IDEARIO EDUCATIVO CONSTITUCIONAL Y RESPETO A LAS CONVICCIONES MORALES DE LOS PADRES: A PROPÓSITO DE LAS SENTENCIAS DEL TRIBUNAL SUPREMO SOBRE “EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA” Prof. Dr. Benito Aláez Corral Universidad de Oviedo (publicado en “El Cronista del Estado social y democrático de derecho”, Nº 5 2009) 1.- CONSIDERACIONES INTRODUCTORIAS La polémica desatada por la introducción de la asignatura Educación para la ciudadanía en las etapas de Educación primaria y Educación Secundaria Obligatoria1 ya ha tenido una primera respuesta provisional en la jurisdicción ordinaria con cuatro sentencias del Tribunal Supremo de 11 de febrero de 20092. Digo respuesta provisional, porque los padres recurrentes ya han anunciado su pretensión de acudir en amparo ante el Tribunal Constitucional y eventualmente ante el TEDH. Sin entrar en detalle, los hechos de los casos los recursos de casación resueltos hasta el momento tienen en común que resuelven la controversia existente entre los padres, que sostenían la existencia de un derecho a objetar por razones de conciencia a la obligación de que sus hijos cursen la asignatura Educación para la ciudadanía, y las administraciones educativas (en este caso andaluza y asturiana), que 1 Asignatura introducida por los arts. 18.3 y 24.3 de la Ley orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación y cuyo contenido curricular ha sido desarrollado por Real Decreto 1513/2006, de 7 de diciembre, por el que se establecen las enseñanzas mínimas de la Educación primaria; Real Decreto 1631/2006, de 29 de diciembre, por el que se establecen las enseñanzas mínimas correspondientes a la Educación Secundaria Obligatoria; así como por las respectivas normas autonómicas establecedoras del currículo de cada etapa educativa, que al fin y a la postre fueron las impugnadas en los recursos de casación que resuelve el Tribunal Supremo. 2 Resolutorias de los recursos de casación nº 905/2008 (Andalucía) y 948/2008, 949/2008 y 1013/2008 (Principado de Asturias). De las cuatro Sentencias mencionadas, dado que todas ellas responden a una deliberación conjunta de los problemas que se planteaban en los cuatro recursos de casación, se va a tomar como referencia la correspondiente al recurso de casación 948/2008 interpuesto contra la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia del Principado de Asturias, de la que ha sido ponente el magistrado Pablo Lucas Murillo de la Cueva, por lo que los Fundamentos Jurídicos que se mencionen a lo largo de este texto han de entenderse referidos siempre a ella. 1 sostenían la constitucionalidad del currículo de la asignatura establecido por los correspondientes Decretos estatales y autonómicos, y que por consiguiente no cabía dicha objeción de conciencia, siendo obligado cursar la asignatura. Antes de entrar en su análisis permítanseme tres aclaraciones introductorias y una declaración de principio, necesarias todas ellas para entender la argumentación de estas páginas. En lo que se refiere a la primera aclaración, creo conveniente poner de manifiesto que, por mucho que se haya pretendido describir esta polémica como una polémica política -y a ello han contribuido probablemente algunas actuaciones públicas lícitas pero imprudentes de las Administraciones implicadas-, lo cierto es que ante todo se trata de una cuestión jurídica que, en una sociedad democrática avanzada como la que aspira a construir la CE de 1978 conforme a su Preámbulo, debería ser decidida por el Parlamento y por los órganos jurisdiccionales con la naturalidad que demanda el respeto al sistema constitucional, y sin falaces alarmismos sobre una inexistente pérdida de libertades que no hacen sino confundir aquél sistema constitucional con la concreción política que cada mayoría parlamentaria quiera darle. En efecto, una cosa es que pueda ser deseable políticamente que los grandes partidos políticos en tanto representantes de la inmensa mayoría de los ciudadanos lleguen a grandes acuerdos en cuestiones que afectan a las generaciones presentes y futuras, como sucede con la educación, y otra muy distinta es que ello sea constitucionalmente exigible. En la medida en que el desarrollo del derecho a la educación ha sido relegado por expresa decisión constitucional en el art. 81 CE a la decisión del legislador orgánico, se trata de una cuestión que en una sociedad democrática corresponde a éste decidir, y a los Gobiernos de la Nación y las CC.AA. en ejercicio de su potestad reglamentaria concretar en detalle -los aspectos concretos del currículo de cada etapa educativa-. Cualquier ulterior análisis jurídico-constitucional de la polémica debe partir de que esa es una de las reglas procedimentales de juego constitucionalmente establecida, guste o no el resultado, y se considere o no una cuestión que merezca estar a disposición de las mayorías políticas que expresa el legislador democrático, por lo menos mientras no se modifique el texto constitucional. Ello 2 sin perjuicio de que el legislador y el ejecutivo, a la hora de concretar una u otra política educativa y regular el ejercicio del derecho a la educación, estén vinculados ex art. 53.1 CE al respeto del contenido esencial de las libertades que lo componen, lo que nos lleva a la segunda aclaración. En lo que respecta a la segunda aclaración, es preciso decir que el texto constitucional dedica un extensísimo art. 27 a la regulación del derecho a la educación y a su relación con las distintas facultades y mandatos que permiten hacerlo posible en el marco de un Estado social y democrático de derecho, cuyos valores superiores son la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político. De ahí que no se pueda apelar tampoco a la inconstitucionalidad (e ilegitimidad) de toda intervención estatal en la regulación de la educación, especialmente en la determinación del currículo educativo, relegándola a la mera provisión de los medios materiales necesarios para la enseñanza o transmisión de conocimientos. Por una parte, porque, como han señalado ya desde antaño tanto la doctrina científica como la propia jurisprudencia constitucional nacional y extranjera, educación y enseñanza son dos términos emparentados y relacionados entre