INTERÉS LEGÍTIMO Lic. Rogelio Alberto Montoya Rodríguez. Con el propósito de desarrollar el presente trabajo, resultó pertinente dilucidar en primer término la connotación que tiene el concepto interés legitimo y, para ello, es conveniente ubicar la diversa adjetivación del sustantivo interés. El interés, define A.J. Porras Nadales en su artículo “Derechos e intereses. Problemas de tercera generación”, publicado en la Revista del Centro de Estudios Constitucionales, núm. 10, Madrid, 1991, pág. 222, es una noción prejurídica, poco precisa que, según lo indica el Diccionario de la Lengua Española, connota, en esencia, una inclinación del ánimo hacia algo que se considera importante. De lo anterior se deduce que el concepto de interés revela una relación entre un sujeto y un objeto con la que se pretende obtener un beneficio o evitar algún perjuicio. Esta noción prejurídica de dicho concepto está estrechamente vinculada con dos de los fines más importantes del derecho: la protección de los intereses que sirven para satisfacer las necesidades fundamentales de todos los miembros de la comunidad y la eliminación del uso de la fuerza en la resolución de los conflictos de intereses a través del establecimiento de mecanismos y procedimientos adecuados. La liga que de manera normal se produce entre unos intereses y otros, que puede ser desde la indiferencia hasta el conflicto, requiere de armonía y de prevalencias entre ellos, y de mecanismos que resuelvan los conflictos que se susciten por su causa. Es tarea del derecho reconocer, delimitar y proteger los intereses reconocidos por el orden jurídico y diseñar los mecanismos y procedimientos a través de los cuales se señale qué intereses deben satisfacerse con prioridad a otros y qué relación valorativa de utilidad entre un sujeto y un objeto debe reconocer el ordenamiento. Las normas jurídicas constituyen la regulación objetiva con la cual se resuelven los conflictos de intereses sin el uso de la fuerza. De esta manera, al ser acogida por el derecho, la concepción de interés se define como una situación jurídico-subjetiva, en la cual se atiende de modo primordial la posición del sujeto que realiza la valoración implícita en el mencionado concepto respecto al objeto de éste reconocido por la norma jurídica. El interés así concebido será un interés jurídicamente protegido, un interés jurídico. En el fondo, según afirma Lorenzo-Mateo Bujosa Vadell en La protección jurisdiccional de los intereses de grupo. José Ma. Bosch editor, Barcelona, 1995, pag. 27, el interés es la conexión de utilidad entre sujeto y bien. Por consiguiente, puede entenderse que el interés jurídico representa la satisfacción particular de una necesidad reconocida con carácter general por la norma. De tal manera, la locución interés jurídico adquiere, bajo esa connotación, dos acepciones fundamentales: por una parte, ser una pretensión reconocida por el ordenamiento y, por la otra, ser una pretensión que intenta tutelar un derecho subjetivo mediante el ejercicio de la acción jurisdiccional. En ese orden de ideas, es claro que la tutela de algunos intereses tendrá prevalencia sobre otros para solventar los conflictos de intereses que se susciten entre los individuos y los grupos. La tarea del orden jurídico será básicamente, reconocer, delimitar y proteger con eficacia los intereses reconocidos por el orden jurídico. La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha identificado el interés jurídico a través de sus criterios, con el derecho subjetivo; empero, la comisión que tuvo a su cargo la creación del proyecto de la nueva Ley de Amparo consideró que ese concepto en la actualidad resulta muy limitado debido a que deja innumerables actos de autoridad fuera de control jurisdiccional y, por ello, frente a los retos del derecho moderno y de una sociedad más dinámica resulta inadmisible. En las situaciones subjetivas de poder se presentan diversos grados de perfeccionamiento. En primer lugar, están las situaciones que derivan de una protección directa de la norma; en segundo, la protección puede no ser directa y en tal caso nos encontramos con una definición en el campo del derecho: la figura del interés legítimo. 