77 HACIA UNA NUEVA COLONIZACIÓN DEL SURESTE Armando Bartra Pregonado con bombo y platillo hasta hace algunos meses, el Plan Puebla Panamá (PPP) ha pasado a segundo plano en la mercadotecnia gubernamental. Quizás la pretensión de utilizarlo para compensar los excesos de la publicitada amistad del presidente Fox con el presidente Bush y presentar al nuestro como adalid del centro y sur del continente estaba resultando contraproducente ante el coro de críticas que despertó el proyecto: cuestionamientos provenientes de las organizaciones sociales, las ONG, los partidos políticos, los gobiernos municipales, los académicos, los periodistas y los ciudadanos del común, escamados de antiguo respecto de las promesas gubernamentales y dudosos de una propuesta de ambición multinacional y muy poca sustancia. Y quizás, también, los actores que en verdad le importan al gobierno —y no me refiero a representantes sociales sino a la banca multilateral, los otros go- 78 biernos y los potenciales inversionistas— se percataron de que el tal plan general estaba diseñado sobre las rodillas, y que lo realmente importante eran los megaproyectos como el corredor transístmico y otros que de todos modos seguirán adelante sin tanta alharaca y con menos crítica. Sin embargo, la iniciativa del sur-sureste es algo más que una ocurrencia gubernamental, pues en ella se expresa muy claramente la visión neoliberal del desarrollo reducido a simple crecimiento económico extrovertido. Es, pues, pertinente seguirse ocupando del PPP y de lo que tras él subyace. El contexto: los acuerdos y tratados de integración regional, las intenciones ocultas Para situarlo en su auténtica proporción, el PPP debe ser ubicado dentro de un contexto más amplio de acciones y tratados. Porque al gran capital trasnacional no le interesan tanto los programas de desarrollo como los acuerdos de libre comercio. No quiero decir con esto que al gran dinero no le preocupe el destino del PPP, sino que le interesan mucho más cuestiones como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte o la ahora emergente área de libre comercio para todo el continente y también los tratados de libre comercio que ya existen entre México y el llamado Trián- 79 gulo del Norte de centroamérica (Honduras, Guatemala y El Salvador), o los tratados de México con Costa Rica, y también con Nicaragua, o las relaciones de Mesoamérica con el Mercosur o el Pacto Andino. Los tratados de libre comercio —acuerdos internacionales que le conceden al capital todos los derechos y todas las garantías— son en verdad el marco y la condición para que avance la nueva colonización con que nos amenaza el PPP. La crítica y el combate contra un programa de gobierno que pretende impulsar acciones de carácter regional es trascendente, pues el PPP es emblemático de una política general que se está siguiendo en México, y en el planeta todo, pero su importancia no debe sobrestimarse sino valorarse en su justa proporción. Me parece, entonces, que más preocupantes que el PPP, por sus implicaciones y por su trascendencia, son los términos en los que se firme el futuro Acuerdo de Libre Comercio de las Américas. En segundo lugar, habría que ver si el Plan Sur-Sureste (PSS), la parte mexicana del PPP, es realmente un programa integrado y viable. Porque en nuestro país los programas de desarrollo regional han sido particularmente desafortunados en gran medida debido a una administración pública en la que es proverbial la balcanización entre secretarías, la falta de un auténtico federalismo en cuanto a la coordinación del gobierno fe- 80 deral con los gobiernos estatales, la nula presencia —en términos de desarrollo— de la enorme mayoría de los municipios. Hay en nuestra estructura burocrática rutinas, concepciones patrimonialistas y sectorialistas, ineficiencias y otras perversiones acendradas que hacen muy dudoso que pueda concertarse entre los diferentes niveles de gobierno algo así como un PSS. Baste recordar que los programas de desarrollo que se han intentado impulsar para zonas infinitamente más pequeñas —como el de Regiones Prioritarias gestado en el zedillismo— no fueron nada exitosos. Y si esto es difícil en los estados sureños de la república lo es mucho más cuando se pretende una concertación multinacional. Entonces, hay que ver hasta qué punto se está pensando seriamente planear, presupuestar, ejecutar y darle seguimiento al programa mediante una coordinación interinstitucional, y lo que es aún más infrecuente, concertando democráticamente con los sectores y organizaciones sociales un desarrollo de carácter regional. Un