Por qué hemos de ser iguales

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Álvaro Rodríguez Ramos
¿Por qué hemos de
ser iguales?
Editorial Diálogo
1. ALGUNAS DESIGUALDADES CONSTITUYEN UN ULTRAJE A LA DIGNIDAD HUMANA
En la actualidad, el 20% mejor situado de la población mundial posee el 80% de los recursos,
mientras que el 20% más pobre, sólo tiene acceso al 0,5% de los recursos existentes en la
Tierra.
Si a esto añadimos que en los últimos años los odios y luchas étnicas están alcanzando
decenas y quizá centenas de miles de víctimas entre las personas arrojadas de sus casas y
territorios, forzadas a vivir en campamentos de refugiados, e incluso que miles de ellas han
sido asesinadas…
Si nos fijamos en el gran número de personas que no pueden disfrutar de derechos políticos
porque viven bajo dictaduras en las que estos derechos no son reconocidos. En el gran número
de excluidos o marginados ya existentes, o en los millones de pobres y marginados en los
países más ricos, la liberalización económica incontrolada, el «dios cruel mercado»… Si
consideramos los malos tratos recibidos por mujeres y por niños, incluso en sus propios
hogares.
Si lanzamos una mirada sobre algunos de estos problemas que aquejan a nuestros
conciudadanos del mundo, advertimos que esa joya que la modernidad exhibió y colocó en sus
banderas, «La Igualdad», está lejos de haber conseguido sus objetivos.
2. LA DIOSA IGUALDAD FRENTE A LA DIOSA AMBICIÓN
Ya en el siglo V a.c., el trágico griego Eurípides en su obra las Fenicias nos hace un elogio de la
Igualdad frente a la Ambición. Polínice, hijo de Yocasta y de Edipo, ha sido despojado por su
hermano Eteocles de su patrimonio y de sus derechos al trono de Tebas. Polínice viene con un
ejército a reclamarlos. Yocasta quiere resolver el conflicto por medio del diálogo entre los dos
hermanos, y reprocha a Eteocles que se aferre a esa abominable deidad que es la Ambición. Le
dice que la ambición es contraria a la justicia y que si entra en una casa o en una ciudad, hace
intolerable la vida. Por el contrario, la Igualdad «une y estrecha amigos, ciudades con ciudades,
aliados con aliados». Tener las mismas leyes es la mejor base para la convivencia. Pero si cada
uno quiere determinados privilegios, éstos les llevarán a la enemistad perpetua y a la guerra. Y
terminará el elogio de la Igualdad diciendo que «para los verdaderos sabios lo necesario
basta».
Quizá estas palabras de Eurípides sigan teniendo vigencia.
3. EL SABIO SE CONFORMA CON LO SUFICIENTE PARA PODER REALIZAR SU PLAN DE VIDA
En nuestros días podríamos gozar todos por igual de un determinado nivel de recursos que nos
permitiera la libre realización de nuestros planes de vida. Estos niveles mínimos a los que
todos tendríamos igual acceso nos liberarían de esa afrenta a la dignidad humana que es la
miseria. ¿Y cuáles son esos recursos, esos bienes primarios que necesitamos para poder llevar
a cabo un plan racional de vida?
El filósofo liberal igualitarista J. Rawls responde a estas preguntas presentándonos dos grupos
de bienes sociales primarios. El primer grupo está constituido por derechos, libertades y
oportunidades. El segundo, por ingresos y riqueza. Estos bienes han de estar distribuidos
siguiendo dos principios básicos de justicia.
El primer principio dice: «Cada persona ha de tener un derecho igual al más amplio sistema
total de libertades básicas, compatible con un sistema similar de libertad para todos.» Hay que
advertir que estas libertades básicas serían: la libertad política (derechos políticos de votar,
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elegir representantes, ocupar cargos públicos); la libertad de expresión y reunión, de
conciencia y de pensamiento… (Pero otras posibles libertades como la de poseer medios de
producción, fábricas, campos… o la libertad para hacer contratos en las condiciones que uno
quiere, y otro, obligado por la necesidad, tiene que aceptar, no son libertades básicas.)
