ECOTOPIA " MARIO 6AVIIIA Vivir para ver, leer para vivir lo que podría ser realidad antes del año 2 0 0 0 . Todo lo contrario de la ciencia ficción de alta tecnología. Todo lo contrario de Orwell y de Huxley. El californiano Callembach nos propone en este libro vivir pobres con elegancia, vivir libres con la naturaleza. Yo propongo leer para vivir: leer este libro para llevar a cabo la utopía concreta, que está latente en las aspiraciones de la humanidad consciente. No sólo socialismo o barbarie, sino anarcocomunismo, feminismo, ecologismo, sociedad antiautoritaria, todo junto. El paraíso aquí y ahora. El pensamiento burgués, para decir que algo no es posible o realizable, dice que es utópico. Nosotros insistimos en que, al igual que Marx decía que la humanidad no se plantea más que los problemas que es capaz de resolver, analógicamente afirmamos que la humanidad no se plantea sino las utopías que es capaz de llevar a cabo. Y esto es Eco to pía. La ciencia y la técnica no son neutras. (1) Resumen-crítica del libro de ERNEST CALLEMBACH, Ecotopía, rial Trazo. Zaragoza, 1980. Edito- 213 La tecnología ha llegado a un punto en que nos permitiría vivir felices, dando poco golpe, consumiendo poco, disfrutando del cuerpo, de la naturaleza, marcándonos el placer como objetivo. «Eco» de ecología y «topía» de utopía es el neologismo que inventa Callembach —ecotopía— para designar la utopía ecológica, lo que Lefebvre podría llamar un caso de utopía concreta consecuencia de un pensamiento transductivo que va más allá de la inducción y de la deducción, que va de lo actual a lo posible. Este libro, del que se han tirado en inglés más de doscientos mil ejemplares y que está traducido en diversos idiomas, aparece ahora en castellano para regocijo de los que querríamos vivir de otra manera. Para lección concreta de los que entendemos, como Lenin, que la revolución es cambiar la vida cotidiana. Callembach es un californiano cuarentón, escritor de periódicos underground, impulsor de una revista de cine paralelo, intelectual tipo de lo que podríamos llamar la cultura de extremo Occidente. Su paso por Europa y, especialmente, por Francia, le permitió conocer el marxismo, absorver el socialismo utópico, sensibilizarse al anarquismo, tener los conocimientos suficientes de la economía inglesa. Hasta ahí había llegado Marx. A todo ello le había dado el fundamento, la solidez y, a veces, la pesadez de la filosofía alemana, con su toque de búsqueda de la verdad universal y única, con su aspiración al socialismo científico, con su toque ambiguamente autoritario al pensar que podría encontrar la solución casi definitiva a los problemas de la humanidad. Pero dentro de dos años se cumplirá el centenario de la muerte de Marx y la historia ha seguido. California, al extremo Occidente, el lugar donde las contradicciones del capitalismo y del imperialismo llegan a su máximo esplendor, genera también su contradicción dialéctica: la búsqueda de nuevos modos de vida, la crítica ecologista, el redescubrimiento de las civilizaciones orientales. Probablemente, California es uno de los pocos espacios del planeta que pueden tener a mano, consultando a los ordenadores electrónicos, la memoria universal. Por eso allí la gente pasa mucho de todo y convive como puede en las contradicciones del capitalismo imperialista americano. A Callembach se le ocurre un día escribir Ecotopía, a partir de la idea de que en los años ochenta, en plena crisis económica y 214 ecológica, California y algunos estados vecinos deciden independizarse de Estados Unidos. El movimiento de liberación, mezcla de autonomistas, ecologistas, libertarios, feministas y gurús, había puesto minas atómicas en el subsuelo de Nueva York y Washington, y ante tal amenaza el estado militar tecnoburocrático del Este de los Estados Unidos, el poder del Pentágono y de la Banca, no se atreven a reprimir el proceso de independencia, la recesión. Los independentistas californianos minan la frontera con el resto de los Estados Unidos, hay pequeñas batallas que vencen los californianos y, por fin, fundan un nuevo país, Ecotopía, con una presidente feminista y poblado por 15 millones de ciudadanos, que crean una nueva sociedad autogestionaria, socialista sin decirlo, ecologista sin proclamarlo (en la buena tradición de la hipocresía puritana protestante). Los lectores nos encontramos situados en 1999, en un país llar mado Ecotopía, formado por los estados de California, Oregón y Washington de la costa oeste de los Estados Unidos, que reciben, tras diecinueve años de aislamiento del resto del mundo, al primer periodista norteamericano, William Weston, gran reportes del «Times Post» (periódico resultante de la fusión del «New York Times» y del «Washington Post» en esa