“Un siglo de comercio y evangelización por España – Portugal en el Extremo Oriente, a través de las dos rutas marítimas del Patronato Español (Sevilla, Acapulco, Manila, Japón) y del Padroado Portugués (Lisboa, Cabo Buena Esperanza, Goa, Macao, Nagasaki) (1543–1636)” Federico Lanzaco Salafranca Universidad de Valladolid, Campus de Soria, 2011-01-13 INTRODUCCIÓN: Marco Histórico - Relaciones Europa – Asia desde la antigüedad - Descubrimientos Geográficos s. XV–XVI - Dos sistemas jurisdiccionales (civil y religioso): Padroado Portugués y Patronato Español I PARTE: Comercio y evangelización bajo el Padroado Portugués - Comercio de Portugal en S.E. Asia - Evangelización de los jesuitas en Japón, China e India - La 1ª Embajada Japonesa (Tensho) a Europa (1582–1590) - Discordia entre los misioneros - Condena Papal de los Ritos Chinos y Malabares (1742) - Supresión de la Compañía de Jesús por las cortes borbónicas europeas (1759, 1764, 1767) y abolición universal por el Papa Clemente XIII (1773) II PARTE: Comercio y evangelización bajo el Patronato Español - Presencia española en el “Lago Español” (Océano Pacífico) en los siglos XVI–XVII - Comercio de Japón con Filipinas antes de la fundación española de Manila (1571) - Ambiciones del Caudillo japonés Hideyoshi (Junio 1592) y del P. Pedro Bautista Blázquez (Mayo 1593) como embajadores del Gobernador de Filipinas Don Pedro Gómez Pérez Dasmariñas - Estancia de frailes españoles en Japón con “status” ambiguo por autorización de Hideyoshi como “embajadores diplomáticos de Manila”, pero no como “misioneros cristianos” - Grave incidente del galeón español “San Felipe” naufragado en costas de Tosa (Octubre 1596) - Ejecución primeros mártires japoneses en Nagasaki (6 Feb. 1597) - Naufragio de la nao “San Francisco” (30 Sep. 1609) con Don Rodrigo de Vivero y Velasco a bordo (Gobernador de Manila y Capital General de Filipinas y sobrino del virrey de Nueva España D. Luis de Velasco) - Estancia de Vivero en Japón y sus intentos de acuerdo con Ieyasu. Búsqueda de las Islas Ricas de Oro y Plata (1612) - Tribulaciones de Santiago Vizcaíno y los planes “visionarios” del franciscano Fray Luis Sotelo - La embajada japonesa (Keicho) a España de Date Masamune y Hasekura Rokuyemon (1613–1620). Audiencias en Madrid con Felipe III y Roma con Paulo V. Fracaso de la misión - Japoneses que se quedaron en Coria del Río con apellido “Japón” CONCLUSIÓN - Persecuciones del Cristianismo en Japón - Decretos de Hideyoshi de 1587, de Ieyasu–Hidetada en 1612, 1614, 1623–1629 (“Fumie”/”Ebumi”), Inquisición japonesa con sistema de empadronamiento en templos budistas (Shumonaratame) en 1640. “Holocausto” de los mártires - Descubrimiento de los “cristianos escondidos” en Nagasaki por el misionero francés P. Petitjean (17 Marzo 1865) - Memoria histórica del Siglo Ibérico en Japón BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA ANEXOS INTRODUCCIÓN A pesar de los doce mil kilómetros de distancia que separan Europa del Extremo Oriente, han existido relaciones importantes entre los dos continentes desde tiempos muy remotos. Ya Alejandro Magno en el siglo IV a.C. llegó hasta la India por la ruta terrestre de Asia Menor, el Imperio Seléucida y Bactriana. La antigua Roma mantenía contactos comerciales con China desde el siglo I a.C. por la famosa “Ruta de la Seda”, también a través de la vía terrestre del Medio Oriente, Irak y Afganistán (las modernas naciones de Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán), así como por la vía marítima de Alejandría, Mar Rojo, Océano Índico y S.E. de China. Los tejidos de seda vaporosos, las olorosas especias sabrosas y otros productos exóticos orientales eran muy codiciados en Occidente. La tradición cristiana afirma que el apóstol Santo Tomás evangelizó los medas, persas y partos y que llegó hasta Malabar, en el sur de la India, donde se venera su tumba (aunque sin evidencia contrastada). En el siglo V, al ser condenados los Nestorianos cristianos por los Concilios de Éfeso y Calcedonia (dogma trinitario y cristológico), muchos huyeron a Persia, a Tíbet y llegaron hasta Mongolia (evidenciado por la estela fechada en 781 hallada en la antigua capital Xian). China poseía una potente flota naval. Ya en el siglo V d.C. llegó hasta Java. En el siglo X mantenía contactos con África Oriental, como demuestran los hallazgos de porcelana china en aquellas tierras. Hacia el año 1300 el imperio mongol, después de su conquista de China a las órdenes de Kublai Kan y de su nieto sucesor Timur, expandió su imperio desde Corea hasta el Danubio y de Siberia hasta Irán y el Norte de la India. A principios del siglo XV (1405–1433) la poderosa flota china, con siete expediciones, mandada por el genial eunuco mongol Cheng Ho (Zheng He) llegó hasta el Canal de Mozambique, la costa de África Oriental y parece que bordeó el Cabo de Buena Esperanza. Eran barcos poderosos de hasta 150 metros de eslora, con una capacidad de carga cinco veces superior al navío Vasco de Gama que descubrió la ruta del Océano Índico a finales del siglo XV. Podían transportar más de 20.000 hombres. La flota Ming contaba con unas 3.800 unidades navales, pero gradualmente en la segunda mitad del siglo XV perdió interés por ultramar y se concentró en el transporte fluvial nacional, aumentando su aislamiento exterior. No hay duda, el almirante Cheng Ho (Zheng He) estaba a la altura de Vasco de Gama y Magallanes. En Europa hay que destacar las dos legaciones oficiales de los frailes franciscanos: Pian del Carpine (1245–1247), enviado papal al Gran Kan mongol (y que llegó hasta Karakorum), escribió su “Historia Mongolorum”, la obra más antigua occidental sobre Asia Central; y Guillermo de Rubruck (1253–1255), embajador del rey San Luis ante el Gran Kan de Mongolia, también escribió las memorias de su extraordinario viaje. El mercader veneciano Marco Polo asombró al mundo con su fantástico libro “Las Maravillas del Mundo”, escrito por su compañero de celda en 1298, donde se narran sus viajes a China y sur de Asia (1271–1295). El caballero español Ruy González de Clavijo fue enviado por el rey de Castilla Enrique III como su embajador a Tamerlan en el año 1403. Regresó en 1406. Sus memorias del viaje se publicaron en 1582. La Real Academia Española lo incluye entre las autoridades del idioma castellano. Estos contactos europeos con Asia Central que, salvo los de la Ruta de la Seda, podemos calificar de puntuales, fueron esencialmente superados con los Grandes Descubrimientos Geográficos realizados por Portugal y España a finales del siglo XV. Primero hay que destacar la pionera Escuela Naval portuguesa de Sagres (Algarve), fundada por Enrique el Navegante (1394–1460), que abrió la nueva ruta marítima del África Occidental hacia la India. Bartolomeu Dias dobló el Cabo de Buena Esperanza (Cabo de las Tormentas) en 1488. Vasco de Gama (1469–1524), bordeando la costa de África Oriental después de doblar el Cabo de Buena Esperanza, descubrió la ruta del Océano Índico en su memorable viaje en el año 1497–1498 llegando hasta el sur de la India. Y por parte española, nuestro Cristóbal Colón descubre el Nuevo Mundo americano en 1492, creyendo que llegaba a las costas orientales míticas de Zipango (Japón) y Catay (China). Como consecuencia de estos memorables descubrimientos geográficos y, bajo la dirección del Vaticano, los dos monarcas luso–españoles firman los famosos tratados de Alcaçoves–Toledo (1479–1480), Tordesillas (1494) y Zaragoza (1529), por los que el mundo quedaba dividido en dos mitades verticales, delimitadas exactamente por el meridiano occidental de las Islas de Cabo Verde y, por el otro lado, de manera dudosa (debido a la falta de información geográfica exacta de la zona), por el meridiano oriental aproximadamente a la altura de Malaca e Islas Molucas. Así, España era reconocida como la máxima autoridad desde unas 370 leguas al Oeste de las Islas de Cabo Verde hasta aproximadamente Malaca, y Portugal dominaba África, la India y S.E. Asia. Como resultado de dichos acuerdos, España y Portugal se comprometían a respetar los límites establecidos y asignados a cada uno de dichos imperios, sin tener autoridad alguna, ni poder navegar, comerciar ni evangelizar por la zona propia de la otra parte. El tratado de Zaragoza acordó que Joao III de Portugal indemnizaría al Rey de España con 350.000 ducados por la clarificación de los límites orientales, quedando las Molucas definitivamente bajo el Padroado Portugués. En 1502 los portugueses se establecieron en Cochin, en la costa sur de la India. Pocos años después, en 1510, las tropas de Alfonso de Alburquerque conquistan la ciudad de Goa, que se convirtió en la base militar portuguesa y centro comercial con Oriente. En 1511 Portugal llega a Malaca y en 1512 a las Islas Molucas, las famosas Islas de las Especias y, desde 1514, los portugueses comienzan sus primeros viajes al sur de la China. En 1557 la ciudad de Macao (muy cercana a Cantón) se convierte en el establecimiento permanente de comercio con China. El 20 de septiembre de 1519 Fernando de Magallanes (Fernao de Magalhaes), ya nacionalizado súbdito de Carlos V, zarpa de San Lucas de Barrameda en dirección al Mar del Sur. Atraviesa el estrecho de Tierra de Fuego, extremo meridional del nuevo continente americano y, después de cruzar el Pacífico muere asesinado por los nativos en la isla de Mactan (Filipinas). Juan Sebastián Elcano consigue finalizar el primer viaje histórico de circunnavegación de la Tierra, atravesando las Molucas y doblando el Cabo de Buena Esperanza. La nave insignia “Victoria” arribó finalmente a Sevilla el 8 de septiembre de 1522. Y en 1543 los primeros portugueses llegan a las costas del sur de Japón (Tanegashima), arrastrado su junco por un tifón. Los conquistadores españoles, por su parte, al mando de Hernán Cortés derrotan al Imperio azteca con la toma de su capital Tenochtitlan (8 de noviembre de 1520). El Virreinato de Nueva España se constituyó en 1535. Francisco Pizarro zarpó de Panamá a fines de 1530 y entra triunfante en Cuzco conquistando el Imperio inca. Funda la ciudad de Lima en 1535. En aquel mismo año Diego de Almagro sale de Cuzco hacia Chile llegando hasta el valle del Aconcagua. Pedro de Valdivia fue el conquistador del actual Chile, partió de Cuzco en 1544 y fundó la ciudad de Santiago. En 1544 se estableció el Virreinato de Perú. Y para terminar esta breve visión de los descubrimientos geográficos de España y Portugal durante los siglos XIV–XVI, hay que mencionar la gesta del eximio navegante vasco Andrés de Urdaneta (1508–1568). Partió de La Coruña con Elcano y Loaysa para las Islas Molucas en julio de 1525. En 1553 ingresó en la Orden de los Agustinos en México y se ordenó sacerdote. Unos años más tarde, Felipe II le pidió marchar de Acapulco a las Islas Filipinas para encontrar la ruta más conveniente de cruzar el Océano Pacífico. Arribó a la isla de Cebú en abril de 1565 y fue el primer navegante que diseñó y experimentó la mejor ruta Acapulco – Manila, que después muchos españoles siguieron como “la Ruta del Galeón Manila”. Miguel López de Legazpi (1510–1572), junto con su sobrino Urdaneta, y con la autorización de Felipe II, añadió las Islas Filipinas al trono español. Fundó la ciudad de Manila el 19 de mayo de 1571. Finalmente, no podemos olvidar los pioneros viajes de Mendaña, Quirós y Torres por las rutas de Melanesia (Nuevas Hébridas, Islas Salomón y Nueva Guinea) durante los años 1568–1606. Así, no sin razón, el Océano Pacífico por aquellos memorables años era conocido en el siglo XVI como “el Lago Español”. Y fue, precisamente, otro insigne español, Vasco Núñez de Balboa, quien en el año 1513 cruzó con un puñado de hombres la región de Darien (Panamá), desde la ciudad de Acla (Atlántico) hasta la Bahía de San Miguel (Nuevo Océano) y, en nombre del rey de España, plantó su bandera en aquella playa, tomando posesión del ignoto Mar del Sur y de todas sus tierras. El Nuevo Mar fue denominado “Pacífico” por Balboa en base a los informes recibidos de que “el Gran Océano siempre está tranquilo”. No podemos silenciar a otro navegante español insigne, Vicente Yáñez Pinzón, que mandó la carabela “la Niña” en la histórica ruta de Colón. En los años 1499–1500 emprendió una nueva expedición. Después de anclar en las Islas de Cabo Verde fue el primer europeo que arribó, empujado