El segundo principio establece que: «Las diferencias económicas y sociales han de ser
estructuradas de manera que sean para:
a) Mayor beneficio de los menos aventajados, de acuerdo con un principio de ahorro justo.
b) Unido a que los cargos y las funciones sean asequibles a todos, bajo condiciones de justa
igualdad de oportunidades».
Según estos dos principios de la Justicia que Rawls nos propone, todos los bienes sociales
primarios: libertades, oportunidades, renta, riqueza… han de ser distribuidos a todos por igual,
a no ser que una distribución desigual beneficie a los más desfavorecidos. En suma, que la
diferencia sólo se justifica si favorece a los peor situados.
4. ¿POR QUÉ HEMOS DE SER IGUALES ¿EN QUÉ PODEMOS BASARNOS PARA RECLAMAR
ESTA IGUALDAD A NIVEL ÉTICO?
Según los liberales igualitaristas, somos iguales porque somos ciudadanos libres y capaces de
crear un contrato social y unas instituciones justas; y somos capaces de crear estas
instituciones porque tenemos autonomía moral y una capacidad igual para poseer una
concepción del bien y adquirir un sentido de la justicia. Así pues, si todos los humanos
tenemos estas capacidades, se supone que haríamos leyes que promovieran la libertad, la
igualdad y la justicia, ya que éste sería el medio más ético e inteligente para promover
nuestros planes de vida. Para que estas leyes sean lo más justas y universalizables posible,
Rawls nos presenta la metáfora del «velo de ignorancia: las personas que redactan estas leyes
desconocen cuál va a ser su posición de partida. Al no saber en qué posición se van a
encontrar, intentarán redactar las leyes más justas e igualitarias para cualquier situación. Esto
se parece al problema de encontrar el procedimiento más adecuado para conseguir el reparto
igualitario de un pastel entre cinco personas. La solución, como sabemos, consiste en que haga
las porciones precisamente aquella persona a la que le ha tocado en suerte ser la última en
escoger. Por otra parte nos resulta también muy familiar la imagen de la Justicia, con los ojos
vendados como símbolo de la imparcialidad.
5. EL PUNTO DE PARTIDA ES DESIGUAL E INJUSTO
Estas personas que redactarían las leyes más justas e igualitarias preguntarían por el
«equalisandum»: ¿qué es lo que hay que igualar? ¿Cuál ha de ser el punto de partida para que
las leyes y las instituciones sean lo más igualitarias posible? Los filósofos liberales igualitaristas
contemporáneos dan diversas respuestas; así, J. Rawls nos dirá que hay que igualar los bienes
primarios; R. Dworkin los recursos, Sen las capacidades…
Está claro que el punto de partida no es el mismo. Partimos de unos dones naturales: talento,
salud, aspecto físico… que nos han tocado en la lotería de la vida, y que no son iguales. Por
otra parte, nuestra posición inicial en la sociedad: el haber nacido en una familia o grupo con
más o menos ventajas en orden a educación, medios económicos, ambiente, estímulos… es
fruto también de la lotería de la vida.
Por tanto, no merecemos ni nuestros dones naturales ni nuestra posición inicial en la sociedad.
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6. LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES ES INSUFICIENTE
Está claro que, tanto nuestros dones naturales como nuestra posición original tendrán un gran
peso a la hora de acceder a las oportunidades que nos presente la sociedad, y está claro que
partimos de «verdaderas desigualdades de origen». No es suficiente, pues, el principio de
igualdad de oportunidades. Según este principio, todos tenemos igual acceso a las
oportunidades. Pero lo que no especifica el principio de igualdad de oportunidades es que no
tenemos las «mismas probabilidades» de alcanzarlas.
«Supongamos que una sociedad determinada otorga un gran prestigio a los miembros de la
clase guerrera, que poseen una gran fuerza física. En el pasado, los guerreros fueron
reclutados entre las familias ricas, pero ahora, los reformadores igualitaristas promueven un
cambio en las reglas, de manera que los guerreros son reclutados de todos los sectores de la
sociedad, sobre los resultados de una adecuada competición. El efecto de esto es que las
familias más ricas aún proporcionan virtualmente todos los guerreros, debido a que el resto de
la población está tan mal alimentada por razones de pobreza que su fuerza física es inferior a
la de los ricos y bien alimentados» (B. Williams).
