Logica.informal.Falacias

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DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA
LÓGICA: Lógica informal / Falacias
LÓGICA INFORMAL
1.
TIPOS DE INFERENCIA INFORMAL
1.1. Argumentos inductivos
1.2. Analogía
1.3. Argumentos de autoridad
1.4. Argumentos acerca de las causas
2.
FALACIAS
Existe un campo de estudio que está interesando mucho en los últimos tiempos. Nos referimos a la lógica de la
argumentación. Desde el agotamiento de la lógica formal producido por la determinación de sus limitaciones, algunos
autores han insistido en la necesidad de concebir el razonamiento y el proceso de inferencia más a partir de una lógica de
razones admisibles, de ‘buenas razones’, que a partir de una estricta lógica deductiva. Serían formas de razonamiento
argumentativo, una forma de demostración a partir de premisas no verdaderas sino probables, y la “retórica”, cuya
fuerza argumentativa descansa más en la persuasión que en la sujeción a leyes lógicas. Así, estamos ante un
razonamiento que, o parte de premisas sólo verosímiles o aceptables, o carece de pasos lógicos justificados. Es
meramente probable e incompleto. Pero muchos más frecuente y practicado que el razonamiento deductivo.
La lógica de la argumentación se interesa por los modelos ordinarios de razonamiento. Y por la misma naturaleza
del objeto que investiga sólo puede ofrecer una lógica informal: toda argumentación se produce en una situación
concreta y determinada por condiciones circunstanciales que bien podrían resultar totalmente peculiares, irrepetibles, no
generalizables.
La necesidad de tomar en cuenta las condiciones pragmáticas en las que se desenvuelve el acto argumentativo
dificulta enormemente la labor de reducir las inferencias de esta lógica a modelos necesarios y estables. Porque son
muchos los factores que intervienen:
 las expectativas e intenciones del argumentador y del destinatario, que no tienen por qué coincidir;
 las presuposiciones implícitas;
 los diferentes puntos de vista y niveles de comprensión y formación;
 los valores que los hablantes poseen;
 los lugares comunes y los tópicos que ambos admiten;
 en definitiva, un conjunto de variables, difícilmente controlables, debidas al contexto pragmático de
argumentación.
La tarea de la lógica de la argumentación va a consistir, en primer lugar, en intentar precisar los contextos
pragmáticos, determinar los factores principales que influyen sobre la actitud de los que argumentan. En segundo lugar,
se trataría de desvelar los procedimientos que los hablantes emplean para salvar la comprensión, para hacerse entender.
Las pregunta crucial es la siguiente: ¿el argumentador fracasa en su intento, incluso a propósito, o tendemos a pensar que
somos nosotros los que no lo hemos entendido bien, y no que haya intentado no ser relevante, no explicarse? Es obvio
que para que la argumentación se lleve a efecto han de cumplirse dos grupos de condiciones que afectan al
argumentador y a su interlocutor:
1. En primer lugar, condiciones de propiedad:
a. Se argumenta sobre lo que no se está de acuerdo.
b. Se argumenta si se espera alcanzar un acuerdo.
c. Se argumenta si se piensa que el interlocutor está capacitado para entender la argumentación.
d. El interlocutor supone que el argumentador es sincero.
2. En segundo lugar, condiciones de legitimidad:
a. El argumentador argumenta si cree que el interlocutor lo legitima para tal función, lo reconoce como
argumentador válido.
b. El argumentador argumenta si piensa que el interlocutor está dispuesto a escucharle.
c. En suma, todo sucede como si, tanto el argumentador como su interlocutor, antes de entrar en la lid del
diálogo, debieran concederse mutuamente ciertos derechos.
