. Colectivamente, aún carecen de una estrategia clara,
aunque sí cuentan con un considerable apoyo proveniente de sus bases, y están claros en cuanto
a qué es aquello a que se oponen.
La cuestión es qué deberían hacer quienes defienden el espíritu de Porto Alegre para impulsar ese
"otro mundo" que ellos afirman es posible. Y esta es una cuestión doble: qué es lo que los pocos
gobiernos que comparten esa visión, hasta cierto punto por lo menos, deberían hacer, y qué es lo
que deberían hacer los múltiples movimientos. Los gobiernos se dedican a los temas de corto
plazo. Los movimientos pueden dedicarse tanto a los temas de corto como los de mediano plazo.
Ambas clases de temas afectan el proceso de transición del largo plazo. Y los temas de corto plazo
afectan nuestras vidas de manera inmediata. Una estrategia política inteligente debe moverse en
todos los frentes al mismo tiempo.
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El tema de corto plazo más importante es la continua tendencia de los globalizadores neoliberales
a lograr una expansión tendenciosa y parcial de fronteras abiertas: abiertas en el Sur, pero no
realmente abiertas en el Norte. Este es el núcleo de la persistente discusión al interior del marco
de la Organización Mundial del Comercio, y de todas las discusiones bilaterales que se están
llevando a cabo, de manera más evidente por Estados Unidos, aunque también secundariamente
por la Unión Europea y sus miembros: la creación de múltiples "tratados de libre comercio" como
NAFTA, CAFTA, etc. Básicamente, hacia donde Estados Unidos empuja es a conseguir garantías
para sus monopolios (llamados propiedad intelectual) y a que se otorgue acceso a sus
instituciones financieras a cambio de limitadas concesiones de tarifas para bienes agrícolas y
bienes industriales de poco valor producidos en los países del Sur.
La ofensiva al interior de la OMC fue detenida en Cancún por una coalición de poderes medianos
del Sur -- Brasil, India, Sudáfrica, etc. -- que pusieron sobre el tapete una sola exigencia: un
comercio libre que actúe en ambas direcciones. Si el Norte quiere que les abramos nuestras
fronteras, dijeron en efecto, debe abrirnos sus fronteras. El Norte, sin embargo, es
fundamentalmente incapaz de aceptar este tipo de trato, por dos razones. Esto produciría un
considerable aumento en el desempleo y disminuiría los ingresos en los países del Norte, lo cual es
políticamente imposible de aceptar para unos gobiernos sujetos a la competencia electoral.
Además, para la tríada no está claro cuál de los tres se beneficiaría más de tales arreglos, o cuál
perdería menos; por tanto, esos países dudan. Después de todo, los países de la tríada están
envueltos, entre ellos, en controversias sobre tarifas y subsidios, y los arreglos con el Sur
debilitarían sus posiciones políticas en esta controversia que es, incluso, económicamente más
importante desde el punto de vista de los países del Norte.
Se pueden extraer dos conclusiones de todo esto. Esta es una disputa política destinada al
entrampamiento. Y es políticamente muy importante para los países del Sur mantener esta
postura desde su propio punto de vista. Esta es la más importante acción singular que esos
gobiernos pueden tomar para promover la posibilidad de mantener o elevar los niveles de vida
para sus países. Ante las sirenas de los dogmas neoliberales, estos países están ahora
respondiendo escépticamente, "a ver", y este escepticismo está justificado.
Por supuesto, estos gobiernos tienen que permanecer en el poder. Y la mayor amenaza contra
ellos es la interferencia externa en sus políticas. Lo que los países más grandes del Sur están
haciendo ahora, y que acelerarán en la siguiente década, es buscar entrar al club atómico. Lo que
esto logre será neutralizar en gran medida la amenaza militar externa, minimizando por tanto la
amenaza política externa. Y lo tercero que uno puede exigir de estos gobiernos es la distribución
del bienestar al interior de sus países, lo que por supuesto incluye proyectos de desarrollo de bajo
nivel (tales como la excavación de pozos, etc.). Lo que no se puede esperar de estos países es que
alguna política de parte suya los vaya a convertir en Dinamarca en los siguientes 10, 20 o 30
años. Esto no va a suceder, y es básicamente perder de vista una política inteligente. El papel de
los gobiernos progresivos, fundamentalmente, es asegurarse de que las condiciones en sus países
y en el mundo no empeoren en las décadas por venir.