2 Aun cuando fuera factible pensar que esta figura resulta novedosa, el interés jurídico, tal como se entiende en e presente, no es algo consustancial al juicio de amparo. Al examinar la actuación de la Suprema Corte en el siglo XIX, a través del análisis de la primera época del Semanario Judicial de la Federación, se encuentran varios precedentes en los cuales la Corte acepta la procedencia del juicio de amparo en asuntos promovidos no sólo en defensa de intereses jurídicos como hoy se entienden, sino en protección de intereses urbanísticos, estéticos e incluso de comodidad. Se asevera que con la llegada de Vallarta a la Corte el amparo comenzó a adquirir su complejidad técnica y, entre otras cosas, inició la noción del interés jurídico identificado como un derecho subjetivo. Existen normas jurídicas (que no han sido inmediatamente dictadas para la tutela de intereses individuales) cuya violación no representa en forma simultánea la violación de un derecho subjetivo. Del examen de las normas que constituyen el derecho administrativo emana la existencia de dos clases de normas distintas: unas, que han sido dictadas precisamente para garantizar, frente a la actividad administrativa, situaciones jurídicas individuales, y otras que no han sido dictadas con esta finalidad, sino de modo fundamental para garantizar una utilidad pública. Guicciardi denomina a las primeras, normas de relación y, a las segundas, normas de acción. Puede haber administrados para los que la observancia o no de las normas de acción por parte de la administración pública “resulte ventaja o desventaja de modo particular respecto a los demás”. Esto puede ocurrir por dos razones. En primer lugar, puede ser resultado de la particular posición de hecho en que uno o algunos ciudadanos se encuentren, que los hace más sensibles que a otros frente a determinado acto administrativo. En segundo término, puede ser resultado de que ciertos particulares sean los destinatarios del acto administrativo que se discute. De esto resulta que ciertos administrados pueden tener un interés cualificado respecto a la legalidad de determinados actos administrativos. En cuanto a que estos intereses legítimos tienen relevancia jurídica hay acuerdo doctrinal. Por tanto, la tutela de los mismos es de suma importancia para el orden jurídico debido a que el adecuado funcionamiento del ordenamiento jurídico radica en el grado de eficacia que las normas que lo integran tengan en él. 3 Puede concluirse de lo anterior que existe interés legítimo, de manera concreta en derecho constitucional y administrativo, cuando determinada conducta administrativa es susceptible de causar un perjuicio o generar un beneficio en la situación fáctica del interesado, tutelada por el derecho, siendo así que éste no tiene un derecho subjetivo a impedir esa conducta o a imponer otra distinta, pero sí a exigir de la administración y a reclamar de los tribunales la observancia de las normas jurídicas cuya infracción pueda perjudicarle. En tal caso, el titular del interés está legitimado para intervenir en el procedimiento administrativo correspondiente y recurrir o actuar como parte en los procesos judiciales relacionados con el mismo, para defender esa situación de interés. El concepto de interés legítimo que en el derecho privado tiene diversas significaciones, adquiere, sin embargo, gran importancia en el derecho público. Su gradual reconocimiento y la ampliación de su esfera material constituyen uno de los testimonios más relevantes de la fuerza expansiva del Estado de Derecho. Hace poco más de dos siglos sólo eran jurídicamente oponibles frente al poder unos cuantos derechos patrimoniales. El constitucionalismo liberal dio un paso decisivo al generalizar la protección de los derechos que las leyes reconocen a los ciudadanos, también frente a la administración, de donde se deduce la categoría de los derechos públicos subjetivos. La actuación administrativa, aun cuando no esté obligada a atender a específicos derechos subjetivos, es susceptible de causar perjuicios o privar de beneficios a terceros. Por supuesto, al ser inexistente no podía exigirse la titularidad de un derecho subjetivo afectado, por lo que se exigió un interés legítimo y personal en el proceso, es decir, una relación directa entre la situación fáctica del recurrente (siempre que no fuera contraria a derecho) y el objeto de la impugnación. De esta manera se facilitaba un medio de protección de los intereses individuales y, al mismo tiempo, una vía accionada por aquéllos para la defensa de la legalidad objetivo. La titularidad de un interés legítimo sólo validaba para reclamar la anulación del acto administrativo lesivo del mismo, pero no el reconocimiento y la protección de