EL DISCURSO ESCATOLOGICO DE JESUCRISTO

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EL DISCURSO ESCATOLOGICO DE JESUCRISTO***
Según SAN LUCAS 21, 5-36
*** Sagrada Biblia, Tomo III, Evangelio según San Lucas, 1º Edición 1977 de EUNSA
Traducida y anotada por la Facultad de Teología de La Universidad de Navarra
5 Como algunos le hablaban del Templo, que estaba adornado con
bellas piedras y ofrendas votivas, dijo: 6 Vendrán días en los que de
esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.
7 Le preguntaron: Maestro, ¿cuándo acontecerá esto y cuál será la
señal de que comienza a suceder? 8 El dijo: Mirad, no os dejéis
engañar; pues muchos vendrán en mi nombre diciendo: yo soy, y el
momento está próximo. No les sigáis. 9 Cuando oigáis rumores de
guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que
sucedan primeros estas cosas, pero el fin no es inmediato.10 Entonces
les decía: Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino;11
habrá grandes terremotos y peste y hambre en diversos lugares; habrá
cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12Pero antes de todas
estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las
sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por
causa de mi nombre: 13 esto os sucederá para dar testimonio.
14 Determinad, pues, en vuestros corazones no tener preparado cómo
habéis de responder: 15 Porque yo os daré palabras y sabiduría que
no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. 16 Seréis
entregados por padres y hermanos y parientes y amigos, y matarán a
algunos de vosotros, 17 y seréis odiados por todos a causa de mi
nombre. 18 Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.
19 Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. 20 Cuando
veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca
su desolación. 21 En aquella hora, quienes estén en Judea que huyan a
los montes, y quienes estén dentro de la ciudad que se marchen, y
quienes estén en los campos que no entren en ella: 22 éstos son días de
castigo para que se cumpla todo lo escrito. 23 Ay de las que estén
encinta y de las que estén criando en aquellos días. Porque habrá una
gran indigencia sobre la tierra e ira sobre este pueblo. 24 Caerán al
filo de la espada y serán llevados cautivos a todas las naciones; y
Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el
tiempo de los gentiles. 25 Habrá señales en el sol, en la luna y en las
estrellas; y sobre la tierra, angustia de las gentes, consternadas por el
estruendo del mar y de las olas; 26 perdiendo el aliento los hombres a
causa del terror y de la ansiedad que sobrevendrán a toda la tierra.
Porque las potestades de los cielos se conmoverán. 27 Y entonces
verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con gran poder y
gloria. 28 Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened valor y
levantad vuestras cabezas porque se aproxima vuestra redención.
29 Y les dijo una parábola: Observad la higuera y todos los árboles.
30 Cuando ya echan brotes, al verlos, conocéis por ellos que ya está
cerca el verano. 31 Así también vosotros cuando veáis que sucede todo
esto, sabed que está cerca el Reino de Dios. 32 En verdad os digo que
no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto.
33 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
34 Vigilad sobre vosotros mismos para que vuestros corazones no
estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta
vida, y no sobrevenga aquel día de improvisto sobre vosotros, 35 pues
caerá como un lazo sobre todos aquellos que habitan sobre la faz de
toda la tierra. 36 Vigilad orando en todo tiempo a fin de merecer
evitar. todos estos males que van a suceder, y estar en pié delante del
Hijo del Hombre
a continuación:
Notas y comentarios de la Facultad de Teología de la U. de Navarra
5-36. Los discípulos ponderan ante el Señor la grandeza del Templo. A este
propósito Jesús desarrolla un largo discurso, conocido con el nombre de «discurso
escatológico», porque versa sobre los acontecimientos finales de la historia. El
pasaje es conservado también de una manera muy parecida por los otros
Evangelios sinópticos (cfr Mt 24,1-51; Mc 12,1-37).
En las palabras del Señor se enlazan tres cuestiones relacionadas entre sí: la
destrucción de Jerusalén -ocurrida unos cuarenta años después-, el final del mundo, y
la segunda venida de Cristo en gloria y majestad. Jesús, que también anuncia aquí
persecuciones contra la Iglesia, exhorta insistente- mente a la paciencia, a la oración
y a la vigilancia.
El Señor habla aquí con el estilo y lenguaje propios de los profetas, con imágenes
tomadas del Antiguo Testamento, además en este discurso se alternan profecías que
se van a cumplir en breve con otras cuyo cumplimiento se difiere hasta el final de la
historia. Con ellas Nuestro Señor no quiere saciar la curiosidad de los hombres
acerca de los sucesos futuros, sino que trata de evitar el desaliento y el escándalo
que podrían producirse ante las dificultades que se avecinan. Por eso exhorta: «(no
os dejéis engañar» (v. 8); «no os aterréis» (v. 9); «vigilad sobre vosotros mismos» (v.