Los movimientos son quienes pueden hacer más que los gobiernos, aunque los movimientos
necesitan mantener a gobiernos mínimamente progresistas en el poder, y no dedicarse a las
críticas izquierdistas infantiles acerca de la carencia de logros que, en realidad, son imposibles de
esperarse. Y al respecto debemos señalar un elemento importante que a menudo es dejado de
lado en las observaciones. Los dos primeros conflictos geopolíticas son geográficos: conflictos
entre la Tríada; conflictos Norte-Sur. Pero, el conflicto entre el espíritu de Davos y el espíritu de
Porto Alegre no tiene geografía. Recorre todo el mundo, como los movimientos. Es una lucha de
clases, una lucha moral, no una lucha geográfica.
En el mediano plazo, lo que mejor pueden hacer los movimientos es presionar buscando la
desmercantilización dondequiera que puedan, y hasta donde puedan. Nadie puede estar seguro de
cómo podría funcionar esto. Se habrá de necesitar de mucha experimentación para poder
encontrar fórmulas viables y esa experimentación ya está en marcha. Está en marcha, debemos
recordarlo, al interior de un medio básicamente hostil, en el que hay presiones sistémicas para
socavar tales intentos, y donde sin mucha dificultad se puede corromper a quienes participan en
ellos. Pese a todo, la desmercantilización no solo previene los nuevos brotes neoliberales sino que
construye las bases de una cultura política alternativa.
Por supuesto, por mucho tiempo los teóricos del capitalismo han ridiculizado la
desmercantilización, sosteniendo que es una ilusión, que va contra alguna supuesta psicología
social innata al género humano, que es ineficiente y que es una garantía de la falta de crecimiento
económico y, por tanto, de la pobreza. Todo esto es falso. Solo tenemos que ver dos principales
10
instituciones del mundo moderno -- las universidades y los hospitales -- para darnos cuenta de
que al menos hasta hace veinte años, nadie cuestionaba que ellas debían ser administradas como
instituciones sin fines de lucro, sin accionistas ni quien recibiera utilidades. Y sería difícil discutir
seriamente que, por esa razón, ellas han sido ineficientes, reluctantes al avance tecnológico,
incapaces de atraer a un personal competente para administrarlas o incapaz de brindar los
servicios básicos para los que fueron creadas.
No sabemos cómo funcionarían estos principios si se aplicaran a la producción en gran escala
como la producción de acero, o a la producción de pequeña escala, como la artesanal. Rechazarlo
de plano sería una simple ceguera. Y en una era en que las empresas productivas se están
haciendo mucho menos rentables que antes, debido precisamente al crecimiento económico
alimentado por la economía mundial capitalista, sería una tontería. Promover activamente formas
alternativas de desarrollo de este tipo, ofrece un potencial para responder a los problemas no solo
en el Sur sino en las declinantes regiones industriales del Norte.
En todo caso, como he insistido, el asunto no radica en qué irá a resolver de manera mágica los
dilemas inmediatos de nuestro sistema mundial, sino más bien consiste en las bases sobre las
cuales habremos de crear el sistema mundial sucesor. Y para tratar esto seriamente, primero
debemos comprender con algo de claridad el desarrollo histórico de nuestro sistema actual,
apreciar sus dilemas estructurales del presente y abrir nuestras mentes a las alternativas radicales
para el futuro. Debemos hacer todo esto, no solo académica sino prácticamente, es decir, viviendo
en el presente, preocupados de las necesidades inmediatas de la gente así como de las
transformaciones de largo plazo. Debemos, por tanto, luchar tanto defensivamente como
ofensivamente. Y si lo hacemos bien, quizá podamos, pero solo quizá, salir adelante durante el
tiempo de vida de los miembros más jóvenes de esta audiencia.