sí pero diferentes. Y sobre todo, por otra parte, porque el art. 27 CE distingue entre una y otra, con las consecuencias interpretativas que de ello se derivan, y que resumidamente convierten a la libertad de enseñanza en instrumento imprescindible para la satisfacción de un derecho de contenido más amplio como el derecho a la educación. Por lo que se refiere a la tercera aclaración, hay que decir que la apertura interpretativa al derecho internacional en materia de derechos humanos que realiza el art. 10.2 CE, no coloca a la jurisprudencia del TEDH – ni al propio CEDH- en una posición jerárquica semejante a la de las normas constitucionales, de modo que las mismas puedan extender o modificar el objeto, contenido y límites constitucionalmente declarado de los derechos fundamentales, habida cuenta de lo dispuesto en los arts. 95 y 96.1 CE respecto de la imposibilidad de celebrar un tratado con estipulaciones contrarias a la Constitución –sin antes reformarla- y a la integración en nuestro ordenamiento jurídico (únicamente) de los tratados internacionales válidamente 3 celebrados. De ahí que no quepa utilizar dichos tratados como una vía para alterar la configuración dogmático-constitucional de dichos derechos fundamentales, y que, a la hora de utilizar la jurisprudencia del TEDH en relación con el presunto derecho de los padres a ser eximidos de la asignatura Educación para la ciudadanía, sea preciso tener en cuenta que aquélla se ha de integrar en un esquema interpretativo de los derechos fundamentales congruente con la dogmática adecuada a nuestro texto constitucional, y no contrapuesto a ésta, en correspondencia, precisamente, con el hecho de que el TEDH a la hora de dictar sus sentencias tiene en cuenta el marco constitucional del Estado miembro que ha sido demandado. Carece, pues, de apoyo constitucional el habitual recurso descontextualizado a los tratados internacionales sobre derechos humanos como vía espuria de mutación constitucional, en la medida en que su concreción interpretativa por los órganos llamados a aplicarlos no siempre resulta trasladable a las particularidades de nuestro texto constitucional, ni los Tratados obligan a realizar tal traslación descontextualizada. Finalmente, por lo que se refiere a la declaración de principio, no voy a ocultar mi acuerdo tanto con el fallo como con el grueso de la argumentación aportada por el Tribunal Supremo en sus prolijos fundamentos jurídicos. A la luz precisamente de estas Sentencias, así como de la jurisprudencia constitucional y europea precedente sobre el derecho a la educación, intentaré justificar seguidamente cómo la CE de 1978 ha concebido el derecho de los padres a elegir la formación filosófica y moral para sus hijos que esté de acuerdo con sus propias convicciones como una facultad-función al servicio del derecho a una educación democrática en libertad. Por ello, el alcance normativo de dicha facultad-función, más que contrapuesto al currículo de “Educación para la ciudadanía”, debe ser interpretado en consonancia con él, por lo menos mientras los objetivos, contenidos y criterios de evaluación de aquélla no traspasen la moral cívico-democrática que el texto constitucional quiere que oriente el proceso educativo. Ello convierte en jurídicamente inviables las solicitudes de exención de la asignatura “Educación para la ciudadanía”, tanto si se argumentan por la vía de un inexistente derecho 4 fundamental a la objeción de conciencia educativa, como si se esgrime la incompetencia del Estado para imponer por vía del currículo educativo una formación en una moral cívico-democrática común. Pero, veamos todo esto con algo más de detalle. 2.- EL DERECHO EDUCACIÓN COMO UN ÚNICO DERECHO COMPLEJO En primer término, hay que señalar que la CE de 1978 garantiza el derecho a la educación y el derecho de los padres a que se respeten por el Estado sus convicciones religiosas o filosóficas, si bien no utiliza en el art. 27.1 y 3 unos enunciados lingüísticos idénticos a los de los dos apartados del art. 2 del Protocolo nº 1 al CEDH, pues incluye otras facultades y otros mandatos a los poderes públicos en el ámbito educativo, que han de ser interpretados conjuntamente con los apartados antes mencionados. Con todo, tanto la jurisprudencia del TEDH3 como la jurisprudencia constitucional española4 han llegado hace tiempo a conclusiones semejantes en lo que se refiere a la necesidad de entender las distintas facultades que componen el derecho a la educación en libertad como una unidad, y nunca contrapuestas las unas con las otras, es decir, en lo que se refiere a la necesidad de reconstruir interpretativamente sus contenidos obligatorios en el sentido de una concordancia práctica entre las distintas facultades iusfundamentales. En efecto, que el art. 27 CE sea mucho más profuso en el conjunto de mandatos, permisos y prohibiciones que contiene, no obsta a que las distintas normas iusfundamentales deducibles de sus enunciados hayan de ser interpretadas como un todo, interdependientes las unas de las otras, en aras de garantizar el derecho a una educación plural y en libertad. Así, en la dicción literal del art. 27.1 CE se garantiza el derecho de todos a recibir una educación, aunque para el logro de este objetivo se reconozca, al mismo tiempo, la libertad de enseñanza. Dicho con otras palabras, el objeto del derecho a la educación del art. 27 CE está compuesto por una esfera vital que no consiste ni 3 Cfr. Sentencia de 7 de diciembre de 1976, Caso Kjeldsen, Busk Madsen y Pedersen c. Dinamarca, F.J. 50º. 4 Cfr. STC 86/1985, de 10 de julio, F.J. 3º. 5 exclusivamente en ejercer la libertad de enseñanza, la libertad de creación de centros docentes o el derecho de los padres para elegir la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones, ni tampoco exclusivamente en exigir una prestación educativa, sino que todas estas esferas de libertad se encuentran en una relación de instrumentalidad recíproca, en la que unas y otras son necesarias para su logro respectivo. Lo contrario conduciría a que las diversas normas constitucionales que conforman un derecho fundamental se construyesen interpretativamente como contrapuestas entre sí, teniendo que dar preferencia a una sobre