por una fuerte tormenta, al Cabo de San Agustín (extremo N.E. de Brasil, cerca de Recife). Fue también el primero que cruzó el ecuador por aquellas latitudes y fondeó en las costas brasileñas. Las mismas a donde, tres meses más tarde, llegó el navegante portugués Pedro Álvares Cabral. Después de bordear el Cabo de San Roque, Pinzón descubrió las bocas del Amazonas y Orinoco llegando a La Española desde donde regresó a España. En fin, el sistema dual del Patronato–Padroado terminó en 1777 por el tratado de San Ildefonso. Y veamos ya una breve panorámica de las dos rutas marítimas que unieron la Península Ibérica (aunque podríamos decir brevemente España por la unión de las dos coronas bajo los monarcas españoles durante los años 1580–1640) con el Extremo Oriente según las zonas de dominio del Patronato Español y el Padroado Portugués durante un siglo (1543–1636). I PARTE: Comercio y evangelización en el Extremo Oriente bajo el Padroado Portugués Como hemos indicado, en virtud del tratado de Tordesillas (junio 1494) se modificaron los límites otorgados por el Papa Alejandro VI en sus Bulas “Inter caetera” y “Eximiae devotionis” de 3 y 4 de mayo de 1493 respectivamente. Se entregaba a la corona de Portugal la plena jurisdicción (civil, comercial y religiosa) sobre los territorios desde el meridiano situado a 370 leguas al este de las Islas de Cabo Verde (que incluía N.E. de Brasil, África, India y China). Y a la corona española las tierras al oeste de dicho meridiano, esto es, el resto del continente americano hasta las posibles islas del Pacífico (Molucas y Filipinas). Una franja dudosa en el área del estrecho de Malaca se dejaba abierta para ulterior determinación en base a datos geográficos más exactos. De esta manera, los portugueses después de la ruta descubierta por Vasco de Gama hacia el Océano Índico (1497–1498), bordeando el Cabo de Buena Esperanza, llegaron hasta el sur de la India y se establecieron en Cochin (1502), en el sudeste de la India (actual provincia de Kerala). Alfonso de Alburquerque construyó allí un fuerte en 1503. En 1510 las tropas de este insigne militar conquistaron la ciudad de Goa (al sur de Bombay), ciudad que se convirtió en la avanzada portuguesa militar y centro comercial como la capital de todo el imperio portugués en Asia. Llegó a disfrutar de los mismos privilegios que Lisboa. En 1511 Portugal llega a Malaca (muy cerca del actual Singapore) y en 1512 Alburquerque envía una expedición al mando de Abreu, Serrao y Bisagudo que desembarcaron en Banda. Las tropas de Serrao se establecieron en Ternate (al norte de las Islas Molucas). Este codiciado archipiélago de las Molucas, situado al este de las Islas Celebes, pasó a conocerse como las Islas de las Especias y fue la zona asiática más codiciada por España, Portugal, Holanda e Inglaterra, además de China. Desde 1514 comienzan los primeros viajes comerciales de Portugal a China, ofreciendo las ricas especias de las Molucas. En efecto, los portugueses de Malaca pronto advirtieron que era tan provechoso comerciar con China como con Portugal, y así decidieron establecer relaciones oficiales con el Imperio Celeste Centro del Mundo. En 1517 se envió una flota a Cantón con Tome Pires como embajador que pudo llegar hasta Pekín, pero su embajada fracasó al llegar noticias de Cantón sobre la construcción portuguesa de un fuerte militar en aquella zona que evidenciaba un claro deseo de conquista militar y no de simples relaciones comerciales. Pires fue encarcelado y murió en cautividad. Todo comercio con Portugal fue declarado ilícito. Sin embargo, la pimienta y el sándalo que traían los portugueses seguían siendo muy codiciados en Cantón. Dos flotas llegaron de Malaca en 1521, pero a partir del año siguiente 1522 Cantón se cerró completamente al comercio extranjero. A pesar de todo, los portugueses siguieron con operaciones ilegales de comercio en el área de Amoy (norte de Cantón) y Ningbo (sur de Shanghai). En resumen, la gran potencia naval de la dinastía Ming desarrollada a principios del siglo XV con sus famosas salidas al exterior por el sudeste asiático, Madagascar y África Oriental, fue desacelerándose hasta su total retirada del exterior desde la mitad del siglo XVI para concentrarse en sus operaciones interiores a través de sus grandes ríos y en una lucha encarnizada contra los piratas que infestaban sus mares, disfrazados de comerciantes (muchos de ellos venían de Japón, eran los temibles “waco” que no obedecían ninguna ley ni autoridad). Al fin, en 1557 la ciudad de Macao, pequeña península frente a Cantón, se convierte en el puesto más avanzado de comercio entre Europa y Asia. Portugal consigue la autorización china para su establecimiento permanente allí, mediante el pago aduanero correspondiente al tráfico principalmente de sedas, té, porcelanas, lacas y otros productos de artesanía muy codiciados en Europa. Pero no fue hasta 1887 cuando China reconoció la plena soberanía portuguesa sobre la península de Macao y las islas adyacentes de Taipa y Colcane. Soberanía que fue devuelta a la República Popular de China en 1999. Veamos ahora un primer esbozo de la actividad misionera bajo el Padroado Portugués. En 1543 un junco chino pilotado por tres portugueses (Antonio de Mota, Antonio Peixoto y Francisco Zeimoto) arriba a las costas de Tanegashima (pequeña isla al sur de Kyushu), desviado por un fuerte tifón. Estos tripulantes llevaban sendos arcabuces / mosquetes. Fueron recibidos con agrado por las autoridades, muy sorprendidas e impresionadas por las armas de fuego (desconocidas hasta la fecha en Japón). A partir de este año comenzaron a llegar barcos portugueses interesados por un posible comercio. Pocos años más tarde, el 15 de agosto de 1549 y procedente de Malaca, llegaba a Kagoshima (sur de la isla Kyushu) Francisco Xavier y sus compañeros jesuitas el sacerdote Cosme de Torres y el hermano coadjutor Juan Fernández, acompañados de tres japoneses (uno de ellos Anjiro que serviría de guía–intérprete), un criado chino y otro indio. Estos primeros jesuitas desarrollaron gran actividad evangelizadora en Kagoshima, Hirado, Yamaguchi, Buno y Sakai con notable éxito. Consiguieron bautizar varios centenares de japoneses, algunos samuráis, aunque con recia oposición de los bonzos budistas de las ciudades visitadas. Xavier marcha después a Kioto, vestido pobremente y aterido de frío. No consigue audiencia con el Mikado, sino que es apedreado por la chiquillería. Tampoco consigue ver al Shogun (caudillo militar del país). Aleccionado por esta negativa experiencia regresa a Yamaguchi y se presenta ante el daimyo local vestido ahora con todo lujo y boato, en su calidad de legado oficial del virrey de Goa. Así lo hace al darse cuenta de que es la única manera de ser respetado y atendido por las autoridades de la sociedad japonesa “vertical”. Asimismo, visita de nuevo la ciudad de Hirado con su lujosa vestimenta, siendo portador de valiosos regalos traídos de Europa para el daimyo del lugar (un reloj mecánico, un clavicordio y un arcabuz de tres cañones). El asombrado daimyo concede permiso a Xavier para evangelizar la región y, además, le ofrece generoso una sustancial ayuda económica que es rechazada amablemente por el misionero pobre de espíritu. Después de diversos debates teológicos y encuentros con los japoneses, Xavier se convence de que el camino más corto para convertir a Japón era evangelizar antes a China. En efecto, con el prestigio y apoyo del gran maestro de China, la nación japonesa con sus líderes políticos, religiosos e intelectuales aceptarían ser bautizados sin resistencia. El 20 de noviembre de 1551 Xavier zarpó para Goa donde iba a ser nombrado legado del virrey de la India ante el emperador chino. Así, el 25 de abril de 1552 salió de Goa hacia Malaca para de allí continuar hasta China. Llegado a la isla de Sanchian (junto a Cantón) muere Xavier el 3 de diciembre de 1552. Así finalizó la fecunda vida misionera de aquel entusiasta “divino impaciente” entregado a comunicar el mensaje de la Buena Nueva en el continente asiático. Es memorable la descripción que nos dejó Xavier de los japoneses en una carta histórica enviada a sus hermanos de roma tres meses después de su llegada a Kagoshima: “Toda la gente que hemos encontrado hasta ahora son en mucho la mejor de todos los países descubiertos. Y me parece que nunca encontraremos un pueblo entre los no cristianos igual al de Japón. Tienen excelentes modales, no son maliciosos… son hombres de honor que lo anteponen a todas las cosas”. El 25 de julio de 1579 llega a Japón el jesuita napolitano Alejandro Valignano (1539– 1606). Hombre inteligente, dinámico y de gran visión y capacidad organizativa. Después de promover la evangelización en Oriente, desde 1574 fue nombrado Visitador General de la misión de Japón en los años 1579–1582, 1590–1592 y 1598–1603. Autor de importantes obras: “Sumario de las cosas de Japón” (1583), “Apología de la Compañía de Jesús en China y Japón” (1598), “Principio y progreso de la religión cristiana en Japón” (1601–1603). Escribió más de 500 cartas cobre la misión casi todas en lengua española. Su estrategia de evangelización fue reconocer la absoluta necesidad primero de conocer a fondo la cultura japonesa y, después, buscar una presentación del cristianismo sin europeizarlo, sino adaptándolo a la avanzada cultura japonesa. Suspendió la exigencia de numerosas disposiciones puramente eclesiásticas, convencido de que Japón era como “la iglesia primitiva”. Especificó, en concreto, instrucciones de adaptación. En realidad, su visión coincidió plenamente con la de sus predecesores en Japón Francisco Xavier y Cosme de Torres, así como con la del genial jesuita Mateo Ricci en China. Valignano fue el responsable que decidió promover el comercio Macao–Nagasaki para conseguir la ayuda financiera que necesitaba la misión de Japón ante la insuficiente contribución de la corona real y del Vaticano. La misión necesitaba unos diez–doce mil ducados anuales y los ingresos procedentes de España, Roma y unas rentas de tierras de la India sólo ascendían a menos de 7.500 ducados. Ante esta situación, Valignano no dudó en ofrecer la mediación de los jesuitas como “agentes comerciales” entre los mercaderes portugueses (Macao) y japoneses (Nagasaki). Los misioneros actuarían de guías–intérpretes–asesores. Cada galeón procedente de Macao traía cincuenta picos de seda que al venderse en Japón suponían un beneficio neto de unos cinco mil ducados para los misioneros. Era una ganancia justa de un comercio lícito chino–japonés– portugués. Es importante recordar que el 9 de junio de 1588 el daimyo cristiano Bartolomé Omura hizo donación de la ciudad y puerto de Nagasaki a la compañía de Jesús para facilitar la actividad comercial de los jesuitas. Donación que al fin fue aceptada por el General de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva. Evidentemente tal actividad mercantil de los misioneros fue muy criticada en Europa, pero en palabras el mismo Acquaviva “este comercio se aceptó de modo provisional sólo para proteger a los cristianos perseguidos en otras ciudades de Japón”. Los principales productos chinos importados eran la seda, especias de los mares del sur y porcelanas y se exportaban espadas, lacas, cobre y plata (muy codiciada en China), además de productos europeos de relojes de arena y mecánicos, cuadrantes de navegación y algunos tejidos de cuero fino. El galeón protagonista de este tráfico mercantil llegó a conocerse en Japón como “kurobune” (barco negro, por el color negruzco del casco de teca de la India) y se convirtió en “la nao do trato” que hacía su travesía una o dos veces al año. Eran carracas de unas 600– 1.600 toneladas. De esta manera, Portugal se convirtió en controlador absoluto del comercio China– Japón desde 1544 hasta 1571. Fue memorable por aquellos días la memorable visita de Valignano al palacio del caudillo Oda Nobugana (1534–1582) (primer unificador del país, fragmentado durante más de dos siglos en feudos independientes y en guerra permanente entre sí). El 28 de marzo de 1581 tuvo lugar esta visita histórica. Valignano obsequió a Nobunaga con un reloj, una silla de estado, velludo carmesí y un vaso de cristal decorado en hueco. El poderoso caudillo contestó con el obsequio de unas aves recién cazadas con halcón, un biombo de incalculable