Los Árbitros y su Competencia frente a Legalidad de los Actos Administrativos La administración de Justicia, es un tema de suma importancia para el ser humano organizado en sociedad, toda vez que de aquí emanan, en mayor parte, las soluciones y regulaciones a los conflictos particulares y comunitarios de una manera civilizada, ajustándose a una suerte de principios fundados en la equidad e igualdad. Atrás quedaron los años en los que el Rey como máxima autoridad investida por Dios para gobernar, imponía sanciones y dirimía conflictos sin tener en cuenta nada más que aquello que le imponía su querer y razón. Los principios y directrices que se han desarrollado durante los años, así como también los diferentes tipos de justicia, han conducido al hombre a formular variantes diferentes sobre la resolución de conflictos de los cuales es parte (en forma directa o indirecta). El juez (como sujeto imparcial) es una de las máximas expresiones de ese desarrollo, máxime cuando aquel se concibe como un personaje ilustrado cuyo proceder ha de ser motivado por elevados principios de justicia y el deber de resolver en forma concreta los más variopintos problemas jurídicos; se erige, entonces, el juez, hoy en día, como uno de los símbolos más vistosos de todo esa organización que denominamos Sistema Judicial. Esta concepción de juez, que al momento de entrar en la facultad de Derecho, los estudiantes mantienen inmaculada, se va modificando a medida que el estudiante se incorpora a la praxis legal. Pero, esta modificación, valga indicarlo, no está enteramente representada en la figura del juez, sino en todo el sistema judicial, que por ser el juez la cabeza del mismo, el pensamiento colectivo lo señala como responsable del declive de la justicia. Posiblemente debido a esto el ciudadano (particular) ha empezado a recurrir a otros mecanismos que permiten dirimir conflictos de manera ágil y dinámica, dentro del marco legal correspondiente. Ejemplo de estos mecanismos, es el Arbitraje, en cuya naturaleza se destacan los elementos más básicos del proceso judicial: demanda, contestación, pruebas y decisión final. En mi sentir, en el plano subjetivo, el particular encuentra de una u otra forma reencarnada la figura del juez en su más inmaculada expresión en mecanismos como el citado, porque en el Arbitraje, el Arbitro hace renacer la imagen del juez conocedor del tema objeto de la litis, experto, imparcial, diligente y justo. La noción de arbitraje ha despertado en los hombres una fascinación, por el simple hecho de entregar a los particulares la posibilidad de desprenderse del poder estatal para solucionar sus conflictos1, sin perjuicio de la creencia generalizada, de que las bondades del arbitraje se limitan a ser un mecanismo eficaz en todas sus acepciones. Este es uno de los grandes problemas que tiene la figura del arbitraje, ya que no es apreciada por sus bondades generales, sino únicamente en el hecho de ser un procedimiento cuya duración es mucho menor a la del juicio tradicional; así ha sido publicitado y así han sido creadas las normas cuya finalidad es la descongestión de los despachos judiciales. El arbitraje no es un medio de descongestión, sino un procedimiento que garantiza una especialidad en los fallos y en los casos que la ley lo permite, se trata de un juicio cuyo procedimiento puede ser elegido por las partes. El arbitraje ha sido definido como “un procedimiento jurisdiccional sui generis, mediante el cual, por expresa voluntad de las partes se defiere la solución de conflictos privados transigibles a un cuerpo igualmente colegiad integrado por árbitros, los que transitoriamente queda investidos de jurisdicción para proferir un laudo con la misma categoría jurídica y los mismos efectos que una sentencia judicial”2. Se trata entonces de una noción de suma importancia para la sociedad, 1 OPPETIT, Bruno. Teoría del Arbitraje. Editorial Legis en coedición con la Embajada de Francia en Colombia y la Universidad del Rosario. 2006. Pág. 17. 2 GIL ECHEVERRI, Jorge. Nuevo Régimen de Arbitramento. Bogotá. Cámara de Comercio de Bogotá. 1999. Pág. 3 toda vez que se está frente una actividad en el que está involucrada la función pública y un derecho Constitucional del particular. En este sentido es apenas lógico el que esté regulado y controlado por el Estado, quien es, por mandato constitucional, el encargado de dirigir la función judicial, ya sea como prestador del Servicio Público, o como garante de este derecho cuando sean otros quienes administran justicia. Al respecto la norma fundante de nuestro sistema jurídico incorpora en forma genérica diversas disposiciones que definen la organización del Estado y su estructura, y en forma concreta (por ejemplo en el artículo 116 superior, inciso 4), cuando prescribe que los mecanismos alternativos de solución de conflictos deben estar sujetos a la ley. El inciso cuarto del artículo 116 Constitucional es el habilitante concreto para que el particular pueda acudir al procedimiento arbitral, pero deja en la ley su regulación sin presentar unos límites claros a la función arbitral. Estamos entonces frente a un texto que puede conllevar a la total permisibilidad o a la restricción exagerada. Las diferentes normas imperantes que regulan el tema han dado paso a unas mayores restricciones en cuanto al tema, limitando de forma considerable la competencia de los árbitros; sobre todo en materia administrativa. En este sentido, el arbitraje es uno de los mecanismos alternativos de solución de conflictos que más han sufrido restricciones, producto de los pronunciamientos de las Altas Cortes, en especial la Corte Constitucional y el Consejo de Estado. En el área de Derecho Administrativo se ha notado el impacto por las reservas de estas entidades frente al ámbito de la competencia de los árbitros y los tribunales en sí. El trabajo de Investigación titulado “COMPETENCIA DE LOS TRIBUNALES DE ARBITRAMENTO PARA CONOCER SOBRE LA LEGALIDAD DE LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS DE CARÁCTER PARTICULAR EN LA ACTIVIDAD CONTRACTUAL ESTATAL”, realizado para optar por el título de abogado en la Universidad