El estado del bienestar en una sociedad europea moderna

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Conferencia
El estado del bienestar
en una sociedad europea
moderna
<http://www.uoc.edu/symposia/caixamanresa/jornadaeconomia/
esp/giddens.pdf>
Anthony Giddens
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Conferencia
El estado del bienestar
en una sociedad europea moderna*
<http://www.uoc.edu/symposia/caixamanresa/jornadaeconomia/esp/giddens.pdf>
Anthony Giddens
Resumen
El profesor Giddens analiza en su conferencia la posición del estado del bienestar en la Europa de hoy. Empieza con una
mirada al origen del estado del bienestar y los conceptos que engloba. Seguidamente analiza la coexistencia del estado del bienestar y la globalización, e identifica tres puntos referidos a sistemas impositivos, economía abierta y cambios demográficos en Europa. A continuación comenta los desafíos a los que debe hacer frente Europa con sus sistemas de estado del bienestar y con relación a los cambios sociales que tienen lugar a lo largo del continente. A partir de
este punto, elabora una lista de seis retos principales a los que debe enfrentarse cada país europeo. En primer lugar, la
necesidad de invertir y no sólo de proteger en el marco del estado del bienestar. En segundo lugar, el hecho de que el
estado del bienestar puede crear en algunas ocasiones más problemas de los que puede solucionar. El tercer desafío
sería una mirada a la línea divisoria entre el mercado y el sector público. En el cuarto punto, el profesor Giddens analiza los problemas derivados de los conflictos entre generaciones. En quinto lugar trata los problemas de pobreza y desigualdad, y finaliza el discurso con los conceptos de multiculturalismo, migración e inmigración en Europa. A modo de
conclusión propone estos seis conceptos como base de un nuevo modelo social europeo que preserve la solidaridad y
las identidades, pero que, al mismo tiempo, genere ocupación y fomente el dinamismo cultural.
Palabras clave
estado del bienestar, globalización, Europa, demografía, estado de inversión social, London School of Economics (LSE)
Moderador (Adolf Todó)
Buenos días a todos. Es para Caixa de Manresa un gran privilegio tener entre nosotros al profesor Anthony Giddens. De hecho,
no creo que hagan falta presentaciones ya que es una personalidad suficientemente conocida en el mundo de la economía y también de la política en tanto que inspirador del modelo económico de la tercera vía que ha impulsado en el Reino Unido su primer
ministro, el señor Tony Blair. El profesor Giddens nació en Londres, estudió Economía en la Universidad de Hull y en la London
School of Economics (LSE), la prestigiosa escuela que él mismo ha
dirigido hasta octubre de 2003 y en la que todavía desarrolla una
actividad docente y de investigación. Le han sido concedidos
muchos premios, entre los que destaca el premio Príncipe de
Asturias de ciencias sociales del año 2002. Es autor de 31 libros
y más de 200 artículos traducidos a 29 idiomas. Anthony Giddens
es, por tanto, un gran experto en temas de economía y de ciencia política. El hecho de ser una verdadera personalidad en el mundo
económico internacional y un gran experto en el estado del bienestar hace que sea de gran interés para nosotros tener la oportunidad de escucharlo de viva voz.
Introducción
Anthony Giddens
En primer lugar, si me lo permiten, quisiera decir que es un honor
y un placer para mí estar hoy aquí. Agradezco igualmente a Caixa
Manresa y a los organizadores de la conferencia su invitación, y
espero, dado que soy el primer conferenciante, que el día de hoy
sea estimulante y ameno para todos.
*Conferencia impartida en el marco de la IX Jornada de Economía Caixa Manresa, celebrada en Manresa el 25 de mayo de 2004 y organizada por Caixa Manresa.
© Anthony Giddens, 2004
© de esta edición: Caixa Manresa y FUOC, 2004
Título original: The welfare state in a modern European society
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El estado del bienestar en una sociedad europea moderna
Señoras y señores, creo que mi presencia aquí obedece a diversos motivos, no sólo a mi interés por el estado del bienestar, ni porque crea que no se puede tener una sociedad aceptable sin un estado del bienestar sólido, sino, si se me permite decirlo así, por los vínculos
entre el estado del bienestar y la London School of Economics (LSE),
de la cual fui director, como ya se ha dicho anteriormente. La LSE y
diferentes figuras destacadas que estuvieron vinculadas a ella fundaron el estado del bienestar, al menos el estado del bienestar británico. Piensen en William Beverage, por ejemplo, uno de mis predecesores como director de la LSE, que fue el principal fundador del
estado del bienestar en el Reino Unido y que influyó con sus ideas
en los estados del bienestar de todo el mundo. Richard Tidmass, T.H.
Marshal e, incluso, los fundadores de la LSE, los fabianos (el grupo
de pensadores de la izquierda disidente), inspiraron el desarrollo temprano del estado del bienestar. La Fabian Society fundó la LSE, pero
también fundó el estado del bienestar británico, por lo que ambas
instituciones mantienen unos vínculos muy estrechos entre ellas.
«No se puede tener una sociedad
aceptable sin un estado del bienestar
sólido.»
El dramaturgo George Bernard Shaw fue un fabiano destacado
y una de las principales figuras que influyó en las primeras discusiones sobre el estado del bienestar en el Reino Unido, y también en el desarrollo de la LSE. Les explicaré una pequeña historia sobre él. George Bernard Shaw no tenía una buena relación
con Winston Churchill, pero se conocían muy bien entre ellos. En
una ocasión, el dramaturgo envió a Winston Churchill una invitación para asistir a una de sus obras. El texto decía: «Querido Winston, le envío dos entradas para el estreno de mi nueva obra. Por
favor, traiga a un amigo, en caso de que tenga alguno.» Churchill le respondió: «Lo siento, pero no podré asistir al estreno de
su obra. Por favor, envíeme dos entradas para la segunda noche,
en caso de que haya una segunda noche.» La obra fue un éxito,
y continuó funcionando. La LSE también lo fue, y continuó funcionando. El estado del bienestar fue un éxito, y todavía ejerce
un papel prominente en nuestras sociedades.
La globalización y el estado del bienestar
Empecemos prestando atención al debate sobre el estado del
bienestar. En primer lugar, pienso que es importante situarlo de
forma muy breve en el contexto del debate sobre la globalización,
ya que este debate ha progresado mucho. Así, se ha visto que la
mayoría de ideas sobre la relación entre el hecho de vivir en un
mundo y una economía más globales y el estado del bienestar no
son exactamente acertadas. Muchos pensaron que la globalización iba en contra del estado del bienestar, que el estado del bienestar experimentaría un recorte ante los procesos de globalización. Al respecto, me gustaría puntualizar brevemente tres cosas,
ya que hoy en día sabemos que no todo ha sido así.