ejemplo. En este momento —octubre de 2001— debemos suponer que se está integrando o que ya está integrado el presupuesto para 2002, en el que estarán asignados los recursos que se van a destinar al PPP. Pero, hasta donde yo sé, el Plan Puebla Panamá no cuenta ni propone nada relevante en el presupuesto que se está conformando a través de las propuestas que están 81 haciendo las diferentes secretarías y que van a articular los coordinadores a nivel de la Presidencia de la República.. Los responsables del plan no cuentan a la hora de la presupuestación y mucho menos se están tomando en cuenta las prioridades y opiniones de la gente del sureste. Entonces, un PSS sin jerarquía institucional y sin suficientes recursos propios, cuyo presupuesto real será la sumatoria de lo que piensan ejercer en la región Sagarpa, Semarnat, Sedeso, etc. es una entelequia, no un verdadero plan de desarrollo regional. Otra cosa es lo que se puede hacer en términos de infraestructura con los recursos de la banca multilateral. En ese sentido el PPP, más que un programa de desarrollo, parece un programa de construcción de obra pública: carreteras, ferrocarriles, aeropuertos, puertos, generación de energía eléctrica, parques industriales, telecomunicaciones, infraestructura hidroagrícola, etc. Y esto no debe ser subestimado, pero está muy lejos de ser desarrollo. Es sabido, y no sólo por la izquierda crítica sino hasta por los organismo multilaterales, que la construcción de infraestructura por sí misma no genera desarrollo. Estamos, pues, frente a un proyecto terriblemente limitado. Además de mal intencionado, muy mal intencionado. Porque lo más consistente en el PPP, es algo que embona a la perfección con el perfil mercachi- 82 fle de la nueva administración. El proyecto es en el fondo una venta de garaje de Mesoamérica, un intento socialmente descomprometido por captar inversiones. Y todo bajo la premisa de que el país no puede desarrollarse si no es con “ahorro externo”, es decir inversión extranjera, en la medida en que la banca multilateral está renunciando cada vez más al financiamiento de acciones estratégicas y dejándoselas a la iniciativa privada. Entonces se trataría de captar “ahorro externo” vendiendo “los tesoros” y “las bellezas” del sureste, a través de seductoras desregulaciones, de exenciones de impuestos, de simplificaciones administrativas y, sobre todo, de omitir o hacer laxa la normatividad laboral y ambiental, que es lo que realmente le importa al gran dinero. Esta oferta se sintetiza en mano de obra barata y derecho a contaminar, porque si no podemos vender maquileros y maquileras sobreexplotables y la posibilidad de tirar la basura en el traspatio, entonces no podemos vender nada. Otro aspecto del PSS que habría que considerar, y que no es estrictamente económico, es su utilidad para la negociación política del gobierno federal con los gobernadores de la zona, que son mayoritariamente del PRI, que alguna vez constituyeron lo que se llamó el “sindicato de gobernadores del sureste” y que son extremadamente conflictivos. El gobierno central necesita negociar con ellos, de ser posible, en ámbito de un plan de 83 desarrollo de carácter federal y manejando recursos que faciliten la compra de las voluntades de los dinosaurios sureños. Al respecto cabe mencionar que la pseudoconsulta en los estados de la región organizada por el coordinador del PPP, Florencio Salazar, e impulsada a través de diversas instancias federales — Sagarpa, INE, Sedeso, Semarnat— no se pudo hacer en Oaxaca porque el gobernador Murat dijo que ahí él era quien mandaba y que en “su” entidad la federación no iba a hacer consultitas. Este tipo de conflictos entre grupos políticos se van a presentar, son parte del contexto, y hay que tomarlos en cuenta a la hora de actuar frente al PPP. Hay en el sureste contradicciones entre los “señores de la guerra” y de éstos con el centro, y enfrentarlas con capacidad de negociación es parte de las mañas que se esconden tras el plan federal. 