SAN BARTOLOMÉ El Greco Óleo sobre lienzo

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SAN BARTOLOMÉ El Greco Óleo sobre lienzo (1610‐1614)
Dentro de la serie del apostolado que conserva el Museo del Greco, el cuadro dedicado a San Bartolomé es uno de los que plantea un mayor interés iconográfico. La presencia del apóstol en este conjunto supone de por si un aspecto singular, pues se trata de un caso único dentro de las diversas series que de este tema realizó el pintor, ya que no volvió a aparecer en ninguno de los otros apostolados conocidos del Greco, siendo sustituido por San Lucas, sin que sepamos los motivos de este hecho. En cuanto a los elementos iconográficos presentes en la obra, la representación del santo destaca en primer lugar porque parece seguir fielmente la descripción física que de él se hace en La Leyenda Dorada de Santiago de la Voragine, donde San Bartolomé aparece descrito como“… un hombre de estatura corriente, cabellos ensortijados y negros, tez blanca, ojos grandes, nariz recta y bien proporcionada, barba espesa y un poquito entrecana…” 1 Una influencia que también se extendería a las vestiduras del apóstol “…vestido con una túnica blanca estampada con dibujos rojos en forma de clavos, y con un manto blanco también ribeteado con una orla guarnecida de piedras preciosas del color de la púrpura” 2 aunque aquí el pintor elimina los detalles accesorios y se concentra en lo esencial; la túnica y el manto de color blanco. 1
DE LA VORAGINE, Santiago: La leyenda dorada. Traducción del latín: Fray José Manuel Macías.
Volumen II. Alianza editorial, Madrid. 2000. Pagina 524.
2
Idem.
Este influjo no tendría nada de extraño, pues La Leyenda Dorada, desde su aparición a mediados del siglo XIII, tuvo un gran éxito y sirvió durante siglos a numerosos artistas en sus representaciones de santos y escenas de temática cristiana. Habitual en la iconografía del santo es también el cuchillo que la figura sujeta en su mano derecha y que representa el atributo de su martirio con el que fue desollado. Mucho menos común es la pequeña figura cuya cabeza asoma por el ángulo inferior izquierdo del lienzo y que el santo sujeta con una cadena. Es de ella de quien vamos a ocuparnos al detalle. Esta figura de piel y ojos oscuros, orejas puntiagudas, nariz achatada y que presenta la boca entreabierta con labios carnosos, ha sido identificada como un demonio encadenado. Aunque los elementos iconográficos más representativos de San Bartolomé sean, como hemos señalado anteriormente, los referidos a su martirio (especialmente el cuchillo como instrumento del mismo y su piel desollada), en algunas ocasiones también se representa junto a él a un pequeño demonio encadenado, pues son diversos los pasajes de la vida del santo en los que según la tradición tuvo que enfrentarse a alguno. Entre los textos en los que podría estar el origen de la presencia en el cuadro de este demonio estaría, en primer lugar, el Evangelio apócrifo de San Bartolomé en el que se narra la aparición a los apóstoles de un demonio llamado Belial, ante el cual todos quedaron aterrorizados. Jesús se acercó a ellos animándolos y dirigiéndose a Bartolomé le dijo “...Písale con tu propio pie en su cerviz y pregúntale cuales eran sus obras…” 3 estableciéndose después un interrogatorio del santo al demonio en el que le pregunta sobre su origen o como hace para engañar a los hombres, preguntas a las que el demonio, atado con cadenas de fuego, va respondiendo. Otra posibilidad en la identificación de esta figura es que el Greco se inspirase en alguno de los relatos referidos a San Bartolomé de “La Leyenda Dorada” en los que se describen, en diversas ocasiones, los enfrentamientos que el apóstol mantuvo con varios demonios, especialmente durante sus predicaciones en la India. Entre ellos destaca el que tuvo con un demonio que vivía dentro de la estatua de un ídolo llamado Astaroth y que simulaba curar a los enfermos y como fue expulsado por el santo, consagrando el templo en el que se encontraba a Jesús. En el texto se dice 3
Los Evangelios Apócrifos. Edición crítica y bilingüe. Traducción de Aurelio de Santos Otero. Biblioteca
de autores cristianos. Editorial Católica S.A. Madrid