¿Qué podemos hacer si creemos que es injusta esta discriminación? Si discriminamos a los
mejor situados, ya que no están en su situación por méritos propios, y damos los cargos a los
que poseen menos cualidades y preparación para desempeñarlos, podemos estar seguros de
que la sociedad funcionará menos eficazmente.
¿Tendremos que aceptar entonces que si ya es injusta «la naturaleza» que reparte sus dones
no igualitariamente, y también es injusta la posición de partida, ya que de nacer en una
familia, grupo o clase, o nacer en otra, tendremos más o menos posibilidades, dadas estas
circunstancias, decíamos, tendremos que aceptar que no es posible cambiar las cosas ni
intentar una equitativa igualdad de oportunidades?
¿Podríamos quizá compensar a los más desfavorecidos en la lotería de la vida,
proporcionándoles medios adicionales, como mejor educación, mejores condiciones de vida y
otras ayudas, e incluso «castigar» a los favorecidos, y así intentar una «igual posición inicial»?
Para contestar a esta pregunta habrá que pensar que el bienestar de todos los ciudadanos
depende de un esquema de cooperación social. Este esquema tiene que favorecer a todos, y
poder ser aceptable para todos. Por supuesto que las desigualdades inmerecidas han de ser
compensadas. Esto nos dice el principio de compensación. Para ello serían necesarios unos
medios adicionales como mejorar la educación, las condiciones de vida… de los más
desfavorecidos.
Pero, ¿hemos de igualar a todos por el rasero más bajo? Si yo soy profesor y calculo que
algunos de mis alumnos se esfuerzan poco, quizá porque parte de su ambiente no les estimula
suficientemente, yo deberé estimularlos, incluso dedicar algún tiempo suplementario a
estimular a los menos predispuestos a conseguir los objetivos propuestos. Pero, ¿deberé
darles la nota de «suficiente» a todos, a los que se esfuerzan y a los que no, a los que
consiguen los objetivos y a los que no se «preocupan» por conseguirlos?
Aquí entraría en acción el segundo principio de la justicia propuesto por Rawls: las diferencias
económicas y sociales sólo podrían justificarse si sirven para beneficiar a todos y, sobre todo,
para favorecer a los menos aventajados. Además, los cargos y funciones han de ser asequibles
a todos bajo condiciones de justa igualdad de oportunidades.
Los «dones naturales», e incluso la posición inicial en la sociedad, habrá que computarlos
como bienes sociales que han de favorecer a largo plazo a toda la sociedad. Y hemos de
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estructurar estos bienes sociales para conseguir una sociedad más igualitaria, compensando a
los más desfavorecidos.
En todo caso, las desigualdades siempre quedarán limitadas por «la igualdad efectiva de
derechos políticos y libertades básicas». Así como también por una educación que, además de
la formación técnica, nos proporcione recursos para disfrutar los bienes culturales, organizar
nuestros planes de vida, y valorar y respetar la autoestima, la conciencia del propio valor, que
es un activo fundamental de cada persona.
7. LA IGUALDAD EN LA ILUSTRACIÓN
La Ilustración, al proclamar la igualdad de todos los hombres, supone un avance emancipatorio
impresionante. De hecho rompe los blindados privilegios aristocráticos del Antiguo Régimen.
Los pensadores ilustrados advirtieron ya dos sentidos diferentes en el polisémico término
“Igualdad”:
a) Igualdad formal: los ciudadanos somos iguales ante la ley y no tenemos ningún privilegio
debido a nuestro origen o nacimiento.
b) Igualdad efectiva: situación, recursos económicos, educación. Todos los ilustrados militaban
mesiánicamente en la igualdad formal. Algunos de ellos, no obstante, fueron más sensibles
que otros a la injusta desigualdad económica. Rousseau y Helvetius, por ejemplo, presentan
con gran dramatismo esta injusta desigualdad económica que «hace infelices a los hombres y
las naciones», y abogan por algún tipo de redistribución de la riqueza, y por el derecho
igualitario a una educación básica.