del Norte, estuvo básicamente encaminado a estudiar los fundamentos que dan origen a las decisiones de las altas Cortes sobre este tema, a la luz de la creciente popularidad del arbitraje en el comercio, tanto internacional como nacional, intentando retomar los fundamentos básicos y la naturaleza misma del Arbitraje, en cuanto a las funciones del particular investido con la facultad (transitoria) de administrar justicia, los efectos que ésta declaratoria constitucional implica, así como la naturaleza del pacto arbitral celebrado por las partes de un contrato o un conflicto. Así las cosas, el presente texto desarrolla de forma general la temática tratada en la investigación, iniciando con un breve acercamiento al concepto de Pacto Arbitral, su relación con la Transigibilidad y una breve enunciación de algunos fallos del Consejo de Estado cuyo contenido desarrolla las prohibiciones al Arbitraje en Materia Contenciosa; este ensayo tiene como finalidad, así como también fue el ánimo principal de la investigación comentada, realizar una crítica a los postulados que imperan en cuanto a la prohibición impuesta por la Ley y la Jurisprudencia y así lo podrá captar el lector en las conclusiones del mismo. La naturaleza del Arbitraje, si bien es cierto se desarrolla en todos los campos del derecho y así en cada uno puede tener características diferentes, en general como lo recalca Oppetit3, tiene sus orígenes en la búsqueda de justicia de los ciudadanos, quienes en desarrollo de esa búsqueda acuden a diferentes organismos que se lo pueden brindar. En este sentido, la justicia institucionalizada y vinculante, evidenciada en la existencia de jueces de la República sobre los cuales recae constitucionalmente el deber de administrar justicia en la Rama Jurisdiccional, exige del ciudadano el ejercicio del derecho de acceder a la misma, pero cuando estamos frente a los mecanismos alternativos de solución de conflictos, implica un actitud superior al simple ejercicio de tales derechos. Es decir, el acceso a la justicia está garantizado por la Constitución Política y su guardián son las instituciones públicas, los jueces de la república, que corresponden a un referente general de 3 OPPETIT, Bruno. Obra Citada. Pág. 17. búsqueda justicia por parte de los ciudadanos; así, el acceso a la justicia a través de las instituciones comunes, implica el simple ejercicio del derecho, pero acudir a los mecanismos alternativos de solución de conflicto, y en este caso específicamente al arbitraje, supone no solo el ejercicio de derechos constitucionales explícitamente reconocidos, sino a la vez el rompimiento de paradigmas sobre la existencia de una justicia privada4 y el acercamiento con la contraparte para decidir quién será el juez que decidirá el conflicto, sin que ello menoscabe la objetividad e imparcialidad que constituye las más aquilatadas piezas de la labor de juzgar. El Pacto Arbitral Para los efectos de este ensayo voy a omitir la explicación detallada de las dos formas de pacto arbitral, compromiso y cláusula compromisoria, debido a que los efectos que producen de forma general son los mismos; sin embargo, puede decirse que mediante la cláusula compromisoria, “las partes contratantes acuerdan solucionar total o parcialmente las diferencias futuras que puedan surgir en relación con un contrato determinado, a través de un tribunal de arbitramento”5 y mediante el compromiso “las partes convienen en someter sus conflictos de interés presentes y determinados, relacionados o no con un vinculo contractual, a la justicia arbitral, aun cuando el asunto ya esté ventilándose ante la justicia ordinaria, siempre que no se haya dictado sentencia de primera instancia.”6 Lo importante de estas dos categorías, es la obligación que emana de las mismas. El arbitraje tiene como función poner en acuerdo a las partes que creen poder tener un conflicto relacionado con algún tema o un problema ya existente; en este 4 Si bien es cierto, el Arbitro al posesionarse obtiene las calidades de funcionario público y sus actuaciones se surten en nombre de la República de Colombia, el común denominador del Arbitraje, es la existencia de un particular, un sujeto del orden privado como juez; en parte porque la misma Constitución no determinó de manera específica en su Artículo 116, que si bien es un particular que de manera excepcional administran justicia, lo hace acorde al ordenamiento jurídico y como funcionario público. 5 GIL ECHEVERRY, Jorge Hernán. Obra Citada. Pág. 33. 6 GIL ECHEVERRY, Jorge Hernán. Obra Citada. Pág. 58. orden de ideas, del pacto arbitral emana una sola obligación, que es la de someter los conflictos que expresamente se indiquen en el pacto a la decisión de un número de árbitros estipulado (o que establezca la ley en caso de falta de estipulación) y que se constituyen en un Tribunal de Arbitraje. Esto se desprende de las normas que definen el arbitraje en las diferentes legislaciones del mundo, por ejemplo la panameña7.Resulta entonces apropiado estudiar nuevamente la definición que el Decreto No. 1.818 de 1.998 nos presenta sobre el arbitraje, y que reproducimos así: “Artículo 115. El arbitraje es un mecanismo por medio del cual las partes involucradas en un conflicto de carácter transigible, defieren su solución a un tribunal arbitral, el cual queda transitoriamente investido de la facultad de administrar justicia, profiriendo una decisión denominada laudo arbitral.” El objeto del acuerdo en estos términos es uno solo: otorgar competencia a un árbitro / tribunal para que decida una cuestión problemática; esta afirmación es un desarrollo de la norma constitucional, que permite la habilitación a los árbitros. Así las cosas, resulta sencillo identificar la obligación que emana de una cláusula compromisoria o del compromiso, ya que cada pacto puede ser diferente en cuanto al número de árbitros que se escogen o las disputas que se expresen, van a ser conocidas por el tribunal de arbitraje, pero uno y otro están encaminados a un solo fin, la conformación del Tribunal de Arbitraje. Se debe entonces, en este punto, diferenciar la materia objeto de arbitraje de la constitución