valor y una invitación especial para asistir a una próxima fiesta que iba a celebrarse en Kyoto. El profesor Antonio Cabezas en su magistral obra “El Siglo Ibérico de Japón” nos ofrece un excelente resumen sobre la armazón de la nao do trato: “Los capitanes portugueses fueron un modelo de tacto, valentía y pericia en su lucha contra el mar, acumen para los negocios y casi siempre fidelidad cristiana. Veamos como organizaron el comercio de Macao con Japón. Y no tenemos mejor explicación que la de un memorial escrito por el jesuita portugués Manuel Días “El Viejo”, rector del colegio de Macao, con fecha 18 de abril de 1610. Iba dirigido al General Acquaviva con ocasión de que Felipe III volviera a urgir a los misioneros que se abstuvieran de inmiscuirse en los negocios. Este memorial se titulaba “Información de la armación o contrato de la compañía en que los moradores de Macao mandan su seda a Japón” (Publicado por Álvarez– Talamadrid): “Cuando los portugueses comenzaron a ir a Japón con haciendas de la China en 1545, el rey de Portugal reservó para sí a partir de 1550 que ninguno lo hiciese sino aquel a quien él diese para ello provisión, la cual daba a diversos hidalgos en satisfacción de sus servicios”. “Antiguamente hacían el viaje de esta manera: el capitán que aquí (esto es, Macao fundada en 1557) venía de la India con su nao para hacerlo concertábase con los mercaderes que le había de dar fletes a un tanto por ciento. Embarcaba cada uno de ellos las haciendas que quería mandar, entre las cuales la de mayor ganancia fue siempre la seda. Corrió este modo para hacer el viaje algunos años, pero tenía el inconveniente de que el capitán hacía aquel concierto de los fletes con los mercaderes más ricos, los cuales metían todo su caudal en seda porque en ella se ganaba más; y, así, doce o quince hombres cargaban toda la seda que en Japón se podía vender, y los otros más pobres como no tenían entrada en el concierto de los fletes no tenían lugar para meter seda, y sólo mandaban haciendas de menos ganancias que ellos llamaban menudencias, como piezas de tafetán, satén, damasco, etc.” “Creciendo después los moradores de esta tierra, trataron por industria del Patriarca Don Melchor Carneiro (obispo desde 1570) que la seda que se mandase a Japón fuese por contrato de la compañía en que todos, pobres y ricos, metiesen su poco. Y a este contrato llaman aquí “armación”, y la porción de seda que dan a cada uno llaman “baque”… Comúnmente procuran dar a cada uno tal “baque” que las ganancias le basten para sustentar su familia en un año conforme a su estado”. “Antiguamente, mandaba la Compañía de Jesús en este viaje la seda que podía, como hacían los seculares, pero después que se hizo esta armación, hizo un concierto con la ciudad determinando que no mandaría noventa picos de seda (como tenía provisión del rey) sino solamente cincuenta. Y se acordó que al llegar a Japón si no se podía vender toda la seda le darían al Procurador de la Compañía de Jesús cuarenta picos por el precio que costara a sus dueños en Macao, pues de lo contrario los mercaderes habían de traer a Macao estos picos sin venderlos. Lo ordinario era que se vendiese toda la seda en Japón, y así los Padres quedaban solo teniendo cincuenta picos”. “Los dueños de las haciendas pagan un tanto por ciento a los gobernadores de la ciudad. Según los años estos derechos variaban entre un dos y un cuatro por ciento. La Compañía de Jesús aceptó pagar un tres por ciento todos los años además de los fletes pagados al capitán que comúnmente son el diez por ciento de la seda”. “Los procuradores ponen grandísimas vigías para que no vaya a Japón otra embarcación con haciendas de la China sino aquella nao…” “Como los japoneses son muy diferentes a los portugueses en el modo de tratar y contratar, los procuradores ordenaban que en el negocio de la venta y en lo demás se valieses de los Padres de la Compañía de Jesús. Y estos hacían allá muy buen oficio a esta ciudad, impidiendo allá algunas alteraciones que a veces ocurrían en el precio y peso de la seda entre los mercaderes…” Asimismo, es interesante el contenido de una carta del factor holandés Jacques Specx, residente en Hirado, que escribió en noviembre de 1618 sobre el impacto de la nao portuguesa en la ciudad de Nagasaki: “El navío que viene de Macao cada año trae a doscientos o más mercaderes de los cuales desembarcan en Nagasaki, y cada uno de ellos alquila una casa donde residen con sus criados y esclavos. No les importa gastar mucho y nada les parece caro. En los siete u ocho meses que residen en la ciudad desembolsas más de doscientos cincuenta mil o trescientos mil taeles (moneda china de plata). Así que el pueblo recibe grandes beneficios, y esta es una de las razones por las que Nagasaki les muestra tanta amistad”. El Profesor Cabezas así termina esta histórica cita: “El absoluto monopolio que los portugueses mantuvieron en Japón sobre la seda china hasta 1571, año de la conquista de Manila por los españoles, fue desapareciendo poco a poco debido al acceso de los japoneses a otros mercados orientales, como Anan (Vietnam), Cambodia, Patani (Malaya), y, sobre todo, Manila. Debido también a la llegada de españoles y chinos al mercado japonés, y a la llegada a Japón de holandeses e ingleses. En 1612 Macao ya solo introducía en Japón un quinto de la seda total importada”. Y sigamos con la actitud amistosa del caudillo Oda Nobunaga hacia los misioneros jesuitas. El 3 de noviembre del año 1581 Nobunaga hizo una visita sorpresa al seminario jesuita de Azuchi, quedando muy bien impresionado, sobre todo por la música de clavicordio, viola y órgano con la que fue obsequiado. No hay duda de que Nobunaga favoreció la presencia cultural–comercial–religiosa de los jesuitas, debido en especial al odio instintivo y la profunda aversión que sentía contra los bonzos intrigantes del país. Misiones de los jesuitas Antoni de Montserrat al Gran Kan Mogol Akbar, Mateo Ricci y sus sucesores ante El Emperador de China y Roberto de Nobili en el sur de la India. Me parece obligado interrumpir aquí la secuencia de los jesuitas en Japón para mencionar otras gestas extraordinarias de jesuitas en Asia. Antoni de Montserrat nació en Vic (Barcelona) y en el año 1574 zarpó de Lisboa como miembro de la embajada de Goa ante el Gran Kan Mogol Akbar (el emperador más importante de la India 1542–1605). Su imperio se extendía desde Kabul (Afganistán–Irán) hasta el Golfo de Bengala, y por el sur hasta el río Godavari. Montserrat participó en los diálogos religiosos con budistas, musulmanes, jainistas. Acompañó a Akbar hasta Kabul. Murió en la India en 1600. Es autor de los primeros mapas del Tíbet e Himalaya, muy apreciados por los pioneros expedicionarios europeos por sus magníficas obras cartográficas del Techo del Mundo. Así también, debemos mencionar al genial jesuita Mateo Ricci (1532–1610) y sus sucesores, auténticos gigantes de la evangelización cristiana en China. En 1578 Ricci salió de Lisboa con destino Goa. Allí cursó Teología y fue ordenado sacerdote en Cochin en julio de 1580. Al año siguiente es destinado a China, llega a Macao el 8 de agosto de aquel año acompañado de su compañero Ruggieri. Después de dedicarse al estudio profundo de la lengua y los clásicos chinos, traduce al latín cuatro obras chinas y publica un librito en chino sobre Los 10 Mandamientos. Gradualmente advierte el gran interés que muestran los intelectuales confucionistas chinos por su asombrosa erudición científica europea a la vista de relojes, mapas, pinturas y libros. Poseía una prodigiosa memoria. En 1595 los dos misioneros adoptan por completo las costumbres chinas, usando el vestido de los letrados confucionistas (con la aprobación de Valignano, superior de los jesuitas en Asia). El 25 de enero de 1601 el emperador Ming Wan–Li autoriza su entrada en Pekín. Poco después es recibido por el mismo emperador asombrado por los regalos ofrecidos por aquellos extraordinarios misioneros europeos (especialmente, los relojes). Ricci consigue permiso de residencia permanente en Pekín, con una significativa ayuda económica. Debido a su excelente formación matemática y astronómica hizo importantes contribuciones en la reforma del calendario, predicción de eclipses, mapamundi… Ricci murió el 11 de mayo de 1610 y el emperador le concedió una sepultura especial. La contribución más creativa de Ricci fue su presentación del Cristianismo adaptado a los valores del Confucionismo (su intento de aculturización fue incluso más avanzado que el de Valignano en Japón). Sus sucesores jesuitas en la misión de china ofrecieron importantes aportaciones a la ciencia y tecnología chinas: Johann Adam Schall (1593–1666), Terentius Scrack (discípulo de Galileo y amigo del astrónomo Kepler), Nicolas Longobardi (1566–1655) y Ferdinand Verbiest (1623–1688) que ocuparon destacados puestos oficiales en la corte imperial de Pekín. Sin embargo, debo añadir que durante todos estos años, la actividad misionera de los jesuitas despertó profundas críticas en otras órdenes religiosas y en toda Europa ante la primera “aculturización” cristiana distinta de la greco–romana. Estos debates se llegaron a conocer como la famosa “controversia de los Ritos Chinos” que acabó con la fulminante Bula condenatoria de Benedicto XIV “Ex anno singulari” de 5 de julio de 1742 que prohibía todo intento de adaptación cristiana a las culturas de la China, Japón e India. Los misioneros católicos venían obligados a prestar juramento de nunca más volver a discutir sobre esta materia, hasta que el Papa Pío XII lo revocó en el siglo XX. De manera semejante, debemos recordar a otro insigne misionero jesuita Roberto de Nobili (1577 – 1656) y su obra evangelizadora en la India. Nacido en la Toscana italiana, ingresó en la Compañía de Jesús de Nápoles en 1597. Tras unos brillantes estudios embarcó para la misión de la India en octubre de 1604. Llegó a Goa el 20 de mayo de 1605. Tras una corta estancia en Cochin y en la Costa de Pescadores (S.E. de India) fue enviado a Madura para estudiar la lengua Tamil. En un año adquirió un profundo conocimiento de las lenguas tamil, telugu y sánscrito. De Nobili pronto adaptó las costumbres de los brahamanes en su comida y vestido, viviendo en público apartado de los parias. En su año llegó a bautizar a 10 brahamanes. Trabajó en Madura, Mysere y el Camatico hasta su edad avanzada, casi completamente ciego tuvo que retirarse a Mylapore hasta su muerte. Fue autor de numerosas obras. En especial destaca “Compendio de Vida Cristiana” y “Vida de Ntra. Sra.” Escritos en verso sánscrito, pero su obra principal fue “Catecismo Mayor” publicada en Tamil. Todo un curso de teología adaptado a la cultura y necesidades de la India. De Nobili fue probablemente el primer europeo que aprendió sánscrito y tamil. Su adaptación a los Ritos Malabares fue también condenada por Benedicto XIV en 1744 en su Bula “Omnium Sollicitudinem”. Finalmente, en 1940 Roma revocó las prohibiciones y juramentos relativos a los Ritos Malabares. Todas estas condenas papales expresaron un sentimiento generalizado en Europa en contra de la Compañía de Jesús. Las cortes borbónicas sentían peligrar su poder ante la gran influencia de los jesuitas como defensores reales, instructores de la mejor educación de las clases altas y gestores de grandes recursos económicos en Iberoamérica y Asia. Así, sucesivamente la Compañía de Jesús fue suprimida en Portugal (1759), Francia (1764) y España (1767) hasta que el Papa Clemente XIII disolvió universalmente la orden religiosa de Ignacio de Loyola en todo el mundo (con la única excepción de Rusia, en donde la poderosa Catalina II conservó a los jesuitas por su gran aversión contra el Vaticano). Es clamorosa la injusticia de la supresión de las famosas “Reducciones del Paraguay” que testimoniaron un caso especialísimo de adaptación misionera a las culturas nativas de los indios. Al fin, Pío VII restableció la Compañía de Jesús en 1814, pero aquellos nuevos jesuitas habían perdido la magnanimidad y el gran espíritu de sus antecesores y tuvimos que esperar a la segunda mitad del siglo XX, cuando revivió aquel espíritu primitivo de auténticos gigantes con el testimonio de Teilhard de Chardin, Karl Ranner, Lubac, Danielou, John Courtney Murray, y nuestro Pedro Arrupe… La primera embajada japonesa (Tensho) a Europa (1582–1590) El Visitador Valignano, aprovechando la buena relación existente con el poderoso Nobunaga Caudillo de Japón, organizó la primera delegación de japoneses a Europa (conocida como la Misión Tensho). La integraban cuatro jóvenes legados de los tres daimyos cristianos japoneses de Bungo, Arima y Oshima. Los acompañaba el mismo Valignano. Zarparon del puerto de Nagasaki el 20 de febrero de 1582. A través del Cabo de Buena Esperanza llegaron a Lisboa el 11 de agosto de 1584. El viaje duró dos años y medio, accidentado por tormentas, calmas chichas, enfermedades, incendios… Durante la travesía murieron 32 tripulantes. Fueron recibidos en Lisboa por el sobrino de Felipe II, el Cardenal y gobernador. En la vecina ciudad de Evora los jóvenes legados dieron todo un recital de órgano en la catedral. El 18 de septiembre entraron en España donde fueron aclamados con todo entusiasmo. Dos de los adolescentes cayeron enfermos de la viruela y fueron atendidos con el mayor cuidado por el mismo médico real enviado por Felipe II. En la iglesia de San Jerónimo de Madrid los legados japoneses asistieron al acto de juramento de fidelidad del príncipe heredero (futuro Felipe III). A continuación se celebró la audiencia con el rey de España. Se leyeron las cartas que presentaron los jóvenes legados en nombre de los daimyos de Japón. A continuación, la comitiva fue a visitar el Monasterio de El Escorial, recién construido. Me interesa resaltar que hace pocos años tuve el privilegio de tener en mis manos algunos libros depositados en la Biblioteca del Monasterio que fueron impresos por la imprenta de los jesuitas de Amakusa a comienzos de los años 1590 y que llegaron al Monasterio poco después de la visita. Los legados prosiguieron su viaje a Barcelona, Pisa y al fin llegaron a Roma el 22 de marzo de 1585. Se alojaron en la Curia Generalicia de los jesuitas y, en impresionante procesión, se dirigieron al Vaticano. Allí fueron recibidos por el anciano Gregorio XIII, que falleció pocas semanas después. Los jóvenes legados pudieron asistir a la coronación de su sucesor Sixto V. También visitaron la ciudad de Venecia donde les recibió el Gran Duque. Y después de regresar a Barcelona y Madrid, donde se despidieron de Felipe II, la comitiva zarpó de Lisboa, llegando a Japón el verano de 1590. Ocho años de ausencia. Los cuatro adolescentes fueron recibidos por el nuevo Caudillo Hideyoshi en 1591 y todos ellos ingresaron en la Compañía de Jesús aquel mismo año, pero las circunstancias políticas de Japón, en especial las relaciones oficiales con los misioneros, cambiaron mucho. Los vientos de persecución cristiana comenzaban ya a soplar. Uno de los cuatro jóvenes refrendó su fe con el martirio en 1633. Discordias entre los misioneros Regresemos de nuevo con la evolución histórica de la misión e Japón destacando la rivalidad competitiva que surgió entre diversas órdenes religiosas de los misioneros, causadas básicamente por la división territorial de los nuevos mundos descubiertos que marcaban las dos Rutas del Padroado Portugués y Patronato Español. El 28 de enero de 1585 el Papa Gregorio XIII, a instancias del jesuita Valignano, promulga la Bula “Ex pastorali officio” por la que la compañía de Jesús se confirmaba como la “única” orden religiosa misionera autorizada en el hemisferio japonés, naturalmente encuadra bajo el hemisferio correspondiente al Padroado Portugués. La raíz de la discordia surge en base a que a pesar de la unión política de España– Portugal bajo Felipe II y Felipe III (1580–1640), se estipuló expresamente que dicha unión respetaba las distintas “administraciones” por separado de los dos imperios ibéricos y, en consecuencia, se debían respetar escrupulosamente los límites establecidos. Sin embargo, diferentes órdenes religiosas españolas deseosas de participar en la fructífera evangelización de Japón, alentadas además por mercaderes hispanos que codiciaban el comercio provechoso cuadrangular de Macao–Nagasaki–Manila–Nueva España (México), se esforzaron en estar también presentes en el archipiélago de País del Sol Naciente. Pues bien, Valignano perspicaz estratega argumentaba su exigencia de disfrutar de un estricto “monopolio” evangelizador de los jesuitas fundamentado en la convicción de que era esencial una gran “uniformidad” en la presentación de la fe cristiana y una adaptación del Cristianismo a los valores de la milenaria cultura japonesa. Tal adaptación no era aceptada por otras órdenes religiosas (franciscanos, dominicos y agustinos) al no aplicarla en las colonias “conquistadas” del Nuevo Mundo. Ahora bien, resulta para mayor confusión que la Bula de Gregorio XIII no se publicó en Manila hasta julio del año siguiente a su firma en roma. Además, el nuevo Papa Sixto V, que acababa de suceder a Gregorio XIII, publica el 15 de noviembre de 1585 la nueva Bula “Dum ad uberes” por la que se revoca indirectamente el “monopolio” misionero de la Compañía de Jesús al autorizar también a otros religiosos evangelizar a Japón. Ante la insistencia crítica de Valignano, el Vaticano no cede y, antes al contrario, publica nuevas Bulas en 1600 y 1608 confirmando la primera autorización de Sixto V. El hecho es que, ante una posible confusa situación jurídica, durante los años siguientes frailes agustinos, franciscanos y dominicos desarrollaron “en paralelo” con los jesuitas una profunda labor evangelizadora en Japón entre los “pobres” de las ciudades. Abrieron hospitales para los indigentes, promovieron el uso del agua bendita, medallas… Y ya en el año 1614, después de que se habían expulsado ya misioneros extranjeros, residían en Japón 14 franciscanos, 9 dominicos y 4 agustinos. Su labor fue fecunda bautizando millares de fieles. Es evidente el contraste entre los dos métodos de evangelización empleados: i) los jesuitas ante una “sociedad vertical” y de elevada cultura, se acercaban a las clases altas y presentaban un Cristianismo de “injerto” vivificador de los valores positivos culturales existentes en el país; ii) los frailes, por el contrario, predicaban a un Cristo pobre a los pobres y consideraban la tierra nativa “vacía” (“tamquam tabula rasa”) donde se plantaba la semilla cristiana, tal como se hacía en las colonias iberoamericanas del Nuevo Mundo. El gran humorista escritos británico católico G. B. Chesterton describió con una luminosa imagen impactante la metodología evangelizadora del “tamquam tabula rasa”: “Es como si la gracia sobrenatural del Cristianismo se encasquetase en forma de un sobrero de copa sobre el cuerpo desnudo del hombre”. El caso es que por toda una serie de incidentes, que se expondrán brevemente en la II Parte de esta conferencia, a partir de los años 1580’s fueron aumentando el número de contactos religioso – comerciales – políticos entre Japón y Manila, con el cambiante talante del ambicioso y extravagante nuevo Caudillo japonés Hideyoshi Toyotomi (1536 – 1598) que fue debilitando su apoyo oficial a los jesuitas aumentando su aparente simpatía por los frailes de Manila, visionando proyectos fantásticos sobre la posible conquista japonesa de Corea, China y las Filipinas. Debemos recordar el fruto de los misioneros jesuitas que en 1614 contaban con 143 sacerdotes, 2 colegios, 24 residencias y contaban con la ayuda imprescindible de hasta 250 catequistas laicos japoneses. Y, en total, parece ser que la comunidad cristiana japonesa llegó a sobrepasar los 300.000 fieles. El historiador católico inglés M. Steichen establece que hay evidencia documental sobre la existencia de más de 50 daimyos cristianos, dos hijos de Nobunaga, un sobrino de Hideyoshi, el médico de cabecera de Hideyoshi, esposas de poderosos señores (como García Hasokawa), camareras del palacio de Yeyasu, nobles, ricos comerciantes, pintores famosos… Antonio Cabezas llega a concluir que un tercio de las principales familias japonesas contaban con algún miembro cristiano. Y ya al final de la I Parte de esta conferencia me parece oportuno recordar la memoria de cuatro personajes extraordinarios verdaderos protagonistas de las relaciones Padroado portugués–Japón como misioneros jesuitas. Fco. Xavier, Alejandro Valignano, Joao Rodrigues y Luis Frois Francisco Xavier fue pionero en la misión de Japón. Con grandísimas dificultades y tribulaciones iniciales aprendió a cambiar la estrategia evangelizadora y sembró la primera semilla cristiana en Japón. La contribución del italiano Alejandro Valignano fue definitiva. Verdadero genio organizador, con gran visión y libertad de espíritu, diseñó la conveniente adaptación de la fe cristiana a la cultura japonesa. Ya hemos mencionado sus importantes escritos. El tercer personaje, no siempre recordado como se merece, fue un genio lingüístico. Es el portugués Joao Rodrigues (1561–1633). Fue nada menos que el intérprete oficial y agente general de los jesuitas misioneros ante los sucesivos caudillos Nobunaga, Hideyoshi y Tokugawa. De aquí que llegó a conocerse como el “tçuzzu” (intérprete). Fue autor de las tres obras más destacadas de la época, auténtico hito en la historia de la lengua japonesa, hoy reconocidas por su extraordinario valor lingüístico: “Vocabulario da lingoa de Japam” (1603); “Arte breve da lingoa Japoa” (1620); y “Arte da lingoa de Japam” (1604–1608). Presentan un riguroso análisis lingüístico de la lengua japonesa, con un vocabulario de más de 30.000 palabras. Son también famosas sus descripciones detalladas de la ceremonia del té (“chanoyu”) y del “ikebana”. Es natural que su compleja misión como intermediario oficial ante el caudillo japonés ha merecido críticas y acusaciones. Llegó, en realidad a poseer una invalorable información secreta sobre gran variedad de temas civiles y religiosos. Ante las crecientes persecuciones abandonó Japón para Macao el año 1610. Murió en China. Su papel histórico fue hábilmente interpretado, con las modificaciones inevitables del guión, en la célebre novela “best seller” “Shogun” de James Clavell y en el serial televisivo exitoso protagonizado por el piloto inglés–holandés William Adams. Y me atrevo a añadir a un cuarto jesuita, no siempre tan conocido, pero hizo una contribución importante para el conocimiento de la cultura japonesa en Occidente. Me refiero a Luis Frois (1532–1597). Llegó a Japón en 1569 y alcanzó un alto nivel de la lengua japonesa. Publicó varias obras. Destaca su voluminosa “Historia de Japón”, editada entre 1576–1684 en cinco volúmenes por Jose Wicki, Lisboa, Biblioteca Nacional. También es autor de un precioso manuscrito, descubierto por el erudito Jose Franz Schutte en la Biblioteca de la Real Academia de Historia de Madrid, titulado “Tratado en que se contiene muy sucinta y abreviadamente contradicciones y diferencias de costumbres entre las gentes de España y esta provincia de Japón”. Fue redactado hacia el año 1585 y llegó a utilizarse ampliamente en la formación de los jesuitas misioneros. Su contenido sorprende en especial por su aguda observación al destacar el delicado sentido de la belleza que los japoneses encuentran en objetos imperfectos, rústicos, simples y con la pátina del paso del tiempo… Y veamos ya el sumario de las actividades hispanas en el Extremo Oriente bajo el Patronato Español. II PARTE: Comercio y evangelización en Filipinas y Japón bajo el Patronato Español Ya hemos mencionado en la Introducción la presencia descubridora española en “El Lago Español” (Océano Pacífico) en los siglos XVI–XVII. La ciudad de Manila era ya española desde mayo de 1571 y fue Urdaneta quien encontró la mejor ruta marítima Manila–Acapulco para los galeones españoles. Japón, sin embargo, se encontraba dentro de la jurisdicción portuguesa del Padroado acordado. Así, todo el archipiélago japonés era territorio vedado a los navegantes y misioneros españoles. En realidad, existía un comercio japonés privado con Filipinas antes de la llegada española a Manila. Y así lo escribía Legazpi a Felipe II en su carta de 23 de junio de 1567 desde Cebú: “Más al norte de donde estamos (Cebú), o casi al noroeste no lejos de aquí están unas islas grandes que se dicen Luzon y Mindonoro donde vienen los chinos y japoneses cada año a contratar. Y lo que traen es sedas, telillas, campanas, porcelanas, olores, hierro, estaño, mantas de algodón pintadas y otras menudencias. Y al retorno se llevan el oro y la cera. La gente de estas dos islas son