el derecho a la defensa en el ordenamiento laboral

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EL DERECHO A LA DEFENSA EN EL
ORDENAMIENTO LABORAL.
ALGUNAS PRECISIONES
PROCEDIMENTALES Y
JUSRISPRUDENCIALES
AUTOR: FRANCISCO JAVIER IZQUIERDO CARBONERO
SECRETARIO JUDICIAL
JUZGADO DE LO SOCIAL – Y DECANATOCEUTA
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EL DERECHO A LA DEFENSA EN EL ORDENAMIENTO LABORAL.
ALGUNAS PRECISIONES PROCEDIMENTALES Y JUSRISPRUDENCIALES
I.- INTRODUCCION
No es mi intención –ni sería lógica en un artículo que no debe comprender un
breviario jurídico- tratar de manera profusa el derecho fundamental a la tutela judicial
efectiva que instaura con tal categoría el art. 24 de nuestro Texto Constitucional.
El propósito de este artículo es aclarar ciertas “dudas” sobre supuestos muy
concretos que se puedan dar en el procedimiento laboral. Me limitaré sólo a la instancia,
dejando para otra ocasión (espero que haya oportunidad) para los recursos y la ejecución
de sentencias.
No olvidar desde un primer momento que el derecho a la defensa se incardina de
forma global en aquel artículo de la Carta Magna antes referenciado pero con la adición
que, a su vez, incluyen otros que conforman un todo inseparable del derecho fundamental
al que estamos haciendo alusión.
Debemos principiar, no cabe otra solución (evitando un estudio excesivamente
pormenorizado de los principios básicos del derecho fundamental a la defensa), con la
alusión directa al artículo 18 del texto de la Ley de Procedimiento Laboral donde se
estipula la posibilidad de comparecer las partes por sí misma u otorgando su
representación a Procurador, Graduado Social o a cualquier otra persona en el pleno
ejercicio de sus derechos civiles. He evitado el copiado literal pues al exponer el precepto
textualmente: “Graduado Social colegiado” debe entenderse una errata de contenido
semántico pues en idéntico supuesto debe hallarse el Procurador; aunque la redacción no
haya sido del todo afortunada con el uso de una coma gramatical en un lugar donde
correspondía una conjunción copulativa.
Expresamente el apartado 2 del artículo en cuestión recoge el otorgamiento de la
representación a Abogado con remisión directa al apartado 3 del artículo 21 del mismo
Cuerpo Legal, con ello no ha hecho otra cosa que ampliar la representación a la defensa.
Indudablemente no quedaba otro modo de hacerlo (dada la especialización de la
jurisdicción social) porque el último precepto establece un trámite procedimental que en
ningún caso se debe obviar, cual es: la defensa por Abogado tendrá carácter facultativo
en la instancia, debiendo hacerse constar en la demanda por parte del litigante
demandante a fin de que el demandado tenga conocimiento de tal situación jurídica y
acceder a la dirección técnica de profesional del Derecho que le garantice una igualdad
de armas en el pleito entablado. Se complementa y cierra el círculo procesal obligando al
demandado a que, en caso de ser éste quien pretenda acudir al acto de juicio asistido de
Letrado, se ponga en conocimiento del Juzgado este hecho para que, mediante el
traslado al demandante, pueda hacer uso legal de tal derecho a la defensa si conviniere a
sus intereses.
La representación y defensa sindical y del Estado y otros organismos se regulan en
el texto de la ley; en el último caso, con transposición de la normativa que a tal efecto ya
preveía la LOPJ en su art. 447.
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ALGUNAS PRECISIONES PROCEDIMENTALES Y JUSRISPRUDENCIALES
II.- SUPUESTOS EXCEPCIONALES
Ya hemos analizado que la propia Ley Rituaria Laboral establece un trámite para
que las partes litigantes pongan en conocimiento de las contrarias, en cada caso y con
unos plazos concretos, la asistencia de Abogados que asuman su defensa o dirección
jurídica en la instancia.
Cualquier Abogado (en ejercicio o no) debe saber –no pongo en duda- los distintos
supuestos de suspensión del acto de juicio en el ordenamiento laboral cuando no asiste el
Letrado de alguna de las partes por causa justificada (vienen estipulada en la propia Ley
de Procedimiento Laboral ora en su remisión tácita al art. 188 y ss de la Ley de
Enjuiciamiento Civil). Haciendo salvedad de supuestos específicamente contemplados en
la normativa vamos a aludir a aquellos otros que suponen cierta problemática en el
momento mismo en que se producen:
1. Renuncia del Abogado en el mismo acto del juicio o con un plazo tal que impida el
conocimiento de contrario o de su propio cliente –especialmente esto último- para poder
ejercitar el derecho a la defensa que ya tenía programada.