En primer lugar hay que decir que era un error imaginarse que
la globalización erosionaría la base imponible del estado del bie© Anthony Giddens, 2004
© de esta edición: Caixa Manresa y FUOC, 2004
Título original: The welfare state in a modern European society
nestar. Son muchos los que pensaron que eso sería así. La globalización
afecta a la base imponible porque, por ejemplo, la mayoría de países con un sistema de prestación social fuerte han reducido la carga
fiscal que aplican a las actividades empresariales, y ello a pesar de
las influencias de la globalización en nuestra vida.
En segundo lugar, según esto, las economías de Europa más
pequeñas abiertas al máximo serían las más pobres de Europa, y,
sin embargo, son las más ricas. Así, países como Dinamarca, Suecia o los Países Bajos tienen economías muy abiertas, pero al
mismo tiempo forman parte de los países con las economías más
ricas y tienen unos sistemas de prestación social muy desarrollados. Un tema crucial con respecto a estos países, como veremos
después, es que llevan a cabo reformas en sus sistemas sociales,
y lo hacen con un resultado positivo. No obstante, una economía
abierta es totalmente compatible con un sistema de prestación social
desarrollado, y de hecho podría ser la condición irrenunciable
para alcanzar un estado del bienestar eficaz y desarrollado.
El tercer punto sobre la globalización que querría comentar, y
que considero de gran importancia para un público vinculado a la
economía y la política, es que no debe culparse a la globalización
de todo lo que pasa. El debate sobre la globalización es una especie de historia muy extraña. Creo que fui uno de los primeros en
utilizar el término globalización y utilizarlo en mis escritos a principios de los ochenta. En aquel entonces trabajaba en la política británica, y no pude conseguir que ningún político relevante ni ninguna figura destacada del mundo empresarial diera importancia al
debate sobre la globalización. Ahora todo eso ha cambiado bastante
y la globalización está en boca de todos: los políticos la mencionan
en sus discursos y los gurús de la economía la toman como punto
de partida. Sin embargo, la globalización es solamente uno de los
factores que influyen en el estado del bienestar moderno; no es la
única fuerza motriz que afecta a los sistemas de prestación social
de nuestro tiempo. Transformaciones como los cambios demográficos, el aumento del individualismo, los cambios tecnológicos o incluso la urgencia de una sociedad de servicios y una economía basada en el conocimiento mantienen unos vínculos poco rígidos con
la globalización. Tenemos que hacer frente a estos cambios de
manera separada y atendiendo a la naturaleza de cada uno.
«La globalización es solamente uno de
los factores que influyen en el estado
del bienestar moderno.No debe
culparse a la globalización de todo lo
que pasa.»
Los diversos sistemas de prestación
social en Europa y en el mundo
Hoy sabemos que no existe el estado del bienestar como tal. Hay
diferentes tipos, y mayoritariamente se reconocen cuatro: el escandinavo, que se diferencia de casi todos los demás; el centroeuropeo, como el alemán o el francés; el mediterráneo, como el de este
país, el de Italia o el de Grecia, y el anglosajón, propio de mi país,
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de Canadá, de Australia y, hasta cierto punto, de los Estados Unidos. Por tanto, no puede hablarse de una única trayectoria de desarrollo. Los países tienen que hacer frente a diferentes problemas
según el tipo de estado del bienestar que han implantado, y las posibilidades de enfrentarse a ellos dependen del tipo escogido.
Sin embargo, si nos fijamos en ello es muy interesante observar que suele tenerse la idea de que el modelo escandinavo, el
más prestigioso, es el más reacio al cambio. También es habitual
pensar que el estado del bienestar escandinavo es sólido, que se
ha defendido contra los cambios y que se ha mantenido estable.
Pero es justamente al contrario: los sistemas de prestación social
escandinavos han sido los más reformistas de todos y son los que
más han cambiado en los últimos veinte años. Y es que el cambio, la reforma o la reestructuración del sistema social es la clave
hoy en día para alcanzar un verdadero estado del bienestar. No
se puede tener un buen sistema social, que no está radicalmente preparado para reformarse; sino siempre dificultades políticas
que se interpondrán en su camino. Pero sabemos que se puede
tener, por así decirlo, un nuevo modelo social europeo. Creo que
sabemos cómo es el nuevo modelo social europeo. A menudo, la
dificultad no es saber lo que deberíamos hacer, sino ser capaces
de tener la voluntad o la fuerza política para hacerlo posible.
bispo Temple, que opuso –y entiendo que eso será difícil de traducir– welfare state y warfare state [‘estado de guerra’]. El estado de guerra lo experimentamos durante la Segunda Guerra
Mundial, y fue entonces cuando el arzobispo Temple declaró: «Necesitamos un estado del bienestar que complemente al estado de
guerra.» Ahora bien, después de sesenta o setenta años, ¿deberíamos utilizar todavía el término estado del bienestar? Yo mismo
me inclino a dudarlo. Pienso que, de alguna manera, se trata de
un término arcaico; yo prefiero estado de inversión social a estado del bienestar. El concepto de estado del bienestar sugiere
algo reactivo, que te protege cuando las cosas van mal. El estado del bienestar moderno o el estado de inversión social moderno tendrían que acercarse más al tipo de estado que funciona a
partir de activos (asset-based state), es decir, preocupado por el
desarrollo de los activos en manos de las personas, ya sea la educación o cualquier otro tipo de calidad y capacidad.
«No se puede tener un buen sistema
social, que no está radicalmente
preparado para reformarse.»
El antiguo estado del bienestar era reactivo y tenía como meta
vencer lo que William Beverage denominaba los cinco grandes
males o los cinco gigantes: la costumbre, la ociosidad, etc. Hoy necesitamos un modelo de lo que yo llamo sistema de prestaciones positivas (positive welfare), no solamente un sistema social reactivo sino
también un sistema de inversiones que desarrolle las capacidades de
las personas. Por lo tanto, más que hablar simplemente en negativo de los males, a los cuales debemos enfrentaros, tendríamos que
hablar en positivo de los valores que podemos crear; no únicamente la ociosidad, el desempleo o los males que aducía Beverage, sino
cosas positivas: la felicidad, la autosatisfacción o el amor propio.
Deberíamos tener un modelo positivo de estado de inversión
social, basado en activos, con el cual el estado te proporciona la
infraestructura que desees para una economía de mercado eficiente.