moros, compran lo que traen los chinos y japoneses y lo contratan ellos por todo el archipiélago”. Este comercio existía realmente y como bien explica Antonio Cabezas: “Legazpi después de fundar Manila dio la bienvenida a los inmigrantes chinos. Tres años después ya eran seis los juncos chinos que acudían regularmente a Manila repletos de sedas. Parte se quedaba allí para confeccionar los famosos mantones y otras prendas femeninas, parte se remitía a México y España, y parte lo compraban los japoneses que deseaban romper el monopolio portugués. El propio Gobernador de Manila, Don Gonzalo Ronquillo de Peñasola, fue quien abrió el barrio chino en 1580 y el barrio japonés dos años más tarde. Llegaron a vivir en él un máximo de mil quinientos residentes japoneses que se ocupaban del comercio o de ser guardaespaldas y mercenarios cuando se precisaba. La cristianización del barrio japonés se encomendó a los franciscanos, y la del barrio chino a los dominicos”. Así las cosas, el 5 de agosto de 1584 un galeón español con cuatro frailes españoles a bordo (2 dominicos y 2 franciscanos) desviados por un recio temporal llegaron accidentalmente a las costas de Hirado (isla sur de Kyushu), en su travesía regular Macao–Manila. Las autoridades de Hirado recibieron con entusiasmo a los inesperados visitantes, deseosos de comenzar relaciones comerciales con Manila, rompiendo el monopolio portugués de Nagasaki. En realidad, a los pocos meses después del incidente, el arrogante nuevo caudillo japonés Hideyoshi escribía una amenazante carta dirigida al Gobernador de España en Filipinas, Don Pedro Gómez Pérez Dasmariñas. En ella afirmaba que con su campaña a Corea y China quería extender su poder hasta las Filipinas y, en caso de que no le enviase una embajada con tributos, llegaría a Manila con sus tropas. La misiva llegó a Manila el 31 de mayo de 1592, y aquel mismo día Dasmariñas informaba a Felipe II y le pedía refuerzos de gente recia castellana y abundantes armas con cañones. Me parece oportuno interrumpir la relación histórica para recordar dos incidencias de religiosos españoles que bien demuestran la inseparable unión de la Cruz y la Espada por aquellos años, y su decisiva importancia en la evangelización del Extremo Oriente. El jesuita español Alonso Sánchez insistió repetidas veces, con el visto bueno de la Audiencia de Manila, de su propuesta formulada en Madrid en 1586 de que Felipe II entrase en guerra contra China para que los emperadores y mandarines del Celeste Imperio permitieran libremente predicar el Evangelio. Poco después, el 1º de mayo de 1588 el fraile agustino Francisco Martín escribía a Felipe II un documento relatando su estancia en Japón. Después, tras una descripción muy alentadora de las riquezas y abundancia de aquel país termina con la siguiente sugerencia: “Si Vuestra Magestad tuviere de entrar por vía de guerra en la China y tomarla, ha de ser por allí (Japón) procurando que los reyes (daimyos) estuvieren de parte de Vuestra Magestad, los cuales aunque no fueran sino los cuatro cristianos podrán ir más de cien mil hombres de guerra; y capitaneando de los nuestros era fácil de tomar la China, porque son muy valientes estos japoneses y atrevidos y crueles temidos por los chinos”. Afortunadamente, Felipe II no se interesó por las atrevidas e iluminadas sugerencias, sino que las desechó por completo al no querer conflictos ni con China ni con Japón. Nuestro buen monarca tenía bastante con soportar el desastre de la Armada Invencible en 1588. Y volvamos con la reacción del gobernador Dasmariñas. Como respuesta oficial de Dasmariñas a la arrogante misiva de Hideyoshi se decidió enviar al dominico Padre Juan Cobo, acompañado por el capitán Lope de Llanos, con una carta fechada el 11 de junio de 1592 que no fue entregada al caudillo japonés hasta el 15 de agosto. Se celebró la entrevista y fue cordial y tuvo lugar en el cuartel general de Hideyoshi con las tropas necesarias para la invasión inmediata de Corea. Los españoles reafirmaron su intención de amistad, pero no de vasallaje. Fray Cobo murió a su regreso en el navío que le transportaba a Manila. El 28 de mayo de 1593 Dasmariñas envió una nueva embajada oficial a Hideyoshi con cuatro frailes franciscanos dirigidos por su superior el Padre Pedro Bautista Blázquez. Los españoles obsequiaron al caudillo japonés con un brioso caballo mexicano enjaezado, un vestido castellano, un espejo grande y un escritorio dorado. Hideyoshi amable invitó a los embajadores a conocer a su corte y a visitar sus palacios de Kyoto, Fushimi y Osaka. Los frailes se quedaron en Kyoto y edificaron una pequeña iglesia en el terreno cedido por Hideyoshi, un convento de leprosería y un hospicio. Estas actividades de los franciscanos violaban los decretos japoneses, ya de comienzo de persecución, y la Bula de Gregorio XIII sobre el monopolio evangelizador de los jesuitas, pero se justificaba aparentemente porque los frailes no habían llegado a Japón en calidad de misioneros evangelizadores sino como embajadores de Gobernador de Manila. A partir de esta fecha se produjo un constante goteo de frailes en Japón procedentes de las Filipinas. El caprichoso Hideyoshi, sin ningún interés por la religión y consumado mujeriego (se afirma que en 1584 albergaba todo un harén de 120 concubinas en su castillo de Osaka que pronto llegó a duplicarse…). Consumado político, su intención al permitir la estancia de los franciscanos era simplemente un puro cebo para atraer los comerciantes de Manila. En realidad, los frailes menos decididos a adaptarse a las costumbres japonesas (como había insistido y advertido Valignano), cada vez se comportaron más desobedientes a las prohibiciones de Hideyoshi contra el Cristianismo, acercándose más a los pobres y oprimidos, con un claro abuso de su status diplomático, desoyendo las advertencias de los jesuitas. Y fue precisamente por aquellos inciertos días, en octubre de 1596 cuando ocurrió un desafortunado incidente que tuvo graves consecuencias adversas a todos los misioneros, incrementando un ambiente hostil y desconfiado de los japoneses hacia todos los misioneros. El hecho es que el galeón español San Felipe, en su ruta habitual de Manila hacia Acapulco, naufragó casualmente en las costas del sur de Tosa. Llevaba un pasaje de 233 personas (entre ellas cuatro frailes agustinos, dos franciscanos y un dominico). Después de prestar toda la ayuda necesaria a los náufragos españoles, las autoridades del lugar decidieron incautarse de su rico cargamento. Después de efectuar las protestas correspondientes y aquí se centra la importancia histórica del evento, se afirma que el piloto (o capitán) español mostró un mapamundi “destacando la grandeza del vasto imperio español y añadió que el brazo largo del soberano español pronto alcanzaría Japón”… Las versiones del incidente son diversas. Otra afirma que en el imperio español “primero avanza la Cruz y después llega la Espada”. El caso es, que Hideyoshi reaccionó de forma violenta y no se hizo esperar. El 8 de diciembre comenzaron las redadas persecutorias en Kyoto y el 6 de febrero de 1597 los 26 primero mártires japoneses fueron ejecutados (entre ellos, 6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 seglares). La persecución remitió después en cierto grado y frailes españoles continuaron llegando de Manila, al propio tiempo que seguía un comercio bilateral Japón–Filipinas. En septiembre de 1598 murió el monarca español Felipe II y el caudillo japonés Hideyoshi. Como resultado de la decisiva batalla final de Sekigahara en el año 1600, Tokugawa Ieyasu confirmó su poder absoluto sobre todo Japón y, en 1603, el emperador Yozei II le nombra oficialmente Shogun de todo el país. Unos meses antes naufragaba, en abril de 1600, en la isla de Kyushu el experto piloto inglés William Adams que pronto se convirtió en valido asesor de Tokugawa en asuntos técnicos navales, comerciales y de relaciones con el exterior. A bordo de un barco holandés llegó a Japón, después de cruzar el Estrecho de Magallanes. Su presencia ante el Shogun avivó la animadversión contra los misioneros católicos españoles y fue propiciando más relaciones con ingleses y holandeses. Con todo, con el permiso del nuevo Shogun Tokugawa se reabrieron las relaciones diplomáticas con Manila y, en realidad, a partir de 1602, se estableció una relación fija de un barco que iba y venía de las Filipinas todos los años, cargado de mercancías, cuyo flete se estimaba en unos 15.000 pesos anuales. Los nombres de los barcos llegaron a ser conocidos en todo Japón: “Santiaguillo”, “Santa María de la O” y “San Ildefonso”. Otro naufragio español en las costas japonesas propició unas mejores relaciones España–México–Manila–Japón. Ocurrió lo siguiente. El 30 de septiembre de 1609 la nao española “San Francisco” chocó contra unos arrecifes de la costa japonesa y se hundió. A bordo navegaba el ilustre D. Rodrigo Vivero y Velasco (sobrino de Luis de Velasco, virrey de Navarra y de Nueva España) que era el actual Gobernador y Capitán General de las Filipinas. Vivero pasó diez meses en Japón con trato directo con Ieyasu llegando a esbozar un principio de acuerdo bilateral de comercio entre Japón y México (1609–1610), con respeto a los misioneros para que predicasen libremente el Evangelio y además pidiendo la expulsión de unos “piratas” holandeses presentes en Japón. Me parece interesante citar unos párrafos significativos escritos por Rodrigo Vivero en su relación del viaje a Japón del año 1609. Así describe la ciudad de Yedo: “Tiene esta ciudad ciento cincuenta mil vecinos. Y aunque vate la mar en las casas de ella, entra un río caudaloso por medio del lugar y en él barcas de razonable porte, que las naos no pueden por no ser tanta la hondura. Por este río, que se dibierte y desangra por muchas calles viene la mayor parte del bastimiento con tanta comodidad y a precios tan varatos que come un hombre razonablemente con medio real cada día. Y aunque los japoneses no gastan pan sino por género extraordinario, como fruta, no es encarecimiento decir que el que se hace en aquel pueblo es el mejor del mundo; y porque le compran pocos, vale casi de valde. Las calles y sitio de esta ciudad tienen tanto que ver cuanto hay que considerar en su govierno, porque se puede competir con el de los romanos. Pocas calles hay una mejor que otra sino todas en igualdad y proporción anchas, largas y derechas mucho más que las nuestras en España. Las casas son de madera y de dos altos algunas, aunque no todas. Y dado que parecen mejor las nuestras por de fuera, el primor de aquellas por de dentro les hace grandísima ventaja; y la limpieza de las calles es de portales y están distintimaente separadas conforme a los oficios y personas: en una calles carpinteros, sin que se mezcle otro oficio ni persona; en otra zapateros, herreros, sastres, mercaderes y, en suma, por calles y barrios todos los oficios de géneros diferentes que se pueden comprehender y muchos que en Europa no se usan porque los de plata tienen barrio solo, los de oro también, los de seda y otros géneros con la misma orden, sin que se vea un oficio encontrado en la calle de otro. Hay sitio particular y calles para la caza, así de perdizes como de ansares, Cabarcos, grullas, gallinas y todo genero de bolateria en abundancia. En otra calle se pone la caza de conejos, liebres, jabalíes y venados de que también hay incomprehensible número. Otro barrio hay que llaman la pescadería, que por su curiosidad me llevaron a que la viese, porque se venden en él todos los géneros de pescado de la mar y de los ríos que pueden desearse, secos, salados y frescos y en unas tinas muy grandes llenas de agua mucho pescado vivo, de manera que a la medida del gusto le halla quien le quiere comprar; y como son tantos los vendedores, salen al camino y hacen barata conforme al tiempo y a la necesidad en que se ven. El barrio de la verdura y de la fruta está también de por sí y no es menos de ver que todo lo que he dicho, porque además de la abundancia y diversidad, la limpieza con que está puesto causa apetito a los compradores. Hay también calle y calles de solos mesones, sin que se atraviese otra en medio. Hay calles donde se alquilan y venden cavallos, y es tal la copia de ellos que cuando llega el caminante, que es la costumbre mudar cavallo cada dos leguas, son tantos los