Este supuesto, ciertamente anómalo, se nos dio hace relativamente poco espacio
temporal en el Juzgado del que soy Secretario Judicial, esto es, el Juzgado de lo Social.
Tuve ocasión de leer y escribir en su día sobre tal situación y la solución que siguiendo la
ley y, por extensión, la jurisprudencia de interpretación se debía adoptar.
Incidiendo nuevamente en la remisión procedimiental laboral a la civil, el art. 118
enumera como una de las causas de suspensión de las vistas la ordinal nº 5 que
prescribe: “por muerte, enfermedad o imposibilidad absoluta del Abogado de la parte que
pidiere la suspensión, justificada suficientemente, a juicio del Tribunal, siempre que tales
hechos se hubiesen producido cuando ya no fuera posible solicitar nuevo señalamiento
conforme a lo dispuesto en el art. 183”. Esta última alusión no nos interesa porque no
contempla supuestos procesales laborales sino adjetivos civiles.
Este autor entiende que un supuesto de imposibilidad absoluta es el hecho de la
renuncia del Abogado defensor de cualquiera de las partes, no sólo ya en el acto del juicio
(donde aún es más imprevisible el desconocimiento por aquel litigante al que afecta) sino
en un plazo donde no se dé el suficiente tiempo para asumir una defensa con garantías
(en lo laboral podíamos discutir sí el plazo a dilucidar es el de dos, cuatro o quince días,
respectivamente, según qué parte fuese y qué criterio quisiésemos contemplar, pero no
puedo extenderme en ello). Lo cierto es que la parte se ha podido enterar el mismo día de
una “renuncia en la defensa” que ignoraba. Si el Abogado por motivos personales o
profesionales adopta esa decisión (estimo que ésta tendrá una fundamentación más que
justificada –salvo excepciones- y puede ser de diversa índole, al fin y al cabo es un ser
humano y un profesional) lo obvio es que el principio de igualdad de armas (como parte
del más amplio del derecho a la defensa) ha quedado mermado. Una renuncia significa la
no asistencia del letrado por imposibilidad absoluta del mismo (bien por mor de su crédito
profesional ya por su dignidad personal que ha visto burlados por su cliente). No podemos
esperar que quien tiene razones más que suficientes para no defendernos sea obligado a
ello. Sería la paradoja del absurdo y contra legem. Además no me gustaría estar en la
posición jurídica del cliente que en cierta manera ha “extorsionado” los deberes
contractuales con su Abogado compiliendo un ataque a cualquiera de las facetas
(profesionales o privadas) que han quedado en entredicho.
No quedaría más remedio que suspender el acto del juicio señalado y proceder a
su nuevo señalamiento en el más breve plazo posible, en aras a evitar mayor dilación y la
función del juez de garantizar la efectiva aplicación de los principios ya señalados.
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Cabe la suposición de una argucia legal –aunque nada ética- con fines dilatorios
del procedimiento. Siempre se podría demostrar y adicionar a la facultad sancionatoria del
Juzgado o Tribunal la del Colegio de Abogados al que pertenezca el susodicho, sumando
aquellas vías civiles y penales abiertas a la contraparte para ejercitar si conviniere a sus
derechos. Me merece mucho respeto la labor de un profesional del Derecho, de la
categoría de Abogado, que se valga de este tipo de actitudes a fin de provocar una
suspensión procedimental máxime cuando se coloca en una incomodidad de futuro que le
puede acarrear graves perjuicios tanto en su profesión como, aún más trascendental, en
su dignidad personal.
2.- Facultad de que una de las partes, sin seguirse el trámite, del art. 21.3 de la LPL
quiere ejercitar este derecho en el acto de juicio a la vista de que la contraria asista con
un profesional del derecho.
Como quiera que la falta del trámite procesal ha provocado “ex professo” una
situación no permitida por la ley ni la jurisprudencia, el buen criterio del Juez debe acordar
la suspensión en idéntica forma de la que ya viene siendo estudiada.
3.- Asistencia de un tercero en pleno uso de sus derechos civiles que sea un
profesional del derecho (no ejerciente, de incompatibilidad profesional con la defensa
letrada, etc).