Cuando estas condiciones no se cumplen estamos ante lo que los clásicos llamaron el ‘silogismo sofístico’, esto es,
aquellas argumentaciones en las que el hablante emplea razonamientos erróneos, o pretende engañar a su interlocutor,
o confundirle con argumentos incorrectos pero aparentemente válidos. Tradicionalmente se distinguen las falacias– que
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son errores producidos sin mala fe, por ignorancia o por descuido–, de los sofismas –que serían errores intencionados–.
En los últimos tiempos se prefiere llamar ‘falacia’ a todo razonamiento erróneo, sea cual sea la intención del hablante, y
distinguir las ‘falacias formales’ –aquéllas en las que se ha efectuado una inferencia incorrecta– y las ‘falacias materiales’
–que operarían con el contenido semántico o pragmático de los enunciados–.
1. Tipos de Inferencia Informal.
1.1. Argumentos inductivos.
Los argumentos inductivos ofrecen uno o más ejemplos específicos en apoyo de una
generalización.
"En épocas pasadas, las mujeres se casaban muy jóvenes. Julieta, en Romeo y Julieta de Shakespeare, aún no tenía
catorce años. En la Edad Media, la edad normal del matrimonio para las jóvenes judías era de trece años. Y durante el
Imperio romano muchas mujeres romanas contraían matrimonio a los trece años, o incluso más jóvenes".
Este argumento generaliza a partir de tres ejemplos a muchas o la mayoría de las mujeres de épocas pasadas.
Ahora bien, ¿cuándo premisas como éstas apoyan de manera adecuada una generalización?
Se requiere más de un ejemplo en un argumento: no se puede extraer una conclusión acerca de todo el
colectivo de estudiantes del Instituto basada en usted mismo y en su compañero. Además, se requiere que los
ejemplos sean representativos: no puede extraer una conclusión acerca de todo el colectivo de estudiantes de su
Instituto basándose en los estudiantes que son sus amigos, aun cuando tenga un montón de ellos. Junto con lo
anterior se requiere información de trasfondo: si usted extrae una conclusión acerca del colectivo de estudiantes de su
Instituto basada en una muestra de 30 personas, también debe tomar en cuenta cuán grande es el colectivo de
estudiantes (¿30?, ¿30.000?). Por último, se deben buscar posibles contraejemplos, si los hay.
1.2. Analogía.
"Esta mañana el jefe está que explota, así que mejor no le vengas con esas" es un argumento por analogía: de
comparar el ánimo del jefe con una bomba se infiere que un mal movimiento puede activarla. En los argumentos por
analogía se señala la semejanza de un término A, con otro, B, y merced a ello se infiere que ciertas características de A
deben pertenecer también a B.
"El presidente del gobierno afirmó que el papel del vicepresidente es apoyar las políticas del presidente, esté o no de acuerdo
con ellas, porque "Usted no puede poner la zancadilla a su propio delantero".
Aquí se está sugiriendo que formar parte de un gobierno es como formar parte de un equipo de fútbol. Las
analogías no requieren que el ejemplo usado como una analogía sea absolutamente igual al ejemplo de la conclusión,
sino que aquí la clave está en los requisitos del trabajo en equipo. Los argumentos por analogía no unen las proposiciones
necesariamente, es decir, no prueban concluyentemente, sino tan sólo de forma probable o verosímil.
1.3. Argumentos de autoridad.
A menudo, tenemos que confiar en otros para informarnos y para que nos digan lo que no podemos saber por
nosotros mismos. No podemos probar nosotros mismos todos los nuevos productos de consumo, por ejemplo, y tampoco
podemos conocer de primera mano cómo se desarrolló el juicio de Sócrates; y la mayoría de nosotros no puede juzgar, a
partir de su propia experiencia, si en otros países los presos son maltratados. En su lugar, tenemos que argüir de la
siguiente forma general:
X (alguna persona u organización que debe saberlo) dice que Y. Por tanto, Y es verdad.
