los fundamentos filosóficos y científicos de la denominada

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Universidad Nacional Autónoma de México
Revista Electrónica de Psicología Iztacala
I Z T A C A LA
Facultad de Estudios Superiores Iztacala
Vol. 16 No. 4
Diciembre de 2013
LOS FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS Y
CIENTÍFICOS DE LA DENOMINADA
NATURALEZA EMOCIONAL FEMENINA,
ENTRE 1880-19201
Oliva López Sánchez2
Universidad Nacional Autónoma de México
Facultad de Estudios Superiores Iztacala
RESUMEN
Este trabajo pretende exponer un análisis crítico sobre los
discursos filosóficos y médicos de finales del siglo XIX y
principios del XX en el contexto mexicano, acerca de cómo se
fundamentó la supuesta naturaleza emocional de las mujeres y
la consecuente idea de su inferioridad mental y espiritual. El
imaginario científico sobre la denominada inferioridad femenina
siguió justificando la sujeción social de las mujeres hasta las
primeras décadas del siglo XX. Los saberes científicos
contribuyeron a naturalizar las diferencias entre los sexos,
dentro de las cuales, la dimensión emocional resulta
fundamental para entender cómo dichos saberes fueron
construyendo identidades desigualadas entre los sexos,
teniendo como dato la fisiología y la biología de los cuerpos
1
Este artículo es producto de la investigación: El lugar de las emociones en las categorías
diagnósticas de la psiquiatría y su interrelación con la construcción de la salud mental en México
1900-1950. Proyecto PAPIIT IN304012 UNAM-DGAPA. Un agradecimiento especial al doctor
Eduardo Menéndez y al grupo de investigadores del Seminario permanente de Antropología
Médica del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS-DF),
por el espacio de discusión que mes con mes se genera.
2 Profesora Titular “C” de Tiempo Completo Adscrita a la carrera de Psicología de la Universidad
Nacional Autónoma de México-Facultad de Estudios Superiores Iztacala. Correo electrónico:
[email protected] [email protected]
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según su sexo. La dimensión emocional ha sido tratada de
manera general en los estudios sobre subjetividad y la propia
historia de las mujeres. Las emociones constituyen aspectos
importantes de la esfera de lo sociocultural que merecen un
análisis desde coordenadas fuera de los cognitivo y
psicofisiológico para aprenderlas en y desde sus propiedades
socioculturales e históricas. Definitivamente, la inclusión del
análisis de la dimensión emocional permite entender cómo se
gesta un orden desde las formas del sentir y, en definitiva,
desde la subjetividad.
Palabras clave: emociones, ciencia, discurso, filosofía,
mujeres.
THE PHILOSOPHIC AND SCIENTIFIC
BASES OF THE SO CALLED FEMALE
EMOTIONAL NATURE AMONG 18801920
ABSTRAC
This work aims to present a critical analysis of the philosophic
and medical discourses of the end of the Nineteenth Century
and the beginnings of the twentieth in the Mexican context
about how was based the alleged emotional nature of women
and the consequent idea of their mental and spiritual inferiority.
The scientific imaginary about the called feminine inferiority
continued justifying the social subjugation of women to the first
decades of the Twentieth Century. The scientific knowledge
contributed to naturalize the differences between sexes, in
which, the emotional dimension results basic to understand how
that knowledge was building the unequal identities between
each sex, having as a reference the body´s physiology and
biology according to their sex. The emotional dimension has
been treated in a general way in studies of subjectivity and the
own history of women; the emotions are important aspects of
the socio-cultural sphere deserving an analysis since
coordinates out of the cognitive and psychophysiological for
learn them in and from their sociocultural and historical
properties. Definitely, the inclusion of the emotion dimension
analysis allows understand how an order is brewing since the
feeling way and ultimately since the subjectivity.
Key words: emotions, science, discourse, philosophy, women.
La mujer bien equilibrada no
sacrifica los afectos del corazón á
las vanidades del cerebro.
Carmen de Burgos Seguí (1900)
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En este texto pretendo exponer un análisis crítico sobre los discursos
filosóficos y médicos de finales del siglo XIX y principios del XX en el contexto
mexicano, acerca de cómo se fundamentó la supuesta naturaleza emocional de
las mujeres y la consecuente idea de inferioridad mental y espiritual. El imaginario
científico del siglo XIX sobre la denominada inferioridad femenina debe entenderse
en un marco social más amplio relativo a la búsqueda de bases científicas,
fundado en los principios de la biología para justificar la exclusión, la desigualdad y
la discriminación de la otredad: negros, indios, pobres, mujeres, locos y enfermos,
entre otros. Los saberes científicos no solo contribuyeron a naturalizar las
diferencias entre los sexos, también favorecieron la construcción de una
valoración de las diferencias reales e imaginarias en beneficio de los varones y en
detrimento de las mujeres. La supuesta inferioridad biológica de las mujeres ha
justificado el ejercicio del poder masculino hacia la otra mitad de la humanidad.
Ciertamente, esa noción se remonta a tiempos previos al siglo XIX. El
argumento de la inferioridad ha estado fundamentado en la anatomía y fisiología
sexual femenina. Por ejemplo, Demócrito, en carta a Hipócrates, se refirió al útero
como un semillero fecundo de calamidades (léase enfermedades). Por su parte,
Hipócrates, en el libro Las enfermedades de las vírgenes, se lamentaba de las
conmociones generadas en la vida de las mujeres a causa de sus órganos
genitales. En el mismo tenor, Platón asoció al útero con un animal dominante
dentro de otro animal falto de voluntad (López, 2007).