Eso es lo que debería hacer el estado del bienestar moderno. Claro
está que no deberá dejar de proteger a las personas, pero tiene
que protegerlas tanto invirtiendo en ellas como barriendo los restos cuando las cosas no funcionan bien. Por lo tanto, yo optaría
por una reconstrucción conceptual de lo que implica la propia noción
de estado del bienestar.
Actualmente hay diferentes sistemas de prestación social, pero
todos ellos padecen los mismos problemas estructurales. Ahora bien,
como ya he dicho, el origen de todos estos problemas no debe buscarse en la globalización. Permitan que, en el contexto de mi
explicación, escoja de dichos problemas estructurales los más
importantes para analizarlos y diga cómo deberíamos tratar de resolverlos a fin de crear lo que creo que buscamos en Europa.
Lo que queremos en Europa, a mi entender, es que nuestras sociedades vivan en una economía dinámica, que sea competitiva en el
mercado mundial, pero a la vez que sea compatible con la seguridad y la protección en una nueva era de individualismo, en una nueva
era en la que el conocimiento cuenta más que en el pasado y en
una nueva era en la que el cambio tecnológico está siempre presente. Son desafíos a los que tiene que hacer frente cada país.
He mencionado seis retos principales y a continuación hablaré de ellos en un tiempo razonablemente breve con el fin de poder
explicar alguna cosa al respecto, aunque no será suficiente.
Estado de inversión social en lugar
de estado del bienestar
En primer lugar, creo que debemos afrontar un reto conceptual,
un reto acerca de qué entendemos por estado del bienestar, qué
implica el estado del bienestar en un mundo muy distinto del que
teníamos hace sesenta o setenta años, cuando fue fundado. En
inglés, el término welfare state fue inventado durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, lo inventó un líder religioso, el arzo© Anthony Giddens, 2004
© de esta edición: Caixa Manresa y FUOC, 2004
Título original: The welfare state in a modern European society
«Yo prefiero estado de inversión social
a estado del bienestar. El concepto de
estado del bienestar sugiere algo
reactivo, que te protege cuando las
cosas van mal.»
La necesidad de inversión por encima
de protección y la tasa de ocupación europea
En segundo lugar, muchos de los que como yo se sitúan en una
posición de centroizquierda han considerado normalmente el
estado del bienestar como un fenómeno absolutamente positivo.
Nos hemos inclinado a pensar que el estado del bienestar nos protege de los peores excesos de un mercado sin ningún tipo de regulación, y eso, hasta cierto punto, es cierto. Pero lo que hemos llegado a reconocer también es que el estado del bienestar como
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El estado del bienestar en una sociedad europea moderna
tal es un problema. El estado del bienestar nos puede crear problemas y dificultades, y a menudo nos niega la posibilidad de conseguir lo que ambicionamos con relación a la seguridad, la protección y el desarrollo propio como personas. Ya he mencionado
uno en la introducción. Sabemos que, por ejemplo, las prestaciones
sociales pasivas pueden actuar como obstáculo a la hora de conseguir un buen trabajo, mientras que unas prestaciones más activas permiten acceder a nuevos trabajos.
Los países que han implantado un nuevo modelo social europeo tienen políticas activas con relación al mercado laboral, y han
superado la naturaleza problemática que presentaba la antigua forma
del estado del bienestar. Como saben, la Agenda de Lisboa propugnaba que el conjunto de la Unión Europea tenía que alcanzar
una tasa de ocupación media del 70%. Esta tasa media, en los países de la Unión, todavía se sitúa en el 62% tras unos avances muy
imperceptibles. Habría que presionar para que se llegara a esta media
europea que acabamos de mencionar, ahora que sabemos que es
compatible con la prosperidad y una adecuada protección, en
tanto que disponemos de mercados laborales flexibles con la
garantía de capital humano y no de sistemas tradicionales de prestación social. En estos momentos, el Reino Unido –a mi entender,
uno de aquellos países que han reformado eficazmente su estado
del bienestar– registra una tasa de ocupación del 76%, es decir,
que el 76% de la población en edad de trabajar tiene un trabajo.
Si miramos países como Francia o Alemania, o peor aún, Italia, la
tasa de ocupación se queda sólo en un irrelevante 60%.
La flexibilidad del mercado de trabajo es compatible con una
protección social eficiente. No se puede conseguir un alto nivel
de creación de ocupación sin que haya un nivel de flexibilidad
suficientemente razonable en el mercado laboral. Ahora bien, eso
no quiere decir que la flexibilidad del mercado laboral siga el modelo norteamericano, es decir, el de un mercado laboral caracterizado por una contratación y un despido bastante libres. Sabemos, por casos como el del Reino Unido, Suecia o Dinamarca,
que es posible ofrecer al mismo tiempo una buena protección a
la gente y un alto nivel de creación de puestos de trabajo, y pienso que todas las reformas del sistema social que se ponen en marcha en Europa deberían ir orientadas en esta dirección, ya que
la creación de puestos de trabajo es todavía un problema esencial en nuestro continente. También sabemos que pueden tomarse medidas sobre este punto sin tener que sacrificar los beneficios que comportan las formas de protección previstas en los sistemas
de prestación social.
De nuevo, nos encontramos que a menudo el problema, más
que saber o no lo que debemos hacer, es la falta de voluntad política o la oposición que ejercen algunos grupos de interés. Sabemos lo que tenemos que hacer, y sabemos que tenemos un nuevo
modelo social europeo; sabemos que podemos hacer coincidir los
dos aspectos. También sabemos que una proporción de personas
trabajadoras más alta implica unos ingresos mucho más elevados,
unos ingresos que pueden gastarse en lo que la población quiere realmente. Y lo que la población quiere realmente es, en todas
partes, lo mismo: educación, protección en la vejez y un buen sistema sanitario. Cuanta más población trabaje, más ingresos por
© Anthony Giddens, 2004
© de esta edición: Caixa Manresa y FUOC, 2004
Título original: The welfare state in a modern European society
impuestos se generarán y más dinero podrá gastarse en aquellas
áreas, y no en prestaciones pasivas que carecen de utilidad.
Los límites entre el mercado y el sector público
En tercer lugar, creo que ahora sabemos dónde se halla el límite
entre el mercado y el sector público –o los aspectos públicos– de
los sistemas de prestación social. Desde hace mucho se discute si
debería permitirse que el mercado entrara en el sector público, en
áreas como por ejemplo la educación y la salud. Hemos acumulado mucha experiencia y ahora, en mi opinión, sabemos que hay
límites entre los dos, y sabemos con mucha más precisión dónde
se habría que poner esos límites. He encontrado una manera de
ilustrar todo esto que querría proponerles.