La Ley de Procedimiento Laboral ha previsto un supuesto excepcional, en amplitud
de sus vistas de miras a favor de una justicia rápida, eficaz y eficiente, pero no ha
contemplado el extraño fenómeno de que ese tercero tenga los suficientes conocimientos
legales que, puestos en conocimiento del Juzgador, en el acto de juicio o en plazo anterior
a no poder acordar la suspensión, vislumbre un incumplimiento taxativo y real de la
igualdad de armas en el litigio.
No hay pronunciamiento legal al respecto. El jurisprudencial tampoco lo he
encontrado, más dada una visión y extensión acorde con de aquellos casos sobre los
que ha tenido que resolver los Tribunales de Justicia,, estimo que es aplicable, sin
discusión, las decisiones en el sentido que ya constan en los números precedentes.
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III.- SOLUCIÓN JURISPRUDENCIAL
La solución legal, arts. 18 y 21 de la LPL en relación con el art. 188 de la LEC ya la
hemos analizado. Complementemos con las resoluciones dictadas por Máximo Garante
Constitucional.
El Tribunal Constitucional defiende la intervención procedimental con igualdad de
armas y de medios de defensa como integrantes del derecho a un proceso con las
garantías del art. 24 de la vigente Constitución Española (SSTC 226/1988 y 125/1995,
entre otras).
Sigamos profundizando: incluso comprendiendo que el empresario pueda ser (de
hecho así lo será en la inmensa mayoría de las ocasiones) la partes más fuerte de la
situación laboral que ha iniciado el procedimiento que corresponda) no por ello esto es
obstáculo para que se garantice este derecho a la defensa y a la igualdad de armas que
tan reiteradamente defiende y acepta el Alto Tribunal (SSTC 3/1983 y 125/1985) sin
perjuicio del carácter tuitivo del proceso laboral –propio del derecho del que deriva- con
objeto de favorecer al trabajador pero sin desdeñar el equilibrio procesal (advertencia: el
principio in dubio pro operario ya no es de aplicación directa y con la extensión con la que
todos lo estudiamos en nuestros tiempos de Facultad).
Es más, los principios procesales de igualdad de armas y contradicción, imponen
un deber ab iudice con propósito de evitar desequilibrios inter partes en el proceso y
atajar cualquier limitación en la defensa de que se puede provocar a alguna de ellas con
resultado de indefensión: estas garantías permanecen incluso cuando la intervención
letrada es facultativa (STC 208/1992). Transcribiendo literalmente el Fundamento
Jurídico Primero de la resolución entre paréntesis: “ Este Tribunal ya ha declarado en
reiterada jurisprudencia que el derecho a la defensa y a la asistencia letrada consagrado
en el art. 24.2 de la C.E. tiene por finalidad asegurarla efectiva realización de los
principios procesales de igualdad y de contradicción, que imponen a los órganos judiciales
el deber positivo de evitar desequilibrios entre la respectiva posición de las partes en el
proceso o limitaciones en la defensa que puedan inferir a alguna de ellas un resultado de
indefensión constitucionalmente prohibido por el art. 24.1 de la C.E., sin que el hecho de
poder comparecer personalmente ante un Juez o Tribunal sea causa que haga decaer el
derecho a la asistencia letrada, pues el carácter no preceptivo de la intervención del
Abogado en ciertos procedimientos no obliga a las partes a actuar personalmente sino
que les facultas para elegir entre la autodefensa o la defensa técnica, quedando por
consiguiente incólume en tales casos el mencionado derecho cuyo ejercicio se deja a la
libre disposición de las partes”.
Estos derechos y principios constitucionales se regulan, igualmente, en el Derecho
Europeo (Carta de Roma) y ha sido resuelto, en idénticos contornos jurídicos, por el
Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
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IV. A MODO DE CONCLUSIÓN
Utilizando como propio el dictado del Libro Blanco de la Justicia, en su última
aparición, el Abogado ocupa un lugar esencial en la Administración de Justicia, en cuanto
tiene encomendadas tareas de tanta trascendencia como la dirección, asesoramiento y
defensa de las partes en toda clase de procesos, con lo que se liga y estrecha
íntimamente con los derechos fundamentales relacionados en el artículo 24 de la
Constitución Española.
Esta vinculación al fin supremo de la Justicia es reiterada en el artículo 27 del
Estatuto General de la Abogacía (Real Decreto 2090/1982, de 24 de Julio).
