michel foucault y el estado de policía.

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Michel Foucault y el Estado de policía
Por Blandine Barret-Kriegel.
Ante todo quiero dar las gracias a François Ewald por haber organizado este
encuentro sobre la obra de Michel Foucault, ese Foucault inmenso y vivo. Esto no
es una conmemoración. Nosotros no somos los guardianes del templo ni aquí hay
religión, se trata solamente de la voluntad de saber.
Por mi parte, quisiera recordar cómo la reflexión de Michel Foucault abrió el
camino a un retorno de los estudios sobre el Estado y el derecho, y tengo plena
conciencia de que tal proyecto no dejó de chocar con la interpretación
recientemente difundida de su obra, que precisamente recusa su carácter
pertinente en este campo político. Lector de Heidegger y de Nietzsche, crítico de la
filosofía del sujeto, Foucault (se nos dice) fue incapaz de tener acceso a la
comprensión de los estados democráticos e inepto para reflexionar sobre la
doctrina de los derechos del hombre, la cual tiene como fundamento la filosofía
del sujeto. En suma, su obra habría quedado superada por la sociedad y su
pensamiento petrificado en los esquistos de la pequeña catástrofe de la década de
1960.
Para mostrar el error que implica semejante apreciación no basta aducir ejemplos
empíricos que recuerdan, por ejemplo, que la reintegración del derecho en el
campo de la reflexión filosófica fue en buena parte fruto del trabajo de los amigos
de Foucault; hay que hacer ver además cómo en la obra de éste ya está abierto el
camino del retorno al derecho político (como decimos hoy, remitiéndonos a los
clásicos; el subtítulo de El contrato social es precisamente Principios de derecho
político).
Para ser breve, trataré de indicar que este acceso está marcado en tres lugares: 1)
en su método; 2) en el objeto que se encuentra en el centro de su teoría de la
biopolítica y que es el Estado de policía; 3) en la relación íntima que existe entre
su teoría del hombre como sujeto y su descripción del Estado de policía.
François Wahl dijo ayer, al estudiar a Foucault como filósofo —y yo por mi parte
quedo convencido—, que el método arqueológico, genealógico, de las prácticas
discursivas es una pragmática. En efecto, no se trata de oponer teorías a teorías
sino que hay que combinar una lógica y una histórica. No se trata de pensar
dentro del pensamiento o de situarse en las cosas sino, según Foucault se explicó
con Derrida acerca de la interpretación de Descartes, se trata de pensar en el
borde de los pensamientos y de sus objetos, de pensar en la costura, en la
coyuntura, en la intersección de los pensamientos, en ese juego regulado de las
palabras y las cosas y de pensarlo como relación histórica.
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La cátedra de Foucault en el Colegio de Francia se llamaba “cátedra de historia de
los sistemas de pensamiento”. Para apreciar la fecundidad de semejante método y
medir los desplazamientos que ha entrañado, hay que recordar cuál era el boletín
meteorológico de anteayer. ¿Qué dominaba el tiempo de la filosofía que
permanecía al abrigo de los ciclones de lo social? ¿Quién soplaba el viento y quién
marcaba la presión? El sujeto libre y pensante, su conciencia y su libertad, sus
empeños y sus percepciones, la filosofía del sujeto, la fenomenología de sus
objetos. El método de Foucault parte de una comprobación: la miseria de la
fenomenología. Se dice a veces con harta prisa que Foucault estudió a los locos, a
los enfermos y a los presos. Sin duda eso es lo que habría hecho si hubiera sido
fenomenólogo. Pero Foucault escribió Nacimiento de la clínica, Historia de la
locura, Vigilar y castigar. No recogió las quejas de los pacientes, no oyó la
confesión de los presos, no sorprendió a los locos en sus manejos, sino que
estudió máquinas de curar y máquinas de castigar. Foucault se volvía hacia las
instituciones, registró sus edificios y sus equipos, sondeó sus doctrinas y sus
disciplinas, enumeró y catalogó sus prácticas, publicó sus técnicas.
Sin duda para realizar este desplazamiento y desplegar (más allá del mundo de la
representación) el campo epistémico de este extraño objeto que constituye la
arqueología del saber, era menester apoyarse en un frente de resistencia. Y
Foucault encontró ese frente (él mismo no ha hecho ningún misterio de ello) en la
escuela epistemológica francesa que ya había enunciado claramente con Cavaillès
el programa de una filosofía del concepto para sustituir a una filosofía de la
conciencia. Se trata de la escuela epistemológica francesa de Gastón Bachelard y
de Georges Canguilhem, de la cual el mismo Georges Canguilhem demostró que
se remonta al siglo XVIII y que comienza con Fontenelle. Porque Foucault palpaba
con cuidado los dispositivos y las disciplinas, describía minuciosamente las
funciones del hospital y de la prisión se encontró de pronto enfrentado (en el
centro sombrío y sobornado de la biopolítica) con lo que hubo de llamar el Estado
de policía. Es esa desviación del recorrido —por la cual, en lugar de contemplar al
loco, al prisionero o al pobre, prefirió estudiar el encierro, comprender el
aprisionamiento, analizar la asistencia— lo que lo condujo a los caminos del
estado en los que nunca se encuentran fenomenólogos.
