Recuerdo De Un Exalumno De Ingeniería De La Universidad De

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Recuerdo De Un Exalumno De Ingeniería De La Universidad De Concepción
Eusebio Ramos Herce * (q. e. p. d.)
Ing. Civil Químico
Ing. Civil Industrial
Universidad de Concepción
Con ocasión de los 75 años de la Facultad de Ingeniería de nuestra Universidad
de Concepción se realizó en Abril de 1994 una simpática reunión de egresados,
en donde tuve el honor de dirigirme a los asistentes en mi calidad de integrante de
una “promoción intermedia”, la de los que pasamos por sus aulas y laboratorios
cuando la escuela era “treintona”, casi “cuarentona”.
Pertenezco a la generación que ingresó a estudiar Ingeniería Química en la
Universidad de Concepción en la década de los 50; en un tiempo, en que la
totalidad de los alumnos de Ingeniería apenas superaba la cifra que hoy día
representa el primer año común de todas las especialidades. La ceremonia de
recepción de mechones en la Casa del Deporte consistía en una especie de bautizo
comparable al de los pilotos de guerra, pero en que el aceite quemado era
reemplazado por mezcla de vino blanco y duraznos al jugo, vulgarmente conocida
como “ponche”. Cuentan las malas lenguas que a los invitados de honor, los
mechones, se les proveía a la entrada de un jarro o tarro de durazno y se les
enviaba directamente en dirección a la ponchera: una barrica conteniendo el
mentado brebaje, todo bajo la atenta supervisión de algún ayudante de cursos
superiores que oficiaba de “tutor”.
(*) Eusebio fue un enamorado de la Ingeniería Química, cada 10 de Julio me felicitaba por ser el día de la
Escuela. Hombre generoso e idealista, prestó sus servicios en el Colegio de Ingenieros y en la Facultad de
Ingeniería en el área de Administración. Siendo Ingeniero Químico, la Facultad le concedió por gracia el título
de Ingeniero Civil Industrial. Eusebio nos dejó un día 29 de Abril de 2007.
E. Canales R.
Para aparentar y darle un poco el carácter de baile a esta fiesta de recepción de
mechones, se invitaba en masa a las alumnas de pedagogía, carrera en la cual el
déficit de alumnos varones era directamente proporcional a nuestro superávit de
machos recios. (Si las estadísticas no fallan, las damas que hasta entrados los años
60 ingresaban a primer año de Ingeniería, podían contarse con largueza con los
dedos de una mano).
A poco de iniciado el baile, el panorama adquiría normalmente la siguiente
configuración: 2 ó 3 parejas bailando, las niñas de pedagogía conversando en un
rincón, y los mechones de ingeniería con ayudantes y alumnos de cursos
superiores próximos a las poncheras, discutiendo bajo la influencia de algunos
grados de alcohol, acerca del Teorema de Pitágoras y el Triángulo de Pascal,
máximas especulaciones matemáticas de los flamantes bachilleres encandilados
con la sabiduría y bohemia del recordado “papi” Robledo.
Tradicionales eran las pruebas o tests a que se sometía a los mechones en los
auditorios de la antigua escuela de ingeniería: interminables cuestionarios en que
se
mezclaban
trigonometría,
álgebra,
química,
geografía,
etc.
y
que
posteriormente eran exhibidos en los ficheros para conocimiento y diversión de
profesores y alumnos. Por supuesto, estas pruebas eran vigiladas por ayudantes
con guardapolvo o delantal blanco, símbolo de poder y autoridad de una cierta
superioridad formal.
Algunos mechones estampaban su nombre y firma en dichos tests, con lo cual
quedaban individualizados ante el resto del alumnado por largo tiempo.
Cómo olvidar las peregrinaciones a la Escuela de Farmacia, a las clases y
laboratorios de química general dictada por Don Salvador Gálvez y su ejército de
ayudantes; los repasos de ecuaciones y reacciones que hacíamos en canto
gregoriano como técnica de memorización; los torpedos que preparábamos para
las pruebas, verdaderas obras maestras de miniaturización, y que terminaban en el
escritorio de algún profesor que los confiscaba.
Tradicionalmente eran las semanas de ingeniería, alrededor del 10 de julio de
cada año y que posteriormente naufragaron con el advenimiento del plan
semestral de estudios; en esa semana no faltaban las competencias deportivas, en
las que principalmente en básquetbol, brillaban la “fauna” de ingeniería, como
Zorro Iglesias, Tribilín Oyarce, Rana Migueles, Pájaro Gutiérrez, entre muchos
otros. Clásicos resultaban los encuentros con los popeyes, eternos rivales de la
Escuela de Leyes; con Medicina, Dental, etc.
Durante la semana de ingeniería, las diferentes actividades tenían sus respectivos
reglamentos y recompensas; algunas perlas de muestra: para las actividades al
aire libre, en el Barrio Universitario, uno de los artículos del reglamento rezaba:
“artículo tanto; en caso de lluvia… se suspenderá la lluvia”.