84 El nuevo modelo de desarrollo: privatizar la vida, promover la muerte El otro aspecto que debemos discutir más profundamente es el modelo de desarrollo implícito en el PPP. He dicho —y no es simplemente una metáfora— que estamos ante una “nueva colonización” o, si se quiere, frente a una etapa nueva dentro de un largo proceso de colonización. Recordemos simplemente que durante la primera colonización, cuando la gente de Cortés se va a las Higueras (Guatemala) lo que persigue es un estrecho para las especias; concretamente, van a ver si existe de manera natural un canal interoceánico, además de oro y otras riquezas saqueables. Este objetivo reaparece en el siglo XIX y se actualiza con nuevas modalidades en la presente entrada al nuevo milenio. Obviamente la del PPP es una apuesta por el desarrollo económico extrovertido, por la creación en la zona de una economía de enclave que se asiente ahí seducida por las “ventajas comparativas” del sureste. Y para lograrlo es necesario facilitar el acceso irrestricto del capital a todos los recursos de la zona, lo que hace del PPP un planteamiento ambientalmente depredador. Y es que lo peculiar de esta “venta de garage”, de esta “nueva colonización”, de este pretendido desarro- 85 llo capitalista salvaje en el sureste es que está fincado en la expectativa de rentas más que de ganancias. Su apuesta es que la valorización del capital está garantizada no por la eficiencia productiva, no por la competitividad, sino por la apropiación de ciertos recursos naturales escasos; no por la creación de ventajas competitivas en sentido estricto, sino por la privatización de las ventajas comparativas de la zona. Ventajas que en la medida en que pueden ser monopolizadas pueden ser también valorizadas. Entonces, lo que hace atractivo al sur-sureste para el gran capital es la posibilidad de captar las rentas que conlleva la privatización de bienes preexistentes en regiones privilegiadas: los recursos naturales, los espacios de tránsito, la biodiversidad, los saberes comunitarios, las bellezas naturales, la tradición cultural... Proverbialmente el petróleo es disputado por cuanto su escasez es fuente de renta, y ciertas corrientes de agua potencialmente generadoras de energía hidroeléctrica son valiosas precisamente por excepcionales. Incluso la posibilidad de generar electricidad por vía eólica en regiones como La Ventosa de Oaxaca es una ventaja que, de privatizarse, implica la apropiación de una renta, la “renta del aire”. Pero, en perspectiva, las rentas más suculentas, las más importantes y las más peligrosas para los mexicanos del sureste y los centroamericanos —de hecho, para los mexi- 86 canos todos y para la humanidad— es lo que he llamado la “renta de la vida”. Estoy hablando no de la renta de la tierra por su fertilidad o ubicación y no de la renta que conlleva la privatización de bellezas naturales, de recursos del subsuelo, etc.; estoy hablando de la renta de la biosfera, apropiable hoy en sus más recónditos secretos; estoy hablando de la privatización de la clave misma de la vida que se oculta en los códigos genéticos. La posibilidad de valorizar los recursos biológicos ya no está únicamente en llevarse plantas y animales para guardarlos en herbarios y zoológicos de los países norteños ni en llevarse semillas y otros tejidos de estas plantas para conservarlos fuera (ex situ). Lo que interesa a los bioprospectores son los códigos genéticos, que ahora ya se pueden interpretar y manipular y que cuentan con eficientes soportes informáticos y de hecho constituyen un nuevo tipo de informática. Pero finalmente de lo que se trata, insisto, es de la privatización de la clave misma de la vida, y no estamos hablando aquí sólo de animales, vegetales y microorganismos. Estamos hablando también del genoma del ser humano. Lo que quiero resaltar es que no se trata esencialmente de inversiones productivas de capital que van a generar nueva riqueza aprovechando un recurso. Por el contrario, estoy hablando de patentar códigos genéticos impidiendo el acceso a 87 ellos a quienes antes los usufructuaban libremente. Y esto es una distorsión del mercado, pues no se trata de la privatización de mercancías, es decir de bienes creados, sino de recursos naturales, apropiación que genera rentas y no utilidades. Las rentas son muy distintas de las utilidades, y al capital le interesan infinitamente más las primeras que las segundas. Porque las rentas son monopolizables, mientras que por las utilidades hay que competir en el mercado. Si finalmente alguna virtud tiene el tan socorrido mercado, es que obliga al capital a desarrollar la tecnología que reduce costos y a no fijar precios arbitrarios. Pero cuando se trata de rentas el capital no compite. Y en el sureste la cuestión es precisamente atraer al capital con la posibilidad de apropiarse de rentas: desde la posibilidad de quedarse con una playa bonita para cobrar por bañarse en ella, hasta el usufructo de ubicaciones y vías de comunicación estratégicas por su condición interoceánica. Y dentro de estas rentas destaca una relativamente novedosa, la que se obtiene privatizando los códigos genéticos y, eventualmente, los saberes de los indígenas y