A un argumento con esa forma se le llama argumento de autoridad. Lo cierto es que nada es verdad, ni mentira,
por el hecho de que alguien lo afirme o lo niegue, por lo que la apelación a una autoridad no confirma ni desmiente
ninguna posición. De aquí podría deducirse que los argumentos de autoridad son siempre malos argumentos y que, por
tanto, no son pertinentes en ninguna discusión seria. Sin embargo, éste sería un juicio muy precipitado.
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Sócrates, (470/469-399 a.C.) Filósofo griego, nacido en Atenas. En un momento indeterminado de su vida cambia su
interés inicial por las teorías sobre la naturaleza, en la que, al parecer, no ve principio de finalidad alguna, por el interés
por un conocimiento de sí mismo y del hombre en general. Forma, como hacían los sofista en su misma época, un grupo
de discípulos y amigos, entre los cuales destaca Platón. Tras una vida entregada a interpelar a sus conciudadanos y a,
según Platón, a que fueran «mejores y más sabios», restablecida ya la democracia ateniense, es llevado a juicio
doblemente acusado de ser impío y corruptor de los jóvenes. Condenado por el tribunal popular a beber la cicuta y tras
rechazar los planes de huida que le instarles ofrece Critón, muere en la prisión de Atenas, rodeado de algunos de sus
amigos y discípulos y mandando decorosamente a su mujer Xantipa, que llevaba a su hijo pequeño en brazos, que se
ausentara. La figura de Sócrates, ensalzada por Platón como el hombre «más sabio y justo de su tiempo», se ha
convertido con el transcurso del tiempo, y pese a sus contornos algo difusos, en el paradigma del filósofo y hasta en
personificación de la misma filosofía. Su característica filosófica más importante y permanente fue su rechazo, en
cuestiones de saber, a todo lo que se presentase como autoridad
¿Cómo enfrentarnos entonces al problema de que es difícil sustraerse a los argumentos de autoridad, cuando
éstos, en rigor, no sirven ni para confirmar nuestra posición ni para descalificar la del contrario? La clave está en distinguir
entre argumentos de autoridad del mismo modo que distinguimos entre las marcas de los productos que nos merecen
mayor confianza. ¿Cuáles son los criterios que pueden ser usados con tal fin? Creemos que pueden ser especificados tres
criterios, sencillos y útiles, que nos permitirán diferenciar entre argumentos de autoridad claramente ineficaces y
argumentos de autoridad que es racional sopesarlos seriamente:
El primero es que debe explicitarse cuál es la fuente de la autoridad. En los escritos académicos esto suele ser
realizado por medio de la cita exacta de la referencia que se está haciendo. Ello permite que cualquiera pueda verificar
tanto si la cita es correcta como si la opinión del citado ha sido correctamente interpretada. En las discusiones no escritas
es más difícil citar de este modo puesto que no solemos recordar con exactitud, y mucho menos tener encima, tal tipo de
datos, pero sí podemos intentar especificar en la medida de lo posible cuál es la fuente de autoridad.
Es obvio que sólo si conocemos cuál es la fuente de autoridad podremos entonces evaluar si podemos
considerarla como tal fuente de autoridad. Ésta es una cuestión que en sí misma es polémica pues no todos reconocemos
las mismas autoridades. Así que, de modo general, las fuentes de autoridad más aceptables serán aquellas sobre las que
no tengamos motivos de duda y a las que les supongamos mayor información y conocimientos que nosotros
sobre esos temas. Es claro que una autoridad en un tema no tiene por qué serlo en otro, por lo que la alegación de
autoridad debe ser pertinente al tema que se discuta.
Esto nos conduce al último de nuestros criterios: Considerar imparciales las autoridades a las que se apelan. El
desconfiar siempre es una reacción paranoica, si bien el confiar la mayor parte de las veces resulta manifiestamente
ingenuo. Por ello, aun aceptando que la presunta autoridad sea una persona o institución bien informada, con
conocimiento de causa, y tradicionalmente respetada, si presumimos que de algún modo sus intereses se ven afectados
dependiendo de qué sea la verdad, y observamos que su posición en la cuestión que sea le beneficia, entonces tenemos
motivos para desconfiar de su dictamen y buscar fuentes alternativas que confirmen o desmientan tal autoridad.
