Los mitos culturales y los relatos de identidad

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Foro Raza e Identidad. Cuba: pasado, presente y futuro
Los mitos culturales y
los relatos de identidad
Lucas Garve
Fundación por la Libertad de Expresión
La Habana, Cuba
L
a cultura oficial instituyó el mes de
octubre para celebrar lo denominado
como Cultura Cubana. ¿Existe una
Cultura Cubana? ¿Qué se entiende por ella?
El comienzo de la primera Guerra de Independencia (10 de octubre de 1868) marca
actualmente, según la propaganda política
oficial, el primer hecho cultural cubano. El
aparato ideológico oficial designó el 20 de octubre como Día de la Cultura Cubana, porque
en 1868 se cantó por primera vez la marcha
que luego se adoptaría como el Himno Nacional. De esta forma, la historiografía oficial
vincula la identidad cultural con la primera
de nuestras guerras de independencia. Entonces, ¿la Cultura Cubana tiene carácter de
acción violenta? ¿Es la violencia separatista de
un grupo de hacendados blancos de la región
oriental la que impregna la Cultura Cubana
en su camino hacia la Modernidad?
Una y otra vez la historiografía oficial,
desde 1902 hasta hoy, pautada por los derroteros ideológicos y las necesidades políticas,
ha aprovechado esta interpretación de los
acontecimientos de octubre de 1868, pero...
¿habían ocurrido en Cuba otros eventos de esa
índole? Sí. Un ejemplo, muy poco interesan32 ISLAS
te para los que asentaron en blanco y negro la
Historia de Cuba, es la Conspiración de Aponte.
En 1818, José Antonio Aponte Ulabarra y
otros integrantes del Batallón de Morenos intervinieron en una conjura con ramificaciones
en Trinidad y Puerto Príncipe (Camagüey) y
participación de hombres libres en su mayoría,
pero también esclavos. Esta conspiración es relevante para la Historia de Cuba por la amplitud
de sus conexiones, establecidas sobre la base de
redes de sociabilidad como cabildos, cofradías y
grupos gremiales (Aponte era carpintero y formaba parte del Batallón de Morenos), así como
de redes familiares y de afinidad familiar. Más
interesante aún es que los miembros del precitado batallón poseían un imaginario o relato conformado por los Batallones de Tropas Negras
Auxiliares que habían intervenido en campañas
en Haití y La Florida. Tanto es así que, entre los
documentos y objetos ocupados a Aponte, había
un libro con imágenes que reflejaban una especie
de linaje, cuyo propósito inmediato no podría
ser otro que el de recrear, legitimar y transmitir un relato de base para construir imaginario
concreto que restituyera a negros y mestizos su
identidad.
Inexplicablemente, este libro, esencial para
entender y extender el alcance de la postura de
Aponte, nunca apareció y sólo se cuenta con
las descripciones transcritas en las copias de los
interrogatorios, quien detalló cuidadosamente.
Así consta en la nota 234 de la página 323 de
Los Ilustres Apellidos: Los negros en La Habana Colonial, obra de la historiadora María del
Carmen Barcia publicada (2009) en la Colección
Raíces de Ediciones Boloña (Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana).
Vale la ocasión para destacar las relaciones
establecidas con el proceso social en Haití, como
reforzamiento del prestigio de la raza negra. Es
preciso señalar, asimismo, los deseos de ascensión social de los individuos de este grupo de
descendientes de origen africano, directos o nacidos en Cuba. Las vías con que contaron fueron
las dos únicas que ofrecía la época: la religión y
la militar. A pesar que estos batallones de negros
y mestizos obedecieron las órdenes de sus superiores blancos, en su interior no dejó de latir el
sentido de libertad e independencia.
Las cofradías religiosas, fueran católicas o
de tradición africana, así como los batallones
militares y a asociaciones secretas, por ejemplo:
los juegos abakuá, aportan relaciones de confiabilidad y solidaridad que no han merecido
la atención requerida por su importancia en la
formación de la idiosincrasia del cubano. No
menos desdeñable es la participación de estos
individuos en sociedades masónicas.
A partir de 1880, se desarrolló un amplio
proceso de transformación de la sociedad colonial cubana en pos de la sociedad de consumo.
Las asociaciones civiles tuvieron un enorme crecimiento y se profundizaron las redes de sociabilidad de todo tipo, que se prolongaron hasta
bien entrado el siglo XX. Los Casinos Españoles
de la Raza de Color aparecieron como forma de
hacer clientelas y manipular a la población negra en apoyo a la metrópoli española, mientras
que los grupos de negros y mestizos de las capas populares se organizaban en asociaciones
orientadas principalmente hacia la instrucción y el recreo. También se desconoce que esas
sociedades tuvieron ramificaciones entre los
emigrados cubanos en Cayo Hueso, Tampa y
Nueva York.