Pese a que criterios de racionalización, en determinados procedimientos, y
evitando el uso obligatorio de Letrado, ha acudido a las “demandas formulario” que, en
multiplicidad de ocasiones, retrasa más que adelanta la temporalidad del procedimiento
para cuya creación había sido prevista.
Al igual que se ha considerado que en determinados procedimientos de “menor
entidad” se evite, asimismo, la intervención del profesional del Derecho –Abogadobuscando la finalidad de que los ciudadanos no asuman unos costes de defensa
superiores a los beneficios que pudieran reportarles la legítima satisfacción de sus
pretensiones.
Este autor, no puede, por menos que disentir de la opinión del Consejo General del
Poder Judicial enunciada en los dos apartados que preceden argumentando dos razones
que, asimismo, considero de peso, por las causas que aduzco, de mayor entidad que las
de aquel órgano:
En el primero de los supuestos, “demandas formularios”, porque la
redacción de un escrito modelo de demanda por parte de un neófito en los
avatares judiciales y procedimentales provocan unas constantes
aclaraciones de sus pedimientos así como requerimientos que pueden
llegar a recopilarse (por la numerosidad de su práctica) que conlleva un
retraso de los procedimientos para los que se han previsto, terminando en
no pocas ocasiones con una sensación en el justiciable de hallarse perdido
en un laberinto del que culpa al funcionario que administra la justicia, y
este último con una desazón porque no hay forma de entenderse con el
justiciable dados sus escasos (cuando no inexistentes conocimientos) de
una terminología y unos tecnicismos que no entiende y del que cree que le
están “tomando el pelo”. No tenemos bastante con la mala prensa con la
que generalmente se nos acusa que debemos calmar y apaciguar los
sofocos de estos nuevos desafíos. Además la situación procesal que el
mismo provoca por su desconocimiento le pueden llevar a perder un litigio
que tendría ganado de acudir con un técnico en la materia. A mayor
abundamiento, siempre se podría prever la condena en costas aún
valiéndose del derecho a la justicia gratuita.
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En los supuestos de “menor entidad”, creo que se hace referencia
especialmente a los juicios verbales civiles de determinada cuantía y a los
juicios verbales de faltas, mi discrepancia aún es de mayor calado lógico
con respecto a las razones del Consejo General del Poder Judicial.
Después de mi experiencia de más de 24 años en esta Administración de
Justicia y habiendo vivido de cerca su desarrollo en el ámbito territorial
rural (donde es más patente) para lo que a cierta instituciones es de
“menor entidad” supone un problema de índole mayúscula en la persona
que se ve conducida a uno de estos procedimientos. Un insulto no es lo
mismo en Andalucía que en el País Vasco, ni la rotura de una linde es lo
mismo en Castilla-La Mancha que en Galicia (por poner ciertos ejemplos,
generalizados, pero sin menosprecio a ninguno de los territorios
nacionales a los que me refiero). No será la primera vez que llega a
nuestros oídos que por culpa de una falta o de un juicio verbal de “ínfima
cuantía” se llegan a infracciones penales de “enorme entidad”.
No podemos establecer conceptos económicos para asuntos personales que
provocan situaciones estresantes en las partes que se someten a ellas, al igual que para
cada cual el dinero no tiene la misma significación y hay otros valores humanos más
importantes que los meramente economicistas.
A salvo de estas dos excepciones de “lex data” y finalizando este artículo, en todo
caso, debería configurarse como una potestad del Juez la posibilidad de advertir o,
incluso, exigir a las partes la defensa por letrado, cuando así lo considerara necesario a la
vista de la complejidad del asunto (no de su entidad o de su iniciación vía formulario),
para garantizar el principio de igualdad en el proceso, aunque no fuere preceptiva su
intervención, siempre que uno de los litigantes compareciera asistido de Abogado. Con
ello se daría cumplida acogida a la doctrina del Tribunal Constitucional, cuyos principios
ex art. 24.s C.E. tiene por finalidad asegurar la efectiva realización de los principios
procesales de igualdad y de contradicción, e impone a los órganos judiciales el deber
dispositivo de evitar desequilibrios entre la respectiva posición de las partes en el proceso
o limitaciones en la defensa que puedan inferir a algunas de ellas un resultado de
indefensión constitucionalmente prohibido.
Un último inciso: tengo la suerte de trabajar con un Magistrado al que su
profesionalidad, conocimientos, buen hacer y excelente lógica jurídica siempre le han
iluminado por los caminos legales y jurisprudenciales objeto de este escueto estudio
doctrinal.
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