Estar contigo “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.” (Apocalipsis 2:4-5) El primer amor es lo más preciado que el hombre pueda tener. El primer amor hacia Dios es el tesoro que Jesús dijo debíamos buscar con todo el corazón, mente y alma. (Mateo 22:37-40) Es por eso tan importante la afirmación de Jesús cuando en Apocalipsis dice:”…Arrepiéntete.” Ellos habían perdido lo más preciado. Habían dejado de lado la instrucción clara del Maestro: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente.” Este es el primer y grande mandamiento. Allí se encuentra el centro mismo del creyente. Amarás al Señor. El primer amor. Sin el primer amor no sirve trabajar duro, tener paciencia, ni desentenderse de los malos. (Apocalipsis 2:2-3) Sin amor a Dios, ser cristiano se hace un trayecto imposible. Imposible desde todo punto de vista. Imposible e inviable. Si se quiere ser miserable, hay un camino: Tratar de vivir según Cristo sin amarle. Por esto Jesús dice: “Haz las primeras obras; pues si no vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar.” Es más, el Maestro no desea personas que están junto a Él por nada diferente del amor. Esto le dice a la iglesia en Éfeso: “Han hecho cosas loables, han tenido paciencia, han probado a aquellos que son falsos maestros y los han hallado mentirosos, han trabajado arduamente”. Sin embargo hay un camino más excelente (1 Corintios 12:31). Arrepentirse significa dejar de hacer aquello que hasta ahora se ha hecho para hacer aquello que agrada al Señor. El Señor Jesús está invitando a la iglesia de Éfeso a volver al primer amor. Les está diciendo: “Dejen de hacer aquello que están haciendo y vuélvanse a las primeras obras. Recuperen lo más importante: el amor.” El amor en la relación. El amor en la comunicación, el amor en el servicio. “Y si no saben cómo, entonces yo les enseñaré”. El Maestro nunca ha dicho no a aquellos que acuden a Él. Él siempre ha estado allí para cada necesitado, para cada hambriento, para cada sediento, para cada enfermo. Es tiempo de oír lo que el Espíritu de Dios le dice a las iglesias (Apocalipsis 2:7). Es tiempo de escuchar a Dios. Si Él es el Amado, entonces seguro que debe ser un placer escucharlo, un gozo estar con Él, y contagiarse de lo que Él tiene, y de lo que Él es. Jesús hecho hombre es nuestro ejemplo máximo. Su deseo, y pasión siempre fue Dios Padre. Porque muy dentro de su corazón llevaba: Amarás al Señor tu Dios. Era innato en Cristo. Jesús era el deleite de Dios Padre. En Jesús, Dios tenía contentamiento. Jesús no tenía ningún otro primer amor. En la tentación respondió a Satanás: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él servirás.” ¡Qué hermoso! Un solo Amor. Un solo Señor. Un único Padre. Nadie más. Por esto pudo responder: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Para Jesús era indispensable la Palabra de Dios Padre. Más que el pan mismo. Jesús es el postrer Adán. Él llegó para resarcir ese primer desprecio hacia Dios cometido por Adán y Eva. Él como el postrer Adán vino y fue tentado como lo fueron Adán y Eva en el Huerto de Dios. Pero Jesús reprendió al diablo diciendo: “Vete Satanás, porque escrito está: Sólo al Señor tu Dios adorarás, y al servirás.”(Lucas 4:7-9) Entonces hubo un resarcir en Dios el Padre, y en la Creación. Por primera vez las cosas estaban al derecho. Sólo al Señor adorarás y a Él servirás son palabras que hoy todavía se escuchan tan frescas como cuando Jesús las pronunció. Hubo una sanidad ese día en la creación. Por eso Jesús es digno de toda gloria y honor. No hubo ángel, ni potestad ni criatura que pudiera complacer el corazón del Padre como lo hizo Jesús. En Cristo Dios tiene todo deleite y complacencia. Por eso Cristo es la estrella de la mañana. Él está sentado junto al Padre. Sólo Él es digno de ese lugar. Nadie más lo puede ocupar, porque todos los demás lo despreciamos. Sólo Jesús mostró de qué manera se debía amar al Señor. Es por eso que estamos tan agradecidos con el Señor. Porque de Su fortaleza bebemos todos. Y Su fortaleza ha resarcido todo desprecio, toda falta cometida por el hombre, y la creación. Dios ha prometido dar de comer del árbol de la Vida, que se encuentra en el paraíso de Dios a aquellos que vencieren (Apocalipsis 2:7). Es decir Su fortaleza ha hecho que de una condición caída, y estando entre espinos y cardos (Génesis 3:27), Cristo nos regresa al paraíso de Dios. El llamado de Jesús a la iglesia de Éfeso es a volver a su primer amor, y en este contexto la llama a vencer, es decir a amar a Dios con toda el alma, la mente y el corazón. Ahí es donde está la fortaleza. Fue justamente allí donde Cristo obtuvo victoria donde otros habían fracasado. Amando a Dios el Padre con todo su ser. Jesús quiso que esta lección quedara grabada en las mentes y corazones de sus discípulos. Jesús desea que sus discípulos gocen de la misma comunión con el Padre como la que él tiene. Por esto Cristo oró: “…para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros.” (Juan 17:21). Y otra vez: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:23). El milagro que Jesús ha obrado en cada corazón que en Él ha creído es poder amar a Dios. Este es un milagro que viene de Dios mismo. Como está escrito en Marcos 13:14-16: De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y han cerrado sus ojos; Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos, Y con el corazón entiendan, Y se conviertan, Y yo los sane. Sin embargo Cristo dice a sus discípulos: Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Este es un milagro obrado por la mano de Cristo en el corazón de cada persona que en Él ha creído. Así que la solución para la iglesia de Éfeso y para cada creyente que tiene éste mismo problema es volver a Dios para que convirtiéndose de su mal camino, pueda ser sanado por la mano de Cristo, y regrese a su primer amor.