Figuras de la excitación: gratitud y piedad como

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Figuras de la excitación: gratitud y piedad como modalidades de relación con los
objetos internos
Resumen
En el presente trabajo, discutimos el origen de los sentimientos patológicos de gratitud
y piedad. Para esta discusión, lanzamos mano de la noción de objeto excitante, cuñada
por el psicoanalista escocés R. Fairbairn (1944). La experiencia de ansiar
desesperadamente por el objeto primordial sin poder encontrarlo somete el niño a
sentimientos muy intensos, que suplanta su capacidad de metabolizarlos. Delante del
contacto precoz y abrupto con esa excitación despertada por el objeto, el niño se ve
con la necesidad de crear recursos para defenderse. Con la intención de no estar tan a
merced de los caprichos de los objetos primordiales, el niño introyecta sus aspectos
excitantes. De ese modo, se instala en el si mismo del niño una criatura magnánima,
poderosa, que se vuelve el origen y el destino de toda la excitación. Así, podemos
afirmar que la constitución del objeto interno excitante acontece cuando el individuo
tomó contacto demasiado temprano con el tamaño de su dependencia en relación al
objeto primordial. En esa situación, él queda en condición de desprovisto y pasa a
ansiar por el contacto con un objeto que, desde su perspectiva infantil, es deslumbrante
y poderoso. Los sentimientos de gratitud y de piedad se caracterizan por el mecanismo
de tomar el otro como encarnación de una parte de si mismo. En el sentimiento de
gratitud, el otro se pone en el lugar de encarnación de creatura magnánima y poderosa
en cuanto el si mismo permanece en la condición infantil de pasividad y dependencia.
En el sentimiento de piedad, por otro lado, la situación se invierte. El si mismo se
vuelve una figura poderosa en cuanto aprisiona al otro en la condición de desprovista.
Los desdoblamientos de esa discusión sobre la relación entre partes del si mismo
traumatizadas y partes del si mismo identificadas con el objeto excitante nos permiten
tejer algunas consideraciones sobre el papel del analista y sobre las experiencias de
cuidado.
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Fairbairn fue un psicoanalista escocés que produjo a lo largo de las décadas de 1940 y
1950 una obra densa, innovadora y, en comparación con otros psicoanalistas de la
misma época, relativamente poco conocida. Nuestro interés en ese momento es usarlo
para iluminar la comprensión sobre el origen y el modo de funcionamiento de los
objetos internos malos, esas extrañas entidades descubiertas o creadas por el
psicoanálisis.
Para Fairbairn (1944), el niño precisa enfrentarse con las experiencias traumáticas que
necesariamente hacen parte del periodo de dependencia inicial en relación a la madre.
En otros términos, para él, el desencuentro primitivo con el objeto primordial es
inevitable. En la tentativa de lidiar con esos traumas y desencuentros, el niño introyecta
los aspectos herrados o faltantes de la madre, que se consolidan como objetos internos
malos. Con esto, esos aspectos se vuelven un cuerpo para siempre extraño e
insondable en el psiquismo, al mismo tiempo en que continúan siendo indispensables.
En términos más concretos, podríamos afirmar que los niños son obligados a engullir
los fallos y las faltas de los padres.
Para Fairbairn, los seres humanos salen del periodo de dependencia infantil
necesariamente despedazados. Aspectos herrados o faltantes de los objetos externos
son introyectados y pasan a existir como instancias psíquicas, partes del ego son
escindidas y ganan autonomía en relación al ego central. Las relaciones de devoción y
odio que las estancias psíquicas pasan a establecer entre ellas dan origen a los más
variados patrones de funcionamiento psicopatológico, de los cuales, por lo tanto, nadie
jamás consigue escapar.
De entre los pedazos de la personalidad que se constituyen después de la experiencia
de dependencia infantil, Fairbairn postula la existencia del objeto interno excitante. Es
esa noción de objeto interno excitante que nos permitirá discutir, más adelante, los
sentimientos de gratitud y de piedad, que son los focos del presente trabajo. Antes de
eso, haremos una breve discusión sobre el origen de esas criaturas fantásticas.