que le salen a combidar y a mostrar el buen paso de su cavallo que apenas sabe como escoger. El barrio y calle de las malas mujeres siempre le tienen en los arrabales del lugar. Los cavallos y señores están en calles y barrios que hacen división de lo demás del pueblo, y con estos no se mezcla hombre común ni persona que no sea de su calidad. Y conócese bien estor en que solo ellos tienen las armas pintadas y doradas en lo alto de las puertas de sus casas; y en esto gastan tanto que hay portada que cuesta más de veinte mil ducados…” Y un poco más adelante, en una segunda Relación del gobernador de Manila, Don Rodrigo Vivero así describe los productos del Japón y otras características de la sociedad Tokugawa: “Es prosperísima la tierra de oro y plata, y si tuvieran mineros y azogue sacarían más cantidad. El arroz es el sustento ordinario, aunque se da trigo, mejor y más fértil que en España, porque de una anega es lo ordinario coger cincuenta. Comen el pan como fruta y en poca cantidad. No comen carne sino la que matan cazando; y de caza y de pesca tienen más abundancia que nosotros: venados, conejos, perdizes, cavacos, y toda caza de bolateria que cubre los ríos y lagunas. En el Reino de Boju tienen rico de oro, a la punta de él cogen algodón de que hacen mantas y cáñamo. Los cavalleros se visten de seda, y no es buena la de Japón; tráenla cada año de China, con muchas pinturas y labores. Y traen los señores grandes acompañamientos, y respétanlos de tal manera los oficiales y gente ordinaria que, en pasando por la calle, se postran en tierra. El barniz de los escriptorios y bufetes, que es como resina de un árbol, no se sabe otro que le iguale, y así tienen lindezas peregrinas de este género. Y el de sus espadas y catanas también es cosa rara, porque hay una catana que se aprecia en cien mil ducados; y eso cosa muy cierta que cortan un hombre, cruzadas las piernas, de arriba abajo. Y ríense de que estimemos un diamante o un rubí, diciendo que la estimación verdadera se ha de hacer de las espadas. Los señores del Japón son como señores de titulo y gozan con “mero mixto imsperio” todo lo que hay en sus estados, y dan la renta de ellos y la quitan como es su voluntad a sus criados y deudos; y acabados o mudados se mudan todos los suyos, y los criados tienen la obligación de acudir a todos los servicios así en la guerra como en la paz, y a los acompañamientos diarios de su señor, con que son muy servidos y venerados en sus idolatrías…” Y sigamos con la estancia de Don Rodrigo Vivero y Velasco en Japón. Estaba familiarizado con la metalurgia de las minas de plata que España explotaba en México. Se dio cuenta que podía ser el interlocutor ideal con Ieyasu y su hijo Hidetada, consiguiendo llegar a un acuerdo entre Japón y España. Soñaba con la ilusión de ser artífice en el establecimiento de unas relaciones directas comerciales y diplomáticas entre el virreinato de Nueva España y Japón. Ieyasu, al fin, ofreció a Don Rodrigo volver a México con un navío construido por los japoneses bajo la supervisión del piloto inglés William Adams. Vivero declinó la oferta y prefirió esperar a que el galeón español “Santa Ana”, anclado en Bungo, terminase de ser reparado. Entretanto, Vivero se entrevistó con el franciscano Luis Sotelo, todo un discutido personaje como ya veremos después, experto misionero sevillano en Japón. Le pidió que actuase de intérprete ante Ieyasu y le entregó un borrador de acuerdo definitivo para que lo negociase con el Shogun. En resumen, su contenido pedía la garantía de un buen trato a los españoles que llegasen a Japón, libre predicación de los frailes y que las mercancías traídas a Japón serían vendidas a un precio justo. Ieyasu dejó para más adelante todo lo concerniente a la navegación, construcción de barcos y petición de mineros de México. De momento solo insistía en establecer una vía directa comercial con Nueva España. Luis Sotelo era en realidad un “visionario”, que se creía ser el artífice responsable de cumplir una elevada misión, actuando de inspirado intermediario ante las autoridades españolas y japonesas. Rezumaba optimismo exagerado, no compartido por otras fuentes españolas. Al fin, Sotelo se ofrece al Shogun como embajador ante la corte española y conseguir la tan deseada colaboración. Enterado Don Rodrigo de los “altos” planes del fraile franciscano decide reconducir la situación y apartarle de su pretendida “misión”. Vivero se embarca en el “San Buenaventura” junto con unos 30 comerciantes japoneses, bajo el mando de Tanaka Shosuke (próspero comerciante de Kyoto y experto en la obtención de metales, muy interesado en conocer la tecnología española en la extracción beneficiosa de la plata de Nueva España). Acompaña la embajada Fray Alonso Muñoz como enviados del Shogun al Rey de España. El buque arribó el 13 de noviembre de 1610. La llegada de la expedición de Vivaro en Acapulco despertó gran interés y aceleró el regreso de algunos japoneses a Japón y el viaje del fraile Alonso Muñoz a la corte de Felipe III, para preparar adecuadamente el programa de relaciones bilaterales. En estas complejas circunstancias apareció un nuevo tema de descubrimiento que alteró los planes de Vivero. Una antigua tradición marinera relataba que a la altura de Japón existían dos islas que la imaginación popular bautizó con los nombres de Rica de Oro y Rica de Plata. En efecto, a finales del siglo XVI unos navegantes que habían visto con sus propios ojos dichas islas que ofrecían riqueza inmensa de metales preciosos. Y a principios del siglo XVII surge la figura de un sacerdote andariego y buen cosmógrafo que mostraba la situación exacta de las Islas. Este hombre de prestigio fue enviado por la ciudad de Manila como procurador a la corte española de Madrid en 1605 y durante su viaje a Acapulco tuvo indicios evidentes de la proximidad de las Islas. Sus explicaciones conmovieron a todos en Madrid. Y el hallazgo de las islas, según sus elucubraciones y fantasías marineras, llenaría de barras de oro y plata las enjutas arcas reales y, al propio tiempo, servirían de base logística a los galeones de Manila muy necesitados de escala en su larguísima travesía a Acapulco. Así, empezó a considerarse muy en serio la propuesta de la búsqueda de tales islas Platarias, sancionada por el rey el 27 de septiembre de 1608, jornada en la que la propuesta encontró fuerte oposición por un buen número de personajes de la corte, entre ellos el propio Don Rodrigo Vivero que juiciosamente la estimó “imaginaria y nunca vista por nadie”. Se produjeron acaloradas discusiones en la corte. Los habitantes de Filipinas, entre ellos Ríos Coronel, pretendían llevar a cabo el descubrimiento desde Manila, mientras que los vecinos de México no estaban dispuestos a dejarse escapar tales codiciados recursos en la navegación por el Pacífico. Al final, por orden del rey Felipe III se prepara una expedición para el descubrimiento de las islas ricas de Oro y Plata que parecían estar al este de Japón. El virrey de México, Don Luis de Velasco puso al frente de la expedición al general Sebastián Vizcaíno, experimentado marino y explorador de las costas de California. Según el plan aprobado, Vizcaíno debía presentarse ante el Shogun japonés como embajador, presentando sus credenciales a Ieyasu y Hidetada. Ofrecería los obsequios pertinentes y pediría autorización para cartografiar las costas japonesas, en primavera saldría en búsqueda de las misteriosas islas. Vizcaíno partió de Acapulco el 22 de marzo de 1611 y arribó a las costas de Japón el 10 de junio. Con la debida licencia el 22 de junio de 1614 marchó a la corte de Edo, como embajador del virrey de Nueva España, acompañado de una escolta de treinta arcabuceros, bandera, caja militar y demás aparato. Junto al flamante embajador Vizcaíno le acompañaba Fray Luis Sotelo en calidad de intérprete. En septiembre de 1612 partieron de Japón en busca de las islas ricas de Oro y Plata. Después de dos meses de búsqueda infructuosa Vizcaíno regresó a Japón con su navío seriamente dañado y fue testigo del empeoramiento de las relaciones de Shogunado con los cristianos. Sotelo seguía obsesionado con dirigir una nueva embajada a España y Roma para la libertad de evangelización en Japón y la promoción de comercios bilaterales. La embajada Keicho a España de Date Masamune y Hasekura Rokuyemon (1613–1620). Los consejeros del Shogun, al fin, vieron una oportunidad en el feudo de Oshu, bajo su poderoso daimyo el gran Date Masamune, al presentar sus puertos mejores condiciones para asegurar el éxito de la embajada y se construyó un nuevo barco con la ayuda técnica de carpinteros navales del Shogunado. En mayo de 1613 Vizcaíno había caído enfermo y accedió a llegar a un acuerdo con Masamune, señor de Sendai. Ieyasu y Hidetada se reunieron con Masamune y el mismo Vizcaíno. El 19 de octubre se redactaron las cartas para el Virrey de Nueva España, Felipe III y el Papa. Masamune no era cristiano, vivía con esposa y trescientas concubinas con jugosos jovencitos a su disposición. Entonces, conseguidos todos los permisos y medios del Shogunado, Masamune nombró a un samurai suyo Hasekura Rokuyemon como embajador de la legación que acompañaría a Sotelo y Vizcaíno. Terminado el nuevo barco, bautizado San Juan Bautista, de 500 toneladas, zarpó de la bahía de Tsukinoura, cerca de Sendai, rumbo a Nueva España el 27 de octubre de 1613. La legación estaba compuesta por Vizcaíno, fray Luis Sotelo con dos frailes franciscanos y Hasekura con una comitiva de unos 140–150 comerciantes y unos diez japoneses vasallos de Mukai Shogen. Ya en alta mar, los japoneses y fray Sotelo tomaron el mando, quedando Vizcaíno reducido a simple pasajero. La nave llegó a Acapulco el 25 de enero de 1614. Es oportuno recordar que Acapulco era el único puerto autorizado para comerciar con las Filipinas y los cargamentos que llegaban, al principio limitados a especias, fueron aumentando en cantidad y variedad a medida que Manila crecía con afluencia de comerciantes procedentes de las ciudades de México, Guadalajara, Zacatecas, Cuernavaca, etc… y junto con los hacendados, marinos, mujeres de mala vida, curanderos, comerciantes, mendigos y arrieros formaban una de las ferias más renombradas en aquellos tiempos. La comitiva tras permanecer algún tiempo en la ciudad de México partió hacia Veracruz con el objetivo de zarpar rumbo a España con la fecha prevista del 10 de junio de 1614. No pudiendo desplazarse toda la comitiva, Hasekura seleccionó un grupo pequeño de unos 30 japoneses, ordenando que el resto volviera a Acapulco en espera de su regreso. Embarcaron en el galeón San Jusephe con fray Luis Sotelo. Arribaron a San Lucas de Barrameda el 5 de octubre de 1614. El duque de Medina Sidonia envió carrozas para recibirlos y acomodarlos. Hizo armar dos galeras para llevar la comitiva a la ciudad de Coria. Multitud de gabarras y falúas transportaban la carga hasta Sevilla debido al calado del río que presentaba un pronunciado meandro en Coria. Desgraciadamente, las Actas Capitulares del Archivo Municipal de Coria llegan solamente hasta 1612 para reanudarse en 1678. La entrada de la comitiva en Sevilla fue apoteósica. A veintiuno de octubre de 1614 la ciudad envió carrozas, cabalgaduras y gran número de caballeros y nobles. Cerca de Triana, y antes de cruzar el puente, se multiplicó de tal manera el número de carrozas, caballo y gente de todo género que no bastaba la diligencia de alguaciles y otros oficiales de justicia para poder atravesarlo. Finalmente, apareció el conde de Salvatierra, Asistente (Alcalde) de la ciudad. La comitiva se dirigió al Alcazar Real, adornado con tapices y ornamentos de gran valor y allí se designaron los aposentos reales para el Embajador Hasekura y otros aposentos para toda su comitiva. El Asistente en persona favoreció especialmente al Embajador con varios entretenimientos de comedias, danzas y festines como hicieron muchos caballeros, prelados, religiosos y en especial Jueces Oficiales Reales ofreciendo cada uno un regalo en nombre de la casa. El cabildo hispalense se reunió el 8 de octubre para dar lectura a las cartas dirigidas a la ciudad por Hasekura y Sotelo. El día 27 el Embajador fue recibido por el Cabildo en pleno. Allí se leyó la carta de Date Masamune, traducida al español, con fecha en Sendai de 26 de octubre de 1613. Entretanto, el