otras (que no les ha dado el propio texto constitucional) y mermando, con ello, la eficacia obligatoria de la Constitución como norma suprema, así como del derecho a la educación del art. 27 como uno de sus contenidos. Tal y como reconoce el F.J. 6º de la Sentencia del Tribunal Supremo, siguiendo la jurisprudencia constitucional5, la CE de 1978 garantiza, al igual que hace el art. 2 del Protocolo nº 1 al CEDH en su primer párrafo, un derecho de prestación, no solo al mencionar el genérico derecho a la educación (27.1) y el “ideario constitucional”6 como su contenido pedagógico básico del mismo (27.2), sino también al prever la intervención estatal en garantía del carácter obligatorio y gratuito de dicha educación democrática, por lo menos en sus niveles básicos (27.4), a través de una programación general de la enseñanza (27.5) y la inspección y homologación del sistema educativo (27.8). Dicho derecho prestacional a la educación no debe ser entendido en un sentido reduccionista como el poder para exigir una determinada prestación material, esto es, un determinado puesto escolar o concretos medios financieros para acceder al mismo, como las becas, lo que no garantiza directamente el texto constitucional sino en su caso la ley7. Muy al contrario, este derecho de prestación lo es en un sentido amplio del término, e implica un apoderamiento para exigir de los poderes públicos la organización de un sistema educativo 5 Cfr. STC 86/1985, de 10 de julio, F.J. 3º. 6 Parafraseando la expresión del Voto Particular del magistrado Francisco Tomás y Valiente a la STC 77/1985, de 27 de junio. 7 STC 188/2001, de 24 de septiembre, F. J. 5º. 6 que realice la expectativa individual de recibir gratuitamente no sólo la enseñanza de conocimientos sino también una formación cívico-moral dentro de los valores democráticos del “ideario constitucional”. La razón última de esta garantía prestacional de una educación democrática se halla en su instrumentalidad para la preservación y desarrollo del sistema constitucional democrático. Ciertamente, esta técnica protectora del derecho de prestación viene complementada con la técnica del derecho de libertad, que permite al individuo reclamar de los poderes públicos que se abstengan de interferir en la libertad de los particulares para, dentro de un sistema educativo jurídicamente reglado, ofrecer la prestación educativa mediante la libertad de enseñanza (art. 27.1) y la creación de centros docentes (art. 27.6), así como para elegir libremente la formación, filosófica y moral para sus hijos que esté de acuerdo con sus convicciones (art. 27.3). Pero el hilo conductor del derecho del art. 27 es la educación, no la enseñanza, pues sólo la educación como ciudadanos, en tanto resultado global de las instrumentales enseñanzas recibidas, puede estar al servicio de la democracia mediante su orientación a unas finalidades constitucional-democráticas. En este sentido, aunque las Sentencias del Tribunal Supremo comentadas no distingan entre educación y enseñanza, la diferenciación entre ambas no es baladí, y ya habían reparado en ella tanto el voto particular del Magistrado Francisco Tomás y Valiente a la STC 5/1981, de 13 de febrero, como, en el ámbito del derecho comparado, la Sentencia del Tribunal Constitucional Federal alemán sobre el crucifijo de 16 de mayo de 19958. Mientras que la enseñanza aparece como un proceso de transmisión de conocimientos y capacidades al alumno, la educación consiste más bien en un proceso de formación de su personalidad conforme a unas determinadas directrices de comportamiento con base moral o filosófica, y sobre ello trata de incidir la formación cívico-democrática objeto de la asignatura Educación para la ciudadanía. Es verdad que en la práctica es imposible desvincular completamente educación de enseñanza, pero no es menos cierto que en unas materias del currículo predomina más la función educativa -como es el caso de 8 BVerfGE 93, 1. 7 la Educación para la ciudadanía- mientras que en otras predomina más la enseñanza de conocimientos o capacidades -como podrían ser las Matemáticas, la Física, la Química, la Lengua, etc...-. Y, quizás, esa ausencia de distinción entre ambos conceptos en las sentencias del Tribunal Supremo sea lo que haga poco comprensible -cuando no contradictoria- su argumentación en el F.J. 6º, en el que mientras, de un lado, afirma que la intervención estatal en materia educativa no sólo tiene como fin “asegurar la transmisión de conocimiento del entramado institucional del Estado, sino también ofrecer una instrucción o información sobre los valores necesarios para el buen funcionamiento democrático”, al mismo tiempo, de otro lado, cuando se refiere a estos valores, mínimo común ético de la democracia, dispone que “será constitucionalmente lícita su exposición en términos de promover adhesión a los mismos” o que la actividad educativa del Estado cuando esta referida a ellos, “no sólo comprende su difusión y transmisión, también hace lícito fomentar sentimientos y actitudes que favorezcan su vivencia práctica”; no así, ciertamente, cuando dicha actividad exceda ese mínimo común axiológico democrático. En otras palabras, si la asignatura Educación para la ciudadanía puede promover la adhesión, los sentimientos y las actitudes de vivencia práctica de los valores democráticos y los derechos fundamentales, es porque la misma sirve para “educar”, no sólo para “enseñar”, y por ello, mediante este “adoctrinamiento”, hacerlo en el ideario educativo constitucional-democrático, tal y como requiere el art. 27.2 CE. 3.