Durante siglos se pensó que las mujeres tenían los mismos genitales que los
hombres, con la diferencia de que los de las mujeres estaban en el interior del
cuerpo; debido a ello, éstas fueron consideradas hombres vueltos al revés.
Galeno, por ejemplo, asoció la anatomía sexual femenina a la de un macho
imperfecto. Esta representación es lo que Thomas Laqueur ha denominado
modelo metafísico unisexual, el cual perduró hasta finales del siglo XVIII. A partir
del denominado dimorfismo sexual, basado en la divergencia biológica, comienzan
a surgir las reflexiones y trabajos encaminados a demostrar las diferencias
fisiológicas entre hombres y mujeres, siempre como pretexto para justificar las
alienaciones (Berriot-Salvadore, 1993).
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Las investigaciones sobre la diferencia entre los sexos se orientaron a
demostrar la superioridad de los varones con respecto a las mujeres. Las
representaciones resultantes de estas indagaciones, así como la lógica binaria
occidental, asociaron a los hombres con la razón, la fuerza, la actividad, la energía
y lo variable; mientras, a las mujeres se les asoció con la emoción, la pasividad, la
pereza y lo estable. Como afirma Laqueur (1994), el siglo XVIII es el inicio del
predominio del discurso biológico, el cual sirvió para fundamentar el orden social
de los sexos; es decir, se convirtió en la episteme del orden de género. Una de las
diferencias señaladas por la episteme biológica sobre la diferencia sexual es la
relativa a las emociones. La diferencia emocional resulta fundamental para
entender
cómo
los
saberes
científicos
fueron
construyendo
identidades
desigualadas entre los sexos basados no solo en supuestos biológicos sino
también psíquicos. El discurso científico de la diferencia emocional entre hombres
y mujeres se convirtió en la justificación fundamental para disuadir las
manifestaciones de liberación de las mujeres y su participación en la vida pública.
El objetivo en este artículo es ahondar en el análisis de los saberes
científicos sobre las explicaciones médicas y filosóficas sobre la naturaleza
emocional de las mujeres; con ello, pretendo contribuir a la historia de cómo se ha
construido científicamente la diferencia sexual emocional, con lo cual —supongo—
es también una manera de hacer historia cultural de las mujeres, al identificar
cómo se les impuso formas de sentir y cómo con ello se fue dando una lógica de
la construcción de la subjetividad femenina, desde un marco teórico científico tan
normativo y sujetador.
Parto de la premisa teórica de que el conocimiento científico y filosófico es un
componente más de la cultura que abrevó del imaginario social parte importante
de sus postulados en torno a la llamada naturaleza femenina, que visualizó a las
mujeres como seres inferiores y que, a su vez, ofreció datos —presuntamente
contundentes— de la supuesta naturalización emocional de las mujeres. La
construcción de las representaciones médicas sobre los cuerpos sexuados
coadyuvó a la conformación de identidades sexuales y de género desiguales.
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A partir del análisis de ciertos argumentos médicos y filosóficos esgrimidos
por algunos de los especialistas extranjeros y mexicanos más prominentes del
siglo XIX y principios del XX, orientados a demostrar la supuesta inferioridad
mental de las mujeres, pretendo mostrar cómo se construyó la representación
científica de la mujer como un ser predominantemente emocional.
Los presupuestos del trabajo son que estas representaciones fueron creadas
y recreadas por los discursos filosóficos, científicos y sobre la base de contenidos
religiosos, sociales y morales, por lo que el cuerpo femenino es, sobre todo, una
construcción social resultado de la confluencia de distintos discursos que han
tenido como propósito ordenar la vida social teniendo como base la episteme
biológica. La ausencia de cuestionamientos críticos que evidencien que la mujer y
el hombre son construcciones producidas por discursos y tecnologías sociales,
termina por concebirlos únicamente en su dimensión biológica y naturaliza sus
comportamientos e identidades, extendiendo un discurso decimonónico (De
Lauretis, 1991).
Un marco interdisciplinar para el estudio de las emociones.
Me sitúo en una línea de investigación interdisciplinaria que incluye la historia
cultural de las mujeres, la antropología de las emociones y la perspectiva de
género, para dar cuenta de cómo los saberes institucionales sobre el cuerpo y la
vida construyeron realidades que se encarnaron en los cuerpos sexuados. La
dimensión de lo emocional como construcción social permite dar cuenta de los
múltiples elementos involucrados en la experiencia, asunto que nos acerca desde
otro lugar al tema de la subjetividad(es) femenina(s) y la construcción de las
identidades de género.
Entiendo a las emociones como fenómenos socioculturales que forman parte
de la existencia humana; son dadoras de sentido y orientan la existencia
(Enríquez, 2008). Las emociones se encarnan, se viven, se experimentan, se
expresan y se trasmiten, pero también se regulan, se sancionan, se asignan y se
imponen. Se les considera parte de la estructura natural de los seres humanos, se
les ve como involuntarias y universales, y se reconoce un stock de emociones
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básicas como el miedo, la alegría, la tristeza, la sorpresa, el enojo y el disgusto. Al
ser consideradas comunes a la existencia humana, se ha invisibilizado su
dimensión sociocultural; entonces, han perdido su valor heurístico en la
explicación de la vida individual y social, y tan solo se han reducido a signos y
síntomas de salud mental.