34).
8. Los discípulos, al oír que Jerusalén iba a ser destruida, preguntan cuál será la
señal que anuncie ese acontecimiento (vv. 5-7). Jesús contesta con una advertencia: «No os dejéis engañar», es decir, no esperéis ninguna señal; no os dejéis
llevar por falsos profetas, permaneced fieles a Mí. Esos falsos profetas se presentarán afirmando que son el Mesías, esto es lo que significa la expresión «yo soy». La
respuesta del Señor se refiere en realidad a dos acontecimientos, que la mentalidad
judía veía relacionados entre sí: la destrucción de la Ciudad Santa y el fin del mundo.
Por eso hablará a continuación de ambos acontecimientos y dejará entrever que debe
transcurrir un lugar tiempo entre ellos; la destrucción del Templo y de Jerusalén es
como un signo, un símbolo de las catástrofes que acompañarán el final del mundo.
9-11. El Señor no quiere que los discípulos puedan confundir cualquier catástrofe hambres, terremotos, guerras- o las mismas persecuciones con señales que anuncien
la proximidad del final del mundo. La exhortación de Jesús es clara: «No os aterréis»,
porque esto ha de suceder, «pero el fin no es inmediato», sino que, en medio de
tantas dificultades, el Evangelio se irá extendiendo hasta los confines del orbe. Estas
circunstancias adversas no deben paralizar la predicación de la Fe.
19. Jesús anuncia persecuciones de todo género. Esto es inevitable: «Todos los que
quieran vivir piadosa- mente en Cristo Jesús padecerán persecución') (2 Tim 3,12).
Los discípulos deberán recordar aquella advertencia del Señor en la Ultima Cena:
«No es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os
perseguirán» (Ioh 15,20). Sin embargo, estas persecuciones no escapan a la
Providencia divina. Suceden porque Dios las permite. Y Dios las permite porque
puede sacar de ellas bienes mayores. Las persecuciones serán ocasión de dar
testimonio: sin ellas la Iglesia no estaría adornada de la sangre de tantos mártires.
Promete el Señor además una asistencia especial a quienes estén sufriendo la
persecución y les advierte que no han de temer: les dará su sabiduría para
defenderse y no permitirá que perezca ni un cabello de su cabeza, es decir, que
hasta lo que pueda parecer una desdicha y una pérdida será para ellos el comienzo
de la gloria.
De las palabras de Jesús se deduce también la obligación que tiene todo cristiano de
estar dispuesto a perder la vida antes que ofender a Dios. Sólo quienes perseveren
hasta el fin en la fidelidad al Señor alcanzarán la salvación. La exhortación a la
perseverancia está consignada por los tres Sinópticos en este discurso (cfr Mt 24,13:
Mc 13,13) y por San Mateo en otro lugar (Mt 10,22) y asimismo por San Pedro (1Pet
5.9). Ello parece subrayar la importancia de esta advertencia de Nuestro Señor en la
vida de todo cristiano.
20-24. Jesús profetiza con toda claridad la destrucción de la Ciudad Santa. Cuando
los cristianos que vivían allí vieron que los ejércitos cercaban la ciudad recordaron la
profecía del Señor y huyeron a Transjordania (cfr Historia Eclesiástica, 111, 5). En
efecto, Cristo recomienda que huyan con toda prontitud, porque es el tiempo de la
aflicción de Jerusalén, de que se cumpla lo que está escrito en el A T: Dios castiga a
Israel por sus infidelidades (Is 5,5-6).
La Tradición católica considera a Jerusalén como figura de la Iglesia. De hecho la
Iglesia triunfante es llamada en el Apocalipsis la Jerusalén celestial (Apc 21,2). Por
eso, al aplicar este pasaje a la Iglesia, los sufrimientos de la Ciudad Santa pueden ser
considerados como figura de las contradicciones que sobrevienen a la Iglesia
peregrina a causa de los pecados de los hombres, pues «ella misma vive entre las
criaturas que gimen con dolores de parto en espera de la manifestación de los hijos
de Dios,) (Lumen gentium, n. 48).
24. «Tiempo de los gentiles» quiere decir el tiempo en que los gentiles, que no
pertenecen al pueblo judío, entrarán a formar parte del nuevo pueblo de Dios, la
Iglesia, hasta que los mismos judíos se conviertan al final de los tiempos (cfr Rom
11,11-32).
25-26. Jesús se refiere a la conmoción de los elementos de la naturaleza cuando
Ilegue el fin del mundo. «Las potestades de los cielos se conmoverán», es decir, todo
el universo temblará ante la venida del Señor en poder y gloria.