4.4. Argumentos acerca de las causas.
Muchos de los argumentos que ofrecemos suelen apoyarse en citar las causas de las cuales se deduciría la verdad
de la conclusión que estamos extrayendo. Supóngase, por ejemplo, que usted observa que hay niños que leen con más
fluidez que otros habiendo estado todos ellos juntos en los mismos cursos. Investiga la cuestión y averigua que los padres
que más leen son justamente los padres de los niños que leen con más fluidez. Aquí encuentra dos hechos
correlacionados y deduce que uno es causa del otro. Cuando pensamos que A causa B, usualmente pensamos no sólo que
A y B están correlacionados sino también que "tiene sentido" que A cause B. Los buenos argumentos por causas no
apelan, entonces, únicamente a la correlación de A y B, también explican por qué "tiene sentido" para A causar B.
Préstese atención a un argumento como el siguiente:
"En los últimos veinte años, los niños han visto más y más televisión. En el mismo período, los resultados de las pruebas de
admisión a la universidad han descendido constantemente. Ver televisión parece arruinar nuestra mente".
Se sugiere que ver televisión es causa de puntuaciones más bajas en las pruebas. Pero el argumento no explica
cómo la causa alegada, ver televisión, conduce a estos efectos. Es, por tanto, un mal argumento.
Téngase en cuenta que la mayoría de los sucesos tienen muchas causas posibles. Encontrar nuevamente alguna
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causa posible no es suficiente; se debe dar un paso más y mostrar que ésa es la causa más probable. Es posible que la
mancha de la pared que parece una cara sea una obra milagrosa, pero es más probable que provenga de alguna fuente de
humedad. Además, algunas correlaciones no son más que meras coincidencias. Los sueños no
predicen lo que va a pasar porque algunas veces se cumplan, puesto que soñamos muchas cosas es bastante probable
que algunas de ellas nos sucedan en la realidad.
Además, la correlación no establece la dirección de la causalidad. Si A se correlaciona con B, puede ser que A cause
B, pero también puede ser que B cause A. La misma correlación que sugiere que la televisión está arruinando nuestra
moral, por ejemplo, podría sugerir también que nuestra moral está arruinando la televisión. Así, en general, se necesita
todavía investigar otro tipo de explicación alternativa.
En otras ocasiones, nuestras argumentaciones por causas olvidan alternativas. Por ejemplo, examine un
argumento más acerca de las causas:
“Una buena manera de evitar el divorcio es hacer el amor con frecuencia, porque las estadísticas muestran que los esposos
que hacen el amor con frecuencia rara vez piden el divorcio”.
Hacer el amor frecuentemente está correlacionado con permanecer casado, y por lo tanto se supone que es la
causa (o una causa) de permanecer casado. Pero también puede ser que permanecer casado conduzca a hacer el amor
frecuentemente; o que alguna otra cosa (¡amor y deseo!) causa hacer el amor frecuentemente y permanecer casado; o
que cada uno causa lo otro. O posiblemente, hacer el amor y permanecer casado, ¡no son sucesos causalmente
relacionados!
Por último señalar que muchos fenómenos tienen causas complejas e interrelacionadas, lo que debe hacernos
cuidadosos al usarlas en nuestros argumentos. Simplificamos cuando decimos que los estudiantes suspenden porque no
estudian. Lo cual en la mayor parte de los casos es cierto, pero a lo mejor no estudian porque no entienden, no están
motivados, tienen problemas de muchos tipos, han estudiado y no les ha sido útil, tienen carencias de cursos anteriores
de las que no tienen por qué ser del todo responsables, y un largo etc.