El campeonato de cacho, que se efectuaba en la entonces sala de dibujo, estaba
dotado de los mismos premios que se entregaban en la comida del 10 de julio:
primer premio: un pavo asado, 2° premio: empanadas de horno; 3er premio: una
máquina de cocer con
“c” (máquina de cocer porotos, vulgarmente olla de
greda); el 4° premio era invariablemente el cogote de pavo…
El aporte de los estudiantes de ingeniería a la actividad gremial fue valioso para la
formación de la Federación de Estudiantes, FEC: a riesgo de olvidar a muchos,
recuerdo a algunos dirigentes de la FEC, de la que fui Presidente en el año 1957:
el malogrado Salomón Corbalán, Sergio Droguett, Américo Albala, Andriano
Morales, Ricardo Jara…
En la parte académica, y usando la terminología futbolística de entonces, se nos
presentaba con terror a la impasable línea media (hoy diríamos, medio zagueros o
volantes de contención) formada por Fighetti, Cabalá y Pizarro; a pesar de su
fama, en la realidad ingenieros con un carisma que marcó positivamente a varias
promociones.
Recordamos, entre otros, a los profesores Guido Canepa y Leopoldo Muzzioli
aquel, empedernido fumador de nuestros cigarrillos durante sus interminables
pruebas. A más de un alumno se le instaló al lado en algún certamen de óptica,
dejándolo sin posibilidad de fumar, contestar o copiar…
Don Leopoldo irradiaba bondad y mala memoria: sus confusiones de nombres y
de cursos eran propias del sabio distraído que realmente era.
Para los certámenes de metalúrgica con el profesor Paidassi, se comerciaba un
solucionario desarrollado de más de 50 preguntas o temas, los que
invariablemente aparecían en su totalidad en las pruebas. Por supuesto, que estos
solucionarios o “cartillas” los vendíamos a la siguiente promoción, hasta que el
“Cabacho” Paidassi volvió a Francia dejando a algunos “clavados” con cartillas
obsoletas.
Eran los años de los carnavales universitarios en que primaban los deseos de
pasarlo bien, saber los intereses políticos de los dirigentes de la FEC; se formaban
grupos de trabajo pluralistas para cercar el barrio, dirigir los desfiles y fiestas, etc.
A las órdenes del recordado Dr. Mario Caffarena, estudiantes de todos los colores
políticos (socialistas, radicales, comunistas, falangistas, nacionalistas) y de las
carreras más tradicionales Ingeniería, Leyes, Farmacia, Medicina, etc.,
organizábamos asaltos al Banco Concepción, cortejos funerarios en domingo a
medio día frente al Astoria, etc. Para anunciar el Carnaval y la fiesta de la
Primavera; como consecuencia de estos actos, algún Prefecto de Carabineros
debió ser trasladado por demasiado indulgente con los universitarios. ¡Otros
tiempos!.
Otra anécdota: Se cuenta de un circo pobre que quebró en Concepción y los
famélicos camellos fueron a parar a una pensión de estudiantes de la FEC. Las
dilaciones en los maratónicos debates, el robo de urnas, etc., eran la orden del día.
A fines de la década de los 50, se dio forma a otras especialidades de la
Ingeniería: se creó Ingeniería Mecánica y posteriormente Metalúrgica, Eléctrica,
Civil, etc., y la Universidad de Concepción y nuestra Facultad de Ingeniería
experimentaba
una
verdadera
explosión
demográfica
y
un
tremendo
acrecentamiento de su prestigio, ya cimentado en el país y en Latinoamérica.
La presencia y acción de los Ingenieros de la Universidad de Concepción en la
Industria del Salitre, del Cobre, del Petróleo y derivados, del Acero, Transportes,
etc., se vio incrementada con la llegada de nuevos profesionales de las nuevas
carreras a esas actividades y a las telecomunicaciones, centros de investigación,
bancos, servicios, docencia, asesoría, etc.
El prestigio de nuestra Facultad era y es indiscutido en nuestra América,
principalmente en Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia. De esas
naciones hermanas llegaron décadas de mechones que, vueltos a sus países como
Ingenieros, contribuyeron a crear facultades y escuelas de Ingeniería siguiendo el
modelo de Concepción.
Desde la atalaya del Colegio de Ingenieros de Chile, he tenido la oportunidad de
observar cómo nuestra ingeniería está a la par con la de Universidades del centro
del país, disputándole posiciones de privilegio (y superándolas en muchos casos)
en las salitreras, en CODELCO, en ENAP, Petrox, Huachipato, Asmar, las
Petroquímicas, Forestales, Papel, Agroindustrias; y empieza a invadir el sector
terciario, de los servicios, con los nuevos profesionales industriales e
informáticos; tanto en el campo privado como en el público.
En las postrimerías de los años 60, vino el gran aporte de la UNESCO, nuevos
edificios, ampliación del campus, nuevos laboratorios, y cambios cuali y
cuantitativos en los distintos estratos de la Universidad, de la Facultad, y de la
sociedad chilena.
Casi 20 años después de egresar de esta escuela, volví a ella como Docente:
encontré otras autoridades, otros profesores, otras secretarias y auxiliares y un
número de estudiantes comparable al cupo total de nuestra Universidad apenas
lustros atrás en el tiempo.
El pasado reciente, en las tomas, desfiles, bombas lacrimógenas, alumnos que
quisieron pegarle a un decano o aquellos otros que le pedían plata prestada a
otro, hechos bastante frescos como para merecer un juicio y que están en nuestra
memoria reciente, formarán parte de los recuerdos que traeremos al tapete en el
Primer Centenario, junto con un sonoro: ¡ALEREQUE!
MUCHAS GRACIAS
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