En la primera página de la ponencia sólo debe constar el título, el

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VII Congreso Centroamericano de Historia
Tegucigalpa, 19 al 23 de julio del 2004
PONENCIA: ESCRITORAS HONDUREÑAS
JESSICA MARIELA SÁNCHEZ PAZ
SAN PEDRO SULA HONDURAS
LICENCIADA EN LITERATURA
VII CONGRESO DE HISTORIA
TEGUCIGALPA, HONDURAS
19 al 23 de julio 2004
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VII Congreso Centroamericano de Historia
Tegucigalpa, 19 al 23 de julio del 2004
ESCRITORAS HONDUREÑAS: DESDE LA MARGINALIDAD A LA
PROPUESTA
“Sin embargo cuando leemos algo sobre una bruja zambullida en agua, una mujer poseída por los demonios, una sabia
mujer que vendía hierbas o incluso un hombre notable que tenía una madre, nos hallamos creo, sobre la pista de una
novelista malograda, una poetisa reprimida, alguna Jane Austen muda y desconocida, alguna Emily Bronte que se
machacó los sesos en los páramos o anduvo haciendo muecas por las carreteras, enloquecida por la tortura en su don la
hacía vivir” Virginia Woolf.
Empiezo con esta cita, que en realidad es el tema de la presente ponencia, con uno de
los párrafos que más me impresionó del libro de Virginia Woolf, una respuesta a la
pregunta de la poca presencia de las mujeres en la literatura universal y por ende en la
literatura hondureña.
Esta escritora, nacida en Inglaterra en 1882, destaca que las mujeres necesitan “un cuarto
propio”, en esencia esto significa que se necesitan los medios físicos y económicos para
poder escribir, y sobre todo se necesita tiempo, entendido como un espacio personal y
propio, desde donde poder pensar, elaborar fantasías e imaginar, donde se pueda tener
el gusto de pensar en lo que se hace y en lo que se escribe.
La cita del libro me hace pensar concretamente en mí y en mi propia escritura, pero
también en las historias de muchas escritoras latinoamericanas contemporáneas. Los
problemas a los que nos enfrentamos, los medios que no tenemos. Una amiga me decía
algo muy interesante la otra vez, que siempre nos reunimos un ratito, nos tomamos el
espacio una vez cada año, cada 25 de enero o cada 8 de marzo, fechas calendarizadas
en la agenda feminista, cuando nos sentimos obligadas a realizar actos colectivos que
demuestren que estamos vivas y presentes. En ese sentido, es interesante indagar como
respondemos o damos espacios a la literatura de frente al vértigo de la cotidianeidad que
nos envuelve, como mujeres, trabajadoras y madres.
Según la ponencia presentada por Waldina Mejía en el Encuentro de Escritoras realizado
en el 2003, las escritoras hondureñas permanecemos en la invisibilidad, como lo demuestra
la ausencia de las mismas en la Antología de Poesía Política realizada por Roberto Sosa.
Citando a Consuelo Meza Márquez1 en su ensayo “Panorama de la Narrativa de Mujeres
centroamericanas”. “En ninguna otra literatura es tan obvio el olvido, pernicioso o
involuntario, de las mujeres poetas como en la literatura hondureña”, con excepción de la
valiosa obra de Ada Luz Pineda de Gálvez, titulada: Honduras: mujer y poesía. Antología
de la poesía escrita por mujeres 1885-1998 (1998), algunos estudios recientes sobre
Clementina Suárez y una antología reciente de “Cuentistas hondureñas” es inútil rebuscar
bibliografía orgánica sobre el tema.
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Profesora e Investigadora en Estudios culturales y Género de la Universidad Autónoma de Aguas Calientes, México.
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Rigoberto Paredes propone una periodización que concluye con los Nuevos y Novísimos,
donde estarían los más contemporáneos. Pero extrañamente añade "últimas obras,
últimos hombres," (p 102), perpetuando así la exclusión de las obras escritas por mujeres,
que continúa colocando a los críticos de la literatura de Honduras en un retraso
históricamente incomprensible. Por su parte, Roberto Sosa nos remite a la Generación que
publica entre 1965-1980, es decir, la que él llama Primera Generación Post-vanguardista.
Hasta allí llega su propuesta de periodización, pero tampoco menciona a ninguna poeta.
El olvido de las mujeres es todavía más injusto en poesía, cuando nos damos cuenta que
desde la vanguardia la poesía tuvo en Honduras, como en toda Centro América, mayor
fuerza
y
presencia
que
la
novela.