del Tribunal de arbitraje, toda vez que este punto constituye por una parte el objeto del acuerdo y por otro el límite que las partes o la ley imponen al Tribunal. Es decir, cuando se pacta un arbitraje, la materia que se va a tratar en el mismo no tiene ningún valor, es más, las partes no saben cuál va a ser exactamente la materia arbitral, por esta 7 República de Panamá. Decreto Ley No. 5 del 8 de Julio de 1999. “El arbitraje es una institución de solución de conflictos mediante el cual cualquier persona con capacidad jurídica para obligarse somete las controversias surgidas o que puedan surgir con otra persona, al juicio de uno o más árbitros, que deciden definitivamente mediante laudo con eficacia de cosa juzgada, de conformidad a lo establecido en el presente Decreto Ley.” razón, el pacto sólo está encaminado a determinar una sola cosa, quien será el juez competente. Las partes cuando firman un pacto arbitral, están voluntariamente decidiendo quien será el juez que conocerá de sus asuntos y controversias. Así, el objeto del acuerdo de arbitraje es la finalidad que buscan ambas partes: diferir el conocimiento de la controversia a un árbitro en vez de un juez ordinario. Cosa distinta ocurre con la conciliación, la cual esta instituida para que de manera inmediata el acuerdo de voluntades genere obligaciones sobre la materia del conflicto. La obligación tiene un componente subjetivo de hacer, de someter el conflicto al conocimiento de los árbitros, pero adicionalmente el contrato tiene el carácter de bilateral; esto hace del arbitraje una figura variopinta, ya que las partes son a la vez deudor y acreedor de la obligación de someter a arbitraje su diferencia, tal y como lo indica en forma acertada la doctrina8. Dentro de las relaciones contractuales, es muy raro encontrar un contrato típico, cuya obligación no solamente sea una sola para ambas, sino que adicionalmente ponga a los sujetos en situación de deudor y acreedor al mismo tiempo, sin que opere obviamente la figura de la confusión. Por otra parte, la obligación de someter los conflictos entre las partes a un tribunal arbitral tiene una dimensión objetiva, que se evidencia en la existencia de un procedimiento, y las etapas que se surten en cada uno de los momentos del proceso desde la constitución del tribunal, pasando por la etapa probatoria hasta la emisión del laudo9; incluso la obligación puede extenderse más allá del Tribunal en sí, abarcando también el recurso extraordinario de anulación del laudo, que se surte ante los estrados judiciales tradicionales, por decir menos. 8 9 SILVA ROMERO, Eduardo. Obra Citada. Pág. 525. SILVA ROMERO, Eduardo. Obra Citada. Pág. 525. La Transigibilidad y el Pacto Arbitral La Ley ha identificado como parámetro para la arbitralidad, la transigibilidad del acto; pero es necesario que nos preguntemos por ejemplo si ¿el acto de pactar arbitraje implica transacción de un derecho o específicamente – como nos interesa- la legalidad de un acto administrativo? El transigir, es un concepto general; se trata de una facultad del hombre en ejercicio de sus derechos. Se parte entonces de una idea general bajo la existencia de una facultad concreta de la cual es titular el sujeto; que junto con la autorización que la Constitución le entrega al particular, le permite administrar su derecho de libertad. Partiendo entonces de la base de que el transigir es una facultad general de las personas se debe tener cuidado para no incurrir en los errores en que incurre el legislador y la jurisprudencia al confundirla con figuras jurídicas propias de los ordenamientos jurídicos. Esta situación se presenta -y utilizo como ejemplo el ordenamiento jurídico Colombiano-, cuando (tanto el legislador como los jueces) hacen uso de acuerdos o negocios jurídicos en los cuales el concepto de transigir está inmerso y hace parte esencial de los mismos. La conciliación y el contrato de Transacción son dos (2) figuras que se valen de la posibilidad de transigir los derechos para desarrollar su naturaleza. Sobre la conciliación el Artículo dos (2) del Decreto 1818 de 1998 y el Artículo 65 de la Ley 446 de 1998 prescribieron que “Serán conciliables todos los asuntos susceptibles de transacción, desistimiento y aquellos que expresamente determine la ley” y sobre el mismo tema el decreto mencionado en su Artículo 74 indicó que “No podrá efectuarse la conciliación en los casos que no sea legalmente procedente la transacción, excepto cuando se trate de beneficiarios del amparo de pobreza”. El concepto de transigibilidad, ligado con el contrato de transacción, tiene gran importancia para los efectos de éste ensayo, ya que ésta figura se erige como el punto de partida del que se valen las Altas Cortes y el legislador para pronunciarse sobre los temas arbitrales. Los Limites al Arbitraje Administrativo en cuanto a la Legalidad de los Actos Administrativos El origen de los límites al arbitraje proviene de la propia ley, más no de la Constitución, ya que el artículo 116 superior únicamente autoriza al particular para actuar como árbitro, y deja la reglamentación a la ley. Del desarrollo de la investigación y el estudio jurisprudencial realizado en la misma, la conclusión a la pregunta planteada, sobre si pueden los Tribunales de Arbitramento conocer sobre la nulidad de los actos administrativos de carácter particular dentro de la actividad contractual teniendo en cuenta la esencia del arbitraje y las disposiciones constitucionales colombianas, parecería muy clara. Las sentencias del Consejo de Estado son tajantes al determinar la incompetencia de los árbitros para pronunciarse sobre la legalidad de los actos de la administración. La prohibición a los árbitros para conocer sobre la legalidad de los actos administrativos se encuentra en dos fuentes: la legal y la jurisprudencial. Legalmente se ha estipulado que solo puede ser materia de arbitraje lo que es transigible; haciendo uso entonces de ésta figura contractual para determinar el ámbito de competencia de los árbitros. Podríamos entender esta situación de la siguiente manera: como primera premisa, tenemos que sólo es arbitrable lo