campesinos, que al usufructuar y domesticar los reservorios biológicos han producido conocimientos muy valiosos. Pero lo más grave es que en la lógica del gran dinero el negocio no está sólo en privatizar, en guardar ex situ el código, la muestra de tejido o la planta; lo 88 más peligroso es que una vez que las presuntas fuerzas de la vida han sido extraídas y patentadas el ecosistema sale sobrando y eventualmente puede ser destruido para sustituirlo por plantaciones homogéneas obtenidas con semillas transgénicas no autorreproducibles y patentadas. Por desgracia, sólo en los ecosistemas diversos la vida se reproduce realmente, de modo que la verdadera perspectiva del capital invertido en la industria biotecnológica no es el control de la vida sino la promoción de la muerte. La teoría del PPP: no la gente sino las inversiones Ahora bien, ¿cuál es la teoría en que se sustenta este proyecto que, como vemos, resulta depredador y socialmente excluyente? Santiago Levy es el “teórico incómodo” del PSS porque su discurso es cínico, mientras que los demás son hipócritas, demagogos que tratan de adornar con palabrería bonita lo ominoso del proyecto. Santiago Levy en cambio es crudo, descarnado e intelectualmente prepotente, pues está plenamente convencido de los conceptos que maneja. Para entender sus ideas vale la pena citar su estudio El Sur también existe, con alguna extensión: “El diagnóstico presentado sugiere que las políticas públicas han reprimido el desarrollo 89 productivo del sureste al anular en gran medida sus ventajas comparativas —escribe Levy— por ello argumentamos que existe un amplio espacio para diseñar una política que libere el potencial productivo de la región”. Pero, por lo que leemos a continuación, queda claro que lo que según él ha “reprimido al desarrollo” no son sólo “políticas públicas” sino normas constitucionales. Veamos cuáles son los obstáculos que identifica: 1) “Exclusividad del Estado en actividades estratégicas, particularmente en electricidad, gas y petroquímica.” 2) “El régimen de derechos de propiedad sobre hidrocarburos y el agua también ha afectado al sureste, región muy bien dotada de petróleo, gas natural y cursos de agua.” 3) “La larga duración del reparto agrario representó un desincentivo al desarrollo agrícola en nuestro país, especialmente en el sureste. Las restricciones derivadas del 27 constitucional, vigentes hasta 1994, a poseer y a arrendar fueron distorsionantes”, etc. Es decir, que la culpa del atraso del sureste está en el pacto constitucional y en las políticas de un Estado que, por su propio origen revolucionario, tenía compromisos con la reforma agraria y con la preservación de la soberanía sobre los recursos naturales. 90 Pero lo más fuerte en Levy no es el diagnóstico sino la propuesta: un proyecto cuya piedra de toque es el planteamiento de que no es lo mismo el crecimiento que el desarrollo —entendido este último como calidad de vida y equidad social— y que el plan que necesita el sureste es de crecimiento económico, pues los problemas de pobreza son cuestión aparte y ya se están resolviendo con otras políticas públicas. Vale la pena exponer la argumentación que, creo, es la parte medular del PPP. Respecto a la problemática del sureste, escribe Levy, hay “dos puntos de vista”: el que enfoca sus condiciones de “pobreza y marginación” y el que considera la “producción”. Y entre estos dos —la pobreza o marginación y la producción— la “conexión dista de ser total”. Porque si en la región no hay actividades que generen ingreso la gente se va y con ello emigra la pobreza. Es decir, que la pobreza no tiene que contrarrestarse en el lugar en donde se genera, pues los pobres tienen piernas y se van solitos, se van a los EUA, a las grandes ciudades, a los corredores de maquila. “El diseño de las políticas públicas para el sureste debe separar los objetivos de combate a la pobreza de los de desarrollo regional —continúa Levy— debido a que los instrumentos a utilizar en cada caso no son los mismos”. Y más adelante reitera: “Impulsar el desarrollo de Chiapas en el sureste en general debe separar los objetivos de 91 combate a la pobreza de los de desarrollo regional”. Y explica: “Para combatir la pobreza se cuenta ya con instrumentos de política social. En cambio el diagnóstico presentado sugiere que las políticas públicas han reprimido el desarrollo productivo y entonces deben desarrollarse políticas públicas para el crecimiento económico de la región”. Resumiendo: lo que importa es propiciar la inversión, pues para combatir la pobreza ya está el Progresa —que inspiró el propio Levy