Consejo de Indias y el del Estado en Madrid examinaron cuidadosamente los términos de la embajada, considerando las cartas que había enviado Vizcaíno desde México, el virrey Guadalcazar y, desde Sevilla, el poderoso Presidente de la Casa de la Contratación, Don Francisco de Uarte. Además del memorial enviado desde San Lucar de Barrameda por el duque de Medina Sidonia. Al fin, el 25 de noviembre de 1614 la comitiva partió para Madrid a quien se trató con grandes honores por todo el camino, en especial en Córdoba. En Toledo visitaron al Arzobispo y entraron en Madrid el 20 de diciembre con grandes fríos y nevadas. El día 30 de enero de 1615 fueron recibidos por el rey Felipe III. Hasekura transmitió el mensaje de Masamune pidiendo que se enviasen predicadores franciscanos y la protección de la Corona al comercio en el feudo de Oshu con Nueva España. Fray Sotelo explicitó los deseos de Ieyasu y Hidetada de establecer una alianza con España y entregó las cartas que ambos caudillos enviaban al monarca español. El rey contestó que se examinarían las peticiones en el Consejo de Estado donde todo este asunto de la embajada quedaba encomendado dentro de la adecuada perspectiva diplomática de España en Asia. En el Monasterio de las Descalzas Reales el embajador Hasekura fue bautizado actuando de padrinos el duque de Lerma y otros nobles. Entretanto fray Sotelo se dedicaba a gestionar la autorización de su “misión” en la Corte de Madrid, incluyendo una visita a Roma para pedirle un nuevo obispo para aquella floreciente comunidad cristiana. Sin olvidar su insistencia en pedir envío de nuevos misioneros franciscanos desde México, a bordo de un navío anual que asentara el comercio directo en el territorio de Date Masamune. Pero, al fin los planes de Sotelo no encontraron el apoyo deseado en Madrid por varios motivos: i) la plata que podría llegar a Nueva España desde Japón resultaría una infracción de los acuerdos luso–españoles; ii) la dimensión política de Date Masamune era la de un simple señor feudal que no ostentaba el poder nacional de Japón; iii) recrudecimientos de las persecuciones contra los cristianos en todo Japón desde 1614. Después de una permanencia ce 8 meses en la corte de Madrid la comitiva fue autorizada para proceder a Roma y se les concedió un subsidio de 4.000 ducados para el viaje. Después de pasar por Génova, llegaron a Roma el 25 de octubre de 1615 y, en aquel mismo día, Hasekura, fray Luis Sotelo y algunos otros miembros de la comitiva se dirigieron al palacio del Quirinal para ser introducidos al papa por el Cardenal Borghese. Mantuvieron un breve coloquio. La acogida resultaba algo ambigua al existir en algunos círculos cierta desconfianza motivada por una carta del jesuita obispo de Japón, Luis Cerqueira, al General de los jesuitas en donde se informaba de los planes de Sotelo. En cualquier caso, la entrada oficial de la embajada en roma tuvo lugar el 29 de octubre y el 3 de noviembre se celebró en el palacio apostólico la Audiencia Pública en la que los japoneses fueron recibidos solemnemente por el Papa en presencia de los Cardenales de la curia, embajadores y noble. Fray Sotelo conseguía su sueño al entregar personalmente a Paulo V en la tarde del 15 de noviembre de 1615 el documento que contenía sus inspiradas peticiones. Este documento estaba firmado por Sotelo y cuarenta cristianos japoneses de las ciudades de Miyako, Fushimi, Osaka y Sakai. Se solicitaba el nombramiento de un arzobispo (naturalmente del buen franciscano), la construcción de un seminario y la canonización de los mártires franciscanos. El resultado en definitiva fue que aunque la recepción de la embajada japonesa fue muy cordial, la Santa Sede no se comprometía a ninguna petición acomodándose con los deseos del monarca español. Así, el 7 de enero de 1616 la embajada inicia su viaje de regreso desilusionada y desmoralizada. Al llegar a Génova Hasekura cayó enfermo. Con la muerte de Ieyasu Tokugawa el 16 de junio de 1616 Japón estaba a punto de cambiar su política de auge de comercio y relaciones exteriores. A mediados de abril de aquel año los consejeros de Indias, con el visto bueno del rey Felipe III, tomaron las decisiones finales adversas a las peticiones de la delegación japonesa. Así, se ordenó a los funcionarios de la Casa de Contratación de Sevilla que “sin réplica ni excusa” embarcasen a Sotelo y Hasekura a Nueva España. El 4 de julio al fin zarpó Sotelo, Hasekura y cinco criados suyos a México. En Acapulco les esperaba el barco de Masamune, que a pesar de las prohibiciones españolas, había de nuevo cruzado el Pacífico cargado de mercancías comandado por Yokozawa Shogen deudo de Mukai Shogen que había organizado toda la expedición comercial con Date Masamune. La nao llegó a Manila en julio de 1618. En 1620 Hasekura obtuvo permiso para retornar a Japón. Llegó a Sendai justo cuando allí también comenzaba la persecución contra los cristianos. Masamune en más de diez días no se dio ni por enterado del regreso de su Hasekura. El hecho es el final de la vida no aparece muy claro, algunas fuentes aseguran que abjuró del cristianismo y murió dos años después. Fray Luis de Sotelo volvió a Japón disfrazado de comerciante en 1622. Fue apresado y quemado vivo cerca de Nagasaki el 25 de agosto de 1624. El Papa Pío IX lo beatificó en 1867. Al parecer toda esta desgraciada embajada costó al tesoro español tres millones e maravedíes. Ahora bien, esta larga y compleja historia tuvo una consecuencia curiosa. La embajada japonesa no embarcó en Sevilla a todos los japoneses de la comitiva y, aunque no hay evidencia documental, es un hecho que unos 15 japoneses no regresaron nunca a Japón con Hasekura, sino que se quedaron en la ciudad e Coria del Río, cercana a Sevilla, dando origen al apellido español de “Japón”. Según el censo de Coria del Río de 1989 constan allí registrados: 321 corianos con “Japón” de primer apellido 9 corianos con “Japón” de primer y segundo apellido 500 corianos con “Japón” de segundo apellido En los últimos años destacan en la sociedad española dos famosos corianos: el árbitro de fútbol José Japón Sevilla y la bellísima María José Suárez, Miss España, cuyo apellido “Japón” se perdió en la generación de su abuelo. Y no fue hasta 1859 cuando Velázquez Sánchez, jefe del archivero municipal de Sevilla, encuentra la carta original del daimyo Date Masamune en pésimo estado de conservación y tres años más tarde da a conocer su hallazgo en el libro “La embajada japonesa”. En marzo de 1882 el embajador japonés Yda, ministro plenipotenciario del emperador Meiji en París, realiza una visita cultural a Sevilla y allí puede tener en sus manos la histórica carta. Después de una minuciosa inspección, el embajador redacta un documento reconociendo su autenticidad y manifiesta que la familia Masamune conservaba recuerdos de aquel histórico viaje de 1614. El 8 de marzo de 1910 el príncipe Iroyasu Fushimi, primo del emperador Meiji con su esposa, la princesa Tsunko, hija del último Shogun Tokugawa en Japón, visitaron Sevilla y en el folleto publicado por el cronista oficial Manuel Chavez en aquel año de 1910 sobre “La visita que a los reyes de España hicieron en Sevilla los príncipes Fushimi de Japón”, se cuenta detalladamente la embajada Hasekura de 1614. El 11 de noviembre de 1930 los príncipes Takamatsu (Príncipe Nobuhito – hijo tercero del emperador Taisho y hermano del emperador Hiroito – con su esposa la princesa Tokugasa Kikuko) visitaron de incógnito la ciudad de Sevilla. A su paso por la Biblioteca Colombina de esta ciudad se interesaron por unas cartas de fray Sotelo sobre la embajada Hasekura y su bautizo en Madrid. Asimismo, el 18 de octubre de 1973 el príncipe heredero Akihito y su esposa la princesa Michiko Shoda, visitaron Sevilla. Al terminar su visita al Archivo de Indias de la ciudad recibieron reproducciones de documentos japoneses del siglo XVII. El 1985, el hijo mayor del príncipe heredero Akihito, visitó Sevilla el día 21 de agosto, tras finalizar sus estudios en la Universidad de Oxford. También visitó el Archivo de Indias y recibió unas reproducciones de la documentación de la embajada Masamune de 1614. El 20 de julio de 1992 el príncipe heredero Naruhito visita la Exposición universal de Sevilla. Unos años antes, en noviembre de 1989, el alcalde de Sevilla visitó la ciudad japonesa de Sendai con el motivo de la conmemoración de su fundación. El 22 de mayo de 1992 el alcalde de Sendai Toru Ishii, acompañado de una amplia delegación municipal, visitó Sevilla. Desde aquel año, Hasekura Tsunegawa tiene su estatua en Coria del Río, regalo de la Prefectura Miyagi, de donde procedían la mayoría de aquellos primeros embajadores japoneses. Y aquí termina esta breve relación sobre la “Embajada Keicho” (1614–1620). Es interesante añadir la novela del conocido literato católico japonés Endo Shusaku “Samurai”, en donde se narra la aventura del samurai Hasekura Tsunegawa, embajador del señor feudal Date Masamune, que con un grupo de japoneses partió de Sendai y después de cruzar el Pacífico, atravesaron México desde Acapulco hasta Veracruz para después de navegar por el Atlántico y llegar al río Guadalquivir (Sevilla). Prosiguieron su viaje hasta Madrid, visitando la corte de Felipe II y después se dirigieron a Roma para una entrevista papal en el Vaticano. El gran lingüista Fray Diego Collado O.P. No se puede silenciar, en esta visión del Patronato Español en el Extremo Oriente, la emérita obra lingüística japonesa del misionero dominico español Fray Diego Collado. Extremeño, se graduó en la Universidad de Salamanca, ofreciéndose voluntario al Padre Fray Alonso Navarrete O.P. (protomártir de los dominicos en Japón en 1617), que reclutaba jóvenes para las misiones del Extremo Oriente. Junto con otros 29 voluntarios Fray Diego zarpó de Sevilla rumbo a Filipinas en 1610 a donde llegaron el año siguiente vía México. Fray Diego Collado permaneció en Filipinas hasta 1619, año en que sus superiores le destinaron a la misión dominicana de Japón. Llegó a Nagasaki aquel mismo año a bordo de un barco que se había comprometido a llevar varios misioneros de incógnito desde Manila a Japón. El estado de la misión japonesa era desolador. De los siete frailes dominicos que quedaban cuatro estaban encarcelados y los otros tres vivían acosados de continuo por las autoridades. Desde su llegada Fray Diego se dedicó arduamente al estudio de la lengua japonesa donde hizo admirables progresos. A principios de 1621 desarrolló una intensa actividad misionera por diferentes provincias de Japón. En 1622 es nombrado Vicario Provincial de los dominicos en Japón. Pronto recibe la orden de regresar a Manila para embarcarse rumbo a Roma y Madrid a fin de desempeñar el cargo de Procurador General de la provincia de Filipinas. En septiembre de 1622 antes de zarpar de Nagasaki, es testigo del cruento martirio de 57 cristianos japoneses. En el mes de noviembre Fray Diego abandona Japón rumbo a Manila y en diciembre embarca allí para Europa. Llegó a Roma en 1625. A partir de aquel momento se dedica arduamente a defender los intereses del Extremo Oriente y, en especial, los de Japón y los de las órdenes religiosas que le habían nombrado su Procurador. Redacta toda una serie de Memorandums y Certificados que presenta ante la Congregación de Propaganda Fide y ante el rey de España. En febrero de 1633 el Papa Urbano VIII promulga “Ex debito pastorali officio” por el que se dictan normas a fin de evitar discordias entre jesuitas y otras órdenes religiosas. De 1635 a 1637 Fray Diego permanece en las Filipinas. Hacia 1641 (no se conoce la fecha exacta) perece ahogado en su travesía de vuelta a España. Y ahora es momento de destacar el gran mérito de las obras lingüísticas de Fray Diego Collado. La primera es su gramática japonesa. Fue escrita en latín y tiene un prólogo fechado en Madrid, 30 de agosto de 1631. Realiza un estricto análisis de la lengua japonesa siguiendo el orden de la gramática latina de Antonio Nebrija. Es también autor de un diccionario de la lengua japonesa con un total de 11.462 palabras. Es trilingüe puesto que sus entradas aparecen en latín, español y portugués. Viene fechado en Roma, agosto de 1632. Utiliza los silabarios “kana” y también los ideogramas “kanji”. Abunda la terminología de la iglesia católica, que todo misionero debe utilizar, pero