transigible; como segunda premisa, que la declaratoria de ilegalidad de los actos administrativos no puede ser transada; conclusión, como el acto administrativo no puede ser transado, tampoco puede ser objeto de arbitraje. Este es un ejercicio que debe hacerse, porque nos ayuda a entender de forma clara porqué la decisión sobre la legalidad del acto administrativo está vedada a los árbitros. La norma no excluye de forma expresa la materia, sino que luego de hacer un ejercicio lógico se extrae la prohibición, esta es la primera conclusión clara que logramos determinar. Aquí quiero dejar bien claro mi posición frente al tema de la transigibilidad de los actos administrativos, ya que la ley ha estipulado unos requisitos de existencia y validez del acto administrativo y por esta razón, solamente cuando estamos frente a las causales taxativas que determinan la nulidad del acto, se puede hacer efectiva la revocatoria directa o la declaratoria de nulidad por parte del juez, entonces la posibilidad de transigir la legalidad de un acto sin los requisitos, está fuera de toda lógica dentro de un Estado Social de Derecho. Luego viene el tema de la jurisprudencia. El Consejo de Estado, acorde con su función, debe tener en cuenta el texto legal y aplicar la ley tal y como la Constitución se lo ordena. Los fallos de éste Tribunal de cierre han sido reiterados y en la gran mayoría de los casos coherentes, desde hace mucho tiempo. La idea preponderante es la de negar competencia a los árbitros para conocer de algunos temas, limitar las actuaciones para evitar que cada día tome más del que considera su espacio exclusivo. Los fallos en la gran mayoría de los casos resuelven declarar la nulidad del pacto arbitral, y es una situación entendible hasta cierto punto, ya que sus fallos debe estar acorde con lo que expresa la ley. La posición del Consejo de Estado parte de la base, en la mayoría de los casos, de que la cláusula compromisoria no puede ser suscrita respecto de materias no transigibles. Son diferentes normas regulatorias del arbitraje, las que han determinado esta prohibición, a saber: el Decreto 2279 de 1989 en su Artículo primero, que define el arbitraje como un mecanismo del que puedan hacer uso las partes, cuando están frente a un conflicto transigible; otras sentencias han indicado que la legalidad de los actos administrativos es un tema de orden público o que las potestades publicas no pueden ser negociadas. Estos argumentos se manejan todos dentro de un ámbito celoso por parte de la institución y una sobreprotección al tema de la “administración” de justicia, que sin lugar a dudas debe existir, ya que sobre las Altas Cortes reposa la confianza que el pueblo le ha entregado para mantener el aparato judicial en correcto funcionamiento; pero no es menos cierto, que los tiempos varían y la misma Constitución ha instituido otros mecanismos de administración de justicia; en mi sentir, en muchos casos las sentencias sobrepasan la normal y racional protección, demostrando un temor por parte de las instituciones clásicas del poder público, a perder poco a poco el monopolio que sobre la actividad judicial ostenta, monopolio que realmente no sufre ninguna modificación por ser los jueces y los árbitros los encargados de tal menester, máxime cuando corresponden a funcionarios en gran parte iguales en lo que respecta a sus funciones. El Consejo de Estado ha realizado estudios profundos sobre la competencia de los árbitros en torno a la legalidad de los actos administrativos y ha incluido teorías innovadoras, pero ciertamente perjudiciales a la figura del arbitraje. Una de estas es el riesgo, que según tal corporación, corre el orden público, el régimen constitucional y el menoscabo que se puede causar a la autoridad del Estado. Teoría que se esgrime, suponemos, para proteger a la ciudadanía de los posibles problemas que causa el particular cuando tiene en sus manos la balanza de la justicia. Así lo expuso el Alto Tribunal en la siguiente providencia cuyo extracto no nos resistimos a reproducir: “Adicionalmente, estima la Sala necesario señalar cómo, aún en el evento de que las partes no señalen límite alguno a las facultades que confieren a los árbitros, no por ello hay lugar a entender siempre que las mismas son ilimitadas. Mal podría olvidarse que existen temas y materias que el legislador excluye del juzgamiento arbitral y sobre los cuales, aún cuando las partes manifiesten en la cláusula compromisoria otorgar tal competencia, no les es posible a estos falladores pronunciarse sobre ellas, entre otras razones, porque si el pacto es contrario a la ley, cualquier decisión basada en esa cláusula compromisoria ilegal, resultaría igualmente viciada de nulidad absoluta, como por ejemplo, cuando dicha cláusula permite el juzgamiento de aspectos que comprometen el orden público, el régimen constitucional, o cuando implica un menoscabo de la autoridad del Estado.”10 En otros casos, han expresado que la figura del árbitro no puede ser sinónimo de arbitrariedad y que la justicia en manos de particulares puede desembocar en ese mal. Así lo indicó la Honorable Institución; “Queda pues a salvo de la competencia del arbitramento, todo cuanto concierna al orden público, que mal podría quedar en manos y a voluntad de los particulares, como sí ocurre, en cambio, con lo referente al orden privado. Se evidencien, entonces, temas que no son negociables y que son de carácter unilateral, más exactamente, que tienen origen en la administración y en el ejercicio de sus poderes exorbitantes, los cuales por su naturaleza no son de la órbita del arbitramento.”11 (Subrayado fuera del texto original) El tema de la innegociabilidad de la legalidad de los actos administrativos, así como también la innegociablidad de las potestades públicas ha sido de amplio estudio por parte del Consejo de Estado, ya que consideran que son temas en los que la voluntad de las partes no puede ser tenida en cuenta. No les es dado a los particulares – a voces del más alto tribunal de lo contencioso administrativodecidir sobre estos temas a su antojo, porque ponen sin lugar a dudas en riesgo la seguridad