aunque lo haya promulgado Carlos Rojas desde Sedesol—, es decir los subsidios a las inversiones en lo que mal llaman “capital humano”. Creo que es difícil encontrar una formulación más descarnada y clara de que en el sureste de lo que se trata no es de calidad de vida, de desarrollo socialmente sustentable, de promoción del empleo, de retención de la población. Lo que se requiere es simple y llanamente generar condiciones para la inversión extranjera y para el crecimiento económico extrovertido. Y dado que esto, como lo reconoce Levy, no va a tener efecto positivo sobre la remisión de la pobreza, aducir este objetivo es pura y simple demagogia. Demagogia que le toca a Florencio Salazar, quien habla insistentemente de desarrollo sustentable y participativo de bienestar social... 92 Tras bambalinas: la contrainsurgencia y las alternativas Pero detrás de la inversión social, la asistencia, la infraestructura de servicios para la población, etc. está también la política de control social, lo que se ha llamado desarrollo contrainsurgente. El sureste no es sólo una región privatizable. El sureste mexicano es, además, una región muy conflictiva, como lo son otros países de Centroamérica. Entonces estos planes tienen un componente de contrainsurgencia, de control social, de prevención de conflictos, de forzada pacificación social. Y es que —los gringos lo dicen muy claramente— lo único más tímido que un dólar son dos dólares... o tres o cuatro o un millón, pues conforme crece el monto aumenta la timidez y, por tanto, la exigencia de garantías, de seguridades para la inversión. Creo que esta necesidad de “paz social” explica la apuesta del presidente Fox a que se aprobara la ley Cocopa en términos aceptables para el EZLN y las comunidades zapatistas. Algunos piensan que no hubo tal apuesta y que la postura del presidente era simplemente maquiavélica: lo que buscaba —suponen— es que se rechazara el proyecto de ley convenido, pero que se les pudiera echar la culpa a los legisladores. Yo creo que no. Yo creo que Fox estaba apostando a una ley aceptable para los zapatistas aunque ésta reconociera 93 una serie de derechos a los pueblos indios con tal de que desmontara la amenaza de guerra en Chiapas, además de fortalecer la imagen política del presidente. Yo creo que esa era la tirada, que no era un plan con maña. Fox sí necesitaba que se aprobara una ley de derechos de los pueblos indios aceptable, y posiblemente pensaba que no iba a tener más peso que el papel donde estaba inscrita, pero le iba a permitir iniciar el proceso de negociaciones de paz, lo que es condición importante para que lleguen inversiones al sureste. Paralelamente a esto, el presidente veta la Ley de Desarrollo Rural, que no es gran cosa pero establece una serie de compromisos del Estado con el campo y los campesinos. Compromisos que hoy podrían estar demandando, con la ley en la mano, los productores de maíz, de caña, de café que reclaman sin éxito políticas públicas que los saquen del atolladero. Fox vetó la Ley de Desarrollo Rural, pero necesitaba una Ley indígena aceptable para el CNI y el EZLN, pues la condición de éxito del PPP es la estabilidad, y ésta no se logrará si previamente no se firma la paz. Hay, pues, en el PPP elementos de contrainsurgencia e intenciones de control social, pero el problema de fondo es el paradigma, el modelo, el concepto de desarrollo depredador y excluyente que lo inspira. Y frente a esto no basta denunciar, desenmascarar intelectualmente las mentiras que se están diciendo. Es necesario también po- 94 ner en cuestión los conceptos básicos que lo sustentan. En el PPP encarna una visión norteada del planeta, una visión desde arriba, desde los países fríos, desde las metrópolis, desde los supuestos centros generadores de la civilización. Y resulta que nosotros estamos en el Sur, en el trópico, abajo, en los países atrasados; sucede que somos los receptores —a través de las múltiples conquistas y colonizaciones— de las presuntas bondades de la civilización que otros crean. Pues bien, si no rompemos este molde intelectual profundamente interiorizado no hay mucho que hacer. En pleno tercer milenio no podemos seguir manejando la imagen centro-periferia. ¿Centroperiferia de qué? Estamos en un mundo globalizado desde hace mucho rato, estamos en una esfera. ¿Dónde está la periferia y dónde está el centro, o en dónde termina una periferia y en dónde empieza el otro centro? Esta visión —que metafóricamente se ilustra bastante bien pensando que la historia de la civilización es como las ondas concéntricas que va generando una piedra al caer en un estanque— es un esquema que no funciona para pensar la realidad actual, que se representa mejor como un estanque acribillado por múltiples piedras generadoras de incontables ondas que se entrecruzan. 