Ficciones - El Derecho

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Ficciones
(Ciertos entuertos producto del impacto
de la tecnología sobre el proceso escrito)
por Guillermo F. Peyrano(*)
Una ficción es un hecho o un suceso que la imaginación crea
y que se presenta como real. Es una simulación, una apariencia.
Las ficciones permiten dar existencia a lo inexistente y, por consecuencia, veracidad a lo falso.
En derecho, las “ficciones jurídicas” constituyen un instrumento al que desde antaño se recurre por razones de utilidad. Así,
se toma por cierto algo que no lo es (o que podría no serlo) para
asignarle consecuencias jurídicas.
La ley, en ocasiones, recurre a “ficciones jurídicas” para adoptar soluciones que las referidas razones de “utilidad” hacen conveniente. La consideración del nasciturus fallecido antes de su
completa separación del seno materno, como “si nunca hubiera
existido” (art. 74, cód. civil), constituye una clásica “ficción jurídica” que adopta la ley, por considerar más útil esa solución que
la de asignarle consecuencias jurídicas a esa vida que, empero
haber existido, se frustró de modo tan temprano.
Pero no es a estas “ficciones” a las que nos queremos referir, sino a otras, no dispuestas ni convalidadas por disposición
legal alguna, pero que suceden o se emplean de modo asiduo y,
por cierto, preocupante en la realidad “tribunalicia” cotidiana de
nuestro país. Las “TIC” han impactado enormemente en todos
los órdenes de la vida y, como no podía ser de otra manera, también lo han hecho en lo que hace a la labor de abogados, jueces,
fiscales y demás “operadores jurídicos”.
La búsqueda de antecedentes para la fundamentación de sentencias, escritos de todo tipo (demandas, contestaciones, acusaciones, defensas, alegatos, etc.) por obra y gracia de la “telemática” se ha simplificado de manera extrema. Una frase o una
palabra debidamente “clickeada” en un ordenador y utilizando
alguna de las plataformas apropiadas proporciona resultados en
forma instantánea, que tiempo atrás podían insumir largos días
de búsquedas en bibliotecas. Ello con el agregado de poder seleccionar los resultados y transcribirlos parcial o totalmente en los
escritos respectivos. Poderosos “procesadores de texto”, a su vez,
permiten manejar a discreción formatos de todo tipo y ubicar
adecuadamente textos propios y ajenos, e incluso en versiones
automáticamente traducidas (cuando se encuentran redactados en
otro idioma).
Las consecuencias positivas están a la vista. Ahorro de tiempo,
accesibilidad a la información, posibilidad de atención de mayor
número de procesos, y muchos etcéteras más que no viene al caso enumerar. Sin embargo, estas facilidades que proporcionan las
“TIC” a la labor de los “operadores jurídicos” tienen su contrapartida. Las facilidades que allegan para el rastreo y utilización
de antecedentes doctrinarios y jurisprudenciales, para su empleo,
cita o transcripción en los escritos y para la redacción de estos
últimos, han arrojado como consecuencia que los escritos judiciales (sea los presentados por las partes, sea incluso los emitidos
por los mismos tribunales) adquieran, en muchas ocasiones, extensiones desproporcionadas y aparezcan plagados de citas y de
transcripciones. Como se expresa en la jerga cotidiana, se asiste
a un abuso del “corta y pega”, que muchas veces no sólo lo que
hace es incrementar la extensión, sino que también allega confusiones.
¿Y por qué hablamos entonces de “ficciones”? Por cuanto, si
al incremento del número de procesos a cargo de los distintos
tribunales de nuestro país le agregamos su integración con piezas
procesales demasiado extensas y con profusión de antecedentes
citados, las humanas posibilidades de debido análisis y contralor de los escritos judiciales se tornan más una apariencia que
una realidad. Los justiciables confían en que sus argumentos y
razones habrán de ser debidamente analizados y ponderados, y
que las conclusiones a las que se arriben en la sentencia serán el
producto de sopesar esos argumentos, sus réplicas, las pruebas
producidas y las normativas aplicables. Sin embargo, si se coteja
el número de procesos a cargo de un juzgado –y la extensión de
las piezas procesales que los conforman– con las posibilidades
(*) Director de El Derecho.
humanas de mera lectura de las mencionadas, se advertirá que
esas expectativas de los justiciables muchas veces serán sólo meras utopías. Ni qué hablar del contralor de las citas invocadas, cuya exactitud y hasta su misma existencia resultaría casi imposible
de verificar. Y no es que pretendamos “cargar las tintas” sobre los
sufridos magistrados, que asisten con perplejidad a la avalancha
de expedientes y de “kilométricos” escritos que inundan cada vez
más sus ya colmados despachos.