jurídica y todo el sistema judicial: “Por la fuerza ejecutoria de que están investidos los actos administrativos obligan tanto a los administrados como a la propia administración. Lo cual no significa que 10 Consejo de Estado. Sección Tercera. Sentencia 16.394 del 23 de febrero de 2000. Magistrado Ponente Germán Rodríguez Villamizar. Por medio del cual se decidió sobre el recurso de anulación interpuesto por la Empresa Metropolitana de Transporte Masivo del Valle del Aburrá Ltda., contra el laudo del 19 de febrero de 1999 que dirimió el conflicto entre la recurrente y las empresas que conformaron el denominado Consorcio Hispano Alemán. Consideró el Alto Tribunal que la redacción de la cláusula arbitral estaba limitada de tal forma que no era posible que el tribunal se pronunciara respecto de las decisiones o resoluciones administrativas referidas al incumplimiento del contrato. También indicó, que la caducidad administrativa es un potestad de la administración de la que puede hacerse uso sin importar que exista una cláusula compromisoria vigente, se trata de figuras que no se contraponen. 11 Consejo de Estado. Sección Tercera. Sentencia 16.394 del 23 de febrero de 2000. Magistrado Ponente Germán Rodríguez Villamizar. sean inmutables, puesto que la autoridad que los expidió o su superior jerárquico los puede revocar en atención al interés público y al mantenimiento del orden jurídico, sin condicionamientos legales tratándose de actos de carácter general y abstracto, o contando con el consentimiento expreso de quien es titular de un derecho derivado de actos de carácter particular y concreto (arts. 69 a 74 del C.C.A.).”12 En cuanto a la no negociabilidad de las potestades públicas expresó igualmente la plurimencionada corporación: “Corolario del principio de no negociabilidad del ejercicio de las potestades públicas, es que al Estado no le es dable despojarse de sus competencias legales, renunciar a ellas, dejar de ejercerlas, ni negociarlas o transigir sobre la legalidad de los actos administrativos, sin menoscabar la soberanía del Estado, su autoridad, el orden público y el principio de legalidad. De aquí se estructura el principio según el cual en nuestro régimen de derecho es indisponible la legalidad de los actos administrativos. Ello no impide que se controvierta la validez del acto; pero si se busca controvertir judicialmente su concordancia con el orden jurídico, la ley ha dispuesto tanto para la propia administración como para los particulares los mecanismos procesales pertinentes, como son, entre otras, las acciones de simple nulidad y de nulidad y restablecimiento del derecho, ante una jurisdicción especializada, continua y permanente, como lo es la contencioso administrativa.”13 Este principio de no negociabilidad de la legalidad de los actos administrativos es consecuencia, en los términos del Consejo de Estado, del principio de no negociabilidad del ejercicio de las potestades públicas. Este principio, debe ser 12 13 Ibídem. Ibídem. examinado con cuidado, ya que en tratándose del arbitraje, el ejercicio de las potestades publicas no es un tema que se negocie en la cláusula arbitral; se trata de una potestad Constitucional, que consecuentemente lleva a las partes a poder dar competencia a un árbitro para conocer sobre cierto tema o asunto. Sobre este principio, el Consejo de Estado consideró igualmente: “Este principio permite deducir que, en un Estado de derecho, como el nuestro, no existen poderes implícitos ni competencias deducibles por analogía, circunstancias que desvirtúan su esencia; que el ejercicio de las potestades públicas conferido por el ordenamiento jurídico a determinada autoridad es indelegable e intransferible, salvo norma que lo autorice expresamente; y, finalmente, que las potestades públicas no son negociables ni transigibles, por cuanto constituyen manifestación directa de la naturaleza soberana del Estado. En su ejercicio, se encuentran comprometidos la tranquilidad, la seguridad y la salubridad públicas, que constituyen elementos integradores del orden público”.14 Esta afirmación realizada por el Consejo de Estado, a mi entender, resulta contradictoria si posteriormente se reconoce la existencia de los árbitros y la posibilidad de ejercer función jurisdiccional. Las afirmaciones hechas por la Honorable Institución, indican que la facultad de administrar justicia es improrrogable, y que sólo puede ser ejercida por el Estado. Como fundamento a esto, se vale de afirmar que los Árbitros no hacen parte de la Jurisdicción Contencioso Administrativa: “Es obvio que la acción contractual, de acuerdo con las reglas del Código Contencioso Administrativo, como lo pregona la exigencia legal, sólo se puede ejercer ante la jurisdicción contencioso administrativa, de acuerdo con las estrictas reglas de competencia que están previstas en los arts. 128, num. 6, 132, num. 5, 134B, num. 5 y 134D, lit. d) del mismo código. 14 Ibídem. Esta preceptiva, por lo demás, no resulta de un capricho legislativo, sino que es desarrollo indudable del precepto establecido en nuestra Constitución Política en el Artículo 238, a cuyo imperio la suspensión de los actos administrativos, en sede judicial, ha sido atribuida exclusivamente al juez administrativo. Es por esto que, el solo silencio de la ley 80 de 1993 en cuanto a las limitaciones de los árbitros, no permite concluir que los tribunales de arbitramento pueden ejercer dicha competencia. Y no se podría argumentar que los Tribunales de Arbitramento, para el evento del juzgamiento en materias atañederas a los contratos estatales, son jueces administrativos, porque tal jurisdicción está perfectamente delimitada por la ley 270 de 1996, estatutaria de la administración de justicia, que señala, con una precisión que aleja toda duda (arts. 34 a 42), los órganos que integran esta jurisdicción (Consejo de Estado, tribunales y jueces administrativos), entre los cuales no se encuentran los Tribunales de Arbitramento”.15 Es clara entonces la posición del Consejo de Estado al determinar la no inclusión de los árbitros dentro de la Jurisdicción Contenciosa, en un afán de limitar y excluir