el do ut des japonés. - Alfredo Velasco Nuñez

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EL DO UT DES JAPONÉS
Japón consiguió salvarse por los pelos aquella campaña de Navidad en plena crisis mundial.
El creador nipón del gadget tecnológico que se vendió por millones en EEUU y Europa como
regalo estrella de Navidad, sintió que había salvado su vida y la de su país, aunque este último ya le
daba igual. Había sido amenazado de muerte, deshonor y ruina. Fue tan atormentado que no pudo
dormir en todo el cambio del año. Su país, enfangado en una crisis absoluta y prolongada, apenas
podía sostener su numerosa población y amenazaba con venir el hambre, el desorden y la locura. El
gobierno apostó a su carta, por su inventiva y su producto, que fabricó disciplinadamente. Él era un
mero diseñador de ingeniería pero hasta la Yakuza se encargó de hacerle temer un final de su vida
largo y doloroso si algo iba mal. Las ventas en el extranjero, que eran la salvación del balance
comercial de su país, fueron aumentando mientras él maldecía su vocación y haber nacido. Después
de una enorme presión, de ver cifras en un ordenador que temía no serían suficientes, recibió un
máximo galardón profesional y las entrevistas de los periodistas. En cuanto pudo, detestando su
país, volvió al anonimato, boqueó el aire de Tokyo iluminados sus pasos por los neones nocturnos y
se consideró el hombre más desgraciado del mundo. Pero, en pasado. Y haber sufrido era mejor que
sufrir.
Unos meses después, la sociedad del sol naciente inició un debate de múltiples facetas sobre
los límites de la libertad de expresión. Sectores conservadores atacaron el racial manga donde sus
álbumes pornográficos contenían menores de edad practicando sexo con adultos. Algo que
consideraban inedificante e incivilizado, atávico y apología del delito sexual. La ley nipona
condenaba el sexo con menores de edad y asociaciones de padres temían por sus hijas debido a esa
incoherencia. Los sectores liberales apoyaron el manga, incluso sus dibujos con sexo explícito con
menores, argumentando que actuaban de exorcismo de la pedofilia, al construir sus fantasías en una
realidad virtual inocua y ajena de la temida realidad delictiva. El manga conjuraba una realidad
criminal y retenía a sus inclinados evitando que trasladaran infelizmente sus fantasías a la realidad.
Los liberales se pusieron del lado de la tradición y el uso social y los conservadores del lado de la
modernidad que exigía reducir la incoherencia entre la ley y la realidad virtual.
Por entonces, para el anónimo japonés que había cargado al dedo de las fuerzas vivas de su
nación con la responsabilidad de dar un respiro a la balanza comercial de su país, había visto el
Cielo en una película de manga en la que el erotismo se confundía con la estética más celestial.
Efectivamente, la imagen de dibujos animados llevaba de la ventana abierta de par en par de una
casa, por la que se veía brillar el sol, a una habitación de colores cálidos pastel, mayormente
rosáceos y lilas, con una cama sobre la que gozaba una diosa de 12 años sólo vestida con una
fantasía paradisíaca de lencería íntima. Vio la escena, hasta que se oían los gemidos de la diosa,
centenares de veces. Ese travelling de dibujos tenía más alma que toda su vida. Era el orden sublime
que siempre había deseado en su ser más profundo y que le daba la fe en sí mismo y en su patria.
Esa creación mirífica y maravillosa era superior a toda vida y la trascendía. Solo ser su mero
observador le trasladaba al más allá de su ser nipón, a la luz del orden que no lograban oscurecer el
resto de imágenes excesivas, múltiples, complejas y distantes que extasiaban al resto de seres
humanos. Era la película única, el espectáculo definitivo, el primer plano excelso de su verdadero
amor. Compró varios ejemplares de la película y de la pantalla donde la veía mejor y la observó
diariamente, nada más levantarse de la cama, como un rito de piedad sagrada. Y el diseñador
anónimo vio que el arte, la creación, consumaba la tradición de un pueblo, el suyo, de una manera
inescrutable y novedosa. Recuperado su ser de asombro y felicidad, dio gracias a la vida que le
había permitido alcanzar el interior brillante del sol naciente, mediante la paz que había mantenido,
por su intercesión, el orden económico de su país que un día su creación había favorecido. Dio al
común y el común le dio: el orden del amor que da la paz. Y se volvió a sentir un japonés más.
COMENTARIO: Inspirado por un suceso real, el del inventor de la Wii, salvo la segunda parte del
texto que es fantasía. El texto resalta la moraleja de sacar beneficio del sufrimiento, darle valor, y
del orden del amor de darse y luego recibir, sacado de la doctrina de San Agustín. La polémica por
la libertad de expresión tras aquellas Navidades de 2008 fue real y acabaron no prohibiendo el
manga pues era una industria productiva de dinero en época de crisis. El título está inspirado el “El
da y recibirás” religioso. Publicado en la revista “Al Margen. Publicación de Debate Libertario. Año
XX. Nº78. Verano 2011”.
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