Decoración de la capilla mayor de la catedral de Tarazona

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La decoración de la capilla mayor
de la catedral de Tarazona
JESÚS CRIADO MAINAR
La impresionante fábrica medieval de la catedral de Santa María de la Huerta de Tarazona tiene en la capilla
mayor uno de sus principales centros de interés. Se trata
de la parte más antigua del monumento, consagrada en
1235 por el obispo García Frontín [ARGÁIZ, G. de,
1675, p. 255; SANZ ARTIBUCILLA, J. Mª, 1929, pp.
303-312].
Desde un punto de vista arquitectónico, constituye uno
de los testimonios peninsulares más tempranos de la
adopción del lenguaje gótico clásico del Norte de Francia, con un alzado mural tripartito que incluye unos
esbeltos ventanales de iluminación, un triforio perfectamente definido y unas amplias arcadas en la parte baja que comunican con un
deambulatorio al que abren una serie de capillas rehechas entre los siglos XIV y
XVII –a excepción del extremo meridional, que aún mantiene la disposición primitiva–. Tanto la capilla mayor, dividida en dos tramos desiguales, como el deambulatorio se cubren con bóvedas de crucería simple [TORRES BALBÁS, L., 1952,
pp. 79-83; BORRÁS GUALIS, G. M., 1987, pp. 120-122].
La decoración mural
Pero no es nuestra intención detenernos ahora en el análisis arquitectónico de este
ámbito, sino en el de su ornato, fruto de la intervención abordada 1562-1564 y que
tiene como elemento protagonista una magnífica serie de pinturas murales a la grisalla sobre fondos de mosaico de oro en la que se escenifica un programa integrado por antepasados de Cristo, profetas y sibilas [CRIADO MAINAR, J., 1996, pp.
156-167].
Las catas efectuadas durante la consolidación de estas pinturas murales, que se llevó a cabo en 2000-2001 con carácter previo a la futura restauración, indican que
existió una decoración anterior a la actual, probablemente de época gótica, y que
los trabajos del siglo XVI no sólo afectaron a la plementería de la bóveda, como
aún resulta patente, sino también a la parte alta de los muros.
Del arte
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El ornato de la capilla mayor puso punto final al proceso de modernización en clave renacentista del interior del templo que se había iniciado a raíz de la reedificación del cimborrio (1543-1545). Se confió a Alonso González (doc. 15441564), un especialista en trabajos en yeso que debió completar su formación en la
propia Tarazona a comienzos de la década de los cincuenta junto al pintor italiano
Pietro Morone (doc. 1548-1576).
González contrató en 1546 el ornato del cimborrio y en 1547, cuando aún no
había ultimado este compromiso, recibió el encargo de decorar la bóveda de la nave mayor y sus ventanales junto a los dos tramos del crucero adyacentes a
la nueva linterna. La restauración de la nave acometida en la década de 1970 acarreó la destrucción de los ventanales renacentistas para «recuperar» los primitivos
góticos –que, en la práctica, fueron rehechos por completo–.
En 1552, el obispo Juan González de Munébrega ofreció al cabildo decorar a sus
costas la capilla mayor para, de ese modo, concluir el ornato interior de la Seo,
pero a pesar de que la propuesta fue aceptada no se materializó. Diez años más
tarde Juan Muñoz Serrano, arcediano de Tarazona, confiaba su ejecución a Alonso
González asumiendo, además, el importe de la actuación.
Las labores en yeso permitieron revestir los dos arcos perpiaños y los ventanales
del presbiterio de un rico molduraje al romano a la par que otorgaron a las bóvedas
la característica apariencia de crucería estrellada que demandaba el gusto aragonés
de la época, incluidos los florones o claves de madera, en sintonía con lo ya efectuado en la nave mayor y el transepto.
También se colocaron vidrieras de alabastro en las que el maestro pintaría las historias y personajes que el arcediano le requiriera. No se han conservado, pues las
actuales de cristal polícromo datan de 1906, pero podemos hacernos una idea de
su apariencia a través de los restos muy dañados que se han descubierto en los
ventanales del transepto.