Los laboriosos, preparados y conscientes de sus responsabilidades (que son los más, aunque también hay de los menos),
hacen lo que humanamente pueden, aunque para ello puedan tener que recurrir incluso al auxilio de subordinados a los que ni
la Constitución ni la ley les ha confiado administrar justicia (así,
muchas veces el examen de ciertas causas o de determinados
componentes de estas, o la redacción de decisorios en expedientes de menor importancia, entre otras tareas en principio propias
de la judicatura, tiene que descansar en secretarios, prosecretarios y relatores, cuando no en empleados calificados).
La naturaleza humana tiene sus límites, y más allá de las disposiciones constitucionales o legales, y de las expectativas de los
justiciables, esos límites se ven claramente desbordados en el
contexto actual de la labor de administrar justicia.
De esa realidad, las referidas “ficciones”, que los involucrados
en la labor judicial sin duda conocen, pero han coincidido en soslayar para posibilitar la continuidad operativa del sistema. Como
prueba incontrastable de lo referido, basta recordar lo sucedido
durante la heroica epopeya judicial del “corralito”, que encauzó
y dio solución a una problemática económica y social mayúscula.
El reconocimiento a la notable y prudente labor desarrollada por
los jueces durante esta situación no puede ignorar que por factores objetivos (número de causas, extensión de los escritos de las
partes, etc.), contralores y análisis propios de los magistrados debieron ser necesariamente delegados, e incluso que fue necesario
estandarizar soluciones (prescindiéndose de ciertas particularidades, lo que seguramente no hubiera ocurrido en otra situación).
Ahora bien, ¿resulta conveniente seguir soslayando la realidad? ¿Puede continuarse aceptando que el sistema funcione descansando en ficciones para seguir operando? Entendemos que
no y que resulta imprescindible “tomar el toro por las astas”.
En ese sentido, urge –entre otras muchas cosas– el dictado de
disposiciones que acoten la extensión de los escritos judiciales
y reglamenten su presentación (forma y extensión de las citas,
bases para su verificación, etc.), de modo tal que los procesos escritos se sustancien en piezas procesales cuyo análisis y contralor
sea humanamente posible. Esas disposiciones debieran alcanzar a
las sentencias judiciales, con la imposición de formatos estandarizados de sencilla revisión (tanto para las partes como para los
Tribunales de Alzada).
Las acordadas de la Excma. Corte Suprema en materia de escritos de presentación de recurso extraordinario y de queja resultan valiosos antecedentes para tener en cuenta, con relación
a ordenar razonablemente en la materia. De lo contrario, el colapso del sistema se seguirá ocultando en ficciones (de las que
la analizada no es la única –urge replantearse la modalidad de
las audiencias, la determinación de la validez de los domicilios
denunciados a los fines de las notificaciones, la subsistencia de
los edictos como forma de notificación–, entre otras muchas vicisitudes procesales que se alimentan de ficciones).
Aunque se enarbolen banderas que invoquen que esas cortapisas afectarían el inviolable derecho de defensa en juicio, lo cierto
es que más se lo puede afectar cuando se transforma lo falso en
lo verdadero.
Si pretendemos una labor judicial apropiada y un proceso justo, debe atenderse también a encauzar las desviaciones que los
recursos tecnológicos hacen posible concretar (aunque para ello
deban imponerse ciertas restricciones a los derechos de las partes).
En este caso, bastaría aplicar pequeños remedios para afrontar
grandes males.
voces: DERECHO - DERECHO CIVIL - LEYES - JURISPRUDENCIA
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