época). Es la primera vez que un periódico yanqui penetra en Ecotopía. El libro es, en parte, la reunión de una serie de crónicas enviadas por el periodista a su periódico y, en parte, las páginas de su diario íntimo y personal. Podemos leer a su vez las impresiones y los análisis de cómo funciona el país y las emociones íntimas escritas en su diario que le produce el vivir en una sociedad libre, autogestionaria y ecologista. Las crónicas muestran una sociedad con una utopía concreta, realizable, verosímil. La técnica se usa lo mínimo posible. La electrónica sirve al hombre en lugar de someterle y la gente se desplaza en tren, andando o en bicicleta, los pocos coches que quedan son eléctricos y para usos imprescindibles, las ciudades han sido adaptadas a una sociedad de bajo consumo de energía, la gente produce lo que consume y consume lo que produce, disminuyendo al mínimo la alienación incorporada a la mercancía. La arquitectura es realizada con materiales simples y elementa- 215 les, mucho empleo de la madera y los materiales locales. Todo el mundo sabe construir y reparar sus casas y sus objetos. La gente se viste con muchos colores, tejidos naturales, pieles, etcétera, y se ha vuelto a emplear la seda, la lana, el algodón, el lino. La gente está orgullosa de su cuerpo y lo decora de formas que aquí llamaríamos chabacanas y extravagantes. Pocos trajes pero divertidos y duraderos, con gran creatividad por parte del usuario. En las calles de San Francisco no hay ruidos, se oyen pájaros, hay flores y hortalizas, árboles frutales. Muchas fábricas se han convertido en alejamientos de comunas de gentes afines. La gente haraganea perezosamente sin prisas ni neurosis. Comida naturista, la dieta justa y mucha imaginación para cocinar: platos franceses, chinos, vegetarianos, gazpachos. Salud a prueba de bomba. Los escasos médicos que existen parecen sacados de la Nemesis Médica de Ivan Illich. La gente acepta la enfermedad y la muerte, nace en casa, muere en casa aceptando esta contingencia. Algunos pequeños hospitales, que todavía sobreviven para los casos de accidentes, son llevados en autogestión por seres en parte amigos, en parte médicos, en parte curanderos y magos, en parte hechiceros, en parte sacerdotes, que incorporan a todo ese saber una relación erótica con el enfermo. El eros, la pulsión de vida, vence al tánato, la pulsión de muerte. Weston, cuando está en San Francisco, vive en el Cove, una comuna de intelectuales, periodistas, gentes sin profesión conocida que se lo pasan muy bien. En otras ocasiones, se desplaza a una comunidad agro-si Ivo-pas toril de gentes que cuidan los bosques y los ganados de Oregón en estrecho contacto con la naturaleza. Un nuevo tipo de pastores, ingenieros forestales, leñadores y colectores de setas y plantas medicinales. En el tajo, como es lógico, si se le puede llamar así, se ha superado la división entre el trabajo manual y el intelectual y entre las tareas de concepción y de ejecución, la diferencia entre los que mandan y los que obedecen, la tiranía de los que piensan sobre los que curran. La televisión tiene centenares de cadenas, pero no unidireccionales. No hay un busto parlante que manipula a los telespectadores, 216 sino que los canales están abiertos a cualquier ciudadano que quiera llegar hasta ellos y decir lo que quiere. La publicidad ha sido sustituida por una lista de informaciones útiles, que advierten los pros y los contras de los objetos que se intentan difundir (todo ello mezclado con contrainformación del que pide entrar en pantalla desde la terminal que tiene en su colectividad, comuna o casa). Los ordenadores con terminales múltiples para información son abundantísimos. La sociedad funciona por el mecanismo de la crítica cooperativa: cuando algo no funciona, un cliente pone la voz en el cielo y los demás clientes del servicio, por ejemplo un restaurante, discuten detenidamente sobre si los huevos con bacón del desayuno estaban fríos o no, acabando los trabajadores del restaurante por reconocer que, efectivamente, el cocinero tiene problemas y las cosas no marchan como sería de desear. Al final, todos contentos, olvidan la disputa y se beben unas botellas de vino, material muy abundante en Ecotopía. La economía ecotopiana, tras diecinueve años de reconversión del capitalismo industrial automatizado, alienante y explotador, va llegando a un punto en que la plusvalía no se la queda nadie, no se trabaja más que lo necesario y en tareas aceptadas por rotación para producir únicamente bienes socialmente útiles. Estos y nada más. Se ha desarrollado una tecnología alternativa, dulce, adecuada a los bajos consumos de energía. La termodinámica es la ciencia que permite observar el saldo energético en cada actividad de la economía