La principal novedad consistió en la realización de pinturas murales en los plementos de la bóveda, en los que el artista se comprometió a representar diez y seis
profetas pintados de blanco y negro... retocados con algunas carchofas de oro sembradas por los
vestidos. Los personajes destacarían sobre un fondo sembrado de oro, que se entiende a
metellas puestas en concierto, es decir, sobre un campo que imitaría un mosaico de
teselas de oro [CRIADO MAINAR, J., 1996, pp. 760-763, doc. nº 50]. Aunque el
contrato prescribía que las pinturas fueran al fresco, se hicieron al temple con
amplios retoques en seco, una fórmula menos exigente pero, a la vez, de durabilidad más incierta.
Juan Muñoz Serrano murió el 10 de abril de 1564, antes de que la actuación fuera
rematada. El siguiente arcediano de Tarazona, Juan Bartolomé Muñoz Serrano,
ordenó a Alonso González enriquescer el ornato del tramo recto del presbiterio, sin
duda con la ejecución de las sibilas. Para entonces, en el tramo poligonal ya se
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Comarca de Tarazona y el Moncayo
Tarazona. Catedral. Decoración de la bóveda de la capilla mayor en 1990 (montaje fotográfico de 2003)
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habían representado los profetas, aunque en el transcurso de los trabajos
una parte de éstos fue substituida por
antepasados de Cristo. Además, tal y
como ya hemos señalado, las catas
efectuadas en los muros apuntan a que
la decoración debió extenderse también a esa zona, por lo que la próxima
restauración de este ámbito sin duda
deparará sorpresas muy notables.
La idea de contraponer profetas y
sibilas –sus ilustres precursoras de la
Antigüedad, dotadas como ellos del
don de anticipación mental– es un
típico concepto humanista que intenta
compaginar el pensamiento cristiano
con la cultura clásica y remite a conjuntos como el de la monumental
bóveda (1508-1512) de la capilla Sixtina. Este correlato afecta también al
Tarazona. Catedral. Profeta Jeremías en 1994
ámbito formal, pues el Jeremías de
Alonso González reitera el gesto de
profunda reflexión que caracteriza al que pintara Miguel Ángel, si bien adopta otra
postura.
Del mismo modo, la fórmula plástica, grisallas sobre fondos de mosaico de oro
–que no cabe confundir con la tradición gótica de destacar las figuras sobre fondos
de oro grabado–, se venía utilizando en Italia desde la segunda mitad del siglo XV
y cuenta con ejemplos destacados en la Roma altorrenacentista, siendo su único
precedente hispano el de los evangelistas del retablo de San Benito de Valladolid,
debido a Alonso Berruguete, viajero a Italia en los albores del Quinientos; de
hecho, cuando en 1519 este gran artista contrató las pinturas murales nunca materializadas de la capilla Real de Granada se expresó que las escenas destacarían
sobre canpos de oro de musaico, a la manera de Italia [GÓMEZ-MORENO, M., 1983,
pp. 224-225, doc. XXXVI].
No parece razonable que estas novedades se deban a Alonso González, un artífice
formado casi con certeza en Castilla, en ámbitos cercanos al de la familia Corral de
Villalpando –véase la notable contribución de Javier Ibáñez en esta misma obra– y
a quien no cabe presuponer un conocimiento tan profundo de la cultura plástica
italiana. No existe, pese a todo, ninguna duda para asignarle la autoría material de
las pinturas, de estilo similar a los murales con apóstoles que unos años antes había
hecho en la capilla de la Purificación (1552-1555) de la propia Seo turiasonense
[CRIADO MAINAR, J., 1996, pp. 203-211].
Una explicación razonable del problema pasa por la hipótesis de que cuando en
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Comarca de Tarazona y el Moncayo
1552 el prelado propuso por vez primera la actuación ya se dispusiera de
un proyecto, supuestamente concebido por Pietro Morone, quien por
esas fechas (1552-1558) se encontraba a su servicio, trabajando en la
remodelación de la residencia episcopal de la Zuda. De este modo,
Alonso González se habría limitado
a trasladar las ideas de su colega, llegado a España en 1548 desde la Ciudad Eterna para decorar la capilla
que Luis de Lucena había fundado
en San Miguel de Guadalajara
[VARELA MERINO, L., 2001, pp.
175-184].
Pocos programas hispanos de pintura mural de mediados de siglo
demuestran un grado comparable de
asimilación de los principios del
Tarazona. Catedral. Profeta Jonás en 1994
arte italiano y ofrecen una resolución plástica tan espectacular. La
labor de González rivaliza con creaciones del propio Morone tan brillantes
como las grisallas de mujeres ilustres del palacio Magallón (ha. 1565) de Tudela [GARCÍA GAÍNZA, Mª C., 1987, pp. 6-13]. Constituye una obra capital del
Renacimiento español, a la par que expresa el carácter cosmopolita de una
sede episcopal que atravesaba por uno de los momentos culturales más brillantes de su historia.