Es curioso que algunas de estas asociaciones, como el Centro de Cocheros, mantenían escuelas para niños negros y mestizos,
pero también blancos de familias pobres. Lo
que revela que los lazos de sociabilidad se formaban en torno a la situación socioeconómica
antes que alrededor de ejes de descendencia.
Las sociedades de negros y mestizos alcanzaron en 1887 nuevo impulso: trece de
ellas se agruparon para formar el Directorio
Central de Sociedades de Color, que se registró oficialmente en 1888 bajo la presidencia
de Santiago Pérez, con Juan Gualberto Gómez de presidente honorario.
Las principales sociedades económicas
de negros y mestizos, con menos recursos que
sus similares españolas, ofrecieron servicios de
salud hasta el siglo XX. Figuras destacadas
en esta acción fueron el Dr. Delgado Jorrín,
director de la clínica del Centro de Cocheros, y la Dra. María Latapier de Céspedes,
a cargo de la farmacia de la sociedad Unión
Fraternal, de extensa historia, fundada en
1885. Esta unión contó, además, con centro
de enseñanza, incluidas clases nocturnas para
adultos.
En las dos primeras décadas del siglo XX,
las élites negras y mestizas se agruparon en Le
Printemps, La Sociedad de Amigos del Vals,
Círculo Progresista y la Sociedad de Estudios
Científicos y Literarios. En 1917 se fundó el
Club Atenas: 32% de sus miembros eran profesionales, 19% industriales, comerciantes
y propietarios. Ya en los años 50 funcionaba
como grupo de presión. Estas sociedades estuISLAS 33
vieron activas hasta el 1960. Llegaron a tener
37 periódicos y revistas, sin contar los boletines y folletos de las provincias, que sirvieron
para divulgar ideas de progreso, educación e
instrucción.
Hubo un sinnúmero de personalidades
negras y mestizas relevantes en la educación
y las bellas artes. Antonio Medina, maestro y
formador de juventudes, puede compararse
con José de la Luz y Caballero. Fue redactor
(1840-42) del Faro Industrial y fundó el Colegio Nuestra Señora de los Desamparados,
donde dispensó la enseñanza más avanzada a
negros y mestizos que jugarían un papel destacado en Cuba. Uno de los profesores de este
colegio fue Juan Gualberto Gómez .
Mujeres negras consiguieron ocupar lugares relevantes en periódicos y revistas. Úrsula Coimbra de Valverde, Cristina Ayala, Carmelina Sarracent y Salie Derosme mostraron
su valor intelectual al seguir las huellas de las
matronas y reinas de los cabildos. Sobre otras
como Úrsula Lambert, mujer haitiana que
vivió en Cuba, se hacen hasta películas para
destacar su relación amorosa con hacendado
europeo blanco y no como mujer negra libre e
industriosa, que al morir dejó cuantioso legado testamentario, incluso como acreedora de
su propio cónyuge.
Los estudiosos, investigadores e historiadores cubanos han profundizado en el tejido
social y civil del sector negro y mestizo, esclavos y libre y criollos, pero los han encerrado
en fondos de bibliotecas y quedaron para el
conocimiento y estudio de especialistas, sin
divulgación suficiente entre el público más
extenso posible. Estos relatos no encuentran
espacio en los libros de Historia de Cuba. Generaciones completas de cubanos han aprendido una historia parcializada e incompleta. De
este modo se oculta la memoria histórica de un
34 ISLAS
componente imprescindible para la formación
de la nación cubana.
Aparte de la notación y datación simples
despertaron poco interés las redes que negros y
mestizos construyeron sobre la base de intereses
comunes en medio de una sociedad esclavista,
fundada en la violencia y con estructura de clases afincada en la hegemonía del «hombre blanco
dueño de haciendas sobre mujeres y esclavos, sin
ninguna duda de su masculinidad», para designarlo a la manera de cierto anónimo en aquellos
primeros escritos fundacionales del Papel Periódico de La Habana a fines del siglo XVIII.
Los cabildos y las asociaciones étnicas o por
grupos de descendencia, gremios, lazos interfamiliares o de relación a partir de etnias, vinculaciones de familias religiosas a un padrino o babalawo sirvieron de espacio para establecer redes
de confianza, solidaridad y aun de apoyo financiero, mediante préstamos, legados y herencias.