2. FALACIAS.
Tradicionalmente se ha empleado la palabra falacia para designar aquellas argumentaciones que son incorrectas
pero que aparentemente poseen una fuerza de prueba, que de hecho no la tienen. Es decir, sería una argumentación
incorrecta pero que parece correcta. Las falacias informales son aquellas argumentaciones cuya incorrección no se debe a
su estructura formal sino a otros factores relacionados, más bien, con los aspectos pragmáticos del lenguaje.
Considerar un argumento como falaz depende, a menudo, del contexto en el que éste se emite. A veces hay
argumentos que se consideran falaces, sin serlo. Es el ejemplo de la falacia ad verecundiam (o falacia de apelar a la
autoridad).
A menudo, el uso de falacias en un diálogo es una estrategia para que se alcance la finalidad del diálogo y
conseguir, así, imponerse de modo injusto al interlocutor. Para ver si un determinado argumento es falaz es preciso tener
en consideración los aspectos pragmáticos del discurso, por ello no cabe la aplicación mecánica de principios generales.
En una discusión crítica cada participante ha de intentar probar su punto de vista, y el tema o los temas a discutir
han de formar parte de una agenda u orden del día, que hay que respetar. Pero sucede que, a veces, alguna persona
introduce sin autorización otro tema nuevo en la discusión o intenta probar algo que tiene poco o nada que ver con el
asunto que se está tratando, exponiéndose a que algún interlocutor califique justamente su intervención de irrelevante.
2.1. Falacia ad hominem.
Puede considerarse como la contraria del argumento de autoridad. En este caso se trata de rechazar algo por el
hecho de que alguien lo diga, no atacando lo que éste diga sino la persona que lo dice. Por ello se debe separar la
persona que argumenta de aquello que dice. En caso contrario podemos descalificar a nuestro interlocutor, pero no nos
habremos acercado por ello a la verdad. Estos argumentos pretenden refutar una opinión atacando a la persona que la
mantiene, sin entrar en el tema de la discusión; se aportan razones (para desprestigiar a la persona que la formula.
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¿Esto lo ha dicho X? Pues seguro que no es verdad.
Las soluciones económicas que propone el señor X no son aceptables. ¿Cómo podrían serlo viniendo del líder de un partido de
derechas?
También se da cuando se pretende refutar la opinión de una persona alegando que sus circunstancias especiales con
inconsistentes con la postura que mantiene.
El señor García defiende que es bueno para la salud beber agua mineral. El señor García es el distribuidor de las aguas
minerales. Luego, será falso que el agua mineral sea buena para la salud.
Se concluye sin más evidencia la falsedad de la afirmación del señor García.
Supongamos que unos jóvenes están discutiendo sobre si deberían organizar un concurso de belleza femenino.
María se pronuncia en contra, pues considera que este tipo de concursos son sexistas y presenta razones para apoyar su
punto de vista. Entonces Juan le contesta.
María no lleva razón. Lo que está diciendo es por amargura, porque no sabe que, con su cara, no ganará jamás.
2.2. El hombre de paja.
En ocasiones no es fácil rebatir los argumentos de nuestro contrincante, real o teórico, por ello es una tentación
que debe ser evitada el “inventarse” un contrincante. Cuando alguien lo hace, esto es, cuando alguien argumenta no
contra lo que alguien explícitamente mantiene sino contra una posición elaborada para la ocasión podemos acusarle de
fabricarse un hombre de paja, que suele ser una simplificación, cuando no una caricatura, de las posiciones que
realmente se mantienen. Una variante es presentar dos posiciones en extremos tan distintos de la propia que hacen
aparecer a ésta como la única que puede ser sensatamente sostenida, pareciendo las demás exageradas y absurdas. Por
ejemplo, si se está discutiendo la legalización de las drogas, quien objetase que las calles se llenarían de delincuentes que
se drogan estaría cometiendo esta falacia. Que haya delincuentes que se droguen no dice nada respecto al tema en liza.