a toda costa a los árbitros del conocimiento de la legalidad de los actos administrativos. Esta sentencia entonces nos haría concluir, de forma totalmente errónea, que no puede el árbitro pronunciarse sobre los demás temas administrativos, por el hecho de que no hace parte de dicha jurisdicción. Sobre esta posición, considero que la negación del árbitro como verdadero juez de la República constituye un acto inconstitucional, más aun cuando los laudos dictados por los tribunales se hacen en nombre de la República de Colombia, y los miembros del tribunal están en la obligación de cumplir los mismo principios del juez, están sujetos a las mismas normas sobre recusación e impedimentos y más 15 Consejo de Estado, Sección Tercera, sentencia del 8 de junio de 2000, expediente 16.973. importante todavía, pueden ser sujetos activos de la conducta punible de prevaricato. De las decisiones judiciales, tampoco se puede entonces concluir cosa diferente de la que se concluyó en la ley, existen grandes límites a la función del árbitro, y sin lugar a dudas le está prohibido a los tribunales de arbitramento pronunciarse sobre la legalidad de los actos administrativos. Se trata entonces de una posición reiterada y similar a la que tiene otros países como España, Panamá o Perú, en la cual el tema de transigibilidad es la guía para determinar la competencia de los árbitros El objetivo principal de la investigación realizada, era identificar cuáles son los argumentos que dieron origen a la prohibición de los árbitros para conocer sobre la legalidad de los actos administrativos. Una vez identificada esta posición, es necesario hacer ciertas anotaciones en referencia a los postulados legales y jurisprudenciales del Consejo de Estado, iniciando por el tema de la transigibilidad En el Arbitraje no se transige la Legalidad del Acto Administrativo. Como ya expresé anteriormente, no es posible pensar en la transigibilidad de la legalidad del acto administrativo, ya que la voluntad de la administración esta revestida de la presunción de legalidad y esta presunción sólo puede romperse a través de las vías estipuladas para ello y con las causales expresas. En este orden de ideas, la revocatoria directa de los actos administrativos solo procede cuando se cumplen los supuestos de hecho consagrados en el Artículo 69 del Código Contencioso Administrativo. Esto reviste de seguridad al ordenamiento jurídico, y no le permite al funcionario actuar en mera liberalidad. Pareciera entonces que la ley fuera acertada al momento de prohibir el arbitraje en materia de legalidad de actos administrativos, porque estos no pueden ser transados. Pero nace una pregunta importante, que ya había planteado; ¿al pactarse una cláusula arbitral, se está negociando la legalidad de un acto administrativo? La respuesta es un no rotundo, porque ya vimos cuales son los efectos y las obligaciones que emanan de la cláusula arbitral, la constitución de un tribunal de arbitraje. Es entonces claro, que cuando el particular pacta un arbitraje con el Estado, únicamente está designando un juez para que dirima el conflicto; podríamos decir incluso que lo que está haciendo es todo lo contrario a transigir sobre la legalidad, está es determinando quien se va pronunciar, basándose en la normas legales ya que debe ser un arbitraje en derecho, sobre la legalidad del acto administrativo. En párrafos anteriores hice un pequeño ejercicio lógico en el que explicaba donde se encontraba la prohibición legal a los árbitros para conocer sobre la legalidad de los actos administrativos; considero que ese ejercicio es errado, ya que no puede ligarse el concepto de transigibilidad con el de cláusula compromisoria, ya que por más que ambos se traten de acuerdo de voluntades tiene características diferentes, tanto en la materia como en las obligaciones que se generan. La cláusula arbitral va dirigida expresamente a constituir un arbitraje y en ningún momento a poner a las partes de acuerdo en si es ilegal o no, o si se revoca o no el acto. Si esta última situación se presentara, inmediatamente y de forma tajante tendríamos que afirmar que no es posible pactar arbitraje sobre esa materia. Las Excepciones a la Norma General sobre Materia Arbitral. Constitucionalmente no existe un límite a la competencia arbitral o su materia, ya que expresamente el Artículo 116 dispuso que fuera la ley la que regulara el tema, estamos entonces frente a un tema casi político más que legal, ya que la promulgación hoy en día de una norma que permitiera el arbitraje en materia de legalidad de actos administrativos, no sería inconstitucional. La ley en su poder reglamentario otorgado por el la norma superior, puede establecer sin ningún problema excepciones a las reglas sin que estas sean inconstitucionales. Como norma general la transigibilidad es la medida de lo arbitrable, en este sentido todo lo no transigible no puede ser objeto de arbitraje; pero ya existen excepciones a esta regla, consagrada en el parágrafo del Artículo 118 del Decreto 1818 de 1998: “La cláusula compromisoria es autónoma con respecto de la existencia y la validez del contrato del cual forma parte. En consecuencia, podrán someterse al procedimiento arbitral los procesos en los cuales se debatan la existencia y la validez del contrato y la decisión del tribunal será conducente aunque el contrato sea nulo o inexistente.” (Subrayado fuera del texto) Nos encontramos pues frente a una clara excepción a la norma general expuesta por la ley, en cuanto únicamente es arbitrable lo transigible. Los temas de existencia y validez de un contrato es regidos expresamente por la ley, y las causales que conllevan a cada una de estas se aplican de la misma forma en la que se aplican las relativas a la revocatoria o nulidad de los actos administrativos. Se trata de una materia que debería estar negado su conocimiento a los árbitros, pero la ley ha determinado, en su amplio espectro de reglamentar el tema del arbitraje, que los jueces si tienen competencia para fallar sobre este tema, decretar la inexistencia o invalidez del contrato y que adicionalmente no se afecte la cláusula