La Moral desinteresada

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MENSAJE
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La Moral desinteresada
A través
de "Désintéressement
áu Chréíien"
(11.
"Afirmo que nuestra moral es superior. Los
que siguen sus dictados, hasta murir por los fines que nos proponemos, no necesitan esperar
una recompensa en el más allá que no existe, lo
que constituye la mejor fie mostración de desinterés . . . Nuestros héroes sabían que se sumían en la nada" (2).
Semejante*a esta afirmación de superioridad
del jefe comunista francés es la que se hace
a veces a favor de la llamada "moral laica".
Conferencias escritas de "libre-pensadores", ciertos textos de Moral con resabios Kantianos difunden ¡a acusación de "interesada" y hasta "inmoral," lanzada contra la moral religiosa.
Tal vez se podría responder a esta acusación
descubriendo todo el orgullo que se esconde detrás de esa pretensión de obrar desinteresadamente. Como si la criatura no tuviera, inscrita
en su mismo ser, un hambre de felicidad, un
hambre de Dios. Negar esta hambre seria equivalente a negar nuestra dependencia ontológica
lie Dios; sería pretender ser iguales a Aquel que
posee toda la plenitud y puede, El solo, obrar
sin buscar nada, por puro amor. ¿No será el
desinterés un privilegio divino que no podría reivindicar, sin usurpación, la criatura?
Y después de todo, ¿no buscarán, estos defensores de la moral laica, en su misma autosuficiencia y orgullo, la recompensa que pretenden despreciar?
Por lo demás, ¿no es el bien, la felicidad, el
objeto natural de la voluntad y el determinante de todas las acciones libres de los hombres?
¿Será psicológicamente posible amar el deber ¡>i
no se me representa como un bien para mí?
Peco si hemos de ser sinceros, no son nuestros libres-pensadores los únicos que han soñado con una moral desinteresada. En esto los
acompañan las grandes figuras de la santidad
cristiana: un Francisco Javier, una Sta, Teresa
de Lisieux. Hemos de decirlo: el amor cristiano
aspira a amar desinteresadamente el Bien íul>rerm>, amar a Dios por El mismo. "No me mueve mi Dios para quererle el ciclo que me tienes prometido . . . "
Pero vuelve a plantearse el problema: ¿es esto realmente posible? ¿No será esta la eLerna
tentación del nombre de ser como Dios? ¿Poder
amarlo como El nos ama, con la libertad del
don total?
Un elemento de solución lo hallamos en la relación personal que la moral cristiana establece
con Dios. Solamente el amor a una Persona
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l, Mornle" dio B Gornndy, l'arls, IMÍ, p. 6.
puede ser realmente desinteresado. La mismu
adhesión a una causa "altruista" es muchas veces una simple proyección del "yo" que quiere
realizarse.
La moral cristiana no consiste en observar un
código que uno se ha auto-impuesto por imperativo categórico y que nada justifica.
Tampoco consiste en ajustarse a otro código
que Dios impone arbitrariamente, so pena de castigo y en vista de una recompensa.
Consiste esencialmente en amar a una Persona, al infinitamente Amable, y realizar su
plan de Amor. El ciclo por conquistar es en realidad Alguien. Si el cristiano quiere poseer a
Dios es por amor al mismo Dios.
Pero se insiste: ¿podrá ser este amor plenamente desinteresado? ¿No es Dios mismo todo
nuestro Bien?
La moral cristiana liene una respuesta definitiva: en todo caso lo que podría ser imposible a la naturaleza, no lo es a Dios. Y Dios
condesciende con la aspiración porfiada de su
creatura: pone en ella su amor, que se llama
triacia y la hace capaz de amar con su amor
mismo de Dios soberanamente desinteresado.
Y así el cristiano puede entrar en una verdadera relación de amistad con su Dios, uniéndose ambos en un mismo amor de benevolencia.
De esto resultará que la caridad fraterna no
será un mero precepto cuya observancia Dius
premia, sino la prolongación del amor mismo
con que Dios ama a los suyos. El cristiano está
en condiciones de amar, no por un simple impulso de simpatía o por un afecto de humanidad.
sino por un movimiento interior que tiene su
lucnte en el corazón mismo do Cristo que dio
su vida por los hombres.
Y no por ser divino será menos humano este
amor del cristiano por su semejante. Solamente quien desconozca el misterio de la vida divina introducida en la humanidad por la encarnación del Hijo de Dios; solamente quien coniilia nuestras relaciones con Dios según fríos
esquemas jurídicos, podrá pensar que quien ama
al prójimo con amor divino y por lo que hay
en él de divino, deja por lo mismo de amarlo
como hombre. Lo más grande y lo más profundo en el hombre es su capacidad de divinización
v quien lo ama por lo divino que hay en él.
lo ama con un amor humano a la vez, humanísimo, divinamente humano.
Demos pues a nuestros filántropos, ya sean comunistas, masones o simplemente "libre-pensadores", todo el crédito de una actitud sincera
en su filantropía. Digámosles solamente que si
quieren llevar sus ideales de desinterés hasta
sus últimas aspiraciones, el camino es el de la
humildad, el de la humilde aceptación de un
don de Dios: el don de su amor.
JOSÉ ALDUNATE L. S. J.
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