La vivencia de las emociones, sus expresiones y la manera de nombrarlas
pasan por el tamiz de la cultura, lo cual nos permite rebasar la visión organicista y
reconocerlas como productos socioculturales e históricos. Entenderlas como
procesos socialmente construidas, culturalmente significadas e históricamente
situadas permite ampliar las explicaciones en torno a los aspectos implicados en la
vida emocional de los sujetos en distintos contextos y en los niveles micro-macro
(López, 2012).
Las emociones son indicadores de sentido, orientan la vida, son generadoras
de vínculos sociales e individuales y se constituyen en puentes entre lo individual y
lo social; son, como dice Illouz (2009), el eslabón perdido que conecta la
estructura con la agencia. La dimensión afectiva, por tanto, resulta ser un aspecto
fundamental para entender un sin fin de fenómenos sociales, culturales e
individuales (Moraña, 2012).
En el siglo XIX, las pasiones dejaron de ser territorio del alma y, con el
nombre de emociones, pasaron a formar parte de la psicofisiología, campo
epistémico que las consideró como componentes biológicos y cognitivos
inherentes e inmutables a la naturaleza humana. Históricamente, las emociones
se han asociado con la irracionalidad, la subjetividad y lo caótico; por lo tanto, se
conciben como peligrosas para la razón. En consecuencia, éstas se convierten en
enemigas tenaces de la razón y la salud mental porque las vulnera. Todas las
características anteriormente señaladas se han asociado con mayor fuerza a la
denominada naturaleza femenina; de esta manera, llegamos a una imagen
reduccionista de la mujer más cercana a la emoción y del hombre a la razón.
Las mujeres fueron asociadas a la emoción por su relación con el cuerpo y
función reproductiva, presupuesto que las colocaba más cerca de la naturaleza,
mientras que a los varones se les asoció con la razón. En palabras de Lutz (1986),
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dominar a las pasiones y emociones debe entenderse como sinónimo de la
subordinación femenina. Al respecto, la ciencia y la filosofía se han organizado,
como sugiere Ana María Fernández (2007), en dispositivos de desigualación, que
se tornan en discurso políticos sobre las relaciones de género; en particular, esos
discursos se han constituido en el núcleo duro sobre la feminidad y también sobre
la vida emocional de hombres y mujeres, al parecer irreconciliables.
Los procesos emocionales ocupan un lugar importante en las ideologías
sobre las relaciones genéricas, por la identificación de lo emocional con la
irracionalidad, lo subjetivo, lo caótico y otras características negativas, lo que ha
traído como consecuencia que se haya etiquetado a las mujeres como el sexo
emocional (Lutz, 1986). Esta diferenciación entre lo emocional y lo racional ha
implicado un manejo ideológico de estos fenómenos, reforzando con ello la
división entre valores como la cognición y la emoción, la primera asociada a un
valor e importancia sobre el conocimiento; la segunda, a un interés personal, sin
trascendencia social alguna, aparentemente (Lutz, 1986). El valor asociado a la
emoción, como algo negativo y opuesto a la razón, estructura al yo, pero —sobre
todo— tiene implicaciones sociales de desvalorización.
Por lo anteriormente expuesto, considero que pensar la emoción como algo
constitutivo de la supuesta naturaleza femenina tiene un origen histórico, social y
cultural que vale la pena reflexionar, como se hace en este trabajoanálisis, cuyo
corpus está conformado por textos filosóficos, científicos y médicos extranjeros y
mexicanos que circularon en el ámbito médico y filosófico mexicano en la época
de interés del estudio.
I. Los discursos filosóficos y científicos sobre la inferioridad femenina.
Existen diversos postulados filosóficos sobre la diferencia en el comportamiento
y la moral entre hombres y mujeres. En principio, y de manera breve, me referiré
primero a los del pensador de la ilustración J.J. Rousseau, quien en el siglo XVIII
afirmó que la mujer era igual al hombre, menos en lo que se refería al sexo. Según
Rousseau, no eran posibles las comparaciones entre hombre y mujer, pero sí había
que indicarlas. Su referencia era la anatomía, diferencia que se centraba en el sexo:
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“todo cuanto es común en ambos, pertenece a la especie, y cuanto es diferente es
peculiar del sexo” (Rousseau, 1997[1762] :361). Rousseau señaló que las
diferencias anatómicas tenían influjo en lo moral:
En la unión de los sexos, cada uno concurre por igual al objeto común, pero no de
un mismo modo: de esta diversidad nace la primera diferencia notable entre las
relaciones morales de uno y otro. El uno debe ser activo y fuerte, débil y pasivo el
otro; de precisa necesidad es que el uno quiera y pueda, basta con que el otro se
resista un poco. En lo común que hay en ellos, son iguales; en lo diferente no
son comparables (Rousseau, 1997 [1762]: 362)3.
Los postulados esgrimidos por Rousseau en torno a la naturaleza femenina
establecieron como natural su condición de sujeción frente al hombre, porque sus
funciones se limitaban a agradarlo y a acompañarlo como madre-esposa y a cuidar
de su prole. En cambio, la naturaleza del hombre era la razón, por lo tanto, le
correspondía el mundo de lo público y de la política.
