Manos que cuecen alimentos en los fogones de la escuela Caracas , 19 Sep. AVN.- Tiernas, brillantes, muy brillantes y también gruesas. Así son las manos de Coromoto Abreu, una caraqueña de 52 años de edad que lleva la sazón por dentro. Trabajo, dedicación y esmero se reflejan en sus manos, milagrosas por la forma en que procesan cada alimento. Y es que para todos, sus cinco hijos, cuatro nietos y más de 400 estudiantes, Coromoto cocina con el mismo amor. Son las 5:30 de la mañana en Los Jardines de El Valle, de Caracas, desde donde Coromoto sale para llegar a tiempo. Sí, a tiempo, pues tiene que estar antes de las 6:30 de la mañana en la Unidad Educativa Nacional Bicentenario Republicano, en la avenida Lecuna. El propósito es preparar algo; algo que sea rico y saludable para los más de 400 adolescentes de educación secundaria que deben alimentarse. El budare está listo para que la rutina comience. Coromoto amasa, la otra voltea, otra pica los aliños, el jamón y coloca los huevos; mientras otra hace la avena o el fororo. Al mismo tiempo, otras cuatro montan el almuerzo: dos ollas grandes de arroz; tres o cuatro calderos de pollo o carne; una olla grande de sopa; ensalada y un buen jugo natural. La sazón de Coro y sus siete compañeros toma la escuela y los adolescentes se preparan para degustar un buen plato. A las 7:30 de la mañana el comedor está repleto de estudiantes, todos emocionados por recibir su comida. Arepa con revoltillo y atol es el menú, uno por uno pasa a buscar su buen desayuno. Cuatro horas después, a las 11:30 de la mañana, ya está listo el almuerzo: arroz, pollo, ensalada, sopa, jugo natural y una fruta. En un ir y venir, sin parar, transcurren las horas de trabajo de estas siete mujeres, madres, pero madres procesadoras de alimentos, madres colaboradoras, madres que como ellas, en toda Venezuela, se encargan de alimentar a millones de niños. Fue este parte del oficio que Coromoto y sus compañeros quisieron compartir con la Agencia Venezolana de Noticias (AVN). Coro cuenta que el menú es variado durante la semana, todo para que los estudiantes no se aburran y coman con gusto. Pasta, arroz, pollo, carne, tajadas, panquecas, arepas asadas y dulces, bollos, pan, avena, fororo, jugos de diversos sabores y frutas, como naranja, cambur y patilla, son algunos de los alimentos que reciben los estudiantes. "Yo le pongo a esto todo el cariño que puedo para que los alimentos estén adecuadamente preparados, porque es para niños y no podemos permitirnos que salga nada malo. Todos le ponemos mucha dedicación", comenta Coromoto. Y mira qué dedicación tienen, tener que fregar y recoger todo después del desayuno para que cada detalle esté en punto para el almuerzo. Preparar el menú del siguiente día, sacar lo que haya que descongelar y adelantar lo que se pueda. Esta es parte de la rutina, en la que también participa Winyer, un padre procesador. Gracias a Winyer es que Libia, Juanita, Yusmi, Vicky, las madres procesadoras; Yanet y Fernanda, obreras, se ven un poco más aliviadas con el trabajo. "Todos ponemos el mismo esfuerzo a cada comida, a cada alimento que preparamos, por eso es que todo nos queda rico", se ríe Coromoto. Madre y abuela en la escuela Esta caraqueña no siempre fue madre procesadora. Durante muchos años trabajó como secretaria y auxiliar gráfico hasta que hace cinco decidió asumir el reto de ser madre colaboradora en la Unidad Educativa Nacional Diego de Lozada, en la parroquia caraqueña El Valle, donde apoyó este hermoso oficio bajo la modalidad de platos servidos. Es así como madres, también procesadoras, van hasta las escuelas y se encargan de repartir la comida hecha previamente en sus casas y verificar que todo salga bien: que los niños se alimenten. Fue en noviembre de 2012 cuando Coro se trasladó a la Escuela Bicentenario Republicano, donde se siente a gusto y contenta con lo