En el mercado –entiéndase el mercado competitivo–, nosotros
somos lo que yo denomino ciudadanos consumidores. La elección de productos es el medio esencial a través del cual ganamos
poder como consumidores en este mercado. Todavía somos «ciudadanos» porque se necesita un marco regulador que proteja a
las personas de algunas actuaciones del mercado, como es el
caso de un marco regulador para la producción alimenticia en un
mercado competitivo de producción y distribución de alimentos.
Por lo tanto, el estado todavía se involucra en el mercado, a la vez
que establece un marco regulador.
En ámbitos que convergen más directamente con el sistema
de prestaciones, como la salud y la educación, pienso que hemos
llegado a un punto en el que somos conscientes de que habría
que invertir este teorema. Son ámbitos en los que no tiene ningún sentido que seamos tratados como consumidores; somos, en
primer lugar, ciudadanos, y después consumidores. Por lo tanto,
en el mercado somos ciudadanos consumidores, una condición ésta,
que querría reivindicar en la esfera de los servicios públicos. La ética
inherente a la condición de ciudadano debería estar por encima
de las posibilidades como consumidores a la hora de escoger. En
mi opinión, lo que queremos es la posibilidad de escoger en los
servicios públicos. La elección es un medio de poder personal en
el ámbito de los servicios sanitarios y la educación, pero debe circunscribirse a una ética más amplia de la condición de ciudadano, en la que se incluye una ética igualitaria que viene exigida por
la responsabilidad en áreas como la educación y la salud.
Sabemos, pues, que hay límites en esta cuestión, y considero
que como proponentes de un estado del bienestar tenemos
que mantener algunos de estos límites y al mismo tiempo manifestar la necesidad absoluta de reestructurar el sistema de prestaciones o el sector público; en este sector, sin embargo, somos
ante todo ciudadanos y después consumidores. El mecanismo
y el consumo no funcionan ni pueden funcionar de la misma manera en un sistema sanitario, por ejemplo, que en un mercado abierto. Sin embargo, creo que ahora sabemos cómo llegar a ese equilibrio, cómo reestructurar todo eso. Ahora bien, no siempre
podemos hacerlo: hablamos nuevamente de voluntad política,
de una ausencia de coaliciones políticas adecuadas que nos
impide llevarlo adelante, pero que no nos impide saber lo que
debemos hacer.
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El vacío generacional
En cuarto lugar, y lo sabemos muy bien, necesitamos un nuevo contrato entre generaciones; y no sólo a causa del conocido problema
de las pensiones que afecta a la mayoría de países europeos. Todos
los países con una base económica industrial deben enfrentarse a
él. En mi país, este problema está más relacionado con la privatización del sistema de pensiones que con la provisión de las pensiones públicas. En el fondo no son las pensiones las que encabezan los problemas demográficos del estado del bienestar; estos
problemas, sobre todo, vienen dados en esencia por el hecho de
que el riesgo ha pasado de la tercera edad a segmentos de población más jóvenes. Si echamos una ojeada a la Europa de los primeros
tiempos del estado del bienestar, veremos que era la gente mayor
la que se suponía que necesitaba protección. Beverage pensaba que
era esta gente mayor la que estaba más en situación de riesgo, pero
ahora vemos que es la población infantil la que se encuentra en esa
situación, junto con las madres y las familias jóvenes.
Necesitamos un traslado de los recursos a lo largo del sistema. Vemos que en el Reino Unido se ha destinado una inversión
a la población infantil y que eso conforma una parte fundamental de lo que tendría que ser un estado basado en activos o de
inversión social. Una de las cosas que hemos descubierto es que
de nada servirá invertir en niños y niñas sólo mediante la educación. Ya lo dijo Tony Blair en una conocida proclama: «Educación,
educación, educación». No cabe duda de que la educación es esencial en nuestra sociedad, pero sabemos que muchos de los conflictos que vivimos ya se originan incluso antes de que los niños
empiecen la escuela. Lo que hace que los países escandinavos sean
tan igualitarios no es el sistema impositivo en concreto, sino sobre
todo la inversión que dedican a la población más joven. Estos países han implantado unos sistemas universales de atención infantil; la inversión en los más jóvenes, en la primera etapa vital de
los niños y niñas, pasará a ser un hecho crucial en el futuro.
También será crucial para el problema demográfico que Europa tiene como conjunto. Muchos de los presentes deben de conocer los pronósticos de la OCDE para las principales áreas mundiales
en los próximos veinte o treinta años, que muestran unas buenas perspectivas para los Estados Unidos, muy plausibles también
en el caso de la India y de la China, pero no en el caso de la Unión
Europea, que registraría un fuerte retraso económico. El informe
concluye que buena parte de los motivos tienen origen en el
vacío demográfico que hay en Europa. Tan simple como que las
personas no tienen bastantes hijos para satisfacer las necesidades
del mercado laboral y crear el dinamismo propio de la generación
más joven que la gente necesita. En este sentido, la reforma del
sistema de prestaciones resulta esencial porque las estadísticas muestran que la gente quiere tener más hijos de los que en realidad
tiene. La mayoría de personas declaran que quieren tener de dos
a tres hijos; que todo el mundo que vive en España sabe que la
tasa de natalidad en algunos países europeos baja al 1,1 o al 1,2.
Una diferencia fundamental al analizar estos datos estadísticos:
la estructura demográfica de los países europeos, en comparación
con la estadounidense, es bastante evidente, y no digamos ya la
de los países asiáticos. Por lo tanto, de nuevo tenemos que la refor© Anthony Giddens, 2004
© de esta edición: Caixa Manresa y FUOC, 2004
Título original: The welfare state in a modern European society
ma del sistema de prestaciones resulta crucial para renovar el
dinamismo económico europeo.
«Tan simple como que las personas no
tienen bastantes hijos para satisfacer las
necesidades del mercado laboral y crear
el dinamismo propio de la generación
más joven que la gente necesita.»
Pobreza y desigualdad en Europa y América
En quinto lugar, hay que decir que últimamente no hemos sido lo
bastante capaces de hacer frente a los problemas de pobreza y
desigualdad que presentan los países europeos. El número de personas que viven en la pobreza en algunas de las sociedades europeas menos favorecidas es muy elevado. De alguna forma, lo que
necesitamos es hacer compatible un nuevo marco de tratamiento
de la desigualdad y la pobreza con los otros imperativos que he mencionado: el dinamismo económico y la competitividad. ¿Cómo debemos hacerlo si sabemos que algunos de los mecanismos creados para
tratar la pobreza en el pasado no consiguieron generar ocupación
ni competitividad económica? Bien, hemos descubierto muchas
cosas, muchas más de las que sabíamos sobre la pobreza en Europa. Una de las cosas que hemos descubierto y que desconocíamos
antes es que hay mucho más movimiento entre los pobres de lo que
pensábamos. En el pasado, la pobreza se analizaba a partir de dos
vertientes únicamente; se hacía talmente como si se tratara de un
análisis de la pobreza o la desigualdad económica en un momento
determinado, o se analizaban las comunidades pobres.