95 Otra idea caduca es la visión de una presunta coexistencia de presente y pasado según la cual ciertas personas, conceptos y relaciones sociales son actuales, contemporáneas, mientras que otras personas, modos de pensar y relaciones pertenecen al pasado. Según esto, pertenecen al pasado los indios del sureste, los derechos colectivos y la agricultura campesina. En esta perspectiva, la diversidad cultural pertenece al pasado, es prehistoria conviviendo con el presente. Desde este enfoque, los indios no sólo están fuera de lugar sino incluso de tiempo. Hay también una visión unilineal de la historia según la cual existe una suerte de destino manifiesto, de fatalidad. Este determinismo impregna también el pensamiento utópico cuando éste postula una Arcadia única y que debiéramos compartir unánimemente, cuando en verdad lo más viable —y deseable— es proyectar un porvenir múltiple y diverso de utopías entreveradas, sucesivas, alternadas. Un futuro que vamos a construir todos y cada uno desde diferentes lugares y en diferentes condiciones. ¿Pero qué tiene que ver esto con el PPP? ¿Es posible aterrizar estos paradigmas alternos o son simples sueños guajiros? A mi modo de ver, la batalla por el Sur es también la batalla por el paradigma del desarrollo y en última instancia la batalla por la utopía. 96 Y en este combate no basta con denunciar, con criticar, con anunciarles a los del sur la nueva maldición que se cierne sobre ellos. Es necesario pasar de la simple oposición a la resistencia y de la resistencia a la propuesta, a la alternativa. Porque en Mesoamérica no hay mucho que defender en lo que toca al orden social. Decir que los pueblos del sureste van a preservar, a conservar, a resistir, a frenar; pensar que van a pintar la raya y van a decir aquí no pasa la bioprospección, no pasa la maquila, no pasan las grandes obras de infraestructura, es suponer que hay mucho que defender. Y en el terreno de lo material los surianos tienen muy poco que defender. Si hubiera algo que defender se quedarían. Pero no, los del sur se van, emigran. Hay, pues, un proceso de despoblamiento, de desintegración, de pérdida de culturas y de saberes, de pérdida de recursos. Y todo esto porque tienen poco que defender que no sean sus cadenas, para emplear una metáfora añeja. En ese sentido, no basta decir no a los planes ominosos; es necesario proponer. No vamos a preservar el paraíso indígena del sureste de la amenaza de la globalización. Tenemos que inventar un desarrollo alterno. Tenemos, por ejemplo, que revirar en términos metodológicos: no aceptamos los programas de escritorio o generados en las cúpulas del poder. Exigimos una planeación de- 97 mocrática e informada, y esto supone someter el PPP a una consulta. Otra cuestión en la que hay que contraponer es el destino de los recursos de la banca multilateral. Estos bancos tienen normatividades que hay que cumplir: deben ser transparentes, deben informar qué van a hacer con el dinero, deben permitir evaluaciones externas, deben demostrar que se realizaron estudios de impacto social y de impacto ambiental, deben atender la posible oposición social. Entonces, vamos a esgrimir estos instrumentos hasta donde den o hasta donde sirvan; y donde ya no funcionen habrá que buscar otros caminos para que la gente sea tomada en cuenta. También hay que exigir que el concepto de sustentabilidad del que se habla en todos estos documentos se asuma en todas sus implicaciones. No sólo hay que insistir en que los proyectos sean económicamente viables y ambientalmente sanos, sino también que sean socialmente equitativos, socialmente justos. Hay que decir que queremos integración de las cadenas productivas en un sentido nacional, que queremos un crecimiento también hacia el mercado interno; pero sobre todo que queremos desarrollo y no simple crecimiento económico. Pero el problema mayor no es la propuesta metodológica o el concepto de desarrollo. La cuestión decisiva es la correlación de fuerzas. ¿Con 98 quién vamos a parar el PPP? ¿Los que estamos aquí y cuántos más? Al respecto creo que afortunadamente hay utopías en curso en el sur; creo que Mesoamérica no es sólo territorio de despoblamiento y ámbito de desintegración social y destrucción de la biodiversidad, sino que es también laboratorio de propuestas alternativas, de utopías hechas a mano. Dos aspectos promisorios son los que quisiera destacar: uno es