que el demonio Astaroth quedo “…amarrado con cadenas de fuego y reducido a tan riguroso silencio que no se atreve no ya a hablar, pero ni siquiera a respirar” 4 . Además de este, también se narran en distintos pasajes del libro otros encuentros del santo con demonios y como los vence y domina. Un ejemplo es aquel en el que se cuenta la liberación de la hija del rey Polimio de la posesión diabólica a la que se encontraba sometida y como San Bartolomé al quitarle las cadenas que la mantenían sujeta por miedo a sus ataques, dijo a los criados del rey “… No tengáis miedo; no os morderá, porque ya tengo yo bien sujeto al demonio que la dominaba” 5 . A continuación, paso a exponer al rey los principios del cristianismo prometiéndole que si se bautizaba “… le mostraría atado con cadenas, al que hasta entonces había venido sirviendo y adorando como si fuese su dios” 6 siendo también, el demonio que se encontraba en el interior del ídolo, atado con ligaduras de fuego. La lectura de estos fragmentos permiten deducir que es probable que el pintor cretense se sirviese de alguno de ellos como inspiración para introducir en el lienzo la presencia de esa pequeña figura demoníaca junto a San Bartolomé, sobre todo cuando (como hemos señalado al inicio) el Greco parece seguir este texto para la descripción física del santo. Pero junto a las fuentes que pudieron servir al artista para la introducción de esta figura también presenta un gran interés la forma mediante la cual es representada. De nuevo “La Leyenda Dorada” aporta una posibilidad en su identificación cuando se describe a uno de esos demonios que San Bartolomé expulsó de un templo de la 4
DE LA VORAGINE, Santiago, op cit., pág. 524.
DE LA VORAGINE, Santiago, op cit., pág. 525
6
Idem., pág. 526
5
siguiente forma“…un etíope más negro que el hollín; su cara era angulosa; su barba enmarañada; todo su cuerpo, desde el pescuezo hasta los pies, hallábase cubierto de crines; su miraba arrojaba chispas similares a las que brotan del hierro incandescente; de su boca de las cuencas de sus ojos salían llamaradas de azufre; sus manos permanecían atadas a la espalda con cadena de fuego” 7 . Los parecidos existen, si bien también las diferencias con respecto a la pequeña figura del cuadro que podrían explicarse en la utilización de la obra en este caso como un elemento de inspiración. A favor de esta opción se encuentra la posible utilización de este libro para la representación física del apóstol, con lo cual, es probable que también se sirviese de él en la descripción del demonio.Pero también es posible que el pintor ignorase esta descripción y optase por presentar la figura de este demonio utilizando otros elementos de inspiración. La representación y alusión al mal o a la figura del diablo ha sido una constante en la mayoría de las religiones. En el cristianismo este recurso simbólico fue muy habitual desde el principio, asociándose a animales con connotaciones negativas como la serpiente o el macho cabrío. Entre las primeras representaciones del demonio con forma animal aparecen osos, lobos y leones que van cediendo el puesto posteriormente a otros animales como gallos, gatos, ranas (a veces sustituidos por sapos) moscas y escorpiones. En el cuadro de San Bartolomé, los rasgos de ese ser demoníaco tienen, a pesar de su ambigüedad, ciertas semejanzas a los de un simio. Algo que no sería extraño puesto 7
Idem,., pág. 526
que la utilización del mono como símbolo del demonio o el mal es habitual en la iconografía cristiana. Esto es debido a que, por su semejanza a los hombres, los monos podían representar todo lo que estos conservan de “infrahumano”, de animal. El mono se convertía así en un reverso deformado del hombre, en una caricatura del mismo dominada por todo tipo de vicios y pecados (la gula, la lascivia, etc). Además, el mono también sirvió para simbolizar aspectos opuestos al cristianismo como “la sinagoga” u otras formas de mal en forma de desviaciones de la fe como son la herejía y la idolatría. El mayor desarrollo en la utilización del mono como símbolo del mal se produce, a partir del siglo XII, a partir de escritos como los del teólogo Hugo de San Víctor, en los que se denomina al demonio “mono de Dios” por su intento de imitar la forma de actuar de Dios pero con una finalidad opuesta y negativa. Por último se debe señalar que entre las representaciones en las que aparece un simio como símbolo del diablo, son especialmente destacables aquellas en las que el mono se encuentra encadenado. La representación de un mono encadenado simbolizaría el triunfo sobre las pasiones, sobre los impulsos sin reflexión; en definitiva, sobre el mal y puede verse por ejemplo en obras de Durero y Pieter Brueghel, que influyeron en la iconografía posterior y que no es descartable que conociese el Greco cuando realizó esta obra. GABRIEL LÁZARO ISABEL. HISTORIADOR DEL ARTE 
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