Entrevistas inolvidables: BOB BEAMON

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_______Entrevistas inolvidables
La foto pertenece a la entrevista que hice a Bob Beamon en su
domicilio de San Diego (California). El autógrafo sobre la misma me
lo puso en otra ocasión que coincidimos en el “Caesars Palace” de Las
Vegas. (Foto: ANDREA BEAMON)
BOB BEAMON
EL ATLETA CÓSMICO
*"No es fácil dejar de ser prisionero de un salto".
*"Estados Unidos es como una inmensa máquina de
devorar hombres y nombres".
Cuando una ciudad tiene cuestas y costanillas es, como
decía Emilio Carrere, el poeta bohemio, una ciudad para
vivirla de noche. Y San Diego es así. Alargada, empinada,
tortuosa, con barriadas de nombre hispano --Chula Vista,
Encanto, La Mesa, El Cajón, La Casa de Oro--y avenidas
que recuerdan las que nos enseña el cine de San Francisco.
Y de noche, en una sala de fiestas llamada Infinity, trabaja
Bob Beamon. El recordman en salto de longitud, el hombre
del récord sideral de México (ocho metros noventa
centímetros fue su increíble salto), se gana parte de su pan
tocando el bongo en una orquesta llamada "Seven and one
stay in the world". Siete negros y un mestizo que forman
una especie de "black power" musical. Que matan las horas
sacando notas a la nostalgia, haciendo revivir dentro de sí
los ancestros. Bob Beamon, especialmente, con su especie
de "tam-tam", que golpea frenéticamente, llama a la selva o
a la concordia. En seis segundos realizó una de las mayores
hazañas en la historia del deporte olímpico, en el estadio
Azteca, de México Distrito Federal. Y en otros seis
segundos, que es lo que tardó en levantar el puño cerrado
en señal de solidaridad con su raza, subido en el podio de la
gloria, se labró un futuro incierto. En Estados Unidos hay
cosas que tardan en olvidarse... O que no quieren
recordarse.
Llegué a San Diego con la creencia de que Bob Beamon
sería un personaje popular. Y cuál no sería mi sorpresa
cuando de los muchos a los que pregunté, nadie parecía
conocerle. Ni en el periódico "San Diego Union", sección
de deportes, pudieron darme más detalles de los imprecisos
que apuntaban a una empresa de catering en la avenida
Broadway, esquina a la Séptima Calle. Era sábado y ningún
negro que veía por la calle --a ellos iba dirigido el gesto del
puño cerrado en México--se quedaba sin la pregunta.
"¿Conoce usted a este hombre?", les inquiría mientras les
enseñaba una fotografía, como hacen los policias cuando
buscan a alguien. Y a la policía acudí a la mañana
siguiente. Fue la solución ideal.
Calle Ashford arriba, en una zona de apartamentos, tiene su
residencia Bob Beamon. Me abrió la puerta Andrea, una
moza de ciento veinte kilos largos, con la que se casaría el
2 de julio de 1976. Detrás, Bob, alto como una palmera,
enjuto, negro ébano y una sonrisa sin tres dientes que más
bien parece una mueca. Bob Beamon, cuando la Olimpiada
de México 1968, estaba casado, pero aguantó poco.
¿Aguantará esta vez?
--Pase, pase...
El apartamento es confortable, con suelo de moqueta y
varias docenas de discos esparcidos por el suelo. Un
modesto sofá y una mesa con tres sillas es todo el
mobiliaRio a la vista.
Sólo el Cadillac que tiene en la puerta denota que el pasado
fue mejor que el presente para el mayor saltador de la
historia. Para el hombre que pulverizó los récords de
figuras legendarias como Myer Prinstein, Jesse Owens o
Ralph Boston.
--A lo mejor se tardan cien años en batir mi récord
olímpico. En el deporte olímpico los progresos se miden
en décimas de segundo o en centimetros. Actualmente
en Estados Unidos el salto de longitud está en ocho
metros cincuenta centimetros. Superar los cuarenta
centimetros que llevo de distancia costará lágrimas,
teniendo en cuenta que los Juegos son cada cuatro años.
Si Jesse Owens, mi gran ídolo, estaba considerado como
un dios con su salto de ocho metros veintiún
centimetros, ¿cómo tengo que estar considerado yo?
--¿Y cómo está considerado?
--No estoy considerado. He recibido alguna ayuda
posterior a México para trabajar y nada más. En
estados Unidos sobran los atletas y, por tanto, se olvidan
de ellos. Es como una inmensa máquina de tragar
hombres y nombres, y lo que yo quiero es tener
personalidad propia. Por eso me hice atleta profesional
y por eso me he buscado nuevos caminos en la música,
que es mi hobby.
Bob Beamon deja trascender un deje de nostalgia. Se le
agolpan los recuerdos. De la niñez problemática en la
barriada Jamaica de Nueva York, de sus primeros pasos en
el atletismo, de su ingreso en el Police Athletic Club. A los
doce años saltaba seis metros. Dos años más tarde, siete
metros y tres centimetros. A los veintidós años, la gloria.
--Su salto en México fue increíble. ¿Para usted también?
--Sí, no me lo esperaba.
--¿Qué pensó inmediatamente después?
--Saltar nuevamente... nueve metros.
--Sin embargo, nunca volvería a repetir los ocho metros
noventa centimetros...
--Es cierto. Primero pasé una crisis de gloria que me
llevó al divorcio. Después, en una gira por Alemania,
salté poco más de ocho metros y las críticas fueron
feroces. Me destruyeron. Hasta que me desperté del
sueño y dejé de vivir exclusivamente en el pasado.
Aunque no es fácil dejar de ser prisionero de un salto.
El calor es sofocante, pegajoso. La pequeña estancia,
inundada de una suave música "spul", parece una sauna. Se
pega la ropa al cuerpo. Bob Beamon tiene fama de agrio y
sin embargo se está comportando con amabilidad y
paciencia. Sonríe constantemente y parece feliz.
--¿Cómo es su presente, Bob?
--Me miro en el espejo todos los días y me digo que soy
mortal. Los hombres deberían mirarse a menudo en el
espejo y estudiarse. Seguro que mejorarían. Yo ahora
mismo no soy ambicioso en nada. Lo único que quiero
es trabajar y ser alegre.
Bob Beamon se disculpa. Quiere cambiarse de atuendo. A
las ocho tiene que estar en el cabaret para recordar y
revivir, a golpe de bongo, todas sus hazañas. A las ocho
tiene una cita con el presente y no quiere hacerse esperar.
El Infinity es de ambiente juvenil, no tiene permiso para
expender bebidas alcohólicas y a la hora de la presentación
de los músicos el nombre de Bob Beamon pasa inadvertido.
Vivir para ver...
Pero así son las cosas en Estados Unidos, donde, a juicio de
Beamon, la inmensa rueda se traga hombres, nombres,
medallas, méritos e ilusiones.
Y ahí quedó Bob Beamon, el atleta sideral, el atleta de otra
galaxia, el atleta cósmico, sumido en la nostalgia y
viviendo unas horas al día de su oficio de músico. ¿Quién
lo iba a decir? En la calle no se le reconoce, a pesar de que
San Diego es una ciudad pequeña. En seis segundo alcanzó
la leyenda y en otros seis, puño en alto, se labró el olvido.
Hay cosas que en Estados Unidos no se perdonan, y Bob
Beamon no es el primer ídolo apeado del pedestal por la
indiferencia. Aunque no se le puede apear de la historia,
que es el lugar donde le puso el salto mas fabuloso de la
historia del atletismo. “Y este honor no se puede pagar con
dinero”, asegura Beamon como despedida.
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