Aproximación terminológica: los derechos fundamentales como derechos constitucionales 1. Panorámica general del curso Resulta tentador comenzar esta primera aproximación mediante una boutade: dentro de la categoría derechos fundamentales hay que incluir aquellos derechos que son fundamentales. Esto es, son derechos fundamentales los derechos subjetivos reconocidos y protegidos por la Constitución, entendida ésta como Ley Fundamental o norma suprema del ordenamiento jurídico. El constituyente consideró esencial para la organización y el funcionamiento del sistema constitucional la creación de determinados derechos subjetivos, y de este modo les dotó de la especial garantía que supone su incorporación al texto constitucional. Los derechos fundamentales serían, simple y llanamente, los derechos constitucionales. a) Esta primera identificación entre derechos fundamentales y derechos constitucionales, sin embargo, no permite especificar el sentido que cobran tales derechos en el marco de una Constitución concreta. Porque, como veremos en el bloque 2, la inclusión de un catálogo de derechos en las constituciones ha ido cobrando sentido diverso a lo largo del tiempo; la historia de las declaraciones de derechos está, pues, íntimamente ligada a la historia del constitucionalismo. La célebre Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, por ejemplo, constituía más bien un proyecto de acción legislativa, conforme al cual el Parlamento asumía la tarea de ordenar las relaciones sociales, hasta entonces sujetas a un orden estamental, conforme a los postulados ilustrados de la libertad y de la igualdad de los ciudadanos. Más tarde, cuando ya la ley garantizaba la libertad y la propiedad de los particulares, la inclusión de derechos en la Constitución pasó a ser entendida como una garantía específica de ciertas libertades frente al poder ejecutivo, que no podría interferir en ellas si no disponía de una autorización legal al efecto. Es la interpretación de los derechos fundamentales como reserva de ley. Cabía, por tanto, reclamar frente a las intromisiones del poder ejecutivo en la esfera de libertad y propiedad personales cuando el agente del Gobierno no se amparara en la ley; pero los derechos no podían ser invocados frente al propio legislador. Los derechos fundamentales eran, entonces, meros “derechos públicos subjetivos” que cabía oponer frente a la Administración. Ahora bien, incluso esa autorización legal quedó sometida, con el transcurso del tiempo, a restricciones: ni siquiera la ley podría alterar en adelante el ordenamiento fundado en los derechos constitucionalmente reconocidos, ni autorizar intromisiones del ejecutivo en tales derechos que no estuvieran debidamente justificadas; sólo la reforma de la Constitución puede alterar su contenido esencial. Los derechos fundamentales actúan así, en adelante, como garantías frente al legislador. Aunque también siguen operando, naturalmente, frente al poder ejecutivo: éste, de un lado, sólo puede interferir en los derechos amparado en la ley, como ocurría antes; pero ahora no encuentra en ella una justificación absoluta para su acción, porque la misma ley que invoca, si limitara los derechos desproporcionadamente, podría ser nula, quedando entonces igualmente viciados sus actos de aplicación. También se han de proyectar los derechos ahora frente a los jueces, cuya tarea de aplicar la ley no les exime del deber preferente de proteger los derechos constitucionales. Precisamente porque sobre el juez recae ahora una tarea nueva, es habitual que los derechos constitucionales den lugar a garantías procesales especiales, e incluso a procesos específicos que, como el recurso de amparo constitucional, permiten controlar el respeto de los propios jueces a los derechos fundamentales. En definitiva: Bien podemos por ello llamar derechos fundamentales a los derechos constitucionales, pero eso no prejuzga su cualidad y alcance como derechos subjetivos ni tampoco el sentido de su fundamentalidad, de su garantía constitucional. Tales consideraciones habrán de deducirse de la concreta Constitución, comprendida como un todo en su específico contexto histórico y cultural, y de la interpretación que quepa dar en su seno a cada una de las disposiciones que consagran los derechos en concreto. b) Porque lo cierto es que hasta aquí, en las consideraciones anteriores, nos hemos dado por satisfechos con un concepto relativamente plano de Constitución, que ciertamente evoluciona con el tiempo, pero que no atiende a eventuales diferenciaciones internas. Los derechos fundamentales serían hoy, de este modo, los derechos reconocidos y garantizados por una Constitución normativa, capaces, por ello, de vincular al legislador, y que suelen gozar de una tutela jurisdiccional