Desde el siglo pasado, las preocupaciones
sobre la cultura cubana movieron a distinguidos
intelectuales a estudiar las relaciones entre cultura y formación de la nación. Hasta el presente,
esos estudios e investigaciones han aparecido
sistemáticamente, pero casi siempre, para no ser
absoluto, impregnados por la visión sociopolítica de estudios socio culturales basados en teorías
euro centristas unas y otras surgidas en centros
de América del Norte, ajenos a nuestra particular identidad cultural.
Hay que preguntarse si estas visiones de la
formación nacional se basan en la pluralidad
que dispensan los estudios multidisciplinarios,
revisados con mirada identitaria propia, o examinan exclusivamente la datación de eventos y la
acción de las figuras más relevantes para una épica nacional, embriagada por un latente mesianismo oculto detrás de cada relato premeditado
para montar una nación que sirva a los intereses
particulares de la clase política, o sacar copia de
otras de diferentes latitudes. Una clase política
liderada por hombres blancos, en su mayoría
guerreros, heterosexuales, transmisores de hegemonía que viene reproduciéndose desde siglos y
legó sus valores a las generaciones posteriores a
la fundación de la república (1902).
Aún hay preguntas por replantearse en el
sentido de actualizar este fenómeno socio – político – cultural – territorial. ¿Existe una nación
cubana? ¿Es ese espacio intangible heredado y
formado solamente por los que se denominan
revolucionarios, proclamados por el régimen
comunista como dueños de las calles, las plazas
y las instituciones?
Este pretendido predominio de una configuración ideo-política sobre el espacio geográfico identificado como nación cubana no
es válido, por ser excluyente, dividir en guetos
sociales, e impedir la formación de una cultura
cívica, que hace falta para encontrar el camino
de sanación de las grietas espirituales que padece
la sociedad cubana. Por último, ese predominio
no garantiza el reconocimiento de la multiplicidad de individualidades que conforman el archipiélago sociológico cultural en Cuba, a pesar de
las imperiosas necesidades de aprobación social
del régimen en torno a su agotado proyecto de
nación.
¿Hay nación cubana con cultura con carácter identitario y de unicidad? ¿Son la rumba, los
cantos rituales y bailes de la tradición yoruba,
el ballet clásico y el flamenco, la canción política llamada Nueva Trova, el bolero, la pintura
abstracta o la nueva figuración, el teatro y sus
personajes travestidos, los mítines masivos con
sus actos políticos - culturales tan patéticos, el
reflejo de la cultura cubana? Indudablemente
que no. ¿Quedan las representaciones concretosensibles de las artes en Cuba como muestrario
de una «alta cultura elitista y blanca»? Es preciso acotar que ya en los primeros decenios del
siglo pasado esa cultura dio muestras claras de
agotamiento. Cabe además un anexo de las lla-
madas expresiones populares de la cultura de
resistencia y el conjunto de experiencias vitales de negros, mestizos y blancos cada uno por
su lado.
El relato de la nación cubana por construir no puede rescribirse sin anotar, por su
relevancia, el reconocimiento de los grupos
de descendencia africana, necesitados de reconocerse a sí mismos. Hay que descubrir y
reincorporar un imaginario que no sea solamente catálogo de imágenes religiosas y poses
pintorescas, a la manera de Landaluze, sino
reconocimiento de identidad en toda su dimensión, que ha sido escamoteada, escondida,
relegada, desvalorizada.
Todas estas interrogantes deben plantearse frente a cada evento con que nos quieren imponer representatividad ilegítima.
Simplemente, porque no son una expresión
auténtica, producida por el esfuerzo creativo
de sujetos socializados mediante la comunicación e integración de redes dentro de sus
comunidades, sino una especie de pastiches,
con que nos han querido confundir para que
no descubramos nuestros propios valores. La
revisión de los mitos culturales que conforman el relato de la nación debe servir para actualizar otra Modernidad, diferente de la que
nos legaron mediante la conversión de Cuba
primero en sociedad de consumo y después en
la quiebra material y espiritual de hoy en día.
El proceso de recapitalización de los valores espirituales de los ciudadanos redundará
en la reapropiación del espacio nuestro, por
derecho natural, y la acumulación de riquezas
espirituales a medida que sepamos distinguir
las prioridades imprescindibles en cada momento y nos apartemos de perder el tiempo,
que ya se nos acaba, en recurrir a mitos cosechados y visiones parciales para engañarnos
una y otra vez.
ISLAS 35
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