27-28. El Señor, aplicándose a Sí mismo la profecía de Daniel (7,13), habla de su
venida gloriosa al final de los tiempos. Los hombres contemplarán el poder y la gloria
del Hijo del Hombre que viene a juzgar a vivos y muertos. Este juicio corresponde a
Cristo también en cuanto hombre. La Sagrada Escritura describe la solemnidad de
este juicio. En él se confirma la sentencia dada ya a cada uno en el juicio particular, y
brillarán con total resplandor la justicia y misericordia que Dios ha tenido con los
hombres a lo largo de la historia. «Era razonable -enseña el Catecismo Romano- que
no sólo se estableciesen premios para los buenos y castigo para los malos en la vida
futura, sino que también se decretase en un juicio general y público, a fin de que
resultase para todos más notorio y grandioso, y para que todos tributasen a Dios
alabanzas por su justicia y providencia) (1, 8,4).
Es, pues, esta venida del Señor día terrible para los malos y día de gozo para quienes
le fueron fieles. Los discípulos han de levantar la cabeza con gozo, porque se
aproxima su redención. Para ellos es el día del premio. La victoria obtenido por Cristo
en la Cruz -victoria sobre el pecado, sobre el demonio y sobre la muerte-- se
manifiesta aquí en todas sus consecuencias. Por eso nos recomienda el apóstol San
Pablo que vivamos «aguardando la bienaventuranza esperada y la venida gloriosa del
gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo» (Tit 2,13)., «(Subió al Cielo (el Señor), de
donde ha de venir de nuevo, entonces con gloria, para juzgar a los vivos y a los
muertos, a cada uno según los propios méritos: los que hayan respondido al amor y a
la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que los hayan rechazado hasta el final
serán destinados al fuego que nunca cesará» (Credo del pueblo de Dios, n. 12).
31. El Reino de Dios, anunciado por Juan Bautista (cfr Mt 3,2) y descrito por el Señor
en tantas parábolas (cfr Mt 13; Lc 13,18-20), se encuentra ya presente entre los
Apóstoles (Lc 17,20-21) y, sin embargo, todavía no ha llegado la plenitud de su
manifestación. Jesús anuncia en este lugar la llegada en plenitud del Reino y nos
invita a pedir esto mismo en el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino". «El Reino
de Dios, que ha tenido aquí en la tierra sus comienzos en la Iglesia de Cristo, no es
de este mundo, cuya figura pasa (cfr Ioh 18,36; 1 Cor 7,31); y sus crecimientos
propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de
las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez
más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez
con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más
ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad
se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres» (Credo del pueblo de
Dios, n. 27). Al final del mundo todo será recapitulado en Cristo y Dios reinará
definitivamente en todas las cosas (cfr 1 Cor 15,24.28).
32. Lo referente a la ruina y destrucción de Jerusalén, se cumplió unos cuarenta años
después de la muerte del Señor, y pudo ser constatada la verdad de esta profecía por
los contemporáneos de Jesús. Por otra parte, la ruina de Jerusalén es símbolo del fin
del mundo, y así puede decirse que la generación a la que se refiere el Señor ha visto
simbólicamente el fin del mundo. También se puede entender que el Señor hablaba
de la generación de los creyentes (cfr nota a Mt 24,32-35).
34-36. Al final de su discurso el Señor exhorta a la vigilancia como actitud necesaria
para todos los cristianos. Debemos estar vigilantes porque no sabemos ni el día ni la
hora en que el Señor vendrá a pedimos 'cuenta. Por ello hay que vivir en todo
momento pendientes de la voluntad divina, haciendo en cada instante lo que hemos
de hacer. Hay que vivir de tal modo que venga la muerte cuando venga siempre nos
encuentre preparados. Para quienes viven así la muerte repentina nunca es una sorpresa. A éstos les dice San Pablo: «Vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas para
que aquel día os arrebate como un ladrón> (1 Thes 5,4). Vivamos, pues, en continua
vigilancia. Consiste la vigilancia en la lucha constante por no apegarnos a las cosas
de este mundo (la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la
soberbia de la vida; cfr 1 Ioh 2,16), y en la práctica asidua de la oración que nos hace
estar unidos a Dios. Si vivimos de este modo, aquel día será para nosotros un día de
gozo y no de terror, porque nuestra vigilancia tendrá como resultado, con la ayuda de
Dios, que nuestras almas estén prontas, en gracia, para recibir al Señor. Así nuestro
encuentro con Cristo no será un juicio condenatorio sino un abrazo definitivo con el
que Jesús nos introducirá a la casa del Padre. «¿No brilla en tu alma el deseo de que
tu Padre-Dios se ponga contento cuando te tenga que juzgar?'> (Camino, n. 746).
*** Sagrada Biblia, Tomo III, Evangelio según San Lucas, 1º Edición 1977 de EUNSA
Traducida y anotada por la Facultad de Teología de La Universidad de Navarra
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