la construcción de la autonomía entendida como libre determinación, como autogobierno regional y local, como democracia participativa radical o extendida, con transparencia y rendición de cuentas, como gobierno desde abajo. Algunos dirían “mandar obedeciendo”. Pónganle los nombres que quieran, pero me refiero a la cuestión de las libertades políticas y el ejercicio del poder político desde los ciudadanos, a nivel local y regional pero también en las organizaciones sociales y en los gremios. Los ciudadanos rasos están tratando de ejercer el poder de otra manera y en el sureste la vanguardia de esta lucha son los indios. Ahora bien, en el sur mexicano y Centroamérica los indios son algo así como 20% de la población, de modo que son importantes en términos demográficos, en términos numéricos, pero más lo son en términos cualitativos. Y es que por el camino abierto por quienes reivindican las autonomías indígenas todos debiéramos abrirnos paso 99 hacia el gobierno democrático y participativo. No se necesita ser un municipio indígena para exigir un tipo diferente de gobierno, para demandar participación en la planeación, ejecución y valoración de los proyectos. La autonomía, y en especial la de los pueblos indios, es una de las utopías del Sur que están en curso. La otra es la autogestión económica. Y me refiero a la autogestión entendida como resistencia a la lógica depredadora del mercado y la racionalidad explotadora del capital, pero también como apropiación y revolución del proceso productivo, esto último cuando la ejercen los pequeños productores rurales. Aunque en verdad dentro de los ámbitos urbanos también existe la producción por cuenta propia, habitualmente identificada como “economía informal”. Pero sean minifundios rurales o changarros urbanos, lo importante es que hay una economía popular, una generación de bienes y servicios que se intercambian o que se lanzan al mercado pero tienen como sentido no tanto la ganancia como el bienestar del productor y el consumidor. Y esta es precisamente la experiencia más poderosa de las organizaciones campesinas del sureste: agrupamientos multitudinarios que están impulsando tecnologías sustentables a través de empresas familiares o asociativas que persiguen finalidades sociales. 100 Y en lo tocante la autogestión económica me parece indispensable exigirle al PPP —que presume de ser un proyecto de desarrollo social— respuestas concretas a la emergencia que vive el sector de productores de café. Con qué cara podrán hablar de desarrollo justiciero en el sureste los promotores del PPP si el plan no da respuesta a la catástrofe del grano aromático, sector agroindustrial del que depende la sobrevivencia de tres millones de familias y con una derrama de recursos en las regiones cafetaleras que llega a muchos más. En cuanto a Centroamérica, los dependientes de la cafeticultura son quizás dos o tres millones de familias, de modo que estamos hablando de casi seis millones de familias; decenas de millones de personas que están atenidas al café. Y el café está en una crisis profundísima. Pero si se derrumba el café se acaba el sureste. No es metáfora. Socialmente Mesoamérica se va a acabar, es decir se van a ir todos los pobladores que quedaban. De hecho se están yendo ya. En Tapachula y Motozintla hasta hace poco no había anuncios para viajar a Reynosa, Ciudad Juárez o Mexicali; la gente no emigraba a Estados Unidos. Había café y esto representaba una modesta posibilidad de sobrevivir en la región. Hoy prolifera la propaganda de compañías que te llevan “al otro lado”. La gente está emigrando ya de las zonas cafetaleras. Los que murieron en el desierto de Ari- 101 zona hace poco eran del centro de Veracruz, de una de las zonas cafetaleras campesinas más ricas del país. Resumiendo: si se derrumba el café como opción productiva para los campesinos y ha esto agregamos las otras crisis agrícolas acumuladas (de la caña, la copra, la piña, los granos básicos...) el sureste va a enfrentar una crisis terminal. Es una estupidez estar diciendo que con el PPP va a haber desarrollo con calidad de vida, con sustentabilidad, y no colocar en el centro una estrategia para el café. Porque el café es la prueba de fuego del PPP: “Hic Rodhus, hic salta”, decía San Pablo y repetía Marx. Pero no es únicamente el problema del café. La crisis agrícola es absolutamente generalizada. Los maiceros están tronando. Los más sensibles son los de altos rendimientos, los maiceros netamente comerciales y de riego de Sinaloa. Pero el descontrol es de todos, incluyendo a los milperos comerciales y de autoconsumo del