Pese a esto el discurso ilustrado presenta importantes deficiencias, pues si bien su modelo de
igualdad se presenta como universal, al mismo tiempo, deja fuera de esta igualdad a los no
propietarios, a los negros, a los pueblos colonizados… y desde luego a las mujeres.
¿Cómo intentan justificar esa exclusión aquellos autores Ilustrados que la aceptan? ¿Por qué
dejan a determinados grupos fuera de ese gran avance emancipatorio igualitario? Porque son
diferentes: tienen distinto color de piel, distinto sexo, distinta cultura que es considerada
inferior, etc., y de la constatación de una diferencia física o social pasan «alegremente» a
postular una desigualdad moral o política.
¿Quiénes quedan entonces en el grupo de los iguales? ¿Quiénes son los sujetos de la igualdad
y de la racionalidad universal propugnada por el discurso ilustrado? La respuesta es clara, sus
contemporáneos e iguales, es decir, su modelo-sujeto de la Igualdad y la racionalidad es el
varón europeo, blanco, heterosexual y cristiano.
8. IGUALES PERO DIFERENTES
Quizá habrá que «ilustrar la Ilustración» o, al menos, a algunos de los autores ilustrados. Quizá
tendremos que ampliar «ese discurso de la Igualdad universal» para hacerla de verdad
universal, incluyendo realmente a todas las personas. Y una vez ampliado, quizá debamos
acondicionarlo mejor, para que se instalen también cómodamente en él algunas diferencias.
Habrá que dar una nueva y más rica identidad al sujeto de la igualdad y de la racionalidad, al
sujeto de las libertades y los derechos, al sujeto de los planes de vida.
a) «Iguales a»: durante mucho tiempo, muchas personas se esforzaron por parecerse, por
identificarse, por intentar ser «iguales a» ese «yo generalizado», a ese modelo: ese dios celoso
que nos exige identificamos con él, nos exige que aceptemos todos sus valores y que no
rindamos culto a ningún «ídolo encarnado». Nos exige que no aceptemos bajo ningún
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concepto romper la ortodoxia de la igualdad formal y la racionalidad, y que no nos contaminemos con los sentimientos, los deseos, o nos apropiemos del propio cuerpo o de la naturaleza.
Muchas mujeres luchando por la igualdad tuvieron que asumir identidades forzadas: hacerse
duras, agresivas… identificarse con imágenes convencionales de hombres triunfadores. A su
vez estos «hombres triunfadores» no construyeron su identidad, sino que la recibieron a
través de una socialización y una historia que no les dejaba un resquicio para los sentimientos,
la empatía… Las mujeres griegas despedían a sus maridos, hijos, hermanos, que se iban a la
guerra, advirtiéndoles: «Vuelve con el escudo o sobre el escudo». Es decir, vuelve con las
armas o muerto. Pero sin las armas no vuelvas.
b) «Iguales entre»: tendremos que construir una nueva identidad o nuevas identidades
partiendo de la «igualdad entre». En este nuevo modelo cabrán identidades singulares y
colectivas. Cada una aportará sus diferencias. Pero las diferencias no implicarán discriminación
ni exclusión. Los «valores masculinos» y los «valores femeninos», los valores de nuestra
cultura y de «otras culturas» podrán combinarse en la identidad singular de cada persona. No
es que cualquier valor sea aceptable, no es eso de que «todo vale»… Es que, si como personas
poseemos la capacidad moral de adquirir una noción universalizable de justicia y de bien,
seremos capaces de universalizar, de apropiamos, o al menos de tolerar, muchos de esos
valores, que una identidad limitada, «hegemónica» y excluyente ha arrojado del mundo o no
ha dejado aflorar.
9. DIFERENTES PERO IGUALES
De todas formas, no podemos construir identidades particulares a partir de nuestra cultura,
nuestra religión, nuestra etnia, nuestra nacionalidad, que al resaltar nuestras diferencias exijan
privilegios o exclusiones. No podemos decir: «el que no es de nuestra «fratria», de nuestro
círculo de iguales no tiene los mismos derechos».