situaciones jurídicas 4 individuales, pretensión reservada a los titulares de derechos públicos subjetivos. Se concibió el interés legítimo desde una óptica predominantemente procesal, considerándose que, más que una situación jurídica individual protegida per se, consiste en una situación de hecho reflejo del ordenamiento objetivo o que coincide con las prescripciones del ordenamiento objetivo. Las tesis sustancialistas destacan que el interés legítimo es una situación jurídica individualizada protegida por el derecho, aunque carezca de la estructura del derecho subjetivo típico, que siempre es correlativo de una obligación. En cambio, el interés legítimo sería una especie de derecho debilitado y su correlativo un deber genérico de evitar toda actuación ilegal que pueda perjudicarlo. Una parte importante de la doctrina considera que el interés legítimo en realidad es un tipo especial de derecho subjetivo, de naturaleza reaccional, cuyo objeto es precisamente la facultad de su titular para “reaccionar” u oponerse a las actuaciones que lo lesionen, y solicitar tanto la anulación de los actos ilegales que le causen perjuicio como el reconocimiento y restablecimiento, en su caso, de esa situación jurídica individualizada. En consecuencia, se dota al interés legítimo del mismo régimen procesal contencioso-administrativo que al derecho subjetivo típico. Sin embargo, Conviene distinguir, entre el aspecto sustancial del interés legítimo y sus consecuencias procesales. Desde un enfoque inicial constituye una situación fáctica protegida por el ordenamiento, que consiste en el derecho, por genérico que sea, a no sufrir un perjuicio o ser privado de un beneficio en forma ilegal. Esta situación puede ser individual, pero también de grupo o colectiva. El interés legítimo afectado de manera específica o cualificada confiere a su titular un derecho de reacción para impugnar ese acto, al igual que le confiere, en los términos que la ley establece, un derecho de intervención en los procedimientos administrativos que le afectan y, si se funda en una situación jurídica individualizada, la facultad de exigir, en vía administrativa y procesal, su reconocimiento y su respeto o restablecimiento. Por ello, se debe expresar que, entendido como pretensión que intenta tutelar un derecho subjetivo mediante el ejercicio de la acción jurisdiccional, el interés legitimo, como se indicó con anterioridad, ha sido reconocido en la jurisprudencia del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de 5 la Nación, tan sólo equiparándolo con el concepto de interés jurídico definido como derecho subjetivo. Así se señala en la tesis cuyos datos de publicación, rubro y texto son los siguientes: Séptima Época Instancia: Pleno Fuente: Semanario Judicial de la Federación Tomo: 37 Primera Parte Página: 25 INTERÉS JURÍDICO. INTERÉS SIMPLE Y MERA FACULTAD. CUANDO EXISTEN. El interés jurídico, reputado como un derecho reconocido por la ley, no es sino lo que la doctrina jurídica conoce con el nombre de derecho subjetivo, es decir, como facultad o potestad de exigencia, cuya institución consigna la norma objetiva del derecho. En otras palabras, el derecho subjetivo supone la conjunción en esencia de dos elementos inseparables, a saber: una facultad de exigir y una obligación correlativa traducida en el deber jurídico de cumplir dicha exigencia, y cuyo sujeto, desde el punto de vista de su índole, sirve de criterio de clasificación de los derechos subjetivos en privados (cuando el obligado sea un particular) y en públicos (en caso de que la mencionada obligación se impute a cualquier órgano del Estado). Por tanto, no existe derecho subjetivo ni por lo mismo interés jurídico, cuando la persona tiene sólo una mera facultad o potestad que se da cuando el orden jurídico objetivo solamente concede o regula una mera actuación particular, sin que ésta tenga la capacidad, otorgada por dicha orden, para imponerse coercitivamente a otro sujeto, es decir, cuando no haya un "poder de exigencia imperativa"; tampoco existe un derecho subjetivo ni por consiguiente interés jurídico, cuando el gobernado cuenta con un interés simple, lo que sucede cuando la norma jurídica objetiva no establezca en favor de persona alguna ninguna facultad de exigir, sino que consigne solamente una situación cualquiera que pueda aprovechar algún sujeto, o ser benéfica para éste, pero cuya observancia no puede ser reclamada por el favorecido o beneficiado, en vista de 6 que