mike powell - miguel vidal

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Entrevistas Inolvidables
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La entrevista tuvo lugar en la ciudad californiana de
Rancho Cucamonga, donde reside Mike Powell.
MIKE POWELL,
EL SUCESOR DE
BEAMON
"Sólo yo creía que podía batir el récord"
El drama de los reporteros, por eso comprendo que sea una
especie a extinguir, es que se les obliga a un permanente
más difícil todavía. No acabas de salir de Guatemala
cuando te embarcan en Guatapeor. Llevaba ya infinidad de
reportajes a cuestas, desde aquellos lejanos días de finales
de 1967 a las puertas de la Olimpiada de Barcelona, que es
donde hay que enmarcar la presente acción, y sin embargo
Rienzi parecía dispuesto a seguir poniéndome a prueba. Me
llamó otra vez a su despacho y eso cuando sucedía
significaba dificultad a la vista.
--He pensado que vayas a hacer un reportaje a Mike Powell. Contar
como vive, como es como persona, si está soltero o casado, ya sabes, algo
de tipo humano del personaje.
--¡Pero, jefe!.
--Si, ya sé que vuelve a ser difícil, pero tú lo lograrás. Es más, esta vez
tienes que apañártelas para hacer las fotos tu mismo. Hay que ahorrar.
De nuevo a preparar el viaje a Los Angeles. Otra vez a pedirle
billetes de avión a Julito Cánovas o a José María Alberca y dinero a
Francisco de Miguel, el administrador del periódico, que miraba por la
peseta como si fueran cuadros de Murillo.
En esta oportunidad, además, tuve la suerte de que me acompañara
mi hijo Carlos, estudiante entonces de Periodismo, y Tomeu Maura, un
periodista mallorquín con ganas de aprender como se cocinaban estos
grandes reportajes. Con ganas de conocer, también, este otro mundo
que es California.
El Jumbo que nos llevó no era el "Cervantes", sino otro de su
quinta, el "Calderón de la Barca". Pero hacía el mismo recorrido,
bordeando Groenlandia, la tierra cubierta de hielo que los vikingos
bautizaron como "Greenland" (tierra verde) para engañar a otros
exploradores de la época, atravesando el mar de Labrador, la bahia de
Hudson y las Grandes Llanuras hasta llegar a Los Angeles.
--No concedo nunca entrevistas individuales, pero con usted haré una
excepción...
Mike Powell, el nuevo mito del atletismo, el increible pulverizador de
aquél legendario récord de 8´90 metros de Bob Beamon me abrió las
puertas de su casa en Rancho Cucamonga. El propio Powell me mandó
por fax al hotel un croquis de como llegar hasta allí desde el Downtown
de Los Angeles, siguiendo el Freeway 10 más allá de Pasadena y Ontario
hasta casi los límites de la ciudad de San Bernardino. Más allá ya
empieza el desierto de Mojave.
Es de agradecer el gesto de Powell, porque, en efecto, era la primera vez
que concedía una entrevista individual. Al igual que otros grandes
deportistas estadounidenses, su relación con los medios informativos es
a través de ruedas de Prensa generalmente financiadas por casas
comerciales. Yo le agradecí la deferencia regalándole la portada de AS
del 31 de agosto de 1991 que recogía, con todo lujo tipográfico, su gran
gesta de Tokio. Detalle que le encantó.
Sentía curiosidad por conocer el personaje más allá de los focos, los
micrófonos y la algarabía. También confieso que sentí cierta emoción
por sentarme mano a mano con él en la sala de estar de su
impresionante "nido de soltero", un chalet adosado decorado con gusto
exquisito, incluso con reproducciones de cuadros de Joan Miró. De esta
forma Mike Powell calentaba motores con vistas a la Olimpiada
Barcelona-92.
Mike Powell, embutidos sus ciento noventa centímetros en un chándal,
sonrisa franca, se arrellanó en el sofá y comenzó la charla consciente de
que debía hacerlo a modo de presentación para sus nuevos fans
españoles:
--Nací en Filadelfia (Pensilvania) en 1964. A los once años me vine a
vivir con mis padres a West Covina (California). En 1982 murió mi
padre.
Se toma un pequeño respiro. Powell salta rápido, pero habla despacio,
con entonación. Pregunta si quiero tomar café. Le digo que no y
continúa:
--California es un paraiso para los amantes del deporte. Al ingresar en
la Universidad del Sur de Los Angeles practiqué fútbol americano,
fútbol europeo, baloncesto y atletismo. Al cumplir diecisiete años me
incliné por el atletismo de un modo frenético, ya que participaba a la
vez en carreras de 100 y 200 metros lisos, relevos, salto de longitud, salto
de altura, triple salto...Al cumplir diecinueve años hice la gran elección
de especialidad: me decidí por el salto de longitud. Como saltador, mi
primer éxito llegaría en la Olimpiada de Seúl, en que fui medalla de
bronce.
De junio de 1988, en que consiguió meterse en el equipo olímpico, hasta
agosto de 1991, en que entró en la historia por la puerta grande
batiendo el que se creía salto cósmico de Bob Beamon, todo fue para
Mike Powell una superación constante. Llegó a Tokio con discrección
para salir en volandas de la fama universal.
--Me había acercado en varias ocasiones a los 8´90 metros de mi amigo
Bob Beamon. En estados Unidos había saltado 8´63. En Francia 8´66 y
en Italia 8´73. Estaba cerca, pero faltaba el impulso definitivo y éste
estaba más en la mente que en el cuerpo, en la convicción de que podía
lograrlo. Nadie creía que podría hacerse, excepto yo, que en mi fuero
interno estaba convencido de que batiría el récord. Puedo asegurarle
que no lo batí por accidente. Ahora estoy convencido de que puedo
mejorar mi propia marca de 8´95 metros y ya que le he arrebatado a
Beamon el récord mundial arrebatarle también el récord olímpico.
Mike Powell se siente muy americano, excepto a la hora de comprarse
un coche. Los dos que posee son de importación. Un descapotable sueco,
marca Saab, y un Jeep japonés, marca Mazda. Dos cochazos que el
plusmarquista cuida con mimo y que disfrutó en sacarlos del garaje
para que le hiciera fotos. Del chalet vecino su hermano nos hacía señas,
otro Powell famoso, puesto que trabaja como batería en el conjunto de
Diana Ross.
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