La experiencia de ansiar desesperadamente por el objeto primordial sin poder
encontrarlo somete al niño a sentimientos muy intensos, que suplantan su capacidad
de metabolizarlos. Frente al contacto precoz y abrupto con esa excitación despertada
por el objeto, el niño se ve con la necesidad de crear recursos para defenderse. Con la
intención de no estar tan a merced de los caprichos de los objetos primordiales, el niño
introyecta sus aspectos excitantes. De ese modo, se instala en si mismo del niño una
criatura magnánima, poderosa, que se vuelve el origen y el destino de toda la
excitación. Eso trae dos repercusiones importantes. Al atribuir el origen de la excitación
a un objeto interno, el niño se cierra, en alguna medida, para el contacto con el mundo
exterior. Es demasiado peligroso ansiar por un objeto que está ahí fuera. El niño teme
ser sometido nuevamente a sentimientos y excitaciones que, de tan intensos, se
vuelven dolorosos. Por otro lado, la existencia en el mundo interno del niño, de esa
figura poderosa, capaz de despertar excitaciones tan absolutas, ofusca el interés por
cualquier otro objeto. Ninguna relación puede ser tan intensa y excitante como la
relación del niño con un objeto primordial huidizo.
Intentando decir las cosas en otros términos, podríamos afirmar que la constitución del
objeto interno excitante se da cuando el individuo tomó contacto demasiado temprano
con el tamaño de su dependencia en relación al objeto primordial. En esa situación se
fija en la condición de desprovisto y pasa ansiar por el contacto con un objeto que,
desde su perspectiva infantil, es deslumbrante y poderoso.
Ahora que ya presentamos el origen de los objetos excitantes, decantémonos sobre
dos sentimientos muy comunes en la clínica y fuera de la misma: la gratitud y la piedad.
A mi ver, un sentimiento persistente de gratitud siempre comporta una dimensión
patológica. Eso porque ese sentimiento necesariamente se asienta en una percepción
infantil en relación a un objeto excitante idéntico a si mismo, congelado en su
magnánima bondad. La gratitud se honda en la cisión del ego y es característica de la
relación entre el objeto interno excitante (otro muy poderoso) y a parte do si mismo
desprovista de cualquier capacidad.
Que quede claro que, cuando nos referimos a gratitud, no estamos refiriéndonos a
capacidad madura de reconocer la importancia del otro para aquello que soy yo, pero sí
a un sentimiento de que yo soy el deudor de algo que yo nunca podré pagar. En este
caso, la gratitud sería una modalidad de excitación que no puede ser transformada. Se
trata de una relación con un objeto que aguza mi necesidad de ligarme a él pero que no
se ofrece para esa ligación.
La gratitud es un tema caro para Klein (1957). Para la autora, tener la capacidad de
sentir gratitud es estar apto a vivir y a fruir las buenas experiencias propiciadas por la
madre y por los otros objetos del mundo exterior. Como tal, sería una adquisición
importante en el proceso de maduración. Aparentemente, eso crea una oposición entre
lo que estamos afirmando sobre la gratitud y lo que la autora afirma. Entretanto, no es
de oposición de lo que se trata. Eso porque la autora crea un significado idiosincrático
para el término. Para Klein, no se trata propiamente de ser grato a alguien pero de un
sentimiento más difuso de confiar en la existencia de la bondad. Gratitud, para la
autora, es respeto a la sensación de que las condiciones básicas para la sobrevivencia
psíquica están garantizadas, lo que me permite fruir las buenas experiencias con los
objetos del mundo exterior. Esa posibilidad de fruir las buenas experiencias, por su vez,
refuerza todavía mas el sentimiento de gratitud. Entretanto, es necesario resaltar que
ese sentimiento no está dirigido a alguien pero es un sentimiento difuso.
Por otro lado, un objeto primordial que no puede ser suficientemente bueno se vuelve
una criatura interna a quien le soy grato. Tal objeto primordial no consiguió ofrecer la
posibilidad de volverlo un registro difuso.
En la clínica, cuando un paciente dice que es grato al analista y habla de sus
capacidades magnánimas, podemos desconfiar de que se trata de una situación en
que la devoción al analista substituye la posibilidad de establecer una relación con él.
Sobre objeto de devoción, el analista deja de existir como persona real. Se permanecer
identificado con ese objeto de devoción, el analista juega a favor de las resistencias de
ambos y de la no-relación. En ese caso, él se limita a usar la experiencia con el
paciente para entumecer su objeto excitante interno, abdica de su papel analítico y se
vuelve una entidad, un profeta, un visionario.