El pensamiento rousseauniano apuntó hacia los siguientes hechos: las mujeres
no son sujetos de razón, por lo que deben ser objeto de la sujeción de la razón
masculina. La sujeción de las mujeres, como sostiene Pateman (1995), es la base
fundamental del contrato sexual y éste, del contrato social, el cual no tiene lugar sin
la sujeción previa de las mujeres al espacio doméstico, espacio de la reproducción
social y moral (Cobo, 1995). El espacio público, como espacio de la libertad y de la
autonomía del varón, no puede existir sin el espacio privado, lugar de reproducción
de un capital emocional-moral que constituye la consolidación del espacio público. El
contrato social, como sostiene Illouz, está fundamentado en la base de un proyecto
afectivo con funciones similares a las de las estructuras sociales, económicas y
políticas implicadas en el contrato social.
La desigualdad entre los sexos en detrimento de la mujer promovido por el
discurso de la ilustración, se vio reforzada con el trabajo de Carlos Darwin, quien en
su publicación de 1871 sobre la selección sexual señaló una distancia evolutiva entre
3
El énfasis es nuestro.
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el macho y la hembra de todas las especies (Darwin, 1971[1871]).4 Los estudios
evolutivos demostraron mayor desarrollo en el macho, el cual se iba trasmitiendo a
los hijos de su mismo sexo. Para Darwin, la alta variabilidad entre los caracteres
sexuales secundarios tanto en el hombre de la misma raza como en el de distintas
razas era la prueba de su mayor evolución respecto de las mujeres, quienes diferían
menos entre sí. La variabilidad aparece como un rasgo biológico de superioridad de
los machos de todas las especies, incluida la humana.
El fundamento de la teoría darwiniana sobre la selección sexual estuvo
apoyado en la demostración de que la variabilidad entre las razas y la evolución
misma dependía de las exigencias del medio según el sexo; los machos requerían
mayor fuerza, agresividad y valentía para subsistir en comparación con las hembras.
La lucha constante por el hábitat y por las hembras había generado en los machos
una fuerza física mayor que en las hembras de la misma especie, por lo que los
machos poseían una herencia distinta proveniente de sus antecesores machos. En
el caso de las razas civilizadas que ya no luchaban por conseguir las mejores
mujeres, los hombres seguían requiriendo una mayor fortaleza para mantener a su
familia, a su mujer y a sí mismos. Además, requerían desarrollar, a la par de su
fuerza física, la inteligencia y otras facultades mentales que se desarrollaban
notoriamente de manera distinta entre los hombres y las mujeres.
La mujer parece diferir del hombre en su condición mental, principalmente en su
mayor ternura y menor egoísmo; cosa es ésta que se observa aun entre los salvajes
[...] La mujer, siguiendo sus instintos maternales, despliega estas cualidades en sus
hijos en un grado eminente; por consiguiente, es verosímil que pueda extenderlos a
sus semejantes (Darwin, 1971[1871]:720).
4
El Origen del hombre y la selección con relación al sexo, con un prólogo escrito por el mismo
Darwin, es la respuesta a las críticas hechas por sus detractores, quienes consideraron que era un
error aceptar que todas las variaciones y los cambios de la estructura corporal y de las facultades
mentales tendían a atribuirse exclusivamente a la selección natural. Darwin aceptó su fracaso y las
limitaciones explicativas de su teoría de la selección natural para advertir las diferencias de las
razas humanas, por lo que propuso que podía demostrarse que, además de la selección natural
que obra en todas las especies, las diferencias de las razas humanas en color, pelo, forma de las
facciones, etcétera, eran de naturaleza tal que muy bien pudieron haber sobrevenido por la
influencia de la selección sexual.
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Tanto Darwin como otros contemporáneos suyos reconocieron que la herencia
era un factor determinante en la diferencia entre los sexos:
Está generalmente admitido que en la mujer las facultades de intuición, de rápida
percepción y quizás también las de imitación, son mucho más vivas que en el
hombre; mas algunas de estas facultades, al menos, son propias y características
de las razas inferiores, y por lo tanto corresponden a un estado de cultura pasado
y más bajo (Darwin, 1971[1871]:720).
Apoyado en John Stuart Mill (citado en Darwin, 1971[1871]), Darwin aseguró
que la energía y la perseverancia eran dos rasgos —uno físico y el otro
intelectual— exclusivos del hombre que marcaban la diferencia entre él y la mujer:
La principal distinción en las facultades intelectuales de los dos sexos se
manifiesta en que el hombre llega en todo lo que acomete a punto más alto que la
mujer, así se trate de cosas en que se requiera pensamiento profundo, o razón,
imaginación o simplemente el uso de los sentidos y las manos. Los hombres están
en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos, el término medio
de las facultades mentales del hombre estará por encima del de la mujer (Darwin,
1971[1871]:721).
Darwin(1971[1871]) sostuvo que la ley de la igual transmisión de caracteres
a los dos sexos entre los mamíferos había controlado que la superioridad de
algunas de las facultades mentales del hombre no excediera a las de la mujer,
tanto como el plumaje decorativo del pavo real macho en relación con el de la
hembra. Del mismo modo, consideró que la inferioridad de las hembras de todas
las especies —incluida la humana— se debía, por un lado, a que su participación
en la lucha por la sobrevivencia había sido menor a la del macho y, por otro lado,
porque en las especies inferiores y en las razas salvajes los machos ejercen un
estado de sujeción más abyecto que el macho de ningún otro animal y razas
salvajes. No obstante que en las razas superiores la mujer no experimenta dicha
sujeción y puede elegir más libremente a su marido, ésta siempre dependerá del
hombre quien se ve obligado a desarrollar ciertas facultades físicas, mentales e
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intelectuales, ausentes en la mujer como parte de su herencia y el proceso
evolutivo, según la teoría evolutiva.