- LA FACULTAD DE LOS PADRES PARA QUE SE RESPETEN SUS CONVICCIONES RELIGIOSAS Y FILOSÓFICAS COMO ELEMENTO DEL PLURALISMO EDUCATIVO Y NO COMO DERECHO A LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA ESCOLAR Por lo que se refiere al derecho de libertad de los padres para elegir la formación religiosa y moral para sus hijos que esté de acuerdo con sus convicciones (art. 27.3 CE), el mismo coincide con la segunda frase del art. 2 del Protocolo nº 1 al CEDH, y trata de evitar que los poderes educativos conferidos al Estado sean utilizados para un adoctrinamiento ideológico o moral 8 de la sociedad, contrapuesto precisamente al pluralismo democrático que se pretende proteger con la garantía del derecho a la educación. Aunque la dicción literal de la segunda frase del art. 2 del Protocolo nº 1 al CEDH no coincida literalmente con la del art. 27.3 CE –pues la primera habla de educación/enseñanza y de convicciones religiosas/filosóficas, mientras que la segunda lo hace de formación y de convicciones religiosas/ morales- , son más las coincidencias que las diferencias en su programa normativo, de modo que se puede considerar una facultad idéntica a la constitucionalmente garantizada a los padres para la satisfacción del derecho a la educación en libertad y pluralismo. Ambos preceptos hablan de la necesidad de “respetar” (mínimo extensible a “elegir”) la “educación” (lo que incluye la “formación”) que esté de acuerdo con las “convicciones religiosas y filosóficas” (lo que incluye las “morales”) de los padres. Por ello, sin perjuicio de que este derecho de los padres a que el Estado respete sus convicciones filosóficas y religiosas en materia educativa deba ponerse en relación con los derechos a la intimidad personal y familiar, y con la libertad religiosa o de conciencia, lo cierto es que el mismo aparece en la jurisprudencia del TEDH, ya desde la Sentencia Campbell y Cosans v. Reino Unido, de 25 de febrero de 1982, subordinado a la satisfacción del derecho a la educación de los hijos menores, y no como una manifestación de la objeción de conciencia por razones religiosas o filosóficas de los propios padres. Igualmente, la jurisprudencia del Tribunal Constitucional español ha dejado claro en diversas ocasiones9 que “el derecho a la libertad ideológica reconocido en el art. 16 CE no resulta suficiente para eximir a los ciudadanos por motivos de conciencia del cumplimiento de deberes legalmente establecidos, con el riesgo aparejado de relativizar los mandatos legales”, y que incluso el derecho a ser declarado exento del servicio militar “no deviene directamente del ejercicio de la libertad ideológica, por más que se encuentre conectado con el mismo, sino tan sólo de que la Constitución en su art. 30.2 9 La referencia a un genérico derecho a la objeción de conciencia derivado del art. 16.1 CE, que hizo la STC 53/1985, de 11 de abril, F.J. 15º, ha sido reiteradamente contradicha por la jurisprudencia constitucional ulterior; cfr., entre otras, la STC 160/1987, de 27 de octubre, F.J. 3º; la STC 161/1987, de 27 de octubre, F.J. 2º; el ATC 71/1993, de 1 de marzo, F.J. 3º; y la STC 321/1994, de 28 de noviembre, F.J. 4º. 9 expresamente ha reconocido el derecho a la objeción de conciencia, referido únicamente al servicio militar…”. No existe, pues, un genérico derecho fundamental a la objeción de conciencia derivado del art. 16 CE, y no es posible equiparar los supuestos jurisprudenciales de exigencia de respeto a la libertad religiosa con los supuestos de objeción de conciencia. Los primeros – como los que abordan, por ejemplo, la STC 177/1996, de 11 de noviembre, F.J. 10º, y la STC 101/2004, de 2 de junio, F.J. 4º- son casos en los que de lo que se trata es de una injerencia del poder público en la vertiente negativa de la libertad religiosa –derecho a no ser perturbado en la libre formación de su conciencia- a la hora de configurar el servicio de ciertos funcionarios públicos, obligándoles a participar a título de representación institucional en un acto religioso confesional10. Mientras que los segundos –los auténticos supuestos de objeción de conciencia- afectarían a la vertiente positiva de la libertad religiosa, puesto que permitirían al individuo eximirse del cumplimiento de un deber constitucional o legal válido con el fin de que el mismo pueda conducir su vida acorde con unas convicciones religiosas o morales que forman parte de su conciencia, aspecto éste que expresamente ha sido negado por nuestro Tribunal Constitucional11. En esta misma línea, y a pesar de la controversia planteada en la doctrina y en los tribunales inferiores que conocieron del caso 12, el F.J. 8º de la 10 Véase la STC 177/1996, de 11 de noviembre, F.J. 10º, que literalmente dice: “En efecto, el art. 16.3 CE no impide a las Fuerzas Armadas la celebración de festividades religiosas o la participación en ceremonias de esa naturaleza. Pero el derecho de libertad religiosa, en su vertiente negativa, garantiza la libertad de cada persona para decidir en conciencia si desea o no tomar parte en actos de esa naturaleza. Decisión personal, a la que no se pueden oponer las Fuerzas Armadas que, como los demás poderes públicos, sí están, en tales casos, vinculadas negativamente por el mandato de neutralidad en materia religiosa del art. 16.3 CE. En consecuencia, aun cuando se considere que la participación del actor en la parada militar obedecía a razones de representación institucional de las Fuerzas Armadas en un acto religioso, debió respetarse el principio de voluntariedad en la asistencia y, por tanto, atenderse a la solicitud del actor de ser relevado del servicio, en tanto que expresión legítima de su derecho de libertad religiosa”, aspectos reiterados en la STC 101/2004, de 2 junio, F.J. 4º, donde en ningún momento se utiliza la expresión objeción de conciencia. 11 Cfr. STC 321/1994, de 28 de noviembre, F.J. 4º. 12 A los numerosos votos particulares que, para defender la existencia de un derecho a la objeción de conciencia en materia escolar, se formularon a las cuatro sentencias del Tribunal Supremo aquí mencionadas, les precedieron la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Asturias, de 11 de febrero de 2008 (Sala de lo Contencioso-Administrativo) y la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, de 4 de marzo de 2008 (Sala de lo Contencioso- 10 Sentencia del Tribunal Supremo se hace eco de esta argumentación, y sólo cabe reprocharle que abra la hipotética posibilidad de dicha objeción de conciencia, en una reflexión irrelevante para el fallo, a las futuras extralimitaciones de los libros de textos en la concreción de los contenidos del currículo que establecen las normas reglamentarias estatales y autonómicas impugnadas. Si existiese tal extralimitación en el sentido de un adoctrinamiento moral constitucionalmente ilícito, los padres tendrían derecho, al amparo del art. 27.3 