compromisoria. Encontramos pues una gran contradicción, ya que en algunos casos a los árbitros se les permite conocer de temas no transigibles y en otros, como es el caso de la legalidad de los actos administrativos no. El Consejo de Estado nos hace entonces olvidar esas sentencias en la que se presentan ataques feroces contra la figura del árbitro y el arbitraje en sí, aquellas en las que exponen el peligro que significa para el orden jurídico y constitucional la posibilidad de que sea una arbitro el que conozca de temas no transigibles, porque esa es la línea lógica que siguen; el acto administrativo no es transigible, por ende es in arbitrable. Pero ilógicamente, en otros casos permiten que un tema igual de trascendental, como lo es la validez o existencia del contrato, sea competencia de los árbitros. El Consejo de Estado, aporta una teoría que es muy beneficiosa a la figura arbitral, con el fin de resolver un problema técnico que se presenta cuando el contrato que contiene una cláusula compromisoria está viciada, pero al parecer, sin saberlo también estaban exponiendo una teoría que contradice los pronunciamientos que se citaron en el capitulo anterior de este escrito, aquellos en los que decían que los árbitros no son parte de la jurisdicción, que existen temas de gran importancia que no pueden dejarse en manos de particulares en los que indicaban que las potestades publicas conferidas por el ordenamiento jurídico son indelegables. Sobre las excepciones, encontramos un apoyo jurisprudencial producto del salvamento de voto de Ricardo Hoyos Duque a la sentencia del 8 de Junio de 2000 ya citada en este escrito, en esa oportunidad el Magistrado expuso: “En la Constitución anterior no existía ninguna norma que facultara en forma expresa a las partes para sustraer el conocimiento de sus controversias del juez natural y en su lugar, trasladarlo a los particulares. Por consiguiente, que durante la vigencia de la Constitución anterior el arbitramento fue una materia regulada en forma exclusiva por el legislador, quien acogió en un todo las limitaciones formuladas por la jurisprudencia tanto de la Corte Suprema de Justicia como del Consejo de Estado. La actual Carta Política regula de manera expresa el arbitramento en el inciso final del Artículo 116. Las únicas limitaciones constitucionales existentes en materia arbitral, son las que se desprenden de lo dispuesto en el inciso final del Artículo 116 de la Carta y que fueron precisadas por la Corte en la sentencia C-294 de 6 de julio de 1995. En relación con el alcance del arbitramento en los contratos estatales, la ley 80 de 1993 se abstuvo en forma expresa de establecer algún tipo de restricción y por el contrario, a diferencia de lo que sucedía en los anteriores estatutos contractuales, amplió notablemente su campo de aplicación. En efecto, el Artículo 70 del Estatuto General de Contratación de la Administración Pública señala que en los contratos estatales podrá incluirse la cláusula compromisoria a fin de someter a la decisión de árbitros las distintas diferencias que puedan surgir por razón de la celebración del contrato y de su ejecución o desarrollo, terminación o liquidación. Por consiguiente, la competencia del juez arbitral es plena y no podría ser de otra forma, si se tiene en cuenta que su función es impartir justicia de la misma manera que lo hacen los órganos investidos de esa autoridad, es decir, que se está en presencia de un equivalente jurisdiccional frente al cual no existe ninguna razón constitucional para imponerle limitaciones a su función”. (Subrayado Fuera del Texto) Este salvamento de votos, demuestra de forma clara la exposición que intento hacer, en cuanto a la posibilidad de cambio en la legislación sobre arbitraje. Ya que Constitucionalmente los limites no existen a la figura, y todo se encuentra en manos de la ley que tiene el mandato de regulación. El Árbitro como verdadero Juez. La figura del arbitraje tiene como eje principal a la persona encargada de dirimir el conflicto, la figura del Árbitro. Se trata, como ya dijimos anteriormente, de un particular que desempeña la función del juez habilitado por las partes, gracias a la habilitación que la Constitución en su Artículo 116 le ha conferido. La función que cumple el árbitro, en tratándose de arbitrajes en derecho que son los que nos incumben, es la de dirimir un conflicto entre la parte que convoca al tribunal y el convocado, emitir un fallo acorde a las normas legal que tiene los mismos efectos de una sentencia judicial. Se trata entonces de un verdadero juez, un particular que al momento de posesionarse como árbitro empieza a cumplir funciones públicas, y es considerado efectivamente como un funcionario público, al cual se le aplica en la misma forma que a los jueces, las normas de procedimiento, recusación, impedimentos y comportamiento. No se trata entonces de una cosa diferente a un juez, que emitirá un fallo en nombre de la República de Colombia. Me permito en este punto citar el salvamento de votos del Magistrado Hoyos Duque a la sentencia proferida por el Magistrado Alier Eduardo Hernández Enríquez del ocho (8) de Junio de 2000, en la que se expone la teoría de la no pertenencia del árbitro a la jurisdicción contenciosa administrativa: “De ahí que la afirmación que se hace en el punto 5.1 de la sentencia de la cual me separo de que “el juez arbitral no pertenece a la jurisdicción contencioso administrativa” sea inexacta, porque si bien los árbitros por la naturaleza transitoria de su función no se encuentran incorporados a la jurisdicción, cuando actúan no hacen otra cosa que suplir la actividad del juez que en principio estaba llamado a dirimir la controversia y por consiguiente, se sitúan en el mismo plano de éste. Esa es la razón por la cual sus decisiones cuando se refieren a las materias que son propias de la competencia del juez administrativo, son susceptibles del recurso extraordinario de anulación (Artículo 72 ley 80 de 1993) ante el Consejo de Estado, como tribunal supremo de lo contencioso administrativo que es (Artículo 237 ordinal 1º. Constitución Política).” La transitoriedad del árbitro, no