La ternura de la mujer propuesta por Rousseau coincide con la ternura de la
hembra propuesta por Darwin. Para Rousseau, los cuidados de la mujer hacia su
prole formaban parte importante de su función social, mientras que para Darwin,
esa entrega incondicional de cuidados y ternura era considerado un rasgo natural
propia de las hembras y de las razas poco evolucionadas.
Por su parte Augusto Comte (1838), basándose en la teoría frenológica5 de
Gall (Postel y Quétel, 1993), sentó las bases —presuntamente científicas— de la
diferencia en las funciones afectivas e intelectuales entre hombres y mujeres
ubicadas en la parte más importante del cuerpo: el cerebro. En México, como en el
resto de América Latina, la influencia de estos pensadores europeos fue
determinante en la producción de la ciencia y la filosofía nacional, amén de los
deseos de los mexicanos de hacer una ciencia propia.
A principios del siglo XX, tanto en México como en Europa —y en menor
medida Estados Unidos—, las discusiones sobre la diferencia emocional de
mujeres y hombres se convirtió en moneda corriente como estrategia para disuadir
la participación social de la mujer en el ámbito público, ya fuese para cuestionar
sus pretensiones de hacer una carrera profesional, de escribir en la prensa
asuntos ajenos a las mujeres o para disuadirlas de participar en la política.6
Ejemplo de este debate son las reflexiones de Horacio Barreda, hijo del ilustre
positivista mexicano Gabino Barreda.
5
Frenología (del gr. fine, inteligencia, y logos, tratado): f. Hipótesis fisiológica de Gall, que
considera al cerebro como una agregación de órganos, correspondiendo a cada uno de ellos
diversa facultad intelectual, instinto o afecto, y gozando estos instintos, afectos o facultades con
mayor energía, según el mayor desarrollo de la parte cerebral que les corresponde. La frenología
había asegurado que el alma se manifestaba objetivamente a través del cerebro y tomaba formas
distintas dependiendo de sus características, lo que a su vez impactaba la forma del cráneo; en
definitiva, la forma del cráneo era la forma y expresión del alma. Gall sostuvo una proto teoría
organicista en la cual, cada parte de la corteza cerebral, a la cual denominó órganos, le otorgó una
función particular que operaba en el nivel de los afectos, la inteligencia, la moral y las habilidades.
Gall admitió 27 órganos; con los añadidos por Spurzheim y otros frenólogos, este número se elevó
a 38. De éstos, 10 se han atribuido a los instintos, 12 a los sentimientos o facultades morales, 14 a
las facultades perceptivas y dos a las reflectivas. Por tanto, la forma del cerebro podía dar cuenta
de las capacidades e inclinaciones morales e intelectuales de las personas (Montaner y Simón,
1891).
6 Este tema lo profundizo en: López (2010)
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II. El positivismo de Horacio Barreda y la diferencia entre los sexos7.
Horacio Barreda recurrió a los postulados filosóficos positivistas y de la
biología para demostrar la imposibilidad constitutiva de la mujer en la participación
de las tareas consideradas propias de los hombres, como se ve en la siguiente
cita:
Todos aquellos partidarios decididos del feminismo que se miran obligados á
admitir la diversidad orgánica que presentan ambos sexos entre sí, una vez que no
les es posible negar ó desconocer las conclusiones biológicas correspondientes,
recurren al cómodo expediente de la educación […] De esta manera, se olvidan y
hacen á un lado de hecho, los datos fundamentales que suministra la biología, con
el fin de sostener que la acción educativa es capaz de borra esas diferencias en lo
porvenir (Barreda, 1909a:1).
Barreda (1909b) se apoyó en los postulados de J.J. Rousseau (1997[1762]),
A. Comte (1838) y Ch. Darwin (1971[1871) en torno a la diferencia biológica e
intelectual entre los sexos, para justificar la supuesta función social de la mujer
anclada en los designios de su naturaleza, los cuales marcaban los derroteros del
progreso doméstico que ni la educación racional podría variar.
En la primera infancia, sus diferencias, pueden decirse que son insignificantes y
pequeñas; pues salvo algunos detalles de conformación, aquellas pasan casi
inadvertidas bajo apariencias exteriores que se presentan como las mismas para uno
y otro sexo. Su capacidad craneana, la dirección y dimensiones de sus huesos, la
amplitud de la pelvis, sus diversos tejidos, el volumen de sus glándulas, su sistema
muscular, su sensibilidad nerviosa, etcétera, no ofrecen en efecto, esos aspectos
peculiares que vienen más tarde á diferenciarlos notablemente (Barreda,1909b:78).8
La cita anterior revela la influencia darwiniana y, en general, de los
postulados evolutivos, los cuales consideraban la biología y fisiología del cuerpo
femenino distinto, como sinónimo de imperfecto, incapaz de alcanzar un desarrollo
7
8
Esta temática ha sido ampliamente trabajada en: López (2012)
Énfasis nuestro.