CE, no ya a exigir la exención del cumplimiento de un deber jurídico válido (que es lo que en último extremo consistiría la objeción de conciencia), sino a no ser sancionados por el incumplimiento de un deber ilícito (el deber de seguir un proyecto educativo de centro o unos materiales didácticos de la asignatura Educación para la ciudadanía disconformes con su caracterización constitucional), así como a la expulsión del ordenamiento jurídico de aquel proyecto educativo o aquellos materiales didácticos que desconocen el régimen constitucional pluralista de la asignatura Educación para la ciudadanía. Es más, habida cuenta del mandato constitucional de orientación finalista de la educación, cabe dudar que cupiese introducir congruentemente fórmula alguna de objeción de conciencia legal, puesto que difícilmente podría el legislador ordinario eximir de una asignatura del currículo educativo, introducida por él -tal y como refleja la exposición de motivos de la Ley orgánica de Educaciónprecisamente para dar cumplimiento al mandato constitucional de dotar a la educación de un ideario educativo democrático (art. 27.2 CE), sin al hacerlo dejar a los objetores injustificadamente huérfanos de una educación cívicodemocrática preceptiva. Lo anterior se ve reforzado, además, por el hecho de que dicha facultad de los padres ha de ser contemplada como un derecho-función en interés ajeno, el del hijo menor, y no como un derecho fundamental en su interés propio, salvo que se pretenda negar al menor la condición de sujeto de Administrativo de Sevilla) recurridas y que también optan, aunque con fallos divergentes, por reconocer la existencia de un derecho a la objeción de conciencia de los padres en materia educativa. Sólo el Auto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña de 28 de noviembre de 2007 (Sala de lo Contencioso-Administrativo), F. J. 2º, niega la existencia de dicho derecho de los padres a la objeción de conciencia, aplicando en su pleno sentido la jurisprudencia constitucional sobre la materia. 11 derechos fundamentales –incluida su libertad ideológica y de conciencia-, cosa que no han hecho ni la jurisprudencia del Tribunal Constitucional ni la del TEDH. En efecto, carecería de sentido afirmar que los menores son titulares y poseen capacidad para ejercer por sí mismos sus derechos cuando tienen la madurez suficiente13, y, al mismo tiempo, dejar en manos de sus padres en su interés propio la decisión acerca de cuáles deben ser las convicciones religiosas o morales conforme a las cuales deban ser educados. Si los textos constitucionales e internacionales atribuyen a los padres dicha facultad, sólo puede ser para ponerla al servicio de los intereses del educando menor de edad, es decir, para evitar que la satisfacción por parte del Estado del derecho a la educación se proyecte sobre los alumnos de manera que se les adoctrine filosófica y moralmente. Lo cual es congruente con que en nuestro ordenamiento –a diferencia de otros de nuestro entorno como el alemán o el italiano- los padres no sean constitucionalmente titulares de un derecho “natural” a educar a sus hijos, sino únicamente de un deber de cuidado y protección, articulado en el art. 39.2 CE como principio rector de la política social y económica, y desarrollado legislativamente, entre otras, a través de la patria potestad. Todo ello lleva a desvincular dicha facultad de la libertad religiosa o de conciencia de los padres del art. 16 CE (art. 9 CEDH), y conduce a entenderla como la expresión de que el derecho a la educación del educando (normalmente menor de edad) se ha de desenvolver en consonancia con el objetivo de educar ciudadanos que puedan ejercer libremente su derecho a profesar unas u otras creencias religiosas, una u otra moralidad, es decir, libre de adoctrinamientos morales por parte del Estado, pero no de una formación cívico-democrática pluralista. 4.- EL “IDEARIO EDUCATIVO CONSTITUCIONAL” COMO ELEMENTO DELIMITADOR DE LA FACULTAD DE LOS PADRES PARA QUE SE RESPETEN SUS CONVICCIONES RELIGIOSAS Y FILOSÓFICAS En congruencia con el mandato constitucional del art. 27.2 CE, y a pesar de que el art. 2 del Protocolo nº 1 al CEDH, no diga expresamente nada al 13 Por todas, véanse STC 141/2000 de 29 de mayo, F.J: 5º, y especialmente STC 154/2002, de 18 de julio, F.J. 9º a). 12 respecto, el Tribunal Supremo tiene en cuenta en el F.J. 10º la exigencia de que el ejercicio de todas las facultades que componen el derecho a la educación, incluida la que da a los padres libertad para elegir la formación religiosa y moral para sus hijos, estén delimitadas por el respeto del “ideario educativo constitucional”, que exige que la educación tenga por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales. En este sentido, el propio Tribunal Supremo ya había dicho mucho antes respecto del art. 27.2 CE en la línea de la jurisprudencia constitucional14 que “.....es observable en el precepto que tanto los sujetos como el objeto de la educación están perfectamente sistematizados en los apartados 1 y 2 y que de este sistema no puede excluirse el hecho de que a la finalidad de la educación se le asigna por el texto constitucional un contenido que bien merece la calificación de moral, entendida esta noción en un sentido cívico y aconfesional: pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales. Este ámbito subjetivo y teleológico de la educación, fijado en los apartados 1 y 2, es el que delimita el sistema unitario y obligatorio que a todos alcanza. Más allá, el apartado 3, se mueve ya en el terreno de la relevancia de las libres convicciones de cada cual, siendo el mensaje constitucional que de él se deriva el del respeto a la libertad de los ciudadanos para que puedan elegir para sus hijos una formación religiosa y moral de acuerdo con aquéllas, entendido esto como un plus, que atiende a quienes tienen creencias religiosas o valoraciones morales específicas, que siendo compatibles con los objetivos descritos en el apartado 2 como obligatorios para toda educación, sin embargo no están comprendidos necesariamente en los mismos…”15 (la cursiva es mía). Dicho ideario, cuya garantía constitucional no es habitual en la mayoría de los textos constitucional-democráticos occidentales, implica que el derecho a la educación en su conjunto -y por tanto también la facultad de los padres de elegir la formación religiosa y moral para sus hijos que esté de acuerdo con sus convicciones-, no es neutro desde un punto de vista moral y debe orientarse 14 STC 5/1981, de 13 de febrero, F.J. 7º. 15 STS de 14 de abril de 1998, F.J. 4º (Sala de lo Contencioso-Administrativo). 