que hace. "Uno cuando comienza a trabajar en una escuela, le agarra amor a los niños. Llegas a la institución y te dicen 'hola mi amor', te piden la bendición, eso es muy bonito", cuenta. Cinco años de colaboración, de trabajo, de amor a los niños, a la educación venezolana, al país ha tenido Coromoto en su rol de madre procesadora. Por eso saluda la decisión del presidente Nicolás Maduro de incrementar a salario mínimo (4.251 bolívares) el pago que mensualmente reciben. Anteriormente, el acuerdo con ellas era una asignación semanal por los platos que cocinaban con alimentos e insumos financiados por el Gobierno Nacional. El objetivo inicial era incluir a las madres de las escuelas en las labores de cocina para garantizar que la comida de los niños fuese de calidad. Sin embargo, el programa fue creciendo al igual que las demandas de las madres, que ahora, a través de la recién creada Corporación de Alimentación Escolar, pasan a cobrar salario mínimo mensual. "Siempre tuve la esperanza de que este momento llegaría, porque uno también necesita para el sustento, pero más que eso me acostumbré a los niños, que ahora veo como mis hijos", manifiesta con alegría. La figura de la madres procesadoras de alimentos nació junto al Programa de Alimentación Escolar (PAE), creado en el año 2000 por el presidente Chávez, al detectar que la baja tasa de escolaridad de la época estaba relacionada con la desnutrición. En sus inicios, este programa que ofrece desayuno, almuerzo y merienda a estudiantes del sistema público de educación, llegó a 246.788 niños de todo el país. Esa cobertura del PAE se expandió, a la par del crecimiento de la matrícula estudiantil, y en 2006 había alcanzado a 1.483.494 niños, mientras que en la actualidad llega a 4.352.972 estudiantes, lo que contrasta con los 119.512 niños que apenas recibieron un vaso de leche al día hasta 1998, revelan cifras del Ministerio de Educación. "Desde que ingresé al PAE me enamoró estar con los niños, atenderlos a ellos", agrega esta madre y abuela quien luego de preparar alimentos para más de 400 adolescentes llega a su casa para continuar con las labores del hogar y dejar lista la comida del día siguiente. Se trata, comenta, de un largo trabajo que no se queda en el arte de la preparación de alimentos, sino que continúa con la revisión, puesto que es necesario saber si los estudiantes se están comiendo todo, y todo indica que sí. "No botan nada de comida", dice orgullosa. El cuidado que Coromoto y sus compañeros tienen con los alimentos se evidencia desde la propia preparación, ya que supervisan la cantidad que requieren los estudiantes para obtener una alimentación balanceada. "Tenemos una porción, pero si ellos quieren más se les da más. Se les dice: Vengan a comer y ellos vienen, no se puede perder nada", señala y hace como si estuviera llamando a los adolescente que se encuentran en el comedor. La Unidad Educativa Nacional Bicentenario Republicano, es una de las 16.996 escuelas en las que funciona el PAE. En esta institución, los estudiantes de educación secundaria reciben desayuno y almuerzo, mientras que los de educación primaria reciben desayuno, almuerzo y merienda, como ocurre en las escuelas bolivarianas. "Ellos quedan completos con su comida. Los tres años que he estado aquí, en la Bicentenario Republicano, el PAE ha funcionado bien", puntualiza Coro, como la llaman sus compañeros de cocina. Garantizar una alimentación balanceada, diaria, variada y adecuada a los requerimientos nutricionales, calóricos y energéticos es lo que busca el PAE, y es también el reto que tienen cada día de clase, coro y sus compañeras, al realizar cada menú. "Los niños te dicen mamá, tía, abuela y esas cosas también te llenan. Se quieren como si fueran de uno, será por eso que me gusta lo que hago y eso me lleva a prepararles todo con amor". Powered by TCPDF (www.tcpdf.org)