también el vocabulario de vida cotidiana sobre la casa, vestimenta, instrumentos, comidas, oficios, relaciones de parentesco, entretenimiento, la naturaleza, el cuerpo humano… Distingue debidamente el lenguaje de género y las diferencias de lenguaje humilde y honorífico. Incluye también los típicos onomatopéyicos japoneses. Merece mención especial su obra “Historia eclesiástica de los sucesos de la Cristiandad de Japón de 1602 a 1620”. Consta de 118 páginas y fue publicada en Madrid en 1633. En conclusión, se puede afirmar que la obra misionera, histórica y lingüística de Fray Diego Collado O.P. le colocan entre los destacados españoles auténticos protagonistas del diálogo cultural España–Japón de la primera mitad del siglo XVII. CONCLUSIÓN El impactante “siglo Ibérico de Japón” (1543–1639), con sus pioneras actividades de comercio cuadrangular (China–Japón–Filipinas–Nueva España), y la evangelización de jesuitas y frailes bajo las dos jurisdicciones y rutas marítimas del Padroado Portugués y Patronato Español fueron declinando hasta su total extinción. El sol ya se ponía en el ocaso del imperio español. También ahora un breve resumen. Recordemos que el primer edicto oficial contra el Cristianismo fue promulgado por Hideyoshi en el año 1587 por el que se prohibía la nueva religión y se expulsaba a los jesuitas. La verdad es que la aplicación de este decreto fue muy suave. Además, conviene advertir que el decreto prohibía las conversiones “en masa”, ya que su texto respetaba las libertades de conciencia individual con la famosa expresión japonesa “kokoro shidai” (cada uno según su conciencia). La mayoría de jesuitas permanecieron en Japón, con una actitud más prudente en sus actividades misioneras. Con todo, el 6 de febrero de 1597 fueron ejecutados los primeros 26 mártires cristianos (6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 seglares). Tokugawa Ieyasu el 22 de abril de 1612 promulga el segundo edicto de persecución, prohibiendo a los nobles, samuráis, daimyos que se convirtieran al Cristianismo y mandó destruir las iglesias, con excepción de unas pocas en Kyoto, Osaka y Nagasaki. Un nuevo decreto del 17 de enero de 1614, impulsado por el monje Zen budista Suden (enemigo acérrimo de los jesuitas), puso en marcha una eficaz máquina represiva que iría extinguiendo la comunidad cristiana japonesa entre insultos, torturas e infamias. Desde 1623–1629 se introduce la infame costumbre de obligar a pisar a los presuntos cristianos un retablo de Jesucristo, o un crucifijo o la imagen de la Virgen. Era del desecrable “fumie” / “ebumi”. Y en 1640 se establece definitivamente la “Inquisición japonesa” (“Shūmon– aratame”). Se obliga a todos los japoneses a empadronarse en una secta budista. En 1665 se completó con el “terauke”, s decir, cada familia debía expresar a qué templo budista pertenecía. De esta manera se controlaba la exacta afiliación religiosa de todo japonés. El templo budista venía obligado a garantizar la veracidad de tal empadronamiento que, a su vez, venía controlado y vigilado con la ayuda de los “gonin–gumi”, grupos de cinco personas de cada localidad que eran responsables de tal cumplimiento. Por aquellos años 1620 se estima que residían en Japón un total de 115 jesuitas (un obispo, un viceprovincial, 62 sacerdotes – casi todos extranjeros – y 52 hermanos coadjutores). Solo unos 27 consiguieron evadir la expulsión de Japón. Los franciscanos tenían 14 misioneros, la mitad pudo esconderse sin abandonar Japón. Los dominicos contaban con 9 misioneros de los que quedaron siete en el archipiélago. Y de los 4 agustinos solo uno permaneció en la misión. No sorprende tampoco que en 1663 se incorporara una cláusula en el famoso Código de las Casas Militares (“Buke–shohatto”), compuesto por el monje Zen Zuzen y con la ayuda de sabios confucionistas como Hayashi Razan, por la que se prohibía el Cristianismo en todas las provincias y localidades. No disponemos de estadísticas sobre el número de cristianos bautizados en Japón. Unos autores mencionan más de 150.000, otros unos 300.000, y hay quienes llegan a afirmar que su número alcanzó la cifra de 700.000 (Ver importante cita de la excelente obra de Jesús Gonzáles Valles O.P. “Historia de la Filosofía japonesa”, Tecnos, Madrid, 2000). El mismo problema tenemos con el número de mártires de Japón. No me atrevo a sugerir cifras concretas. Solo puede afirmarse que varios miles de ciudadanos del País del Sol Naciente testimoniaron su fe cristiana muriendo mártires en el archipiélago. Los hubo de todas las edades, viejos, adultos, jóvenes, hasta hay evidencia de un bebé martirizado. Hombres y mujeres. Pertenecían a todas las clases sociales: un daimyo, samuráis, exbonzos, comerciantes, maestros, médicos, artesanos, labradores, pescadores, mendigos hasta leprosos… Para un detalle truculento del “holocausto” cristiano en Japón consultar la singular obra de Antonio Cabezas “El Siglo Ibérico de Japón”. Y, naturalmente, el comercio ibérico fue desapareciendo. En 1624 se rompen las relaciones comerciales con Manila. Macao prohibió el envío de misioneros al Japón en 1628 y así hizo el rey Felipe III aquel mismo año. Junto con los decretos oficiales del Shogunado contra el Cristianismo se fueron promulgando una serie de decretos que fueron cerrando las puertas al exterior, causando el famoso “sakoku” = aislamiento. El primer edicto de 1633 prohibía la salida de cualquier barco y de cualquier ciudadano japonés al exterior sin permiso oficial del Shogunado, se condenaba a muerte a cualquier japonés que después de residir en el extranjero intentaba regresar a Japón (con unas muy pocas excepciones) y se extremaba la vigilancia sobre la posible entrada de barcos con misioneros a bordo. Un segundo decreto en 1634 y un tercero en 1635 prohibían la salida de cualquier barco al exterior. El cuarto edicto de 1636 obligaba a todos los descendientes de españoles y portugueses a abandonar Japón bajo pena de muerte. Se acrecentaba la recompensa por toda denuncia de “bateren” (misioneros extranjeros) ocultos en Japón. En 1639, después de la revuelta de Shimabara, se prohibía la entrada de cualquier barco portugués bajo la amenaza de su destrucción y ejecución de tripulantes – pasajeros. En 1636 se confinaron unos pocos portugueses en la isla de Deshima que pronto que pronto abandonaron Japón y en 1641 se obligó a los holandeses a confinarse en dicha isla (única residencia autorizada para extranjeros en el largo periodo Tokugawa 1600–1867). En 1640 el Shogunado arrestó a 74 tripulantes que llegaron a Nagasaki procedentes de Macao con la intención de reanudar el comercio entre las dos ciudades. 71 fueron inmediatamente ejecutados y los restantes chinos pudieron regresar a Macao. A partir de estos años de aislamiento exterior el Shogunado Tokugawa solo mantuvo comercio con Corea, las islas Ryukyu y unas muy limitadas operaciones con los holandeses y chinos en Nagasaki. Estos muy reducidos contactos con los holandeses desarrolló en Japón lo que se conoce como “rangaku” (el saber de Holanda) que permitió cierta asimilación de los avances científicos europeos en especial en medicina, ciencias físicas, estrategia militar, lengua holandesa… Me parece interesante la cita de dos ilustres historiadores británicos que bien pueden resumir la breve “historia” del Siglo Ibérico en Japón. El conocido japonólogo G.B. Sansom escribe: “El Shogunado Tokugawa con su decidido empeño de crear un estado totalitario y centralizado, con absoluto control sobre toda la vida (política, económica, religiosa y moral) de los ciudadanos no podía permitir el riesgo de que algunos daimyos del oeste de Japón y de la isla de Kyushu llegasen a prosperar tanto con el comercio y trato con los extranjeros que pudieran presentar una seria amenaza de independencia y autonomía con la ayuda de España y Portugal”. Y el reconocido historiador Arnold Toynbee en su obra “A Study of History” concluye: “En el siglo ibérico de Japón el regalo principal que Occidente ofreció a Japón fue el Cristianismo, mientras que en 1868 (Restauración Meiji del Moderno Japón) fue la técnica”. No podría terminar este triste final de la desaparición del Cristianismo en Japón sin citar una experiencia insólita en la historia. Después de unos 250 años de atroz persecución y prohibición más absoluta del Cristianismo en Japón, resulta que durante todo ese largo periodo perseveró un pequeño grupo de cristianos de catacumba escondidos (“kakure–kirishtan”). Sin la ayuda de ningún sacerdote ni apoyo de misioneros algunos del exterior conservaron su fe cristiana en secreto. Su número pudo ser de unos diez mil fieles, pobres pescadores y campesinos de Kyushu. En efecto, el 17 de marzo de 1865 el francés misionero Padre Petitjean recibió una inesperada visita en su pequeña capilla recién abierta en Nagasaki. Los visitantes de pobre apariencia le formularon las siguientes tres preguntas como saludo: i) ¿cuál es tu fe? (R/ Jesucristo resucitado); ii) ¿quién es esa señora de la imagen? (R/ La Virgen María Madre de Jesús); iii) ¿dónde está tu mujer? (R/ No la tengo porque los sacerdotes católicos no nos casamos). Entonces, el más anciano del grupo esbozó una gran sonrisa y confesó: “Tu corazón es el mismo que el nuestro. Nosotros también somos cristianos”. Alguna otra fuente, añade cuarta pregunta: iv) ¿quién es tu máximo superior en la Tierra? (R/ El Papa de Roma). Impresionante testimonio en la historia de la Iglesia. Y como punto final, ruego me perdonen mi pobre y muy imperfecta presentación de este maravilloso Siglo Ibérico de Japón (1543–1636) que, creo, deberíamos recordarlo como “memoria histórica” inapreciable para estimularnos a un esfuerzo inquebrantable por el descubrimiento / innovación de nuevos modelos culturales creativos en nuestra sociedad actual, no motivados ni por la codicia de fatuos El Dorado de Oro y Plata, ni por la imposición forzada de nuestra fe cristiana, si no por un espíritu abierto al mundo, esforzándonos por una calidad de vida personal, libre de un consumismo materialista y por una efectiva solidaridad con los que sufren y no tienen, y por un respeto medioambiental que nos asegure la continuidad de vida sostenible en nuestro Planeta Azul. BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA 1. Barlés, Elena “Luces y sombras en la historiografía del arte japonés en España”, publicado en el número monográfico de “Artigrama”, 2003, Universidad de Zaragoza (NB– Ofrece una extensa y valiosísima bibliografía del Siglo Ibérico de Japón y, en este contexto, es necesario señalarla fecunda obra de investigación cobre este tema por el llorado J.L. Álvarez Taladriz) 2. Cabezas, Antonio “El Siglo Ibérico de Japón” (La presencia hispano – portuguesa en Japón 1543–1643), Universidad de Valladolid, 1994. 3. Hamamatsu, Noriko “La obra lingüística de Fray Diego Collado: Legado de su labor misionera en Japón” publicado en “¿Qué es Japón? Introducción a la cultura japonesa”, edit. Fernando Cid Lucas, Universidad de Extremadura, Cáceres, 2009 4. Gil, Juan “Hidalgos y Samuráis”, Alianza Universidad, 1991 5. Kamen Henry “Imperio”, Santillana, 2004 6. Lanzaco Salafranca, Federico “Introducción a la cultura japonesa. Pensamiento y religión”, Universidad de Valladolid, 2000, reimpresión 2004 7. idem “Encuentros del Cristianismo con las culturas de la China, Japón e India durante los siglos XVI–XVIII”, conferencia pronunciada en el Seminario “Monoteísmo y Diálogo” en la Universidad de Castilla – La Mancha, Campus de Cuenca, 14 de noviembre de 2008 8. Ollé, Manuel “La empresa de China” (De la Armada Invencible al Galeón de Manila), Acantilado, Barcelona, 2002 9. Spate, O.H.K. “El Lago Español” (El Pacífico desde Magallanes Vol. I), Australian National University, Canberra, 2006 (Traducción al español del original inglés) 10. Suárez Japón, Juan Manuel coord. “Japón y japoneses en la orilla del Gudalquivir”, Fundación El Monte, Sevilla, 2007: - Fernández Gómez, Marcos (Director del Archivo Municipal de Sevilla) “Una embajada japonesa en Sevilla del siglo XVII. La misión Keicho (1613–1620)” - del Valle Arévalo, Manuel (ex alcalde de Sevilla) “De cómo empezó toda esta historia” - Dominguez Adame, Mauricio (Jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Sevilla) “Embajadas japonesas en Sevilla” - Valencia Japón, Víctor “De Japón a Roma pasando por Coria”