13 positivamente a la impregnación del educando de ciertos valores que constituyen una moral cívico-democrática, deshaciéndose con ello, según el F.J. 10º de la Sentencia sobre Educación para la ciudadanía, cualquier equívoco respecto a la posible neutralidad axiológica del Estado en la tarea educativa del Estado. Sin embargo, aquí resurge de nuevo una cierta confusión en los argumentos jurídicos del Tribunal Supremo -que trae su causa de aquella insuficiente distinción entre educación y enseñanza antes referida-, puesto que, de un lado, se afirma expresamente que al Estado le es lícita la transmisión de ese mínimo cívico-moral común y que el mismo no consiste en la mera transmisión de conocimientos sino que puede promover la adhesión a los mismos (F.J. 8º), pero, de otro lado, se niega que dicha transmisión pueda conducir al “adoctrinamiento” (FF.JJ. 6º y 12º). A mi entender, la formación en valores cívico-democráticos de individuos menores de edad, en proceso de formación de su personalidad, no es posible sin que se produzca un cierto adoctrinamiento de éstos, en el sentido de una inculcación educativa de los valores y principios (democráticos) de conducta, especialmente si se tienen en cuenta los métodos de aprendizaje y evaluación establecidos en las normas reglamentarias. La cuestión, y eso es lo que parece querer decir en último extremo la mayoría de la Sala 3ª del Tribunal Supremo en estos recursos, es que mientras dicho adoctrinamiento se mantenga en el ámbito de los valores democráticos del pluralismo, la libertad y la igualdad, sería lícito, puesto que, si bien es cierto que no se busca que los educandos acepten los valores democráticos en su fuero interno como única y exclusiva pauta de conducta ni que renuncien a sus propias convicciones (F.J. 12º in fine), no lo es menos que en la evaluación de su proceso formativo se les exige demostrar una capacidad práctica para renunciar a las convicciones que sean contrarias a esos valores democráticos y conducirse socialmente conforme a dichos valores, y esta exigencia evaluativa es aceptada como constitucionalmente lícita por la propia Sala (F.J. 14º). Aunque no es este el lugar para una reflexión más profunda acerca de esta cuestión, el Tribunal Supremo ha tratado aquí de lograr la imposible cuadratura del círculo: reformular en términos de democracia 14 procedimental una cláusula constitucional, como la del ideario educativo constitucional del art. 27.2 CE, que por sus destinatarios (menores de edad) y sus efectos (adoctrinadores) es claramente un mecanismo preventivo de democracia militante. Y quizás lo más sencillo en este caso hubiese sido reconocer esa naturaleza militante del mandato del art. 27.2 CE, y su condición de instrumento preventivo de salvaguardia de una democracia que en todo lo demás se configura, tal y como reiteradamente ha confirmado nuestro Tribunal Constitucional, como una democracia procedimental16. Además, nada del anterior razonamiento se contrapone a la jurisprudencia del TEDH, sino que más bien es congruente con ella. Así, éste en su Sentencia Campbell y Cosans v. Reino Unido, de 25 de febrero de 1982, al sentar las condiciones o requisitos para que las convicciones filosóficas y religiosas de los padres sean respetadas por el Estado, establece que las mismas 1) han de ser merecedoras de respeto en una sociedad democrática, 2) no han de ser incompatibles con la dignidad de la persona, pero sobre todo, 3) han de estar subordinadas funcionalmente a la satisfacción del derecho a la educación del menor. Ciertamente, la educación en el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a los principios y valores democráticos, así como a los derechos fundamentales, representan los valores mínimos de convivencia democrática y los medios necesarios para la realización de la dignidad de la persona, pues hacen que a los alumnos se les forme en el respeto a su propia dignidad y la de los demás (desarrollando libremente su personalidad y aprendiendo a respetar los derechos fundamentales de los demás expresión de dicha dignidad ), por lo que no cae fuera del las exigencias del TEDH subordinar las facultades de los padres para exigir respeto a sus convicciones filosóficas o religiosas en la educación de sus hijos a su respeto del ideario educativo constitucional. Ahora bien, ¿dónde finaliza la transmisión de un sistema de valores cívico-constitucionales que deben ser el sustrato inspirador del derecho a la educación y dónde comienza la facultad de los padres para que se respeten 16 Cfr. por todas, la STC 48/2003, de 12 de marzo, F.J. 7º, que sigue una jurisprudencia constitucional estable en la materia. 15 sus convicciones morales o religiosas, imprescindible para la correcta transmisión pluralista de aquél sistema de valores democráticos? O lo que es lo mismo, ¿dónde comienza el adoctrinamiento moral del Estado que fagocita tanto la facultad de los padres como, en último extremo, el respeto a la configuración pluralista del derecho a la educación democrática, y por ello es inconstitucional? En contra de lo que sostienen los recurrentes, los casos Folgerø o Zengin, de reciente resolución por el TEDH, no resultan trasladables para la solución de esta cuestión al ordenamiento constitucional español, como lapidariamente afirma el Tribunal Supremo en el F.J. 7º. Básicamente, porque la condena a los Estados de Noruega y Turquía se deriva de que las legislaciones educativas de ambos Estados –por diversas razones históricas que no viene al caso exponer ahora- se adentran en el terreno de la inculcación de conocimientos y valores religiosos que, al encontrarse en nuestro país al margen del sistema de valores constitucional-democráticos, no operan como criterio de delimitación de la facultad de los padres para que se respeten sus convicciones morales y/o religiosas -como