SÁBADO XIX - II DEL TIEMPO ORDINARIO XVI ANIVERSARIO DE

Anuncio
SÁBADO XIX - II DEL TIEMPO ORDINARIO
XVI ANIVERSARIO DE LA BENDICIÓN ABACIAL
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
13 de agosto de 2016
Ez 18, 1-10. 13.30-32; Sal 50; Mt 19, 13-15
Hermanos y hermanas: Os propongo fijarnos en un aspecto de cada uno de los tres
textos bíblicos que nos ha sido proclamados.
En primer lugar de la lectura del profeta Ezequiel. Por boca de él, Dios presentaba el
modelo del hombre y la mujer que obran bien para que, poniéndolo en práctica,
cuando llegue el momento del juicio final podamos ser encontrados aptos para entrar
en la salvación. Dios no se complace en la muerte de nadie y no quiere que nadie se
pierda, sino que todos nos convirtamos y nos salvemos. Por eso "en su bondad nos
indica el camino de la vida" (RB Prólogo, 20).
Y, ¿qué nos decía que teníamos que hacer? Pues, confiar en Dios y no poner la
confianza en ídolos falsos; dicho a partir de la realidad actual, esto significa no confiar
en horóscopos ni en tarots, ni en el dinero, sino fiarse la Palabra de Dios que habla de
su amor y guía nuestra conducta. Y, también, decía que debemos respetar a todos en
todos los ámbitos, también en el de la sexualidad. El texto profético separaba este
respetar a los demás y hablaba de no oprimir a nadie, de no apoderarse de los bienes
de los demás, de compartir el pan con el hambriento, de vestir al desnudo, de no ser
usurero, de no practicar la maldad, ser justo y dar a cada uno lo que le corresponde.
Son una serie de cosas que encontramos también recogidas en los evangelios. Y
Jesús nos dice que constituirán la materia del examen sobre el amor que tendremos
que pasar al final de nuestra vida (cf. Mt 25, 31-46). No nos dejemos llevar, pues, por
el egoísmo, por la agresividad, la falta de diálogo, por hacernos el sordo ante el clamor
de tanta gente que sufre, en nuestro entorno y en todo el mundo, particularmente de
los que buscan refugio y encuentran nuestras fronteras -las de Europa y quizás las de
nuestro corazón- cerradas. No seamos indiferentes, no busquemos la comodidad del
sofá, como dice el Papa. Abrámonos al amor a los demás y nos será fuente de vida
para siempre.
En segundo lugar, miramos el evangelio de hoy. Dejar venir a los niños; el reino de los
cielos es de quienes son como ellos, decía Jesús. ¿Qué quiere decir, que el reino de
los cielos es de quienes son como un niño? ¿Es una llamada al infantilismo? No. De
ninguna manera. Jesús no nos quiere proponer, tampoco, a los niños como modelos
de inocencia, de pureza o de perfección moral. Lo que quiere subrayar es la falta de
pretensiones que suelen tener los niños (cf. Mt 18, 1-5), el hecho de ser dependientes
de los mayores que les aman y les infunden confianza y también su actitud acogedora
que les hace recibir las cosas con alegría y como un don. El Reino de los cielos, pues,
es de los que procuran tener un espíritu de niño, hecho de humildad, de confianza
amorosa, de acogida gratuita de los dones que Dios nos ofrece. Sólo así podremos
recibir la bendición de Jesús en esta vida y, a su término, entrar en el Reino.
Queda todavía el salmo responsorial. Era un fragmento del Salmo 50. Y pedía que
Dios cree en nosotros un corazón puro. La liturgia nos lo ponía como respuesta a la
Palabra de Dios proclamada en la primera lectura. Tal como he dicho, nos invitaba a
fiarnos del amor de Dios y a tener entrañas de misericordia hacia las personas que
pasan necesidad; porque sólo así podremos vivir preparando cada día del examen
final de nuestra existencia en el que seremos examinados sobre el amor que
habremos tenido hacia los demás. Dios nos presentaba, a través del profeta Ezequiel,
cómo hemos de vivir para no caer en el pecado y quedar excluidos de su salvación.
Nosotros, sin embargo, reconociendo nuestra falta de correspondencia en el camino
que Dios nos indica, sólo podemos pedir que no nos aparte de su presencia y apelar a
su misericordia pidiendo que nos renueve por dentro con un corazón nuevo. Muy a
menudo no estamos a la altura de lo que deberíamos hacer por los demás, por eso la
liturgia nos ha hecho pedir que Dios cree en nosotros un corazón puro, capaz de ser
generoso en el amor, que nos de un espíritu firme que nos permita no vacilar en el
compromiso fraterno.
Por otra parte, sólo con un corazón puro podremos tener un corazón de niño que nos
permita entrar en el Reino de los cielos, tal como nos indicaba Jesús en el evangelio.
Por eso hemos de pedir que no nos quite su santo espíritu, que nos devuelva la
alegría de la salvación y que nos sostenga con espíritu generoso.
Ahora nos adentraremos en el corazón de la celebración eucarística. Renovaremos la
ofrenda que Jesucristo hace de sí mismo al Padre; él, iniciando el gran juicio sobre la
historia, quiso que Jesús se hiciera solidario de la humanidad hasta la última
consecuencia del pecado que es la muerte, para salvarnos. Junto con la ofrenda del
Cuerpo y de la Sangre de Cristo ofrecemos al Padre nuestro espíritu quebrantado y
humillado, que sea nuestra ofrenda sincera, y Dios lo acogerá porque nunca desprecia
un corazón quebrantado y humillado.
Descargar