Si rastreamos la historia clásica nos dice que se consideraba contra-producente que las
niñas aprendieran a leer y a escribir. En Honduras, las mujeres tenemos el derecho al voto
desde mediados del siglo XX y a pesar de los avances en materia de derechos humanos
seguimos enfrentando la discriminación no solo contra nosotras, si no contra todo lo que
atente el orden social que nos hacen creer como políticamente correcto. Las escritoras
centroamericanas entramos en escena, particularmente la generación perteneciente al
siglo XX y XXI desde la invisibilidad, como bien lo demuestra el caso de la primera novelista
del país: Está consignado que Lucila Gamero (1873-1964), es la primera mujer
centroamericana que escribe cuento (1894) y novela (1897). Además, es una autora que,
ya en 1903 con Blanca Olmedo, elige a la mujer como sujeto de su narrativa,
concediéndole un espacio para expresar su desacuerdo con la ideología patriarcal. Sin
embargo su novela más conocida es Blanca Olmedo, cuando escribe un total de 7
novelas y 22 cuentos. Su primera novela Adriana y Margarita (1897) se publica anterior a la
Angelina de Carlos Gutiérrez (1898) y es un dato básico que hasta la fecha se desconoce
en la mayoría de las escuelas, colegios, universidades y libros de historia o literatura en el
país.
El cuarto propio, está re-significado en nuestros días, necesitamos tiempo y dinero, eso es
cierto, pero también la energía vital que nos motive a la creación. El concepto de la
creación y específicamente de la creación artística y literaria está concebida desde un
imaginario de ocurrencia espontánea, pero para las mujeres esta creatividad tiene que
ver con nuestros cuerpos, con nuestras sexualidades y con nuestra cotidianeidad, que
muchas veces nos hace ubicarnos desde la marginalidad. Para crear nuevas formas
necesitamos re-significar el lenguaje, que muchas veces no responde a las normas,
conceptos y modelos estéticos/ éticos de los clásicos maestros de la literatura. Tenemos
que reinventar y validar nuestros propios clásicos, romper lo que Adrianne Reich señala
como “lenguaje del opresor”. Y eso no solo para las mujeres, si no para todos los grupos
que son señalados como marginales.
En 1975, Harold Bloom declaró que “la primera ruptura con la continuidad literaria se
originará en las generaciones por venir si la floreciente religión de la mujer liberada se
extiende más allá de sus grupos de entusiastas hasta dominar el Occidente. Homero
dejará de ser el precursor inevitable y la retórica y las formas de nuestra literatura
finalmente podrán separarse de la tradición”
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Para Mary Wollstonecraft, la literatura le daba acceso no solo a propia situación como
mujer, sino a la literariedad. Esto quiere decir una aceptación de que todo intento por
inscribir a las mujeres dentro de ficciones de uno y otro tipo y por ende, que lo esta en
juego tanto para las mujeres que escriben como para la escritura sobre las mujeres es la
reescritura sobre estas ficciones: la tarea de revisión que hace la visión diferente, una
pregunta más que una respuesta y una pregunta que debe hacerse no simplemente
desde las mujeres, si no también desde la escritura.
En los relatos tolupanes aparece una diosa llamada Chiri Tsutsus,que es en sí la imagen de
la tierra madre. En sus orígenes, ella cosecha frijoles para la nación tolupán. Para los
hombres cosecha frijoles blancos que salen de su cabeza (la parte relacionada con la
razón y la acción), mientras que para las mujeres cosecha frijoles negros que nacen de
debajo de sus enaguas. La relación es muy clara, la energía solar, la razón y el
pensamiento son brindados por ella a los hombres, mientras que a las mujeres se nos da la
capacidad de alimentar, de procrear, se nos da la fuerza oscura, la noche, la sexualidad.
Cuando algunos pobladores matan por accidente a su hijo, ella se niega a seguir
alimentándolos y se esconde en una cueva, regresando al seno y al útero materno. La
tierra se vuelve estéril y así quita la capacidad que a ella misma le ha sido segada. La
tierra y la diosa se vuelven una misma, regresan y solo entregan la semilla para que esta
sea plantada. Esta semilla es la que nos toca a nosotras plantar. Esta diosa es la
representación femenina de la guerrera, de la que puede dar la vida y de la misma
manera quitarla cuando retira su cuidado, su nutrición, su apoyo. La diosa vuelve sobre sí
misma para reconocerse, regresar desde la sombra a reconstruirse, a vivir su pena.
En los dos momentos hay diferencias, definitivamente me quedo con la segunda, con la
diosa que da, pero que necesita para su sobre-vivencia, cuidar de ella en primera
instancia. La que da la semilla, la que crea y se enoja. La que protesta, la que no es el
ideal femenino de la abundancia y el placer para otros. La que guerrea. Esas, todas,
somos nosotras.
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