(parte V) (finales del siglo XVI) - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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A N T O L O G Í A DE LIBROS DE CABALLERÍAS CASTELLANOS
15 BELIANÍS DE GRECIA (parte v)
de Pedro Guiral de Verrio
(finales del siglo xvi)
por
José Manuel Lucía Megías
TESTIMONIOS
ti] Biblioteca Nacional (Madrid): ms. 13-138 [->]
[2] Nationalbibliothek (Viena): Cod. 5863
TEXTOS
1. Descripción de damas y caballeros caballeros
I
b a n las c i n c o d'ellas de berde, que
hera la divissa de Belflorán, sobre
tela de oro con tantos recamados que
admiraban; iban a la forma de su patria,
golpeadas las fajas y tan abiertas que se
descubría la tela; y tornados los golpes
con diversas piedras de tanto resplandor
que le quitaban al sol en su curso enamorado. Sobre los cavellos, unos chapeos con tantos lacos que no avía más
que desear; estos abía inbiado el sabio
que fueron más estimados porque su
echura más parecía de manos sobrenaturales; llevaban bohemios de brocado
berde aforrados en cueros de salamandrias, y por las bueltas la esperanca en
lacos. No bio la nación de Egipto cosa
más bella; Cleopatria con su hermosura
pareciera fea delante d'ellas. Subieron
ellas en sus palafrenes más blancos que
el coracón de la niebe; iban con cada
uno, ocho escuderos a pie, no menos
aderezados que las damas; cada uno llevava bandas, aunque algunos se diferenciaba en el color; por la vella Austrina,
dama a quien el baleroso africano abía
dado las llaves de su albedrío, la llebava
de morado, con muchos rapacexos de
oro; el enamorado Furibundo iba armado de unas armas pardas con muchos luzeros de oro y extremos de pedrería, encima una jernea azul, con muchos
toréales de oro (no creo que el causador
de las discordias pareció mexor); en el
escudo en campo azul llebava el Amor
pintado y un baliente mancebo a sus
pies tendido con esta letra:
Sin que lo estorbe valor
nadie toma estrecha cuenta
de una boluntad essenta
como jo en la ley de amor [...]
Al punto salió armado Salisterno de
leonado, con muchas lunas en cuarto
por ellas, encima su jernea berde por ser
de la cuadrilla de Belflorán; en el escudo
llevaba el Deseo como lo pintan los antiguos, y a los pies esta letra:
Nadie puede merecer
ni llegar a lo que veo,
pues para poderlo ver
solo lo mira el deseo.
BIBLIOGRAFÍA: Eiseiiberg-Marín: n° 1536. ESTUDIO: R o u b a u d (1992-1993).
BELIANIS DE GRECIA
Su banda era de amarillo porque así
la llevava la dama a quien se avía aficionado el baliente persiano, llamada Celia.
-No quería, -dixo el baliente Pedáneo-, que pareciésedes a la rosa Piavia,
que si así es, luego os podremos comencar a tener lástima, como sea el fin
tan gloriosso como el que vino a buestra
balerosa perssona.
Respondió el mancebo:
-No ay pena que dulce no sea, y trabaxo que no prometa descanso, pues caminando por este mar de esperanzas, facilitara los naufragios que suelen ser
muy ciertos en tal casso.
Quitóles la respuesta la venida de
Adamantes, cuyas armas eran azules con
cercos de oro; también su jernea verde y
banda colorada concertándose con su
dama que la llevava assí, llamada Aurelia.
(Pusse estos tres nombres porque
d'ellas y no de las demás hace mención
esta istoria, que a su caussa estos tres cavalleros hicieron maravillas en armas, así
en las guerras de Egipto como en otras
partes, como adelante se dirá).
En el escudo llevaba la Firmeza sobre
el trabaxo en campo colorado y este
mote:
No ay que no sea sabroso
ni pena en más estrañeza
que me quite fin glorioso
arrimado a la firmeza.
-iMucho contento, señor Adamantes,
recibimos todos de vuestra divisa, -dixo
Tíndaro-, aunque me parece que es atreberos a prometer mucho sin saver los
disgustos que cada día se ofrecen en este
mal de enamorados.