ecotopiana. El repórter no acaba de creer lo que está viendo y durante una temporada reacciona hostilmente, cree que le están engañando. El feminismo ha acabado en gran parte con la sociedad machista, las mujeres son libres, toman la iniciativa, establecen la poliandria cuando les conviene, no toleran historias de celos. Ecotopía es una sociedad descentralizada. Cientos de miles de comunidades autoorganizadas, en gran parte autoabastecidas, sin una autoridad central que les diga lo que tienen que hacer. Lo pequeño es bello, las comunidades se confederan según sus deseos e intereses, el estado tiene poquísimo poder, casi exclusiva- 217 mente en la defensa de las fronteras contra los norteamericanos vecinos. En un momento dado, un accidente en una central nuclear japo­ nesa hace llegar residuos radiactivos a la atmósfera californiana a través del Pacífico. La población se moviliza duramente y casi se pone en pie de guerra contra los industrialo-militaro japoneses. Los ríos, los lagos, las playas, el mar, hacen del agua uno de los elementos placenteros de la vida. El sol, el cuerpo desnudo, en cierto modo, la continuación de la placenta materna. La violencia es canalizada a través de combates de guerra ri­ tuales. William Weston, el repórter, se ve mezclado en una batalla en que se celebra una sublimación concreta de la violencia, eso que los etólogos describen como agresividad intrínseca a los seres vivos. Los jóvenes y los menos jóvenes se desfogan, no tanto en depor­ tes violentos como en combates rituales. Tras grandes libaciones en calderos calientes de alcoholes y otros estimulantes y tras pintarse el cuerpo y armarse de lanzas y objetos contundentes, al son de tambores guerreros y gritos estridentes se enfrentan ritualmente, en ceremonia iniciática, bandas a la vez amigas y enemigas. Un he­ rido, a veces muerto, basta para entender que la fiesta de la agresión, que la orgía de la violencia, es algo malo y ha terminado. Ante esa práctica el repórter se asusta e incluso es herido. Los amigos le van a ver al «hospital», durante su recuperación, y le explican que para una población de 15 millones de habitantes, no llega al centenar de muertos rituales anuales, aproximadamente el equivalen­ te a la cifra de muertos en un día por accidentes de automóvil de antes de la Independencia. La gran propiedad privada no existe, el robo, por tanto, es algo poco usual, la sexualidad es libre, la violencia está canalizada. Por tanto, poca necesidad de jueces, tribunales y cárceles. Superada la especialización de papeles entre hombre y mujer, la familia ha sido desbordada por algo en que no se sabe muy bien quien es el padre y quien es la madre. La feminización de la so­ ciedad ha llevado consigo a una nueva sensibilidad que no todos los viejos de tradición machista entienden del todo. Las minorías negras o mejicanas tienen el derecho a la inde­ pendencia en el interior de Ecotopía y se agregan voluntariamente cuando quieren, en defensa de su identidad, de su forma de ser. 218 A los negros no se les integra, sino que se les deja hacer o hacen lo que ellos quieren y donde quieren, en comunidades autónomas y suficientes, de gente de color que no quieren mezclarse, que han recuperado su africaneidad y todos tan contentos. Los negros han creado en el interior de Ecotopía una nueva independencia y una nueva secesión, al igual que Ecotopía lo hizo con Estados Unidos. Las energías renovables, sol, mar, viento, agua, funcionan a pleno rendimiento. El reciclaje es un principio filosófico y casi sagrado. Lo que antes se llamaba basura no son sino recursos naturales para ser reutilizados. Nada se tira, nada se pierde. La educación es una síntesis mejorada de todos los intentos que durante años habían llevado a cabo los educadores occidentales. Una mezcla de Summerhill, Montessori, Illich, Freinet, etc. Los niños aprenden trabajando las materias concretas, la escuela no es obligatoria, se pone, en principio, la práctica de que la infancia no aprende: imita. Desgraciadamente, en Ecotopía también hay aspectos no resueltos: Todavía hay un Estado, todavía existen ciudadanos en pie de guerra para defenderse de la posible agresión de Estados Unidos, todavía existe el dinero. Ser burócrata o funcionario está mal visto y, en cualquier caso, la mayoría de las tareas de la sociedad son rotatorias, por lo que se lucha permanentemente contra la aparición de una clase de privilegiados. En fin, que al final Weston se queda en Ecotopía, manda a freir churros al periodismo y a los americanos y vive feliz comiendo perdices con Marissa. A mí no me queda sino, como en todas las recensiones de libros, recomendar la lectura de éste, para que cada vez seamos más los que acabemos creando Ecotopías concretas aquí y ahora.