reforzada. Pero, en cuanto nos fijamos en una Constitución concreta, como es la española de 1978, descubrimos sin embargo nuevas complejidades. A ellas dedicamos el bloque 3. De un lado, la Constitución ni siquiera usa unívocamente la expresión “derechos fundamentales”, sino que ésta aparece en el maremagnum terminológico de un título de estructura particularmente abigarrada, sobre el que se proyecta un complicado sistema de garantías graduado según criterios de difícil valoración. Entre ellas aparecen diferentes reservas de ley, orientadas al desarrollo o a la regulación del ejercicio de los derechos, que evocan viejos significados aún vigentes (proyecto de acción legislativa, garantía frente al ejecutivo que actúa sin autorización legal). También reconoce la Constitución la garantía del contenido esencial de ciertos derechos frente al legislador, y se exige reformar la Constitución para alterar la proclamación constitucional de los derechos fundamentales (aunque en este caso nos encontramos, de nuevo, con dos procedimientos diferentes). Los recursos de amparo protegen, en fin, sólo a algunos de los derechos reconocidos como tales por la Constitución. Pero es que, además, ese Título I de la Constitución, de tan intrincada estructura, deja al margen de su sistema de garantías principios fundamentales como los de la dignidad de la persona y el libre desarrollo de la personalidad; y hay un entero Capítulo, el tercero, cuyos preceptos, aun en los casos en que expresamente proclaman derechos, parecen excluidos expresamente, por virtud del art. 53.3 CE, de las garantías específicas que identifican los derechos fundamentales: ¿serán acaso derechos constitucionales no fundamentales? ¿O no contienen estas disposiciones siquiera derechos, pese a su tenor literal o a su particular relevancia? En otros títulos de la Constitución se encuentran, en fin, preceptos más o menos dispersos que enuncian expresamente derechos o de los que es fácil deducir un derecho subjetivo; por ejemplo el derecho a obtener una indemnización a cargo del Estado por los daños causados por error judicial (artículo 121 CE), el derecho a usar el castellano, ya en el art. 3.1 CE, o el más equívoco “derecho a la autonomía” de las nacionalidades y regiones que integran la Nación española (art. 2 CE). ¿Son éstos derechos constitucionales también derechos fundamentales? ¿Lo son al menos cuando es posible establecer una conexión específica entre alguno de ellos y los derechos a los que el Título I de la Constitución otorga las garantías específicas de la fundamentalidad? Y a todo ello se añade un nuevo factor de complejidad, que es preciso explicar con cierto detalle. Hay que comenzar constatando, al efecto, que los derechos constitucionalmente consagrados son a menudo objeto de regulación en otras normas, cuyo contenido, sin embargo, no es indiferente para determinar el alcance de la garantía constitucional. Se reconoce generalmente que algunas leyes de desarrollo o reguladoras del ejercicio de ciertos derechos fundamentales, pese a su rango infraconstitucional, pueden configurar el contenido de tales derechos constitucionales; y el art. 10.2 CE, por su parte, impone que los derechos fundamentales sean interpretados de conformidad con lo establecido en la materia por ciertas normas de Derecho internacional. También podemos encontrar derechos que precisan para su aseguramiento de una mínima actividad prestacional mediante servicios públicos, como el derecho la educación (artículo 27.1 CE). Los derechos fundamentales, en fin, no son ajenos a tales determinaciones normativas contenidas en disposiciones no constitucionales. Pues bien, cabría plantear, siguiendo por ese camino, si pueden llegar a ser calificados de “fundamentales” algunos derechos que ni siquiera están recogidos en la Constitución, pero sí en normas que les dotan de garantías formales específicas; normas cuyo contenido no siempre es, como hemos visto, constitucionalmente irrelevante, al menos cuando se puede poner en conexión con un derecho constitucionalizado. Estaríamos hablando de “derechos fundamentales extravagantes”, en el sentido que el adjetivo tiene en la historia del Derecho canónico: derechos, pues, que vagan fuera de la compilación constitucional de derechos, pero que han sido dotados de una similar fundamentalidad. ¿Son tales los derechos reconocidos como fundamentales en el marco de la Unión Europea? ¿Y los derechos del Convenio Europeo de Derechos Humanos que no encuentren un correlato en la Constitución española? ¿Pueden serlo incluso los derechos reconocidos en los Estatutos de Autonomía de las Comunidades Autónomas, normas a las que no pocos autores atribuyen una cierta cualidad constitucional? Es necesario poner de nuevo en cuestión, pues, la