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evolutivo comparable al del varón. Se pensaba que el niño era tan imperfecto
como la mujer, y cuando niñas y niños alcanzaban la pubertad, el hombre se
distinguía en capacidades intelectuales, morales y fuerza física, mientras que la
mujer quedaba presa de la biología de su útero. La pubertad se convirtió en una
etapa fundamental de la vida de hombres y mujeres biológicamente hablando;
según las representaciones científicas de la época, esa etapa definía el cambio y
la consolidación de la diferencia sexual no solo en el aspecto físicos, también en
los ámbitos intelectual y moral.
La subsecuente argumentación de Barreda (1909b) en torno a la diferencia
biológica entre los sexos, fue el de asignarle a la mujer una superioridad moral y al
hombre una superioridad intelectual. Basado en los postulados científicos en torno
a la organización del cerebro femenino que lo concibió como un músculo con
fibras nerviosas debilitadas, aseguró la existencia de un perfil nervioso en la mujer
y la falta de un juicio racional. En cambio, por su organización cerebral, estaba
más dispuesta a la imaginación y a la influencia de las emociones.
Apoyándose en los postulados darwinianos en torno a las emociones,
Barreda (1909a) reconoció dos inclinaciones naturales afectivas: las egoístas o
personales y las altruistas o sociales, Barreda señaló que las primeras ejercían
menor influjo en la mujer, en tanto que las segundas se manifestaban con mayor
fuerza en ella, porque su postulado: no hay función sin órgano, demostraba la
imposibilidad de la competitividad y —por consiguiente— del egoísmo en la mujer
a causa de su nivel evolutivo y organización cerebral; por eso era un ser moral y
no intelectual. La muestra de lo anterior se ejemplificaba con el denominado
instinto materno.
Luis E. Ruiz (1884),9 destacado médico higienista de finales del siglo XIX,
apoyaba la representación científica de la diferencia entre los sexos, en detrimento
de las mujeres. Por ejemplo, Ruiz se opuso a las ideas liberales en pro de la
9
Luis E. Ruiz (1853-1914), médico nacido en Veracruz, México. A temprana edad se dedicó a la
salud pública. Profesor de Higiene y Meteorología en la Escuela Nacional de Medicina, escribió
numerosos artículos sobre medicina y salud pública, publicó el famoso libro de Higiene Tratado
Elemental de Higiene, fue miembro de diferentes sociedades y organismos educacionales y salud,
destacando en la Academia Nacional de Medicina.
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instrucción intelectual de las mujeres, ofreciendo como argumento de su negativa
la supuesta naturaleza femenina. En todo caso, la educación de las mujeres —
según comentó el médico— debía dirigirse a favor del desempeño de su labor
doméstica y materna, y dejar la posibilidad de instrucción profesional solo a
aquellas que voluntariamente renunciasen a cumplir los preceptos de su
naturaleza, hecho que consideró una muestra de verdadera libertad y progreso.
Pero, advertía, de ninguna manera debería generalizarse ni mucho menos
estimularse.
Los sentimientos altruistas experimentados por las mujeres constituyeron la
evidencia inexorable de su función materna, mientras que el egoísmo natural entre
los varones los colocaba con mejor disposición a la faena de la vida material. La
dimensión emocional constituye un núcleo duro de la construcción del imaginario
sobre lo femenino; de esa manera, se conforma la subjetiva femenina. La
representación científica de una emocionalidad mayor en las mujeres se ha
convertido en una forma de control y sometimiento, además de la naturalización
de un capital emocional —asignado de acuerdo con el sexo— presuntamente
desarrollado de manera natural por la diferencia biológica y cerebral.
III. La inferioridad mental de la Mujer.
Para seguir reflexionando sobre los argumentos de la diferencia emocional y
su impacto en la también supuesta inferioridad mental, quiero presentar algunos
de los postulados del psiquiatra alemán P.J. Moebius (1900)10, quien escribió un
libro en el que argumentó de manera científica la inferioridad mental de la mujer.
Su cometido era demostrar la inviabilidad del movimiento feminista en la Europa
de finales del siglo XIX. La inferioridad mental de la mujer es un texto polémico
que atrajo adeptos y generó críticas severas o ambivalentes como las de su propia
traductora, la española Carmen de Burgos Seguí, quien escribió un largo prólogo a
la obra de Moebius.
10
Pablo Julio Moebius (1853-1907), médico psiquiatra alemán. Describió la enfermedad que lleva
su nombre, también conocida como parálisis facial congénita. Postuló que la condición de la
enfermedad era degenerativa y que su origen era tóxico. Célebre por su libro La deficiencia mental
fisiológica de la mujer, en donde describe rasgos fisiológico-mentales que, según Moebius, colocan
a la mujer en una condición intelectual inferior en relación con la del hombre.
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En mi concepto, su cualidad más preciosa es la de ser un libro útil, que hace
pensar, que provoca las discusiones y que ataca osadamente al feminismo nocivo.
La hembra ha formado á la mujer; la mujer á la madre; la madre creará
quizá otro tipo superior; pero no podemos suponer que evolucione en sentido
inverso y cree la mujer degenerada, mezcla de los dos sexos, igualmente
rechazada por ambos.
