Cuando la simplicidad... se convierte en sabiduría profunda « ¡Salve, reina sabiduría, el Señor te salve con tu hermana la santa pura simplicidad!» (SalVir 1). Simplificado poco a poco por el Espíritu, Francisco se convirtió en un «hombre simple» (simplex=sin pliegues). Y la simplicidad se revela realmente como una de las características de su nueva fraternidad evangélica. Como don del Espíritu, la «Santa Pura Simplicidad» es reflejo del misterio del mismo Dios. Por eso es santa. Dios es simplicidad, pureza y unidad en su ser y en su obrar. Sólo el Espíritu del Señor puede abrirnos a las «virtudes» evangélicas de Cristo (virtus=energía espiritual, orientación del ser), que fue manso y humilde de corazón, simple y puro... «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Verán a Dios en la transparencia de todas las cosas. Francisco es una atractiva ilustración de ello. Simplificado, mira al hombre y al universo con ojos nuevos. La simplicidad es lo contrario de la duplicidad del corazón doble, dividido entre los bienes terrestres y los bienes de Dios (Adm 16). El corazón doble, para Francisco, es el corazón engreído, lleno de «repliegues», en los que esconde sus propios intereses. Ese corazón se ha adueñado de lo que recibió gratuitamente del Señor. «La pura santa simplicidad confunde toda la sabiduría de este mundo y la sabiduría del cuerpo» (SalVir 10). La hermana de la simplicidad es la Sabiduría de Cristo. «La que, contenta con Dios, estima vil todo lo demás... Porque se conoce a sí, no condena a nadie, cede a los mejores el poder, que no apetece para sí... Prefiere obrar a enseñar... Dejando... los rodeos, florituras y juegos de palabras, la ostentación y la petulancia en la interpretación de las leyes [en la traducción francesa: «Santas Escrituras»]... Esta la requería el Padre santísimo en los hermanos letrados y en los laicos» (2 Cel 189). Esta simplicidad es sabiduría, la sabiduría del corazón y del amor. Francisco desconfiaba de la avidez intelectual de libros y prefería ver «a sus hermanos apasionados por la pura y santa simplicidad, por la oración y por la Dama Pobreza». Si testimoniaba un afectuoso respeto a los sabios de la Orden (cf. Test 13), temía siempre que «con el pretexto de edificar a los demás, abandonaran su vocación, es decir, la pura y santa simplicidad» (LP 103b). A lo largo de toda su vida defenderá este «camino», convencido de haberlo recibido del mismo Dios, para servicio de la Iglesia y de los hombres. Durante un capítulo tumultuoso, en el que algunos hermanos «sabios y prudentes» intentaron moderar y adaptar las intuiciones del Pobrecillo, éste exclamó con vehemencia: «Hermanos míos, hermanos míos, Dios me llamó a caminar por la vía de la simplicidad. No quiero que me mencionéis regla alguna, ni la de san Agustín, ni la de san Bernardo, ni la de san Benito. El Señor me dijo que quería hacer de mí un nuevo loco en el mundo, y el Señor no quiso llevarnos por otra sabiduría que ésta» (LP 18). Durante toda su vida, pues, rechaza reducir la locura del santo Evangelio a nuestro rasero. Quiere acogerlo y vivirlo, con Fe, «pura y simplemente y sin glosa» (Test 38-39). No se opone a los estudios de los teólogos y exegetas «que nos comunican espíritu y vida», ¡pero teme que el hombre se crea convertido al Evangelio simplemente porque posee «ideas», saber! Según Francisco, nuestros actos nos convierten más que nuestros pensamientos devotos (cf. 2 Cel 194-195; Adm 7). Invita a sus hermanos a no diluir las exigencias radicales de Cristo con comentarios casuísticos o interpretaciones farragosas que nos impiden con frecuencia decidirnos verdaderamente por Cristo y terminan por sofocar el impulso del Espíritu. Francisco seduce porque es coherente. Deseó ardientemente vivir lo que creía y decía. Luchará a lo largo de toda la vida, en sí mismo y en sus hermanos, contra cualquier forma de hipocresía, que quiere actuar para «aparecer» (cf. 2 Cel 130135). Siente horror a la mentira y las componendas. Para él, la simplicidad de un hombre que vive la verdad en sus actos cotidianos es más contagiosa que mil discursos. «El que obra la verdad -y no el que sólo la piensa- va a la luz» (Jn 3,21). Por ello se admira siempre que descubre la «pura y santa simplicidad» en la vida de sus Hermanos. Fray Juan el Simple le causa admiración (2 Cel 190). La pura y santa simplicidad debe favorecer la unidad entre sus Hermanos letrados y sus Hermanos ignorantes (2 Cel 191-192), pues todos ellos tienen un único maestro de Sabiduría: «El ministro general de la Religión, que es el Espíritu Santo» (2 Cel 193). Así la «santa pura simplicidad» de Francisco fue y sigue siendo -mucho más que sus escritosla verdadera escuela viva de sus Hermanos. Hubaut, Michel o.f.m. LA ESPIRITUALIDAD DE FRANCISCO DE ASÍS Algunas características fundamentales [en línea] [Selecciones de Franciscanismo, vol. XI, n. 31 (1982) 6-24] [fecha de consulta: 02 de Noviembre de 2015] Disponible en: http://www.franciscanos.org/sfa/hubaut.htm