En definitiva, lo que se intenta es ridiculizar la opinión del contrario para rebatirla
Lo que quieren los ecologistas es que volvamos a la Edad de Piedra.
Otra variante de este tipo de falacias es la de Tu quoque, donde se intenta rebatir las razones de la otra persona
alegando que ella padece el mismo defecto o vicio que nos pretende corregir.
2.3. Ad verecundiam.
Consiste en defender una opinión sin presentar pruebas, apelando sólo a la autoridad que la defiende o la ha
defendido. Es el típico porque lo digo yo. Como, por ejemplo, cuando un deportista famoso recomienda tal marca de ropa
o tal alimento
Creo que Pedro debería ser fiel a sus creencias, porque eso dice mi hermano, y él sabrá, pues es muy listo.
Las mujeres deben ser poco inteligentes, pues ya lo decía el gran filósofo Schopenhauer.
2.4. Argumentos que apelan a los sentimientos.
Un argumento puede ser irrelevante porque, en vez de intentar convencer con buenas razones, intenta persuadir
tocando los sentimientos de miedo, comprensión o solidaridad del grupo del interlocutor.
2.4.1. Falacia ad baculum (al bastón).
Un argumento de este tipo es el que acude con amenazas para hacer que el interlocutor acepte una determinada
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opinión o punto de vista. Como es evidente, forzar al adversario dialéctico o aceptar una opinión por miedo es contrario a
los fines del diálogo basado en razones.
Sin embargo, en algunos casos es razonable intentar convencer al interlocutor utilizando cierto tipo de
amenazas. Este sería el caso de las autoridades que, para convencer a los conductores de no sobrepasar los límites de
velocidad establecidos, y después de haber acudido a otras razones, les recuerdan que las multas que tendrán que pagar
por esta infracción.
Debo sacar buenas notas, porque, de lo contrario, mis padres me castigarán. Las imprudencias se pagan.
2.4.2. Falacia ad populum (del pueblo).
En estos textos se recurre a provocar el entusiasmo u otros sentimientos de las personas con el fin de que otorguen su
asentimiento a lo que sostiene el hablante sin aportar prueba alguna. Los anuncios publicitarios pretenden convencernos
de la bondad de sus productos poniéndonos en relación con sentimientos que todos apreciamos.
¿Quieren que sus hijos tengan una gran cultura? ¿Quieren que estén al día? Compre entonces tal enciclopedia.
Lo mismo ocurre con los discursos de las campañas electorales: no intentan dar argumentos para ayudarnos a pensar
nuestro voto, sino que van dirigidos a despertar sentimientos de adhesión a unos y repulsa a otros.
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2.4.3. Falacia ad misericordiam.
Es aquella en la que se emplean términos emotivos para conseguir un trato especial. En ocasiones se trata de
apelar a la misericordia para conseguir que las reglas fijadas de modo general sean modificadas para su caso en especial.
Así es normal que los estudiantes aludan a circunstancias especiales para conseguir ciertas “rebajas” en las exigencias
que el profesor ha establecido de modo público para todos los alumnos. O, como por ejemplo, cuando los padres o los
hijos utilizan los sentimientos de piedad para convencer de que llevan razón.
¡Con lo que yo te quiero! ¿Cómo me vas a hacer eso a mí? ¡Me vas a matar!
Este es un caso especial de falacia ad misericordiam, que recurre al sentimiento de pena.
Señor director, debe darme este trabajo, no querrá usted que mis hijos se mueran de hambre.
2.4.4. Argumento ex populo (a partir del pueblo).
Consiste en defender un determinado punto de vista alegando que todo el mundo está de acuerdo con esta
opinión. Su esquema es:
-
Todo el mundo admite p como verdadero o correcto. Luego p es verdadero o correcto.