En las misteriosas germinaciones de la existencia, la mujer tiene un papel
activo de excepcional importancia, admirablemente determinado dentro de su
sexo. Todo lo que atropelle ó violente esta tendencia, redundará en perjuicio de la
sociedad primero y de la especie después (Burgos: X-XI, citado en Moebius,
1900).
Para Moebius, era indudable la inferioridad mental de las mujeres porque la
vida mental —aseguraba— tenía sus bases en la fisiología del cerebro; el cual,
según teorías médicas como las de Gall y los postulados evolucionistas del siglo
XIX, era inferior al masculino (López, 2012). Moebius intentó demostrar la falsedad
de los postulados que habían asegurado que la mujer se igualaba al varón a
través de sus capacidades morales y manuales en ciertas tareas.
Su primer argumento para demostrar la inferioridad fisiológica de la mujer fue
desarmar lo que él denominó como el falso concepto de la superioridad moral de
la mujer, con lo cual se llegó a suponer que era un rasgo que la igualaba al varón
o incluso lo superaba. Según Moebius, la capacidad moral de la mujer encontraba
menos obstáculos que en el hombre y porque las causas recíprocas en los
instintos eran diferentes, y como la constitución del alma femenina era más
sencilla que la masculina, en ella la lucha contra los instintos era menos violenta;
es decir, la naturaleza frágil de la mujer le permitía imponer su voluntad sobre la
fuerza de sus impulsos. Además, porque el amor conyugal y el materno
alcanzaban una primacía sobre las demás propensiones que, en condiciones
normales, la mujer obtenía la victoria sobre sus instintos sin esfuerzo.
Otro argumento fue el de echar abajo la idea de la existencia de capacidades
de las mujeres distintas a las de los hombres. Al respecto, Moebius fue categórico
y citó un antiguo proverbio de Schopenhauer para dar respuesta: “Cabellos largos,
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cerebro corto”; pero la moderna sabiduría —aseveró— no quiere comprenderlo;
para ella, la inteligencia femenina está al mismo nivel que la del varón.
Los postulados de Lombroso y Ferrero (1895) sobre La mujer delincuente, la
prostituta y la mujer normal le sirvieron de base para asegurar que el cráneo en la
mujer era más pequeño; por lo tanto, también su masa cerebral y su inteligencia:
“Desde el punto de vista total, haciendo abstracción de las características del
sexo, la mujer está colocada entre el niño y el hombre, y lo mismo sucede, por
muchos conceptos, desde el punto de vista psíquico” (Moebius, 1900:35). Esta
afirmación, es igual a la teoría evolutiva de Darwin, respecto de los sexos, solo
que ahora en lo mental.
La debilidad de los argumentos sobre la correspondencia entre el tamaño del
cerebro y la capacidad intelectual, no representó ningún obstáculo para Moebius,
quien insistió en la demostración de la inferioridad cerebral de las mujeres
recurriendo a la anatomía cerebral, en la cual, los fisiólogos y neurólogos, como
Rüdinger, habían probado que la circunvolución media del lóbulo parietal y la del
pasaje superior de las mujeres eran distintas a las del varón; por lo tanto,
experimentaba un retardo en su desenvolvimiento:
En todos sentidos queda completamente demostrado que en la mujer están menos
desarrolladas ciertas porciones del cerebro que son de grandísima importancia para la vida
psíquica, tales como las circunvoluciones del lóbulo frontal y temporal, y que esta diferencia existe
desde el nacimiento (Moebius, 1900:38).
Moebius (1900) se apoyó en Lombroso, quien postuló explicaciones
fisiológicas para demostrar la inferioridad sensitiva de las mujeres, particularmente
las sensaciones de dolor que eran menores en ella. Además, aclaró tener en
cuenta que se trataba, no de una menor agudeza del sentido del tacto sino de una
menor reacción psíquica hacia los estímulos internos. Otra evidencia del médico
alemán fue demostrar que la habilidad manual era una función de la corteza
cerebral, tal como el juicio acerca de las sensaciones; por lo cual, las diferencias
de los sexos en cada una de las facultades psíquicas debían analizarse bien para
no suponer erróneamente que las mujeres tenían mayor destreza manual.
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Moebius y otros contemporáneos consideraron que la manifestación del
instinto de las mujeres en la vida cotidiana se sumaba a la lista de evidencias
científicas de su inferioridad mental. Moebius aseguró que la característica de un
alto desarrollo psíquico estaba en función del control instintivo, y en el caso de la
mujer, su instinto era igual al de una bestia:
El instinto presenta grandes ventajas, es infalible (1) y no proporciona ningún
género de preocupaciones; el sentimiento participa de la mitad de estas ventajas.
De modo que el instinto hace á la mujer semejante á las bestias, siempre
dependiente de la influencia extrínseca, segura y consciente de sí misma. En ella
se agita la fuerza singular del instinto que la hace aparecer verdaderamente
admirable y atractiva (2) (Moebius, 1900:42).
Un estado intermedio entre el instintito y lo que era lúcidamente consciente o
racional, era el sentimiento; por eso, el sentimiento y la emoción iban de la mano
con las mujeres. La emoción, como una reacción más inmediata frente a las
demandas del medio, y el sentimiento, como el instinto un tanto razonado, más
cercano a la inteligencia del hombre. Bajo esta argumentación, la relación entre
instinto y razón se tornaba inseparable, pues el instinto formaba parte de la
inteligencia, en tanto que el sentimiento en las mujeres hacía las veces de
razonamiento, como el de los varones. La emoción en las mujeres era una suerte
de inteligencia elemental. Con estas premisas moebianas, la mujer y la bestia
siempre dependían de las influencias extrínsecas. La falta de sentido crítico se
manifestaba igualmente en la alta sugestionabilidad de las mujeres. Según los
argumentos
científicos
y
filosóficos,
el
instinto
de
la
mujer
—léase
comportamiento— dependía del juicio dado por el amor, la vanidad o lo que les
pareciera digno de crédito.