Hasta hace poco los sociólogos y economistas no hemos podido disponer de material relativo a la vida de las personas. ¿Cómo
transcurre esta vida a lo largo del tiempo? Muchos asumían que
los pobres eran los pobres y que siempre los habrá entre nosotros. Pero no es lo que ocurre si observamos las experiencias de
la gente a lo largo del tiempo, pongamos cinco, diez, veinte años.
Así, en primer lugar, nos encontramos con que hay mucha más
gente que ha experimentado periodos de pobreza de lo que creíamos, pero también que mucha más gente de la que pensábamos escapó a la pobreza. Uno de los primeros estudios de este
tipo se llevó a cabo en Alemania. Se comprobó que en este país
un 30% de la población había experimentado un estado de
pobreza en algún momento a lo largo de diez años, pero que solamente un 5% de aquel porcentaje se mantuvo en la pobreza una
vez pasados aquellos diez años. Las personas pueden escapar, y
de hecho así es, a las condiciones de depravación.
Lo que habría que hacer en un sistema de prestación social
no es tratar la pobreza como si fuera un fenómeno determinado,
que siempre estará ahí, sino fomentar maneras de evitarla y reforzar estas maneras con la intervención y la participación del Estado. Si consideramos las estadísticas referidas a los Estados Unidos
desde un análisis diacrónico, la tasa de pobreza norteamericana
duplica el resultado obtenido con un análisis de tipo estático. Así,
cogiendo como referencia un periodo de cinco o diez años, encontramos al doble de gente pobre de la que realmente hay en un
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año determinado. Observamos una gran diferencia entre los Estados Unidos y los países de la Unión Europea. En los Estados Unidos, aunque la pobreza muestra una gran movilidad, hay mucha
más gente que se mantiene en este estado y que experimenta una
pobreza recurrente en comparación con Europa.
Dada esta situación, lo que haría falta con relación al estado del
bienestar en Europa es desarrollar lo que los sistemas de prestación
social europeos ya prevén: los medios que impiden quedar recluido en una situación de pobreza, experimentar una pobreza continua. Lo que necesitamos para que esto sea así es lo que yo denomino la política de segundas oportunidades. Tenemos que asegurarnos
de que la gente puede volver al sistema después de experimentar
periodos temporales de pobreza. Vivimos en una sociedad en la que
la única fuente de creación de trabajo futura habrá que buscarla en
el sector terciario. Todos los puestos de trabajo –trabajos limpios–
que se creen en el futuro serán puestos de trabajo basados en los
servicios, de los cuales, en estos momentos, dos tercios son especializados. Tenemos que educarnos en eso. Un tercio de este tipo
de trabajos son de bajo nivel: aeropuertos, cajas de supermercado
y similares. Debemos procurar que las personas no se cierren en un
ciclo del tipo «ahora tengo trabajo, ahora no lo tengo». La clave para
evitarlo es posibilitar el traslado de un puesto de trabajo a otro y tener
un trabajo estable, sobre todo en el caso de las mujeres y, en mi país,
las familias monoparentales. Es un área básica en la que la política
de segundas oportunidades puede resultar muy eficaz. En mi opinión, en el Reino Unido hemos desarrollado bajo el mandato de Tony
Blair una política eficaz de segundas oportunidades con respecto a
esta área y mediante la implantación de deducciones fiscales. Las
deducciones fiscales representan la cara opuesta de las prestaciones pasivas tradicionales. Solamente se accede a la deducción fiscal si se tiene un trabajo. En estos momentos, en el Reino Unido se
registra una proporción mucho más elevada de mujeres trabajadoras al frente de una familia monoparental que en 1997, año en el
que Tony Blair ganó las elecciones. La mayor parte de estas mujeres trabajan en el área de servicios que he mencionado antes, la de
un nivel más bajo. El divorcio es la principal fuente de pobreza en
nuestra sociedad; el divorcio y la separación matrimonial. Necesitamos una política de segundas oportunidades que les haga frente, una política que es la que corresponde a la sociedad de hoy en
día, más dinámica, fluida y móvil que la del pasado.
Multiculturalismo en el estado del bienestar
En sexto lugar, sabemos que hoy nos enfrentamos a problemas fundamentales de diversidad y solidaridad. Si echamos una ojeada al
continente europeo, e incluso al mundo, el problema, en una palabra, está relacionado con la migración y el multiculturalismo en nuestras sociedades. Si observamos la situación en el mundo, podremos
comprobar que hay una correlación sorprendente entre igualdad y
uniformidad cultural. Los países que se han mostrado más igualitarios en el pasado han sido normalmente los más homogéneos desde
un punto de vista cultural. Sería el caso, por ejemplo, de las sociedades escandinavas, cuando menos hasta hace poco. También el
© Anthony Giddens, 2004
© de esta edición: Caixa Manresa y FUOC, 2004
Título original: The welfare state in a modern European society
de países como el Japón, que es igualitario pero mucho más resistente a la intromisión del elemento extranjero en su cultura.
Ninguna sociedad será culturalmente homogénea en el futuro.
Miremos el caso de los Estados Unidos, el país más poderoso del planeta, que no es otra cosa que un reflejo del mundo, un reflejo de la
era global y diversa en que vivimos y no un participante cualquiera
de este mundo. Y todo debido a su composición étnica. Hay diversas cuestiones básicas que tenemos que afrontar con relación a un
aspecto concreto: hasta qué punto es compatible este tipo de solidaridad que el estado del bienestar generó en el pasado con una sociedad más diversa culturalmente, que será nuestro caso. Un estudio
reciente muy interesante llevado a cabo en los Estados Unidos analizaba por qué este país no ha tenido en el pasado un estado del bienestar como el que había en Europa. ¿Por qué en los Estados Unidos ha habido tradicionalmente un estado del bienestar más débil
que el europeo? Los autores del estudio analizan varios factores: la
posibilidad de que los norteamericanos se apartaran de Europa, que
quisieran una sociedad más individualista, o alguna otra cosa relacionada con el hecho de que desde el principio se habían constituido como una sociedad mucho más fluida que la europea. Sin embargo, los autores concluyen que ninguno de estos factores es el motivo
principal –y el estudio es bastante riguroso. La conclusión, para
ellos, es que el motivo principal de la debilidad del estado del bienestar norteamericano es la división étnica o racial que se registra
en el país entre blancos y negros, una división que algunos han bautizado como «el apartheid americano», ya que el nivel de segregación entre ambas razas iguala al que había en Sudáfrica, otro país
dividido por motivos raciales, en los tiempos del apartheid. Los
autores del estudio concluyen también que el motivo de esta
debilidad más acusada del estado del bienestar norteamericano
reside en el hecho de que la mayoría blanca es reticente a pagar
una prestación a personas que consideran diferentes, y ésta es la
razón por la cual la idea del bienestar en los Estados Unidos tiene
unas connotaciones morales diferentes de las europeas. La percepción de una solidaridad generalizada en una comunidad que
comparte un destino es menor cuando hay un conflicto étnico o
racial a gran escala y de naturaleza endémica, como en el caso
de los Estados Unidos.