La perspectiva del «yo generalizado» es insuficiente pero necesaria:
a) insuficiente porque al buscar la unidad rechaza cualquier diferencia disgregadora;
b) necesaria porque evita que cualquier tendencia disgregadora se constituya en identidad
excluyente.
El discurso de los derechos humanos ha de ser universalista. Savater, en un artículo de opinión
publicado en el diario «El País», llamaba nuestra atención sobre una de las metáforas más
usadas en nuestros días: «Las raíces». Nos comentaba cómo esta metáfora «vuelve
interminablemente»: «recuperar las raíces», «no olvidar las raíces», «defender las raíces»…
Esas raíces pueden ser tomadas como origen de derechos y privilegios de grupo, justificando
desigualdades y exclusiones. O bien, pueden ser tomadas como la base igualitaria de los
derechos individuales de cada persona. Estas últimas serían las «raíces humanas». Esas raíces
en las que se basaron los Ilustrados para, prescindiendo de las diferencias de religión, lengua,
etnia, origen social… reconocer a todas las personas como Iguales. Terminará el artículo
afirmando que podemos «volver a las raíces» cuanto antes, para, a partir de esas raíces,
establecer los derechos y valorar las diferencias. Pero a «las raíces ilustradas, a la raíz común
de nuestro parentesco. El resto no es más que andarse por las ramas haciendo monerías».
10. DESREGULACIÓN DEL MERCADO, ESTADO MÍNIMO E IGUALDAD
Quizá podríamos afirmar que «corren malos tiempos para la igualdad». Pero podríamos
preguntamos también si alguna vez fueron buenos. El neoliberalismo que nos invade y que se
atrinchera en el «pensamiento único» afirmando que no hay alternativa posible demanda
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continuamente a través de los medios de comunicación e incluso de muchos ministros de
economía una mayor liberalización económica. Esto se traduce en dar mayor libertad al
mercado, en evitar cualquier barrera o traba a la libre circulación de capitales y mercancías.
Entre las mayores trabas a eliminar figuran los impuestos, los gastos sociales y los costes
salariales. Como sabemos, el neoliberalismo aplicado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher
en la década de los 80 dio lugar a una serie de consecuencias desastrosas, que van desde la
degradación de los servicios y equipamientos públicos (hospitales. centros de enseñanza,
incluso vías de comunicación), pasando por un aumento preocupante del paro, la precariedad
laboral hasta una mayor fractura social por el recrudecimiento inicuo de las desigualdades.
Problemas no resueltos por el crecimiento macroeconómico ni, por supuesto, por la «mano
invisible del mercado».
Ignacio Ramonet en «Un mundo sin rumbo» nos cuenta cómo los tres fondos de pensiones
más importantes de Estados Unidos controlan 500.000 millones de dólares. «Los gestores de
estos fondos concentran en sus manos un poder financiero de envergadura inédita, que no
posee ningún ministro de economía, ni ningún gobernador de banco central. En un mercado
convertido en instantáneo y planetario, cualquier desplazamiento brutal de estos auténticos
mamuts de las finanzas puede entrañar la desestabilización económica de cualquier país».
Afirma a continuación que en el Foro Internacional de Davos (Suiza) de 1996, los dirigentes
políticos de los países más ricos del mundo, expresaron su temor ante estos y otros gestores
de fondos que actúan libremente y sin ningún control gubernamental en el «ciberespacio de
las geofinanzas». Estos gestores buscan únicamente el máximo beneficio, el interés a corto
plazo, sin hacerse más preguntas. Sin plantearse siquiera si su acción puede desestabilizar la
economía de algunos países y, por supuesto, sin pensar que todos hemos de contribuir al Bien
Común.
Dirá Raymond Barre: «Decididamente, no se puede dejar el mundo en manos de una banda de
irresponsables de treinta años que no piensan más que en hacer dinero». Ya conocemos las
tesis del neoliberalismo: liberalización, apertura de todo el mundo al mercado, reducción al
mínimo de los gastos sociales. Todo el poder al mercado. Estado mínimo: estado notario y, en
tal caso, Estado punitivo. Privatización de toda propiedad y de todo servicio público.
