Conferencia General Abril 1983 EL ENCONTRAR LA PROPIA IDENTIDAD Por el Obispo Victor L. Brown Obispo Presidente "La autoestima se logra únicamente por medio del conocimiento de los mandamientos y la obediencia a los mismos." El otro día recibí una carta de un amigo mío, un joven doctor italiano que se especializa en cirugía toráxica. Le conocí en Milán hace aproximadamente dos años, pocos meses después que se convirtió a la Iglesia. Es un joven bueno, maravilloso y de buena reputación, la clase de hijo que haría orgulloso a todo padre. Vivía bien y no creía tener necesidad alguna hasta que encontró el Evangelio de Jesucristo. Quisiera compartir algunos de los pensamientos que expresó en su carta y que tienen que ver consigo mismo: "Sin esos dos élderes mi vida podría haber sido feliz y llena de satisfacción, pero sin los beneficios del amor, la fe, la verdad, el conocimiento, la libertad; todo aquello que viene de Dios, nuestro Padre Celestial, por medio de su Hijo Jesucristo. "Como hijo de Dios, estoy feliz de vivir sobre la tierra en esta época. Conociendo el plan de salvación y las grandes bendiciones que puedo recibir sobre mi cabeza (véase Proverbios 10:6), procuro hacer todo lo posible por cumplir totalmente con las asignaciones que mi Padre Celestial me dio antes de enviarme a la tierra. "Los sentimientos que embargan mi corazón son maravillosos ahora que mis padres se han unido a la Iglesia. Nuestras vidas han cambiado enormemente y nuestros corazones están dispuestos a hacer lo que nuestro Padre Celestial desea que hagamos." Este admirable joven ha llegado a conocer su propio yo, lo cual muchas personas, jóvenes y ancianas, anhelan. El encontrar la propia identidad puede ser una bendición maravillosa en la vida de todo ser humano. Todos podemos lograrlo si nos damos cuenta de que únicamente es posible por medio de la luz de la verdad o, como lo explicó el Salvador, por medio de la luz de la vida. En Juan 8:12 leemos "yo soy la luz del mundo; y el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." A medida que tratamos de comprender lo que significa tener la luz de la vida, la cual es la ayuda más esencial para descubrir nuestra identidad, debemos, por necesidad, saber quien es Jesús. Las sagradas Escrituras nos dicen que El es el Hijo de Dios, y se refieren a El como al Unigénito del Padre en la carne, nacido de María, El es nuestro Redentor y es por medio de El que podemos recibir el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Fue El quien, aunque condenado a morir, y aún mientras colgaba en la cruz perdonó a quienes lo ejecutaban. El es el mismo que se levantó de la tumba y con ese acto rompió los lazos de la muerte que sujetaban a toda la humanidad haciendo posible la resurrección. Este es el mismo Jesús que guía Su Conferencia General Abril 1983 Iglesia en estos postreros días, la cual lleva Su nombre, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Por medio de sus enseñanzas directas mientras estuvo sobre la tierra, y a través de la instrucción dada tanto a los profetas antiguos como a los modernos que encontramos en las sagradas Escrituras, el Salvador dejó a la humanidad suficientes enseñanzas como para que cada persona pueda comprenderse a sí misma y pueda encontrar su propia y verdadera identidad, lo cual se logra únicamente por medio del conocimiento de los mandamientos y la obediencia a los mismos. Una vez que se encuentra, los pensamientos "yo no valgo nada" o "no soy nadie" desaparecerán de nuestras vidas. La verdadera identidad a que me refiero es la relación entre la autoestima y la confianza en Dios, cuya búsqueda explican muy bien las palabras de George T. Boyd en un discurso que dio hace algunos años. "La lectura de las Escrituras permite al hombre ver la vida, no solamente desde el punto de vista humano sino, hasta cierto grado, desde el punto de vista de Dios. "Esta perspectiva satisface dos de las necesidades más importantes del hombre: la de sentir que tiene valor individual y la de saber que puede confiar en Dios. Cualquiera de éstas puede satisfacerse por sí sola, sin embargo, en ese caso es muy fácil que nuestra autoestima se convierta en egoísmo intolerable y vanidad, o que el depender de Dios se convierta en humildad malsana o en autodesprecio. "Leyendo las Escrituras el hombre se da cuenta de que pertenece a un todo, del cual Dios es una parte. El pertenecer a ese todo le da un sentido del valor que tiene su propia alma, pero viéndose con relación a Dios se da cuenta de su dependencia total de El . . . Por lo tanto, el empleo constante y sincero de las Escrituras nutre la vida espiritual con una calma que disipa las dudas y las ansiedades que paralizan a la humanidad." En Salmos 8:4 se hace la pregunta: "¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?" E inmediatamente se da en forma hermosa y clara la respuesta: "Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. "Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies" (Versículos 5-6). De manera que nos damos cuenta de que nuestro propósito es tener dominio sobre todas las demás creaciones de Dios y es por eso que se nos han dado características que son únicas de la raza humana, entre las cuales están: 1. Un conocimiento de nuestra propia personalidad y la habilidad; . .. esforzarnos por lograr nuestra autorealizacíón. 2. La habilidad de aumentar nuestro conocimiento y de darnos cuenta de la naturaleza de la humanidad y de las cosas que nos rodean. 3. El poder del razonamiento abstracto por medio del cual podemos comparar los hechos y determinar la relación entre ellos y su importancia en nuestras vidas. Conferencia General Abril 1983 4. La habilidad y el derecho de escoger. Este derecho es uno de los dones mayores que Dios nos ha dado. 5. La voluntad para superarnos y dominarnos. Por medio de este poder podemos controlar pensamientos, emociones, apetitos y pasiones. 