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ACERCA DE LA IRA
La ira es la emoción potencialmente más peligrosa ya que su propósito funcional es el
de destruir las barreras que se perciben. La percepción de un obstáculo, de una amenaza
o de una ofensa, despierta un sentimiento de indignación que lleva al deseo de apartar o
destruir al causante. Términos como : enfado, enojo, malhumor, indignación, amargura,
desprecio, cólera, resentimiento, aspereza, rencor, están asociados a la ira..
La ira va desde la leve irritabilidad, el mal humor o la actitud huraña a la irascibilidad
intensa. Toda emoción genera un “flujo de energía” de tal emoción que va
impregnando la mente, el carácter, la palabra y los actos. Cuando la ira alcanza mucha
intensidad, puede ser muy destructiva, y el individuo despliega su hostilidad sin piedad.
La ira alimenta la cólera y la crueldad. Pero, además, los accesos o estallidos de ira
nublan la razón y pueden conducir a la persona a llevar a cabo actos irreparables.
Muchas personas son víctimas, a su pesar, de estos estallidos de ira, violencia u
hostilidad; algunas incurren en constantes berrinches, rabietas y destellos de incontenida
cólera, otras en furia agresiva y destructiva. A veces puede saltar el resorte de la ira en
el momento más inapropiado.
Puede decirse sobre la ira que representa:
-Un notorio descontrol.
-Es signo de debilidad e infantilismo.
-Oculta un sentimiento de profunda insatisfacción e inferioridad.
-Deviene por un ego sobredimensionado y por un exceso de narcisismo, o por un
desmesurado autoritarismo, o por inseguridad y miedo.
Las personas irascibles y coléricas se hacen mucho daño a sí misma y perjudican las
relaciones con las otras personas. La espiral de la ira va extendiéndose y alcanza todas
las manifestaciones del individuo. El colérico es un neurótico, y de hecho, tras sus
estallidos de cólera, a menudo se deprime o se siente culpable o alimenta toda clase de
remordimiento, y así también se justifica y automortifica. Las crisis de irascibilidad
pueden ser recurrentes, y el irascible hace la vida realmente imposible a las personas
que le rodean, además de que las tiene atemorizadas y les impide su espontánea
manifestación vital.
Así, como las manifestaciones más destructivas y extremas de la ira son el odio, el
revanchismo, la crueldad y los malos tratos, las manifestaciones más leves son la
irritabilidad crónica, el mal genio y el mal humor. Éstos últimos se manifiestan como
descontento crónico, insatisfacción profunda y amargante, continuas quejas y
lamentaciones, reproches, actitudes acres o despóticas, enfurruñamientos, marcada
obstinación, hurañez, cambios raros de carácter, enrabietamientos, enojo, irritabilidad,
sensibilería, quejas, afán de culpabilizar a los otros, tendencia a dramatizar, pesimismo
y otras actitudes, muy variadas, que van desde el continuo desagrado, el conflicto por el
conflicto, llevar la contraria sistemáticamente y el fatalismo. Todo ello genera
trastornos menores o mayores psicosomáticos, y que pueden ir desde la hipertensión al
estreñimiento, desde el insomnio a la angustia.
Es necesario ir aprendiendo a detectar lo que provoca la ira (dentro y fuera de nosotros),
e ir tomando conciencia de:
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Cuánta amargura nos produce.
Hasta qué grado nos tensa, perturba y enajena.
Cuánta oscuridad produce en el razonamiento y cómo nos puede inducir a actos,
palabras y comportamientos insensatos de los que luego nos arrepentiremos o
nos generarán abatimiento y remordimiento.
En qué medida perturban la relación con otras personas, cuánto daño le hacemos
y cuántas relaciones hemos contaminado por culpa de la irascibilidad o los
estallidos de cólera, e incluso cómo hemos herido por ello a los seres más
entrañables y queridos, injustificadamente.
Cómo la ira nos daña psicosomática y físicamente, generando innumerables
trastornos, alterando el sistema nervioso autónomo, desestabilizando el sistema
inmunológico y perjudicando el <sistema endocrino.
Hasta qué punto la ira es fea y grotesca, desertiza y distorsiona
La persona que sufre de ira tiene que estar vigilante y empezar a ver el mecanismo y
proceso de la ira en sí mismo, como una ola que surge y trata de tomarlo, pero que
puede, con entrenamiento, contemplar sin que lo arrebate, resistiéndose a su influencia y
no retroalimentándola. Con el ejercitamiento adecuado, apoyado en la atención
consciente, puede la persona ir descubriendo en el instante mismo en que comienza a
surgir la ira, reconociendo lo que la provoca, logrando que, paulatinamente, la ola de ira
venga y pase, sin cegar a la persona ay sin arrastrarla, con lo que el impulso de la ira se
va agotando.
Para superar las tendencias de irritabilidad y mal humor, hay que concienciar hasta qué
punto nos emberrinchamos absurda e inútilmente, muchas veces por boberías y
mezquindades, y qué daño nos hacen dichas tendencias a nosotros mismos y a los
demás. Hay que ponerse en el lugar de los otros y brindarles palabras cariñosas y gestos
afectivos. La ira lesiona gravemente la vida afectiva.
Hay que proponerse a resistirse a las tendencias neuróticas que nos gobiernan y a través
de la auto observación, el descubrimiento de uno mismo, el entendimiento correcto y la
firme resolución, todo ello puede irse consiguiendo. A través de la desarrollada y bien
establecida atención consciente, uno empieza a darse cuenta de los procesos y cambios
emocionales y físicos que éstos producen, y estará en mejor disposición para resistirse,
transmutarlos o aplicar la supresión consciente. Podemos ir modificando la respuesta
ante la emoción negativa que brota, no permitiendo que nos identifique ciegamente y
nos arrastre.
Fuente: Tomado parcialmente de: Calle, R. (1999). Guía práctica de la salud
emocional. Madrid: EDAF. Pp. 65-77.
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