-No podrían ser tan grandes, -respondió el gallardo joben-, que no los facilite
mi ánimo atendiendo no al rigor d'ellos
sino a quien los a de sentir para mayor
gloria mía.
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-De esa suerte, -dixo-, nadie dexará
de ser firme amador con esas confianzas
fundadas en el principio de sus amores,
que por la mayor parte suelen ser los fines muy al contrario de lo que se desea.
-Como aya algún tiempo bueno, cualesquier otros disgustos será alivio, -respondió el mancebo amante.
(Paréceme, señores, que estos caballeros como mancebos an dado en llevar
su pretensión adelante; pues así es, beamos lo que saca Belflorán que, si con
ellos á de caminar, más trabaxos se le
aparexan que los que pensaban).
Al punto, sacó las armas el griego joben; eran de unas finas esmeraldas, con
tanto artificio juntadas que causaban no
pequeña admiración; eran trasparentes
tanto que cualquiera se viera en ellas. En
el escudo en canpo dorado, llevava la
Esperanca, como la pintó Timantes, con
una granada en la mano, al natural, que
dio a todos estraño contentamiento, y a
su pie esta letra acul, que le daba la
mano de un cielo que a un lado estaba:
Contra la desconfianza
está el bien a quien le aguarda
y assí, aunque tarde no tarda,
cuando es cierta la Esperanza.
Con mucho contento celebraron
aquellos príncipes las armas y hermosa
divisa de Belflorán [...].
Salió el magnámino emperador a esta
ora, armado de unas armas indias con
muchas libreas y romanos de oro, con
tanto concierto que espantaba, porque
remataba cada estremo una piedra de estima y de su color juntando el remate de
los flacos una nueba labor a manera de
coronas; lo mismo llevava en el escudo
saibó que la orla era de finísimas esmeraldas y en el canpo de oro tres coronas
las cuales vaxaban del cielo y se las ponían al mismo emperador que encima de
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A N T O L O G Í A DE LIBROS DE CABALLERÍAS
un mundo iba, detalla con arta curiosidad, a la redonda del imindo esta letra:
Si gala y gracia merece
ser emperador del mundo,
buestro valor sin segundo
es solo a quien se le ofrece.
La sobrevista era colorada como la
llevaban los cinco cavalleros que quedaban, de los cuales las armas de Perianeo
eran coloradas y con muchas flores de
oro por ellas de gran estima que ningunas eran mayores, (ff. 4v-7r).
2. Damas e n contra del Amor;
damas a favor del Amor
P
o r q u e l u e g o le pusieron en las
manos una arpa y comencándola a
tenplar con más gracia que traca dixo:
-No quiero dexar de obedesceros en
esto, sigura de que de mi agravio me
vengarán los Caballeros de la Tienda.
Y comencé de suerte que al mismo
Amor de amor enamorara, aunque decía
contra él:
Dexadme en mi desengaño,
afuera gustos del amor,
pues de su mano el favor
es más riguroso daño.
has tragas y debamos
que ay en Amor me hacen cierta
que quien abre a Amor la puerta
muere con vivos deseos.
Ra/a tanto el desengaño
y los contentos de amor
que para mí su favor
es más riguroso daño.
Es incurable dolencia
y mayor que muerte el mal;
de ver alguno mortal
he sacado esta experiencia.
Asi viva allá el Amor
y yo con mi desengaño
CASTELLANOS
pues de su mano el fabor
es más riguroso daño.
La agraciada princesa acavó diciendo:
-Hermosas damas, no penséis que
así, como quiera en mí á reforcado el
desengaño su gusto, porque ver a uno
con dos mil contentos que dicen que de
Amor les an venido, otros publican baños cuidados, a otros quejarse y lamentarse [***] es el que en esta red amorosa,
que no sé quién gusta del acogerse en
él, aunque lleve el discreto para facilitar
su salida, y en el alma gtistaría de que
otra sustentase otra opinión, por ver en
qué va fundada.
-No os dé pena eso, -dijo la reina de
Arcadia-, que aquí vien puedes pasar
como entre amigas que hora hemos de
oír lo que la infanta de Trapisonda en favor del amoroso estado, aunque no lo
sienta así.