simplicidad del enunciado con el que abrimos estos materiales; esto es, la identificación de los derechos fundamentales como derechos reconocidos y protegidos por la Constitución. Por una primera razón, a su vez sencilla: que la Constitución reconoce y garantiza derechos de modos y por mecanismos muy diversos. Y quizá también por una segunda: convendría precisar si ciertos derechos no constitucionalizados merecen ser caracterizados, aún así, como fundamentales y, en su caso, con qué sentido y alcance. c) El bloque 4, por su parte, intenta perfilar el concepto de derechos fundamentales que es operativo en la Constitución española completando las anteriores consideraciones, históricas (bloque 2) y topográficas (dónde están situados los derechos y con qué garantías resultan protegidos atendiendo a su ubicación: bloque 3), con otras de naturaleza sustantiva. Porque no basta con que una norma esté incluida en un determinado apartado de la Constitución para que haya de merecer la consideración dogmática de derecho fundamental: será preciso, al menos, que tal norma reconozca un derecho. Y eso no siempre resulta fácil de determinar: siempre es resultado de un proceso, más o menos arduo, de interpretación. En efecto, las garantías que permiten hablar de un derecho fundamental se proyectan a veces sobre derechos subjetivos con eficacia inmediata. Pero en otras ocasiones estamos ante derechos llamados de configuración legal, cuyo contenido depende en buena medida de su regulación legal; y en ocasiones, en medida variable, ni siquiera su reconocimiento constitucional es suficiente para que operen como derechos subjetivos, sino que resultan inoperativos sin un cierto grado de desarrollo legal. Es lo que se suele decir que ocurre con ciertos derechos prestacionales, que requieren de una regulación específica de las condiciones, procedimientos y formas de la prestación. ¿Pueden considerarse tales derechos, pese a la relativa insuficiencia de su reconocimiento constitucional, verdaderos derechos fundamentales? Por otro lado, en el contexto de los derechos fundamentales se incluyen a veces mandatos directos al legislador, de los que sin embargo no siempre es imposible deducir un derecho fundamental (art. 18.4 CE); o reservas de ley, que determinan el rango por el que debe ser regulada una concreta materia (art. 17.4 CE, segunda frase), sin que en ésta esté implícito derecho fundamental alguno; o garantías institucionales, que en principio se orientan a la preservación de una determinada institución jurídica (por ejemplo la autonomía universitaria, art. 27.10 CE), sin reconocer directamente derechos subjetivos vinculados a ella, pero sin excluir tampoco su presencia. ¿Cuándo, pues, reconoce una norma constitucional un derecho subjetivo, que en esa medida cabe identificar como fundamental, y cuándo no es así? ¿Hay acaso estadios intermedios? Tal es la pregunta que late en el penúltimo bloque del curso. d) El título de la recapitulación final puede ser ya ilustrativo de nuestras conclusiones: la diferenciada fundamentalidad de los derechos fundamentales. Porque si, en efecto, son derechos fundamentales los derechos constitucionales, lo cierto es que la Constitución española es notablemente compleja y sus enunciados resultan considerablemente abiertos a la interpretación. No siempre resulta claro qué normas constitucionales consagran un derecho o cuáles no lo consagran, y no todo derecho que se identifique en el seno de la Constitución será fundamental en el mismo sentido y con el mismo alcance. El curso sobre el concepto de los derechos fundamentales en la Constitución española ha de concluir, necesariamente, con una reflexión sobre las posibilidades que brinda la apertura de tal concepto y sobre los límites de tal apertura en nuestro orden constitucional. 2. Los derechos fundamentales y otras expresiones afines En principio hemos considerado equivalentes las expresiones derechos fundamentales y derechos constitucionales, y dedicaremos el curso entero a perfilar las condiciones de esa equivalencia. Pero es preciso deslindar ambas, de manera preliminar, de otras que la doctrina, la legislación e incluso la propia Constitución utilizan con cierta profusión: derechos naturales, derechos humanos, libertades públicas, derechos de la personalidad, derechos públicos subjetivos ... Al efecto, nos limitaremos a extractar dos textos que nos parecen particularmente ilustrativos: Antonio Enrique Pérez Luño, Los derechos fundamentales, Madrid: Tecnos, 1988 (3.