¿Qué es entonces el estado de policía? En Las máquinas de curar, Foucault lo
describe así:
“El conjunto de los medios que hay que poner por obra para asegurar, además de
la tranquilidad y del buen orden, el „bien público‟, tal es en general lo que en
Alemania y en Francia se ha llamado la „policía‟. „Conjunto de las leyes y
reglamentos que se refieren al interior de un Estado y que tienden a afirmar y a
aumentar su potencia, a hacer un buen empleo de sus fuerzas y a procurar la
felicidad de sus súbditos. (J. von Justi). Así entendida, la policía extiende su
dominio mucho más allá de la vigilancia y el mantenimiento del orden. Tiene que
velar por la abundancia de la población…, por las necesidades elementales de la
vida y por su preservación…, por la actividad de los individuos…, por la
circulación de las cosas y de las personas… Como se ve, la policía es toda una
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gestión del cuerpo social. Este término „cuerpo‟ no ha de entenderse de manera
simplemente metafórica, pues se trata de una materialidad compleja y múltiple…;
la policía, como conjunto institucional y como modalidad de intervención tiene a
su cargo el elemento físico del cuerpo social, en cierto modo, la materialidad de
esa sociedad civil de la cual en la misma época se trataba de concebir su
condición jurídica".1
Ciencia de las poblaciones, higiene pública, pedagogía; es el entre- cruzamiento
de todas estas disciplinas (cuyo punto de aplicación es el cuerpo, en adelante
sometido a normas dadas autoritariamente en nombre de un saber de la
penalidad y de la patología) lo que Foucault ha llamado la biopolítica.
Digamos en este punto que se ha reprochado mucho a Foucault, en la
descripción misma de los mecanismos de vigilancia y de castigo, de pedagogía y
de administración, haber exaltado el poder de las normas en detrimento del valor
de las partes, haber contribuido, con la filosofía de lo social, al rebajamiento
general de lo jurídico al mostrar cómo, en el seno del Estado de policía, el derecho
no era más que una expresión del poder normalizador. Seguramente esto es así.
Pero su descripción está conforme con la realidad del Estado de policía. No se
encontrará en Foucault (porque esto estaba fuera de su campo de investigación)
la descripción, que se encuentra en los historiadores, de las peripecias por las
cuales el Estado francés se hubo sedimentado sucesivamente como Estado de
justicia, estado de finanzas, Estado de policía y por último Estado providente.
Desde el observatorio del hospital general que se organiza en el siglo XVII
Foucault se dedicó directamente al estudio clínico del Estado de policía; pero por
lo menos esa pieza del rompecabezas del estado fue enteramente descrita por
Foucault, con lo cual nos hizo visible el despliegue de la higiene pública y de la
medicalización, de la asistencia y de la vigilancia. ¿Quedaría entonces
subordinado el derecho? Por supuesto. Esto no quiere decir que el estado de
policía no sea a su manera un Estado de derecho, sólo que es un estado de
derecho aproximado. Primero, el derecho se ha dividido. El derecho público, el
derecho civil y el derecho penal siguen cada uno por su camino como elementos
parcelados y distintos; en el seno mismo del derecho público y a espaldas del
derecho político, el derecho administrativo extiende su proliferante ramificación.
Luego, los derechos del hombre son recusados y marginados. En efecto, el estado
de policía coincidió, no con la predilección por los derechos del hombre sino,
como lo atestigua el ejemplo mismo de Tocqueville —y hasta su correspondencia
con Beaumont tan maravillosamente editada por Michelle Perrot—, que coincide
con la preferencia por la seguridad de la sociedad. El siglo XIX europeo, en el que
Michel Foucault y otros, Les Machines à guérir (aux origines de l’hôpital moderne).Dossiers et
documents d‟architecture, Institut de l‟Environnement, CERFI-DGRST, 1975.
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surgen vigorosos Estados de policía, no es un momento preocupado por los
derechos del hombre, sino que es el tiempo en que la declaración de los derechos
(declaración que no está inscrita en los textos de derecho positivo) es objeto de
una reprobación casi general.
De manera que en su descripción del Estado de policía Foucault no ha querido
rebajar el derecho, simplemente observó las formas exactas en que, habiéndose
convertido en norma, el derecho se había metamorfoseado. Y éste es el punto
candente de la cuestión, precisamente su teoría del hombre como sujeto. Me
parece que sería interesante mostrar que la crítica de la teoría del hombre como
sujeto tiene un vínculo necesario con la descripción del estado de policía, porque,
a pesar de lo que pueda decirse, la filosofía del sujeto es contemporánea del
Estado de policía. Y digo expresamente “teoría del hombre como sujeto” porque
ésa es la definición en la cual Michel Foucault enunció su “antihumanismo
teórico”. Para eso habría que establecer, como he comenzado a hacerlo en otro
lugar,2 que la filosofía del sujeto no es en modo alguno, como suele decirse, la
filosofía que permitió fundar la doctrina de los derechos del hombre. Por falta de
tiempo espero que se me perdone no poder dar aquí más que algunas
indicaciones. Sin duda, la idea cartesiana del hombre como sujeto, con la
ahondada oposición entre la res extensa y la res cogitans entre el alma y el
cuerpo, y dentro del espíritu humano, entre la voluntad y el entendimiento vuelve
a encontrarse en Grotius, Pufendorf, Burlamaqui que son considerados los
fundadores del derecho político moderno con la separación tirada a cordel entre
el Estado de naturaleza y el Estado civil, la formación de la civilidad como
culminación de un esfuerzo de voluntad y la creación de los derechos en virtud de
una decisión del sujeto humano.