-No lo puedo negar, -dijo la dama,
que no con menos gracia que polida, al
son de su arpa así comencé a cantar:
¿Qué cosa sin amor dará contento?
¿Qué vien sin él no sea ?nás que pena?
Está sin él escrito en el arena,
sujeto a mil mudanzas sin cimiento,
llegue el Amor, que el riguroso viento
con su nonbre sabroso de sirena,
no ay cosa que de gusto no sea buena
no teniendo en Amor el fundamento.
Vive contento, alegre, respetado
quien a querer espera con fe pura
granxeando el nonbre y fin glorioso.
Amor aun en el nonbre está cerrado,
alivia al mal que puede dar bentura
y escala para el cielo luminoso;
y quererla buscar por otra vía
fuera de la <dela> que descubre
de amor es claro despeñadero
Dixo la hermosa Juno, dexando al
suave canto y a las demás damas tan enteradas de su afición como de su gracia,
BELIANÍS DE GRECIA ( V )
que no poco la zelebraron, pero la linda
infanta de Acaya, Celisa, con una desenboltura admirable dijo contra la infanta
de la Gigantea:
-No paso por el parescer d'esta dama,
que, si a ella á dado tantos gustos el
Amor como publica, no por eso se adenega cuan costoso es su contento; y que,
cuando le viene a dar, tiene tan martiricada el alma de quien le espera que llegado no le conosce y, como le tiene en
tanta miseria tan falto de contento, por
pequeño que sea el que biene, le parece
ser bastante a resucitar mil muertos, no
reparando en que los fabores son dispusieron para nuevos daños; y aunque no
fuera por más de ver las guerras que en
Grecia an suscedido, se avía de dar de
mano al Amor, porque nunca suelen
querer sino con fines dañosos, y porque
beais la mala opinión que esta dama
hostenta en nombre de la infanta Lesbia,
tengo de decir un soneto que en mi tierra oí a una dama en medio de sus fabores; yo sé que eran tantos.
Así, tomando la harpa, dixo:
LMS sabores, ¿os gustos que me á dado
esta quimera que en el alma anida,
este entretenimiento de mi bida
es acíbar con oro disfrazado.
Estos enredos, trabas y cuidado
que me fuerzan a andar tan desabrida,
este gustar de la más cruel herida
es demonio del alma apoderado.
No más amor ni amar, no más contento,
no mas fingir el rostro sahareño
procurando al amante dulce medio,
ja que sus fabores son tormento
y que cuando se biene a cobrar dueño
es para mayor mal y sin remedio.
Estaba el nuebo amante Brandaleón
tan entretenido con la armonía d'ellas,
que nunca tanta inpresión hicieron las sirenas en los conpañeros de Ulises, cuanto agora la de la dama de Alaya, que le
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tenía tan suspenso que no avía cosa que
en él a guerta pasase, ni se le acordaba
del príncipe ni de Florindo. (ff. 106v108r).