ª ed.), cap. 1 (“Delimitación histórica y conceptual de los derechos fundamentales”), págs. 19-51, extracto. El presente texto se reproduce con fines exclusivamente docentes El término “derechos fundamentales”, droits fondamentaux, aparece en Francia hacia el año 1770 en el marco del movimiento político y cultural que condujo a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789. La expresión ha alcanzado luego especial relieve en Alemania, donde bajo la denominación de los Grundrechte se ha articulado, de modo especial tras la Constitución de Weimar de 1919, el sistema de relaciones entre el individuo y el Estado, en cuanto fundamento de todo el orden jurídico-político. Este es su sentido en la actual Grundgesetz de Bonn, la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania promulgada en el año 1949. Ahora bien, si la expresión “derechos fundamentales” y su formulación jurídico-positiva como derechos constitucionales son un fenómeno relativamente reciente, sus raíces filosóficas se remontan, y se hallan íntimamente ligadas, a los avatares históricos del pensamiento humanista. (...) Con Locke, la defensa de los derechos naturales a la vida, la libertad y la propiedad se convierte en el fin prioritario de la sociedad civil y en el principio legitimador básico del gobierno (...) Durante la segunda mitad del siglo XVIII se produjo la paulatina sustitución del término clásico de los “derechos naturales” por el de los “derechos del hombre”, denominación definitivamente popularizada en la esfera doctrinal por la obra de Thomas Paine The Rights of Man (1791-1792). (...) Paralelamente al proceso doctrinal descrito (...) se produjo una progresiva recepción en textos o documentos normativos (denominados genéricamente cartas o Declaraciones de derechos) del conjunto de deberes, facultades y libertades determinantes de las distintas situaciones personales (...) La experiencia inglesa de las Cartas o Declaraciones de derechos se prolonga, de forma especialmente relevante para el proceso de positivación de las libertades, a las colonias americanas bajo condiciones distintas (...) Las Declaraciones norteamericanas (...) y los presupuestos racionalistas y contractualistas de la Escuela del derecho natural ejercieron una influencia directa sobre la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, votada por la Asamblea constituyente de la Francia revolucionaria el año 1789 (...) La Declaración de 1789 formó parte, encabezándola, de la primera Constitución franesa de 1791, llamada por su inspiración “girondina”. Poco tiempo después, la Constitución “jacobina” de 1793 se inicia con una tabla de derechos del hombre (...) A partir de entonces las Declaraciones de derechos se incorporan a la historia del constitucionalismo (...). Esta panorámica quedaría incompleta si no aludiera a uno de los rasgos que más poderosamente han contribuido a caracterizar la actual etapa de positivación de los derechos humanos: me refiero al fenómeno de su internacionalización (...) Las Naciones Unidas (...) promulgaron en el año 1948 la Declaración Universal de Derechos Humanos, a la que siguieron los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos y Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966. En el seno del Consejo de Europa se firmó en 1950 el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales (...). Los términos “derechos humanos” y “derechos fundamentales” son utilizados, muchas veces, como sinónimos. Sin embargo (...), se ha hecho hincapié en la propensión doctrinal y normativa a reservar el término “derechos fundamentales” para designar los derechos positivados a nivel interno, en tanto que la fórmula “derechos humanos” sería la más usual para denominar los derechos naturales positivados en las declaraciones y convenciones internacionales, así como a aquellas exigencias básicas relacionadas con la dignidad, libertad e igualdad de las personas que no han alcanzado un estatuto jurídico-positivo. Luis María Díez-Picazo Giménez, Sistema de derechos fundamentales, Cizur Menor: Thomson-Civitas, 2005 (2.ª ed.), Capítulo I (“Aproximación a la idea de derechos fundamentales”), págs. 31-54, extracto. El presente texto se reproduce con fines exclusivamente docentes En los usos lingüísticos establecidos, la expresión “derechos humanos” designa normalmente aquellos derechos que, refiriéndose a valores básicos, están declarados por tratados internacionales. La diferencia entre derechos fundamentales y derechos humanos estribaría, así, en el ordenamiento que los reconoce y protege: interno, en el caso de los derechos fundamentales; internacional, en el caso de los derechos humanos. Dicho esto, el problema es si entre los derechos fundamental es v los derechos humanos hay separación o comunicación. A favor de la idea de que no se trata de compartimentos estancos militan dos factores ya conocidos: la tendencial identidad de los valores protegidos, y la creciente internacionalización de la protección de los derechos. Ello es particularmente