Pareja consolidada

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superyo | pareja consolidada
La pareja consolidada protege su unidad contra todo e incorpora el cuidado
parental sin descuidarse el uno al otro
Proyecto común
Pareja consolidada
Conocida como una de las relaciones humanas más intensas, la pareja es una
unidad compleja en la que dos personas aportan su historia, sus pensamientos
y sus acciones para interactuar y construir un proyecto común, orientado hacia
la estabilidad y permanencia en el tiempo. Sostenida en el diálogo, la confianza,
la lealtad, la entrega y el respeto, la pareja crece y evoluciona durante los años
compartidos y puede alcanzar la consolidación afectiva e íntima.
Se habla de pareja consolidada cuando sus miembros llevan un tiempo de convivencia –por lo general más de cinco años–, han superado la explosión de la química
inicial, se conocen a profundidad, tienen expectativas claras sobre el vínculo y
criterio suficiente para poder reconocer la identidad del otro como persona, y no
como alguien seleccionado para llenar sus carencias o resolverle la vida.
De acuerdo con Emma Mejía, psicólogo y terapeuta familiar, la pareja consolidada
disfruta un vínculo recíproco en cualquier período de sus vidas. Para la especialista,
se trata de personas generalmente de la misma generación, comprometidas con su
relación, sus hijos, la familia extendida y la sociedad. Existe empatía entre ellos,
conversan a menudo y hacen actividades que ambos disfrutan; están orgullosos de
su historia y evocan cada etapa como un proceso de construcción compartido.
Jesús Miguel Martínez, psiquiatra y psicoterapeuta, señala que una pareja estable se sostiene en “la capacidad de estar juntos y de sentirse felices”. Pero ese
permanecer unidos en el tiempo, de forma sincera y no por convencionalismo o
necesidades de rol, requiere de disposición, esfuerzo y estrategia de ambos miembros. Las parejas consolidadas saben que el camino no es fácil, y mucho menos
“color de rosa”.
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modelos Isabel Dias / Jean Pierre Luneau (Agencia Talenticos) / maquillaje JESúS CEDEño
Una relación sólida brinda estabilidad emocional y social
a los miembros de la pareja. Estar unidos requiere compromiso, comunicación
permanente y saber aprovechar las crisis del ciclo vital para consolidar
la convivencia / Teresa De Vincenzo | Fotografía Roberto Mata
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En situaciones difíciles, la pareja
estable trabaja unida para crear una solución
que satisfaga a los dos
Para toda la vida
Las parejas se unen con el propósito de que ese
vínculo sea para siempre. Sin embargo, la realidad
es que la mayoría no logra cumplir ese deseo. Según
cifras de la Asociación Venezolana de Psicoterapia
(Avepsi), más de 60% de las parejas que deciden
emprender un proyecto de vida común no enve-
jecen juntas. Esta cifra, de acuerdo con Martínez,
habla de la necesidad de aprender a ser pareja y
manejar las crisis.
Las parejas, incluso las más exitosas, plenas y
satisfechas, pasan por momentos conflictivos, pero
hacen de cada crisis una oportunidad de cambio y
se desarrollan gracias a su fortaleza. El reto está en
demostrar la capacidad que tienen los dos miembros
de involucrarse y apostar por la reconstrucción de
la confianza entre ellos y la resolución de las dificultades.
Aprender a convivir
Para consolidar una relación se requiere de una serie
de destrezas que hay que cultivar. De acuerdo con
Martínez, entre las más importantes se cuentan:
Elegir bien. “Para llegar lejos, bien acompañado,
hay que saber escoger al compañero de ruta”, sugiere el especialista. Si bien la química es la responsable
del “flechazo” inicial, más importante es la afinidad.
Hay que seleccionar a alguien cuya personalidad
encaje con la propia en términos de sentido del
humor, tolerancia, valores, capacidad productiva,
nivel intelectual, culto religioso y compatibilidad
sexual.
Dialogar. Hay que aprender a hablar de todo lo
que ocurre en la relación de pareja: no sólo sobre lo
anecdótico, sino también sobre lo emocional y lo íntimo. Sin diálogo, al cabo de pocos años, las personas
–como seres cambiantes que son– terminan convertidas en extraños, sin conexión entre sus vivencias
y sentimientos.