«La debilidad del estado del bienestar
norteamericano reside en el hecho de
que la mayoría blanca es reticente a
pagar una prestación a personas que
consideran diferentes, y ésta es la
razón por la cual la idea del bienestar
en Estados Unidos tiene unas
connotaciones morales diferentes de
las europeas.»
Bien, estos conflictos los tendremos en los países europeos.
Los habrá que serán simplemente culturales, y los habrá de naturaleza étnica o racial. Debemos hacernos una pregunta: ¿estará
dispuesta la mayoría a compartir riesgos –el estado del bienestar
implica eso, compartir riesgos– con personas que son consideradas diferentes de la mayoría cultural?
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El estado del bienestar en una sociedad europea moderna
Un famoso sociólogo norteamericano, Robert Pucknam, autor
de un libro muy reconocido en todo el mundo en el que hablaba
del capital social, ha investigado últimamente sobre este aspecto que tratamos y su conclusión es que, sin ningún tipo de duda,
estamos ante un problema. En una sociedad más diversa culturalmente, los niveles de solidaridad acostumbran a bajar; cuando
estos niveles acostumbran a bajar, el apoyo a los sistemas de
prestaciones, sobre todo el apoyo a una redistribución económica, a la ayuda a los más pobres o a la ayuda que reciben los recién
llegados en la sociedad, tiende a empeorar. ¿Podemos crear
entonces un sistema de prestaciones sociales que sea compatible
con la nueva naturaleza heterogénea de nuestras sociedades? Personalmente creo que podemos hacerlo y que debemos hacerlo,
y para llevarlo adelante habría que evitar la vía norteamericana.
Tenemos que aferrarnos a la idea de que un sistema de prestaciones, o, como digo yo, un estado de inversión social, nos pertenece a todos nosotros. Tenemos que impedir que la idea de bienestar, de sociedad de bienestar, adquiera todas las resonancias
negativas que tiene en los Estados Unidos. Uno de los experimentos
que ponemos en práctica en las clases de la LSE, en las que tenemos muchos estudiantes norteamericanos –la mayoría de ellos,
dicho sea de paso, de raza blanca– y muchos estudiantes británicos, es preguntar a los estudiantes de un aula llena cuántos atribuyen su éxito al estado del bienestar. Nos encontramos con que
apenas hay algún estudiante norteamericano que levante la mano,
mientras que el 75% de los británicos sí que lo hacen. La interpretación moral de lo que significa bienestar o sistema de prestaciones es completamente distinta en los países europeos y en
los Estados Unidos, y debemos mantenerlo así en el futuro.
Tal como lo veo, éste es el problema fundamental que tenemos en Europa. Europa necesita el fenómeno de la migración, necesita la inmigración; sobre todo necesita inmigrantes que estén especializados en ámbitos técnicos, pero también necesita inmigrantes
para solucionar el vacío generacional que experimentamos en los
países europeos. Comparen los Estados Unidos con Europa: prácticamente la única diferencia con relación a la estructura democrática norteamericana, más saludable, puede atribuirse a la inmigración. Esta inmigración, mayoritariamente, ha seguido la dirección
sur-norte y originalmente era ilegal. Los Estados Unidos han puesto en marcha una serie de medidas que han normalizado y legalizado la inmigración que antes era ilegal. Quizás la cuestión fundamental para nosotros sea cómo hacer frente a esta inmigración
que llega a Europa, un fenómeno que nos tiene que llevar a reflexionar tanto sobre la reestructuración del sistema público de prestaciones como sobre la continuación de la solidaridad europea.
Creo, de nuevo, que sabemos cómo hacerlo. No tenemos que
ir hacia las prestaciones pasivas; tenemos que buscar la participación
activa de los trabajadores que vienen de fuera. Podría ser una especie de «acuerdo cultural cerrado» entre la sociedad de acogida y
los trabajadores extranjeros. Hasta cierto punto, la sociedad de acogida tiene que redefinir su identidad, pero los inmigrantes también deben aceptar las normas y las estructuras democráticas, y
deben saber cuáles son las identidades de los países a los que llegan. Este tipo de acuerdo cultural cerrado parece funcionar.
© Anthony Giddens, 2004
© de esta edición: Caixa Manresa y FUOC, 2004
Título original: The welfare state in a modern European society
Son muchos los que piensan que Europa no puede mantener unos
niveles altos de inmigración, pero yo lo dudo. Si tenemos que juzgar lo que ha sucedido a los Estados Unidos en el pasado, nos
encontramos con una especie de fases, de umbrales. La gente está
mucho más preparada para aceptar las minorías étnicas indígenas
que los inmigrantes cuando éstos llegan de verdad. Se trata de una
conclusión fundamental, ya que probablemente significa que en Europa podemos tener sociedades multiculturales más eficientes y compatibles con la solidaridad. Si observamos los descubrimientos referidos a mi país, veremos que son realmente interesantes. Las personas
que más prejuicios demuestran con relación a las minorías étnicas
son las que apenas se relacionan con ellas. Londres registra, con mucho,
la proporción más alta de minorías étnicas, pero también, y con diferencia, los niveles más bajos de hostilidad y prejuicio contra aquellas minorías. Ello demuestra que la gente se acostumbra a vivir en
una sociedad multicultural, que todo puede funcionar y ser compatible
con un sentimiento general de solidaridad e identidad. Tenemos que
aceptar que la sociedad de acogida cambia al mismo tiempo. Podría
preguntar ahora cuál es el plato más conocido de la cocina inglesa
actual. Pues resulta que el plato más conocido de la cocina inglesa
es el pollo tandoori. Las costumbres de los ingleses se han modificado como consecuencia de la sociedad más multicultural en la que
viven, pero se han modificado en un sentido positivo y eficiente. Por
consiguiente, creo que hay como unos umbrales de migración y multiculturalismo que ofrecen muchas razones para la esperanza en una
sociedad al mismo tiempo diversa y solidaria, en la que el estado del
bienestar debe convertirse en su pilar fundamental.