Notas:
[1] Volumen III de Les Colonies françaises, Exposition Universelle de 1900, Publications de la
Commission chargée de préparer la participation de la Ministère des Colonies, Paris: Augustin
Challamel, 1900.
[2] N. del t: Este artículo fue originalmente escrito en inglés; el texto hace referencia a los
diccionarios francés-inglés.
[3] N. del t.: Versión castellana de una palabra acuñada originalmente en inglés ("stagflation"=
stagnation + inflation) en el decenio de 1970. Este término denota una situación económica
caracterizada por la presencia simultánea de estancamiento económico e inflación.
[4] N. del t.: Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo. En 14/XII/1960, 20
países desarrollados firmaron la Convención de la OECD. En la actualidad, la OECD está
conformada por 30. Las adiciones más recientes son las de México (1994, único miembro
latinoamericano), República Checa (1995), Corea y Polonia (1996).
[5] N. del t.:El coeficiente Gini mide la desigualdad de la distribución de la riqueza. Sus valores
van de 0 (igualdad perfecta) a 1 (desigualdad total).
[6] Véase, por ejemplo, Anthony Atkinson, Lee Rainwater y Timothy Smeeding, "Income
Distribution in European Countries," [Distribución del ingreso en los países europeos], en A. B.
Atkinson, ed., Incomes and the Welfare State: Essays on Britain and Europe [Los ingresos y el
estado de bienestar: ensayos sobre Gran Bretaña y Europa], Cambridge: Cambridge Univ. Press.
[7] N. del t.: La "moda" es el "valor más frecuente" en una distribución estadística. La
representación gráfica de una distribución trimodal mostraría 3 "picos".
[8] El artículo clásico es el de Giovanni Arrighi y Jessica Drangel, "The Stratification of the Worldeconomy: An Exploration of the Semiperipheral Zone," [La estratificación de la economía mundial]
Review, X, i, Verano 1986, 9-74. Actualmente Arrighi está poniendo al día este argumento para un
futuro artículo.
[9] Aunque esto es lógico a primera vista, rara vez entra en el análisis de los economistas de las
corrientes dominantes.
[10] N. del t.:"Desde inicios del siglo XX, los estudiosos de la economía mundial han señalado
ciertas regularidades de largo plazo en el comportamiento de la economía de los países más
desarrollados. El primero en sostener esto fue Nikolai Kondratieff (1984), un economista ruso que
hizo sus investigaciones en el decenio de 1920. EL trabajo estadístico sobre el comportamiento de
los precios y de algunas series de la producción de EEUU e Inglaterra desde la década de 1790, lo
llevó a concluir que era muy probable la existencia de largos ciclos... Según él, la economía
capitalista evolucionaba y se autocorregía y, en consecuencia, negó el prospecto de un próximo
colapso del capitalismo, entonces sostenido por los economistas marxistas... En el decenio de
1930, Joseph Schumpeter suscribió este concepto, y llamó a ese patrón de comportamiento con el
nombre de Kondratieff... Los economistas neoclásicos han permanecido cautelosos acerca de su
existencia , y solo en los años setenta, después de que el crecimiento de la posguerra se hiciera
11
más lento, una vez más la atención se concentró en este concepto, y las nuevas investigaciones,
especialmente en el campo de las innovaciones tecnológicas, lograron importantes avances en
este tema".
Véase: http://faculty.washington.edu/modelski/IPEKWAVE.html#concept
[11] Véase Deane Neubauer, "Mixed Blessings of the Megacities," [Las contrapuestas bendiciones
de las megaciudades] Yale Global Online, Sept. 24, 2004.
ttp://yaleglobal.yale.edu/display.article?id=4573
[12] Véase Ilya Prigogine, en colaboración con Isabelle Stengers, The End of Certainty: Time,
Chaos, and the New Laws of Nature [El final de la certeza: El tiempo, el caos y las nuevas leyes de
la naturaleza] , New York: Free Press, 1997.
[13] Véase por ejemplo "Japan and the Future Trajectory of the World-System: Lessons from
History?" [Japón y la futura trayectoria del sistema mundial: ¿Lecciones de la historia?], en
Geopolitics and Geoculture, Cambridge: Cambridge Univ. Press, 1991, 36-48.
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