IV. La belleza y la juventud en relación con el psiquismo.
Otro argumento esgrimido en la discusión de Moebius (1900) para demostrar
la inferioridad mental de las mujeres se basó en lo efímero de la juventud y la
belleza femenina; de lo cual, aseguró que así como era perecedera la belleza en
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la mujer, lo era su poca inteligencia. El florecimiento y desflorecimiento de la
belleza femenina correspondía —según la tesis del autor de referencia— a las
modificaciones psíquicas, las cuales tenían el mismo significado:
El espíritu de la virgen es terso, fogoso, agudo, por lo que su fuerza de atracción
está aumentada, tiene una parte activa en la elección sexual y una cierta paridad
de fuerzas con su adversario en el juego de las luchas amorosas. Toda la suerte
de la vida de la mujer depende de que la joven encuentre el hombre que le
conviene. Todas sus fuerzas se dirigen á este momento, verdadero punto
culminante de su vida, y todas las facultades mentales se hallan concentradas
hacia este fin (Moebius, 1900:69-70).
Según estas aseveraciones, las mujeres se conservaban bien durante los
primeros años de matrimonio, pero no tardaba en presentarse el decaimiento
provocado por los partos, “[…] y así como huyen la belleza y la fuerza física, así
huyen también las facultades mentales, y la mujer, como suele decirse, chochea”
(Moebius,1900:72). Según las explicaciones de Moebius sobre el desarrollo
biológico de la mujer, ésta solamente podía ser considerada completa en todas
sus facultades únicamente hasta los treinta años; en cambio, el varón podía
conservar las facultades adquiridas casi hasta el término de su existencia.
[…] la edad crítica significa la desaparición de la energía sexual. Ahora bien; el
organismo es único y las varias funciones están estrechamente coordinadas
entre sí; íntimas relaciones existen, especialmente entre la actividad sexual y la
actividad cerebral, por lo que cuando una aparece, otra se modifica, y cuando
se pierde aquélla se modifica de nuevo. Solamente que la primera modificación
es un notable más mientras que la segunda es un menos: de modo que como
consecuencia de la edad crítica por la cual la mujer se hace vieja, no podemos
menos de observar una debilidad en las facultades mentales (Moebius,
1900:75).
Por otro lado, la asociación de la fealdad con la malignidad en la figura de la
bruja medieval fue la misma entre la fealdad y la deficiencia mental en la figura de
la loca decimonónica. Así como en 1484, cuando los inquisidores dominicos
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Heinrich Kramer y Jacob Sprenger (2006) escribieron el Malleus maleficarum
(Martillo de las brujas) —un compendio dirigido a los inquisidores para descubrir y
castigar a las brujas—, en 1900, La inferioridad femenina de Moebius pretendió
ser un manual para los psiquiatras en su trabajo de diagnosticar a las mujeres en
su calidad de pacientes y enfermas mentales. Moebius, advirtiendo a sus colegas
de no tratar a las mujeres enfermas como varones con genitales femeninos,
intentó demostrar científicamente las diferencias intelectuales entre hombres y
mujeres, asegurando que la mujer se había adaptado magníficamente al rol
materno a causa de su inferioridad mental natural.
Para cerrar.
Así encontramos la historia de los argumentos científicos y filosóficos
decimonónicos esgrimidos para demostrar la inferioridad de la naturaleza
femenina que abarcó su biología sexual y reproductiva, y su vida afectiva e
intelectual. Reminiscencias de aquellos discursos siguen presentes en los
discursos científicos actuales y —sobre todo— en el lenguaje y la comunicación
cotidiana que refiere una cultura de género, en la cual los simbolismos y
representaciones de los sexos constituyen parte importante de las significaciones
de los actos de la vida de hombres y mujeres.
La asociación entre emociones y mujeres es el resultado de una larga
naturalización de los procesos corporales e intelectuales que tuvieron como
antecedente la referencia bíblica de la peligrosidad de las mujeres, y luego el
destino biológico de un cuerpo imperfecto, no evolucionado y preso de su
fisiología genital. Así, las emociones como procesos complejos se han
esencializado como rasgo dominante de la supuesta naturaleza femenina y, a
partir de dicha naturalización, se han construido estilos emocionales (Illouz,
2009)11 como el principal capital simbólico administrable por las propias mujeres.
Finalmente, estoy segura de que un análisis de los discursos científicos de la
naturalización de las diferencias reales e imaginarias entre los sexos —siempre en
Es la combinación de los modos de cómo una cultura comienza a “preocuparse” por ciertas
emociones y crea estrategias a través de las cuales promueve formas de sentir, crea estructuras
lingüísticas para referirlos, y construye rituales y simbolismos para trasmitirlas y regularlas.
11
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detrimento de las mujeres y de su condición social—, en clave de emociones,
constituye una estrategia metodológica de análisis para ahondar en el estudio de
las subjetividades de mujeres y hombres.
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