Tienen una gran fuerza persuasiva, pues si efectivamente se da el caso de que todo el mundo dice que p es
verdadero y alguien dice, sin embargo, que es falso, es a ese alguien a quien le corresponde el peso de la prueba.
3.
Argumento ad ignorantiam.
La estrategia de este tipo de argumentos consiste en defender que un enunciado es falso porque nadie ha
probado su verdad, o que un enunciado es verdadero porque nadie ha probado que sea falso. El esquema sería el
siguiente:
(1)
No se ha podido establecer que p sea verdadero; por tanto p es falso.
(2)
No se ha podido establecer que p sea falso; por tanto p es verdadero.
(3)
Nadie ha podido demostrar que Dios no existe. Por tanto, Dios existe.
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En algunas ocasiones estos argumentos son aceptables. Éste es el caso, por ejemplo, cuando un juez concluye su
sentencia con estas palabras: “Teniendo en cuenta que no se ha encontrado ninguna prueba que apoye la culpabilidad de
X, este tribunal lo declara inocente”.
Podríamos decir que el criterio para decidir si un argumento ad ignorantiam es falaz o no son los términos en
que se establece la conclusión. Cuando ésta se introduce con términos como “necesariamente”, “definitivamente”, o
similares, entonces es posible que el argumento sea falaz. Pero cuando en la conclusión empleamos términos
protectores, el argumento podrá ser bueno o defectuoso, pero no falaz.
4.
Falacia de la pendiente resbaladiza.
Un caso especial de error argumental que está en relación con la indebida atribución de opiniones es cuando
cometemos falacia de la pendiente resbaladiza: intentamos desacreditar un argumento o posición no por sí misma o por
las consecuencias necesarias que de él o ella se deriven sino porque ese podría ser el primer paso de una serie de
desagradables consecuencias. Cuando se lee o se oye discutir sobre el problema de la eutanasia es muy frecuente que
aparezca un argumento que es un caso típico de falacia de la pendiente resbaladiza. La cuestión realmente
importante, decían algunos, no es aprobar una determinada ley que permita, por ejemplo, que alguien ponga fin a la vida
de un paciente que lo haya solicitado previamente, sino que esto constituye un primer paso que puede ser seguido por
una segunda disposición donde se admita que le sea practicada la eutanasia a alguien que sea un enfermo terminal
aunque éste no lo haya solicitado nunca. Pero la cosa no tiene por qué quedar ahí. Así, argumentan que la gente pediría
que fuesen quitadas de en medio aquellas personas que, sin tener ninguna enfermedad mortal, tienen sus facultades
mentales seriamente dañadas. Por ejemplo, un anciano con demencia senil. Pero si se acepta eso ¿por qué no permitir
que los padres eliminen a aquellos de sus hijos que crean que no son lo suficientemente perfectos como para llevar una
vida normal? En este caso, el tema sobre el que se discutía, una determinada forma de eutanasia, ha dejado de
contemplarse. Los defensores de una opción sólo están comprometidos a aceptar aquellas consecuencias que
necesariamente se sigan de la opción elegida.
Obviamente, esto no significa que no puedan señalarse las consecuencias negativas que podría tener la puesta
en práctica de determinada opción. Así, si se discute sobre la legalización o no de las drogas cuyo comercio y/o consumo
está penalizado, es un argumento a tener en cuenta el que la legalización podría aumentar el consumo, pero no el que
todo el mundo terminaría siendo un drogadicto.
5.
Petición de principio.
Consiste en usar de un modo implícito la conclusión como una premisa.
“Dios existe porque así lo dice la Biblia, lo que sé que es verdad, porque, después de todo, Dios la escribió”.
Para escribir este argumento en la forma de premisa y conclusión, debería escribir:
o La Biblia es verdad, porque Dios la escribió. o La Biblia dice que Dios
existe.
o
Por lo tanto, Dios existe.