Conclusión
En conclusión, mi receta para reestructurar el sistema de prestación
social es una especie de versión resumida para nuestra segunda conferencia. El estado del bienestar se convierte en un estado de inversión social, más atento a la producción de activos que a la exposición de factores de reajuste de la vida ciudadana. Tenemos un
modelo de prestaciones positivas, no sólo un modelo de prestaciones
reactivas. El estado del bienestar se estructura en torno a la idea del
ciudadano consumidor. Tenemos la noción básica de la política de
segundas oportunidades, y tenemos una especie de acuerdo cultural cerrado en relación con la identidad, la solidaridad y la migración que todos nuestros países deberán tener en cuenta.
«El estado del bienestar se convierte
en un estado de inversión social, más
atento a la producción de activos que
a la exposición de factores de reajuste
de la vida ciudadana.»
Para mí, señoras y señores, éstas son en esencia las bases de
un nuevo modelo social europeo, que funcionará como nosotros
queramos que funcione: preservando la solidaridad, preservando
la identidad –preservando, de hecho, la identidad nacional–, pero
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El estado del bienestar en una sociedad europea moderna
haciéndolo de manera que genere un alto nivel de ocupación, que
fomente el dinamismo económico que permitirá a Europa ser
competitiva en el mundo. No se trata de cosas opuestas: en realidad, opino que están hechas unas para otras. Muchas gracias.
Turno de preguntas
Moderador
Bien, querría agradecer muy profundamente la presentación que el
señor Giddens nos ha hecho, una presentación muy completa y sistemática pero sobre todo muy sugerente y llena de matices muy enriquecedores. Habiendo llegado a este punto, tenemos unos minutos para aquéllos de ustedes que quieran hacer alguna pregunta. Lo
pueden hacer en catalán, castellano o inglés, como ustedes quieran.
Pregunta
Señor Giddens, ha mencionado la Agenda de Lisboa, pero eso ya
pasó hace cuatro años. Desde entonces, las principales economías europeas, sobre todo Alemania, Italia y Francia, han tenido que
hacer frente a grandes dificultades en la reforma de la seguridad
social, los sistemas de pensiones y la introducción de la liberalización en sus mercados laborales. Querría preguntarle si cree
que estas reformas son necesarias y cuáles serían las más importantes. También querría preguntarle si piensa que los políticos europeos de hoy están preparados para enfrentarse al coste económico de estas reformas. Gracias.
Anthony Giddens
Sí, es una buena pregunta porque plantea, a mi entender, uno de
los dilemas estructurales más importantes que presenta la economía
de la Unión Europea. Es decir, la Agenda de Lisboa es una agenda transeuropea, pero las reformas necesarias para alcanzar de alguna manera los objetivos que se establecieron en ella son básicamente de ámbito nacional. Y ahora, en Europa, la cuestión central
es el estado de la economía alemana. Pienso que la economía alemana tendría que ser el motor de toda la economía europea. En
primer lugar, sabemos que su tasa de natalidad se acerca a cero
y, aunque pienso que la Agenda 2010 alemana es bastante buena
y que va por el buen camino, sólo con grandes dificultades se han
podido llevar adelante estas reformas.
Pienso que no debemos fijarnos tanto en las insuficiencias que
contiene la Agenda de Lisboa –la cual, a mi entender, es bastante correcta y adecuada–, como en el problema estructural, más
complicado de resolver. No podemos enfrentarnos al nivel europeo, pero sus consecuencias se dejan notar por toda Europa y por
ello creo que dependemos quizás un poco de los países que llevan a cabo las necesarias reformas económicas. Como ya he
dicho, sabemos qué dirección deberían tomar, pero el momento
© Anthony Giddens, 2004
© de esta edición: Caixa Manresa y FUOC, 2004
Título original: The welfare state in a modern European society
se ha revelado bastante complicado para alcanzar aquellos puntos, sin los cuales pienso que con toda seguridad no podrán cumplirse los objetivos establecidos en la Agenda de Lisboa. Claro está
que no son los únicos países, ya que los demás tienen muchas dificultades para llevar adelante de manera factible el tipo de reformas que (nosotros) hemos aplicado.
Con todo, pienso que los objetivos de la Agenda de Lisboa son
correctos, y creo que puede decirse también que hoy estamos
sumergidos en una economía basada en el conocimiento y en los
servicios. Tenemos que competir en el seno de esta economía. Y pienso que hay otros problemas. Ahora, la Agenda de Lisboa, como usted
bien ha dicho, ha envejecido un poco mientras asistimos a la presencia emergente de la China, la externalización empresarial en la
India y, en definitiva, un traslado más evidente de las empresas
europeas a otras regiones. Por lo tanto, no se está haciendo mucho
progreso al respecto. Sin embargo, los políticos tienden a –digamos–
recitar, como si se tratara de un ritual, «la Agenda de Lisboa, la Agenda de Lisboa». Ahora bien, sin estos cambios estructurales me resulta difícil prever cómo podrán llevarse a cabo los objetivos.
Pienso que algunas de las cosas de las que he hablado, sobre
todo la necesidad de crear una generación más joven en Europa,
son también esenciales. Es decir, alguna cosa muy interesante que
pueda haber dicho, alguna cosa sorprendente. La unidad estructural del 10 de Downing Street, a la cual estoy de alguna manera vinculado, llevó a cabo un estudio sobre la nueva entrada de
mano de obra, del que se desprende que un 50% de esta nueva
entrada de mano de obra en el Reino Unido en los próximos cinco
años corresponderá a minorías étnicas; el 50% de los nuevos trabajadores. Pienso que se trata de una transformación demográfica sorprendente. Así que todas estas cosas conforman una parte
relevante del resultado del estudio, pero no puedo decir que en
estos momentos Europa se esté acercando a los objetivos de la
Agenda de Lisboa según el calendario establecido.
Pregunta
Profesor Giddens, hace algunas semanas se incorporaron a la
Unión Europea un grupo de países, la mayoría de los cuales provenientes de un sistema económico centralizado. Me da la impresión de que no tienen demasiado interés en el estado del bienestar
porque confunden la economía centralizada y el estado del bienestar. ¿De qué manera, en su opinión, puede cambiar esto los
sistemas de prestación social del resto de Europa?
Anthony Giddens
Bien, creo que hay dos aspectos que deben considerarse en relación con esta pregunta. Por un lado tenemos la estructura demográfica y económica de aquellos países, que muestra un comportamiento muy diferente al de las economías de la Europa occidental.