Negociar. No se trata de ceder, sino de encontrar
soluciones que satisfagan en la medida de lo posible
las necesidades de ambos. De lo contrario, siempre
quedará uno frustrado. Martínez explica que el conflicto, lejos de destruir las relaciones, las solidifica:
los desacuerdos pueden generar una negociación
satisfactoria que una a la pareja.
Poner límites. Es importante que los miembros de
la pareja no se queden con ningún malestar. “Callar,
tragar entero y aguantar son pésimos consejeros
porque generan rabia, resentimiento y facturas
inconscientes que se van a querer cobrar en algún
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momento”, explica Martínez. Decir que no, no tiene
por qué generar conflicto.
Respetar las diferencias. Desde las más sutiles
hasta las más determinantes, las diferencias permiten a cada uno acercarse al mundo del otro y
sirven para ampliar el rango de experiencias. ¿Cómo
manejarlas? Negociando, con el deseo de encontrar
una solución, teniendo confianza en el otro y entendiendo que hay que respetar las individualidades.
Enemigos de la pareja
• Descuidar la comunicación y el diálogo íntimo y sincero.
• Desatender la sexualidad y la expresión física del amor.
• Perder el balance entre dar y recibir.
• Dejar de divertirse y aislarse socialmente.
• Pelearse con la familia política.
• Focalizarse excesivamente en los hijos.
• Criticarse, controlarse y culpabilizarse.
• Vulnerar la autonomía del otro.
• Negar los problemas y posponer sus soluciones.
• Perder la amistad y la complicidad.
• Romper el compromiso de lealtad.
• Abandonar los proyectos de vida en común.
Perspectiva de futuro
Si bien las cifras de divorcio en el mundo son cada
vez más elevadas, existe un número importante de
parejas que mantienen una convivencia funcional
basada en el compromiso y la confianza. Los especialistas destacan algunas condiciones que hacen
posible esa estabilidad:
Atracción. El gusto por el otro mantiene vivo el
entusiasmo de permanecer juntos.
Pasión sexual. Una mayor frecuencia de actividad sexual satisfactoria hace sentir más unida a
la pareja.
Identificación. Encontrarse uno en el otro en
términos de valores, intereses, fortalezas, cultura,
proyectos y forma de pensar equivale a sentir que
se “está hablando el mismo idioma”.
Admiración. La disposición para celebrar las virtudes individuales, sin caer en competitividad, y el
deseo de otorgar reconocimiento y validación al otro
fortalecen la relación.
Autonomía e independencia. El respeto a los límites individuales no es considerado una falta de
afecto. Cada miembro es capaz de cultivar el yo e,
incluso, desarrollar otros vínculos.
Prioridad. Se le da prioridad al vínculo de pareja
con respecto a otras relaciones (amigos, familia
extendida, compañeros laborales).
Comunicación. Resulta vital establecer diálogos
claros y directos sobre las emociones relacionadas
con lo que se está experimentando, sin ironías, “puntas” o “escenas”.
Empatía. Cada uno es capaz de ponerse en el lugar
del otro –sin estar a la defensiva– y de identificarse
mental y afectivamente con su estado de ánimo.
Eficiencia. La pareja se siente competente para
asumir el proyecto común y cada uno ejerce su rol
y ejecuta sus tareas sin sentir que el otro le exige
demasiado.
Amor y sexo en su lugar
Los miembros de una pareja consolidada han desarrollado un vínculo afectivo recíproco y están
conscientes de que el amor que los une se va transformando y fortaleciendo con el tiempo. Para ellos,
amar equivale a reconocerse y respetarse como personas. Significa sentirse involucrados y comprometidos con el otro, y saber manejar la frustración frente
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Roles en el tiempo
La historia reciente permite distinguir tres modelos de pareja, con sus particularidades. En cada caso, puede
haber consolidación del vínculo, siempre que ambos estén de acuerdo.