sí lo hace, por el contrario, la moral cívico-democrática del art. 27.2 CE-, lo que hace innecesaria la previsión de un mecanismo con las adecuadas garantías que permita a los padres evitar el adoctrinamiento religioso-moral de sus hijos por esta vía. Sin embargo, cuando la materia educativa no tiene naturaleza religiosa y es aparentemente neutra desde el punto de vista valorativo –como sucedió con la asignatura de Educación sexual en el caso Kjeldsen, Busk Madsen y Pedersen de 1976-, o cuando la materia, aún teniendo naturaleza valorativa, lo que persigue inculcar al alumno es el ideario democrático constitucional –como en el caso de la Educación para la ciudadanía- resulta más difícil trazar la línea divisoria entre la lícita formación obligatoria en valores democráticos y el ilícito adoctrinamiento moral. Con todo, cabe extraer algunos claros criterios de la jurisprudencia europea y nacional sobre el derecho a la educación. Así, respecto de las materias aparentemente neutras valorativamente, como la Educación sexual, el TEDH exige ya desde el caso Kjeldsen para evitar que el Estado caiga en el adoctrinamiento contrario a las convicciones de los padres que la cientificidad y pluralismo sean los criterios rectores de la impartición de 16 la materia, y que en aquellos aspectos de la asignatura que inevitablemente reflejen cuestiones de carácter moral, los mismos tengan carácter general y se circunscriban a la persecución del interés público en una sociedad democrática, requisitos todos ellos que reunía la asignatura sobre Educación sexual que había introducido el Gobierno danés en los currículos educativos. Por su parte en el caso de materias abiertamente ético-valorativas, como la Educación para la ciudadanía, sobre la que no existe aún un pronunciamiento del TEDH, a la luz de la doctrina de nuestro Tribunal Constitucional17 sobre la necesidad de respeto a las exigencias de la ciencia y el servicio a la verdad, que debían ser tenidos en cuenta por el ideario de los centros privados, también se puede aventurar una respuesta negativa a la inconstitucionalidad del currículo cívicomoral de la asignatura Educación para la ciudadanía, siempre que los objetivos, contenidos y métodos de evaluación de la materia en las distintas etapas del sistema educativo se mantengan dentro del marco del pluralismo consustancial a nuestro modelo de democracia, tal y como reconoce que sucede el Tribunal Supremo en los FF.JJ. 12º-14º. A conclusiones semejantes ha llegado también el Tribunal Constitucional Federal alemán respecto de la constitucionalidad de la asignatura no confesional de Ética, introducida como obligatoria en el currículo educativo por el Estado federado de Berlín, y cuyo contenido cívico-moral se asemeja parcialmente al de nuestra Educación para la ciudadanía18. 5.- CONSTITUCIONALIDAD DEL CURRÍCULO REGLAMENTARIO DE “EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA” Para terminar estas páginas, es preciso realizar un somero análisis de las razones que justifican la constitucionalidad del concreto contenido curricular que las disposiciones reglamentarias nacionales y autonómicas han dado a la asignatura Educación para la ciudadanía, un análisis que, en opinión del Tribunal Supremo, no ha realizado el Tribunal Superior de Justicia de Asturias, lo que le lleva en las tres sentencias referidas a esta Comunidad Autónoma a 17 STC 5/1981, de 13 de febrero, F.J. 8º. 18 Auto de 15 de marzo de 2007 del Tribunal Constitucional Federal alemán. 17 estimar parcialmente los recursos de casación en lo que se refiere al motivo procesal de la incongruencia omisiva de las resoluciones impugnadas, aunque en el fondo del asunto haya desestimado los recursos. En primer lugar, es preciso señalar que los valores y principios constitucional- democráticos, los derechos fundamentales, o en fin la dignidad de la persona y el libre desarrollo de la personalidad, objeto de la asignatura Educación para la ciudadanía y por tanto moral cívica común vinculante por encima de las convicciones religiosas y morales de los padres, deben ser entendidos en el sentido que a los mismos les haya dado la jurisprudencia constitucional, y no en el sentido subjetivo que cada ciudadano o grupo social quiera darles como intérprete de la Constitución. Es al Tribunal Constitucional al que, en calidad de intérprete supremo de la Constitución (art. 1 LOTC y art. 5.1 LOPJ) le corresponde la definición de los contornos del marco constitucional abierto dentro del cual pueden moverse las distintas políticas de derechos fundamentales que las mayorías parlamentarias quieran establecer. Las cuestiones moralmente polémicas, a las que se refiere el Tribunal Supremo en el F.J. 14º como excluidas de los contenidos valorativos lícitos del currículo de la asignatura Educación para la ciudadanía, no son obviamente a las cuestiones constitucionales abstractas, concretadas total o parcialmente por el Tribunal Constitucional en ejercicio de sus competencias de garante de la supremacía constitucional, puesto que ello sería tanto como negar carácter vinculante a las normas constitucionales deliberadamente abstractas y abiertas -como las de los derechos fundamentales o los principios estructurales, que son precisamente el objeto del ideario educativo constitucional-. Baste traer ahora a colación ejemplos como la no consideración del nasciturus como persona titular del derecho a la vida, pero sí bien jurídico constitucionalmente protegido19, el carácter extenso del concepto familia más allá de la matrimonial, sin perjuicio de la protección reforzada del matrimonio20, o en fin la constitucionalidad del trato diferenciado por razón de género como algo distinto 19 STC 53/1985, de 11 de abril, F.J. 7º. 20 STC 222/1992, de 19 de enero, F.J. 5º. 18 a la discriminación por razón de sexo21, por citar tres de las cuestiones polémicas más recientes, respecto de los cuales, cabe predicar el carácter educativo vinculante de la interpretación que ha hecho la jurisprudencia constitucional de los valores constitucionales y derechos fundamentales implicados, ante la que no cabe más opción democráticamente legítima que la reforma constitucional. Lo anterior, en segundo lugar, invalida algunos de los