6. El derecho de adorar a Dios y: pedirle que nos dé el poder para cumplir con nuestro destino. Con esta capacidad única y el énfasis del valor que las almas tienen a los ojos de Dios, surge también la posibilidad de confusión. Vivimos en un mundo materialista y algunos se confunden y tratan de buscar su identidad por medio de las riquezas o el reconocimiento de los hombres. El Salvador dice muy claramente en sus enseñanzas que no es posible encontrar la verdadera identidad de la que hablo por esos medios. En Lucas 18:18-25 leemos: "Un hombre principal le preguntó, t diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré ~ para heredar la vida eterna? "Jesús le dijo . . . los mandamientos sabes: No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre. "El dijo: todo esto lo he guardado desde mi juventud. "Jesús, oyendo esto, le dijo: Aun te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás w tesoro en el cielo, y ven, sígueme. "Entonces él, se puso muy triste ~ porque era muy rico. "Al ver Jesús que se había entristecido mucho le dijo: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino d Dios los que tienen riquezas! "Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios." No era el hecho de que el hombre fuese rico lo que no le permitía entrar en el reino de Dios sino que codiciaba sus riquezas y no estaba dispuesto a compartirlas con los pobres. En el evangelio según Lucas también encontramos otro ejemplo: "También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. "Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos? "Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros y los edificaré mayores y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. "Pero Dios le dijo: necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quien será? "Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios" (Lucas 12:16-21). Conferencia General Abril 1983 El contraste lo podemos ver en la historia de un presbítero de dieciséis años quien, al responder en una ocasión el teléfono, oyó la voz de un animador popular de una estación de radio local. El animador le hizo una pregunta al joven y cuando éste la respondió correctamente le informó que se había ganado un hermoso automóvil deportivo. Para un joven de esa edad, esto era el cumplimiento de un sueño. El obispo estaba preocupado de que dicho premio cambiara la actitud del muchacho y que tal vez pudiera hasta desviarlo de sus altos ideales. De manera que fue y le preguntó al joven cuáles eran sus sentimientos al respecto. El obispo quedó asombrado cuando el joven le dijo que en lugar de aceptar el automóvil pediría que se le diera el premio en efectivo; y añadió, "ahora ya tengo el dinero necesario para mi misión". ¡Qué ejemplo tan maravilloso del equilibrio que debe existir entre la riqueza o la fama y los valores cristianos! Conozco a otro joven que luchó para lograr este equilibrio. Se había destacado mucho en los deportes ya que a la edad de trece años comenzó a participar en competencias de natación y practicaba más de treinta horas por semana. Llegó a ser campeón nacional y ganador de una medalla de bronce en los juegos olímpicos de 1968. Por tres años fue uno de los deportistas universitarios más destacados a nivel nacional. Después de graduarse, continuó su carrera de medicina, en la cual también se destacó. Durante todo este tiempo, había dejado a un lado toda asociación espiritual y se sentía indiferente hacia las personas menos afortunadas o con menos talentos que él. A la vez, trataba desesperadamente de sentir que realmente tenía valor como persona. Estas son sus palabras: "Me decía a mí mismo, ‘eres todo un campeón; eres inteligente, llegarás a ser médico y tendrás una buena vida'. Esto me lo decía mientras contemplaba la idea de suicidarme. Estaba lleno de un falso y vano orgullo". Afortunadamente, durante su último año en la facultad de medicina, fue a vivir con un médico rural que comprendía las dificultades por las que estaba pasando. Fue con la ayuda de este médico mayor que empezó el joven a leer las Escrituras. Al principio lo hizo con arrogancia, confiando en que, intelectualmente, podría entender todo lo que leía, pero comprobó que estaba equivocado. Nuevamente, estas son sus propias palabras: "Iba por la mitad del libro de Génesis y era muy poco lo que estaba aprendiendo, cuando me dije a mí mismo, 'deben de haber capítulos escritos de una forma más fácil de comprender'. Empecé a leer Números y me di cuenta de que comprendía aún menos". Por fin, empezó a estudiar las Escrituras con el debido espíritu, con el deseo de aprender y sentir. Poco a poco, a medida que oraba y estudiaba, comenzó a darse cuenta de que era hijo de un Padre Celestial amoroso, por lo que su potencial como individuo era extraordinario. Aceptó el consejo del Salvador de que edifiquemos nuestra vida sobre cimientos de roca: "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. "Descendió lluvia y vinieron ríos, y soplaron vientos y golpearon contra aquella casa y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Conferencia General Abril 1983 "Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina." (Mateo 7:24-27) Mis queridos hermanos y hermanas, espero que podamos aceptar siempre la invitación que el Salvador nos hace de edificar sobre la roca y no sobre la arena, y a andar mientras tenemos luz para que no nos sorprendan las tinieblas, "Porque el que anda en tinieblas, no sabe a donde va. "Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz . . ." (Juan 12:35-36) Les doy mi testimonio de que sólo podemos encontrar la identidad individual y la felicidad como hijos de la luz, poseyendo la luz de la vida que solo se encuentra al seguir las enseñanzas de Jesús de Nazaret, porque fue El quien dijo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas." (Juan 8:12.) En el nombre de Jesucristo. Amén.