Partiendo de, y apoyándonos en, estas tesis, ¿habrá alguna posibilidad de cubrir las
necesidades de agua potable, alimentos, educación, cultura… de alcanzar un nivel igual de
derechos, libertades y oportunidades, para que puedan realizar sus planes de vida los más de
6.000 millones de personas que sobrevivimos en el planeta Tierra? Afortunadamente, el
discurso político, al menos en Europa, está cambiando. Ya puede escucharse, al lado de «cifras
macroeconómicas», «reducción del déficit», «inflación»… otras palabras que pueden
conjugarse, o que, al menos, dejan un hueco para la igualdad: «cohesión social», «sanidad»,
«educación», «solidaridad». Es muy significativo, como señala Joaquín Estefanía, que Lionel
Jospin proponga como número dos de su gobierno, no al ministro de Economía, sino a la
ministra de Empleo, Sanidad y Seguridad Social, Martine Aubry. Y en su libro <<Il est grand
temps», afirma: «Hay que construir un nuevo modelo de desarrollo capaz de pedir al mercado
lo que sabe hacer: la eficacia, la innovación. Pero que sepa también responder a las
necesidades de todos. Hay que situar el objetivo de la solidaridad en el corazón de la sociedad.
Para llegar a ello, es necesario que la sociedad sea más transparente, más democrática, y que
el debate público tenga su lugar. Hay que reconstruir la política>>. Si el mercado es innovador
y eficaz, pero no tiene cerebro ni corazón, habrá que dotarlo de cerebro para que planifique
un desarrollo sostenible y a largo plazo, y habrá que colocarle un corazón donde quepa la
solidaridad.
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Quizá este corazón, donde pueda latir la piedad natural de Rousseau y el sentimiento de
benevolencia de Hume, debe ocupar un lugar también en la Ética, y en ese concepto más
acogedor de igualdad en el que puedan convivir identidades diferentes.
PARA SEGUIR PENSANDO…
ACTIVIDADES
1. ¿Qué es la igualdad y por qué está tan lejos de haberse conseguido en el mundo actual?
2. Según Eurípides, ¿a qué consecuencias distintas nos llevan el “culto a la igualdad” y el “culto
a la ambición”? Expón tu opinión personal de manera justificada.
3. Explica los dos principios básicos de justicia propuestos por J. Rawls.
4. ¿Cuándo está justificada, según Rawls, la desigualdad o la diferencia? Pon un ejemplo donde
se vea claramente tal hecho.
5. ¿En qué consiste el «velo de ignorancia» de Rawls? ¿Con qué finalidad está propuesto? Pon
un ejemplo diferente al de la lectura donde se pueda comprobar su utilidad.
6. ¿Por qué la igualdad de oportunidades es insuficiente?
7. ¿Cómo se entendió la igualdad en la Ilustración y qué inconvenientes tiene tal concepción
ilustrada.
8. ¿Qué diferencias hay entre las expresiones “iguales a” e “iguales entre”? ¿En qué sentido la
igualdad entendida únicamente como “ser iguales a” perjudica tanto a los que intentan imitar
como a los que son tomados como modelo?
9. ¿Por qué la perspectiva del “yo generalizado” es insuficiente pero necesaria? ¿Por qué el
discurso de los derechos humanos ha de ser universalista?
10. ¿Por qué afirma el autor que “corren malos tiempos para la igualdad”? ¿Qué alternativas
existen para solucionar este problema?
11. Busca el significado de la expresión “discriminación positiva”. ¿Qué relación tiene esta
expresión con los problemas tratados a lo largo de la lectura? Pon un ejemplo concreto de
discriminación positiva.
12. Los cargos de responsabilidad, ¿han de ser desempeñados por las personas mejor
preparadas o por las que se hayan esforzado más en su preparación? Justifícalo.
Valoración de las actividades:
-
nº 1-4 (0,50 puntos)
nº 5-12 (1 punto)
8
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