argumentos que se han dado respecto de la extralimitación del contenido curricular de esta asignatura, en la medida en que éste no demanda del alumno adscripción ideológica a la regulación que la mayoría parlamentaria haya hecho de cuestiones (constitucional y legalmente) controvertidas, como el aborto, la familia, los matrimonios entre personas del mismo sexo, el género, etc..., sino únicamente su formación en el respeto, de palabra y de obra, que todas las opciones constitucionalmente posibles merecen a tenor de los mandatos de igualdad y pluralismo, máxime si han sido refrendadas por la jurisprudencia constitucional. Las preferencias valorativas que se deducen del uso reglamentario de unos términos lingüísticos (discriminación, diversidad afectivosexual, homofobia, estereotipos, prejuicios, etc…) en lugar de otros, a la hora de describir el currículo de la asignatura de Educación para la ciudadanía, no incluyen conceptos ajenos al contenido del ideario constitucional tal y como lo ha concebido la jurisprudencia constitucional hasta el momento, sino que más bien traducen en términos pedagógicos la necesidad de educar en el ejercicio activo de un pluralismo que en tanto valor consustancial al principio democrático es demandado por dicho ideario. En este sentido, por ultimo, en ningún lugar del currículo reglamentario de dicha asignatura se establece que sea necesario inculcar a los alumnos un juicio moral sobre el género, la homofobia, la familia, los estereotipos o los prejuicios sociales, que vaya más allá de la moral cívico-democrática que delimita la extensión admisible de las convicciones morales y religiosas de los padres. La asignatura únicamente pretende exigir del sistema educativo que enseñe a los alumnos las reglas básicas de convivencia democrática y respeto 21 STC 59/2008, de 14 de mayo, F.J. 9º. 19 a los derechos fundamentales, entre las que están sin duda alguna, aprender a no conculcar la Constitución y las leyes (discriminando, injuriando, o no respetando la diferencia). Unas reglas básicas, además, a las que, por cierto, estamos sometidos todos los ciudadanos en nuestras relaciones privadas ex art. 9.1 CE, dada la indiscutible eficacia horizontal de los derechos fundamentales para la que también debe preparar el sistema educativo a través de la asignatura Educación para la ciudadanía. No sólo no es lícito educar a los individuos en un lenguaje políticamente incorrecto y discriminatorio cuando no injurioso (como el de quienes reclaman poder educar utilizando términos como “maricón”, “travelo”, “puta”, “sociata”, “facha”, o incitando a “ser injustos con las personas mayores” porque las consideran un obstáculo para los cambios sociales), puesto que ello se opone a diversos valores y principios constitucionales (entre los que está la remoción de los obstáculos que impiden la igualdad real y efectiva de individuos y grupos, del art. 9.2 CE), sino que es jurídicamente obligado ex art. 27.2 CE educar en un lenguaje constitucionalmente correcto para que, piense cada individuo lo que piense de la orientación sexual, la conducta social deseable o la mejor ideología, no construya ni exprese su juicio de valor en términos discriminatorios, injuriosos o de confrontación social. Nada en los Decretos autonómicos que se han impugnado ante el Supremo excede esos límites, sin perjuicio de que -como advierte el Tribunal Supremo en el F.J. 15º- concretos desarrollos de dichos contenidos del currículo a través de los libros de texto puedan hacerlo y con ello conculcar el debido respeto a las convicciones morales de los padres, del mismo modo que, por ejemplo, pueden hacerlo los libros de Historia o de Filosofía. En conclusión, se puede decir que ni la jurisprudencia constitucional ni la europea permiten concebir la facultad de los padres del art. 27.3 CE como una manifestación de la objeción de conciencia, sino todo lo más como una expresión de la libertad y el pluralismo, que deben ser respetados por el legislador a la hora de ejercitar su potestad constitucional para programar y organizar el sistema educativo (art. 27.5 CE). Dicha programación, por otra parte, debe realizarse inspirada positivamente por el ideario educativo 20 constitucional del art. 27.2 CE, que, con miras al libre desarrollo de la personalidad de los educandos menores, incluye el “adoctrinamiento” educativo en el respeto a los principios y valores democráticos y a los derechos fundamentales. Y la concreción legislativa y reglamentaria de esta finalidad constitucional fijando el curriculo de la asignatura Educación para la ciudadanía no excede dicho marco constitucional democrático, tal y como con acierto ha concluido la Sala 3ª del Tribunal Supremo en sus sentencias de 11 de febrero de 2009, lo que hace difícil imaginar un apartamiento de estos esquemas jurídico-argumentales por parte del Tribunal Constitucional o el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. 21 BREVE REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA ALÁEZ CORRAL, Benito - Minoría de edad y derechos fundamentales, Tecnos, Madrid, 2003 - El derecho a la educación del menor como marco delimitador de los criterios de admisión a los centros escolares sostenidos con fondos públicos, en Varios Autores, Escolarización del alumnado en el sistema educativo español: cuestiones jurídicas, Fundación Europea Sociedad y Educación, Madrid, 2006 - Caso Folgerø y respeto a las convicciones morales de los padres en materia educativa, Revista Aranzadi del Tribunal Constitucional, Nº 3, Mayo 2008 ALVAREZ ÁLVAREZ, Leonardo, La lealtad constitucional en la Constitución española de 1978, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2008 ALEXY, Robert, Teoría de los derechos fundamentales, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid 1993 BASTIDA/VILLAVERDE/REQUEJO/PRESNO/ALAEZ/SARASOLA, Teoría general derechos fundamentales en la Constitución Española de 1978, Tecnos, Madrid, 2004 de los DÍEZ PICAZO, Luis María, Sistema de derechos fundamentales, Aranzadi/Thomson, Madrid, 2003 EMBID IRUJO, Antonio, - Las libertades en la enseñanza, Tecnos, Madrid, 1983 - La educación para la ciudadanía en el sistema educativo español. 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