Patriarcal. El vínculo está regido por el género. El marido ocupa el lugar de “cabeza de familia” y su responsabilidad es ser el proveedor económico. La mujer atiende los asuntos domésticos y la crianza y educación de
los hijos. Puede ocurrir que en la crisis de la edad madura descubran que han crecido de manera desigual y no
compartan los mismos intereses ni experiencias.
Moderna. La mujer se incorpora al trabajo y ambos miembros son considerados iguales en derechos. La base
del vínculo es el “enamoramiento” y el ejercicio de roles simétricos. La división de las responsabilidades (aporte
económico, tareas domésticas y crianza de los hijos) permite la negociación.
Postmoderna. Este modelo sienta sus bases en el hedonismo (búsqueda del placer y culto al ocio). La llegada de los
hijos se suele retrasar por razones profesionales o para disfrutar más tiempo sin la responsabilidad de la paternidad.
Para esta pareja, la posibilidad de la separación se considera un evento normal y el trabajo tiene un espacio muy
importante. Los roles de género se pueden invertir o existe una gran flexibilidad para interpretarlos.
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a los desacuerdos. “Los momentos duros pasan, pero
si uno ama, no abandona”, puntualiza Mejía. En su
opinión, el sentimiento se fortalece a través de la
pasión, la intimidad y el sentido del humor.
En cuanto a la sexualidad, aunque hay parejas
estables que privilegian la relación sexual como
modo de expresar el amor, hay otras que mantienen
una frecuencia baja, ajustada a su satisfacción particular. “Algunos matrimonios duran mucho y son
felices con poco sexo. Si ambos se sienten dichosos
así, está bien”, señala Martínez. Cuando se presentan problemas sexuales por razones fisiológicas o
de edad, la función sexual se puede mantener con
juegos eróticos, caricias y el goce de estar juntos,
subraya el psicoterapeuta.
Socialmente, la pareja sólida interactúa
con el entorno sin comprometer
el espacio propio
Estabilidad evolutiva
Existen cuatro momentos en el ciclo vital de la pareja durante los cuales es posible dar pasos firmes
en procura de consolidar la relación.
Encuentro. Etapa fundacional que se inicia cuando los miembros de la pareja empiezan a pensar en
construir una relación estable. El noviazgo es el momento de exploración conjunta de las expectativas
y proyectos: muy corto, puede resultar insuficiente
para analizar las posibilidades de la pareja, y muy
largo, puede desgastar el entusiasmo y las ideas
iniciales.
Adaptación. Se asume el compromiso mutuo y se
concreta con el matrimonio o la convivencia. Ambas
formas de unión brindan sensación de arraigo. En
esta etapa comienza el delicado proceso de adaptación durante el cual hay que desplazar a la pareja
ideal por la real. Las habilidades de negociación,
la flexibilidad y la empatía son particularmente
importantes durante este período.
Llegada de los hijos. En este punto ocurre un
cambio estructural: además de pareja, ahora son
padres. Si bien la atención se transfiere a los niños,
no se deja de lado la vida en común. Hay que evitar
la triangulación con los hijos durante los conflictos
y acordar las normas de crianza y disciplina. Se
sugiere balancear ambos roles: el “nosotros como
pareja” y el “nosotros como familia”.
Nido vacío. Cuando los hijos se van de la casa, la
pareja enfrenta un momento crítico que impone
renegociar tanto el vínculo como el proyecto de
vida común. Si se ha descuidado la comunicación
emocional y el rol de pareja, encontrarse solos les
puede resultar difícil y estresante.
Vejez. Esta etapa está marcada por frecuentes
experiencias de pérdida (jubilación, enfermedad,
muerte) que la pareja anciana debe afrontar sin
descuidar el apoyo mutuo. La inversión de los roles
frente a los hijos (ahora deben ser cuidados por
ellos) es uno de los eventos más delicados de este
período.
•
F u e n t e s c o n s u lta d a s
º Emma Mejía. Psicólogo, terapeuta familiar y de pareja. Centro Médico Docente La Trinidad.
º Jesús Miguel Martínez, psiquiatra y psicoterapeuta.
º Instituto Nacional de Estadísticas de España (INE).
º www.cdc.gov / www.psicoterapeutas.com.
A g r a d e c imi e n t o Maruja Rodríguez
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