el ordenamiento jurídico que establezca dicha situación no le otorgue facultad para obtener coactivamente su respeto. Tal sucede, por ejemplo, con las leyes o reglamentos administrativos que prohíben o regulan una actividad genérica, o que consagran una determinada situación abstracta en beneficio de la colectividad. Si el estatuto legal o reglamentario es contravenido por algún sujeto, porque su situación particular discrepa o no se ajusta a sus disposiciones, ninguno de los particulares que obtenga de aquél un beneficio o derive una protección que pueda hacer valer tal discrepancia o dicho desajuste por modo coactivo, a no ser que el poder de exigencia a la situación legal o reglamentaria se le conceda por el ordenamiento de que se trate. Por tanto, si cualquiera autoridad del Estado determina el nacimiento de una situación concreta, que sea contraria a la primera, desempeñando un acto opuesto o no acorde con la ley o el reglamento respectivo, es a esa misma autoridad o a su superior jerárquico a los que incumbe poner fin a dicha contrariedad o discordancia, revocando o nulificando, en su caso, el acto que las haya originado, pues el particular sólo puede obtener su revocación o invalidación cuando la ley o el reglamento de que se trate le concedan "el poder de exigencia" correspondiente. Amparo en revisión 2747/69. Alejandro Guajardo y otros (acumulados). 18 de enero de 1972. Unanimidad de diecinueve votos. Ponente: Abel Huitrón. Como puede verse, el máximo tribunal del país diferenció algunas adjetivaciones del interés jurídico y precisó su naturaleza y alcances. De igual modo, la jurisprudencia sustentada por ese alto tribunal en relación con el interés jurídico se elaboró, básicamente, en relación con la legitimación procesal con que se cuenta en el juicio de amparo. Así se puede observar en la génesis jurisprudencial de temas como el interés jurídico y el agravio personal y directo. De esta manera, la doctrina amplía la noción de legitimación, como concepto procesal, de conformidad con el concepto de legalidad desarrollado en la jurisprudencia de este tribunal, es decir, como una legalidad que privilegia la defensa de los derechos y las libertades individuales 7 sobre cualquier otra cuestión que pudiera apreciarse en las controversias que resuelve. Una concepción de legalidad que no considerara lo anterior sería insatisfactoria en una sociedad en que las necesidades comunitarias cada vez son más importantes y en que los derechos de las comunidades, determinadas en la Constitución como medio de organización del Estado (en este caso los municipios), deben prevalecer. La administración ha extendido su campo de acción a espacios que antes eran privativos del individuo. Como contrapartida a esta invasión de los poderes públicos, que en algunas ocasiones van en detrimento de los derechos individuales, la legitimación debe ampliarse para poder recurrir los actos de las autoridades y ampliar el acceso y los medios de control de la justicia constitucional. La noción de interés directo, tal como había sido definida por la jurisprudencia, exigía una relación entre el acto o disposición recurrida y el sujeto que los impugnaba, de manera que la actividad administrativa debía afectar de forma particular la esfera de derechos del administrado. Esta protección, que sólo se extendía a lo individual, dejaba fuera de la fiscalización jurisdiccional actividades administrativas ilegales que no afectaban la esfera particular del gobernado, al sólo proteger derechos e intereses directos y personales, y descuidaba la protección de otros muchos intereses. Consecuencia de la anterior regulación es la aparición de legitimaciones excepcionales en determinados sectores del ordenamiento jurídico. Por tanto, la primera cuestión a resolver es si resulta o no compatible la exigencia del requisito procesal de la legitimación con el derecho consagrado en el artículo 17 de la Constitución, que garantiza el derecho a la jurisdicción al señalar: Toda persona tiene derecho a que se la administre justicia por tribunales que estarán expeditos para impartirla en los plazos y términos que fijen las leyes, emitiendo sus resoluciones de manera pronta, completa e imparcial. El derecho a obtener la tutela efectiva de jueces y tribunales no significa, de manera necesaria que el juez deba pronunciarse sobre el fondo de la cuestión debatida, ya que éste no es un derecho incondicional, pues en los términos expresados en la Constitución