Para defender la afirmación de que la Biblia es verdad, el argumentador afirma que Dios la escribió. Pero
obviamente, si Dios escribió la Biblia, Él existe. Luego, el argumento asume precisamente aquello que está tratando de
probar.
Otro ejemplo:
Al preguntar a un niño por su nombre contesta: ‘yo me llamo como mi padre’; y al preguntarle por el nombre de su padre:
‘mi padre se llama como yo’.
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6.
LÓGICA: Lógica informal / Falacias
Lenguaje cargado o persuasivo.
Se trata de utilizar términos y expresiones en nuestras argumentaciones que parezcan neutrales pero que de
hecho intentan persuadir al interlocutor. Así, Ambroce Bierce, en su Diccionario del diablo, define "fe" como "creencia sin
pruebas en lo que está diciendo una persona que habla sin conocimiento de cosas inauditas. También puede ser usado
con una carga positiva. Así, podemos definir "progresista" como "alguien preocupado por el bienestar de la humanidad",
lo cual parece implicar que los que no se definen así no están preocupados por los demás seres humanos.
7.
Preguntas complejas.
Hay preguntas que conllevan presuposiciones. Por ejemplo, si alguien pregunta: ¿Has dejado de molestar a mi
hermana? Contéstese con un sí o un no, se está admitiendo que tú estás molestando a mi hermana. En muchas ocasiones
puede ser adecuado hacer este tipo de preguntas. Sin embargo, hay veces en que estas preguntas se hacen de un modo
agresivo, para
tender una trampa y ofuscar al interlocutor para conseguir así que admita afirmaciones que pueden ser usadas en su
contra. En estos casos, el planteamiento de una pregunta compleja constituye una falacia.
Es el caso también de blanco o negro: se presupone que no hay una tercera posibilidad, y que las dos posibilidades
son excluyentes entre sí. Si el interlocutor no se da cuenta de estas presuposiciones puede caer en una trampa.
¿Tu coche es blanco o negro?
¿Reciclas el papel o eres otro destructor de los árboles?
8.
Falacia del accidente
Nace de atribuir esencialmente a una cosa lo que sólo por accidente la conviene. Se trata de generalizar
ilícitamente a partir de un caso particular.
Ejemplo: ‘de la Filosofía han nacido muchos errores; luego la Filosofía es un engaño’.
Además de estas falacias que afectan al discurso cotidiano, podemos señalar otras que se refieren a ciertos
sofismas que pueden encontrarse también en las teorías científicas.
1) Falacia genética. Se llama así el tipo de argumento que trata de dar cuenta de algo mediante la descripción del
proceso que ha seguido para llegar al estado en que se encuentra, estado que es precisamente aquello que se
trata de explicar. Digamos que se substituye la explicación del fenómeno en sí por la descripción del proceso
que lo ha producido. En algunas ocasiones este tipo de argumentación no es falaz, porque la explicación de los
hechos históricos, por ejemplo, exige la descripción del proceso que los produce.
2) Falacia naturalista. Se trata de la argumentación que pasa de la constatación de un hecho a la declaración de su
necesidad. Porque algo es de tal modo, resulta que además debe ser de tal modo.
Ejemplo: del hecho de que algunos hombres tengan creencias religiosas se puede extraer la falaz conclusión de que los
hombres deben tener creencias religiosas para comportarse como tales, como si se tratase ya de una necesidad ineludible y
esencial.
3) Falacia idealista. Justamente la contrario de lo anterior. En este caso pasamos de un enunciado prescriptivo del
tipo debe ser a un enunciado descriptivo que constata un hecho. Por haber decretado una cierta prescripción
que nos parece saludable –por ejemplo, los seres humanos deben ser capaces de solventar sus diferencias
mediante la discusión racional– nos podemos llegar a creer que tal prescripción se realiza de inmediato, y que
los seres humanos son capaces de discutir racionalmente. Una falacia, como se puede observar.
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