Entretanto, a pesar de no poder identificarse plenamente con ese lugar en que es
colocado, eso no significa que el analista pueda simplemente recusarlo. Las criaturas
fantásticas desempeñan un papel en la fisiología psíquica.
El analista, al encarnar el papel de criatura fantástica, confiere figurabilidad a
excitación. Al mismo tiempo, eso hace con que la criatura abandone el plano de la
magia pura y pase a apoyarse, aunque sea frágilmente, en la materia viva. Dejarse
encarnar la figura fantástica es prestarse para una relación transferencial consistente,
lo que puede ser el medio necesario para que ella pueda volverse difusa.
El objetivo del análisis es hacer con que los continentes para la excitación sean
múltiplos, pasibles de ser recreados o simplemente abandonados. Para eso, es preciso
que la excitación esté disponible para imantar los diversos objetos del mundo externo e
interno.
Si, en el sentimiento de gratitud, el otro es colocado en al lugar de objeto excitante, el
opuesto acontece en el sentimiento de piedad. En esa situación, el otro es colocado en
la condición de ser frágil y dependiente. Lo que la piedad y la gratitud tienen en común
el hecho de que se fundan en el retraimiento, en la imposibilidad de relacionarse con el
otro real.
Entretanto, en la discusión sobre la piedad, se vuelve necesario hacer una distinción.
Cuando yo coloco al otro en la condición de sujeto frágil y carente para poder
identificarme con el objeto excitante magnánimo, yo hago eso en nombre del total
inmovilismo. Por otro lado, el sentimiento de piedad también puede ser la tentativa de
usar el otro para dar figurabilidad a mis aspectos traumatizados. En ese caso, hay
empatía con el objeto de la pena1, yo consigo me identificar con el otro después de
proyectar sobre él mi parte traumatizada.
El tema de la piedad es importante para la discusión sobre la condición de ser madre y
padre y de colocarse en el lugar de cuidar de una figura frágil y dependiente, que es el
hijo. La capacidad de cuidar se honda en la posibilidad de identificarse con el objeto de
cuidados y, especialmente, en la identificación entre la parte del cuidador que ansía
infantilmente amar y ser amada y el niño.
El acto de cuidar, al dar figurabilidad para mi parte traumatizada, puede ser una
experiencia que contribuyó de modo muy importante para el proceso de maduración
personal. Cuidar de un niño significa rehacer mi relación con mis partes que
permanecieron infantiles. Esto acontece porque el niño se deja colocar en el lugar de
depositaria de mis contenidos internos y confiere a ellos figurabilidad. Al cuidar de un
niño, el adulto cuida de si mismo cuando niño. Por otro lado, es preciso considerar que
1
El uso del término empatía es irónico porque yo me vuelvo capaz de vivir el dolor del otro pero el otro es el
depositario de mi propio dolor.
el niño no se presta totalmente a ese papel. Así, el adulto también madura al ser
sorprendido por el hecho de que el niño no se deja adecuar plenamente a ese lugar de
depositaria. Con eso, él se ve compelido a abrirse para el contacto con ella como una
persona real.
El niño no espera pasivamente ser percibida como una persona real. Ella se impone
como tal. Fairbairn afirma que el niño precisa sentir que es amado como una persona
diferente de los padres y precisa sentir que su amor es aceptado. Para eso, es preciso
que haya espacio para que ella pueda se imponer como una persona real y para que
los padres estén dispuestos a madurar emocionalmente a partir de la relación con esa
persona real y eso no es nada simple.
Uno de los riegos es el de que los padres tengan la expectativa de congelar a los hijos
en lugar de depositarios de sus aspectos traumatizados para que puedan mantenerse
siempre en la condición de objetos excitantes infinitamente bondadosos. No solamente
ser grato al otro es una actitud patológica como esperar del otro gratitud también lo es.
Ambas son manifestaciones de la imposibilidad de relacionarse con el otro como
persona real.
Referencias bibliográficas
Fairbairn, R. (1944) Endopsychic structure considered in terms of object-relations. En:
Psychoanalytic studies of the personality. London: Tavistock, 1952.
Klein, M. (1957) Inveja e Gratidão. Obras Completas de Melanie Klein: Volume III Inveja e Gratidão e outros trabalhos. Rio de Janeiro: Imago, 1991.
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