no puede interpretarse como un 8 derecho incondicional a la prestación jurisdiccional, sino como un verdadero derecho a obtenerla siempre que se ejerza por las vías procesales legalmente establecidas, esto es, sólo si concurren los requisitos objetivos, subjetivos y de actitud determinados por las leyes. Ahora bien, en la actualidad no existe un control jurisdiccional de los actos que afectan intereses difusos o colectivos, pero tampoco de los actos de autoridad que afectan de manera económica y material a los particulares. Ante ese vacío legislativo, se ha propuesto en el proyecto de la Ley de Amparo la instauración del interés legítimo que tiene un importante desarrollo en la doctrina más moderna del derecho público contemporáneo y en la del derecho comparado. En el proyecto se establece que podrá promover el juicio de amparo quien tenga un interés legítimo, siempre que el acto reclamado viole las garantías o los derechos previstos en el artículo 1º. de la ley citada y con ello se afecte su esfera jurídica de manera personal y directa, y en virtud de su especial situación frente al orden jurídico. Los autores del proyecto sostienen que el interés legítimo consiste en una legitimación intermedia entre el interés legítimo y el interés simple que se ha desenvuelto de manera preferente en el derecho administrativo y parte de la base de que existen normas que imponen una conducta obligatoria de la administración, pero tal obligación no se corresponde con el derecho subjetivo de que sean titulares determinados particulares. Agregan que si se tratara de proteger un interés simple, cualquier persona podría exigir que se cumplieran esas normas por conducto de la acción popular, porque esa clase de interés no es el que se quiere proteger, además de que es posible que haya gobernados para quienes la observancia o no de ese tipo de normas de la administración pública resulte una ventaja o una desventaja de modo particular respecto a los demás, Además que lo anterior puede ocurrir por dos razones: en primer lugar puede ser resultado de la particular posición de hecho en que alguna persona se encuentre, que la hace más sensible que otras frente a determinado acto administrativo; en segundo, puede ser resultado de que ciertos particulares sean los destinatarios del acto administrativo que se discute. Ésa es la noción del interés legítimo, es decir, que ciertos gobernados puedan tener un interés cualificado respecto a la legalidad de 9 determinados actos administrativos. La posibilidad de acudir al amparo mediante el interés legítimo propicia enormes oportunidades de control de actos de la administración pública que hasta ahora sólo es factible proteger en algunos casos. En este orden de ideas, puede aseverarse que el interés jurídico no requiere de la afectación a un derecho subjetivo, aunque sí a la esfera jurídica entendida en sentido amplio. Asimismo, la referencia a “su especial situación frente al orden jurídico” tiene una connotación técnica. El interés legítimo puede ser requisito de procedibilidad de un procedimiento sólo por afectación directa o puede comprender el agravio derivado de una situación particular que tenga el quejoso en el orden jurídico. En esos casos, la afectación no es directa o inmediata, sino que deriva de la situación especial en el orden jurídico en que se encuentra el quejoso. El proyecto establece la procedencia del juicio de amparo en ambos supuestos: ante la afectación directa o frente al perjuicio derivado de la particular posición del quejoso. En consecuencia, puede concluirse que con el concepto abierto de interés legítimo lo que se busca es que los jueces, en cada caso concreto, decidan, a partir de ese concepto, si el acto de autoridad en realidad afecta la esfera de sus derechos y si genera un problema de inconstitucionalidad o no, puesto que no es posible definir a priori tal situación en la ley, sino que debe ser una creación jurisdiccional. Por último con lo expuesto, se ponen de manifiesto, en lo que concierne al interés legítimo, las bondades del proyecto de la nueva Ley de Amparo, ya que la inclusión de esta inédita figura jurídica en dicha ley permitirá que mayor número de personas físicas y morales acudan a solicitar la protección de la justicia federal con la total confianza de que el Poder Judicial de la Federación, en general, y los juzgadores, en particular, sabrán administrar esa justicia en los términos ordenados por el artículo 17 constitucional. 10