La renovación de este ámbito catedralicio se completaría décadas después con la
substitución de su retablo gótico (1437-1441), debido a Pascual Ortoneda, Antoni
Dalmau y Pere Johan [JANKE, R. S., 1987, pp. 9-18], por otro de estilo clasicista
que financió el obispo fray Diego de Yepes y realizaron entre 1608 y 1610 los bilbilitanos Pedro Martínez y Jaime Viñola [PÉREZ URTUBIA, T., 1953, p. 98-102;
MORTE GARCÍA, C., 1982, pp. 180-184]. A pesar de ello, la gran devoción que
los turiasonenses profesaban por la vieja imagen de Nuestra Señora de la Huerta
obligó a su reinstalación, en perjuicio de la que Pedro Martínez acababa de esculpir y que, finalmente, quedaría relegada a la sacristía capitular [JANKE, R. S., 1982,
pp. 17-21].
La decoración renacentista de la capilla mayor de la catedral de Tarazona es una
de las empresas culturales más sobresalientes de la historia de nuestra sede episcopal. Su lenguaje de vanguardia y su calidad nunca igualada, resultado de la
estrecha colaboración entre unos comitentes ambiciosos –los dos últimos arcedianos de la familia Muñoz– y unos artistas de élite –Alonso González y, sin
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duda, Pietro Morone–, constituyen todavía hoy un acicate frente a la mediocridad y un modelo de conducta a emular.
Bibliografía
— ARGÁIZ, G. de, 1675, Teatro monastico de la Santa Iglesia, ciudad y obispado de Tarazona, vol. VII de La Soledad laureada por San Benito y sus hijos en las iglesias de España, Madrid, Antonio de Zafra.
— BORRÁS GUALIS, G. M., 1987, «La catedral de Tarazona», en AA.VV., Las catedrales de Aragón, Zaragoza,
C.A.Z.A.R., pp. 117-152.
— CRIADO MAINAR, J., 1996, Las artes plásticas del Segundo Renacimiento en Aragón. Pintura y escultura. 1540-1580,
Tarazona, Centro de Estudios Turiasonenses e Institución «Fernando el Católico».
— GARCÍA GAÍNZA, Mª C., 1987, «Un programa de mujeres ilustres del Renacimiento», Goya, 199-200,
(Madrid), pp. 6-13.
— GÓMEZ-MORENO, M., 1983, Las águilas del Renacimiento español. Ordóñez, Siloee, Machuca, Berruguete. 1517-1558,
Madrid, 2ª ed., Xarait.
— JANKE, R. S., 1982, «Pere Johan y Nuestra Señora de la Huerta, una nueva atribución», Seminario de Arte Aragonés, XXXVI, (Zaragoza), pp. 17-21.
— JANKE, R. S., 1987, «Pere Johan y Nuestra Señora de la Huerta en la Seo de Tarazona, una hipótesis confirmada: documentación del retablo mayor, 1437-1441», Boletín del Museo e Instituto «Camón Aznar», XXX, (Zaragoza), pp. 9-18.
— MORTE GARCÍA, C., 1982, «El retablo mayor de la iglesia parroquial de La Muela (Zaragoza) y el escultor
Pedro Martínez de Calatayud el Viejo», Seminario de Arte Aragonés, XXXV, (Zaragoza), pp. 169-196.
— PÉREZ URTUBIA, T., 1953, La Catedral de Tarazona. (Guía Histórico-Artística), Tarazona, Félix Meléndez.
— SANZ ARTIBUCILLA, J. Mª, 1929, Historia de la Fidelísima y Vencedora ciudad de Tarazona, Madrid, Estanislao
Maestre, t. I.
— TORRES BALBÁS, L., 1952, Arquitectura gótica, t. VII de Ars Hispaniae, Madrid, Plus Ultra.
— VARELA MERINO, L., 2001, «La venida a España de Pietro Morone y Pietro Paolo de Montalbergo: las pinturas de la capilla de Luis de Lucena en Guadalajara», Boletín del Museo e Instituto «Camón Aznar», LXXXIV, (Zaragoza), pp. 175-184.
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Comarca de Tarazona y el Moncayo
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