es otra cosa, que la respuesta a la naturaleza de la figura. Ya que la persona natural que hace parte de una lista de árbitros, solo es considerado como tal en el proceso mismo, y una vez emite su fallo deja de tener tal naturaleza, pero esto no es óbice para argumentar que no son jueces o que no hacen parte de jurisdicción contenciosa o la ordinaria. No es entonces una casualidad, que sea el Consejo de Estado como órgano de cierre de la Jurisdicción Contenciosa Administrativa, la que conozca del recurso extraordinario de anulación. Simplemente se trata del orden lógico y/o jerárquico que tiene el organigrama de la justicia. Bien podría existir un órgano independiente, externo a la rama judicial que se encargara del recurso, como ocurre en países como Nueva Zelanda, en la que el “Arbitrators and Mediators Institute of New Zeland”, cuenta con cuerpo especial de apelación, que como su nombre lo indica conoce de los recursos de apelación que se proponente contra los laudos de esta entidad. Sin lugar a dudas, en Colombia no es posible apelar ante otro tribunal un laudo, debe ser el Consejo de Estado el encargado de dirimir en cierre el asunto, y mediante el recurso extraordinario de anulación, de esta manera efectivamente se mantiene el orden jurídico. Necesariamente debe existir un cambio de mentalidad en cuanto a la figura del árbitro y de los tribunales de arbitramento, porque sin importar que existan sentencias de la Corte Constitucional y del propio Consejo de Estado que le den el carácter de juez, existe una cierta resistencia a esta realidad. La llamo realidad, porque el árbitro sin importar que se le limite en la ley y la jurisprudencia, o se diga que constituye un peligro para el sistema judicial, cada día son más los arbitrajes que se convocan y cada día el particular se da cuenta de la efectividad en la tutela de su derecho. El árbitro actúa en nombre del Estado y sus fallos son emitidos en nombre de la República de Colombia, por ende, no podemos entender esta figura como otra cosa diferente a un juez, con ciertas características diferentes, pero en fin juez. Sin lugar a dudas, las decisiones del Consejo de Estado están revestidas más de elementos políticos que jurídicos, tanto así, que se generan contradicciones en los argumentos, existiendo un único perjudicado, el particular que ve frustrado su intensión de llevar a un tribunal de arbitraje ciertos asuntos, que sin lugar a dudas en muchos casos son resueltos con más rapidez y mayor exactitud jurídica, debido a la especialidad concreta que tiene el árbitro. Necesidad de un Cambio de Mentalidad. La conclusión que podemos extraer de las decisiones del Consejo de Estado, más allá del aspecto jurídico, es la mentalidad reservada y temerosa ante la figura del árbitro y los tribunales arbitrales. Por ende, la posibilidad de un cambio en la legislación y la línea jurisprudencial de los organismos de cierre de la Jurisdicción colombiana exige un cambio en esa mentalidad. La concepción del árbitro y los tribunales arbitrales como verdaderos jueces, debe ser el punto de partida para lograr la confianza que necesita la figura en el país. Esta confianza en gran parte ya ha sido asimilada por los comerciantes y sin lugar a dudas, por gran parte de los funcionarios públicos, los cuales en la gran mayoría de los contratos pactan las cláusulas arbitrales. Reconociendo los grandes beneficios en cuanto a seguridad jurídica y agilidad que se hacen notar en el arbitraje. La especialidad de los jueces y la seguridad de que se cumpla el principio de dirección del proceso por parte del juez aumentan, toda vez que el juez solo está facultado para trabajar en el caso especifico, no como ocurre con los jueces comunes, los cuales tienen un exceso de procesos que no le permiten ser tan exactos como el usuario desea. En este sentido, las funciones del árbitro garantizan un acceso a la justicia rápido y con resultados más certeros en el reconocimiento del derecho. De esta situación se desprende un pensamiento generalizado en el sector público, según el cual, a la administración siempre le va mal en los arbitrajes. Pensamiento que no tiene un sustento jurídico ni lógico, ya que como dijimos anteriormente, los fallos de los jueces y los árbitros está fundado en los mismos argumentos y leyes, por lo tanto a la administración no es que le vaya bien o mal en los arbitrajes, únicamente ve los efectos de la demanda en tiempos mucho más cortos. Por ejemplo; un acto ilegal proferido por una autoridad administrativa, debe ser revocado por un juez o por un árbitro, ya que las causales son expresas. La diferencia entonces, y ahí radica principalmente el pensamiento de la administración al cual me refiero, entre el arbitraje y la demanda ante los jueces contenciosos, es que en el arbitraje, el funcionario que emitió el acto deberá inmediatamente sufrir las consecuencias del fallo, a contrario del proceso ante los jueces tradicionales, que sólo será resuelto muchos años después y la orden de la sentencia será cumplida por otro funcionario diferente, que nada tuvo que ver con el asunto. La justicia es un tema sensible para la sociedad y el Estado en sí, más aun cuando se trata de un Estado Social de Derecho, en el cual los derechos fundamentales de los ciudadanos tienen gran relevancia; la rapidez y eficacia deben ser los elementos esenciales de los mecanismos de defensa de los derechos, por esta razón, no comparto la idea de una legislación y un sistema Jurídico que recorta facultades a personas que constitucionalmente se les ha otorgado la función de jueces, que pueden de forma efectiva brindar esa rapidez y seguridad que el particular y la propia administración buscan en el tema de la justicia. CARLOS ANDRES MENDOZA PUCCINI Universidad del Norte Ensayo Basado en la Tesis “COMPETENCIA DE LOS TRIBUNALES DE ARBITRAMENTO PARA CONOCER SOBRE LA LEGALIDAD DE LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS DE CARÁCTER PARTICULAR EN LA ACTIVIDAD CONTRACTUAL ESTATAL”. Director: Carlos Ernesto Quiñones Gomez. REFERENCIAS BIBLIORAFICAS FERNÁNDEZ DE BUJÁN, Antonio. 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