sureste. Entonces, si el PPP no tiene una propuesta para reanimar a la agricultura mexicana garantizando la soberanía alimentaria y la soberanía laboral ¿a qué se refieren sus promotores cuando hablan de desarrollar el sureste? Porque los problemas de Mesoamérica tienen solución. No tanto por lo que se pueda esperar de los planes de gobierno como porque existen en la región sujetos sociales emergentes impulsores de 102 estrategias de desarrollo. Los cafetaleros, por ejemplo, han construido organizaciones en todos los países de la zona, y recientemente crearon una Coordinadora para Centroamérica y el Caribe. Además, los mesoamericanos compartimos historia. En todos los países de la región han habido luchas por la tierra y reformas agrarias, y más recientemente movimientos indígenas por el autogobierno. Y es que Mesoamérica es la cuna de la civilización maya, una zona que comparte conquista y colonia, luchas de independencia, experiencias guerrilleras, combates por la tierra y movimientos étnicos. Mesoamérica es espacio propicio para una convergencia social que confronte al norteado Plan Puebla Panamá con base en un Plan Panamá México de los pobres, que a un proyecto desde arriba contraponga un proyecto desde abajo. Pensar la globalización desde el Sur Estamos entrando al tercer milenio y seguimos hablando de “marchar” al Sur, de redimir a los indios, de la nueva colonización. Pareciera que seguimos dentro de un paradigma imperial. Yo creo que, entre otras cosas, necesitamos cuestionar ese modelo, el modo de pensar, sus clichés. En el pasado los procesos civilizatorios fueron 103 concebidos básicamente desde las metrópolis, desde los focos de la colonización, desde Europa. Pero hoy la colonización viene de regreso y hay que rastrear el curso de los paradigmas que se originan en el Sur. Y aunque nos digan que empieza en Puebla, en verdad el Sur empieza en el río Bravo. O a lo mejor empieza en California, o ya llegó hasta Chicago. La vieja teoría acerca del sistema mundial del capitalismo, formulada en una perspectiva ya no del siglo pasado sino del antepasado, tiene que ser actualizada, puesta al día a la luz de una enésima colonización imperial, de una oleada más del capitalismo, siempre yendo del centro a la periferia, de norte a sur. Por ejemplo, hoy el interés del capital está en la renta de la vida más que en la renta de la tierra. Los recursos de los que las transnacionales se van a apropiar son otros, ya no el palo de tinte, ya no la gran cochinilla, ya no la caoba, sino los códigos genéticos. Entonces necesitamos repensar el proceso, y repensarlo es replantear la dialéctica metrópolicolonia, la dialéctica centro-periferia, atendiendo también al movimiento centrípeto, a los flujos de mercancías y gente, pero también de culturas, ideas y paradigmas que vienen de las orillas. ¿Por qué? Porque las revoluciones del siglo pasado fueron desde la periferia, porque en ellas los campesinos tuvieron un papel protagónico, por- 104 que hoy los indígenas siguen siendo actores destacados no sólo como fuerza de resistencia sino como generadores de utopías, porque, en fin, hoy el Sur se mueve hacia el Norte y estamos viviendo un proceso de colonización al revés, un proceso no sólo de globalización imperial sino también de mundialización. Y éste es un proceso de abajo a arriba, de la periferia al centro, de los “excluidos” a los “incluidos”, del campo a la ciudad, de la colonia a la metrópoli. Porque, repito, hoy el Sur está en Chicago, en California, en los Ángeles, en Nueva York. Y hay más salvadoreños en Washington que en San Salvador. El Sur ya no está en el sur; también está en el Norte. Ahora hay enclaves del Sur en el Norte. Si en el siglo pasado y el antepasado los administradores alemanes manejaban las fincas cafetaleras del Soconusco en perspectiva extrovertida y con los ojos puestos en Bremen, hoy los indios del sureste están en los campos de California, en los restaurantes de Nueva York, en las fábricas de Chicago, pero sin perder de vista la Mixteca o El Petén. Y entonces tenemos que revisar esta visión. No podemos seguir pensándolo todo desde “arriba”, desde el “centro”. No estoy tampoco planteando un paradigma inverso. No creo que ahora haya que hacer la apología de los campesinos, de los indios, de la utopía agrícola, de la comuna rural, del mundo que no 105 fue absorbido por “Occidente” y ha resistido todas las colonizaciones. Esto me parece ilusorio. Esos sí son sueños guajiros. Hay que repensar el conjunto, la globalidad como un todo. Pero por razones geográficas, por razones históricas, nos toca repensarla desde el Sur.