3. El segundo Marte, príncipe de
Trapisonda, recibe la orden de caballería
E
n el o r i e n t e s e comencaba a mostrar la luz del día, alegrando tan
hermosa vista los coracones de los que
se aparexaban para el famoso torneo, recibiendo no pequeño ánimo en su presurosa venida que, como le esperaban
con tan buen deseo, parescíales que por
cunplirle se hiciese algo adelantado,
aunque para algunos fue tormento por
acortarles las vidas; pero a los que las estimaban en tanto como la honra, tan
presto presentaron sus personas en la
plaza como sus hermosos rayos. Por
toda la gran ciudad no se oía otro que
alarma; todo el campo se puso a punto,
por que los trapesondos queriendo mostrar el contento que tenían con el baleroso Marte, príncipe suyo. No buenamente se puede imaginar las galas, los
disfraces, las nuebas y vistosas inbenciones que sacaron, comencando al alba
porque no faltase tienpo. Era cosa digna
de ver tanta divisa vordada, tantas banderas al viento que, como treboleaban es
ojeto sabrosos el ver cómo campeaban
los fogosos cavalleros, los bufidos de los
varios nombres de la gente alegre, el
berde guiar de las lancas, las furiosas
arremetidas, los barios apellidos... no ay
coracón por más tímido que con esso no
se altere. Era cosa de mirar porque la
gente de Marte en una conzertada batalla que de cien mil pasaban se pusso en
un concertado batallón todos ricamente
armados, saibó las cabecas y manos, que
aquello era con ricos turbantes a la usanca de Turquía; no avía cavallero que
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A N T O L O G Í A 0 E LIBROS DE CABALLERÍAS
aquel día no se pusiesse el más costoso
del mundo, pues no era esto lo que aún
del todo admiraba porque venían treinta
reyes con coronas en las cabecas, con
tan costosos aderecos que no avía más
que desear todos; de berde y dorados
los paramentos. El gran Tártaro y Soldán
de Egipto trahían piedras de suma inestimable, y en medio de ellos al nuebo y
segundo Marte, en cuerpo todo vestido
de brocado berde, con muchos lacos torcidos y piedras que a los rayos del sol
escurescían. Benía sin espada y daga,
costumbre antigua en Egipto a los nobeles cavalleros. Tras ellos en soberanos
carros triumphales que los tiraban blancos unicornios, venían tantas damas y
tan hermosas que fue acertado interponer una nube por el miedo de perder el
gobierno de su carro el antiguo enamorado. En uno venían ocho, que a Venus
tornaban fea; todas heran de estima bestidas de color del nobel, con tanta pedrería que inpedía la vista los rayos que
de sí imbiaban. Asidas de las manos de
muchos reyes que a sus canas se devía
aquello, subieron a un cadahalso sumptuoso en extremo, por que de donde havían de mirar las damas el aplacado torneo hera de fermosa plata, llenos de
antiguas historias, todos poblados de arcos y cubierta con tantas lavores que
causaron admiración, porque la cubierta
de los miradores que defendía la entrada
a los rayos del sol eran tan relumbrantes
que parescían una finísima esmeralda,
con muchas dibersidades de colores, de
cuando en cuando entretexidas algunas
piedras d'ellas blancas, y d'ellas verdes y
coloradas, que haviendo en ellas el sol
su reberveración causavan no pequeño
contento los concertados colores; eran
tan grandes que podían muy bien caver
en él todas las damas y los reyes, aunque
d'estos fueron pocos que no avían de pe-
CASTELLANOS
lear. No fue d'ellos aquel famosos Areolarcano, que debajo de su librea llebava
sus siguras armas con la divisa que solía
traher en Bavilonia; en suma, no quedó
rey que no procurase venir allí con la
mayor muestra de su valor que fue posible.
Y todo lo merescía el novel cavallero
que podía conpetir con los famosos príncipes, que poco havía qu'el mismo oficio
rescibieron. Y era de muy diferente condición del padre que aún a él le pesaba
que así huviese quebrantado la palabra a
los de Nubia; pero como hera padre, avía
de obedescer y sufriósse por entonces.
Luego hicieron sus diabólicas ceremonias sacrificando algunos animales al
dios Marte, en cuyo nonbre el segundo
de Trapisonda recibía las armas, las cuales a esta hora le bestían cuatro reyes
que eran el Tártaro, el Soldán de Egipto,
el Rey de Arcadia y el de Midia, con tanta infinidad de instrumentos que parecía
hundiese la ciudad. El baleroso Rey de
Curia le ciñó la espada, tomándole en
sus manos juramento, que él no quisso
que ninguna dama de Egipto se la ciñese, que no poco quedaron agrabiadas;
pero él esperaba que se la ciñese otra
cuya hermosura sin decirle quién fuese
le avía enseñado Artarax, gran su amigo,
el cual le dio las armas que no las tenía
mexores el mundo; eran blancas como
de cavallero nobel, y por ellas muchos
grifos de admirable talla y pedrería diferenciados con algunos rubíes, dieron
contento a todos, lo cuales vieron luego
fue jurado por príncipe de Trapisonda,
con todo contento de los reyes sus basallos que no se puede creer mayor el que
recibieron los troyanos dando la jura a
su Héctor, y con ella su ruina.
Otros muchos príncipes y cavalleros
rescibieron por su mano la orden de caballería, (ff. 117v-119v).
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