Por otro, las oportunidades económicas para el resto de Europa, que
sin duda llegarán pero que, en mi opinión, aún desconocemos. Fíje8
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El estado del bienestar en una sociedad europea moderna
se en lo que pasó en la Alemania del este: a pesar de formar parte
de la República Federal de Alemania, lo tuvo muy difícil para superar las diferencias que había entre ambas y atraer inversiones. Pienso que el proceso de ampliación podría conllevar problemas, aunque soy un ferviente partidario de ella. Por otra parte, creo que la
cuestión del estado del bienestar es otro tema muy distinto.
He estado en la mayoría de estos países, a veces por motivos
académicos, y pienso que los requisitos esenciales para llevar a cabo
una reforma del sistema de prestación social son en realidad los
mismos que en Europa occidental. A menudo implican sólo una
transformación del propio sistema, que busca hacerlo compatible
con una economía más dinámica y competitiva. Es decir, exactamente lo mismo que debemos hacer en Europa occidental.
Algunos de los problemas estructurales no son tan diferentes,
como tampoco lo son parte de las barreras políticas. Por ejemplo,
el carácter reacio al cambio que caracteriza a algunos sistemas de
pensiones. Obviamente resultará difícil, pero pienso que buena parte
de lo que he comentado respecto al estado del bienestar en Europa occidental es aplicable también a los países de la Europa del este,
como lo son las afirmaciones relativas al desequilibrio demográfico, un problema que no nos resolverán aquellos países debido a
que la mayoría de ellos también registran tasas de natalidad muy
bajas, más bajas incluso que algunos países de Europa occidental.
Me cuesta, por tanto, ver una salida fácil a cualquiera de
estos temas. Ahora bien, en mi opinión las medidas que habría
que tomar en el este no difieren mucho de las del oeste, aunque
en cuestión de recursos sí que muestren diferencias, como es
obvio. Una de las cosas que podemos hacer cuando estamos en
países que no disponen de un estado del bienestar eficaz, como
era el caso de los países mediterráneos en el pasado, es aprender
de los errores que han cometido los demás, evidentemente a
medida que diseñamos nuestro estado del bienestar. De esta
manera podemos convertirlo a veces en una acción positiva. No
sé qué pensarán al respecto, pero veo que en el futuro este punto
planteará tantos problemas como ventajas.
Anthony Giddens
Pregunta
Enlaces relacionados
Quisiera pedirle su opinión acerca del fomento de la maternidad
entre las mujeres y el hecho de que pueda representarles un obstáculo en su camino o en la consecución de un estatus profesional, ya que sabemos lo difícil que es conseguirlo debido a que los
padres o los maridos no asumen las mismas responsabilidades que
las mujeres en el cuidado de los hijos.
IX Jornada d’Economia de Caixa Manresa
Su pregunta, en mi opinión, es fundamental, pero vuelvo a decir
que podemos aprender mucho de los países escandinavos, donde
la situación de las mujeres es la mejor de Europa. Esta situación de
la mujer es fundamental para la buena marcha de la economía de
un país. Es un tema realmente interesante, y se han llevado a cabo
estudios recientemente que muestran una correlación entre la participación de las mujeres en el mercado y el éxito económico de un
país. Es una correlación muy estrecha. Ahora bien, la cuestión relativa a las cifras de natalidad puede enfocarse desde un intento de
hacerlas compatibles con una mayor proporción de mujeres trabajadoras. Una forma de hacerlo es siguiendo la vía escandinava, como
vemos en el caso de Dinamarca, cuyo índice de natalidad muestra
un aumento mucho más acusado que, por ejemplo, los países
mediterráneos. Uno de los motivos principales es que las mujeres
que forman parte de estructuras familiares poco convencionales, que
están divorciadas, viven solas o están separadas, reciben un trato
mucho mejor que en otros países y, en consecuencia, pueden prepararse mejor para ser madres. Con todo, uno de los aspectos que
deben cambiar –y que no lo ha hecho demasiado– para hacer
compatibles estas cosas es la actitud de los hombres en el seno de
la familia, algo que no ha variado en los países europeos como creo
que, desde un punto de vista liberal, cabía esperar.
Sin embargo, tenemos que hacer totalmente compatibles estas
cosas, porque son cruciales. Es crucial la situación de las mujeres en
todo este tema, y son las mujeres las que han dejado de tener hijos.
Por encima de cualquier otro motivo, la reducción del índice de natalidad hay que buscarla en el cambio de situación de la mujer.
Moderador
Si les parece lo dejaremos aquí para intentar seguir el horario tanto
como nos sea posible. Muchas gracias, profesor Giddens.
http:\\www.caixamanresa.es/jornadaeconomia
Página de Anthony Giddens en la LSE
http://www.lsc.ac.uk/Giddens/Default.htm
[fecha de publicación: agosto de 2004]
Para citar este documento puedes utilizar la siguiente referencia:
GIDDENS, Anthony (2004). «El estado del bienestar en una sociedad europea moderna» En: IX Jornada d’Economia de Caixa
Manresa (2004: Manresa) [artículo en línea]. Caixa Manresa. [fecha de consulta: dd/mm/aa]
<http://www.uoc.edu/symposia/caixamanresa/jornadaeconomia/esp/giddens.pdf>
© Anthony Giddens, 2004
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Título original: The welfare state in a modern European society
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El estado del bienestar en una sociedad europea moderna
Anthony Giddens
Profesor de la London School of Economics (LSE)
El profesor Anthony Giddens (Londres, 1938) estudió Sociología y Psicología en la Universidad de Hull. Posteriormente hizo
un master y se doctoró en la London School of Economics y en la Universidad de Cambridge, respectivamente. Entre 1961
y 1970 fue profesor de Sociología en la Universidad de Leicester. Durante este periodo fue también profesor visitante en la
Universidad Simon Fraser (Vancouver, Canadá, 1967-1968) y la Universidad de California (Los Ángeles, 1968-1969). Posteriormente, durante el periodo de 1970 a 1986 desarrolló su labor como profesor universitario y profesor adjunto en el King’s
College de la Universidad de Cambridge, donde en 1986 se convertiría en catedrático. Ha ocupado diversos cargos, entre
los cuales el de presidente y director de Polity Press Ltd. (desde 1985 hasta hoy), director de Blackwell-Polity Ltd. (desde
1985 hasta hoy), presidente y director del Center for Social Research (desde 1989 hasta hoy), miembro de los consejos de
administración del Institute for Public Policy Research y de la Universidad de Leicester. También ofreció la prestigiosa conferencia Reith correspondiente al año 1999.
© Anthony Giddens, 2004
© de esta edición: Caixa Manresa y FUOC, 2004
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