ha sido tratada por los traductores del xx, y el disponer, para una

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ha sido tratada por los traductores del xx, y el disponer, para
una parte considerable, de traducciones al inglés y al español
resulta de gran ayuda para quienes tienen un conocimiento
limitado o nulo del nahuatl. Esperamos que otras fuentes
lleguen a compartir la buenaventura del cabildo tlaxcalteca.
José Luis de Rojas
Universidad Complutense de Madrid
El Colegio de Michoacán
S
Federico. San Agustín de Zacatecas. Vida, muerte
y resurrección de un monumento. Zacatecas, Sociedad
de Amigos de Zacatecas, A.C., 1986.
esco sse,
Pocas veces un autor, como en este caso el zacatecano Fede­
rico Sescosse, tiene la fortuna de encontrar para su libro un
subtítulo tan hecho a la medida: Vida, muerte y resurrección
de un monumento. Y aunque las espectativas generadas por
el mismo se cumplen solamente en parte, no disminuye sin
embargo el interés por la obra.
En efecto, de las 36 páginas efectivas del libro —donde
se distribuyen las importantísimas 64 fotografías—, 20 están
dedicadas al proceso denominado por Sescosse como “resu­
rrección”. A pesar de lo interesante de la metáfora, sobre todo
tratándose de un edificio religioso, preferimos hablar de res­
cate, restauración, conservación y refuncionalización de un
edificio que, a todas luces, estaba perdido para la sociedad
zacatecana y el patrimonio cultural mexicano.
La originalidad e importancia del tema —no todos los
días aparecen libros dedicados al rescate de nuestro patrimo­
nio— merece un análisis cuidadoso de los 9 capítulos en que
se divide la publicación auspiciada por la Sociedad de Ami­
gos de Zacatecas.
En el capítulo I Bárbaros vs. Barberini, el autor justifica
por una parte la destrucción del arte prehispánico ocurrida
en los siglos xvi y xvn, en el entendimiento de que a la raza
vencida se le estaban brindando “nuevas formas de civiliza­
ción y de arte infinitamente más altas y se le hacía partícipe
de todo el acervo de la cultura greco-latina-cristiana”. Sescos­
se se apoya en una cita del francés Luis Réau —donde éste
afirma que “el vandalismo no es excusable sino en la medida
en que reemplaza antiguos valores por otros, si no superiores,
al menos equivalentes”, para justifica la destrucción ocurri­
da durante los siglos coloniales. Opone a la religión prehispánica, cruenta y bárbara, la religión católica, incruenta y
civilizadora. Lo anacrónico del planteo, así como la cantidad
de literatura producida al respecto, nos disculpan de mayores
comentarios.
El primer capítulo se cierra con una cita de Manuel
Toussaint, donde éste señala que el deseo de borrar el recuer­
do de España; el acercamiento a Francia y la fundación de la
Academia en 1783, son los principales motivos del proceso de
destrucción en el siglo XIX: el arquitecto Manuel González
Galván calcula que de los 100 000 retablos existentes en
México, durante el periodo colonial, 60 000 fueron destruidos
durante este periodo.
Veamos qué agrega Sescosse a esta última observación,
en el capítulo II, titulado Tres insignes destructores de Zaca­
tecas?, encarnados en “el Gobierno Liberal, la Iglesia y el
Pueblo”. Con un fresco apasionamiento, que quizás recuerde
querellas mucho más recientes, Federico Sescosse señala
cuatro principales móviles de acción de los gobernantes libe­
rales: “sus intereses personales, bastardos e inconfesables;
(...) la fobia masónica anticatólica; (...) las razones de guerra
y (...) la fobia antiespañola”.
Por su parte, la Iglesia —según el autor— actúa por
medio de un clero irresponsable, malformado e ignorante,
causas todas ellas achacadas a las persecuciones sufridas
después de las Leyes de Reforma, con lo cual y como un
boomerang, la culpa vuelve a recaer en el gobierno liberal,
cuyas ideas también marcaron una huella funesta en el clero.
Como corolario y con una visión muy particular sobre la
construcción de las relaciones sociales y los procesos históri­
cos, Sescosse asegura que el pueblo, tercer responsable de la
situación, “dejaba hacer, dejaba pasar, muy en conformidad
con lo que las doctrinas en uso predicaban...”
El autor dedica el III capítulo a La historia del edificio.
Con un magnífico y profundo conocimiento de la bibliografía
zacatecana en general y del edificio y la orden agustina en
particular, ordena las noticias existentes sobre el tema. Sin
embargo, vale la pena detenernos en la cita del padre Bezani11a, autor de la Muralla zacatecana, quien señala que la orden
de San Agustín entró a Zacatecas en 1576, que “su convento
se hizo nuevo en 1613 y la suntuosa iglesia que hoy tiene
[1788] se bendijo el día 2 de junio del año de 1782”. A lo cual
comenta Sescosse: “me parece evidente que el padre Bezani11a, al mencionar el año de 1613, sólo puede referirse a la
fecha en que se comenzó el convento pues sus elementos
principales, como son las arquerías del patio y su fachada
original, provista de estípites, son evidentemente del siglo
x v i i i ” . Este siglo fue particularmente espléndido para Zaca­
tecas; entre 1707 y 1721 se erigió el Santuario de Guadalupe;
la actual Catedral se construyó entre 1730-1760, aunque fue
dedicada en 1752; entre 1746 y 1749 se levantó la actual
iglesia de Santo Domingo, que fuera del colegio jesuítico de
San Luis Gonzaga y que reemplazó a la que se había cons­
truido entre 1617-1625 y finalmente el Santuario de la Bufa
que se terminó en 1790, para hablar solamente de los ejem­
plos que pueden todavía disfrutarse en esa ciudad. Cabe por
lo tanto señalar la posibilidad de que esta iglesia de San
Agustín bendecida en 1782, reemplazara a la que se hizo en el
primer tercio del siglo x v i l Si el acucioso investigador de los
temas zacatecanos que es Federico Sescosse no lo menciona,
es porque no ha encontrado ninguna documentación que así
pueda comprobarlo. Sin embargo, creo que sería interesante
insistir sobre este punto, dada la discordancia de las fechas y
el auge constructivo señalados.