claro en el ámbito regional europeo, donde hay una aplicación capilar, cada día más intensa, del Convenio Europeo de Derechos Humanos. De aquí que, al menos en Europa, lo más correcto sea afirmar que unos mismos derechos son protegidos por distintos ordenamientos (internacional, comunitario, interno); ordenamientos que, por perseguir unos mismos fines en un mismo espacio, están llamados a colaborar. Esta conclusión, por lo demás, es inevitable en España, donde el art. 10.2 CE obliga a interpretar las normas constitucionales sobre derechos fundamentales “de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España”. (...) “Libertades públicas” carece de un significado técnico consolidado, al menos en España (...) A lo sumo, en la expresión “libertades públicas” cabría apreciar una especial idoneidad para referirse a aquellos derechos fundamentales que garantizan ámbitos de autonomía frente al Estado, en vez de facultades de participación. Es conveniente indicar, sin embargo, que en algunos influyentes países europeos se usan expresiones similares a “libertades públicas” con un significado técnico: Así, en Francia se habla de libertés publiques, y en el Reino Unido de civil liberties (...) Es significativo que sean dos países con una larga tradición de ausencia de control de constitucionalidad de las leyes -en Francia se ha establecido plenamente, y en una versión puramente preventiva, sólo en 1974- y, por tanto, dos ordenamientos en que el régimen jurídico de los derechos fundamentales había de buscarse en la legislación y la jurisprudencia ordinarias. Es precisamente ese régimen jurídico global (legal, reglamentario, jurisprudencial) lo que designan las mencionadas expresiones. Con el término “derechos públicos subjetivos” se hace genéricamente referencia a aquellos derechos que los particulares ostentan frente al Estado o, con mayor precisión, frente a cualesquiera poderes públicos. En un sentido mas técnico, no son todos los derechos oponibles a los poderes públicos, sino tan sólo aquéllos que están sometidos al derecho administrativo; es decir, quedan fuera los derechos subjetivos que surgen frente a la Administración cuando ésta actúa con sujeción al derecho privado (civil, mercantil, laboral). Por tanto, estos derechos son “públicos” en un doble sentido: primero, porque operan frente a los poderes públicos; segundo, porque se rigen por el derecho público o administrativo, en vez de regirse por el derecho privado. Ello explica que haya sido históricamente una categoría capital para la juridificación de las relaciones de poder y, por tanto, para la propia construcción conceptual del Estado de Derecho. Dicho esto, conviene tener muy presente que los derechos públicos subjetivos y los derechos fundamentales -o, en su caso, los derechos humanos- son algo más que dos modos distintos de observar un mismo fenómeno; y ello porque no todos los derechos públicos subjetivos son derechos fundamentales, ni los derechos fundamentales operan siempre como derechos públicos subjetivos. Lo primero se debe a que hay derechos públicos subjetivos que, no encarnan valores básicos de la democracia constitucional, ni pueden calificarse de desarrollo de norma constitucional alguna. Son creados, modificados y suprimidos libremente por el legislador. Este grupo está formado por la inmensa mayoría de los derechos otorgados a los particulares por las leyes administrativas. Lo segundo -o sea, que los derechos fundamentales no siempre operan como derechos públicos subjetivos- se debe simplemente a que, como se verá más adelante, algunos derechos fundamentales pueden ser invocados también en las relaciones entre particulares. La expresión “derechos de la personalidad”, en fin, procede del derecho civil, donde sirve para designar un conjunto más bien heterogéneo de derechos subjetivos (vida e integridad,; honor, intimidad e imagen; nombre, pseudónimo y títulos nobiliarios; condición de autor) que se caracterizan negativamente por su naturaleza no patrimonial, y positivamente por proteger determinados atributos de la personalidad misma (...) No todos los derechos de la personalidad son derechos fundamentales. 