Pero —y los reproches que Rousseau les ha dirigido atraen nuestra atención
sobre este punto— no hay en los filósofos de la escuela del derecho natural
moderno el menor rastro de una doctrina de los derechos del hombre.
Doctrinarios de la servidumbre voluntaria y, al pasar, de la legitimidad de la
esclavitud por derecho de guerra y por derecho de conquista, hasta pudo verse en
ellos a los campeones anticipados de la conciencia colonial satisfecha. La doctrina
de los derechos del hombre supone, en efecto, otra teoría del hombre diferente de
la teoría del hombre como sujeto. En los modernos que la han enunciado —
Hobbes, Spinoza, Locke—, esa teoría es inseparable, especialmente en la
reducción del derecho a la seguridad social, del derecho a la apropiación del
cuerpo propio, del establecimiento de la relación del hombre y de la naturaleza;
se trata pues, no de una separación, sino del establecimiento de una relación. En
estos tres autores, la reducción del derecho a la seguridad se realiza según el
mismo razonamiento: si la vida es inalienable (según lo expone Hobbes en su
Blandine Barret-Kriegel, “Les droits de l‟homme et le droit naturel”, Mélanges Maurice Duverger,
Paris, PUF, 1988.
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famoso capítulo del Leviatán), ello se debe a que es un don de Dios o de la
naturaleza, a que la vida tiene una dimensión trascendente o antropológica, a que
incumbe a la totalidad del género humano, aun antes de determinarse la
particularidad del sujeto. Por eso hay que distinguir el derecho natural, que es la
potencia del individuo, y la ley natural, que es la obligación de perseverar en la
vida o, como dice Hobbes, “una regla descubierta por la razón que prohíbe hacer
a los hombres aquello que conduce a la destrucción de su vida”. Es imposible
fundar los derechos del hombre saliéndose de la naturaleza y eludiendo la ley
natural. La teoría del hombre como sujeto, naturaleza alejada, sujeto separado
(pues todo el derecho está alojado en la razón humana y todo el principio de la
sociedad está situado en un acto de cálculo y de voluntad) puede fundar una
doctrina de los derechos civiles y estar en armonía con un Estado administrativo,
pero no puede estar de conformidad con los derechos del hombre.
En la filosofía del sujeto, en efecto, el sujeto ya no está en relación con la
naturaleza sino por medio de su entendimiento. Ante todo el sujeto es sólo
pensamiento puro, cosa que piensa. Por lo tanto, el sujeto no es en primer
término naturaleza entre naturaleza, cuerpo entre cuerpos. Para el sujeto es
menos fundamental apropiarse de su propio cuerpo que ampliar sus libres
determinaciones. Para el individuo el cuerpo no es un objeto de apropiación, sino
que es el punto de aplicación de la gestión y de la administración de la buena
policía por obra del entendimiento del sujeto.
Cambiemos de terreno para observar que el destino tan prolongado de la
declaración de los derechos del hombre, proclamada en 1789 pero finalmente
inscrita en 1946 y controlada solamente en 1971 y el hecho de que el derecho a
la seguridad continúe estando mal garantizado en el plano penal han coexistido
perfectamente con la elevación del sujeto, fenómeno que caracterizó, después de
Francia, a una gran parte de la Europa continental. En el siglo XIX efectivamente
con el crecimiento del estado de policía el cuerpo no fue un objeto de apropiación
individual, no fue el objeto preferido del derecho civil, sino que fue el lugar
privilegiado de dominio y posesión de la “policía”. En lugar de un Estado de
justicia y en lugar de un derecho común que garantice los derechos individuales e
instituya la seguridad, la igualdad y la libertad, hemos conocido el Estado de
policía y la biopolítica.
Por eso, por mi parte, creo que Michel Foucault, que no pensaba atendiendo al
progreso y al desarrollo sino que lo hacía atendiendo a la identidad y a las
diferencias de los sistemas, ha desatado el nudo que ahogaba la posibilidad de un
retorno a la historia de nuestro desarrollo político al designar esta circunstancia
central de la historia política francesa: la copresencia de la teoría del hombre
como sujeto y del Estado de policía.
Blandine Barret-Kriegel: “Michel Foucault y el Estado de policía”.
En Michel Foucault, filósofo, Editorial Gedisa, 1990.
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