En el anecdótico capítulo IV, El descubrimiento, el
autor narra su primer encuentro con el edificio, ya completa­
mente deteriorado, entre los años de 1925 y 1928. Es necesa­
rio señalar que el material fotográfico con el que acompaña
su narración, es de primera categoría, como en toda la publi­
cación, convirtiéndolo en una apreciable fuente de conoci­
miento sobre el estado del edificio.
De La portada lateral, su análisis formal e iconográfico,
trata el capítulo V del libro que nos ocupa. Aquí Sescosse
afirma que esta portada lateral de San Agustín es del tipo
anástilo (no quiero tomar en cuenta sus consideraciones so­
bre pseudoanastilismo y anastilismo verdadero, por conside­
rarlas de escaso valor técnico). El término anástilo fue acu­
ñado por Francisco de la Maza para referirse a aquellas
estructuras carentes de apoyo —sin columnas—. En este
caso, es evidente la presencia de dos fuertes pilastras latera­
les, del tipo conocido como pilastras-nicho, por la presencia
de este último elemento y de algunos otros del repertorio
ornamental derivado claramente de los interestípites. Estas
pilastras-nicho, con un recurso típicamente barroco, se multi­
plican, generando una excepcional euritmia: la relación en­
tre estructura y ornamentación en la portada lateral de San
Agustín de Zacatecas la ubican entre las principales obras
del xvm novohispano.
La relación que Sescosse trata de establecer con la repre­
sentación de la gloria de la Catedral, así como con el relieve
guadalupano del templo franciscano o el de la Bufa, parecen
irremediablemente forzados: en el caso de los dos últimos
relieves, éstos se diferencian del fondo de una manera nítida,
mientras que en el caso de la Catedral, es prácticamente
imposible separarlo del abigarrado contexto que conforma
otra obra excepcional dentro del panorama plástico del país.
En el ámbito artístico encontramos a veces algunas obras
casi sin antecedentes, casi sin consecuencias: la originalidad
acrecienta su grandeza.
Los capítulos VI al IX están dedicados a describir con
minuciosidad el rescate y restauración de San Agustín que
comenzó en 1948 y que, con interrupciones, aún continúa, si
bien el edificio ya está en condiciones de ser utilizado. Y digo
que continúa, por lo menos en proyecto, pues Sescosse anun­
cia la intención de reconstruir la fachada principal utilizan­
do computadoras, que en otros casos han dado felices resulta­
dos.
Extraña que en estos capítulos dedicados a la obra de
rescate no aparezca ni un solo nombre de arquitectos, cante­
ros, de quienes hicieron calas, tiraron muros: los autores
materiales de la obra, eternos ausentes en estos trabajos.
La publicación, que ha sido patrocinada por la Sociedad
de Amigos de Zacatecas, puede, y ojalá así sea, alentar a
otras ciudades y a otros grupos, a procurar la defensa de
nuestro patrimonio artístico, no como vistoso proyecto sexe­
nal, sino como conciencia alerta sobre el valor de nuestra
cultura y el peligro en que se encuentra. Recibimos con verda­
dera satisfacción el trabajo de Federico Sescosse y espera­
mos poder ver en el ámbito de otros estados, similares preocu­
paciones y publicaciones.
Nelly Sigaut
El Colegio de Michoacán
V
T., Leticia R. (1986) La música en la vida de los y a ­
quis. Hermosillo: Secretaría de Fomento Educativo y
Cultura, Gobierno del Estado de Sonora, 299 pp. Incluye
grafías, fotos, transcripciones de música y textos, ma­
pa, bibliografía y discografía.
arela
Sin duda, la presente obra es una de las aportaciones más
recientes de la etnomusicología mexicana, resultado de un
trabajo presentado por la autora en la Universidad Alberto
Magno en Colonia, República Federal de Alemania. Como
libro fue originalmente publicado en 1982 por la editorial
Gustave Bosse, bajo el título Die Musik im Leben der Yaqui:
Beitrag zum studium der tradition einer mexicanischen ethnie.
El contenido es desglosado a lo largo de cinco capítulos
en los que se incluye una amplia descripción de música e
instrumentos musicales, así como una visión panorámica de
la música en la sociedad y la cosmovisión del pueblo yaqui.
Se perciben aquí los resultados de una primera aproximación
obtenida en trabajo de campo por la doctora Varela entre
1978 y 1979 en las poblaciones de Vicam, Potam, Loma de
Guamúchil, Obregón, Guaym asy Hermosillo, siguiendo par­
ticularmente la celebración de la Semana Santa, la dedicada
a la Virgen de Guadalupe y algunos encuentros de música
indígena celebrados por las autoridades locales y el Instituto
Nacional Indigenista.
El esfuerzo y la dedicación vertidos en este estudio se
dejan sentir a lo largo del contenido, sobre todo en lo que se
refiere a la parte de transcripción musical y análisis de las
estructuras sonoras, pues la obra se orienta esencialmente
hacia la búsqueda musicológica, que contrasta con la míni­
ma contribución a la explicación antropológica de la música
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