3. La trascendencia de las delimitaciones terminológicas Podría parecer que estas delimitaciones terminológicas son irrelevantes, toda vez que lo decisivo es el régimen jurídico específico que corresponde a cada prescripción constitucional. Lo cierto, sin embargo, es que en ocasiones sí se atribuye (o se pretende atribuir) trascendencia a tales determinaciones. Veamos un ejemplo significativo. La Constitución Española dice que “los extranjeros gozarán en España de las libertades públicas que garantiza el presente Título en los términos que establezcan los tratados y la ley” (art. 13.1). La STC 107/1984 especifica que “el término «libertades públicas» no tiene, obviamente, un significado restrictivo”, por lo que entiende comprendido en el ámbito del precepto “los derechos y libertades (...) reconocidos en el Título I de la Constitución”. No cabría diferenciar según se trate de verdaderos derechos fundamentales o sólo de libertades públicas, para aplicar a unos y otras diferente régimen. Conforme a esta sentencia, pues, todos los derechos y libertades reconocidos por la Constitución a los extranjeros son por igual derechos constitucionales. La STC 115/1987 especifica que ello impone al legislador el respeto al contenido esencial del derecho en cuestión, al “contenido preceptivo e imperativo que establece [en este caso] el art. 21.1 de la Constitución, también para los extranjeros”. La regulación legal será inconstitucional cuando “el pretendido derecho muda de naturaleza y no puede ser reconocido como tal (...) Una cosa es, en efecto, autorizar diferencias de tratamiento entre españoles y extranjeros, y otra es entender esa autorización como una posibilidad de legislar al respecto sin tener en cuenta los mandatos constitucionales”. Pero, en esta misma STC 115/1987, tres magistrados firman un voto particular que comienza afirmando: “Nuestro disentimiento se origina en un diverso entendimiento del sistema de derechos fundamentales establecidos por nuestra Constitución”. Y añaden: “Creemos que el citado art. 13.1, al emplear sólo la locución «libertades públicas», excluyendo la de «derechos fundamentales», implica, en primer lugar, que también los extranjeros gozan de los derechos enunciados en términos genéricos por la propia Constitución (...) Significa también, sin duda, en segundo término, que el legislador español está obligado a otorgar a los extranjeros que viven legalmente en España el uso de las libertades públicas que garantiza el Título I, pero, también sin duda, que esas libertades no tienen otro contenido que aquel que establezcan los tratados y la ley. Estas libertades públicas, entre las cuales hay que incluir sin duda las de reunión y asociación, no pueden ser suprimidas a los extranjeros por el legislador, que actuaría al hacerlo contra el inciso inicial del art. 13 de la C.E., pero ello no impide que el legislador pueda configurarlas del modo que juzgue más adecuado, excluyendo de su disfrute a conjuntos determinados genéricamente (...) o reduciendo su contenido a sólo una fracción del que esa misma libertad tiene cuando se predica de los españoles”. De este modo, el voto particular propone que se establezca una diferencia el régimen de los derechos fundamentales, de un lado, y el de las libertades públicas, de otro. En la regulación de los primeros, el legislador estaría limitado por la exigencia de respeto al contenido esencial del derecho; mientras que, al regular las libertades públicas, el legislador no se vería enfrentado a tal constreñimiento. Quizá lo más significativo sea comprobar cómo, en ambos casos, unos y otros magistrados apelan a lo obvio: “el término «libertades públicas» no tiene, obviamente, un significado restrictivo”, frente a “sin duda (..) el legislador español está obligado a otorgar a los extranjeros que viven legalmente en España el uso de las libertades públicas que garantiza el Título I, pero, también sin duda, que esas libertades no tienen otro contenido que aquel que establezcan los tratados y la ley. Estas libertades públicas, entre las cuales hay que incluir sin duda las de reunión y asociación ...”. La verdad es que pocas veces cabe argumentar atribuyendo a las categorías dogmáticas la indiscutible cualidad de obviedades. En este caso, el origen de la distinción entre derechos fundamentales y libertades públicas procede de la historia constitucional francesa, encuentra algún reflejo en el Preámbulo de la Constitución vigente de 1958, que a su vez se remite al Preámbulo de la de 1946, y ha dado lugar a una peculiar elaboración que no cabe importar sin más, como cosa obvia, para la interpretación de nuestro texto constitucional. Importa aquí, en definitiva, dejar constancia de que las delimitaciones terminológicas son a veces un importante instrumento en la argumentación jurídica. Pero también se debe llamar la atención sobre la necesidad de construirlas con plena conciencia tanto de la tradición que en cada caso las sustenta como de las implicaciones que tiene su adopción. No cabe perder de vista que las ambigüedades y las vaguedades presentes en las categorías jurídicas abren posibilidades y entrañan riesgos que inevitablemente se proyectan luego sobre problemas concretos. Por ello, en definitiva, pretende este curso ofrecer una construcción matizada y reflexiva de la categoría “derechos fundamentales” en el Derecho constitucional español.